Me dijo que terminaba de hacer unos trámites y que se iba a acercar un poco más tarde, pero que aprovechara y fuera a la hora convenida, así no me perdía detalle.
Pero cuando llegué al lugar -una hermosa casa con parque- las tres mujeres y los dos hombres que nos habían invitado estaban cortados, no sabían qué hacer. Apenas si habían puesto algo de música, y charlaban de cosas sin demasiado sentido, así que tomé la decisión de llamarla y decirle "venite porque esto no arranca sin vos"
Preparé unos gin tonic potentes, para templar un poco el espíritu, y en homenaje, la canción de Jane Birkin con el degenerado del marido.
Parecía una puesta en escena cuando ella llegó, la música estaba a pleno con el j’etaime, j’etaime, los tragos empezaron a hacer soltar a la gente, y ya había miradas más penetrantes, y carcajadas nerviosas, cuando me dio la señal de poner manos a la obra.
Se sentó entre los dos hombres, y empezó a acariciarles los muslos por encima del pantalón subiendo hasta la ingle. Yo, por mi parte, tomé a Alicia de la mano, mientras besé la boca de Cecilia.
Ya sin disimulos, ella desabrochó un pantalón y y liberó una pija que se tragó entera, y yo levanté una pollera y en un solo movimiento saqué una tanga.
El silencio se estaba poniendo pesado, y apenas un poco aliviado por la música lenta, empalagosa. Ella soltó la pija que tenía en su boca y se trepó a Santiago. No le importaba frotarse contra él aún con el pantalón puesto, tal era la calentura que tenía el hombre. Alejandro, por su parte, recibió en su boca la lengua inquieta de mi mujer, sin importarle la mirada atenta de María José.
Todos estaban animándose, romper el hielo en estas ocasiones no es nada sencillo. Solo faltaba que se animaran a tocarse entre ellos.
Mientras tanto, ella y yo, en el centro de la escena, y espalda contra espalda… nos disponíamos a sacarles la ropa, dejarla caer en el suelo, estimularlos con caricias, roces y besos, y con suave empujones llevarlos hacia el enorme futón, donde, sabíamos, los siete íbamos a darnos placer por muchas horas más.
Fue así que mi mujer apoyó su espalda contra el torso de Alejandro, y se dejó penetrar así, y la agarró de los hombros a María José, tumbándola enfrente de ella y sometiéndole a la mejor chupada de concha que había recibido en su vida.
Eso animó a Santiago, que empezó a cogerse sin mucho preámbulo a Cecilia, mientras yo me ocupaba de Silvana, la más retraida, que estaba como congelada mirando el trío entre mi mujer y la pareja; y la cogida furiosa que Santiago le estaba dando a Cecilia, y que ella recibía con gemidos y mucho placer.
Así que la tomé de la mano, la senté muy cerca de la parejita salvaje, y empecé a masturbarla muy despacito.
Se dejó hacer como si no sintiera nada, y yo seguí haciéndole, porque tenía la concha super lubricada de calentura.
Hasta que no pudo disimular más, y se descontroló. Se subió encima mío, y se clavó la pija hasta el fondo, como si se la quisiera tragar con la concha, y empezó a convulsionar un orgasmo tan potente, que la sostuve con mis manos para que no se cayera.
Y eso fue solo el principio de esa reunión entre amigos sofisticados, pero que, con los estímulos suficientes, y la maldad necesaria, cogían como desaforados, como si fuera la primera vez.
Pero cuando llegué al lugar -una hermosa casa con parque- las tres mujeres y los dos hombres que nos habían invitado estaban cortados, no sabían qué hacer. Apenas si habían puesto algo de música, y charlaban de cosas sin demasiado sentido, así que tomé la decisión de llamarla y decirle "venite porque esto no arranca sin vos"
Preparé unos gin tonic potentes, para templar un poco el espíritu, y en homenaje, la canción de Jane Birkin con el degenerado del marido.
Parecía una puesta en escena cuando ella llegó, la música estaba a pleno con el j’etaime, j’etaime, los tragos empezaron a hacer soltar a la gente, y ya había miradas más penetrantes, y carcajadas nerviosas, cuando me dio la señal de poner manos a la obra.
Se sentó entre los dos hombres, y empezó a acariciarles los muslos por encima del pantalón subiendo hasta la ingle. Yo, por mi parte, tomé a Alicia de la mano, mientras besé la boca de Cecilia.
Ya sin disimulos, ella desabrochó un pantalón y y liberó una pija que se tragó entera, y yo levanté una pollera y en un solo movimiento saqué una tanga.
El silencio se estaba poniendo pesado, y apenas un poco aliviado por la música lenta, empalagosa. Ella soltó la pija que tenía en su boca y se trepó a Santiago. No le importaba frotarse contra él aún con el pantalón puesto, tal era la calentura que tenía el hombre. Alejandro, por su parte, recibió en su boca la lengua inquieta de mi mujer, sin importarle la mirada atenta de María José.
Todos estaban animándose, romper el hielo en estas ocasiones no es nada sencillo. Solo faltaba que se animaran a tocarse entre ellos.
Mientras tanto, ella y yo, en el centro de la escena, y espalda contra espalda… nos disponíamos a sacarles la ropa, dejarla caer en el suelo, estimularlos con caricias, roces y besos, y con suave empujones llevarlos hacia el enorme futón, donde, sabíamos, los siete íbamos a darnos placer por muchas horas más.
Fue así que mi mujer apoyó su espalda contra el torso de Alejandro, y se dejó penetrar así, y la agarró de los hombros a María José, tumbándola enfrente de ella y sometiéndole a la mejor chupada de concha que había recibido en su vida.
Eso animó a Santiago, que empezó a cogerse sin mucho preámbulo a Cecilia, mientras yo me ocupaba de Silvana, la más retraida, que estaba como congelada mirando el trío entre mi mujer y la pareja; y la cogida furiosa que Santiago le estaba dando a Cecilia, y que ella recibía con gemidos y mucho placer.
Así que la tomé de la mano, la senté muy cerca de la parejita salvaje, y empecé a masturbarla muy despacito.
Se dejó hacer como si no sintiera nada, y yo seguí haciéndole, porque tenía la concha super lubricada de calentura.
Hasta que no pudo disimular más, y se descontroló. Se subió encima mío, y se clavó la pija hasta el fondo, como si se la quisiera tragar con la concha, y empezó a convulsionar un orgasmo tan potente, que la sostuve con mis manos para que no se cayera.
Y eso fue solo el principio de esa reunión entre amigos sofisticados, pero que, con los estímulos suficientes, y la maldad necesaria, cogían como desaforados, como si fuera la primera vez.
1 comentarios - Descontrolando en una orgía a señores sofisticados
(y sí, estuvo tan bueno que no entra en las palabras)