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Corriendo(me) con mis hermanas 10

el inconfundible sonido de unas llaves rascar la cerradura de la puerta principal.

¡Nuestros padres! ¿Es que uno no podía correrse a gusto con sus hermanas? ¡Joder! ¡Siempre tenían que interrumpirme!

Vi como los ojos de Tara se abrían mucho de la sorpresa, aunque en su favor he de decir que ni siquiera dejó escapar mi polla de sus labios, y aún noté cómo su lengua se restregaba frenéticamente por la parte posterior de mi glande. Dios mío, cuánta abnegación. Sí que había sacado el lado competitivo de mi hermana.

Lamentándome por no poder disfrutar los estertores de mi orgasmo, tiré de su coleta hasta que desenfundé mi trabuco chorreante de saliva y semen de su boca y me lo metí como pude en los calzoncillos. Mi hermana seguía de rodillas, una expresión de terror y la boca con los carrillos llenos de mi semen. Incluso así, como un animal sorprendido por unos faros en mitad de la carretera, Tara estaba adorable y sexy.

Escuché como mis padres empezaban a sacar bolsas del coche para amontonarlas en la entrada y me apresuré a apostarme en el fregadero, haciendo como que lavaba algún plato. Mi pene pringoso dejaría una mancha en mis calzoncillos y dado que era lo único que llevaba puesto, tenía que esconderlo parcialmente de su vista. Tara, que empezaba a ponerse roja de vergüenza (¿y arrepentimiento, quizá?) trepó por el mueble para incorporarse justo en el momento en que mi madre entraba en la cocina para dejar la compra.

-          Ramoncete, me da igual como duermas, pero para estar en casa te pones por lo menos una camiseta y unos pantalones –fue la cálida bienvenida que me dio–. ¿Qué haces ahí?

-          Anita me ha robado la ducha en el último momento, así que estoy esperando a que salga –dije sin volver la cabeza–. Ya de paso limpio algún plato para desayunar, que la cochina tenía que fregar los de la cena y bien que se escaqueó.

Aquello era una flagrante mentira, porque mi hermana sí los había fregado; pensé que excusarme en alguien que no tenía forma de rebatir mi afirmación en aquel momento era puro genio de la improvisación.

Intentando aprovechar que mi madre estaba distraída hablando conmigo, Tara se volvió hacia el fregadero y escupió allí todo el semen que tenía en la boca. La miré de reojo. Creo que la pobre había intentado tragárselo… pero como ya había pasado con Anita, era demasiada cantidad. Imaginé que se le estaba cansando la boca de tenerlo allí, a punto de escurrírsele por las comisuras, y le desesperaba no poder contestar si mi madre le hacía alguna pregunta.

Sin embargo, nada escapa al ojo de una madre.

-          Pero hija, qué ordinaria eres. ¿Qué acabas de escupir en el fregadero? ¿No ves que está tu hermano ahí lavando los platos?

-          Es pasta de dientes, mamá –le contestó Tara, aunque su habla era aún viscosa y por algún grumo blanco que le quedaba en las encías estaba claro que no lo había soltado todo.

-          Pues ve al lavabo del baño, como el resto del mundo. Además, ¿dónde has puesto el cepillo de dientes? ¿Ya lo has perdido, o qué?

¡Joder! Mi madre no era inspectora de policía porque no le daba la gana, porque no se le escapaba ni una. Tara decidió con acierto no dignarse a contestar aquello y retirarse silenciosamente de la habitación, pero justo cuando salía de la puerta llegó mi padre.

-          Oye, oye, Tara. ¿Qué te pasa, mi vida?

Mi padre la paró posando una mano en su hombro. Tara siempre había sido su ojito derecho. Le levantó la barbilla, que iba apuntando al suelo. La cara de mi hermana, con las mejillas arreboladas, los ojos llorosos del esfuerzo, y una expresión de culpabilidad o vergüenza que intentaba esconder, le decía a mi padre que allí había pasado algo.

-          Ramón, ¿qué le has hecho a tu hermana? –me dijo apretando los dientes, anticipándome su enfado.

-          ¿Yo? ¿Qué? ¡Nada! ¿Qué dices? –me defendí, seguramente tan nervioso que resultaba sospechoso.

-          Mírala, está muy molesta. ¿Qué le has hecho para que haya llorado?

“Bueno, le metí la polla hasta la campanilla, pero fue idea suya”.

No, me matarían si les decía eso.

-          ¡Nada! ¡Yo qué sé! –y luego volví a mi clásica y trillada defensa–. ¿Por qué siempre soy el cabeza de turco en esta casa cuando alguien tiene un problema?

-          Papá, no es nada –dijo Tara, aún peleándose con las partes más espesas de mi esperma–. Vengo de correr y creo que me ha dado algo de alergia.

Mi padre se relajó un poco, aunque me siguió lanzando una mirada ceñuda, pero soltó a mi hermana y se dedicó a sacar las cosas de las bolsas.

Yo me excusé de allí para ir a ver si Anita había terminado ya: sí, se estaba secando el pelo. Antes de perderla de vista, fui a ver a mi hermana mayor a su habitación y cerré la puerta mientras teníamos un par de minutos solos.

-          Tara… eso ha sido…

Ella estaba de espaldas, y me miró por encima del hombro mientras se sacaba el sujetador por arriba. Me sostuvo la mirada de forma enigmática y es posible que mi corazón se saltara un latido o dos. No dejaba de sorprenderme el hecho de que a ella ya no le importaba demasiado desnudarse delante de mí. Aún dándome la espalda, agarró una camiseta y se la puso.

-          Eso para que tengas las cosas claras, Mamoncete. Aquí yo soy la primera en todo. En to-do –dijo acercándose para clavarme un dedo en el pecho con las últimas sílabas.

-          Uff… me gustas tanto…

-          ¿Te la cascas pensando en mí? –me preguntó, muy seria.

Asentí, extrañado. Pensé que aquello era obvio, pero quizás solo quería escucharme decirlo.

-          Conocí un chico… él decía que si se pajeaba pensando en una tía, era una señal de su cuerpo que le obligaba a intentar follársela. ¿A ti te pasa lo mismo?

Asentí otra vez con urgencia, sin saber a dónde quería llegar.

-          Tara, no sabes lo que yo te haría si tú me dej…

-          Yo le dije que me pasaba algo parecido. Si se la chupo a un tío, es una señal de mi cuerpo de que me lo quiero follar.

Casi se me sale el corazón por la boca al escuchar aquello. Una admisión, clara, sin ambivalencias ni engaños, de lo que quería mi hermana realmente. Directa, poderosa, y sin vergüenza ninguna ahora que estábamos a solas. Pensar en lo que quería decir hizo que se me encogieran los huevos de la excitación. Era incapaz de decidirme si mi hermana estaba más sexy cuando se dejaba hacer como una guarra o cuando decidía tomar finalmente el control.

Intenté ir a abrazarla, abalanzarme otra vez para saborear su cuerpo, pero ella me paró con aquel dedo, su brazo extendido.

-          Quieto –y me sonrió–. Tú ven a verme la semana que viene, cuando ya esté instalada en el piso.

Y antes de que pudiera bajarme de aquella nube, ya me había echado de su cuarto.

 
Tara se marchó al día siguiente. No tuvo que llevarse demasiadas cosas, porque la mayoría las tenía ya en el piso y la casera no se lo alquilaba a nadie más durante los meses de verano. Tampoco es que se fuera a la guerra, estaba a menos de una hora de distancia, pero mis padres sabían que durante el curso vendría menos a casa: por fiestas, y algún fin de semana para repostar tuppers y recibir ropa limpia y planchadita. Se despidieron de ella cuando metió todo en el coche, y entonces nos tocó el turno a Anita y a mí.

-          Pequeñaja –le dijo revolviéndole la melena rubia y despeinándola, algo que a nuestra hermanita siempre le molestaba–. Pórtate bien, que con esta delantera se te están subiendo los humos.

Y procedió a darle un manotazo a sus pechos juguetonamente, que se bambolearon obscenamente. Mis padres no dijeron nada, porque le permitían bastante a su hija mayor. Anita simplemente la miró con los ojos entrecerrados como fingiendo enfado y procedió a hincharse de aire, sacando bien aquellos melones que aprisionaba su pequeña camisetita.

-          Mala envidia que me tienes, ¡so perra!

Tara se echó a reír. Me alegró que no hubiera rencores aparentes con Anita después de descubrir que no era la única en mis afecciones fraternales.

Luego se giró hacia mí, sin perder la sonrisa. Me clavó aquellos ojos y se humedeció el labio inferior. Aquel gesto no tendría importancia para los demás, pero a mí me recordó cómo me la había chupado el día anterior en la cocina y empecé a empalmarme.

-          Y a ti en el fondo te voy a echar de menos, tonto –dijo abalanzándose para darme un abrazo.

Sorprendido, apoyé las manos en su espalda… aunque hubiera deseado bajarlas mucho más, teníamos público. Pero ella no se cortó un pelo, aprovechando su “despedida” para restregar sensualmente sus pechos contra mí y apretarse bien contra mi paquete, que seguro se le clavó entre las piernas. Me dio un sonoro “muack” húmedo en la mejilla antes de separarse.

-          Me puedes venir a ver cuando quieras. Igual si sales hasta tarde por allí, te dejo que te quedes a dormir en casa.

Tuve que reprimir un jadeo de anticipación. Era experta en ir dejando esas migajas por ahí con la suficiente ambigüedad para que nadie sospechara de ellas, pero que a la vez me recordaban el premio que me aguardaba. De reojo me di cuenta que Anita alzaba una ceja con una expresión de sospecha, pero no dijo nada.

-          Ay, cuánto me alegra que ya os llevéis bien como hermanos –soltó mi madre emocionada–. ¡Ves como tus hermanas no son tan malas!

Bueno, seguían siendo mis hermanas. Algo plastas, inaguantables en muchas cosas y sobre todo muy frustrantes cuando se lo proponían; pero aparte de eso eran dos pibones tremendos que me tenían torturado de lo cachondo que me ponían, y que disfrutaban tanto como yo de romper los tabúes del incesto.

Se me hacía la boca agua con lo que estaba por venir.


Me gustaría decir que me pasé la semana siguiente entera desesperado con que llegara el fin de semana siguiente. Y aunque en parte fue así, la otra parte la dediqué bastante a aprovechar la pequeña libertad de movimientos que suponía tener un miembro menos de la familia en casa… para hacer más cosas con Anita. Apenas teníamos un par de días antes de volver a clase, y había que aprovechar bien del tiempo libre antes de que se impusiera la complicada rutina.

-          ¿Estás… segura? –le pregunté, apretándola contra mí mientras agarraba el mando de la Play pasando los brazos por delante de ella.

-          Claro… tú me estás enseñando a jugar y eso es lo que vamos a decirles a papá y mamá si entran en el salón.

Mientras iniciaba una partida nueva en el GTA III y se reproducía la cinemática, mi hermanita aprovechó que estaba sentada sobre mi entrepierna para empezar a restregarse.

Yo ya estaba empalmado desde que me contó lo que quería hacer, así que seguro que estaba disfrutando el inmenso bulto contra el que se rozaba. Lo comprobé cuando la escuché incrementar el ritmo de su respiración. Ella llevaba una falda lo bastante larga como para tapar lo que estábamos haciendo, pero yo aún me había dejado el pantalón del pijama.

Normalmente odio andar en pijama por casa si es de día, pero nos convenía a los dos porque tenía una bragueta de un botón lo bastante apañada para lo que queríamos hacer. Mejor usar una de tela, que una de cremallera para mi sensible miembro.

Con una mano, me la abrí y mi empinado cipote salió a la libertad, para ir a colocarse al abrigo de las nalgas de mi hermanita. A decir verdad, gran parte de su envergadura se apoyaba en su zona lumbar, mientras que era sólo una parte de la base del mástil y mis huevos los que contactaban con su culo. Ella se dio cuenta y se reposicionó: se levantó lo suficiente para bajarse las bragas y estirarse hacia delante, aparentemente embelesada por lo que ocurría en pantalla. Ahora sí, mi polla estaba acurrucada justo en la raja de su culo. Ella empezó un movimiento de vaivén y gruñí de placer. Aferré el mando mientras lo apoyaba contra sus muslos, deseando mucho más. Ella metió una mano por debajo de su falda y empezó a hacer movimientos en su pubis: supuse que estaba estimulando su clítoris mientras se frotaba conmigo.

Apoyé mi cara en su espalda y empecé a darle besitos en la espalda sobre la ropa, por donde llegaba. Mientras oía como Claude escapaba de un furgón blindado de prisioneros, sentí la tentación de subir una mano por debajo de su camiseta, pero me contuve al oír pasos. Se abrió la puerta.

-          ¿No tenéis otra cosa que hacer que estar aquí enclaustrados todo el día, con los videojuegos? –nos reprendió mi madre–. Tú, que comemos en una hora, ya te puedes ir poniendo ropa que estar en pijama es de vagos e inútiles. ¿Es que quieres acabar como tu tía Manoli?

-          Mamá, déjanos –me quejé, intentando que no se me notara lo cachondo que estaba y lo frustrante que era que nos interrumpieran–. ¿No ves que le estoy enseñando a Anita cómo se juega?

-          Hartita me tenéis. Y tú, ¿qué haces ahí sentada encima de tu hermano, cuando tienes libre el sofá entero?

Anita había frenado el balanceo sobre mi polla, pero me percaté de que no había sacado su otra mano debajo de la falda y seguía tocándose. Aquella interrupción, aunque nos metía un poco de miedo a que nos pillaran, contribuía muchísimo a la emoción de lo prohibido, recordándonos lo mal que nos estábamos portando. Poco a poco, me daba cuenta de lo mucho que disfrutaba mi pequeña hermana con este tipo de situaciones morbosas.

-          Mamá… así veo cómo mueve los dedos. Me ayuda a practicar los combos –respondió mi hermana.

Bendita ignorancia. El GTA III no tenía combos, pero mi madre jamás se hubiera interesado por eso como para pillarle la mentira.

-          Como… ¿la memoria muscular? –preguntó mi madre, confundida.

-          ¿El qué?

Mi hermana, aparentemente más interesada en la pantalla que en la conversación con mi madre, fue pulsando controles al azar del mando que yo le sostenía y se inclinó más hacia delante, provocando una deliciosa fricción de su culo desnudo sobre mi miembro.

-          Sí, sí –gruñí de placer, respondiendo tanto a mi madre como alentando la audacia de mi hermana–. Exactamente así…

-          Está bien, pero en una hora los dos vestidos para comer. Y luego se acabó el zanganear, que empezáis clases en dos días. ¡He dicho! –y cerró la puerta bruscamente al salir.

Anita aguardó unos segundos mirando en dirección a la puerta, tratando de comprobar si había alguna posibilidad de que mi madre volviera con más quejas inútiles sobre sus hijos. Cuando decidió que no, se incorporó lo bastante como para agarrar mi polla y la apoyó en la entrada de su conejito. Por lo que sentía en mi glande, me di cuenta de que estaba bastante mojada.

-          Cuando el gato no está… follan los ratones… –dijo, empalándose en mi barra de carne.

-          Tú no eres ninguna ratona… –le dije, rindiéndome y soltando el mando a un lado. Metí las manos por debajo de su camiseta hasta agarrar sus tetazas y empecé a sobárselas abiertamente–. ¡Tú eres una vaca! 

Anita emitió un gemido ahogado por única respuesta mientras empezaba a botar su magnífico culo sobre mi miembro. Deslizaba su caliente agujero a lo largo del mástil mientras ascendía, y se la volvía a clavar de golpe chorreando jugos que encharcaban mi vello púbico y mis muslos al juntar nuestras carnes.

Mis manos intentaban abarcar aquellas inmensas mamas desde detrás, pero fracasaban miserablemente. Me notaba enfermo: a cada momento recordaba que era un perturbado por querer follarme a mis hermanas, y entonces la culpa se transformaba en excitación al darme cuenta de que ellas estaban tan jodidamente salidas que querían follarme a mí también. Anita demostraba una urgencia en sus movimientos, una desesperación cada vez que copulábamos, que era todo un espectáculo.

Me acordé que cuando a mi hermanita le preguntaban qué quería ser de mayor, cada vez respondía una cosa distinta; pero viéndola allí, cabalgándome con la agresividad de una amazona, me resultaba imposible pensar que estaba construida para cualquier otra cosa que no fuera el sexo. Una stripper profesional, una escort de lujo. O una actriz porno, de las que se ve que disfrutan con el polvo y se olvidan de que hay una cámara allí con ellas. Anita bordaría cualquiera de esos trabajos.

Al controlar ella el ritmo, estaba disfrutando de lo lindo y no tardó en empezar a correrse entre sacudidas y temblores. Noté que sus gemidos subían de intensidad y corrí a taparle la boca con una mano, algo asustado de que mis padres la escucharan. Mientras con la otra mano yo intentaba subir el volumen de la tele para camuflar los sonidos, ella me lamía la mano con la que intentaba amordazarla, como si fuera otro juguete sexual para ella del que disfrutar.

Finalmente, se derrumbó hacia atrás sobre mí, con mi erección aún dentro de ella.

-          Con este van dos –me dijo bajito, casi sin voz–. Todavía me falta correrme otra vez más para estar igualados.

Tenía razón. En general, yo había obtenido más recompensa de nuestros tórridos encuentros que ella, y me lo estaba recordando. Por respuesta, volví a meterle mano bajo la ropa y le pellizqué los pezones. Ella emitió un quejido, aunque sonó más bien a otra cosa.

-          Serás… calientacoños…

-          Te lo caliento, pero bien que te has corrido –le espeté.

-          Mhmm… pues sí… –dijo volviendo a undular las caderas sobre mi entrepierna, disfrutando ahora con mayor lentitud de todo mi grosor–. A ti aún te queda, ¿no? ¿Aguantas más?

Me mordí el labio, consciente de las sensaciones, y asentí.

-          Pero deja que me ponga el condón. Esta vez quiero terminar dentro.

Vi cómo mi hermana se estremecía al pensarlo, dando su aprobación. Me saqué el preservativo del bolsillo, pero ella insistió en ponérmelo.

-          Lo hago yo, que tú eres muy torpe, Rami. Deja que haga algo por mi hermano mayor…

Anita procedió a romper el paquete y desenrollar expertamente la goma sobre mi pene en una sola maniobra fluida, y se apresuró a ensartarse de nuevo dándome la espalda, reanudando sus movimientos balanceantes. Ni siquiera tuve tiempo de preguntarme cómo tenía tanta práctica.

Lo único malo de esta postura era que no podía verle la cara, y con la falda tapándonos los genitales tampoco podía ver lo que estábamos haciendo, pero sentir cómo me envolvía su coño y sus tetas suaves aplastadas contra mis manos era suficiente. Incluso pese al látex, que empañaba mis sensaciones bastante más que las veces anteriores, era demasiado agradable.

Me dejé llevar por su ritmo casual, y la sujeté de las caderas para ayudar sus acometidas, acompañándola con mis gruñidos de placer. De vez en cuando, le levantaba la falda para observar cómo sus preciosas nalgas engullían mi herramienta y la liberaban instantes después, disfrutando de sus gemidos ocasionales.

-          ¿Qué fue eso ayer con Tara? –me preguntó, manteniendo un ritmo de penetración suave y agradable–. Cómo se te restregó la muy cerda, ¿no?

-          Ah… supongo… –dije, intentando concentrarme en el placer más que en la conversación.

-          A ti te encanta su culo, ¿verdad? –continuó–. Ya he perdido la cuenta de las veces que te he visto espiándola.

-          Y… mmh… ¡oh! ¿Nunca… te molestó eso…?

-          Nah… creo que me pone cachonda que mi hermano sea un pervertido –me contestó con descaro.

-          Mira quién habla –dije, volviendo a sobarle las tetas y haciéndolas subir y caer con el ritmo de sus enculadas.

-          Touché…

Continuó cabalgando mi miembro suavemente, casi con ternura en comparación con el ansia frenética de antes. El pobre Claude seguía en pantalla parado como un pasmarote, ignorando las direcciones de la primera misión del juego mientras los sonidos de la ciudad iban cambiando a su alrededor.

Pensé que disfrutaría del silencioso contoneo de Anita un rato más hasta que de pronto no pudiera aguantar más y yo tomara el control, pero mi hermana seguía con ganas de hablar.

-          ¿Alguna vez has pensado en follártela?

-          ¿Eh? Mmff… ¿A quién? –dije, bajando una mano para acariciarle ahora yo el clítoris.

-          No te hagas el tonto, Rami... A Tara. A nuestra hermana mayooor…

-          Ahh… –busqué palabras para expresar con claridad lo que quería decir.

¿Debía contarle a Anita todo lo que había hecho a sus espaldas? ¿Me llevaría eso a algún lado interesante?

-          Mira, no… no te me hagas el puritano...  No me va a sorprender lo que me digas. Ummff… Ya te has follado a tu hermana pequeña… de hecho te la estás follando ahora mismo, campeón… ah…

Y para remarcar sus palabras, giró su cara de lado hasta dedicarme una adorable mirada inocente que parecía decirme “pobre de mí, sometida por el guarro de mi hermano”.

-          Se podría decir que eres tú quien me está follando a mí –gruñí, sin dejar de mirar cómo me cabalgaba.

De repente, el coño de Anita se notaba más estrecho que antes.

-          Contesta a la pregunta... ¿Quieres follarte a Tara?

-          Unff… No quiero ponerte celosa…

-          Tranqui… A mí también me pone cachonda la idea… –y justo entonces, un escalofrío le recorrió el espinazo y se inclinó más hacia delante, tocando con su manita donde mi verga se enterraba en su chochito–. Hala, tío... Pensé que era imposible con el condón, pero la tienes más dura que nunca… Ufff… ¿Estás pensando en follártela ahora, verdad?

Tenía razón. Todo aquel interrogatorio de mi hermanita sobre mis fantasías incestuosas, y su admisión de que le excitaría que me tirara a nuestra hermana mayor, me estaban despertando al animal que llevaba dentro. La agarré de las nalgas hasta incorporarla mientras me levantaba, sin desenfundar mi miembro de su vagina en ningún momento. Ella, un poco perdida respecto a puntos de apoyo, se inclinó hacia delante y puso las manos sobre la mesita de cristal. Aquella mesa parecía seguramente más robusta de lo que era en realidad, y seguramente el peso de dos seres humanos era algo que no podría aguantar.

-          Rami… así no, que la vamos a romper… ¡y si entra mamá… qué hacemos!

La agarré del pelo brutalmente y la giré unos cuarenta y cinco grados hasta que apoyó las rodillas en los asientos del sofá. Cayó hacia delante, las manos aferrando un reposabrazos y la cara vuelta hacia un lado mientras yo la castigaba a embestidas, gruñendo como un animal salvaje. Tenía la falda arremangada hasta la cintura y veía las nalgas de mi hermana rebotar contra mis huevos.  El sofá daba tirones con cada enculada, arrastrándose por el suelo.

Dios, ¡vaya coñito delicioso tenía mi hermanita!

Ella empezó a acompañar mis gruñidos con jadeos mientras yo me dejaba llevar y soltaba todo el torrente acumulado en un puñado de violentas embestidas, clavándole los dedos en el culo hasta que se me quedaron blancos los nudillos. Ella aceptó aquel ataque sin rechistar, mordiéndose la mano para no chillar. Cuando terminé, resoplando, me di cuenta de que le había dejado la marca roja de mis manos en sus glúteos de lo bruto que había sido, y los acaricié con cariño mientras deslizaba mi pene fuera de su chochito.

Me arranqué aquel envoltorio pringoso de un tirón y me tapé con un cojín la entrepierna, porque aún no estaba lo bastante flácida como para meterla por la bragueta. Mi hermana se incorporó de rodillas, las piernas temblando y un reguero de líquido corriéndole por el muslo que no podía ser otra cosa que sus flujos vaginales tras haber tenido un nuevo orgasmo.

Oímos pasos que se acercaban y la puerta se abrió, asomando la cabeza de mi padre.

-          Pero a ver, ¿qué es todo este jaleo? ¿No sabéis que estoy trabajando?

-          Perdona, papá –respondí conteniendo el resuello, sabiendo que Anita era incapaz de hacerlo–. Estamos jugando y nos hemos emocionado un poco.

-          Venga, jugad con el volumen bajito o me voy a enfadar.

La verdad es que yo también me estaba hartando un poquito de no poder follar en casa a gusto sin alguien entrando a dar por saco cada dos por tres. Cuando mi padre desapareció, mi hermana me miró aún con la cara de susto que se le había quedado. “Se te ha ido la olla” me dijo moviendo los labios, y luego me sonrió, abrazándome muy fuerte.

-          Jamás me había corrido así, Rami. Mira, creo que he empapado el sofá…

-          Nada, le cambiamos la funda… así mamá piensa que hemos hecho algo útil.

Corriendo(me) con mis hermanas 10

4 comentarios - Corriendo(me) con mis hermanas 10

0245
hermosa hermana tuyas
ohhohhohh
Q ricas hermanas bien putitas y q buenas están en mi imaginación
PepeluRui
Qué maravilla. Va paja y mañana leo más!