Sorpresa
Cuando alguien te coge -y no me refiero a cuando vos te cogés a alguien moviéndote, sino a cuando alguien te agarra de las mechas, te pega un par de chirlos, y te mete la pija con fuerza hasta los huevos- es inevitable sentirse subyugad@ por esa persona; aún cuando seas terrible put@ y hayas dado tu pleno consentimiento.
Cuando tragás leche, o la sentís correr adentro tuyo, sabés que ya le pertenecés, que ahora sos incuestionablemente suy@. Y poco importa que sea un extraño, o que no volvás a verlo nunca. Durante ese poderoso momento de sumisión psicológica, él te poseyó, fue literalmente dueño de tu cuerpo y de tu mente. Y después de eso, es casi imposible no pensar que esa persona es tu amo.
Eso era exactamente lo que sentía, encerrad@ en mi pieza y acurrucad@ en mi cama. Al final no me había hecho el amor ningún viejo bueno con manos de terciopelo, sobre sábanas de seda; me había desvirgado en la calle, y de parad@, un guacho cualquiera; y tuve que tirar una "tanga” que me gustaba mucho (tenía un moñito rosado en la parte de adelante); y no me pude sentar bien por varios días. Pero, ¿saben qué?, fue la última vez que lloré. Y a pesar de que me habían reventado el orto, me di cuenta de que, pase lo que pase, siempre iba a amar la pija.
Los días sucesivos, secas las lágrimas y olvidada la vergüenza, me la pasé acostad@, comiendo helado y durmiendo como una bebota, pensando en lo bien que me había entrado ese violín hijo de puta para dejarme tirad@ así, chupándome el dedo. Pero apenas me sentí mejor me volvió la calentura, y, aunque todavía me dolía un poco, me pajeaba morbosamente rememorando esa noche. Después de todo, algo bueno tenía que sacarle si quería volver a ser yo mism@. Hablando de eso, me negué categóricamente a tomar las dichosas pastillas; y como justo eran las vacaciones, disfruté de quedarme sol@ en casa, casi todo el día.
Era la gloria para mí porque podía hacer lo que más me gustaba, además de dejarme coger: convertirme en minita y pajearme frente al espejo, ensayando caras de puta para cuando me tocara serlo de verdad. Le usaba todo a mi mamá y a mi hermana, y también me empecé a armar mi propio guardarropas "cross". Mi favorito era el uniforme de "colegiala católica puta": una ajustada camisa blanca que dejaba ver el corpiño por debajo; una minúscula pollerita tableada y un corbatín color bordó, una clásica una "tanga” blanca, unas medias de encaje del mismo tono, y una cadenita corta de oro con un crucifijo. Lamentablemente no podía ir vestid@ así a la escuela, pero eso no me impidió ordeñar a algunos chongos en la secu...
Para cuando estaba en tercero, mi papá ya no vivía en casa, así que yo salía casi todas las noches. En una fiesta de finde conocí a Diego, un bi "de closet" carilindo, y bastante pervertido. Lo primero que me dijo fue: "Te parecés tanto a una mina...", y supe inmediatamente que iba a terminar entregándole el orto. Empezamos a salir en secreto. Nos encontrábamos tres o cuatro días por semana en la casa de la fiesta donde nos habíamos conocido, que resultó ser una propiedad familiar que él cuidaba y que usaba de antro particular. Yo llevaba mi "kit de put@" en mi neceser, para "cruzarme" en todos los sentidos de la palabra, y a veces me quedaba a dormir ahí. Él me llevaba unos cinco años, y era amable y simpático. pero nada delicado, más bien un tanto feo. Yo me sentía en las nubes, dibujando corazoncitos, porque me trataba como a una verdadera mujer. Era su novia "prohibida".
Un día quedamos en vernos a la noche, como siempre. Me dijo que pidiera permiso para quedarme a dormir y que llevara todo mi "arsenal de put@", que tenía una sorpresa para darme. Obviamente mi mamá y mi hermana no sabían nada de mis excursiones nocturnas. Yo estaba feliz porque iba a estrenar lenceriay perfume nuevos, y combiné una variante del uniforme de colegiala porque a él le calentaba más que a mí nuestra diferencia de edad, y que realmente yo estuviera en la secundaria.
Llegué, nos besamos, tomé un vasito de cerveza, hice unas pitadas de su porrito, y fui al baño a cambiarme como siempre. Me demoré un buen rato maquillándome y peinándome, ansios@ por la sorpresa. No me gustaba tanto el mambo del porro porque me entorpecía, así que yo siempre fumaba mucho menos que él. Pero esa cosa me hacía hervir la sangre y latir más fuerte el corazón, poniéndome incontrolablemente put@. Y él lo sabía.
Salí súper content@, con mi perfume de coco, el disfraz de colegiala, y ese olor ilegal en el aire que me obligaba a ser todavía más putit@, para ver que "la sorpresa" era un completo extraño, sentado en el sillón, con ambas manos en las rodillas y una expresión de calmada lujuria. Me dio la sensación de que este chico -aproximadamente de la misma edad de Diego- tenía el control de la situación, y que su opinión era más importante que la mía. Lo saludé con un tímido "Hola...", sin saber qué más hacer. Sobre la mesa había un estuche cerrado, con una correa. Sentí una inevitable vergüenza porque era la primera vez que alguien me veía "cruzada" sin mi consentimiento, y la verdad no sabía de qué iba la cosa. Pero empecé a recordar que últimamente Diego había estado sembrando esta idea en mi cabeza. Me hacía chupársela y me preguntaba: "¿Te gustaría otra pija por el culo...?", y yo decía que sí. ¿Qué put@ no siente curiosidad por experimentar más placer en un momento de calentura? Pero del dicho al hecho había un largo trecho...
Nunca le dije: "Sí. Traé a un amigo. Todo bien". En eso apareció sonriendo, con una filmadora portátil en las manos. "¿Ya se conocieron?... Vamos a hacer un videíto", me soltó. Mi nerviosismo se tornó incomodidad. "¿Un 'videíto'?..." -pregunté tratando de disimular mi malestar-; "¿Vos querés que él nos filme? (!), dije señalando al otro, que se llamaba Pablo. "No, yo voy a filmar", dijo tajante. Y acercándose pasionalmente a mí, me apretó el culo y me dijo claramente al oído:
"Ahora vos te vas a agachar, vas a gatear de aquí hasta el sillón, y le vas a chupar la pija a nuestro amigo Pablo, mientras yo te filmo"... Me estremecí de arrechura; y no me lo tuvo que repetir; el enojo y el pudor se me fueron de golpe, y en mis cuatro patas gateé hasta la entrepierna de ese desconocido, babeando como una zorra. Se la comí a Pablo, y Diego le pasó la cámara para que me hiciera un primer plano chupando pija, mientras él me bajaba la "tanga” y me empezaba a chupar el orto.
Pablo me presionaba la nuca y me ahogaba a propósito con la verga. Diego le pidió la cámara para filmar cómo me la metía. Mientras me entraba, se la empecé a lamer a Pablo, para que no me ahogue, pero parecía que lo excitaba maltratarme. Diego me culeaba y me interrogaba: "¿Te gusta, puta?... ¿Te gusta?...", y el otro me hundía más la cabeza contra su pija, impidiéndome contestar. Sólo podía responder con ese sofocado sonido de boca llena. Cuando por fin Pablo me dejó tomar algo de aire, Diego se salió de golpe y con su mano libre me agarró del pelo tirándome para atrás, como una perra a la que le quitan el hueso, y sosteniéndome fuerte de la coleta me puso de cara contra su propia verga.
Estaba arrodillad@, con los labios hinchados y enrojecidos de chupar pija, y todo el rimmel corrido por las lágrimas. "Mirame. Mirame mientras la chupás...", "Lamela...", "Chupame los huevos... ", seguí cada indicación de nuestro improvisado director. "Cogete a esta puta, Pablo. Hacele sentir la verga",
El otro obedeció y, posicionándose detrás mío, me atravesó sin contemplaciones. Y no era nada chiquita; la sentía en el bajo vientre. Los dos estábamos de rodillas, pero él era más alto que yo; y cuando se enderezaba, su pija se inclinaba hacia abajo adentro mío como una palanca que tocaba alguna especie de "punto g", y eso hacía que me acabara contínuamente.
Simplemente no lo podía evitar. Chorreaba semen transparente sin control, y tampoco podía dejar de gemir y gritar. Recuerdo que pensé: "¡Esto es lo que sienten las mujeres.
Por eso se acaban más y gritan tanto!". En eso sentí una descarga tibia en plena boca, y Diego me pasó la pija por toda la cara, para su película. Pablo tampoco se aguantó y me llenó el orto de salsa blanca. Nos quedamos un ratito así, pegados y agotados, mientras Diego jugaba con su nuevo juguetito.
Me acuerdo muy bien de ese vídeo porque, aparte de haberlo visto cientos de veces, Diego lo usó para extorsionarme por meses. Literalmente tuve que tomar litros de leche para que me lo diera, y aunque finalmente lo hizo, hasta el día de hoy no sé si él tiene una copia.
Cuando alguien te coge -y no me refiero a cuando vos te cogés a alguien moviéndote, sino a cuando alguien te agarra de las mechas, te pega un par de chirlos, y te mete la pija con fuerza hasta los huevos- es inevitable sentirse subyugad@ por esa persona; aún cuando seas terrible put@ y hayas dado tu pleno consentimiento.
Cuando tragás leche, o la sentís correr adentro tuyo, sabés que ya le pertenecés, que ahora sos incuestionablemente suy@. Y poco importa que sea un extraño, o que no volvás a verlo nunca. Durante ese poderoso momento de sumisión psicológica, él te poseyó, fue literalmente dueño de tu cuerpo y de tu mente. Y después de eso, es casi imposible no pensar que esa persona es tu amo.
Eso era exactamente lo que sentía, encerrad@ en mi pieza y acurrucad@ en mi cama. Al final no me había hecho el amor ningún viejo bueno con manos de terciopelo, sobre sábanas de seda; me había desvirgado en la calle, y de parad@, un guacho cualquiera; y tuve que tirar una "tanga” que me gustaba mucho (tenía un moñito rosado en la parte de adelante); y no me pude sentar bien por varios días. Pero, ¿saben qué?, fue la última vez que lloré. Y a pesar de que me habían reventado el orto, me di cuenta de que, pase lo que pase, siempre iba a amar la pija.
Los días sucesivos, secas las lágrimas y olvidada la vergüenza, me la pasé acostad@, comiendo helado y durmiendo como una bebota, pensando en lo bien que me había entrado ese violín hijo de puta para dejarme tirad@ así, chupándome el dedo. Pero apenas me sentí mejor me volvió la calentura, y, aunque todavía me dolía un poco, me pajeaba morbosamente rememorando esa noche. Después de todo, algo bueno tenía que sacarle si quería volver a ser yo mism@. Hablando de eso, me negué categóricamente a tomar las dichosas pastillas; y como justo eran las vacaciones, disfruté de quedarme sol@ en casa, casi todo el día.
Era la gloria para mí porque podía hacer lo que más me gustaba, además de dejarme coger: convertirme en minita y pajearme frente al espejo, ensayando caras de puta para cuando me tocara serlo de verdad. Le usaba todo a mi mamá y a mi hermana, y también me empecé a armar mi propio guardarropas "cross". Mi favorito era el uniforme de "colegiala católica puta": una ajustada camisa blanca que dejaba ver el corpiño por debajo; una minúscula pollerita tableada y un corbatín color bordó, una clásica una "tanga” blanca, unas medias de encaje del mismo tono, y una cadenita corta de oro con un crucifijo. Lamentablemente no podía ir vestid@ así a la escuela, pero eso no me impidió ordeñar a algunos chongos en la secu...
Para cuando estaba en tercero, mi papá ya no vivía en casa, así que yo salía casi todas las noches. En una fiesta de finde conocí a Diego, un bi "de closet" carilindo, y bastante pervertido. Lo primero que me dijo fue: "Te parecés tanto a una mina...", y supe inmediatamente que iba a terminar entregándole el orto. Empezamos a salir en secreto. Nos encontrábamos tres o cuatro días por semana en la casa de la fiesta donde nos habíamos conocido, que resultó ser una propiedad familiar que él cuidaba y que usaba de antro particular. Yo llevaba mi "kit de put@" en mi neceser, para "cruzarme" en todos los sentidos de la palabra, y a veces me quedaba a dormir ahí. Él me llevaba unos cinco años, y era amable y simpático. pero nada delicado, más bien un tanto feo. Yo me sentía en las nubes, dibujando corazoncitos, porque me trataba como a una verdadera mujer. Era su novia "prohibida".
Un día quedamos en vernos a la noche, como siempre. Me dijo que pidiera permiso para quedarme a dormir y que llevara todo mi "arsenal de put@", que tenía una sorpresa para darme. Obviamente mi mamá y mi hermana no sabían nada de mis excursiones nocturnas. Yo estaba feliz porque iba a estrenar lenceriay perfume nuevos, y combiné una variante del uniforme de colegiala porque a él le calentaba más que a mí nuestra diferencia de edad, y que realmente yo estuviera en la secundaria.
Llegué, nos besamos, tomé un vasito de cerveza, hice unas pitadas de su porrito, y fui al baño a cambiarme como siempre. Me demoré un buen rato maquillándome y peinándome, ansios@ por la sorpresa. No me gustaba tanto el mambo del porro porque me entorpecía, así que yo siempre fumaba mucho menos que él. Pero esa cosa me hacía hervir la sangre y latir más fuerte el corazón, poniéndome incontrolablemente put@. Y él lo sabía.
Salí súper content@, con mi perfume de coco, el disfraz de colegiala, y ese olor ilegal en el aire que me obligaba a ser todavía más putit@, para ver que "la sorpresa" era un completo extraño, sentado en el sillón, con ambas manos en las rodillas y una expresión de calmada lujuria. Me dio la sensación de que este chico -aproximadamente de la misma edad de Diego- tenía el control de la situación, y que su opinión era más importante que la mía. Lo saludé con un tímido "Hola...", sin saber qué más hacer. Sobre la mesa había un estuche cerrado, con una correa. Sentí una inevitable vergüenza porque era la primera vez que alguien me veía "cruzada" sin mi consentimiento, y la verdad no sabía de qué iba la cosa. Pero empecé a recordar que últimamente Diego había estado sembrando esta idea en mi cabeza. Me hacía chupársela y me preguntaba: "¿Te gustaría otra pija por el culo...?", y yo decía que sí. ¿Qué put@ no siente curiosidad por experimentar más placer en un momento de calentura? Pero del dicho al hecho había un largo trecho...
Nunca le dije: "Sí. Traé a un amigo. Todo bien". En eso apareció sonriendo, con una filmadora portátil en las manos. "¿Ya se conocieron?... Vamos a hacer un videíto", me soltó. Mi nerviosismo se tornó incomodidad. "¿Un 'videíto'?..." -pregunté tratando de disimular mi malestar-; "¿Vos querés que él nos filme? (!), dije señalando al otro, que se llamaba Pablo. "No, yo voy a filmar", dijo tajante. Y acercándose pasionalmente a mí, me apretó el culo y me dijo claramente al oído:
"Ahora vos te vas a agachar, vas a gatear de aquí hasta el sillón, y le vas a chupar la pija a nuestro amigo Pablo, mientras yo te filmo"... Me estremecí de arrechura; y no me lo tuvo que repetir; el enojo y el pudor se me fueron de golpe, y en mis cuatro patas gateé hasta la entrepierna de ese desconocido, babeando como una zorra. Se la comí a Pablo, y Diego le pasó la cámara para que me hiciera un primer plano chupando pija, mientras él me bajaba la "tanga” y me empezaba a chupar el orto.
Pablo me presionaba la nuca y me ahogaba a propósito con la verga. Diego le pidió la cámara para filmar cómo me la metía. Mientras me entraba, se la empecé a lamer a Pablo, para que no me ahogue, pero parecía que lo excitaba maltratarme. Diego me culeaba y me interrogaba: "¿Te gusta, puta?... ¿Te gusta?...", y el otro me hundía más la cabeza contra su pija, impidiéndome contestar. Sólo podía responder con ese sofocado sonido de boca llena. Cuando por fin Pablo me dejó tomar algo de aire, Diego se salió de golpe y con su mano libre me agarró del pelo tirándome para atrás, como una perra a la que le quitan el hueso, y sosteniéndome fuerte de la coleta me puso de cara contra su propia verga.
Estaba arrodillad@, con los labios hinchados y enrojecidos de chupar pija, y todo el rimmel corrido por las lágrimas. "Mirame. Mirame mientras la chupás...", "Lamela...", "Chupame los huevos... ", seguí cada indicación de nuestro improvisado director. "Cogete a esta puta, Pablo. Hacele sentir la verga",
El otro obedeció y, posicionándose detrás mío, me atravesó sin contemplaciones. Y no era nada chiquita; la sentía en el bajo vientre. Los dos estábamos de rodillas, pero él era más alto que yo; y cuando se enderezaba, su pija se inclinaba hacia abajo adentro mío como una palanca que tocaba alguna especie de "punto g", y eso hacía que me acabara contínuamente.
Simplemente no lo podía evitar. Chorreaba semen transparente sin control, y tampoco podía dejar de gemir y gritar. Recuerdo que pensé: "¡Esto es lo que sienten las mujeres.
Por eso se acaban más y gritan tanto!". En eso sentí una descarga tibia en plena boca, y Diego me pasó la pija por toda la cara, para su película. Pablo tampoco se aguantó y me llenó el orto de salsa blanca. Nos quedamos un ratito así, pegados y agotados, mientras Diego jugaba con su nuevo juguetito.
Me acuerdo muy bien de ese vídeo porque, aparte de haberlo visto cientos de veces, Diego lo usó para extorsionarme por meses. Literalmente tuve que tomar litros de leche para que me lo diera, y aunque finalmente lo hizo, hasta el día de hoy no sé si él tiene una copia.
1 comentarios - Sorpresa con yuuki