Mi estrecha entrada comenzó a arder, apenas ese hombre a mis espaldas arremetió con fuerza.
Intenté gemir, pero él amordazó mi boca con la palma de su mano y, con ello, se aseguró de ocultar mis jadeos contra su piel, mientras continuaba dándome esas tremendas estocadas con sus caderas, en sintonía con mis ahogados suspiros.
De repente se salió y pensé que se daría por satisfecho; pero estaba equivocada.
Se encargó de ponerme de rodillas en el suelo, para demostrarme quién era mi nuevo dueño.
Sostenida débilmente por mis manos contra la pared, con mi cara mirando el sucio suelo y mi labia humedecida, sentí que ese hombre me iba a permitir descansar un poco antes de seguir.
Lo escuché suspirar profundamente, mientras sus gotas de sudor caían sobre mi espalda desnuda.
De repente, se arrodilló a mis espaldas. Deslizó su rodilla entre mis muslos, abriéndolos.
Esta vez, su mano no cubrió mis labios.
“No quiero escuchar ni un solo sonido, perra” susurró junto a mi oído
Me sentí ahogada, en esa pequeña cabina sucia y maloliente, que solo provocaba claustrofobia.
Tenía la garganta seca; ya me había cansado de lloriquear y el culo me ardía horrores.
Sus fuertes garras volvieron a aferrar mis caderas y me dejé llevar por sus embestidas salvajes.
No podía hacer otra cosa, más que disfrutar ese momento…comencé a sonreír.
Me pareció oír que él también sonreía…
Intenté gemir, pero él amordazó mi boca con la palma de su mano y, con ello, se aseguró de ocultar mis jadeos contra su piel, mientras continuaba dándome esas tremendas estocadas con sus caderas, en sintonía con mis ahogados suspiros.
De repente se salió y pensé que se daría por satisfecho; pero estaba equivocada.
Se encargó de ponerme de rodillas en el suelo, para demostrarme quién era mi nuevo dueño.
Sostenida débilmente por mis manos contra la pared, con mi cara mirando el sucio suelo y mi labia humedecida, sentí que ese hombre me iba a permitir descansar un poco antes de seguir.
Lo escuché suspirar profundamente, mientras sus gotas de sudor caían sobre mi espalda desnuda.
De repente, se arrodilló a mis espaldas. Deslizó su rodilla entre mis muslos, abriéndolos.
Esta vez, su mano no cubrió mis labios.
“No quiero escuchar ni un solo sonido, perra” susurró junto a mi oído
Me sentí ahogada, en esa pequeña cabina sucia y maloliente, que solo provocaba claustrofobia.
Tenía la garganta seca; ya me había cansado de lloriquear y el culo me ardía horrores.
Sus fuertes garras volvieron a aferrar mis caderas y me dejé llevar por sus embestidas salvajes.
No podía hacer otra cosa, más que disfrutar ese momento…comencé a sonreír.
Me pareció oír que él también sonreía…
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