El jueves a las 11 am, luego de una larga y tensa espera, por fin tendría mi ansiada entrevista de trabajo en la empresa donde trabaja mi esposo Charly.
La situación de nuestro matrimonio era crítica. Realmente estábamos pasando uno de los peores momentos económicos de la historia. Los gastos fijos se multiplicaban por doquier. Las deudas, el alquiler y la crianza de dos niños pequeños no facilitaban las cosas. El sueldo de mi esposo empezó a quedarnos chico, sobre todo en los últimos días del mes. Con casi 45 años no me es fácil conseguir un buen empleo. Entonces decidí jugar todas mis cartas. Vestirme a tono y cueste lo que cueste ganarme el puesto. Luego de la primera entrevista me sentí muy conforme conmigo misma. Si bien estaba muy nerviosa, la charla fue muy distendida y relajada.
El entrevistador sabía que era la mujer de Charly. De forma cómplice me dio entender que tenía más posibilidades que otras postulantas. Luego de unos días tuve la segunda entrevista, la cual fue ante una serie de responsables de distintos sectores. Al final de la misma se me informó que la vacante de secretaria estaba entre mí y otra joven postulante. Ambas candidatas íbamos a ser entrevistadas por Juan. El cual decidiría quien sería la que se quede con ese puesto. Debía obtener ese puesto a como de lugar. Por tanto decidí dar un giro en mi look y ser mucho más provocativa. Deseché el aburrido pantalón negro por una apretada y corta falda que dejaba ver las curvas de mi cadera. A lo cual le sume unos zapatos con tacos de gran porte. Para maximizar está locura me puse una camisa blanca la cual abotone solo hasta la mitad dejando ver gran parte de mi generoso escote. Ya que mi marido nunca leerá este relato debo confesar que bajo mi falda no llevaba ropa interior. Quedando lista para la guerra.
Fue así como me presenté delante de Juan en su oficina. Sin preámbulos estábamos él y yo solos. Era una persona muy joven. El cual no dejaba de mirarme los senos. Sus ojos libidinosos parecían violarme una y otra vez sobre la silla en la que estaba sentada. Su mirada me recorría de abajo hacia arriba incesantemente. Mientras casi podía suponer que estaba teniendo una erección. Saber que mi cuerpo producía ese efecto comenzaba a excitarme. La entrevista duro menos de 10 min. Donde rápidamente me comunicó que no era la seleccionada para la vacante de secretaria. Una gran desilusión corrió por todo mi cuerpo. El desánimo me invadió por completo. Realmente creí que ese puesto era mío. Miles de preguntas pasaban por mi mente. Juan de modo muy caballeroso se levantó de su silla con el fin de recordarme cordialmente donde era la salida. Casi sin poder asimilar lo que ocurría, entendí que debía irme.
Me levanté de la silla y tomé mi cartera. Quedando de espaldas a Juan casi sin quererlo. El cual rápidamente metió toda su mano bajo mi corta falda manoseándome el trasero. Sus garras se clavaban en mis nalgas, mientras yo permanecía inmóvil. El jefe de mi esposo apretaba mi cola con sus dos manos a la vez que empezaba a besarme el cuello, algo que me calentaba de sobremanera. Sus manos no tenían vergüenza. Una se dirigió directamente a mis senos, más la otra empezó a hurgar en mi intimidad.
La poca ropa que llevaba facilitaba todo este preludio. Hábilmente desabotonó mi camisa para jugar con mis largos pezones los cuales se pusieron duros al instante. Seguramente no era la única ni la primera de las postulantas que iba a tener sexo exprés con Juan es su oficina. Su lengua recorría mi cuello, al ritmo que ya podía sentir una a una sus falanges dentro de mí. Cada vez que me tocaba hacía que me moje más y más. Intentaba comprender como podía regalarme tan fácilmente a un hombre, pero la calentura del momento me nublaba la razón. Rápidamente me giró sobre mi eje y comenzó a besarme. Con la camisa completamente abierta mis pechos se exhibían delante de este. Para que instantes después me tirara sobre su escritorio, dónde caí desparramada. Instintivamente abrí las piernas para que Juan posicionara su rostro a la altura de mi pubis.
Comenzó a hacerme sexo oral, como un animal. Una máquina que solo se dedicaba a darme placer con su lengua. No podía recordar ¿Cuánto hacía que nadie me la chupaba de ese modo? Quizá, Raúl (el mejor amigo de mi esposo, pero eso es otra historia). Cada impacto de lleno de su lengua sobre mi clítoris me llevaba a un clímax sin precedentes haciéndome gozar como nunca en una infidelidad. No tarde mucho en venirme con su habilidad oral, que pude resumir en un grito casi desgarrador que retumbó en las cuatro paredes de esa oficina. Ese fue el momento en que Juan puso mis piernas sobre sus hombros. Rápidamente extrajo su pene de sus pantalones y comenzó a penetrarme sin mediar palabras. Podía sentir su duro cuero, ya que no estaba usando condón. Su pene era por lejos mucho más largo que el de mi esposo.
Me hacía ver las estrellas cuando llegaba a fondo. Mis piernas temblaban. Su calce profundo me dejaba sin aire, pero recuerdo haberle rogado por favor que no se detenga. Su cadera empujaba a fondo todo el venoso aparato dentro de mi ser. Sus genitales rebotaban una y otra vez sobre mis nalgas. Mientras esté me tenía de la cintura remachándome contra el escritorio. Mis pechos saltaban para todos lados por la violencia de sus movimientos. El escritorio parecía estar en medio de un terremoto saltando de aquí a allá. El joven jefe me usaba de una manera rápida y descarada, mientras yo gozaba como una loca con cada uno de sus movimientos.
Me hizo llegar por segunda vez a un orgasmo en menos de 15 minutos algo que en 45 años nunca alguien había logrado. Sus movimientos se volvían más duros y la frecuencia de su respiración iba en aumento. Tomándome de los senos con ambas manos como si fuesen 2 asas me sacudía sin piedad. Desde ese ángulo podía ver en primer plano como él también gozaba mientras me hacía su hembra. La escena era cuasi de una película porno, como esas que miro a escondidas de mi esposo y que tanto me calientan. En medio de su espectacular performance y teniendo su miembro completamente dentro de mí se detuvo para escupir toda su fértil semilla.
Varias oleadas impactaron en lo profundo de mi ser inundando por completo mi canal vaginal hasta hacerlo rebalsar. Intenté limpiarme la entrepierna rápidamente de ese blancuzco y pegajoso líquido con poco éxito. Así que baje mi falda hasta los valores lógicos de una dama, cerré mi camisa como la moral de una digna mujer casada lo indica y me retiré de esa oficina con la frente en alto.
Esa noche ya en mi hogar, tuve sexo con mi esposo varias veces imaginando y deseando que él fuese Juan.
Hoy, hace 6 meses soy secretaria.
La situación de nuestro matrimonio era crítica. Realmente estábamos pasando uno de los peores momentos económicos de la historia. Los gastos fijos se multiplicaban por doquier. Las deudas, el alquiler y la crianza de dos niños pequeños no facilitaban las cosas. El sueldo de mi esposo empezó a quedarnos chico, sobre todo en los últimos días del mes. Con casi 45 años no me es fácil conseguir un buen empleo. Entonces decidí jugar todas mis cartas. Vestirme a tono y cueste lo que cueste ganarme el puesto. Luego de la primera entrevista me sentí muy conforme conmigo misma. Si bien estaba muy nerviosa, la charla fue muy distendida y relajada.
El entrevistador sabía que era la mujer de Charly. De forma cómplice me dio entender que tenía más posibilidades que otras postulantas. Luego de unos días tuve la segunda entrevista, la cual fue ante una serie de responsables de distintos sectores. Al final de la misma se me informó que la vacante de secretaria estaba entre mí y otra joven postulante. Ambas candidatas íbamos a ser entrevistadas por Juan. El cual decidiría quien sería la que se quede con ese puesto. Debía obtener ese puesto a como de lugar. Por tanto decidí dar un giro en mi look y ser mucho más provocativa. Deseché el aburrido pantalón negro por una apretada y corta falda que dejaba ver las curvas de mi cadera. A lo cual le sume unos zapatos con tacos de gran porte. Para maximizar está locura me puse una camisa blanca la cual abotone solo hasta la mitad dejando ver gran parte de mi generoso escote. Ya que mi marido nunca leerá este relato debo confesar que bajo mi falda no llevaba ropa interior. Quedando lista para la guerra.
Fue así como me presenté delante de Juan en su oficina. Sin preámbulos estábamos él y yo solos. Era una persona muy joven. El cual no dejaba de mirarme los senos. Sus ojos libidinosos parecían violarme una y otra vez sobre la silla en la que estaba sentada. Su mirada me recorría de abajo hacia arriba incesantemente. Mientras casi podía suponer que estaba teniendo una erección. Saber que mi cuerpo producía ese efecto comenzaba a excitarme. La entrevista duro menos de 10 min. Donde rápidamente me comunicó que no era la seleccionada para la vacante de secretaria. Una gran desilusión corrió por todo mi cuerpo. El desánimo me invadió por completo. Realmente creí que ese puesto era mío. Miles de preguntas pasaban por mi mente. Juan de modo muy caballeroso se levantó de su silla con el fin de recordarme cordialmente donde era la salida. Casi sin poder asimilar lo que ocurría, entendí que debía irme.
Me levanté de la silla y tomé mi cartera. Quedando de espaldas a Juan casi sin quererlo. El cual rápidamente metió toda su mano bajo mi corta falda manoseándome el trasero. Sus garras se clavaban en mis nalgas, mientras yo permanecía inmóvil. El jefe de mi esposo apretaba mi cola con sus dos manos a la vez que empezaba a besarme el cuello, algo que me calentaba de sobremanera. Sus manos no tenían vergüenza. Una se dirigió directamente a mis senos, más la otra empezó a hurgar en mi intimidad.
La poca ropa que llevaba facilitaba todo este preludio. Hábilmente desabotonó mi camisa para jugar con mis largos pezones los cuales se pusieron duros al instante. Seguramente no era la única ni la primera de las postulantas que iba a tener sexo exprés con Juan es su oficina. Su lengua recorría mi cuello, al ritmo que ya podía sentir una a una sus falanges dentro de mí. Cada vez que me tocaba hacía que me moje más y más. Intentaba comprender como podía regalarme tan fácilmente a un hombre, pero la calentura del momento me nublaba la razón. Rápidamente me giró sobre mi eje y comenzó a besarme. Con la camisa completamente abierta mis pechos se exhibían delante de este. Para que instantes después me tirara sobre su escritorio, dónde caí desparramada. Instintivamente abrí las piernas para que Juan posicionara su rostro a la altura de mi pubis.
Comenzó a hacerme sexo oral, como un animal. Una máquina que solo se dedicaba a darme placer con su lengua. No podía recordar ¿Cuánto hacía que nadie me la chupaba de ese modo? Quizá, Raúl (el mejor amigo de mi esposo, pero eso es otra historia). Cada impacto de lleno de su lengua sobre mi clítoris me llevaba a un clímax sin precedentes haciéndome gozar como nunca en una infidelidad. No tarde mucho en venirme con su habilidad oral, que pude resumir en un grito casi desgarrador que retumbó en las cuatro paredes de esa oficina. Ese fue el momento en que Juan puso mis piernas sobre sus hombros. Rápidamente extrajo su pene de sus pantalones y comenzó a penetrarme sin mediar palabras. Podía sentir su duro cuero, ya que no estaba usando condón. Su pene era por lejos mucho más largo que el de mi esposo.
Me hacía ver las estrellas cuando llegaba a fondo. Mis piernas temblaban. Su calce profundo me dejaba sin aire, pero recuerdo haberle rogado por favor que no se detenga. Su cadera empujaba a fondo todo el venoso aparato dentro de mi ser. Sus genitales rebotaban una y otra vez sobre mis nalgas. Mientras esté me tenía de la cintura remachándome contra el escritorio. Mis pechos saltaban para todos lados por la violencia de sus movimientos. El escritorio parecía estar en medio de un terremoto saltando de aquí a allá. El joven jefe me usaba de una manera rápida y descarada, mientras yo gozaba como una loca con cada uno de sus movimientos.
Me hizo llegar por segunda vez a un orgasmo en menos de 15 minutos algo que en 45 años nunca alguien había logrado. Sus movimientos se volvían más duros y la frecuencia de su respiración iba en aumento. Tomándome de los senos con ambas manos como si fuesen 2 asas me sacudía sin piedad. Desde ese ángulo podía ver en primer plano como él también gozaba mientras me hacía su hembra. La escena era cuasi de una película porno, como esas que miro a escondidas de mi esposo y que tanto me calientan. En medio de su espectacular performance y teniendo su miembro completamente dentro de mí se detuvo para escupir toda su fértil semilla.
Varias oleadas impactaron en lo profundo de mi ser inundando por completo mi canal vaginal hasta hacerlo rebalsar. Intenté limpiarme la entrepierna rápidamente de ese blancuzco y pegajoso líquido con poco éxito. Así que baje mi falda hasta los valores lógicos de una dama, cerré mi camisa como la moral de una digna mujer casada lo indica y me retiré de esa oficina con la frente en alto.
Esa noche ya en mi hogar, tuve sexo con mi esposo varias veces imaginando y deseando que él fuese Juan.
Hoy, hace 6 meses soy secretaria.
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