Debía encontrarme con ella en la playa; estaba apurando el paso, porque ya iba demorada. Entonces me crucé con él…
Era un cuerpo enorme, coronado por un rostro muy apuesto.
Lo miré a los ojos y él me sostuvo la mirada.
Sus ojos siguieron las curvas de mi cola y los míos la suya.
Vestía solo una diminuta sunga roja, que dejaba a la vista no solo sus musculosos glúteos, sino también un interesante bulto prominente por delante.
Sentí que mi labia se estremecía, pero esa tarde estaba en modo “les”, así que solo me preocupaba llegar a la cita con mi nueva amiga y que ella no se hubiese ido por mi demora.
La vi a lo lejos, recostada sobre una reposera, bajo una amplia sombrilla. Me acerqué y ella me sonrió.
Nos besamos en ambas mejillas y le pedí perdón por la demora. Pero ella sonrió, diciendo que, hasta hace unos instantes, había estado ocupada con un nuevo amigo…
Me senté frente a ella, para mirarla bien.
Se encontraba despatarrada en esa reposera, los muslos abiertos en una pose muy poco femenina; la tela de su microtanga se perdía entre sus depilados labios vaginales.
Me pregunté cómo podía animarse a estar así en público.
Mi vista quedó fija en unas pequeñas manchas blanquecinas que cubrían sus voluptuosos pechos. Ella siguió mi mirada y se disculpó, confesándome que su nuevo amigo era responsable por esas manchas.
Por curiosidad, le pregunté si tenía más manchas blanquecinas en algún otro lugar.
Por toda respuesta, la perra me regaló una mirada de completa lascivia, mientras deslizaba su breve tanga a un lado…
Entonces, volví a pensar en esa sunga roja…
Era un cuerpo enorme, coronado por un rostro muy apuesto.
Lo miré a los ojos y él me sostuvo la mirada.
Sus ojos siguieron las curvas de mi cola y los míos la suya.
Vestía solo una diminuta sunga roja, que dejaba a la vista no solo sus musculosos glúteos, sino también un interesante bulto prominente por delante.
Sentí que mi labia se estremecía, pero esa tarde estaba en modo “les”, así que solo me preocupaba llegar a la cita con mi nueva amiga y que ella no se hubiese ido por mi demora.
La vi a lo lejos, recostada sobre una reposera, bajo una amplia sombrilla. Me acerqué y ella me sonrió.
Nos besamos en ambas mejillas y le pedí perdón por la demora. Pero ella sonrió, diciendo que, hasta hace unos instantes, había estado ocupada con un nuevo amigo…
Me senté frente a ella, para mirarla bien.
Se encontraba despatarrada en esa reposera, los muslos abiertos en una pose muy poco femenina; la tela de su microtanga se perdía entre sus depilados labios vaginales.
Me pregunté cómo podía animarse a estar así en público.
Mi vista quedó fija en unas pequeñas manchas blanquecinas que cubrían sus voluptuosos pechos. Ella siguió mi mirada y se disculpó, confesándome que su nuevo amigo era responsable por esas manchas.
Por curiosidad, le pregunté si tenía más manchas blanquecinas en algún otro lugar.
Por toda respuesta, la perra me regaló una mirada de completa lascivia, mientras deslizaba su breve tanga a un lado…
Entonces, volví a pensar en esa sunga roja…
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