Siempre había sido una chica delgada, en mis primeros años de secundaria, más que nada los primeros dos, era muy flaquita, casi sin curvas, y las que había, eran imperceptibles, siempre sentí una gran envidia hacia mis compañeras que mientras se desarrollaban, comenzaban a sacar unos cuerpos despampanantes, mientras que yo, me quedaba en el camino, finita como un alambre.
Sin embargo, el cuarto año fue distinto, todo mi desarrollo sucedió de golpe, cómo por arte de magia. Nunca fui una chica alta, mido 1,60, era muy normal, mis compañeros varones solían burlarse de mi estatura, lo que hacía que ese año, el desarrollo de mis piernas y mi cola se notará el doble, parecía que había pasado mi adolescencia ejercitando fluteos en un gimnasio, pero no, simplemente me dedicaba a quedarme recostada en mi cama y leer una cantidad incontable de libros.
Esa noche en la joda había llevado una pollera a cuadros, blanca y negra, que me quedaba algo chica, por lo que mis curvas a estrenar se marcaban en toda extensión, cosa que a Dante, pareció gustarle.
Al separarme fui al baño casi de inmediato y me miré al espejo, no podía creer lo que me estaba pasando, jamás había sentido algo así, estaba como loca, y quería más. Salí decidida, algo torpe al caminar por los efectos del alcohol a los que no estaba acostumbrada, intentando mantener el equilibrio fui al frente a buscar a Dante, lo busque en la pista, en los patios, en habitaciones, pero no lo veía, en el camino me cruce con varias parejitas que se encontraban chapando contra las paredes, moviéndose bruscamente y con sus manos agarrando y acariciando cualquier parte de su cuerpo que estuviera al alcance, lo cual logro calentarme el doble.
-Aylu, mira... -me indicó una compañera señalando a una pared lejana. Al voltear, Dante estaba a los besos con Natalia, una de nuestras compañeras a la cual odiaba, y el, siendo mi mejor amigo, lo sabía.
Pero aún así, ahí estaba el, sonriendo, sin sacar la lengua de la boca de esa zorra y apretando fuerte su firme culo, cosa que me generaba un poco de envidia, ya que mi objetivo era estar en su lugar.
Suspiré con enojo y dando media vuelta decidi volver a bailar, en el camino, esquivando a mis compañeros borrachos y alguno que otro tirados en el piso vomitando, sentí una nalgada algo fuerte, que gracias a mi estado, me gustó; gire y era Valentín, el más popular del curso, era alto, alrededor de 1,85, con su cuerpo cubierto de una musculatura digna de atleta olímpico y su sonrisa blanca como la nieve, sosteniendo una cerveza en su mano derecha y mirándome mientras reía, en esa situación en la que en tiempos pasados me hubiese sonrojado y lo hubiese insultado en todas las formas e idiomas posibles, la calentura me había ganado.
Le sonreí y me acerque a el con la mirada más de puta que había soltado hasta ese entonces, le robe un traguito de su cerveza y de una forma sutil, lo agarre de la mano y me lo lleve al primer baño que encontré, y cerré la puerta.
Beso va, beso viene, la respiración agitada, los movimientos torpes de intentar movernos sin soltarnos, sus manos bajaron y me apretaron el orto con una dureza que hizo que automáticamente le desabroche el botón de su pantalón y baje su cierre, con mi mano derecha empecé a por primera vez en mi vida hacer una paja, al principio mis nervios y mi calentura me jugaron en contra, y cometía errores torpes, pero con el pasar de los segundos, me convertí en una experta, y quise más.
Me arrodille en aquel mojado piso de ese baño, contemple por un segundo aquella gruesa verga que tenía entre mis manos y con ganas y mucho apuro me la metí casi entera en la boca, al principio con algunos movimientos todavía torpes, pero sin dejar el entusiasmo de lado, seguí con rapidez. Moviendo mi lengua, de costado a costado, de a ratos mirandolo a los ojos mientras sentia en su abultado abdomen los cortes de su respiración y en su cara denotaba un placer inmenso. La saqué de mi boca y sonreí mientras un sutil hilo de baba me colgaba del labio
-Hija de puta... ¿Te la bancas en la cara? -me pregunto, con una expresión de éxtasis total mientras se pajeaba a centímetros de mi cara...
Sin embargo, el cuarto año fue distinto, todo mi desarrollo sucedió de golpe, cómo por arte de magia. Nunca fui una chica alta, mido 1,60, era muy normal, mis compañeros varones solían burlarse de mi estatura, lo que hacía que ese año, el desarrollo de mis piernas y mi cola se notará el doble, parecía que había pasado mi adolescencia ejercitando fluteos en un gimnasio, pero no, simplemente me dedicaba a quedarme recostada en mi cama y leer una cantidad incontable de libros.
Esa noche en la joda había llevado una pollera a cuadros, blanca y negra, que me quedaba algo chica, por lo que mis curvas a estrenar se marcaban en toda extensión, cosa que a Dante, pareció gustarle.
Al separarme fui al baño casi de inmediato y me miré al espejo, no podía creer lo que me estaba pasando, jamás había sentido algo así, estaba como loca, y quería más. Salí decidida, algo torpe al caminar por los efectos del alcohol a los que no estaba acostumbrada, intentando mantener el equilibrio fui al frente a buscar a Dante, lo busque en la pista, en los patios, en habitaciones, pero no lo veía, en el camino me cruce con varias parejitas que se encontraban chapando contra las paredes, moviéndose bruscamente y con sus manos agarrando y acariciando cualquier parte de su cuerpo que estuviera al alcance, lo cual logro calentarme el doble.
-Aylu, mira... -me indicó una compañera señalando a una pared lejana. Al voltear, Dante estaba a los besos con Natalia, una de nuestras compañeras a la cual odiaba, y el, siendo mi mejor amigo, lo sabía.
Pero aún así, ahí estaba el, sonriendo, sin sacar la lengua de la boca de esa zorra y apretando fuerte su firme culo, cosa que me generaba un poco de envidia, ya que mi objetivo era estar en su lugar.
Suspiré con enojo y dando media vuelta decidi volver a bailar, en el camino, esquivando a mis compañeros borrachos y alguno que otro tirados en el piso vomitando, sentí una nalgada algo fuerte, que gracias a mi estado, me gustó; gire y era Valentín, el más popular del curso, era alto, alrededor de 1,85, con su cuerpo cubierto de una musculatura digna de atleta olímpico y su sonrisa blanca como la nieve, sosteniendo una cerveza en su mano derecha y mirándome mientras reía, en esa situación en la que en tiempos pasados me hubiese sonrojado y lo hubiese insultado en todas las formas e idiomas posibles, la calentura me había ganado.
Le sonreí y me acerque a el con la mirada más de puta que había soltado hasta ese entonces, le robe un traguito de su cerveza y de una forma sutil, lo agarre de la mano y me lo lleve al primer baño que encontré, y cerré la puerta.
Beso va, beso viene, la respiración agitada, los movimientos torpes de intentar movernos sin soltarnos, sus manos bajaron y me apretaron el orto con una dureza que hizo que automáticamente le desabroche el botón de su pantalón y baje su cierre, con mi mano derecha empecé a por primera vez en mi vida hacer una paja, al principio mis nervios y mi calentura me jugaron en contra, y cometía errores torpes, pero con el pasar de los segundos, me convertí en una experta, y quise más.
Me arrodille en aquel mojado piso de ese baño, contemple por un segundo aquella gruesa verga que tenía entre mis manos y con ganas y mucho apuro me la metí casi entera en la boca, al principio con algunos movimientos todavía torpes, pero sin dejar el entusiasmo de lado, seguí con rapidez. Moviendo mi lengua, de costado a costado, de a ratos mirandolo a los ojos mientras sentia en su abultado abdomen los cortes de su respiración y en su cara denotaba un placer inmenso. La saqué de mi boca y sonreí mientras un sutil hilo de baba me colgaba del labio
-Hija de puta... ¿Te la bancas en la cara? -me pregunto, con una expresión de éxtasis total mientras se pajeaba a centímetros de mi cara...
1 comentarios - La trolita del salón (2)