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Me gustan las pendejas -que disfrutan señores mayores-

Me gustan las pendejas que saben disfrutar de señores mayores
Cuando recibí su mensaje, hice lo que tenía que hacer: cancelé todas las reuniones, pasé la agenda al otro día, suspendí reuniones, llamadas, escritos para mañana, porque ya se sabe, hay cosas que no se pueden dejar pasar. 
El mensaje que recibí en el telegram fue largo, pero muy preciso: 
“Quizás lo sepas, pero igual te lo voy a decir. Elegí mi seudónimo porque soy una diosa, y además, porque soy la hija de Júpiter. Soy, o quiero ser, la diosa de la sabiduría, de las artes, de las técnicas de la guerra. Después de todo, ¿Qué es el sexo, sino la guerra entre dos cuerpos que quieren trabarse en batalla, y penetrarse y dejarse penetrar, hasta quedar exhaustos?
Soy joven y mi cuerpo arde, y cuando me escribís, se nota que lo haces desde el deseo real. No te gustan los juegos virtuales, es claro que sos de otra época. Porque sabes usar las palabras. Me decís cosas y me haces calentar. Y estoy segura de que vos también te calentás, porque lo decís desde tu propia calentura. 
Para vos, no es un juego. Lo sé. Es una cacería. Es el preludio de una batalla que querés realmente librar. 
No sabes que para mí es un juego. Que me divierte. Que me calienta porque mis palabras te excitan, y me enorgullece saber que un hombre grande, con toda tu experiencia, pierda su tiempo tratando de levantarme. 
Nunca me vas a tener en tus brazos. Me gusta masturbarme pensando en vos y en tus palabras, pero mi juego termina acá. 
Igual sos un hijo de puta que me sabes llevar. Despacio. Sos un cazador muy experimentado. Sabes que si la vas de arrebato, desaparezco. 
Lo viste aquella vez que desaparecí y aparecí con otro disfraz. Este disfraz de diosa me queda bien. Ya no soy la pendeja putita y calentona de antes. Ahora todos ya saben que para tenerme, tendrán que saber que se enfrentan con una diosa, que sólo busca satisfacerse sola. Me mandan groserías, pijas paradas, fotos mías en sus ordenadores, con pijas enormes adelante. Me hacen tributos. Como se merece una diosa.
Pero con vos es distinto. Hay algo en tu decir que me provoca cosas reales en el cuerpo. Me haces dudar. Me presionas. Y yo cedo. Y luego retrocedo. No puedo sucumbir a tus juegos de seducción.
Aun cuando hablar con vos sea diferente. Me dejas encendida. 
Lo de anoche es una muestra de eso: mostrarme tu acabada después de nuestro diálogo me puso como loca. Tu mano llena de leche. Y eso lo logré yo solita, a la distancia. Solo con mis palabras. O casi solo con ellas. Porque te mostré fotos de mi cuerpo. De parte de mi cuerpo. 
Pero bueno, ahora debo confesar lo que pasó. No pude dormir casi nada, pensando en tu cuerpo, temblando, atravesado por un orgasmo que te propinaste con tus manos, pero por culpa de mis palabras y mis fotos. Me imaginé encima tuyo, sacándote la leche con mi concha, cabalgándote. 
Y no fueron dos ni tres. Fueron cuatro pajas las que me tuve que dar con mis dedos. Para poder conciliar el sueño
Y pensarte así, y pensarme así, me ponen en riesgo. Es un juego, y aquí termina. No quiero arriesgarme a un encuentro real. 
Pero me despierto a la mañana, y me descubro pensándote otra vez, y no puedo creer estar pensando en un señor, mucho más grande que yo. Veinte años mayor que yo. No tiene nada que ver. 
Pero hago dos cosas, casi sin pensar. Publico en público una foto de mi bombachita negra, tocándome, porque se que vas a comentar. Y lo hacés, hijo de mil putas, también públicamente, exactamente lo que yo sabía que iba a escribir. Eso de que no hay nada más rico que el autoplacer. 



Me gustan las pendejas -que disfrutan señores mayores-


Me gusta que seas perseverante. 
Pero también te desafío y te dejo un mensaje en su celular. 
Lo hice adrede, sabiendo que juego fuego. Poner simplemente “buen día, estoy caliente” para provocar tu “Dejate llevar” y sin perder el tiempo empieces a desarrollar una escena nueva, prometiéndome ese primer encuentro en el que me atas las manos con tu corbata, y me pones boca abajo, desnuda. Y me envuelvas con tus manos y aceites y me masajees el cuello.
Y el riesgo sube cuando te leo, porque, después de todo, qué bien me vendría un masaje en el cuello ahora mismo, después de tantos días de estar estudiando, tengo la espalda a la miseria 
¿Cómo hacés, hijo de puta, para saber siempre lo que necesito realmente? ¡Ni siquiera me conoces la cara! 
Debo confesarlo: me gustan los hombres grandes. 
Sabes por donde atacar. Me hablas de tus manos fuertes, recorriéndome la espalda, desde la columna hasta la cintura. Me susurras cosas al oído, o al menos eso es lo que me imagino cuando te leo, y yo siento dos manos en mi espalda recorriéndome, y siento que empiezo a mojarme.
Descubro que gimo cuando decís que no me va a tocar hasta que no esté temblando, hasta que no te implore, y propones una caricia por mis piernas, por mis pies, por mis muslos.
Y acá va otra confesión más: esta provocación me lleva casi sin darme cuenta a rozarme los pechos con mis manos, y una corriente eléctrica desciende hasta mi vientre, cuando con dos dedos me aprieto un pezón. Se me escapa un gemido, espero que no me escuchen del otro lado de la puerta, pero no puedo creer que tenga los pezones duros, y me sigas diciendo cosas de todo lo que desearías hacerme, y no puedo evitar meter mi mano adentro de la bombacha, y notar lo mojada que estoy ¿Cómo puedo mojarme así? Y me muerdo los labios cuando mi dedo encuentra el clítoris. Y saco la mano y cierro la puerta. Miro tu nuevo mensaje que dice que vas a frotarme las nalgas con ese aceite, que quema, como tus manos, como mi cuerpo.
Dame un chirlo, te digo, y me respondes que no sea rebelde, que me vas a dar un chirlo de verdad, y me sonrojo. 
Quiero jugar con vos, y ya no puedo, estoy ardiendo. Me saco la ropa y me meto debajo de las sábanas, y sigo leyéndote, y mi cuerpo tiembla. No puedo dejar de tocarme la concha con mis dedos, y no puedo dejar de gemir. 
¡Si al menos pudieras escucharme cómo me pones!
Mejor que no, a ver si todavía te crees que me tenés en un puño, y que podes hacer conmigo cualquier cosa.
Me da miedo. Me da mucho tiempo saber que es cierto, que me tenés en un puño. 
Pero no puedo, no puedo. No te conozco. Es una locura. 
Me decís que me vas a dar vuelta, y que vas a estar parado, y que abrirás mis piernas apoyando la punta de la pija sobre mi clítoris, pero que no te vas a mover.
¿Podés ser tan hijo de puta de aguantarte?
Decís que mis movimientos provocarán que nos frotemos, y que rogaré por que me cojas, y es cierto, estoy rogando por sentirte adentro mío. 
Me prometes apoyarme las manos en mis pechos, y que firme, aunque lentamente, me penetrarás, y cuando tenga toda tu pija dentro mío, empezarás a moverte lentamente, haciendo círculos sobre mí con sus caderas. 
No puedo más. Hundo mis dedos en mi concha. Me la froto. Estoy casi a punto de acabar. Quiero que sigas, por favor, y me descubro rogando, tal como lo predijiste.
No podes ser más hijo de puta. Me tocas sin tocarme. Es como si estuvieras acá, quiero treparte y dejarme caer sobre tu pija, quiero sentirla dentro mío mientras me chupás las tetas. 
Me estoy muriendo de placer. Siento la pequeña muerte que me atraviesa por el cuerpo. Desde el centro de mi cuerpo hasta mi cuello, y desde allí descendiendo por toda la columna vertebral. Mi cabeza vuela, un orgasmo me atraviesa todo mi cuerpo, suelto un gemido fuerte, no me importa que me escuchen. Estoy toda mojada. Y las sábanas, y acabo como una perra, como una puta, como una yegua. No, como una diosa. Como la diosa de las guerras que soy. 



pendeja




Y vos, que sos un señor grande, me haces acabar desde el celular. 
Me quedo temblando, y en ese instante de confusión, tu mensaje: “estoy temblando” 
No puede ocurrir lo mismo de un lado y del otro, sin siquiera tocarnos. Nos estamos tocando del modo más genuino en que dos personas pueden conectarse. 
Quiero chuparte la pija, te digo, pero no te dije que tuve la acabada más rica de los últimos tiempos. 
Cuando me decís que necesitas que te chupe la pija y que te voy a hacer acabar, no puedo creer que estoy calentándome otra vez. Pienso en tu pija, en la vena gruesa de tu pija dentro de mi boca, y me viene una nueva oleada de placer. 
Me arrepiento, pero ya está. Todo se desmorona, pero no hay razones para dejar pasar un momento así. Entonces, escuchame bien hijo de mil putas, ¿cuánto tardas desde el centro para llegar a mi casa?
Cuando terminé de leer su enorme confesión, le dije que me diera quince minutos para acomodar mi agenda, y que en media hora estaba en la puerta de su casa. 

3 comentarios - Me gustan las pendejas -que disfrutan señores mayores-

complices_mardel +1
necesito el libro urgente!
VoyeaurXVII
da para libro de relatos decís?

si nos comunicáramos de otra forma (por ej, Telegram) podría pasarles un libro que tengo escrito, capítulo a capítulo)
complices_mardel +1
@VoyeaurXVII mándanos mensaje
VoyeaurXVII
hecho!
Gabriela619 +1
Wooooooow me sentí super identificada. Aquí tienes una nueva seguidora. Saludos!
VoyeaurXVII +1
gracias por el comentario, por los puntos y por seguirme!