Al año de casarnos, Ana y yo pudimos mudarnos de casa. Seguíamos en el mismo barrio de Villa Urquiza, pero habíamos conseguido un departamento más cómodo y amplio, incluso con un excelente balcón terraza, ya que estaba ubicado en el penúltimo piso.
Como en todo edificio, siempre había un vecino problemático. En nuestro caso se trataba de un tal Oscar, un tipo de aspecto siniestro de unos sesenta años que, según las vecinas, era un viejo verde desagradable.
Ana en un par de ocasiones se había quejado de que este tipo la había manoseado en el ascensor, aprovechando el poco espacio interior.
En una época me tocó ejercer las funciones como administrador del consorcio y tuve que visitar el departamento de Oscar, ubicado en el último piso, debido a una pérdida en el tanque que proveía agua a todo el edificio.
Lo saludé y me hizo pasar a su casa. Sonrió socarronamente y me invitó a que lo siguiera hasta su terraza. Me hizo asomar y entonces me encontré con algo inesperado: mi esposa Anita estaba recostada en una reposera en nuestro balcón, tomando sol completamente desnuda. Su pubis depilado brillaba al sol, con la humedad de sus delicados labios vaginales…
Me volví hacia el tipo blandiendo mi puño:
“Viejo degenerado, estás espiando a mi mujer!!”
Pero el viejo fue más rápido que yo y me aplicó un puñetazo en el estómago que me hizo doblar en dos. Enseguida me tomó por el cuello y me arrastró al interior del comedor.
Allí me lanzó sobre una silla y encendió una computadora personal que estaba sobre la mesa.
En pantalla aparecieron fotos de Anita, siempre desnuda tomando sol…
Abrió un video que me dejó helado: Ana aparecía envuelta en una breve salida de baño. Al recostarse sobre la reposera se desnudó por completo.
Entonces abrió sus hermosas piernas y comenzó a masturbarse; con sus dedos acariciaba sus endurecidos pezones. La otra mano se deslizó a su entrepierna metiéndose dos dedos en su depilada vulva. Su mano buscó debajo de la hamaca y sacó uno de sus consoladores…
Al poco rato, mi esposa acabó entre espasmos y sacudidas de placer, su cuerpo se arqueó para quedar finalmente exhausto y sudoroso pero sobre todo satisfecho sobre la reposera.
Cuando todo terminó, el ordinario de Oscar me miró con su desagradable cara sonriente. Le pregunté cuánto dinero quería por devolverme todos los videos y fotos que tenía de mi esposa.
Dinero? Dijo Oscar. Entonces se rio a carcajadas y aseguró que no necesitaba dinero. Lo que él quería era cogerse a Ana, a mi esposa Ana.
Ella era la vecina que peor siempre lo había tratado y ahora el hijo de puta pretendía tener la oportunidad de cogérsela, pidiéndome ayuda para lograrlo.
Le dije que estaba loco y entonces me retrucó que si no lograba cogerse a mi mujercita, entonces subiría a la red todos los videos y fotos que había obtenido de ella al sol…
Finalmente le dije que sí, que lo ayudaría a que pudiera lograrlo; pero solo con la intención de ganar tiempo para poder pensar qué hacer con esta situación.
Unos días más tarde coincidimos en el ascensor con Oscar.
Yo lo saludé lacónicamente, mientras que Ana simplemente le dirigió una mirada llena de desprecio. Oscar se pegó literalmente a la espalda de Anita debido a la estrechez del ascensor. Durante el trayecto me percaté que mi esposa se agitaba un par de veces…
Cuando entramos a nuestra casa, Ana se abalanzó encima mío y me pidió que la cogiera, diciéndome que últimamente la tenía un poco abandonada.
Le arranqué el vestido y nos tumbamos en la cama. Mi mano fue subiendo por sus piernas hasta alcanzar su tanga. Estaba totalmente mojada, la corrí hacia un costado y metí mis dedos en su concha empapada.
“Hoy estás muy caliente y mojada” Le dije entre jadeos…
“Qué esperabas?... Me apoyaste la punta de tu verga en mi culo en el ascensor, frente a ese degenerado de nuestro vecino… El solo hecho de pensar que pudo vernos, me hizo empapar…” Respondió Ana gimiendo…
Entonces le dije la verdad. Que Oscar le había metido mano en el ascensor y eso la había excitado como a una verdadera perra en celo…
Ana hizo ademán de levantarse, pero la sujeté y de un solo impulso la penetré hasta el fondo. Podía sentir su concha en llamas, apretando mi dura verga dentro de ella. Mi esposa gemía de placer, mientras yo la bombeaba como un loco.
Le pregunté si le había gustado sentir la pija de Oscar contra su culo.
“Si, me encantó sentirla tan dura…” Gritó Ana entre sollozos.
“Te gustaría que ese viejo verde te cogiera,,,?” Insistí desesperado.
“Si, me encantaría que me cogiera con esa pija bien dura…” Gimió ella.
En ese mismo instante mi dulce mujercita tuvo un orgasmo brutal, se arqueó abrazándome con sus interminables piernas y aulló como loca mientras los temblores recorrían su cuerpo.
Al verla acabar así, mi excitación no aguantó más y yo también me descargué en el fondo de su caliente vagina. Saqué mi verga y le ordené que me la chupara hasta dejarla limpia.
Un rato más tarde, mientras nos duchábamos juntos, Ana me hizo una inesperada confesión: hacía rato que fantaseaba con dejarse coger por otro hombre y que yo estuviera presente. Oscar le resultaba un tipo odioso y despreciable; pero al mismo tiempo, se sentía excitada cada vez que ese degenerado la desnudaba con la mirada; al punto de mojarse entera…
Al enterarse que había sido él quien la había manoseado en el ascensor, había tenido ese orgasmo más intenso que los habituales…
El sábado siguiente estábamos invitados a un casamiento.
Estuve excitado durante toda la fiesta, especialmente de ver a Ana bailando con otros invitados y la abrazaban demasiado apretadamente, llegando incluso a meterle mano en su hermoso y redondo culo.
Pero ya no me importaba demasiado en absoluto. Como parte del plan que había establecido con el degenerado de Oscar, procuré que mi esposa bebiese más de la cuenta, aprovechando que el alcohol siempre hizo que su libido se disparase muy alto.
Durante el trayecto de vuelta a casa no paré de toquetear a mi esposa, introduje mi mano por la abertura de su falda, acaricié sus muslos y posé mi mano sobre su concha apenas cubierta por una diminuta tanga de seda negra. Anita estaba totalmente empapada.
Gracias a unas cuantas margaritas y a mis caricias; Ana estaba realmente muy caliente y excitada. Entramos al palier de nuestro edificio y al llegar al ascensor, una voz saludó desde atrás.
De repente apareció Oscar por detrás de nosotros.
Entramos los tres y Oscar se pegó a la espalda de mi mujer.
Yo no hice nada, me limité a observar. Oscar de forma descarada le apoyaba el enorme bulto contra el culo a mi mujercita.
Ana no decía nada, me miró y yo no supe que decir. Oscar empezó a refregar su verga contra el culo de mi esposa. Envalentonado por nuestra pasividad sus manos se posaron en la cintura de Anita. Una de sus manazas fue descendiendo hasta la abertura de su falda sin que mi esposa hiciese nada. Abrió un poco la abertura de la falda y posó su mano en el muslo de mi mujer. Ella no dijo nada, yo tampoco.
La mano Oscar subió por el muslo de mi esposa hasta desaparecer de mi vista. Por sus movimientos noté que pugnaba por introducirse dentro de la tanga de seda negra. La otra mano se deslizó por debajo de la axila de Ana atrapando una de sus magníficas tetas. Mi esposa empezó a gemir mientras yo comencé a tocarme la verga por encima del pantalón.
“Te gusta, putita?” Susurró Oscar al oído de mi esposa.
Ella no dijo nada pero un leve gemido escapó de sus labios.
“Estas totalmente empapada, putita… así me gusta” Dijo sonriendo.
“Ahora voy a cogerte en tu propia cama, delante de tu marido cornudo…”
Salimos del ascensor, Oscar llevando a Ana por delante, con sus manos metidas en la humedecida concha de mi mujercita y en sus tetas. Ella no paraba de gemir y jadear.
Apenas entramos en nuestro departamento, Oscar empujó a Ana al centro del comedor. De un solo manotazo desgarró el vestido de fiesta y lo arrancó del delicado cuerpo de mi mujercita.
Anita se quedó vestida solamente con su diminuta tanga negra y los zapatos de taco alto, tratando de cubrirse sus firmes tetas.
Oscar nuevamente se abalanzó sobre ella y le hizo separar las piernas, metiendo otra vez su enorme mano entre esos hermosos muslos. Le arrancó la tanga de un tirón y deslizó sus gruesos dedos en la concha de mi delicada esposa.
“Ahora vas a pedirme que te coja en tu propia cama matrimonial, delante del cornudo de tu marido, pedazo de puta!” Le gritó Oscar sin dejar de masturbarla con sus brutales dedos…
Ana no contestó, gemía y jadeaba como una perra.
“Vas a pedírmelo… a suplicármelo, perra…” Insistió Oscar.
Mi esposa seguía sin contestar; solamente jadeaba y sollozaba.
Oscar insistió, sin dejar de masturbar brutalmente a mi mujercita.
“Por favor,,, quiero que me cojas… que me montes como a una yegua”.
Oscar se rió. Tomó la mano de Anita y la restregó contra su enorme bulto. Mi vecino desabrochó los botones de su pantalón e introdujo la mano de mi mujer dentro de su bulto.
En ese instante, Ana se arrodilló delante de mi detestable vecino e intentó mamar esa verga, pero Oscar la levantó del suelo, tomándola por los cabellos. Le dijo que le dejaría mamar su verga cuando él quisiera…
Levantó a Ana en vilo sobre sus hombros y se dirigió a nuestro dormitorio, arrojando a mi delicada esposa sobre la cama. Ella quedó boca arriba.
Oscar se desnudó, dejando ver su tremenda verga erecta de casi treinta centímetros de largo. Con esa verga iba a destrozar a mi mujercita…
Le ordenó a ella que se masturbara mientras a él se le ponía todavía más dura. Ana obedeció, metiéndose un par de dedos en la vagina y comenzando a gemir y suspirar…
Unos segundos después, mi desagradable vecino se subió a la cama, ubicándose entre los muslos abiertos de mi esposa. Se inclinó sobre ella y se impulsó hacia adelante, lentamente introduciéndose en la empapada concha de mi esposa; abriéndose paso entre sus dilatados labios vaginales…
Anita comenzó a jadear de gusto, mientras un enfebrecido Oscar iniciaba un mete y saca brutal, sin importarle el dolor que pudiera sentir mi esposa, al hijo de puta solo le interesaba su propio placer; el placer de cogerse a mi sensual mujercita.
“Perra, te gusta mi verga?... a partir de hoy voy a cogerte cuando quiera”
“Soy tu perra, voy a dejar que me cojas cuando quieras…” Jadeó Ana.
En ese instante mi esposa tuvo un tremendo orgasmo; totalmente abierta de piernas para su macho se arqueó y las cerró contra la espalda de Oscar. Po su parte, él continuó cogiéndola salvajemente por un largo rato, hasta que finalmente anunció que iba a acabar.
Con un rugido triunfal, Oscar se vació dentro de la intimidad de mi mujer, haciendo que ella aullara al sentir su semen hirviente invadiéndola.
Mi vecino siguió dentro de mi mujer durante un rato más vaciando hasta la última gota de leche en ella, hasta que totalmente extenuado sacó su enorme verga del cuerpo de Anita.
Pude ver que la leche salía a borbotones de la concha de mi esposa, deslizándose por sus muslos, hasta manchar las sábanas. Oscar me ordenó que lamiera la concha de mi mujercita hasta dejarla limpia…
Ana muy obediente abrió sus piernas y yo metí mi lengua en su concha, lamiendo la leche de mi vecino de esos hermosos labios vaginales…
Oscar mientras tanto, se vistió y abandonó la habitación.
Ayudé a mi esposa a levantarse y la acompañé hasta el baño, ya que semejante cogida brutal la había dejado muy dolorida y sentía las piernas flojas.
Mientras se daba un baño de inmersión bien caliente, a Anita se le pasó el efecto del alcohol y entonces me dijo que nunca más permitiría que ese degenerado volviera a ponerle un dedo encima.
Yo quise creerle pero no pude. Sabía que mi dulce mujercita era una perra caliente y que esa situación desbordada de esa noche, era apenas el comienzo…
Como en todo edificio, siempre había un vecino problemático. En nuestro caso se trataba de un tal Oscar, un tipo de aspecto siniestro de unos sesenta años que, según las vecinas, era un viejo verde desagradable.
Ana en un par de ocasiones se había quejado de que este tipo la había manoseado en el ascensor, aprovechando el poco espacio interior.
En una época me tocó ejercer las funciones como administrador del consorcio y tuve que visitar el departamento de Oscar, ubicado en el último piso, debido a una pérdida en el tanque que proveía agua a todo el edificio.
Lo saludé y me hizo pasar a su casa. Sonrió socarronamente y me invitó a que lo siguiera hasta su terraza. Me hizo asomar y entonces me encontré con algo inesperado: mi esposa Anita estaba recostada en una reposera en nuestro balcón, tomando sol completamente desnuda. Su pubis depilado brillaba al sol, con la humedad de sus delicados labios vaginales…
Me volví hacia el tipo blandiendo mi puño:
“Viejo degenerado, estás espiando a mi mujer!!”
Pero el viejo fue más rápido que yo y me aplicó un puñetazo en el estómago que me hizo doblar en dos. Enseguida me tomó por el cuello y me arrastró al interior del comedor.
Allí me lanzó sobre una silla y encendió una computadora personal que estaba sobre la mesa.
En pantalla aparecieron fotos de Anita, siempre desnuda tomando sol…
Abrió un video que me dejó helado: Ana aparecía envuelta en una breve salida de baño. Al recostarse sobre la reposera se desnudó por completo.
Entonces abrió sus hermosas piernas y comenzó a masturbarse; con sus dedos acariciaba sus endurecidos pezones. La otra mano se deslizó a su entrepierna metiéndose dos dedos en su depilada vulva. Su mano buscó debajo de la hamaca y sacó uno de sus consoladores…
Al poco rato, mi esposa acabó entre espasmos y sacudidas de placer, su cuerpo se arqueó para quedar finalmente exhausto y sudoroso pero sobre todo satisfecho sobre la reposera.
Cuando todo terminó, el ordinario de Oscar me miró con su desagradable cara sonriente. Le pregunté cuánto dinero quería por devolverme todos los videos y fotos que tenía de mi esposa.
Dinero? Dijo Oscar. Entonces se rio a carcajadas y aseguró que no necesitaba dinero. Lo que él quería era cogerse a Ana, a mi esposa Ana.
Ella era la vecina que peor siempre lo había tratado y ahora el hijo de puta pretendía tener la oportunidad de cogérsela, pidiéndome ayuda para lograrlo.
Le dije que estaba loco y entonces me retrucó que si no lograba cogerse a mi mujercita, entonces subiría a la red todos los videos y fotos que había obtenido de ella al sol…
Finalmente le dije que sí, que lo ayudaría a que pudiera lograrlo; pero solo con la intención de ganar tiempo para poder pensar qué hacer con esta situación.
Unos días más tarde coincidimos en el ascensor con Oscar.
Yo lo saludé lacónicamente, mientras que Ana simplemente le dirigió una mirada llena de desprecio. Oscar se pegó literalmente a la espalda de Anita debido a la estrechez del ascensor. Durante el trayecto me percaté que mi esposa se agitaba un par de veces…
Cuando entramos a nuestra casa, Ana se abalanzó encima mío y me pidió que la cogiera, diciéndome que últimamente la tenía un poco abandonada.
Le arranqué el vestido y nos tumbamos en la cama. Mi mano fue subiendo por sus piernas hasta alcanzar su tanga. Estaba totalmente mojada, la corrí hacia un costado y metí mis dedos en su concha empapada.
“Hoy estás muy caliente y mojada” Le dije entre jadeos…
“Qué esperabas?... Me apoyaste la punta de tu verga en mi culo en el ascensor, frente a ese degenerado de nuestro vecino… El solo hecho de pensar que pudo vernos, me hizo empapar…” Respondió Ana gimiendo…
Entonces le dije la verdad. Que Oscar le había metido mano en el ascensor y eso la había excitado como a una verdadera perra en celo…
Ana hizo ademán de levantarse, pero la sujeté y de un solo impulso la penetré hasta el fondo. Podía sentir su concha en llamas, apretando mi dura verga dentro de ella. Mi esposa gemía de placer, mientras yo la bombeaba como un loco.
Le pregunté si le había gustado sentir la pija de Oscar contra su culo.
“Si, me encantó sentirla tan dura…” Gritó Ana entre sollozos.
“Te gustaría que ese viejo verde te cogiera,,,?” Insistí desesperado.
“Si, me encantaría que me cogiera con esa pija bien dura…” Gimió ella.
En ese mismo instante mi dulce mujercita tuvo un orgasmo brutal, se arqueó abrazándome con sus interminables piernas y aulló como loca mientras los temblores recorrían su cuerpo.
Al verla acabar así, mi excitación no aguantó más y yo también me descargué en el fondo de su caliente vagina. Saqué mi verga y le ordené que me la chupara hasta dejarla limpia.
Un rato más tarde, mientras nos duchábamos juntos, Ana me hizo una inesperada confesión: hacía rato que fantaseaba con dejarse coger por otro hombre y que yo estuviera presente. Oscar le resultaba un tipo odioso y despreciable; pero al mismo tiempo, se sentía excitada cada vez que ese degenerado la desnudaba con la mirada; al punto de mojarse entera…
Al enterarse que había sido él quien la había manoseado en el ascensor, había tenido ese orgasmo más intenso que los habituales…
El sábado siguiente estábamos invitados a un casamiento.
Estuve excitado durante toda la fiesta, especialmente de ver a Ana bailando con otros invitados y la abrazaban demasiado apretadamente, llegando incluso a meterle mano en su hermoso y redondo culo.
Pero ya no me importaba demasiado en absoluto. Como parte del plan que había establecido con el degenerado de Oscar, procuré que mi esposa bebiese más de la cuenta, aprovechando que el alcohol siempre hizo que su libido se disparase muy alto.
Durante el trayecto de vuelta a casa no paré de toquetear a mi esposa, introduje mi mano por la abertura de su falda, acaricié sus muslos y posé mi mano sobre su concha apenas cubierta por una diminuta tanga de seda negra. Anita estaba totalmente empapada.
Gracias a unas cuantas margaritas y a mis caricias; Ana estaba realmente muy caliente y excitada. Entramos al palier de nuestro edificio y al llegar al ascensor, una voz saludó desde atrás.
De repente apareció Oscar por detrás de nosotros.
Entramos los tres y Oscar se pegó a la espalda de mi mujer.
Yo no hice nada, me limité a observar. Oscar de forma descarada le apoyaba el enorme bulto contra el culo a mi mujercita.
Ana no decía nada, me miró y yo no supe que decir. Oscar empezó a refregar su verga contra el culo de mi esposa. Envalentonado por nuestra pasividad sus manos se posaron en la cintura de Anita. Una de sus manazas fue descendiendo hasta la abertura de su falda sin que mi esposa hiciese nada. Abrió un poco la abertura de la falda y posó su mano en el muslo de mi mujer. Ella no dijo nada, yo tampoco.
La mano Oscar subió por el muslo de mi esposa hasta desaparecer de mi vista. Por sus movimientos noté que pugnaba por introducirse dentro de la tanga de seda negra. La otra mano se deslizó por debajo de la axila de Ana atrapando una de sus magníficas tetas. Mi esposa empezó a gemir mientras yo comencé a tocarme la verga por encima del pantalón.
“Te gusta, putita?” Susurró Oscar al oído de mi esposa.
Ella no dijo nada pero un leve gemido escapó de sus labios.
“Estas totalmente empapada, putita… así me gusta” Dijo sonriendo.
“Ahora voy a cogerte en tu propia cama, delante de tu marido cornudo…”
Salimos del ascensor, Oscar llevando a Ana por delante, con sus manos metidas en la humedecida concha de mi mujercita y en sus tetas. Ella no paraba de gemir y jadear.
Apenas entramos en nuestro departamento, Oscar empujó a Ana al centro del comedor. De un solo manotazo desgarró el vestido de fiesta y lo arrancó del delicado cuerpo de mi mujercita.
Anita se quedó vestida solamente con su diminuta tanga negra y los zapatos de taco alto, tratando de cubrirse sus firmes tetas.
Oscar nuevamente se abalanzó sobre ella y le hizo separar las piernas, metiendo otra vez su enorme mano entre esos hermosos muslos. Le arrancó la tanga de un tirón y deslizó sus gruesos dedos en la concha de mi delicada esposa.
“Ahora vas a pedirme que te coja en tu propia cama matrimonial, delante del cornudo de tu marido, pedazo de puta!” Le gritó Oscar sin dejar de masturbarla con sus brutales dedos…
Ana no contestó, gemía y jadeaba como una perra.
“Vas a pedírmelo… a suplicármelo, perra…” Insistió Oscar.
Mi esposa seguía sin contestar; solamente jadeaba y sollozaba.
Oscar insistió, sin dejar de masturbar brutalmente a mi mujercita.
“Por favor,,, quiero que me cojas… que me montes como a una yegua”.
Oscar se rió. Tomó la mano de Anita y la restregó contra su enorme bulto. Mi vecino desabrochó los botones de su pantalón e introdujo la mano de mi mujer dentro de su bulto.
En ese instante, Ana se arrodilló delante de mi detestable vecino e intentó mamar esa verga, pero Oscar la levantó del suelo, tomándola por los cabellos. Le dijo que le dejaría mamar su verga cuando él quisiera…
Levantó a Ana en vilo sobre sus hombros y se dirigió a nuestro dormitorio, arrojando a mi delicada esposa sobre la cama. Ella quedó boca arriba.
Oscar se desnudó, dejando ver su tremenda verga erecta de casi treinta centímetros de largo. Con esa verga iba a destrozar a mi mujercita…
Le ordenó a ella que se masturbara mientras a él se le ponía todavía más dura. Ana obedeció, metiéndose un par de dedos en la vagina y comenzando a gemir y suspirar…
Unos segundos después, mi desagradable vecino se subió a la cama, ubicándose entre los muslos abiertos de mi esposa. Se inclinó sobre ella y se impulsó hacia adelante, lentamente introduciéndose en la empapada concha de mi esposa; abriéndose paso entre sus dilatados labios vaginales…
Anita comenzó a jadear de gusto, mientras un enfebrecido Oscar iniciaba un mete y saca brutal, sin importarle el dolor que pudiera sentir mi esposa, al hijo de puta solo le interesaba su propio placer; el placer de cogerse a mi sensual mujercita.
“Perra, te gusta mi verga?... a partir de hoy voy a cogerte cuando quiera”
“Soy tu perra, voy a dejar que me cojas cuando quieras…” Jadeó Ana.
En ese instante mi esposa tuvo un tremendo orgasmo; totalmente abierta de piernas para su macho se arqueó y las cerró contra la espalda de Oscar. Po su parte, él continuó cogiéndola salvajemente por un largo rato, hasta que finalmente anunció que iba a acabar.
Con un rugido triunfal, Oscar se vació dentro de la intimidad de mi mujer, haciendo que ella aullara al sentir su semen hirviente invadiéndola.
Mi vecino siguió dentro de mi mujer durante un rato más vaciando hasta la última gota de leche en ella, hasta que totalmente extenuado sacó su enorme verga del cuerpo de Anita.
Pude ver que la leche salía a borbotones de la concha de mi esposa, deslizándose por sus muslos, hasta manchar las sábanas. Oscar me ordenó que lamiera la concha de mi mujercita hasta dejarla limpia…
Ana muy obediente abrió sus piernas y yo metí mi lengua en su concha, lamiendo la leche de mi vecino de esos hermosos labios vaginales…
Oscar mientras tanto, se vistió y abandonó la habitación.
Ayudé a mi esposa a levantarse y la acompañé hasta el baño, ya que semejante cogida brutal la había dejado muy dolorida y sentía las piernas flojas.
Mientras se daba un baño de inmersión bien caliente, a Anita se le pasó el efecto del alcohol y entonces me dijo que nunca más permitiría que ese degenerado volviera a ponerle un dedo encima.
Yo quise creerle pero no pude. Sabía que mi dulce mujercita era una perra caliente y que esa situación desbordada de esa noche, era apenas el comienzo…
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