Oscar, mi viejo y detestable vecino, aprovechando nuestra pasividad, se apropió de nuestras vidas. Se cogía a mi delicada esposa cuando se le antojaba; la trataba como a una verdadera puta y a mí como un cornudo.
Tuve que facilitarle una copia de las llaves de nuestro departamento, para que el muy hijo de puta viniera cuando quisiera. También me exigió las claves de nuestros correos electrónicos, tanto las particulares como las de nuestros trabajos.
Además Oscar no me permitía tocar a Anita. Ella era de su única y exclusiva propiedad; pero me permitía pajearme mientras presenciaba como ese turro se cogía a mi esposa frente a mí; especialmente, en nuestra propia cama matrimonial…
Ana estaba como poseída por ese viejo desagradable. Le encantaba su verga; se volvía loca cada vez que la cogía…
Una tarde regresé a casa más temprano de lo acostumbrado y ya desde la puerta pude oír los desgarradores alaridos que profería mi dulce Ana desde el dormitorio. Generalmente sus jadeos y aullidos eran de placer mientras Oscar la cogía; pero esta vez me llamó la atención, porque eran gritos de dolor…
Me acerqué a la puerta del dormitorio y me encontré con un espectáculo infernal: Ana estaba a cuatro patas sobre nuestra cama; su vestido arrebujado a la cintura y el bruto de Oscar la tomaba desde atrás, aferrando las suaves caderas de mi mujercita y hundiéndose en su cuerpo con unos embates y empujones muy violentos.
La razón de los gritos de dolor de Ana era muy simple. Esta vez Oscar la estaba sodomizando; le estaba rompiendo el culo a pura pija, sin haberla dilatado ni lubricado con nada…
El viejo sonrió al verme y arremetió con más ímpetu contra Anita.
“Cornudo; no me imaginé que esta putita podía tener el culo tan estrecho…”
Dijo mi desagradable vecino resoplando, mientras Ana trataba de ahogar sus alaridos enterrando su cara en la almohada.
Unos minutos después de someterla a semejante tortura anal, por fin Oscar se descargó en el ano de mi esposa. Luego se salió de ella, pegándole unas buenas palmadas en sus cachetes, las cuales hicieron que Ana volviera a aullar de dolor.
Después Oscar pasó frente a mí, sonriendo socarronamente y diciendo:
“Estaba bastante cerrada tu putita; parece que no la culeas muy seguido…”
Levanté un puño para atacarlo, pero el viejo se rio, amenazándome con exhibir las fotos y videos de Ana…
Unos días más tarde regresábamos juntos a casa de hacer compras en el supermercado, cuando Oscar nos salió al paso en la entrada de nuestro departamento.
Entró con nosotros y Ana se dirigió directamente a nuestro dormitorio, pensando que el viejo venía por su ración diaria de sexo…
Pero no era así. Oscar dijo que había estado preparando una sorpresa, especialmente para Ana. Diciendo eso, se encaminó hasta la puerta de entrada e hizo pasar a un hombre de mediana edad, muy bien vestido.
Ana se sorprendió, porque lo había conocido en su oficina…
Entonces yo también recordé de dónde conocía a ese hombre.
Se llamaba Walter; era un ejecutivo muy eficiente que había competido con Ana por un ascenso a un puesto gerencial, que finalmente había conseguido mi esposa.
Desde entonces el tipo intentó hacerle la vida imposible a mi esposa pero Anita consiguió imponer su autoridad y el hombre fue temporalmente relegado a tareas de administración y finalmente despedido.
Walter dijo que por culpa de Ana había perdido un buen ascenso y hasta finalmente su trabajo en la empresa. Ahora, gracias a Oscar, el tipo iba a tener la oportunidad de vengarse de mi esposa.
El viejo hijo de puta explicó que había estado husmeando en los correos electrónicos y había descubierto la tensa relación entre mi mujer y Walter.
Se había puesto en contacto con este tipo y, naturalmente, Walter aceptó encantado su propuesta para poder desquitarse con Anita. Lo haría cogiéndosela delante de mí, en nuestra propia cama, sin que Ana y yo pudiéramos decir nada; porque ya también este tipo tenía copias de las fotos y videos de Anita tomando sol…
“Te odié siempre, perra… pero también siempre soñé con poder cogerte”
Ante nuestra pasividad, Walter se acercó a mi esposa y le desgarró la blusa de un manotazo. La hizo girar en el aire y le arrancó el corpiño con un rápido movimiento. Ana intentó cubrir sus magníficas tetas, pero enseguida Walter le arrancó la pollera del cuerpo, quedando ella vestida solamente con una diminuta tanga negra y tacos altos…
Luego la tomó por los hombros y la empujó hacia el dormitorio.
Ana cayó boca abajo sobre la cama con el último empujón y Walter le ordenó que se quedara quieta en esa posición. Luego el tipo se desnudó, exhibiendo una verga no muy larga, pero sí bastante gruesa. Ana iba a sentir un poco de dolor con eso metido en su cuerpo…
Walter se acercó a la cama y metió un par de dedos entre los cachetes de Ana, haciendo que ella gimiera por la sorpresiva intrusión.
“Puta barata… ya estás empapada…” Dijo sonriendo el muy turro.
Se inclinó sobre el cuerpo de Ana. Separó sus redondas y firmes nalgas, lamiendo la delicada raja de mi mujercita de arriba a abajo. Ella dejó escapar un suspiro de placer, pero trató de apagarlo enterrando la cara en la almohada.
“Te gusta así, puta…?”. Le preguntó Walter, acariciándole las nalgas.
Ana no contestó y entonces el tipo zambulló dos dedos en la entrada anal.
Esta vez Ana levantó la cabeza y gritó que le gustaba así…
Walter entonces regresó a esa delicada concha, hundiendo sus dedos entre los labios vaginales y comenzando a pajearla con más ritmo. Ana gemía como una verdadera perra en celo, mientras el tipo se dedicaba a tocarla y masturbarla a gusto.
“Voy a cogerte, perra… eso te gustaría?... quiero oírte decirlo, puta…”
“Sí…” Susurró Ana entre gemidos de placer.
“Sí… que? Puta…”
“Quiero que me cojas de una buena vez, hijo de puta…” Gritó Ana.
En ese mismo instante mi mujercita tuvo un tremendo orgasmo, apretó sus muslos aprisionando los dedos de Walter, mientras acababa entre grandes espasmos y temblores sin control.
Walter sonrió y me miró a los ojos, mientras sacaba sus dedos de la vagina de Ana y se los llevaba a la boca, lamiendo los jugos de mi esposa…
Contemplé la cara de Anita; sus ojos estaban entrecerrados, su rostro reflejaba lujuria y una tremenda calentura.
Walter bajó a su cabeza hasta los pies de Ana y sacando su asquerosa lengua empezó a lamer el cuerpo de mi delicada esposa, sus pies, sus tobillos, sus muslos y culo, hasta finalmente llegar a sus labios vaginales.
Ana no dejaba de gemir y gritar. Cuando la experta lengua de ese hijo de puta acarició su clítoris, ella alcanzó un segundo y profundo orgasmo estallando entre jadeos y gritos de placer.
Walter entonces la hizo girar en el aire, dejándola boca arriba. Le ordenó a Ana que abriera los ojos para que pudiera ver cómo la cogía un verdadero macho. Ella no obedeció y entonces Walter le dio un par de cachetadas, hasta lograr que Ana lo mirara a los ojos.
Entonces el turro alzó las piernas de Anita, las abrió totalmente y luego comenzó a empujar su gruesa verga entre los labios vaginales de mi esposa. Primero entró el glande entre los suspiros de Ana y luego muy despacio fue metiendo el resto de su verga. Se quedó unos instantes quieto, disfrutando seguramente la presión de la vagina de Anita contra su pija. Después inició una cogida tremenda; el mete y saca era brutal.
Después de un rato de jadear como una perra, Ana tuvo un nuevo orgasmo, más largo y profundo que todos los anteriores, con su concha destilando grandes cantidades de flujo, como consecuencia de la tremenda y placentera cogida que le estaba dando ese hijo de mil putas.
Éste seguía dando tremendos embates a mi esposa; hasta que finalmente, gritó que estaba a punto de acabar. De repente desmontó a mi mujercita y meneando su gruesa pija, se descargó aullando sobre las tetas de Anita.
El tipo cayó exhausto sobre la cama. Oscar se acercó a Ana y puso su verga a la altura de la boca de mi esposa. Ella lo introdujo en su boca. Le lamió el glande y todo el tronco, tragándose el líquido pre-seminal.
Oscar no aguantó mucho y mirándome sonriente se descargó en la boca de mi delicada Ana…
La noche siguiente esos dos hijos de puta regresaron por más. Se cogieron por turnos a Ana en nuestra propia cama. Walter la sodomizó brutalmente con su gruesa verga y finalmente entre ambos la penetraron por adelante y atrás, turnándose para disfrutar la entrada anal de mi delicada esposa.
Cuando por fin nos dejaron tranquilos, Anita estaba desecha. Su cuerpo olía a semen y al sudor de sus dos machos. Todos sus orificios dejaban escapar una mezcla de sus flujos y el semen de los dos tipos. Tenía arañazos y moretones en todo el cuerpo. Estaba muy dolorida y le costaba bastante caminar.
Lo peor de todo, es que cuando la deposité en la bañadera llena de agua caliente, me confesó que había gozado como una perra con la rudeza de esos dos tipos ordinarios y que ambos la habían sometido y cogido de una manera única y brutal, como a ella ahora le gustaba…
Tuve que facilitarle una copia de las llaves de nuestro departamento, para que el muy hijo de puta viniera cuando quisiera. También me exigió las claves de nuestros correos electrónicos, tanto las particulares como las de nuestros trabajos.
Además Oscar no me permitía tocar a Anita. Ella era de su única y exclusiva propiedad; pero me permitía pajearme mientras presenciaba como ese turro se cogía a mi esposa frente a mí; especialmente, en nuestra propia cama matrimonial…
Ana estaba como poseída por ese viejo desagradable. Le encantaba su verga; se volvía loca cada vez que la cogía…
Una tarde regresé a casa más temprano de lo acostumbrado y ya desde la puerta pude oír los desgarradores alaridos que profería mi dulce Ana desde el dormitorio. Generalmente sus jadeos y aullidos eran de placer mientras Oscar la cogía; pero esta vez me llamó la atención, porque eran gritos de dolor…
Me acerqué a la puerta del dormitorio y me encontré con un espectáculo infernal: Ana estaba a cuatro patas sobre nuestra cama; su vestido arrebujado a la cintura y el bruto de Oscar la tomaba desde atrás, aferrando las suaves caderas de mi mujercita y hundiéndose en su cuerpo con unos embates y empujones muy violentos.
La razón de los gritos de dolor de Ana era muy simple. Esta vez Oscar la estaba sodomizando; le estaba rompiendo el culo a pura pija, sin haberla dilatado ni lubricado con nada…
El viejo sonrió al verme y arremetió con más ímpetu contra Anita.
“Cornudo; no me imaginé que esta putita podía tener el culo tan estrecho…”
Dijo mi desagradable vecino resoplando, mientras Ana trataba de ahogar sus alaridos enterrando su cara en la almohada.
Unos minutos después de someterla a semejante tortura anal, por fin Oscar se descargó en el ano de mi esposa. Luego se salió de ella, pegándole unas buenas palmadas en sus cachetes, las cuales hicieron que Ana volviera a aullar de dolor.
Después Oscar pasó frente a mí, sonriendo socarronamente y diciendo:
“Estaba bastante cerrada tu putita; parece que no la culeas muy seguido…”
Levanté un puño para atacarlo, pero el viejo se rio, amenazándome con exhibir las fotos y videos de Ana…
Unos días más tarde regresábamos juntos a casa de hacer compras en el supermercado, cuando Oscar nos salió al paso en la entrada de nuestro departamento.
Entró con nosotros y Ana se dirigió directamente a nuestro dormitorio, pensando que el viejo venía por su ración diaria de sexo…
Pero no era así. Oscar dijo que había estado preparando una sorpresa, especialmente para Ana. Diciendo eso, se encaminó hasta la puerta de entrada e hizo pasar a un hombre de mediana edad, muy bien vestido.
Ana se sorprendió, porque lo había conocido en su oficina…
Entonces yo también recordé de dónde conocía a ese hombre.
Se llamaba Walter; era un ejecutivo muy eficiente que había competido con Ana por un ascenso a un puesto gerencial, que finalmente había conseguido mi esposa.
Desde entonces el tipo intentó hacerle la vida imposible a mi esposa pero Anita consiguió imponer su autoridad y el hombre fue temporalmente relegado a tareas de administración y finalmente despedido.
Walter dijo que por culpa de Ana había perdido un buen ascenso y hasta finalmente su trabajo en la empresa. Ahora, gracias a Oscar, el tipo iba a tener la oportunidad de vengarse de mi esposa.
El viejo hijo de puta explicó que había estado husmeando en los correos electrónicos y había descubierto la tensa relación entre mi mujer y Walter.
Se había puesto en contacto con este tipo y, naturalmente, Walter aceptó encantado su propuesta para poder desquitarse con Anita. Lo haría cogiéndosela delante de mí, en nuestra propia cama, sin que Ana y yo pudiéramos decir nada; porque ya también este tipo tenía copias de las fotos y videos de Anita tomando sol…
“Te odié siempre, perra… pero también siempre soñé con poder cogerte”
Ante nuestra pasividad, Walter se acercó a mi esposa y le desgarró la blusa de un manotazo. La hizo girar en el aire y le arrancó el corpiño con un rápido movimiento. Ana intentó cubrir sus magníficas tetas, pero enseguida Walter le arrancó la pollera del cuerpo, quedando ella vestida solamente con una diminuta tanga negra y tacos altos…
Luego la tomó por los hombros y la empujó hacia el dormitorio.
Ana cayó boca abajo sobre la cama con el último empujón y Walter le ordenó que se quedara quieta en esa posición. Luego el tipo se desnudó, exhibiendo una verga no muy larga, pero sí bastante gruesa. Ana iba a sentir un poco de dolor con eso metido en su cuerpo…
Walter se acercó a la cama y metió un par de dedos entre los cachetes de Ana, haciendo que ella gimiera por la sorpresiva intrusión.
“Puta barata… ya estás empapada…” Dijo sonriendo el muy turro.
Se inclinó sobre el cuerpo de Ana. Separó sus redondas y firmes nalgas, lamiendo la delicada raja de mi mujercita de arriba a abajo. Ella dejó escapar un suspiro de placer, pero trató de apagarlo enterrando la cara en la almohada.
“Te gusta así, puta…?”. Le preguntó Walter, acariciándole las nalgas.
Ana no contestó y entonces el tipo zambulló dos dedos en la entrada anal.
Esta vez Ana levantó la cabeza y gritó que le gustaba así…
Walter entonces regresó a esa delicada concha, hundiendo sus dedos entre los labios vaginales y comenzando a pajearla con más ritmo. Ana gemía como una verdadera perra en celo, mientras el tipo se dedicaba a tocarla y masturbarla a gusto.
“Voy a cogerte, perra… eso te gustaría?... quiero oírte decirlo, puta…”
“Sí…” Susurró Ana entre gemidos de placer.
“Sí… que? Puta…”
“Quiero que me cojas de una buena vez, hijo de puta…” Gritó Ana.
En ese mismo instante mi mujercita tuvo un tremendo orgasmo, apretó sus muslos aprisionando los dedos de Walter, mientras acababa entre grandes espasmos y temblores sin control.
Walter sonrió y me miró a los ojos, mientras sacaba sus dedos de la vagina de Ana y se los llevaba a la boca, lamiendo los jugos de mi esposa…
Contemplé la cara de Anita; sus ojos estaban entrecerrados, su rostro reflejaba lujuria y una tremenda calentura.
Walter bajó a su cabeza hasta los pies de Ana y sacando su asquerosa lengua empezó a lamer el cuerpo de mi delicada esposa, sus pies, sus tobillos, sus muslos y culo, hasta finalmente llegar a sus labios vaginales.
Ana no dejaba de gemir y gritar. Cuando la experta lengua de ese hijo de puta acarició su clítoris, ella alcanzó un segundo y profundo orgasmo estallando entre jadeos y gritos de placer.
Walter entonces la hizo girar en el aire, dejándola boca arriba. Le ordenó a Ana que abriera los ojos para que pudiera ver cómo la cogía un verdadero macho. Ella no obedeció y entonces Walter le dio un par de cachetadas, hasta lograr que Ana lo mirara a los ojos.
Entonces el turro alzó las piernas de Anita, las abrió totalmente y luego comenzó a empujar su gruesa verga entre los labios vaginales de mi esposa. Primero entró el glande entre los suspiros de Ana y luego muy despacio fue metiendo el resto de su verga. Se quedó unos instantes quieto, disfrutando seguramente la presión de la vagina de Anita contra su pija. Después inició una cogida tremenda; el mete y saca era brutal.
Después de un rato de jadear como una perra, Ana tuvo un nuevo orgasmo, más largo y profundo que todos los anteriores, con su concha destilando grandes cantidades de flujo, como consecuencia de la tremenda y placentera cogida que le estaba dando ese hijo de mil putas.
Éste seguía dando tremendos embates a mi esposa; hasta que finalmente, gritó que estaba a punto de acabar. De repente desmontó a mi mujercita y meneando su gruesa pija, se descargó aullando sobre las tetas de Anita.
El tipo cayó exhausto sobre la cama. Oscar se acercó a Ana y puso su verga a la altura de la boca de mi esposa. Ella lo introdujo en su boca. Le lamió el glande y todo el tronco, tragándose el líquido pre-seminal.
Oscar no aguantó mucho y mirándome sonriente se descargó en la boca de mi delicada Ana…
La noche siguiente esos dos hijos de puta regresaron por más. Se cogieron por turnos a Ana en nuestra propia cama. Walter la sodomizó brutalmente con su gruesa verga y finalmente entre ambos la penetraron por adelante y atrás, turnándose para disfrutar la entrada anal de mi delicada esposa.
Cuando por fin nos dejaron tranquilos, Anita estaba desecha. Su cuerpo olía a semen y al sudor de sus dos machos. Todos sus orificios dejaban escapar una mezcla de sus flujos y el semen de los dos tipos. Tenía arañazos y moretones en todo el cuerpo. Estaba muy dolorida y le costaba bastante caminar.
Lo peor de todo, es que cuando la deposité en la bañadera llena de agua caliente, me confesó que había gozado como una perra con la rudeza de esos dos tipos ordinarios y que ambos la habían sometido y cogido de una manera única y brutal, como a ella ahora le gustaba…
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