Después de haber estado con Míster Músculos y cumplir así una de mis metas, me dediqué a coger todo lo que me fue posible. El resto de ese año, y el siguiente, 1989, fue mi etapa promiscua.
De día me veía con el portero, en el depósito, y de noche salía vestida como Carla. Y déjenme decirles que no tenía problemas en conseguir sexo.
A veces me levantaban en auto, otras de a pie, hasta que empecé a concurrir a bares, y tras estar en la barra unos minutos, siempre salía con alguien.
Me invitaban un trago, charlábamos un momento, y aunque se daban cuenta de que venía con sorpresa, me decían de ir a algún lado.
Sé que muchos relacionan la palabra travesti con prostitución, pero nunca ejercí, por más que pasé momentos complicados. Siempre que tuve sexo, lo hice porque quería y no por sentirme obligada.
Aquel era mi mundo ideal, aunque llevaba una doble vida, Carlos de día, Carla de noche, sentía que no había nada que pudiera torcer mi destino, cambiar mi decisión. Pero claro, nada bueno dura para siempre. Así fue que estalló la crisis del 89. Mi papá tenía una curtiembre, que tuvo que liquidar para poder saldar deudas contraídas en dólares.
Al final, y ante lo incierto del futuro, a principios de 1990, decidió de manera unilateral que debíamos irnos del país. Para mí fue una bomba la noticia. Recién cumplía los 18, había terminado el secundario, me preparaba para la Universidad, y de repente todo cambiaba. Mi vida, que había sido la ideal hasta entonces, de pronto se desmoronaba.
Lo lamentaba más que nada por Oscar, el portero, ya que aunque tenía sexo con otros, sentía que a él lo amaba, y estaba segura que él sentía lo mismo por mí.
Me lo dijo la primera vez que estuvimos juntos, si fuera una chica se casaría conmigo. Y yo ya me sentía una chica. Pero no podía obligarlo a dejar a su mujer, a su familia e irse conmigo. Si era su decisión, si él me lo pedía, si me decía que dejaba todo y que nos fuéramos a vivir juntos para ser su mujer, no lo hubiera rechazado. A veces, mientras hacíamos el amor, me ilusionaba con ser su esposa. Dormir en la misma cama, despertarnos y echarnos un mañanero antes de que cada uno se fuera a trabajar. Hasta fantaseaba con lo que le prepararía de desayuno.
Y es que no solo fue mi primer hombre, sino también quién motivó y hasta incentivó mi transición de Carlos a Carla.
Le rompí el corazón al decírselo. Así, de repente, ya no nos veríamos, ya no habría sexo en el depósito. Me parecía todo tan irreal. Recién supe darme cuenta cuando las valijas estuvieron preparadas y los pasajes sobre la mesa.
Partiríamos rumbo a Madrid por la noche, por lo que esa misma mañana, como Carlos, fui a despedirme del portero. Nos besamos como nunca, como si solo con besos pudiéramos acortar la distancia que habría de separarnos.
-Quiero despedirte de una forma especial- me dijo, y poniéndose está vez él de rodillas, me desabrochó el pantalón, me sacó la pija y me la chupó.
Era la primera vez que lo hacía, siempre me la tocaba o me la meneaba mientras me cogía, incluso había llegado a besármela, pero nunca se la había metido en la boca. Creí que ése sería un límite que nunca habría de cruzar, pero ahí estaba, succionándome el pedazo con tantas ganas que me puso a tiro de acabar. Y cuando lo hice, no se apartó, se mantuvo aferrado a mí, tragándose mi semen como yo me había tragado el suyo tantas veces.
Ésa fue su forma especial de despedirse, de decirme que me amaba.
El polvo que nos echamos fue tan hermoso como todos los demás, y una vez más me di cuenta que pese a disfrutar en brazos de otros, con él había un plus, algo extra que no tenía con los demás.
Y así me alejé de Argentina, de Buenos Aires, y lo que creía que era el final, solo fue el principio de una nueva etapa en mi vida.
De día me veía con el portero, en el depósito, y de noche salía vestida como Carla. Y déjenme decirles que no tenía problemas en conseguir sexo.
A veces me levantaban en auto, otras de a pie, hasta que empecé a concurrir a bares, y tras estar en la barra unos minutos, siempre salía con alguien.
Me invitaban un trago, charlábamos un momento, y aunque se daban cuenta de que venía con sorpresa, me decían de ir a algún lado.
Sé que muchos relacionan la palabra travesti con prostitución, pero nunca ejercí, por más que pasé momentos complicados. Siempre que tuve sexo, lo hice porque quería y no por sentirme obligada.
Aquel era mi mundo ideal, aunque llevaba una doble vida, Carlos de día, Carla de noche, sentía que no había nada que pudiera torcer mi destino, cambiar mi decisión. Pero claro, nada bueno dura para siempre. Así fue que estalló la crisis del 89. Mi papá tenía una curtiembre, que tuvo que liquidar para poder saldar deudas contraídas en dólares.
Al final, y ante lo incierto del futuro, a principios de 1990, decidió de manera unilateral que debíamos irnos del país. Para mí fue una bomba la noticia. Recién cumplía los 18, había terminado el secundario, me preparaba para la Universidad, y de repente todo cambiaba. Mi vida, que había sido la ideal hasta entonces, de pronto se desmoronaba.
Lo lamentaba más que nada por Oscar, el portero, ya que aunque tenía sexo con otros, sentía que a él lo amaba, y estaba segura que él sentía lo mismo por mí.
Me lo dijo la primera vez que estuvimos juntos, si fuera una chica se casaría conmigo. Y yo ya me sentía una chica. Pero no podía obligarlo a dejar a su mujer, a su familia e irse conmigo. Si era su decisión, si él me lo pedía, si me decía que dejaba todo y que nos fuéramos a vivir juntos para ser su mujer, no lo hubiera rechazado. A veces, mientras hacíamos el amor, me ilusionaba con ser su esposa. Dormir en la misma cama, despertarnos y echarnos un mañanero antes de que cada uno se fuera a trabajar. Hasta fantaseaba con lo que le prepararía de desayuno.
Y es que no solo fue mi primer hombre, sino también quién motivó y hasta incentivó mi transición de Carlos a Carla.
Le rompí el corazón al decírselo. Así, de repente, ya no nos veríamos, ya no habría sexo en el depósito. Me parecía todo tan irreal. Recién supe darme cuenta cuando las valijas estuvieron preparadas y los pasajes sobre la mesa.
Partiríamos rumbo a Madrid por la noche, por lo que esa misma mañana, como Carlos, fui a despedirme del portero. Nos besamos como nunca, como si solo con besos pudiéramos acortar la distancia que habría de separarnos.
-Quiero despedirte de una forma especial- me dijo, y poniéndose está vez él de rodillas, me desabrochó el pantalón, me sacó la pija y me la chupó.
Era la primera vez que lo hacía, siempre me la tocaba o me la meneaba mientras me cogía, incluso había llegado a besármela, pero nunca se la había metido en la boca. Creí que ése sería un límite que nunca habría de cruzar, pero ahí estaba, succionándome el pedazo con tantas ganas que me puso a tiro de acabar. Y cuando lo hice, no se apartó, se mantuvo aferrado a mí, tragándose mi semen como yo me había tragado el suyo tantas veces.
Ésa fue su forma especial de despedirse, de decirme que me amaba.
El polvo que nos echamos fue tan hermoso como todos los demás, y una vez más me di cuenta que pese a disfrutar en brazos de otros, con él había un plus, algo extra que no tenía con los demás.
Y así me alejé de Argentina, de Buenos Aires, y lo que creía que era el final, solo fue el principio de una nueva etapa en mi vida.
1 comentarios - Portero 3 (relato trans)