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Mi primer día de trabajo

La crisis y una pésima situación económica hicieron que tuviera que ponerme a trabajar, trabajo que me puso en una serie de situaciones que hasta aquel momento jamás habría podido imaginar.
Hola a todos, mi nombre es bolita, bolita255, lo que podéis leer más adelante ocurrió hace algo más de dos años, la crisis y una pésima situación económica hicieron que tuviera que ponerme a trabajar, trabajo que me puso en una serie de situaciones que hasta aquel momento jamás habría podido imaginar.

Comenzaré por describirme para que así todos tengáis una idea más o menos de como soy: Tengo 42 años, aproximadamente mido 1,70, no soy gordita aunque tampoco tengo una figura atlética, sino más bien entradita en carnes, lo que muchos destacan de mí, son los pechos, calzo una buena talla además de mantenerlos firmes, y el culo, según dicen algunos hombres tampoco está nada mal. Según mi marido – en aquel momento llevaba 22 años casada – son las dos partes de mí que más le ponen.

Como dije al principio, la mala situación económica que originó la crisis estaba haciendo difícil la convivencia en casa, mi hija parada, mi marido más tiempo de baja que trabajando y yo, no trabajaba desde hacía ya tres años.

Una tarde, mientras salía a pasear al perro vi un papel en la puerta de un bar, en el solicitaban una empleada para realizar las tareas del hogar, sin más dilación me dispuse a llamar al teléfono de contacto, me citó para hablar esa misma tarde, y en esa misma charla me emplazó a comenzar el trabajo al día siguiente, tan ilusionada estaba, que olvidé por completo que debía acompañar a mi marido al hospital.

Disgustada por tener que faltar en mi primer día de trabajo, decidí levantarme antes de tiempo, y arreglada para volver después con mi marido, me presenté en casa de mi jefe que con bastante sorpresa me abrió la puerta, me invitó a entrar y tomar un café, sentados en la cocina le expliqué mi problema y le comenté que después volvería, Don Andrés no puso inconveniente alguno, todo lo contario. Ya terminándonos el café me pareció sorprenderle mirándome las piernas – llevaba una falda tal vez un poquito corta, pero desde luego nada exagerado – de todos modos decidí restarle importancia, tal vez pensé eran paranoias mías.

Decidida a causar buena impresión en mi primer día de trabajo, nada más salir de la consulta me presenté en casa de mi jefe, no quería que Don Andrés pensara que era una aprovechada y no perdí tiempo ni para cambiarme de ropa. Ya dentro me dediqué a recoger un poco la casa, de nuevo, me pareció observar que Don Andrés estaba demasiado pendiente, pendiente de mi culo en ésta ocasión, pero su trato conmigo era en todo momento correcto y educado, quizá por eso comencé a pensar que era culpa mía por acudir al trabajo de esta guisa.

A medio día comencé a preparar la comida y de nuevo Don Andrés allí con migo, sin quitar ojo de mis piernas ni de mi culo, que cada vez que me inclinaba le mostraba en primer plano, lo curioso es que ahora no me molestaba, todo lo contrario, comencé a sentirme alagada, a nadie le amarga un dulce y Don Andrés a fin de cuentas solo miraba. Mientras él comía, yo seguía recogiendo la casa, según lo que hablamos el día de la entrevista yo tenía tres horas desde la una para ir a casa a comer, pero como prácticamente había perdido toda la mañana, decidí quedarme y así cumplir con todo mi horario.

Después de comer Don Andrés me dio una lista de cosas que debía comprar por internet, a cada objeto le seguía la tienda donde debía comprarlo. Sentada a la mesa del salón, decidí ordenar los productos por tiendas para tardar menos en realizar la compra, mientras tanto Don Andrés permanece sentado en el sofá de enfrente viendo el televisor, varias veces le había sorprendido mirándome las piernas, ahora sentada mi falda estaba más arriba de la mitad del muslo, y el hombre no perdía detalle, sin embargo, lejos de molestarme me estaba empezando a gustar, incluso me sorprendí a mí misma abriendo de vez en cuando un poquito las piernas para que pudiera ver mejor.

En poco más de cinco minutos mi jefe tuvo que poner sus manos sobre la entrepierna para disimular su erección, en ese momento me sentí culpable por lo que había hecho, me había comportado como una calienta braguetas y me sentía avergonzada por ello, en más de 20 años de matrimonio, jamás había tenido un episodio similar, y ni que decir tiene que nunca he sido infiel a mi esposo al que quiero con locura. Aun así seguía excitada así que decidí bajarme la falda todo lo posible para taparme cuanto más mejor.

Don Andrés se acercó a mí para ver que tal iba con las compras, apoyó su mano izquierda en el respaldo de la silla inclinándose hacia delante para poder ver la pantalla del ordenador, esta situación también le venía bastante bien para disfrutar de mi escote, vista, que sin duda le estaba gustando a juzgar por la dureza de su miembro, dureza que comenzaba a sentir yo en mi hombro derecho.

Don Andrés era un hombre de unos 70 años pensaba yo, esta reacción en un hombre solo, de su edad, es normal, pero aquella situación no me gustaba, me sentía incómoda e intentaba apartarme, sin embargo mi hombro siempre acababa pegado a su paquete. En esas estábamos cuando Don Andrés pasó su mano del respaldo de la silla a mi hombro, yo no sabía cómo actuar ya que verdaderamente no me había propuesto nada, tan solo había puesto una mano sobre mi hombro y lo había hecho como algo natural, sin embargo aún podía notar la dureza de su miembro en mi hombro derecho ¿sería algo casual?, quizá yo tenía la culpa de su estado por haberme portado como una calienta pollas.

Decidí no darle mayor importancia a pesar de no encontrarme nada agusto con aquella situación, ya no quedaba mucho para terminar las compras y aquello terminaría, Don Andrés se inclinaba con mucha frecuencia y al hacerlo su paquete se restregaba con mi brazo, una de esas veces en que se inclinó aprovechó para poner su mano en mi muslo, lo hizo con mucha naturalidad, como si hubiese sido un acto reflejo, algo de lo más normal. Yo seguía aguantando, estoy terminando pensaba, pero cada vez que Don Andrés se inclinaba a la pantalla la mano de mi muslo subía un poquito más, yo ni siquiera lo miraba, tenía la vista pegada a la pantalla del ordenador, la miraba fijamente sin querer ver nada más, seguía escribiendo el nombre de los productos a buscar, cuando noté que su mano izquierda pasaba de mi hombro a mi pecho, quise abofetearle, llamarle de todo, e incluso levantarme y marcharme de allí para no volver, pero lo único que hice fue separar una pierna, no sé porque, nunca lo he entendido pero esa fue mi reacción.

Al abrir la pierna Don Andrés aprovechó para llevar su mano al interior del muslo, con ella comenzó un lento pero firme ascenso, subía la mano acariciando mi muslo con mucha destreza, a esas alturas la mano de mi pecho ya buscaba con ahínco mi pezón por dentro del sujetador, masajeaba con dulzura poniéndome como una perra, mientras la otra mano ya había subido por encima de la media, lo que tocaba ahora era la carne de mis muslos, mientras con uno de sus dedos acariciaba mi coño por encima de las bragas. Tenía las tetas al aire y la falda subida hasta el ombligo, el placer que sentía era tal que no podía ni abrir los ojos, solo jadeaba y suspiraba cada vez con más fuerza.

Mis jadeos se convirtieron en verdaderos suspiros de placer cuando Don Andrés comenzó a meterme los dedos, primero uno, luego dos, e incluso tres, lo hacía despacito, con suavidad acelerando cada vez un poco, no tardé ni cinco minutos en llegar a uno de los mejores orgasmos de mi vida.

Lo primero que observé al abrir los ojos fue una larga y gorda verga que apuntaba directamente hacia mi cara, sin decir una palabra me la metí en la boca todo lo que pude, me esforcé a conciencia, la engullía casi por completo para luego sacarla hasta rozar el capullo con mis dientes, con dulzura me encargué también de que sus huevos recibieran el trato especial de mi lengua, para de nuevo metérmela entera en la boca, Don Andrés me sujetó la cabeza con sus manos mientras varios chorros de leche caliente me llenaban la boca, leche que yo tragué con gusto a excepción de lo que se escapó por la comisura de mis labios cayendo en mis tetas.

Después de limpiarle los restos de lefa de su verga, me puse en pie, momento que Don Andrés aprovechó para darme un cachete en el culo y decirme: vete ya para casa y no vayas a llegar tarde mañana, ya terminaremos el trabajo de hoy otro día

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