Así me llaman todos popularmente, ‘La puta de Pedro’, y para ser honesta, no me molesta en lo más mínimo…
Tenía unos diez años cuando conocí a Pedro, él era el padre de Bianca, una de mis amiguitas de ese entonces, tengo unos recuerdos muy bonitos, un hombre gentil y bonachón que solía regalarnos caramelos a espaldas de la mamá de Bianca y se transformaba en nuestro cómplice secreto.
En ese entonces, yo era solo una nena, y él siempre me trató como una nena, al igual que a su hija y todas las amiguitas que solíamos frecuentar su hogar.
Poco a poco crecí, me hice señorita, y ese cuerpecito de niña se transformó en cuerpo de mujercita.
Cuando cumplí quince, hicimos una gran fiesta, entre tantas amigas invitamos a Bianca y a sus padres. Llegó el momento de bailar el vals, nunca olvidaré cuando fue el turno de Pedro, fueron apenas unos minutos, pero para mí fue una eternidad, sentí una conexión única con ese hombre, la forma en que me abrazó, la forma en que me miró, en ese momento no podía entender cuanto imaginaba, pero una rara electricidad corrió por mi cuerpo y sentí mojarme a mares…
Llegó mi primera vez, mis primeros novios, mis primeros desengaños, pero por algún motivo me seguí viendo ya un poco a escondidas con Pedro, no podía evitarlo. Y los chicos de mi edad me parecían vacíos, superficiales y hasta tontos, no podía encontrar en ninguno lo que encontraba en el padre de mi amiga.
Llegó nuestro primer beso, nuestra primera vez, y esa vez, supe que sería para siempre...
Y el amor prohibido y clandestino que sentía hacia ese hombre era más fuerte que todo, porque sabía que como una cuña me estaba encajando en una familia formada, que estaba traicionado la confianza que durante años me había brindado su esposa, y sobre todo, sabía que sería devastador para Bianca, mi amiga. Pero yo no me consideraba el problema, yo era parte del problema, porque sencillamente una no puede elegir de quien enamorarse…
Pedro era un tipo sencillamente encantador, aún no había llegado a los veinte cuando el ya pisaba los cincuenta, aunque aparentaba muchos menos, de pelo lacio y entrecano, elegante para vestir, siempre con camisas y pantalones haciendo juegos, rara vez lo veía con un jean, o con un short, siempre cortes clásicos, un hombre que se preocupaba por su aspecto físico, siempre perfectamente afeitado y perfumado, con su tez bronceada, era raro encontrar en su apariencia algo que estuviera fuera de lugar.
Nos habíamos enamorado, yo de su experiencia, el de mi juventud.
Nuestro amor secreto salió a la luz de la peor manera que pudiera salir, nos pasamos de confianza…
El me invitó a su casa, puesto que estaría solo ese día, todo fue bien al principio, decidí hacer algo que me gustaba hacer, él estaba sentado a la mesa, así que me escabullí entre sus piernas, desabroché su cinto y su pantalón, y comencé a darle sexo oral, de una manera única y apasionada…
Eso fue lo que vio Bianca al ingresar de improviso a la casa, estábamos tan ensimismados con lo que hacíamos que ninguno de los dos escuchó nada…
Y fue el principio del fin, fue de labios de mi amiga la primera vez que alguien me tachara de ‘puta’, fue en ese momento el peor de los tormentos, aún más doloroso y humillante que la golpiza que me propinara su esposa al enterarse.
Y ahí empezó el calvario, obviamente ellos se divorciaron y su ahora ex esposa se encargó de hacerle la vida imposible, de hostigarlo día y noche, de sacarle hasta el último peso que pudiera sacarle, a hacerle vivir un infierno por el resto de su vida, fui la mujer ‘innombrable’ en ese hogar.
Por mi parte no me fue mucho mejor, mi familia jamás aprobaría esa relación con ese ‘viejo’ y si bien nunca me lo dijeron en la cara, sé que muchos me vieron como la ‘puta rompe hogares’.
Sin embargo, Pedro y yo decidimos darnos una oportunidad, y la peleamos codo a codo contra todos los pronósticos, fuimos muy felices, hacíamos el amor dos veces al día y los fines de semana eran sencillamente un periplo sexual, me hastiaba en sexo, era un animal incansable y todo era demasiado perfecto.
Solo había un tema que no me hacía vivir en plena angustia, era nuestra diferencia de edad, porque ese ‘pequeño detalle’ era sin dudas un ‘gran detalle’, cuanto tiempo podría Pedro mantener el ritmo? Cuanto años de placer tendríamos por vivir?
Pedro siempre me acariciaba los cabellos cuando le planteaba estos temas, el solo reía y me decía que no nos preocupemos por el mañana, que vivamos el momento y que el de alguna manera u otra siempre se encargaría de que yo me sintiera una mujer plena.
Y la felicidad no duraría demasiado, bajo esa fachada de eterno galán, mi amor tenía algunos problemas de salud, el llevaba una vida de fumador y le encantaba beber buenas bebidas, nunca lo vi ebrio pero casi constantemente tenía un vaso entre sus manos. En especial disfrutaba largas noches con sus amigotes jugando a las cartas, solían venir a casa, porque tenía el ‘honor’ de ser una de las pocas mujeres que soportaban esas juergas de viejos viciosos…
Pedro enfermó, tuvo que cambiar esas pastillas para lograr erecciones por pastillas para cuidar su salud, nuestro sexo perfecto y salvaje se esfumó como agua en el desierto, y vinieron los días de sequía…
El pisaba los sesenta, su vitalidad menguaba poco a poco, yo, llegando a mis treinta era una loba en celo, estaba en mejor momento, física y sexualmente…
Mi esposo notó la situación, fue muy loco cuando él me regaló un consolador con vibrador de juguete, en principio lo rechacé un tanto indignada, sentí humillar mi femineidad, pero él me dijo que últimamente la falta de sexo me estaba volviendo una persona de mal carácter, irascible, y me pidió la oportunidad para cambiar las cosas.
Empezamos un nuevo juego en nuestra intimidad, Pedro se sentaba en un sillón y me pedía que me masturbara con ese juguete, honestamente al principio me daba mucha vergüenza, pero poco a poco le fui encontrando el erotismo al juego.
Eso duró un tiempo…
Masturbarme era rico, pero yo necesitaba un hombre, una buena verga de carne que saciara mi instinto más primitivo, instinto que Pedro ya no podía saciar…
Es acá donde Ezequiel entra en mi vida…
Ezequiel era uno de los tantos compañeros de Pedro, él era un cuarentón morochón y apuesto, y hacía tiempo que cuando el destino nos cruzaba el me miraba de una forma tan dura e intimidante que me hacía desviar mi mirada, me ponía nerviosa, pero me excitaba al mismo tiempo, poco a poco sentía el corazón latir con fuerza bajo mi pecho, sentía cortarse mi respiración, y presagiaba que en algún momento estaría con él, solo que no pensaba engañar a mi esposo, no señor.
Pedro no era tonto, me conocía demasiado y veía en mi mirada la mirada que alguna vez había tenido con él, esa mirada pecadora, esa mirada oculta, es más, puedo asegurar que en ese momento él era cómplice y hasta premeditó lo que sucedería en poco tiempo.
Esa tardecita, como solía hacer, me puse un top ajustado y unos pantalones cortos de licra, medias, zapatillas, luego la bicicleta y al verme Pedro exclamó
- Guau! vas a andar en bicicleta? Así vas a provocar un accidente de tránsito!
Solo reí complacida por sus halagos, entonces dijo
- Vas a tardar? Ezequiel debe estar por llegar a jugar cartas… el siempre habla bien de vos, y cuando vos estás, él se pierde en tus curvas… y bueno, yo gano dinero fácil!
Le dije que era un tonto y salí a rodar por la calle, fue todo tan raro, no podía sacar tantas imágenes de mi cabeza, Pedro siempre había dicho que haría lo necesario para que me sintiera una mujer completa, incluso muchas veces había tanteado mi reacción sugiriendo algún encuentro con algunos de sus amigos de juego, y Ezequiel sinceramente era una tentación difícil de rechazar.
Tal vez solo fueran ideas mías, pero pedaleaba y pedaleaba imaginando situaciones y el permanente roce del asiento en mi clítoris no hacía más que incomodarme y llevarme a un raro orgasmo que no buscaba, en plena calle, tuve que detenerme a un costado solo para suspirar, excitada…
Regresé antes de lo planeado con el corazón latiendo a mil, no pude resistirlo, al llegar Pedro y Ezequiel jugaban cartas en una atmósfera plagada de humo, Ezequiel me devoró con la mirada, seguramente atraído por el exceso de transpiración que cubría mi cuerpo y mojaba mis prendas. Me dio un beso en la mejilla, olía tan bien!
Me sentía incómoda, mi sexo estaba tan mojado que asumía que había traspasado la tanga que traía y había llegado hasta las calzas de licra, solté un suspiro contenido…
Y Pedro fue quien me sirvió en bandeja de plata, fue culminar algo que los tres sabíamos que iba a pasar, simularon una partida en la cual supuestamente el ya no tenía dinero, por lo que apostó ‘una mamada’ de mi parte si volvía a perder, ambos me miraron y como no dije que sí, pero tampoco que no, solo repartieron cartas.
Nunca entendí ese juego, así que solo esperé en silencio hasta que Pedro dijo arrojando los naipes sobre la mesa
- Diablo! volví a perder…
Se hizo un silencio sepulcral en el lugar, pareció congelarse el tiempo en ese instante, fui sobre Ezequiel, me arrodillé entre sus piernas, aflojé su pantalón y busqué su verga bajo las prendas, la saque dura como piedra, la sentía latir en mi mano, Dios! que hermosa sensación! La mirada atenta de ambos hombres quemaban mi rostro, llevé los labios a ella, empecé a lamerla con locura, como si hubiera estado enjaulada en los últimos tiempos, ese sabor, ese aroma!
Miraba a Ezequiel fijamente a los ojos, el me mantenía desafiante la mirada, inclinaba su pija para comerla y saborearla, para sentir es glande en mi paladar, para recorrerlo con mi lengua, llevé mi mano libre entre mis piernas, bajo el short, bajo la tanga, estaba empapada, mi concha era un mar salado, y metí tres dedos en mi hueco y comencé a masturbarme a medida que le daba sexo oral al morocho.
En la habitación solo se sentían los ruidos de mi boca, la respiración agitada, de pronto Ezequiel ya no me aguantó la mirada y reclinó su cabeza hacia atrás visiblemente excitado, le sentí venir y eso provocó que moviera los dedos más y más rápido dentro de mi concha, friccionando mi clítoris, mi boca de pronto empezó a llenarse de leche y ese líquido espeso solo provocó que yo también llegara haciéndome perder la coordinación, entre sus espasmos y los míos parte de semen con saliva escapó de mi boca rodando por mi rostro llegando a mis pechos, a la remera ajustada que traía en ese momento…
Los aplausos de mi esposo y una nueva bocanada de humo de su cigarro me trajeron a la realidad, Ezequiel me miraba con su verga desnuda colgando a un costado, me incorporé con algún que otro calambre en mis piernas, me sentí horrible, con una vergüenza de puta no asumida, transpirada, sucia, con sabor a leche…
Me excuse, salí casi corriendo a esconderme bajo la ducha, sin siquiera despedir a Ezequiel, sin embargo, en la soledad de ese baño, bajo el agua tibia que mojaba mi cuerpo, tomé el consolador que me había regalado mi esposo y me lo introduje tan profundo como pude, dando rienda suelta a todo mi placer contenido…
Era ya tarde cuando fuimos a la cama, no habíamos hablado del tema pero yo no me quedaría con la espina clavada, Pedro leía las noticias en páginas de internet atento a su celular, entonces pregunté
- Lo tenías planeado, verdad?
- Lo de esta tarde? Que piensas?
- No sé, tú dime… perdiste por mucho esa partida?
El me miró dulcemente y me dijo con una sonrisa en sus labios
- Ni siquiera jugamos…
Ese día daría el primer paso en lo que sin imaginar sería mi nueva vida, entraría en el círculo de amigos de Pedro con un rol activo y sexual, y sin darme cuenta las partidas de naipes pasarían a ser partidas de naipes y sexo.
De pronto me sentí el trofeo por el cual se disputaban los hombres, la joya más preciada, no me molestó hacer cornudas a muchas mujeres y por mucho era la más joven de las aburridas esposas de turno.
Empecé a coger con uno, con otro, a saciar mi instinto de mujer, si Pedro ganaba, ganaba dinero, si Pedro perdía, yo pagaba, ese era el trato.
Esa necesidad de tener sexo fue cumplida en demasía, me transformé en una especie de ninfómana que necesitaba cada vez más verga, y Pedro disfrutaba a su manera con todo esto, él tenía la más bella y la más puta de las mujeres y él era el único dueño de esa mujer, aunque la compartiera con todos…
Cambié poco a poco mis costumbres, de pasar casi desapercibida en las reuniones comencé a ser centro de las mismas, empecé a vestirme cada vez más provocativa, empecé a beber y a fumar también…
Era muy loco, a veces me cogía alguno en la habitación y yo gritaba exagerando un poco, solo para que los que estaban afuera me escucharan…
Por lo bajo, sus amigos empezaron a referirse a mi como ‘la puta de Pedro’ y si bien no me molestaba por mí, me molestaba por el.
Tenía unos diez años cuando conocí a Pedro, él era el padre de Bianca, una de mis amiguitas de ese entonces, tengo unos recuerdos muy bonitos, un hombre gentil y bonachón que solía regalarnos caramelos a espaldas de la mamá de Bianca y se transformaba en nuestro cómplice secreto.
En ese entonces, yo era solo una nena, y él siempre me trató como una nena, al igual que a su hija y todas las amiguitas que solíamos frecuentar su hogar.
Poco a poco crecí, me hice señorita, y ese cuerpecito de niña se transformó en cuerpo de mujercita.
Cuando cumplí quince, hicimos una gran fiesta, entre tantas amigas invitamos a Bianca y a sus padres. Llegó el momento de bailar el vals, nunca olvidaré cuando fue el turno de Pedro, fueron apenas unos minutos, pero para mí fue una eternidad, sentí una conexión única con ese hombre, la forma en que me abrazó, la forma en que me miró, en ese momento no podía entender cuanto imaginaba, pero una rara electricidad corrió por mi cuerpo y sentí mojarme a mares…
Llegó mi primera vez, mis primeros novios, mis primeros desengaños, pero por algún motivo me seguí viendo ya un poco a escondidas con Pedro, no podía evitarlo. Y los chicos de mi edad me parecían vacíos, superficiales y hasta tontos, no podía encontrar en ninguno lo que encontraba en el padre de mi amiga.
Llegó nuestro primer beso, nuestra primera vez, y esa vez, supe que sería para siempre...
Y el amor prohibido y clandestino que sentía hacia ese hombre era más fuerte que todo, porque sabía que como una cuña me estaba encajando en una familia formada, que estaba traicionado la confianza que durante años me había brindado su esposa, y sobre todo, sabía que sería devastador para Bianca, mi amiga. Pero yo no me consideraba el problema, yo era parte del problema, porque sencillamente una no puede elegir de quien enamorarse…
Pedro era un tipo sencillamente encantador, aún no había llegado a los veinte cuando el ya pisaba los cincuenta, aunque aparentaba muchos menos, de pelo lacio y entrecano, elegante para vestir, siempre con camisas y pantalones haciendo juegos, rara vez lo veía con un jean, o con un short, siempre cortes clásicos, un hombre que se preocupaba por su aspecto físico, siempre perfectamente afeitado y perfumado, con su tez bronceada, era raro encontrar en su apariencia algo que estuviera fuera de lugar.
Nos habíamos enamorado, yo de su experiencia, el de mi juventud.
Nuestro amor secreto salió a la luz de la peor manera que pudiera salir, nos pasamos de confianza…
El me invitó a su casa, puesto que estaría solo ese día, todo fue bien al principio, decidí hacer algo que me gustaba hacer, él estaba sentado a la mesa, así que me escabullí entre sus piernas, desabroché su cinto y su pantalón, y comencé a darle sexo oral, de una manera única y apasionada…
Eso fue lo que vio Bianca al ingresar de improviso a la casa, estábamos tan ensimismados con lo que hacíamos que ninguno de los dos escuchó nada…
Y fue el principio del fin, fue de labios de mi amiga la primera vez que alguien me tachara de ‘puta’, fue en ese momento el peor de los tormentos, aún más doloroso y humillante que la golpiza que me propinara su esposa al enterarse.
Y ahí empezó el calvario, obviamente ellos se divorciaron y su ahora ex esposa se encargó de hacerle la vida imposible, de hostigarlo día y noche, de sacarle hasta el último peso que pudiera sacarle, a hacerle vivir un infierno por el resto de su vida, fui la mujer ‘innombrable’ en ese hogar.
Por mi parte no me fue mucho mejor, mi familia jamás aprobaría esa relación con ese ‘viejo’ y si bien nunca me lo dijeron en la cara, sé que muchos me vieron como la ‘puta rompe hogares’.
Sin embargo, Pedro y yo decidimos darnos una oportunidad, y la peleamos codo a codo contra todos los pronósticos, fuimos muy felices, hacíamos el amor dos veces al día y los fines de semana eran sencillamente un periplo sexual, me hastiaba en sexo, era un animal incansable y todo era demasiado perfecto.
Solo había un tema que no me hacía vivir en plena angustia, era nuestra diferencia de edad, porque ese ‘pequeño detalle’ era sin dudas un ‘gran detalle’, cuanto tiempo podría Pedro mantener el ritmo? Cuanto años de placer tendríamos por vivir?
Pedro siempre me acariciaba los cabellos cuando le planteaba estos temas, el solo reía y me decía que no nos preocupemos por el mañana, que vivamos el momento y que el de alguna manera u otra siempre se encargaría de que yo me sintiera una mujer plena.
Y la felicidad no duraría demasiado, bajo esa fachada de eterno galán, mi amor tenía algunos problemas de salud, el llevaba una vida de fumador y le encantaba beber buenas bebidas, nunca lo vi ebrio pero casi constantemente tenía un vaso entre sus manos. En especial disfrutaba largas noches con sus amigotes jugando a las cartas, solían venir a casa, porque tenía el ‘honor’ de ser una de las pocas mujeres que soportaban esas juergas de viejos viciosos…
Pedro enfermó, tuvo que cambiar esas pastillas para lograr erecciones por pastillas para cuidar su salud, nuestro sexo perfecto y salvaje se esfumó como agua en el desierto, y vinieron los días de sequía…
El pisaba los sesenta, su vitalidad menguaba poco a poco, yo, llegando a mis treinta era una loba en celo, estaba en mejor momento, física y sexualmente…
Mi esposo notó la situación, fue muy loco cuando él me regaló un consolador con vibrador de juguete, en principio lo rechacé un tanto indignada, sentí humillar mi femineidad, pero él me dijo que últimamente la falta de sexo me estaba volviendo una persona de mal carácter, irascible, y me pidió la oportunidad para cambiar las cosas.
Empezamos un nuevo juego en nuestra intimidad, Pedro se sentaba en un sillón y me pedía que me masturbara con ese juguete, honestamente al principio me daba mucha vergüenza, pero poco a poco le fui encontrando el erotismo al juego.
Eso duró un tiempo…
Masturbarme era rico, pero yo necesitaba un hombre, una buena verga de carne que saciara mi instinto más primitivo, instinto que Pedro ya no podía saciar…
Es acá donde Ezequiel entra en mi vida…
Ezequiel era uno de los tantos compañeros de Pedro, él era un cuarentón morochón y apuesto, y hacía tiempo que cuando el destino nos cruzaba el me miraba de una forma tan dura e intimidante que me hacía desviar mi mirada, me ponía nerviosa, pero me excitaba al mismo tiempo, poco a poco sentía el corazón latir con fuerza bajo mi pecho, sentía cortarse mi respiración, y presagiaba que en algún momento estaría con él, solo que no pensaba engañar a mi esposo, no señor.
Pedro no era tonto, me conocía demasiado y veía en mi mirada la mirada que alguna vez había tenido con él, esa mirada pecadora, esa mirada oculta, es más, puedo asegurar que en ese momento él era cómplice y hasta premeditó lo que sucedería en poco tiempo.
Esa tardecita, como solía hacer, me puse un top ajustado y unos pantalones cortos de licra, medias, zapatillas, luego la bicicleta y al verme Pedro exclamó
- Guau! vas a andar en bicicleta? Así vas a provocar un accidente de tránsito!
Solo reí complacida por sus halagos, entonces dijo
- Vas a tardar? Ezequiel debe estar por llegar a jugar cartas… el siempre habla bien de vos, y cuando vos estás, él se pierde en tus curvas… y bueno, yo gano dinero fácil!
Le dije que era un tonto y salí a rodar por la calle, fue todo tan raro, no podía sacar tantas imágenes de mi cabeza, Pedro siempre había dicho que haría lo necesario para que me sintiera una mujer completa, incluso muchas veces había tanteado mi reacción sugiriendo algún encuentro con algunos de sus amigos de juego, y Ezequiel sinceramente era una tentación difícil de rechazar.
Tal vez solo fueran ideas mías, pero pedaleaba y pedaleaba imaginando situaciones y el permanente roce del asiento en mi clítoris no hacía más que incomodarme y llevarme a un raro orgasmo que no buscaba, en plena calle, tuve que detenerme a un costado solo para suspirar, excitada…
Regresé antes de lo planeado con el corazón latiendo a mil, no pude resistirlo, al llegar Pedro y Ezequiel jugaban cartas en una atmósfera plagada de humo, Ezequiel me devoró con la mirada, seguramente atraído por el exceso de transpiración que cubría mi cuerpo y mojaba mis prendas. Me dio un beso en la mejilla, olía tan bien!
Me sentía incómoda, mi sexo estaba tan mojado que asumía que había traspasado la tanga que traía y había llegado hasta las calzas de licra, solté un suspiro contenido…
Y Pedro fue quien me sirvió en bandeja de plata, fue culminar algo que los tres sabíamos que iba a pasar, simularon una partida en la cual supuestamente el ya no tenía dinero, por lo que apostó ‘una mamada’ de mi parte si volvía a perder, ambos me miraron y como no dije que sí, pero tampoco que no, solo repartieron cartas.
Nunca entendí ese juego, así que solo esperé en silencio hasta que Pedro dijo arrojando los naipes sobre la mesa
- Diablo! volví a perder…
Se hizo un silencio sepulcral en el lugar, pareció congelarse el tiempo en ese instante, fui sobre Ezequiel, me arrodillé entre sus piernas, aflojé su pantalón y busqué su verga bajo las prendas, la saque dura como piedra, la sentía latir en mi mano, Dios! que hermosa sensación! La mirada atenta de ambos hombres quemaban mi rostro, llevé los labios a ella, empecé a lamerla con locura, como si hubiera estado enjaulada en los últimos tiempos, ese sabor, ese aroma!
Miraba a Ezequiel fijamente a los ojos, el me mantenía desafiante la mirada, inclinaba su pija para comerla y saborearla, para sentir es glande en mi paladar, para recorrerlo con mi lengua, llevé mi mano libre entre mis piernas, bajo el short, bajo la tanga, estaba empapada, mi concha era un mar salado, y metí tres dedos en mi hueco y comencé a masturbarme a medida que le daba sexo oral al morocho.
En la habitación solo se sentían los ruidos de mi boca, la respiración agitada, de pronto Ezequiel ya no me aguantó la mirada y reclinó su cabeza hacia atrás visiblemente excitado, le sentí venir y eso provocó que moviera los dedos más y más rápido dentro de mi concha, friccionando mi clítoris, mi boca de pronto empezó a llenarse de leche y ese líquido espeso solo provocó que yo también llegara haciéndome perder la coordinación, entre sus espasmos y los míos parte de semen con saliva escapó de mi boca rodando por mi rostro llegando a mis pechos, a la remera ajustada que traía en ese momento…
Los aplausos de mi esposo y una nueva bocanada de humo de su cigarro me trajeron a la realidad, Ezequiel me miraba con su verga desnuda colgando a un costado, me incorporé con algún que otro calambre en mis piernas, me sentí horrible, con una vergüenza de puta no asumida, transpirada, sucia, con sabor a leche…
Me excuse, salí casi corriendo a esconderme bajo la ducha, sin siquiera despedir a Ezequiel, sin embargo, en la soledad de ese baño, bajo el agua tibia que mojaba mi cuerpo, tomé el consolador que me había regalado mi esposo y me lo introduje tan profundo como pude, dando rienda suelta a todo mi placer contenido…
Era ya tarde cuando fuimos a la cama, no habíamos hablado del tema pero yo no me quedaría con la espina clavada, Pedro leía las noticias en páginas de internet atento a su celular, entonces pregunté
- Lo tenías planeado, verdad?
- Lo de esta tarde? Que piensas?
- No sé, tú dime… perdiste por mucho esa partida?
El me miró dulcemente y me dijo con una sonrisa en sus labios
- Ni siquiera jugamos…
Ese día daría el primer paso en lo que sin imaginar sería mi nueva vida, entraría en el círculo de amigos de Pedro con un rol activo y sexual, y sin darme cuenta las partidas de naipes pasarían a ser partidas de naipes y sexo.
De pronto me sentí el trofeo por el cual se disputaban los hombres, la joya más preciada, no me molestó hacer cornudas a muchas mujeres y por mucho era la más joven de las aburridas esposas de turno.
Empecé a coger con uno, con otro, a saciar mi instinto de mujer, si Pedro ganaba, ganaba dinero, si Pedro perdía, yo pagaba, ese era el trato.
Esa necesidad de tener sexo fue cumplida en demasía, me transformé en una especie de ninfómana que necesitaba cada vez más verga, y Pedro disfrutaba a su manera con todo esto, él tenía la más bella y la más puta de las mujeres y él era el único dueño de esa mujer, aunque la compartiera con todos…
Cambié poco a poco mis costumbres, de pasar casi desapercibida en las reuniones comencé a ser centro de las mismas, empecé a vestirme cada vez más provocativa, empecé a beber y a fumar también…
Era muy loco, a veces me cogía alguno en la habitación y yo gritaba exagerando un poco, solo para que los que estaban afuera me escucharan…
Por lo bajo, sus amigos empezaron a referirse a mi como ‘la puta de Pedro’ y si bien no me molestaba por mí, me molestaba por el.
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