Le pregunté en qué andaba y me dijo que en nada.
No me convenció esa respuesta; por lo tanto, insistí.
Dejó escapar un bufido de impaciencia y me dio la espalda.
La seguí, tomándola por el brazo; la zarandeé un poco, para recordarle que yo era su tía, la única familia que le quedaba y era quien quería lo mejor para ella.
Sonrió con ironía y pude oler su aliento a marihuana. Había estado fumando otra vez y se lo recriminé por hacerlo. Pero entonces, la mocosa esta vez largó una carcajada, mientras encendía un cigarrillo.
Le solté una cachetada, pero solamente sirvió para que me dedicara una fea mirada de odio y profundo desprecio.
Se revolvió hasta conseguir escapar de mi agarre.
Llevó su mano a la entrepierna, en un gesto inequívoco y me miró otra vez.
Podía ver sus ojos vidriosos, su expresión perdida.
Estaba lenta de reacción, así que, con facilidad, la atrapé nuevamente.
Una nueva bofetada la derribó al piso.
Esta vez, me dedicó una mirada cargada de sensualidad, mientras sus pequeñas manos deslizaban su diminuto pantalón por sus muslos.
Pude ver sus labios mayores dilatados y humedecidos.
“Vamos, tía, no seas mala conmigo…” Susurró.
No me convenció esa respuesta; por lo tanto, insistí.
Dejó escapar un bufido de impaciencia y me dio la espalda.
La seguí, tomándola por el brazo; la zarandeé un poco, para recordarle que yo era su tía, la única familia que le quedaba y era quien quería lo mejor para ella.
Sonrió con ironía y pude oler su aliento a marihuana. Había estado fumando otra vez y se lo recriminé por hacerlo. Pero entonces, la mocosa esta vez largó una carcajada, mientras encendía un cigarrillo.
Le solté una cachetada, pero solamente sirvió para que me dedicara una fea mirada de odio y profundo desprecio.
Se revolvió hasta conseguir escapar de mi agarre.
Llevó su mano a la entrepierna, en un gesto inequívoco y me miró otra vez.
Podía ver sus ojos vidriosos, su expresión perdida.
Estaba lenta de reacción, así que, con facilidad, la atrapé nuevamente.
Una nueva bofetada la derribó al piso.
Esta vez, me dedicó una mirada cargada de sensualidad, mientras sus pequeñas manos deslizaban su diminuto pantalón por sus muslos.
Pude ver sus labios mayores dilatados y humedecidos.
“Vamos, tía, no seas mala conmigo…” Susurró.
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