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Luisa me estaba acariciando de espaldas

Luisa me estaba acariciando de espaldas bajo la ducha, cuando se oyeron los golpes bien fuertes a la puerta. Salimos del baño tratando de cubrirnos con toallas y llegué en primer lugar para atender el llamado.
Del otro lado estaba ella, la Jefa de Seguridad del hotel, siempre impecable con su trajecito sastre oscuro, actitud un poco varonil, pero siempre sexy al mismo tiempo. Cara de puta, actitud de nena mala, bastante engreída, rodete en su larga cabellera color negro azabache, perfume dulzón, maquillaje perfecto, sexy, muy, muy sexy. Nacida porteña, pero radicada desde hacía años en Río.
No saludó ni tampoco pidió permiso para entrar, simplemente avanzó y nos miró a ambas con cara de desprecio y asombro de encontrarnos casi desnudas y todavía mojadas.
“Señoras, parece que tenemos un problema” masculló entre dientes. “En el lobby hay un compatriota desnudo y lloriqueando, recién sodomizado con una escoba, diciendo que las responsables de su lamentable estado son las dos ocupantes de esta habitación”.
Luisa no pensaba quedarse atrás para contestarle, ya le adivinaba yo la intención de arrancarle la ropa a esta nena insoportable y cogerla en el suelo igual que al cordobés. Pero puso cara de inocencia y le respondió con mucha dulzura: “fue en defensa propia, ese loquito intentaba sodomizar a mi amiga”.
Antes de que la putita mala pudiera decir algo más, se oyeron otros golpes a la puerta. Ingrid, tal el nombre de esta perrita guardiana, se adelantó a abrir e hizo pasar a una pareja de policías. El hombre no decía nada, algo mayor aunque todavía apuesto, cara de cansancio y evidentemente pocas ganas de estar allí. Pero la mujer parecía más interesante, una morocha de pelo mota bastante joven, de rostro muy agradable aunque no era bonita, cara relajada y con pinta de ser quien tenía el mando en el grupo.
Nos hizo ubicar a ambas de cara contra la pared, apoyándonos con los brazos en alto y separando las piernas, diciendo que iba a revisarnos. Protesté para decir que estábamos desnudas y que no ocultábamos nada bajo las toallas, pero la mujer me hizo callar de una bofetada.
Comenzó por Luisa. Le separó todavía un poco más las piernas y de repente le arrancó la toalla de un tirón, dejando a mi amiga completamente desnuda a la vista de todos. A la señorita Ingrid le brillaron los ojos al apreciar semejante desnudez, por lo tanto deduje que su actitud algo varonil tenía algo que ver con su posible gusto por el amor entre mujeres. El policía se había dejado caer en un sillón y desde allí observaba todo hasta ahora con algo de aburrimiento, pero la visión del firme cuerpo de Luisa lo hizo despabilar un poco. Llevó una mano a su entrepierna y comenzó con disimulo a frotarse el bulto que crecía.
Mi amiga intentó protestar, pero la mujer policía enredó una mano en sus cabellos y le sostuvo la cabeza con firmeza contra la pared. Con la mano libre recorrió el cuerpo de Luisa desde los hombros hasta la cola y entonces le abrió los cachetes, metiendo un par de dedos en esa ahora humedecida concha ultra caliente. Luisa dejó escapar un quejido de dolor y sorpresa ante la repentina y brutal invasión, pero la morocha no la dejaba moverse y ya comenzaba a mover sus dedos dentro de esa hermosa abertura.
Luisa respondía sollozando muy suavemente. En apenas dos minutos comenzó a temblar y exhaló un fuerte suspiro, dejando saber que había acabado a merced de la mujer policía. Ella sacó su mano y le mostró a Ingrid los dedos manchados con los flujos de Luisa, que ahora se deslizaban por sus hermosas piernas. La perrita esbozó una ligera sonrisa, haciendo un gesto de aprobación. Pero todavía faltaba algo más en la inspección de cavidades. La policía lubricó un par de sus dedos con esos mismos líquidos y sin perder tiempo los introdujo de golpe entre los cachetes de mi amiga, forzando brutalmente su esfínter. Esta vez Luisa se retorció de dolor, aunque sin poder debatirse demasiado.
Mientras Luisa era forzada, yo presenciaba todo desde mi lugar, mirando de reojo, de cara a la pared, todavía cubierta con la toalla. De repente sentí que me la arrancaban del cuerpo y antes de poder reaccionar, una dura verga se apoyó contra mi cola desnuda y el peso de un macizo cuerpo me aplastó contra la pared. El policía se había despertado del todo y también iba a colaborar con su compañera en la inspección, buscando en mis cavidades a su manera, o sea, forzándome frente a las otras mujeres. Fingí algo parecido a un ataque de nervios y comencé a sollozar, diciendo que ya habían intentado sodomizarme, pidiendo que no me hiciera daño.
El hombre susurró a mi oído: “Eu tein algo muito grande para vocé”
Para demostrarlo, comenzó a frotar su dura poronga contra mis ahora inflamados labios mayores. Enseguida sentí que mi propio cuerpo me traicionaba, respondiendo al ataque con una humedad y un ardor en mi concha que jamás se me habría ocurrido que pudiera suceder.
El hombre lo notó enseguida y entonces me tomó por las caderas, llevando mi cuerpo hacia atrás y haciendo que me inclinara por la cintura. Estaba listo para penetrarme, así que volví a suplicarle que no lo hiciera.
Pero el tipo estaba decidido a disfrutar de mi humedecida e invitante conchita, pese a mis ruegos.
Entonces vino en mi ayuda la perrita Ingrid, que no era tan desalmada como parecía. Tomó del brazo al policía, le susurró algo al oído y lo llevó a sentarse nuevamente en el sillón. Pude ver entonces que el tipo estaba desnudo desde la cintura para abajo, dejando apreciar una buena verga bastante grande y endurecida. Ingrid se arrodilló frente a él y la tomó entre sus manos, abriendo su delicada boca para engullirla hasta el fondo. Después de todo, resultó que cualquiera cosa la dejaba satisfecha a la nena mala…
Mientras tanto, Luisa seguía jadeando y sollozando bajo el embate de los dedos de la mujer policía, que seguían entrando y saliendo brutalmente del dilatado ano de mi amiga. Me pareció oír un gemido especial que siempre hace al alcanzar un orgasmo, pero no podía ver su cara, por lo tanto no sabía si estaba gozando de placer o sufriendo de dolor.
Finalmente la morena liberó su mano de los cabellos de Luisa y le aplicó unas palmadas en la cola, dando por terminada la inspección anal.
Al mismo tiempo el hombre se tensó hacia atrás en el sillón y gritó como un desaforado, mientras le llenaba la boca de leche caliente a Ingrid.
Ella ni siquiera se inmutó. Se tragó todo sin desperdiciar una sola gota.
Los dos policías se miraron entre ellos, el hombre se volvió a vestir y ambos desaparecieron tan silenciosamente como habían llegado.
La perrita Ingrid volvió a mirarnos con cierto desprecio y solamente dijo “Espero que sea la última vez…”
Apenas cerró la puerta detrás de ella, me volvía hacia Luisa, que seguía un poco compungida. Le pregunté si se sentía bien y entonces largo una fuerte y alegre carcajada.
“Estuve simulando un poco para que no creyeran que somos tan putas” “No te imaginas lo buena que es esa perra policía con sus dedos, me hizo acabar tres veces mientras los tenía adentro de la cola”.
Por mi parte le dije que me había quedado con ganas de hacerle varias cositas a la perrita Ingrid, pero mi amiga sonrió otra vez…
“Todavía no nos fuimos de Río…” susurró

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