Iba a encontrarme de nuevo con el Profesor de fútbol de mi hijo. Ya se podía decir que éramos amantes. No se trataba de algo casual, esporádico, para sacarse las ganas. Era algo mucho más serio que eso.
Al menos dos veces por semana, nos matábamos a polvos en algún telo de las inmediaciones. Siempre en un lugar diferente, como lo haría cualquier pareja que está de trampa.
En mi caso no tenía problema, no corría el riesgo de que mi marido me descubriera poniéndole los cuernos, pero en cuanto a él, me había dicho que su esposa era bastante tóxica, que le revisaba el celular, los correos, por eso borraba todos mis mensajes apenas los recibía. No le sorprendería que ella misma lo estuviera vigilando al salir del Club, o mandase a alguien para seguirlo, por eso siempre estábamos cambiando la forma de encontrarnos.
Lo pasaba a buscar por esquinas distintas, en diferentes horarios, otras nos encontrábamos cerca de algún albergue transitorio previamente acordado. Pero más allá de alguna incomodidad, todas esas precauciones le agregaban un morbo extra a nuestra relación. Me excitaba eso de andar escondiéndome para echar un polvo.
Ésta vez nos veríamos en la habitación de un hotel que él mismo había reservado. Ya estaba llegando, tan solo a un par de cuadras, cuándo recibo una noticia devastadora. Me había detenido en un semáforo, por eso leí el mensaje, si no lo hubiera dejado para después. Había muerto la mujer de Damián.
Era una notificación de Facebook, de un conocido en común. Había posteado la foto de la fallecida, con un crespón negro, las fechas de nacimiento, de muerte, y un sentido pésame para toda la familia, y en especial para su amado esposo, Damián.
Los que siguen mis relatos de hace tiempo, seguro saben de Damián. Un pintor de brocha gorda que es el Gran Amor de mi vida... Uno más de tantos...
Amo al papá del Ro, amo al papá de Romi, amo a mi marido, pero Damián es especial.
Lo conocí hace ya diez años cuándo me enfiestaron tres pintores que estaban trabajando en un departamento contiguo al mío, dónde vivíamos antes de mudarnos. Y aunque sus compañeros eran dos sementales briosos y salvajes, Damián fue el detonante de todos mis orgasmos.
Sin que yo me diera cuenta me había sacado aquel día mi número de celular. Se animó a llamarme y nos encontramos para tomar algo. No es un tipo que pueda decirse atractivo, es más, el que me había gustado era su jefe, con quién venía cogiendo desde antes, y que fue quién me incentivó a hacerlo también con sus ayudantes. Así fue que conocí a Damián, ya que era uno de ellos, el más viejo y feo de los tres, pero que al final terminó conquistando mi corazón.
Ése día, en que me llamó y fuimos a tomar algo, quería comprobar si lo que había sentido con él, fue potenciado por sus compañeros, o si realmente era mérito suyo, por lo que le dije de ir a un telo, ésta vez los dos solos. Y sí, me volvió a dejar sin aliento.
Esa vez volví a sentir lo que había sentido en el gangbang, pero más y mejor.
A partir de entonces tuvimos una relación de idas y venidas. Y aunque no nos veamos por una larga temporada, los dos sabemos que cuando nos encontremos, hoy, mañana, dentro de diez años, vamos a terminar cogiendo como si el tiempo no hubiera pasado.
Hace unos años me enteré que estaba en pareja. Ese creo que fue uno de los grandes tabúes en nuestra relación. Aunque la atracción entre ambos era mutua, y él sabía que me estaba enamorando, lo que de verdad lo incomodaba, era que yo fuese casada y tuviese un hijo, ya que solo tenía al Ro cuándo nos conocimos. No le gustaba mucho la idea del engaño.
De haber sido sola, seguramente me hubiese propuesto irme a vivir con él. Pero nuestros destinos no estaban trazados para juntarse.
Y ahora venía a enterarme de esto. Los autos que tenía detrás empezaron a tocar bocina, ya que no avanzaba pese a que el semáforo estaba en verde. Así que me puse a un costado y llamé al conocido que había hecho la publicación.
Me contó que la muerte de la mujer de Damián no había sido repentina, sino que había estado enferma desde fines del año pasado. Cáncer. Estuvo con quimio, pero no dió resultado. Me puse a llorar. Imaginar lo que debió haber sufrido el hombre que amaba y no haber estado ahí para consolarlo, me destrozaba el corazón. Le pregunté a ese conocido dónde podía encontrar a Damián y me pasó la dirección.
Le mandé un audio rápido al Profesor explicándole que había tenido un percance, que no podría ir, y me desconecté por el resto del día.
Fui a la dirección que me habían dado, la casa de Damián, no dónde vivía antes, en Mataderos, sino un lugar nuevo, en Santos Lugares.
La casa estaba concurrida en ese momento por amigos y familiares que habían ido a darle el pésame. La puerta estaba abierta, así que entré, circulando por entre la gente que iba y venía. Alguien me ofreció café, pero le dije que no, que solo venía a dar mis condolencias y me iba.
-¿Dónde puedo encontrar a Damián?- pregunté.
Me señalaron una habitación que estaba con la puerta entreabierta. Me asomé y lo ví, sentado al borde de la cama, la cara entre las manos, derrotado, apesadumbrado, rodeado por dos, tres amigos que trataban de levantarle el ánimo.
-¿Damián?- dije entrando a la habitación.
Los amigos se voltearon, mirándome como si hubiera salido del interior de una revista Playboy. A Damián se le iluminó la mirada al verme. Se levantó y se acercó para abrazarme.
-Perdoname, me acabo de enterar- le dije, sollozando junto a él.
Aunque era la mujer del amor de mi vida, la que compartía sus días, sus noches, sus alegrías, sus tristezas, lamentaba de verdad su muerte.
-Nos pueden dejar solos un momento...- les pido a sus amigos. No me interesa presentarme ni saber quiénes son. Lo único que quiero es estar a solas con Damián.
Cuando se van, cierro la puerta y regresando con él lo beso en la boca. Me abraza y me aprieta contra su cuerpo. Y entonces... ¡EPA!... sin temor a equivocarme puedo decir que lo que siento contra mi vientre es una erección.
Aunque está llorando a su mujer recientemente fallecida, a Damián se le paró la pija al verme, lo que no me resulta extraño ni llamativo, porqué yo me estoy mojando toda.
Le acaricio el bulto por encima del pantalón, corroborando que sí, que está al palo.
-Acá no podemos, puede entrar alguien- me advierte, intuyendo lo que deseo, lo que ambos deseamos.
Nuestros últimos encuentros siempre habían sido así, vernos, saludarnos y a garchar.
-¿Dónde entonces?- le pregunto, dando por asumido que más allá de las circunstancias de nuestro encuentro, nuestra rutina no sufriría modificaciones.
Iba a decirme algo, pero justo alguien golpea la puerta y la abre para avisarle que habían llegado los padres de su esposa. Damián tiene casi sesenta años, por las fotos que ví su mujer era bastante más joven, por lo que es prácticamente contemporáneo a sus suegros.
Mientras él comparte el duelo con ellos, doy una vuelta por la casa. Ésta vez acepto el café que me ofrecen. Los amigos que habían estado acompañándolo en la habitación se acercan y se presentan. No reconozco en ninguno de ellos a los otros dos pintores que habían estado en aquel gangbang de hace casi diez años.
-Mariela, una amiga- me presento, estrechándoles la mano a cada uno.
-¿De Elena?- pregunta uno de ellos, refiriéndose a la fallecida.
-No, de Damián, nos conocemos desde hace mucho, somos muy buenos amigos- les digo y me voy, dejándolos con la interpretación que cada uno quiera darle.
En la segunda planta me encuentro con un baño amplio, perfumado, con bañera, adornado seguramente con el gusto de quién ya no podrá utilizarlo. Todo el mundo usa el de abajo, más accesible, por lo que éste se mantiene impecable.
Me quedo un momento allí dentro, y entonces me decido. Bajo, busco a Damián y acercándome como si le estuviera dándole el pésame, le digo que me encuentre en cinco minutos en el baño de arriba.
Subo, me meto de nuevo en el baño, y mientras lo espero, me saco la bombacha y me la guardo en la cartera, para ganar tiempo. A los pocos minutos llega. Aunque está en su casa, golpea la puerta. Le abro, lo hago entrar y luego la cierro con el pestillo.
Lo abrazo y lo beso, pidiéndole perdón por no haber estado a su lado, por no haberme enterado de lo mal que la estaba pasando. Le vuelvo a acariciar la entrepierna, palpando ya su erección. Mi tacto reconoce rápidamente su forma, su longitud, la comba que se le forma al estar todavía apretada bajo la ropa.
Quiero consolarlo, darle todo eso de lo que nos estuvimos privando durante todo el tiempo, años, que no nos vimos. Le bajo el cierre de la bragueta, meto la mano y se la presiono con ternura. El calor, la textura, la dureza, todo me resulta conocido.
Se la saco, le hago una paja rápida, fugaz, y poniéndome de cuclillas, se la chupo. Me gustaría quedarme horas mamándosela, palpando con la lengua cada bultito de las venas, pero no tenemos tiempo. Le doy un último beso ahí, en la punta, y me pongo de pie. Me levanto la falda, y sin soltársela, me la refriego por toda la concha, arriba y abajo, contagiándole mi humedad y calentura.
Aunque los dos sabemos que no es el contexto ideal, que hay gente fuera de ese baño que puede subir a buscarlo en cualquier momento, no podemos resistirnos. No es una buena idea, lo sé, incluso creo que se trata de algo hasta moralmente injustificable.
"¿Cómo te vas a coger al marido de alguien que acaba de morir?", pueden pensar.
Pero antes de lapidarme, deben saber que lo mío con Damián es incontrolable, es vernos, sentirnos y las hormonas de uno y otro se alborotan de tal forma que no podemos hacer nada. Es instintivo, primordial, una fuerza natural que nos empuja haciéndonos colisionar y estallar en mil pedazos.
Me agarra entonces de la cintura, me sienta sobre la superficie del vanitory, y me la mete... ¡Y que metida, por favor!...
La pija de Damián parece haber sido cincelada con el mismo molde que mi sexo, cóncavo y convexo ambos de un mismo elemento. Sé que se trata de algo ilusorio, pero el calce es perfecto, total, simétrico, llegando a expandirse para rellenar cada rincón, cada huequito, sin dejar ningún agujero por tapar.
¡Que placer! ¡Que delicia! Pasan los años y sigo sintiendo lo mismo. Ese fuego, esa pasión, ese crepitar que me trastorna y enloquece.
Fluye libremente dentro de mí, golpeándome en lo más profundo, asestándome mazazo tras mazazo, haciendo que los potes de crema y lociones se sacudan, amenazando con caer al suelo. Trato de contenerme para no gritar, para no estallar en alaridos. Le muerdo el hombro, el cuello, dejando en su piel las marcas de mi amor, de mi pasión.
-¡Te quiero Damián, te quiero...!- le digo al oído, fundiéndome en su cuerpo, mareándome con el aroma de su piel.
Se lo había dicho mil veces en el pasado, pero ahora, en esas circunstancias, lo sentía con mayor intensidad.
-¡Quiero ser tuya para siempre!-
Las penetraciones retumban en mi interior, implacables, vigorosas, impulsivas haciéndome gozar una y mil veces, acoplándose con un quejido final que es melodía celestial para mis oídos.
En la cabeza siento como un martilleo TOC TOC TOC continuo, persistente... Pero no, no es en mi cabeza, alguien está tocando la puerta.
Nos miramos y decidimos seguir hasta el final.
-¡Dale... Dale... No pares...!- le digo, corriendo el riesgo de ser sorprendida cogiendo con el flamante viudo.
Damián sigue, decidido a no parar pese a la insistencia del llamado.
TOC TOC TOC... TOC TOC TOC
-¡Sí... Siiiiiii... Siiiiiiiiiiiiiii...!- no grito, apenas suelto un resuello cuando siento la clavada y enseguida la cálida inundación.
Acabo con él, uniendo mi esencia a la suya.
Mi cuerpo se llena de calor, una oleada violenta y caudalosa. Ya me tomaré más tarde la píldora del día después, lo único que quiero en ese momento es gozar a pleno las sensaciones que explotan por todo mi interior.
Me la saca, se limpia rápido con papel higiénico y se sube el pantalón. Con la misma prisa, me bajo del vanitory, me limpio la concha también con papel, formando un montoncito para recoger lo que me sale de adentro y tirarlo al inodoro. Saco la bombacha de la cartera y me la pongo junto con una toalla íntima, para evitar el derrame.
Nos arreglamos y abrimos la puerta. Es uno de sus amigos, para decirle que ya están saliendo rumbo a la funeraria, dónde será el sepelio.
El baño huele a sexo, lo cuál no pasa desapercibido para quién vino a buscarlo. Abrazo a Damián, le acaricio la espalda y le doy un beso.
Se va, pero antes de cruzar la puerta se detiene, se voltea y regresa conmigo.
-¿Me acompañarías?- me pregunta.
-Sí, claro...- le respondo sin dudarlo.
Si no hubiera estado el amigo y alguien más que entró después, le hubiera dicho que lo único que quería era estar a su lado.
Me presenta como una amiga suya y de su esposa, así que junto a la familia lo acompaño incluso hasta al cementerio.
Luego del entierro, y cuándo ya todos nos volvíamos, cada cuál al vehículo que le correspondía, el amigo se me acerca y me dice:
-¿Te puedo hacer una pregunta?-
Le digo que sí.
-En el baño, antes de que yo llegara... ¿estaban... haciendo lo que me imagino?-
No lo confirmo ni lo niego.
-Te dije que con Damián somos muy buenos amigos- le recuerdo con una amplia y seductora sonrisa.
Se queda de piedra. No sé si porqué no se imagina que alguien como yo pueda ser amante de Damián, o por haberlo hecho el mismo día en que falleció su esposa, aunque ya se sabía que el final era inevitable y podía darse en cualquier momento.
Recién cuándo llego a casa prendo el celular. Aparte de los mensajes habituales, tengo varios del Profesor queriendo saber qué me había pasado. Estaba preocupado porque mi esposo hubiera descubierto nuestra relación.
"No te preocupes, no pasa nada, prometo compensarte...", le respondo y me voy a dormir, feliz y agradecida por haber estado con el amor de mi vida...
Al menos dos veces por semana, nos matábamos a polvos en algún telo de las inmediaciones. Siempre en un lugar diferente, como lo haría cualquier pareja que está de trampa.
En mi caso no tenía problema, no corría el riesgo de que mi marido me descubriera poniéndole los cuernos, pero en cuanto a él, me había dicho que su esposa era bastante tóxica, que le revisaba el celular, los correos, por eso borraba todos mis mensajes apenas los recibía. No le sorprendería que ella misma lo estuviera vigilando al salir del Club, o mandase a alguien para seguirlo, por eso siempre estábamos cambiando la forma de encontrarnos.
Lo pasaba a buscar por esquinas distintas, en diferentes horarios, otras nos encontrábamos cerca de algún albergue transitorio previamente acordado. Pero más allá de alguna incomodidad, todas esas precauciones le agregaban un morbo extra a nuestra relación. Me excitaba eso de andar escondiéndome para echar un polvo.
Ésta vez nos veríamos en la habitación de un hotel que él mismo había reservado. Ya estaba llegando, tan solo a un par de cuadras, cuándo recibo una noticia devastadora. Me había detenido en un semáforo, por eso leí el mensaje, si no lo hubiera dejado para después. Había muerto la mujer de Damián.
Era una notificación de Facebook, de un conocido en común. Había posteado la foto de la fallecida, con un crespón negro, las fechas de nacimiento, de muerte, y un sentido pésame para toda la familia, y en especial para su amado esposo, Damián.
Los que siguen mis relatos de hace tiempo, seguro saben de Damián. Un pintor de brocha gorda que es el Gran Amor de mi vida... Uno más de tantos...
Amo al papá del Ro, amo al papá de Romi, amo a mi marido, pero Damián es especial.
Lo conocí hace ya diez años cuándo me enfiestaron tres pintores que estaban trabajando en un departamento contiguo al mío, dónde vivíamos antes de mudarnos. Y aunque sus compañeros eran dos sementales briosos y salvajes, Damián fue el detonante de todos mis orgasmos.
Sin que yo me diera cuenta me había sacado aquel día mi número de celular. Se animó a llamarme y nos encontramos para tomar algo. No es un tipo que pueda decirse atractivo, es más, el que me había gustado era su jefe, con quién venía cogiendo desde antes, y que fue quién me incentivó a hacerlo también con sus ayudantes. Así fue que conocí a Damián, ya que era uno de ellos, el más viejo y feo de los tres, pero que al final terminó conquistando mi corazón.
Ése día, en que me llamó y fuimos a tomar algo, quería comprobar si lo que había sentido con él, fue potenciado por sus compañeros, o si realmente era mérito suyo, por lo que le dije de ir a un telo, ésta vez los dos solos. Y sí, me volvió a dejar sin aliento.
Esa vez volví a sentir lo que había sentido en el gangbang, pero más y mejor.
A partir de entonces tuvimos una relación de idas y venidas. Y aunque no nos veamos por una larga temporada, los dos sabemos que cuando nos encontremos, hoy, mañana, dentro de diez años, vamos a terminar cogiendo como si el tiempo no hubiera pasado.
Hace unos años me enteré que estaba en pareja. Ese creo que fue uno de los grandes tabúes en nuestra relación. Aunque la atracción entre ambos era mutua, y él sabía que me estaba enamorando, lo que de verdad lo incomodaba, era que yo fuese casada y tuviese un hijo, ya que solo tenía al Ro cuándo nos conocimos. No le gustaba mucho la idea del engaño.
De haber sido sola, seguramente me hubiese propuesto irme a vivir con él. Pero nuestros destinos no estaban trazados para juntarse.
Y ahora venía a enterarme de esto. Los autos que tenía detrás empezaron a tocar bocina, ya que no avanzaba pese a que el semáforo estaba en verde. Así que me puse a un costado y llamé al conocido que había hecho la publicación.
Me contó que la muerte de la mujer de Damián no había sido repentina, sino que había estado enferma desde fines del año pasado. Cáncer. Estuvo con quimio, pero no dió resultado. Me puse a llorar. Imaginar lo que debió haber sufrido el hombre que amaba y no haber estado ahí para consolarlo, me destrozaba el corazón. Le pregunté a ese conocido dónde podía encontrar a Damián y me pasó la dirección.
Le mandé un audio rápido al Profesor explicándole que había tenido un percance, que no podría ir, y me desconecté por el resto del día.
Fui a la dirección que me habían dado, la casa de Damián, no dónde vivía antes, en Mataderos, sino un lugar nuevo, en Santos Lugares.
La casa estaba concurrida en ese momento por amigos y familiares que habían ido a darle el pésame. La puerta estaba abierta, así que entré, circulando por entre la gente que iba y venía. Alguien me ofreció café, pero le dije que no, que solo venía a dar mis condolencias y me iba.
-¿Dónde puedo encontrar a Damián?- pregunté.
Me señalaron una habitación que estaba con la puerta entreabierta. Me asomé y lo ví, sentado al borde de la cama, la cara entre las manos, derrotado, apesadumbrado, rodeado por dos, tres amigos que trataban de levantarle el ánimo.
-¿Damián?- dije entrando a la habitación.
Los amigos se voltearon, mirándome como si hubiera salido del interior de una revista Playboy. A Damián se le iluminó la mirada al verme. Se levantó y se acercó para abrazarme.
-Perdoname, me acabo de enterar- le dije, sollozando junto a él.
Aunque era la mujer del amor de mi vida, la que compartía sus días, sus noches, sus alegrías, sus tristezas, lamentaba de verdad su muerte.
-Nos pueden dejar solos un momento...- les pido a sus amigos. No me interesa presentarme ni saber quiénes son. Lo único que quiero es estar a solas con Damián.
Cuando se van, cierro la puerta y regresando con él lo beso en la boca. Me abraza y me aprieta contra su cuerpo. Y entonces... ¡EPA!... sin temor a equivocarme puedo decir que lo que siento contra mi vientre es una erección.
Aunque está llorando a su mujer recientemente fallecida, a Damián se le paró la pija al verme, lo que no me resulta extraño ni llamativo, porqué yo me estoy mojando toda.
Le acaricio el bulto por encima del pantalón, corroborando que sí, que está al palo.
-Acá no podemos, puede entrar alguien- me advierte, intuyendo lo que deseo, lo que ambos deseamos.
Nuestros últimos encuentros siempre habían sido así, vernos, saludarnos y a garchar.
-¿Dónde entonces?- le pregunto, dando por asumido que más allá de las circunstancias de nuestro encuentro, nuestra rutina no sufriría modificaciones.
Iba a decirme algo, pero justo alguien golpea la puerta y la abre para avisarle que habían llegado los padres de su esposa. Damián tiene casi sesenta años, por las fotos que ví su mujer era bastante más joven, por lo que es prácticamente contemporáneo a sus suegros.
Mientras él comparte el duelo con ellos, doy una vuelta por la casa. Ésta vez acepto el café que me ofrecen. Los amigos que habían estado acompañándolo en la habitación se acercan y se presentan. No reconozco en ninguno de ellos a los otros dos pintores que habían estado en aquel gangbang de hace casi diez años.
-Mariela, una amiga- me presento, estrechándoles la mano a cada uno.
-¿De Elena?- pregunta uno de ellos, refiriéndose a la fallecida.
-No, de Damián, nos conocemos desde hace mucho, somos muy buenos amigos- les digo y me voy, dejándolos con la interpretación que cada uno quiera darle.
En la segunda planta me encuentro con un baño amplio, perfumado, con bañera, adornado seguramente con el gusto de quién ya no podrá utilizarlo. Todo el mundo usa el de abajo, más accesible, por lo que éste se mantiene impecable.
Me quedo un momento allí dentro, y entonces me decido. Bajo, busco a Damián y acercándome como si le estuviera dándole el pésame, le digo que me encuentre en cinco minutos en el baño de arriba.
Subo, me meto de nuevo en el baño, y mientras lo espero, me saco la bombacha y me la guardo en la cartera, para ganar tiempo. A los pocos minutos llega. Aunque está en su casa, golpea la puerta. Le abro, lo hago entrar y luego la cierro con el pestillo.
Lo abrazo y lo beso, pidiéndole perdón por no haber estado a su lado, por no haberme enterado de lo mal que la estaba pasando. Le vuelvo a acariciar la entrepierna, palpando ya su erección. Mi tacto reconoce rápidamente su forma, su longitud, la comba que se le forma al estar todavía apretada bajo la ropa.
Quiero consolarlo, darle todo eso de lo que nos estuvimos privando durante todo el tiempo, años, que no nos vimos. Le bajo el cierre de la bragueta, meto la mano y se la presiono con ternura. El calor, la textura, la dureza, todo me resulta conocido.
Se la saco, le hago una paja rápida, fugaz, y poniéndome de cuclillas, se la chupo. Me gustaría quedarme horas mamándosela, palpando con la lengua cada bultito de las venas, pero no tenemos tiempo. Le doy un último beso ahí, en la punta, y me pongo de pie. Me levanto la falda, y sin soltársela, me la refriego por toda la concha, arriba y abajo, contagiándole mi humedad y calentura.
Aunque los dos sabemos que no es el contexto ideal, que hay gente fuera de ese baño que puede subir a buscarlo en cualquier momento, no podemos resistirnos. No es una buena idea, lo sé, incluso creo que se trata de algo hasta moralmente injustificable.
"¿Cómo te vas a coger al marido de alguien que acaba de morir?", pueden pensar.
Pero antes de lapidarme, deben saber que lo mío con Damián es incontrolable, es vernos, sentirnos y las hormonas de uno y otro se alborotan de tal forma que no podemos hacer nada. Es instintivo, primordial, una fuerza natural que nos empuja haciéndonos colisionar y estallar en mil pedazos.
Me agarra entonces de la cintura, me sienta sobre la superficie del vanitory, y me la mete... ¡Y que metida, por favor!...
La pija de Damián parece haber sido cincelada con el mismo molde que mi sexo, cóncavo y convexo ambos de un mismo elemento. Sé que se trata de algo ilusorio, pero el calce es perfecto, total, simétrico, llegando a expandirse para rellenar cada rincón, cada huequito, sin dejar ningún agujero por tapar.
¡Que placer! ¡Que delicia! Pasan los años y sigo sintiendo lo mismo. Ese fuego, esa pasión, ese crepitar que me trastorna y enloquece.
Fluye libremente dentro de mí, golpeándome en lo más profundo, asestándome mazazo tras mazazo, haciendo que los potes de crema y lociones se sacudan, amenazando con caer al suelo. Trato de contenerme para no gritar, para no estallar en alaridos. Le muerdo el hombro, el cuello, dejando en su piel las marcas de mi amor, de mi pasión.
-¡Te quiero Damián, te quiero...!- le digo al oído, fundiéndome en su cuerpo, mareándome con el aroma de su piel.
Se lo había dicho mil veces en el pasado, pero ahora, en esas circunstancias, lo sentía con mayor intensidad.
-¡Quiero ser tuya para siempre!-
Las penetraciones retumban en mi interior, implacables, vigorosas, impulsivas haciéndome gozar una y mil veces, acoplándose con un quejido final que es melodía celestial para mis oídos.
En la cabeza siento como un martilleo TOC TOC TOC continuo, persistente... Pero no, no es en mi cabeza, alguien está tocando la puerta.
Nos miramos y decidimos seguir hasta el final.
-¡Dale... Dale... No pares...!- le digo, corriendo el riesgo de ser sorprendida cogiendo con el flamante viudo.
Damián sigue, decidido a no parar pese a la insistencia del llamado.
TOC TOC TOC... TOC TOC TOC
-¡Sí... Siiiiiii... Siiiiiiiiiiiiiii...!- no grito, apenas suelto un resuello cuando siento la clavada y enseguida la cálida inundación.
Acabo con él, uniendo mi esencia a la suya.
Mi cuerpo se llena de calor, una oleada violenta y caudalosa. Ya me tomaré más tarde la píldora del día después, lo único que quiero en ese momento es gozar a pleno las sensaciones que explotan por todo mi interior.
Me la saca, se limpia rápido con papel higiénico y se sube el pantalón. Con la misma prisa, me bajo del vanitory, me limpio la concha también con papel, formando un montoncito para recoger lo que me sale de adentro y tirarlo al inodoro. Saco la bombacha de la cartera y me la pongo junto con una toalla íntima, para evitar el derrame.
Nos arreglamos y abrimos la puerta. Es uno de sus amigos, para decirle que ya están saliendo rumbo a la funeraria, dónde será el sepelio.
El baño huele a sexo, lo cuál no pasa desapercibido para quién vino a buscarlo. Abrazo a Damián, le acaricio la espalda y le doy un beso.
Se va, pero antes de cruzar la puerta se detiene, se voltea y regresa conmigo.
-¿Me acompañarías?- me pregunta.
-Sí, claro...- le respondo sin dudarlo.
Si no hubiera estado el amigo y alguien más que entró después, le hubiera dicho que lo único que quería era estar a su lado.
Me presenta como una amiga suya y de su esposa, así que junto a la familia lo acompaño incluso hasta al cementerio.
Luego del entierro, y cuándo ya todos nos volvíamos, cada cuál al vehículo que le correspondía, el amigo se me acerca y me dice:
-¿Te puedo hacer una pregunta?-
Le digo que sí.
-En el baño, antes de que yo llegara... ¿estaban... haciendo lo que me imagino?-
No lo confirmo ni lo niego.
-Te dije que con Damián somos muy buenos amigos- le recuerdo con una amplia y seductora sonrisa.
Se queda de piedra. No sé si porqué no se imagina que alguien como yo pueda ser amante de Damián, o por haberlo hecho el mismo día en que falleció su esposa, aunque ya se sabía que el final era inevitable y podía darse en cualquier momento.
Recién cuándo llego a casa prendo el celular. Aparte de los mensajes habituales, tengo varios del Profesor queriendo saber qué me había pasado. Estaba preocupado porque mi esposo hubiera descubierto nuestra relación.
"No te preocupes, no pasa nada, prometo compensarte...", le respondo y me voy a dormir, feliz y agradecida por haber estado con el amor de mi vida...
10 comentarios - El profe (partido suspendido)...
Así que volviste con tu marido. Lo que es el amor.
Pero aunque estés enamorada, seguís siendo atorranta.
Van puntos Diosa.