You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Mi compañera de trabajo me da clases de sexo

Había egresado de la escuela, y todavía faltaban unos meses para  comenzar la universidad. Quise, por primera vez, vencer mi pereza y aprovechar el tiempo, ganar un poco de dinero para el próximo año. Con el fin de sortear el suplicio de levantarme temprano, opté por un trabajo nocturno, en un bar del centro de la ciudad, al que había ido algunas veces como cliente. El horario era desde las 6 de la tarde hasta las 2 de la mañana, me acomodaba, al fin y al cabo a esa hora me estaba durmiendo, jugando algún videojuego, o viendo series hasta me venciera el sueño. No fue tan difícil que me aceptaran, en esa época del año la vida nocturna aumenta bastante, y suelen necesitar trabajadores temporales.

Me pusieron de mesero, les preguntaba a los clientes que querían pedir, y llevaba el mensaje a la barra, a veces el ritmo era frenético, agotador, pero poco a poco me fui acostumbrando. Pero nada de esto es importante, no les vine a contar la historia de como fui aprendiendo a hacer mi trabajo. Les vengo a contar como fue que mientras todos querían bebidas alcohólicas, yo lo único que quería era follarme a Clara, la de la barra.

Desde el primer día, o más bien, desde el primer minuto, me fijé en ella. Debía tener unos treinta años, un rostro que era como una obra de arte espontánea, un poco morena, la nariz respingada, los rangos definidos, una suerte de geometría amable que le daba una belleza casi matemática, los ojos entre marrones y verdes, unos labios no muy grandes, pero atractivos, y el pelo ni muy largo ni muy corto, suelto, libre, negro. Y vamos bajando, sus pechos no precisamente grandes, pero firmes, llenos de vida, no necesitaba sujetador, se mantenían, por si mismos, en la posición adecuada. Casi siempre se vestía con una camiseta apretada, que dejaba ver una parte de su vientre, desde ombligo hasta el comienzo de sus leggins, era un viente delgado, y daba la impresión de ser un tanto duro, ejercitado, pero no demasiado. Como dije, no usaba sujetador, y, por lo mismo, usualmente solía notarse el relieve de sus pezones, esos dos puntitos que me distraían de sus dos ojos, cuando llegaba con el pedido, y se me olvidaba todo. Y bueno, todavía falta lo mejor, su culito, era, y no exagero, perfecto, el tamaño justo, como dos manzanas deliciosas, y he decir lo mismo de sus muslos, todo en ella tenía el punto justo entre el volumen y la delicadeza.

Siempre he sido un poco tímido, y en este ocasión más aún, pues ella tenía alrededor de treinta años y yo apenas dieciocho, y mis experiencias se limitaban a algunos besos, lamentablemente, así que difícilmente me atrevería a decirle algo más que los pedidos, y menos aún a hacer explicito mi interés. Pero las mujeres siempre perciben el deseo, y a ella lejos de molestarle, parecía gustarle.

Cuando cerrábamos, y todos se iban, nos quedábamos más o menos una hora a limpiar el lugar. Y dado que no es precisamente seguro caminar por la calle a las tres de la mañana un día se ofreció a llevarme en su auto. Yo, bastante nervioso, acepté. Ella intentaba iniciar la conversación, pero yo me limitaba a responder con monosílabos. Cuando llegamos nos despedimos de un beso en la mejilla, o más bien en la comisura, y luego me regaló una pequeña sonrisa, y me dijo tranquilo, no pasa nada, acariciándome la pierna, peligrosamente cerca de mi pene, que levantaba mi pantalón, completamente erecto. Estoy seguro de que se dio cuenta, pero no hizo nada más que mirar mi bulto unos segundos, levanto la mirada y me dijo - Te doy permiso para pensar en mi cuando tengas que liberar esa tensión que no te dejara dormir -, me despedí y me baje del auto, sin entender del todo lo que había pasado. Era cierto, tenía que liberar esa tensión y imagine un escenario ligeramente distinto de esa despedida en el auto, ella bajando el cierre y dándome la mamada de mi vida.

En una ocasión, ya habiendo cerrado, nos íbamos a una suerte de patio trasero, a fumarnos unos cigarrillos antes de irnos, generalmente éramos cinco o seis personas los que participábamos de esa tradición, pero esa vez, todos se fueron yendo y nos quedamos solo nosotros dos, y yo ya no respondía con monosílabos, nos divertíamos conversando, me gustaba hacerla reír, y escucharla. Me dijo que llevaba 5 años trabajando ahí, pero estaba aburrida, quería irse, viajar, probar suerte en alguna parte de Europa, aprender idiomas, vivir nuevas experiencias. Yo le dije, no parece que estes aburrida, cumples muy bien con tu trabajo, los clientes van una y otra vez a la barra, y directamente hacía ti. - Es que tengo un secreto - me dijo, y me tomo el dedo indice, y lo llevo a su pezón, se fue acariciando lentamente, en círculos suaves, primero uno, después otro, y luego me salto la mano, ahí estaban, sus pezones marcaditos, y mi mirada sin poder despegarse de ellos. - Adentro no siempre hace frío, tu más que nadie lo debe saber, si siempre estas caliente, dijo mirando mi bulto - y yo en un acto de valentía, tome su mano, y la puse suavemente sobre mi polla, por  sobre el pantalón, - Para equilibrar las cosas, tu diriges mi mano, yo dirijo la tuya. Se rió y me dijo - Ya se hace tarde, mejor me voy ahora antes de que pase alguna otra cosa.

Nuestras conversaciones post trabajo se fueron haciendo una costumbre. Ella solía contarme sus experiencias amorosas, sexuales, y yo no tenía mucho que contarle, y para no mentir, decidí ser honesto - Apenas he dado algunos besos, y creo que ni eso hago bien -, - Bueno, yo te puedo enseñar, solamente con intenciones pedagogicas, ya sabes - me respondió, y se acerco a mi boca, abre un poco la boca, no tanta luego, ve de a poco, que nuestras lenguas jueguen, pero tímidas, cosas así me decía y yo me aplicaba en mi estudio. Cuando ya llevábamos varias clases, y casi sin pensarlo, le puse la mano en el culo, apretando un poco  esa fruta deliciosa, 

- Ey eso no te le enseñado - 
-Bueno, bueno, estoy adelantando lecciones, soy un buen alumno -
- Mmmm, me mereces un premio -

Acerco su boca a mi cuello, y me comenzó a dar besos mínimos, apenas rozándome con la puntita de la lengua, dándome pequeñas mordidas, mientas con la mano me acariciaba el bulto, suavemente, abriendo y cerrando los dedos. Difícil explicar el placer que experimenté al sentirla en mi cuello. No estaba preparado para eso, y acabé sin apenas empezar. Aunque ella estuvo lejos de reprochar mi entusiasmo. Metió mi mano dentro de mi calzoncillo, y la sacó cubierta de leche, para luego lamerse la palma de la mano.

"Para equilibrar un poco las cosas, yo saboreo, tu sabores" - Me dijo y tomo mi mano, deslizandola por dentro de su leggins apretado. Sorprendentemente, no llevaba braga, una vez adentro, recorrí su concha, empapándome con sus jugos, y justo antes de que me atreviera a ír mas alla con mis dedos, saco mi mano. Yo hice lo unico que podía hacer, lamer la palma de mi mano, saborear su calentura.

Desde ahí las cosas solo fueron a más. El momento clave fue cuando en vez de llevarme a mi casa, me llevó a la suya, y me invitó a pasar. Una vez adentro me dijo que teníamos que seguir con las lecciones. Y vaya que aprendí las semanas siguientes.

Lamí sus pezones, ligera mi lengua circulando por su areola, los  mordía apenas, con cuidado. Escuche sus gemidos, a veces susurros, a veces gritos destemplados. Aprendi que hay que ir de a poco, bajar por su viente, deslizar mis dedos por sus brazos, por su espalda. Recorrer, un largo tiempo, la parte interior de sus muslos con mis labios, reconocer el terreno, acostumbrarme a su cuerpo, permitir que, de a poco, su conchita se humedeciera, como un lago en el que pronto podría sumergirme, o más que un lago, una terma. Y bueno, lo que más me gustaba, lamer su concha, tomarme el tiempo necesario, beberla, probarla, sentir su sabor empapando mi cara. Dejar el clitoris para después. Primero apenas respirar, de cerca, demostrarle mi entusiasmo con mi aliento agitado, dejar que la toque el viento. Después posar mi lengua, como un ave aterrizando, hacer presió, soltar, hacer presión, soltar. Después recorrerla de arriba a abajo, sin apuros, y recién ahí, concentrarme en su clitoris, ahora más rapido, mi lengua tiritando en el tembloroso de su sexo. Finalmente, los gemidos destemplados, su espalda arqueada, su vientre contrayéndose, mi cara, mi sonrisa, empapada. 

También se trataba de recibir el deseo con paciencia, mirarle los ojos cuando me lamía la polla con maestría, rodeando con su lengua mi glande, recorriendola desde la base hasta la punta, verlo entrar completamente en su boca, eyacularle la carita sonriente. Y aun no hablado de entrar en ella, de penetrarla atento, conociéndome, evitando que el entusiasmo me juegue una mala pasado, sentir sus paredes, percibir como se aprietan masajeándome la polla, irme dentro de ella, caer casi dormido sobre su cuerpo.

A esa altura merecía otro premio. Me dijo acuéstate, me dijo quédate quieto, y se sentó, suavemente, en mi cara, con su concha en mi boca, frotandola cada vez más rapido, empapándome todo el rostro, chorreando su fluido por mi cara. Y que alegría sentirla cabalgar, sentir todo su deseo reposando en mí, como una fuerza natural ante la que solo me quedaba deslumbrarme. Todo eso aprendí de ella.

Se acababa el verano, se acababa mi trabajo, pero también el de ella. Iba hacer lo que me comentó, irse, viajar, conocer, jugarse su destino en otras latitudes, dejar de estar aburrida. Al principio me apenó, no podía aceptar que ese idilio terminara, era como tener un sueño delicioso, y luego despertar, y darse cuenta que no era cierto. Pero con el tiempo, a medida que quedaban menos días para el desenlace, fui comprendiendo que el ciclo, había terminado, que el destino nos había juntado para aprender, para habitar el placer como un refugio de fuego, pero siempre llega la hora de abandona el refugio, de lanzarse a caminar por la intemperie.

El ultimo día se acerco a mí y me pasó un cajita, - Abrela cuando llegues a tu casa - Me dijo. Lo primero que vi fue una carta, en un sobre, y una bolsa de negra, de plástico. Primero leí la carta.

"Que locura estos meses. Creo que no hay lugar de mi cuerpo por que no hayas visitado con tu lengua. Y, a veces, cuando me estoy quedando dormida, siento que el eco de mis gemidos sigue dando vuelta por mi habitación. Te extrañare, extrañare tus palabras, tu polla, tu leche, tu verga hundida en mi como una espada generosa. La atención con la que me comías la concha, como si fuera lo más delicioso que has probado. Y ese orgasmo que me diste solo besando mis pezones, fue largo como un verano. Te dejo un regalo para que no me olvides."

Abrí ansioso la bolsa negra, y adentro encontré sus bragas, absolutamente empapadas, las acerque a mi cara y las olí, como quien sale a la superficie tras estar sumergido mucho tiempo en el agua y respira la mitad de la atmósfera. Así las olí, y me masturbe pensando en ella, al fin y al cabo, cuanto todo empezaba, me había dado permiso para hacerlo, para aliviar la tensión que no me dejaría dormir.

Se habían acabado las lecciones, y ya era hora de entrar a la universidad, la verdad que comenzaría mis estudios bastante preparado, había adelantado algunas asignaturas, y estaba deseoso de poner en practica mis conocimientos.

0 comentarios - Mi compañera de trabajo me da clases de sexo