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Corriendo(me) con mis hermanas parte 1

Ramón decide perder peso y sale a correr con su hermana mayor... con un pequeño incentivo especial.
-          Vaya, para serte sincera, no pensé que fueras en serio –dijo Tara al verme aparecer vestido con pantalones de ciclista y una camiseta ajustada.

Cuando le había insistido el día previo a mi hermana mayor para que me dejara acompañarle en su rutina diaria donde salía a correr, estaba muy convencido. Los capullos de mis amigos se habían tirado la última semana metiéndose con mi peso, y estaba harto. No es una cosa que normalmente me molestara; el médico no le había dado importancia y esperaba que con el “estirón” me librara de esos kilos de más en cualquier momento. Pero el aburrimiento y la inactividad de las vacaciones había hecho mella en mi grupo mi grupo de amigos y les resultaba fácil meterse con el “rellenito”. Pero había llegado un punto en que se me habían empezado a inflar los cojones.

Habían empezado a jugar con mi apellido. Me llamo Ramón Manresa, así que comenzaron a transformarlo en “Mayonesa” y directamente ya me llamaban Capitán Mayonesa. Un insulto muy elaborado, ¿verdad? A eso les llegaban las neuronas. Normalmente no les habría hecho ni puto caso y lo habría dejado pasar. Dedicar más atención a estas cosas es una forma de empeorarlas, y yo no me manejaba tan bien en entornos sociales como para hacer un comentario agudo y conseguir que me dejaran en paz.

Pero el caso es que ya llevaban una semana y no paraban con la cantinela. Con estas cosas, uno nunca sabe dónde paran, si llega a ocurrir. A veces basta un tiempo para que todo el mundo lo deje pasar y se centre en otras cosas, pero cuando ese tipo de comentarios alcanza masa crítica se convierte en una etiqueta que te marca de por vida. Al pobre José Antonio le seguíamos llamando “Choped” por las meriendas que traía al recreo día sí día también cuando íbamos a Primaria.... pero ya estaba a punto de graduarme del instituto y la bromita seguía.

En gente de nuestra edad, eso era muchísimo tiempo. No podía permitirme que todo el mundo me llamara Capitán Mayonesa cuando comenzara el curso. Aparte de resultarme muy irritante, había comenzado a sentirme un poco más cohibido por este tema del peso y el exceso de grasa. La idea de que las chicas guapas de clase me señalaran y se rieran de mí al comenzar el curso me hacía morirme de vergüenza.

En casa, había estado últimamente algo apático durante las comidas, removiendo sin mucho interés el plato mientras ponía cara mustia y apática. Anita, mi hermana pequeña, se percató de que me pasaba algo. La renacuaja podía ser muy perceptiva cuando quería. Logró sonsacarme mi inseguridad delante de toda la familia y no tuve más remedio que confesar. Aunque mi relato arrancó unas buenas carcajadas a mis padres, mi madre propuso con buena intención:

-          ¿Y por qué no acompañas a tus hermanas y te pones a hacer ejercicio, Ramoncete?

Aquel apodo de mi madre también causaba furor entre mis amigos, aunque “Mayonesa” lo hubiera desplazado actualmente. Yo ya estaba acostumbrado a él así que lo ignoré.

-          Ya, claro… sin ofender, pero no voy a apuntarme a ballet –dije entornando los ojos.

Anita llevaba un par de años yendo a clases de ballet y la verdad es que parecía pasárselo bien. Más de una vez la había observado dando saltos y piruetas embutida en ese mono negro a lo largo de la casa. Sin duda eso le había hecho bastante flexible, a juzgar por alguna que otra postura que hacía que sólo me hacía encogerme instintivamente de dolor. Pero en la puta vida iba a apuntarme yo a eso. Joder, si ya empezaba a coger un complejo de gordo, que se enterasen de eso hubiera sido el último clavo en mi ataúd.

-          No, tonto, lo dirá por mí –intervino mi hermana mayor, Tara. Se tapaba la boca al hablar porque la tenía llena de comida–. Salgo a correr tres días a la semana.

Lo cierto es que sí que era vagamente consciente de que Tara desaparecía algunas tardes, pero aquello me traía al pairo. Asumía que andaba con su novio, o con las zorras de sus amigas como siempre. Como hermana mayor que era, mi relación con ella era normalmente una de molestia e incordio. En el mejor de los casos, de una vaga indiferencia. Le encantaba chincharme, y yo le picaba a ella de vuelta, por lo que no era infrecuente que saliéramos escaldados. Así que llevábamos unos años con una política de “vive y deja vivir” sin meternos en los asuntos del otro.

Pero con aquel comentario, se encendió una bombilla en mi cerebro. Salir a correr no era un ejercicio tremendamente extenuante, podría realizarlo en el campo a las afueras del pueblo donde no me viera mucha gente (a diferencia de un gimnasio). No quería llamar la atención con este punto vulnerable de mis amigotes. Y además, el salir acompañado me forzaba al compromiso, a sentirme obligado aunque no tuviera ni puta gana de hacer ejercicio.

Porque en realidad no tenía ganas, prefería matarme a pajas y a vicios al Counter Strike mientras me duraran los días libres… pero así no iba a adelgazar, estaba claro.

-          No es mala idea –dije aclarándome la garganta y girándome hacia Tara–. Avísame la próxima vez que salgas, iré contigo.

-          Venga ya, no seas payaso… “Mayonesa” jajaja –me soltó con crueldad mi hermana–. Sabes que de aquí a entonces se te van a pasar las ganas. No te veo corriendo ni aunque te pongan un palo con una bolsa de Doritos atada delante.

Pero qué zorra. La cabrona podía ser muy hiriente cuando quería.

-          Que no, Tarada, que te lo digo en serio –le repliqué con frialdad usando mi insulto favorito para ella.

-          Mamá, Mamoncete me está insultando otra vez…

Mi hermana prefería jugar su carta a deformar “Ramoncete” con “Mamoncete”. Muy sutil, muy elaborado, ¿a que sí? Aunque lo admito: con su nombre, yo lo tenía más a huevo que ella.

Mi madre intervino con exasperación para callarnos a los dos antes de que aquello escalara mucho más. Me gustó que reprendiera a mi hermana por aprovecharse de un momento de debilidad para meterse conmigo; le recordó que era la mayor y tenía que ser la madura de los dos. Bueno, de los tres; Anita se había pasado el intercambio sonriendo de oreja a oreja con nuestras pullas y sólo le faltaban las palomitas.

-          Bueno, mira, si te vas a poner así… quedamos mañana a las siete de la tarde. Afuera, en el porche delantero. No voy a tirar de ti para que vengas, así que tú veras las ganas que tienes. Y, ya sabes… vente con un chándal o algo así, porque vas a sudar, chaval –dijo mientras me echaba una mirada de reojo de arriba abajo e intentaba reprimir una sonrisa.

Así que allí estaba yo, plantado al día siguiente con una ropa de hacer ejercicio que creía era “apropiada”, que le había robado a mi padre cuando salía a veces a montar en bici. El único chándal que tenía era el uniformado del colegio y no pensaba ponerme eso. Aparte de que era estéticamente horrendo (nos llamaban “los lechugas” en el pueblo por su espantoso color verde), no quería que nadie me identificara ni remotamente cuando saliera a la calle.

Pero lo cierto es que yo mismo empezaba a tener mis dudas con este tema del ejercicio. Para empezar, la diferencia de tamaño entre mi padre y yo era casi inexistente con aquella ropa de deporte. Los pantalones estaban tan ajustados que me apretaban los huevos hasta el punto de hacerse muy incómodos, y la lycra de la camiseta se me clavaba de forma desagradable en la piel. Y en general, me sentía bastante cohibido por tener tan expuestos los brazos y las piernas, seguro de que mis lorzas quedarían en evidencia y rebotando claramente en cuanto pusiera mi cuerpo en aceleración.

Pero me callé las dudas y las inseguridades. Después de las pullas de mi hermana, no iba a echarme atrás, porque encima me daría aún más caña todavía.

-          Yo cumplo lo que digo. Pero… –titubeé un segundo. No quería darle más material para reírse de mí, pero tenía que pedírselo– …ten en cuenta que yo estoy “desentrenado”.  Ve poco a poco al principio porque no voy a llegar donde tú, ¿vale?

Al escuchar eso, Tara se plantó de espaldas a mí, y giró lentamente la cabeza mirándome muy seria por encima del hombro. Cuando quería, su pose de “hermana mayor” conseguía ser imponente y casi intimidante. Sentí que algo en mi interior se inquietaba entonces al observarla.

A sus 19 años, tenía un cuerpo increíblemente atlético; sus piernas tonificadas se unían de forma resultona en la pelvis y, ahora me daba cuenta, en un culito bastante respingón que resaltaba en esas largas mallas negras y moradas. Arriba tenía uno de esos sujetadores deportivos de color rosa bastante ajustado. Caí en la cuenta de que era la primera vez en mucho tiempo que veía expuesta la piel de sus hombros y sus brazos, así como su vientre y el ombligo. Imaginé que no era muy diferente a un bikini, pero hacía años que yo prefería quedarme en casa en lugar de acompañar a mi familia a la piscina o a la playa… así que hacía tiempo que no la veía con nada tan “revelador”.

Y ahora, Tara me estaba mirando por encima del hombro con sus grandes ojos marrones mientras alzaba los brazos para atarse en una coleta el largo pelo negro, que le llegaba hasta las costillas. Formó despacio una sonrisa torcida mientras me miraba. Su expresión me decía que disfrutaba al hallarse en control. Casi tenía… un toque sádico.

1 comentarios - Corriendo(me) con mis hermanas parte 1

PepeluRui
Empieza suave, pero... da ganas de leer más 😏 Seguiré con los caps siguientes