Series de Relatos Publicados (Click en el link)
Capítulo 04.
Silvio y Dalina.
Renzo abrazó a Silvana, la besó en la boca y aprovechó para estrujarle las nalgas con dedos torpes y ansiosos.
—Estás muy linda, amor —le dijo mientras besaba la comisura de sus labios. Silvana tenía puesta una blusa bordó de cuello de barco y un pantalón negro sencillo, pero elegante. Además se había puesto tacos, aunque no muy altos, para que Renzo no pareciera un enano. Suficientes complejos ya tenía él con ser ligeramente más bajo que su novia—. ¿Se debe a algo en especial?
—Sí, hoy es la cena con Dalina y Silvio… y por lo visto vos ni siquiera te acordaste.
—¿Es hoy? —Renzo retrocedió un paso, asustado. Sabía cómo se ponía su novia cuando él no cumplía con estas citas previas, en especial cuando se la recordó en varias ocasiones—. Creí que era mañana.
—Es hoy, y vos estás vestido como un croto, mirá lo que es esa remera. Está toda manchada y agujereada.
—Perdón, es que… me puse lo primero que encontré.
—Al menos podrías haberte puesto algo que esté limpio. Tenés lavarropa automático, Renzo. No tenés excusa.
—Ah… es que… se me terminó el jabón en polvo, y me olvidé de comprar.
Silvana sopló hacia arriba, para quitarse el pelo de la cara y puso los ojos en blanco. Podría haber comenzado una discusión; pero no tenía ganas de hacerlo, además ya se había preparado mentalmente para esta situación. Conocía muy bien a Renzo, sabía que esto podía pasar.
—Por suerte —dijo—, tengo guardada ropa tuya para estas ocasiones, porque sé que sos un colgado. Andá, date un baño rápido y ponete una camisa limpia. Hay un pantalón de gabardina negro que te queda muy bien.
—¿Me tengo que bañar? —Preguntó Renzo mientras olfateaba sus propias axilas.
—Sí, boludo… andá a bañarte. Ya. Y no pierdas más el tiempo. Y la próxima vez no te olvides de comprar jabón en polvo.
Veinte minutos más tarde ya estaban saliendo del departamento. Silvana estaba tranquila porque llegar al destino requería tan solo de unos pocos pasos. Dalina y Silvio viven en el mismo piso que ella, su puerta está ubicada justo frente a la de Malik.
Los recibió la misma Dalina, con una amplia sonrisa. Una mujer de largo cabello negro y lacio, cejas angulosas y sensuales, labios turgentes, pechos redondos y firmes, de buen tamaño, que hoy asomaban por el escote de su blusa de forma poco sutil. Además tenía puesto un pantalón blanco extremadamente ajustado y botas negras, para estilizar su figura. Cuando se dio la vuelta, para dejarlos entrar, tanto Silvana como Renzo (en especial Renzo) pudieron notar el efecto que causaba ese pantalón en las nalgas de Dalina. Renzo se quedó boquiabierto al ver ese culo monumental, su reacción fue tan obvia y aparatosa que Silvana tuvo que darle un rápido codazo en las costillas.
Silvio se acercó para estrechar la mano de Renzo y luego dio un cordial beso en la mejilla de Silvana. Se trataba de un hombre muy pulcro, alto, de buen porte físico. Tenía el cabello prolijamente recortado y siempre iba perfectamente afeitado. Silvana no podía recordar si alguna vez lo había visto con barba de unos días. Silvio era un hombre educado, inteligente, de buenas maneras… Silvana no pudo evitar sentir un poco de envidia por Dalina. Su vecina tenía un novio que podía presentar con orgullo, no como el mamarracho que ella traía colgado del brazo. Y sí, Renzo era un chico lindo, muchas mujeres le sonreían al verlo pasar. Sin embargo… era demasiado descuidado con su apariencia y con su vida en general.
Lo que más le gustó a Silvana de Renzo, cuando lo conoció, es que le recordó un poco a Kurt Cobain, aunque con pelo castaño. Ese aspecto rebelde le gustó en su momento, le resultaba excitante salir con un chico que parecía ser algo… peligroso. Pero con el tiempo descubrió que Renzo es menos peligroso que un cachorrito lactante y que no tiene el carisma (ni el talento) de Kurt Cobain, solo su forma desfachatada de vestir.
La cena debía ser sencilla, no querían que fuera algo demasiado formal. Dalina tenía el objetivo de formar una buena amistad entre las dos parejas, para que pudieran juntarse cada vez que quisieran. Por eso consideró que lo mejor sería compartir unas buenas pizzas con cervezas bien frías. Insistió en que Silvana y Renzo no trajeran nada, que lo mejor sería que los invitaran a cenar algo similar algún otro día.
A Silvana esta idea de entablar nuevas amistades la tenía muy entusiasmada. Charló varias veces con Dalina en el ascensor, en el pasillo o en la recepción del edificio, hasta que un día decidieron tomar un café juntas y fue la misma Dalina la que propuso estas citas en pareja, para que pudieran conocerse mejor.
Antes de servir las primeras cervezas, Dalina dijo:
—Tenemos algo que anunciarles.
—¿Se van a casar? —Preguntó Renzo.
—No, tarado —le respondió su novia—, ya están casados.
—Es cierto —siguió Dalina—, ya llevamos tres años de casados. Y desde ese día estamos en busca de un objetivo: tener un hijo… o una hija, da igual. Pero los médicos nos dijeron que no nos hagamos ilusiones. No voy a entrar en muchos detalles, para no aburrirlos. Basta con decir que nuestras chances de tener un hijo no eran muy altas… hasta ahora, porque ya tengo cuatro semanas de embarazo.
—Uy, qué lindo!! —Silvana aplaudió—. Los felicito.
—Estamos muy contentos —dijo Silvio, incluso él, a pesar de mostrarse casi siempre serio, tenía una sonrisa de oreja a oreja—. Y ya entenderán por qué Dalina va a tomar cerveza sin alcohol.
—Por supuesto —asintió Silvana—. Tiene que cuidarse.
Sirvieron las cervezas y las pizzas y comenzaron a disfrutar de una velada muy alegre. Hubo anécdotas típicas de pareja, donde cada uno contó su versión de “cómo nos conocimos”, también hablaron del tiempo que llevaban viviendo en el edificio. Dalina trabaja en una inmobiliaria y fue ella misma quien le mostró el departamento a Silvana justo antes de que se mudara.
—A pesar de que el alquiler es algo elevado, si no fuera por Dalina no viviría acá. Ella me convenció de quedarme, y me alegra haberlo hecho. El edificio es muy lindo y por lo general es muy tranquilo… o al menos lo era.
—¿Lo decís por nuestro nuevo vecino? —Preguntó Silvio, sus anteojos ensombrecieron su mirada.
—Sí. ¿Ustedes también escuchan los ruidos?
—Más o menos —Silvio bebió una buena cantidad de su vaso de cerveza—. Me imagino que esa parte te debe molestar más a vos. Nosotros en cambio tenemos que lidiar con la puerta, que está justo frente a la nuestra.
—¿Y eso qué problemas trae? —Preguntó Renzo, al mismo tiempo que se zampaba otra porción de pizza.
—Emm… digamos que se presentan algunas situaciones incómodas —dijo Dalina. Los ojos de Renzo se detuvieron unos segundos en su prominente escote—. Hace poco, al salir de casa, nos encontramos con la puerta del vecino abierta… y había una mujer desnuda caminando lo más campante.
—Y eso no es todo —aseguró Silvio—. A veces tenemos que aguantar que alguna venga a hacerle reclamos y esté un buen rato golpeándole la puerta, hasta que él se digna a abrirle.
Silvana tomó un buen sorbo de cerveza y esquivó la mirada inquisidora de Silvio. Sabía que se refería al episodio de Paulina y cómo su madre estuvo un buen rato golpeando la puerta de Malik. Pobre Norma, se habrá desesperado al llamar a la puerta y no recibir respuesta inmediata. Seguramente temió que algún vecino la sorprendiera en ese lugar, a esa hora… y probablemente ni siquiera tenía una buena excusa en mente por si eso llegaba a ocurrir.
—Quizás lo peor de todo fue lo que pasó hace unos días, cuando em… no me parece apropiado decirlo.
—No seas sonso, Silvio —dijo Dalina—. Renzo y Silvana ya son adultos, creo que se puede hablar de estos temas sin tantos prejuicios.
—Sí, sí se puede —dijo Renzo, con evidente curiosidad—. ¿Qué fue lo que pasó?
—Se los cuento tal y como lo vimos —aseguró Dalina—. Escuchamos ruidos en el pasillo. Parecía una discusión entre dos mujeres —De pronto Silvana se puso tensa—. No entendimos muy bien por qué peleaban, pero cuando espiamos por la mirilla de la puerta vimos que no había mucha ropa de por medio. Incluso una de ellas estaba completamente desnuda… y estaba tocando a la otra mientras la besaba.
— ¿Tocando? ¿Tocando cómo? —Preguntó Renzo, con la garganta seca. Tuvo que llenar otra vez su vaso con cerveza.
—La estaba tocando en plan lésbico —respondió Dalina, con naturalidad—. De eso no hay dudas.
—Pero… em… —la cara de Silvana se puso de todos colores—. ¿Llegaron a ver las caras de estas mujeres?
—A la mujer desnuda la vi siempre de espalda, sé que era rubia. A la que le vi la cara es a la otra…
—Ay… dios…
El cerebro de Silvana comenzó a trabajar en una posible explicación. ¿Cómo haría para darle coherencia a lo que le había hecho aquella mujer en el pasillo?
— ¿Y la conocías? —Preguntó Renzo.
—No, para nada. Era una chica bonita, pero nunca la había visto en el edificio —Silvana respiró, esto la relajó un poco; aunque sospechaba que Dalina estaba mintiendo para protegerla—. Lo más loco de todo es que la rubia se agachó y ahí mismo, en el pasillo, como si fuera su casa, empezó a chupársela a la otra…
—Ah bue… qué locura —dijo Silvana, quien recobró más la compostura. Eso no era lo que había ocurrido cuando ella tuvo un incidente en el pasillo, lo que le llevó a sospechar que Dalina simplemente había visto una escena parecida que involucraba otras dos mujeres.
—Es una vergüenza que debamos tolerar cosas como ésta.
—Sí, por supuesto —aseguró Silvana—. Yo ya presenté una queja con el portero del edificio.
—Ah sí… espero que ese inútil haga algo —dijo Dalina—. Se ve que se toma muy en serio ciertas quejas…
—Ya te dije que con ese asunto tiene razón —dijo Silvio.
—¿Qué asunto? —Quiso saber Renzo.
Dalina se mostró ofuscada.
—Se quejó de la forma en que me visto, dice que es demasiado… reveladora.
—No fue tan así —dijo Silvio—. Osvaldo no se quejó de tu forma de vestir, solo te comunicó que otros inquilinos se quejaron de eso. —Silvana apretó los labios, ella también había recibido la misma clase de quejas y comenzó a preguntarse qué vecinos estarían protestando por eso con tanta insistencia—. Además ya sabés lo que opino, antes te vestías de forma más recatada. No sé por qué ahora andás con tanto escote… o con esos pantalones tan ajustados.
—Ah, yo sabía que estabas de mal humor por algo —dijo Dalina.
—Ya sabés lo que pienso —insistió Silvio. Silvana y Renzo guardaron silencio ante la situación incómoda—. Pero no quiero discutir por esto la primera vez que nuestros vecinos vienen a cenar con nosotros.
Dalina se puso de pie golpeando la mesa con sus palmas, para expresar su descontento.
—Está bien, ya entendí el mensaje —dijo, y se fue meneando sus caderas, Renzo acompañó todo el movimiento con la mirada hasta que recibió otro disimulado codazo por parte de su novia.
Silvana se apresuró a cambiar el tema y le preguntó a Silvio si hacía ejercicio y con qué frecuencia. Él le comentó que a veces iba al gimnasio. A Renzo le aburrió este tema, por eso unos segundos después dijo:
—Em… este… ¿puedo pasar al baño?
Silvio le señaló el camino. La velada ya estaba llegando a su fin porque la situación se había vuelto demasiado tensa para todos. No se quedaron mucho más.
—---------
Unos minutos más tarde, ya en su casa, acostados en la cama y en ropa interior, Silvana le preguntó a Renzo qué tal la había pasado.
—Estuvo bien, hasta que empezaron a discutir. Qué boludo ese Silvio. No sé por qué le molesta tanto que Dalina use escote.
—Ah, bien que te gustó el escote de Dalina.
—Ey, no dije eso.
—No mientas, Renzo. ¿Creés que no me di cuenta de cómo se te iban los ojos mirándole las tetas… y el culo.
—Emm… este… no, o sea… lo que pasa es que… yo intentaba no mirar, pero… era imposible no hacerlo.
Silvana supo que su novio tenía razón en eso. Hasta ella había mirado en varias ocasiones y temió por la vigilancia inquisitiva de Silvio. Por nada del mundo quería que él la sorprendiera mirándole fijamente el orto a su mujer.
Silvana se apiadó de Renzo, pensó que discutir por esto sería una estupidez, y al estar en la cama le vino a la mente el momento que pasó junto a Paulina. A pesar de que no conocía mucho a esa chica, vivieron juntas un momento sumamente erótico e intenso. Paulina incluso le confesó que había practicado fisting con su mejor amiga. Silvana nunca había tenido una conversación tan frontal con alguien sobre el sexo y se preguntó si algún día podría llegar a tener una relación tan abierta y tan directa con alguien… con su novio por ejemplo.
—Cuando fuiste al baño vi que volviste pálido, después volvió Dalina con ropa mucho más discreta. ¿Pasó algo?
—Ah… este… es que… sin querer vi a Dalina cambiándose; pero te juro que no fue mi culpa. No sabía cuál era la puerta del baño…
Si pretendía que Renzo hablara con total franqueza, no podía hacerle escenas de celos solo porque a él le pareció lindo el culo de otra mujer. “¿Qué problema hay si le gusta otro culo? Eso no significa que no me quiera… o que vaya a engañarme con otra”.
Haciendo un gran esfuerzo para que su instinto posesivo no se activara, le dijo a su novio:
—Tranquilo, Renzo. No me voy a enojar porque le hayas visto el culo a otra mujer… en especial si fue un accidente. Y contame… ¿qué viste? ¿qué tal está el culo de Dalina? —Lo dijo con una sonrisa amigable y curiosa.
Renzo se quedó mirándola boquiabierto, lo primero que pensó es que podría tratarse de una trampa.
—Casi no vi nada.
—No me mientas. Sé que viste algo… y sé que lo que viste te gustó. ¿Y sabés qué? No me molesta que te haya gustado. —Renzo la miró con incredulidad—. Lo digo en serio. Dalina es una mujer muy linda, hasta yo reconozco que tiene unas tetas buenísimas y un culo espectacular. Si me decís que lo que viste no te gustó, voy a pensar que sos gay… o que sos un mentiroso. Y sé muy bien que gay no sos. Entiendo perfectamente que te guste el culo de Dalina, y me lo podés contar sin miedo. ¿Viste lo mucho que se le asomaban las tetas por el escote? Yo llegué a verle un pezón, cuando se inclinó hacia adelante para llenar mi vaso con cerveza… y después te sirvió otro vaso a vos, así que debiste ver lo mismo que yo. Yo diría que los pezones de Dalina son muy… pellizcables.
Las pupilas de Renzo se dilataron. En secreto él fantaseó muchas veces con la idea de hablar con su novia sobre aquellas mujeres que le resultaban atractivas. Más de una vez pensó “¿Por qué las mujeres son tan inseguras cuando se habla bien de otra mujer?” “¿Por qué no le puedo contar a mi novia si otra mujer me pareció linda? Eso no significa que la vaya a engañar”. Esto parecía ser un sueño hecho realidad, un sueño demasiado bueno, por eso le generaba desconfianza.
—¿Me estás diciendo que te gustan las mujeres? —Preguntó Renzo, y se arrepintió de inmediato.
Temió por su vida, creyó que Silvana se ofendería tanto que él terminaría durmiendo en el sofá… pero no fue así. Su novia le mostró una sonrisa cómplice y dijo:
—No me gustan las mujeres… en ese sentido. Pero sí entiendo el impacto erótico que puede tener otra mujer, y eso me resulta admirable. Dalina es admirable. Y no me voy a enojar con vos si pensás lo mismo… ¿o acaso vos te vas a poner celoso de Dalina si yo te digo que sus tetas me parecen lindas?
—No, no… claro que no… pero es distinto, a vos no te gustan las mujeres. Y a mí sí.
—Lo sé. Y la clave está en la confianza, Renzo. Yo confío en vos, sé que sos un buen chico y que nunca me vas a engañar. Vos podés confiar en mí, yo nunca te engañaría. Sabiendo eso, podemos hablar de lo que sea —dijo esta frase con un tono muy sensual al mismo tiempo que introducía su mano dentro del bóxer de su novio. Le agarró la verga flácida, la sacó y empezó a masturbarlo lentamente.
—¿De lo que sea? —Preguntó, luego de tragar saliva. Pequeñas gotas de sudor rodaban por su frente.
—Sí, sos mi novio. Sos la persona en la que más confío en el mundo, y quiero creer que vos confías en mí. Así que… ¿con quién más podrías hablar con total sinceridad sobre lo que sea?
—Bueno, en eso tenés razón. Es solo que… si yo te cuento lo que pasó, puedo terminar diciendo algo que te va a molestar.
—¿Qué podría molestarme? —Silvana seguía con el proceso de masturbación y el pene de Renzo ya se había puesto bien duro.
—Mmm… por ejemplo si te digo que la vi en ropa interior… y que eso me gustó.
—Hey… no lo hiciste a propósito, así que tampoco es que la hayas espiado contra su voluntad. Se dio así la situación y bueno… aprovechaste para mirarle un poquito el culo. Me parece bien que lo hayas hecho. Yo hubiera reaccionado igual en tu lugar. —Silvana notó que su corazón se estaba acelerando de una forma muy similar a la noche que Paulina estuvo en su cama—. Mirá, para que entiendas que no me voy a enojar por nada de lo que digas, si me das buenos detalles, te chupo la pija. ¿Trato hecho?
—¿De verdad harías eso?
—Sí, pero solo si los detalles valen la pena… y si me parece que estás siendo sincero.
—Em… bueno, este… vi que estaba en tanga.
—¿De qué color?
—Blanca…
—¿Y era chiquita?
—Sí.
—Dale, Renzo, ponele ganas… yo no te voy a estar preguntando por cada mínimo detalle. Si querés que te la chupe, contame lo que viste.
—Está bien… está bien, no te enojes. Ehh… cuando yo abrí la puerta, creyendo que era el baño, me encontré con Dalina en la cama… estaba en cuatro.
—¿En cuatro? ¿Y qué hacía así?
—Creo que estaba buscando algo cerca del piso, del otro lado de la cama… fue una casualidad que yo la sorprendiera justo en ese momento… imaginate cómo me puse cuando encontré ese tremendo culazo en tanga.
—Uf… debió ser algo digno de ver. Qué envidia, yo me lo perdí.
Renzo sonrió y se mostró más aliviado.
—Para colmo la tanga era tan chiquita que se le estaba metiendo entre los labios de la concha.
—A la mierda… ¿así que le viste toda la argolla también?
—No toda, porque la parte del medio estaba tapada por la tela, pero casi toda…
—¿Y qué tal la tiene?
—Muy linda… es… gordita, aunque no tanto como la tuya.
—Hey… ¿Estás diciendo que soy una conchuda?
—Em… este…
—Ay, Renzo, no te pongas así, lo dije en broma. Sé que la tengo… gordita, como decís vos. Es algo que siempre me atormentó un poco, porque cuando uso pantalones muy ajustados, se me marca mucho.
—Qué raro, no me acuerdo haber visto eso, y eso que te vi con pantalones ajustados.
—No, no… me refiero… ajustados en serio. MUY ajustados.
—¿ Tenés pantalones así? —Preguntó sorprendido.
—Algunos… aunque no los uso.
—¿ Por qué no?
—Porque creí que a vos te podría molestar… pero como dijste que te parece una tontería que Silvio le prohíba a Dalina usarlos, entonces… quizás empiece a usarlos… ¿o te molestaría?
—No, claro que no. Ni un poquito… en especial sabiendo que te van a quedar super bien. Vos tenés mejor culo que Dalina.
—No hace falta que me mientas así, si el culo de Dalina te parece más lindo, entonces decilo y ya. No me ofendo.
—Ok, sí… el culo de Dalina me gusta mucho… pero el tuyo me gusta más. Ella es muy culona, lo tiene re grande. El tuyo es un poco más chico… y está mejor formado. Es… más firme.
—Será porque hago ejercicio casi todos los días.
—Sí, debe ser por eso. Así que… si empezás a usar esos pantalones MUY ajustados, te van a quedar de maravilla —la verga de Renzo estaba palpitando de la emoción.
—Mirá que te tomo la palabra. Si uso uno de esos pantalones, después no quiero reclamos.
—Te prometo que no te voy a hacer ningún reclamo.
—Está bien… ya veremos —a Silvana le pareció divertida la idea de comprobar cuáles eran los límites de tolerancia de Renzo y si realmente no se pondría celoso al saber que otras personas le mirarían el culo en la calle—. ¿Y Dalina se dio cuenta de que vos estabas en la pieza con ella?
—Sí, casi al instante… se dio vuelta y… le vi las tetas. No tenía nada puesto arriba.
—Uy, pobrecita, se habrá sentido re expuesta.
—Em… no me pareció que le haya molestado mucho. Se dio vuelta y me dijo “Ah, hola Renzo ¿te puedo ayudar en algo?” Y se quedó parada delante mío sin siquiera taparse las tetas… ni nada.
—Ah, mirá vos… qué raro. Muy maduro de su parte. ¿Y qué tal las tetas?
—Uf… buenísimas. Ahí sí… y perdoname que te lo diga, ella tiene unas de las mejores tetas que vi en mi vida.
—No me molesta, sé que tiene lindas tetas. Me hubiera gustado ver más que solo un pezón. ¿Por qué te gustaron tanto?
—Porque son grandotas y bien redondas… bien firmes… ¿se le habrán puesto así por el embarazo?
—No lo creo. Es demasiado pronto. Deben ser así naturalmente.
—Uf… no me quiero imaginar lo que van a ser cuando esté embarazada. Van a ser unas tetazas espectaculares.
—¡Ey! —Renzo se puso tenso—. Tenés razón, no lo había pensado. Dios… qué buenas van a estar esas tetas cuando se hinchen. Qué envidia, vos le viste todo… yo no vi nada.
—Si no te gustan las mujeres ¿por qué tenés tantas ganas de verla desnuda?
—Ya te dije, Dalina es re linda. Entiendo el impacto erótico que puede tener… y me gustaría verlo, por curiosidad… y para que podamos chusmear sobre eso.
El corazón de Renzo dio un vuelco.
—¿Eso quiere decir que si yo veo una chica que me parece linda, te lo puedo decir?
—Sí, claro —Silvana también se emocionó con la propuesta—. Decimelo sin miedo, y podemos debatir sobre eso. No para saber si te parece más linda que yo o no, porque yo soy tu novia y punto. Sino… para que seamos sinceros el uno con el otro y aprendamos a respetar nuestros gustos. —Silvana nunca fue una novia de mente especialmente abierta, pero todo este asunto de ser tan sincera con otra persona le estaba agradando demasiado, lo que la llevó a dar un salto de fe—. ¿Sabés qué? Me parece una tontería enojarse porque a tu pareja le resulta atractiva otra persona. A ver… que seguimos siendo seres humanos, obvio que si vemos a alguien que nos gusta nos podemos calentar. Eso no significa que vayamos a ponernos los cuernos solo porque nos calienta otra persona. Lo importante es que sepamos respetar la fidelidad que nos tenemos. Y hablar en pareja de que otra persona nos resulta atractiva, sin miedos ni prejuicios, es lo que yo llamo “confianza plena”.
—Me gusta esa forma de pensar. Te prometo que si veo algo como lo que pasó en la casa de Dalina, te lo cuento.
—Muy bien, eso me gusta. Y yo… em… tengo trabajo que hacer. Usted se ganó un buen pete.
Silvana bajó la cabeza y empezó a chupar. Una vocecita interna le dijo: “Vos no le prometiste lo mismo”. Y se sintió mal por eso, sin embargo no quería contarle lo que había ocurrido con Paulina, era una situación… demasiado particular, difícil de explicar. Lo podía dejar pasar, al fin y al cabo no creía que algo así pudiera ocurrirle otra vez.
Esa noche tuvieron buen sexo, el mejor en meses. Además Malik pareció tomarse la noche para descansar, así que no tuvieron interrupciones y Silvana pudo dormir plácidamente.
—--------
El día no arrancó de la mejor manera para Silvana. Casi se queda dormida, tuvo que salir rápido de la cama y cambiarse. Dejó a Renzo durmiendo, se lo veía tan tranquilo que no quería molestarlo.
Se acordó de la conversación de la noche anterior y decidió que era un buen momento para sacar uno de sus pantalones ajustados. Optó por uno de jean, común y corriente, pero que se ceñía muy bien a sus nalgas. Se puso zapatos con un poquito de plataforma, para estilizar la figura, y una camisa blanca que caía delicadamente sobre sus senos.
Al bajar por el ascensor se encontró, como siempre, con el portero. El tipo estaba parado estratégicamente en el camino entre la puerta del ascensor y la salida, así pudo fijarse muy bien en Silvana cuando ella pasó a su lado. Sabía que él le estaba mirando el culo, e irritada dijo:
—¿No le quiere sacar una foto? Digo… le dura más.
—Le sacaría la foto con mucho gusto —Silvana se puso tensa, no esperaba esa respuesta—, para mostrársela a las personas que emitieron una queja por su forma de vestir. Así me creen que el problema no es que yo no se lo haya comunicado, sino que ustedes no hace caso.
—Mire Osvaldo, no estamos en mil novecientos veinte. Me parece absolutamente ridículo que en pleno siglo veintiuno una mujer deba aguantar quejas de sus vecinos por usar un pantalón ajustado.
—Es que… no se trata solo de “un pantalón ajustado” —Osvaldo se le acercó y, sin pedir permiso, pasó la mano por una de las nalgas de Silvana, como si la estuviera acariciando. Ella estuvo a punto de explotar de ira ante este atrevimiento, cuando el tipo dijo—. El problema es cómo se le marca todo, dejando poco a la imaginación.
—¿A qué se refiere? —Preguntó asustada.
—Precisamente a esta zona de acá —el muy hijo de puta pasó rápidamente sus dedos por encima de la vulva de Silvana—. Se marcá todo, casi como si tuviera el pantalón pintado sobre la piel.
Silvana no creyó que se le marcara tanto. Al menos esa no era la idea, no pretendía salir a la calle con un pantalón que le marcara toda la concha.
—Ah… es que… es un pantalón medio viejo… puede que ya me quede algo chico, hace mucho que no lo uso. Además… —quiso volver a reivindicar su orgullo—. Es mi cuerpo, si yo quiero usar este pantalón, o cualquier otro de los que tengo, nadie me lo puede impedir. Mucho menos usted. Ahora, con su permiso, me retiro. Estoy llegando tarde al trabajo.
Salió del edificio dando pasos firmes y decididos, con la frente en alto y el culo en pompa.
Luego del incómodo episodio con Osvaldo (el cual prefería borrar de su mente para siempre), su humor mejoró mucho. No llegó tan tarde al trabajo como había previsto y se sintió realmente cómoda con su pantalón súper ajustado. Sí, hubo miradas de sus compañeros, incluso de su jefe; pero no le importó. Si a Renzo no le molestaban, entonces a ella tampoco.
Al regresar a casa, Silvana prefirió no salir a correr. Se mantenía en buena forma y de vez en cuando podía darse el privilegio de suspender las actividades físicas… y saturarse con dulces y postres. No era algo que hiciera con mucha frecuencia, por eso solía disfrutar mucho de estos pequeños deslices azucarados.
Supuso que era un buen momento para hacer las paces con su nuevo vecino. Se paró frente a la puerta de Malik cargando una torta de chocolate cubierta de crema y frutillas y tocó el timbre. Fue atendida casi al instante y en cuanto la puerta se abrió se mandó para adelante.
—Permiso, necesito apoyar esto en alguna parte antes de que se me caiga —avanzó hasta una mesa pequeña que parecía ser el sitio perfecto para que un hombre soltero pudiera comer frente a un gran televisor, dejó la torta allí con sumo cuidado—. Aclaro que no la preparé yo, no se me da muy bien esto de la reposte… Ay!! Por dios, Malik!!
Silvana apartó la mirada tanto como pudo y puso sus manos frente a ella, como si con eso pudiera cubrir la evidente desnudez del senegalés.
—Quise avisarte que aún no me había vestido, pero no me diste tiempo —dijo Malik con total tranquilidad—. Pero no te preocupes, a mí no me molesta que la gente me vea desnudo. De hecho… ni siquiera me gusta usar ropa —mostró una gran sonrisa—. Prefiero andar así todo el día.
Silvana evaluó la situación un momento, el tipo ni siquiera le pedía disculpas por aparecer completamente desnudo, sino que además él era quien la disculpaba a ella. ¿Acaso se volvió loco?
Sin embargo, Silvana comprendió que el punto de vista de Malik no estaba tan errado. Al fin y al cabo ella lo puso en vergüenza entrando a su casa sin siquiera pedir permiso, ella expuso su desnudez. El tipo simplemente estaba tranquilo en su casa y ella era la invasora.
—Eh… sí… disculpame —dijo Silvana, intentando no mirar lo evidente… aunque era difícil esquivar algo tan grande. “Madre mía, si es que hasta parece un antebrazo”—. Solo quería… hacer las paces…
—¿Las paces? ¿Por qué? ¿Acaso estábamos en guerra?
—Eh… no, claro que no… es que…
“¿Cómo carajo hizo Paulina para meterse todo eso por la concha?”
—...es solo una forma de decir. Te quería regalar una torta para que tengamos una buena relación de vecinos, nada más. No pienses que vine ah…
—Muchas gracias, muy amable de tu parte.
—No, de nada…
“Parece la trompa de un elefante… hasta se menea cuando él camina”.
—...espero que te guste. Si es así, podés comprar una igual en la panadería nueva que abrieron acá a la vuelta. La atienden dos chicas amorosas, me las recomendó Sonia, la vecina que vive frente a mi departamento. Ya probé el cheesecake que hacen, es riquísimo, pero… el cheesecake es siempre un riesgo, no le gusta a todo el mundo; por eso preferí ir a la vieja y confiable torta de chocolate…
Silvana se volvió verborrágica de golpe. Habló rápido, casi sin respirar, porque sintió que debía explicar lo antes posible por qué estaba ahí. No quería que Malik pensara que había ido con algún tipo de intención sexual.
—Me gusta el chocolate, fue una buena elección. ¿Y qué tal las chicas de la panadería? —Volvió a sonreír—. Paulina me dijo que son muy bonitas.
—Ah, sí… sí que lo son… —Silvana le devolvió la sonrisa—, pero no te hagas ilusiones, porque… bueno, se podría decir que no solo hacen buenas tortas, sino que también lo son. —Malik la miró sin comprender. Ella cayó en la cuenta de que quizás él no estaba acostumbrado a los modismos argentinos—. Me refiero a que son lesbianas. Son pareja.
—Ah… ok… ¿querés una porción?
—No, gracias… ya comí demasiado, además… a mí no me gusta tanto el chocolate —los ojos de Silvana se quedaron fijos en el miembro flácido pero imponente de Malik—. Y decime… em… ¿tenés algún plan para hoy?
—¿Por qué preguntás? —Malik ya estaba saboreando la crema de la torta usando directamente sus dedos.
—Ay… no pienses nada raro. Solo pregunto para saber si esta noche voy a poder dormir tranquila.
—Mmm… bueno, Paulina me dijo que tiene pensado visitarme esta noche.
—Ah… ya veo. ¿Y si le pedís que venga un poco antes?
—¿Por qué? ¿Qué diferencia hay?
—Y… si empiezan antes, van a terminar antes. Así al menos voy poder dormir durante la noche.
—Ah… sí, podría funcionar. Muy bien, después le escribo para que venga más temprano. Muchas gracias por la torta.
Silvana dio media vuelta, encarando hacia la puerta, dándole la espalda a Malik. Luego giró rápidamente la cabeza, pensando que lo sorprendería mirándole el culo, pero no fue así, él estaba muy concentrado en la crema de la torta.
—Por cierto, Malik… te sugiero que tengas cuidado con eso de andar desnudo. En este edificio parece haber una “policía de la descencia” o algo así. Yo recibí quejas por usar este pantalón. Me dijeron que es indecente.
—¿De verdad? —Esta vez Malik sí la miró, analizando detenidamente todo su cuerpo—. Me parece ridículo que te hagan esa clase de reclamos. Es tu cuerpo, vos te vestís como querés.
—Es exactamente lo que dije yo.
—Además… sería una pena que dejaras de usar ese pantalón, con lo bien que te queda.
Este comentario logró robarle una sonrisa a Silvana.
—Muchas gracias… y no te preocupes, no voy a dejar de usar estos pantalones solo porque algunos retrógrados me lo exijan.
—Me parece muy bien… y gracias por la torta.
—De nada, espero que la disfrutes.
Silvana se retiró a su casa, pocos minutos más tarde empezaron los característicos ruidos sexuales y supo que Paulina había aceptado la invitación de Malik. Creyó que podría dormir en paz, pero cuando se acostó, alrededor de las once de la noche, los sonidos volvieron a comenzar. Supuso que Paulina estaba deseosa de un segundo round… o quizás ya iban por el tercero. No lo sabía. A pesar del incómodo golpeteo, esta vez Silvana no fue a protestar. Estaba de buen humor y no tenía ganas de discutir con nadie. Prefirió emplear la táctica de hacerse una buena paja, que la dejara agotada. También se dio cuenta que masturbarse con ruidos sexuales de fondo (en especial los potentes gemidos de Paulina), le ayudaba a alcanzar el clímax con más intensidad.
La paja fue todo un éxito y pocos minutos más tarde se quedó profundamente dormida.
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Capítulo 04.
Silvio y Dalina.
Renzo abrazó a Silvana, la besó en la boca y aprovechó para estrujarle las nalgas con dedos torpes y ansiosos.
—Estás muy linda, amor —le dijo mientras besaba la comisura de sus labios. Silvana tenía puesta una blusa bordó de cuello de barco y un pantalón negro sencillo, pero elegante. Además se había puesto tacos, aunque no muy altos, para que Renzo no pareciera un enano. Suficientes complejos ya tenía él con ser ligeramente más bajo que su novia—. ¿Se debe a algo en especial?
—Sí, hoy es la cena con Dalina y Silvio… y por lo visto vos ni siquiera te acordaste.
—¿Es hoy? —Renzo retrocedió un paso, asustado. Sabía cómo se ponía su novia cuando él no cumplía con estas citas previas, en especial cuando se la recordó en varias ocasiones—. Creí que era mañana.
—Es hoy, y vos estás vestido como un croto, mirá lo que es esa remera. Está toda manchada y agujereada.
—Perdón, es que… me puse lo primero que encontré.
—Al menos podrías haberte puesto algo que esté limpio. Tenés lavarropa automático, Renzo. No tenés excusa.
—Ah… es que… se me terminó el jabón en polvo, y me olvidé de comprar.
Silvana sopló hacia arriba, para quitarse el pelo de la cara y puso los ojos en blanco. Podría haber comenzado una discusión; pero no tenía ganas de hacerlo, además ya se había preparado mentalmente para esta situación. Conocía muy bien a Renzo, sabía que esto podía pasar.
—Por suerte —dijo—, tengo guardada ropa tuya para estas ocasiones, porque sé que sos un colgado. Andá, date un baño rápido y ponete una camisa limpia. Hay un pantalón de gabardina negro que te queda muy bien.
—¿Me tengo que bañar? —Preguntó Renzo mientras olfateaba sus propias axilas.
—Sí, boludo… andá a bañarte. Ya. Y no pierdas más el tiempo. Y la próxima vez no te olvides de comprar jabón en polvo.
Veinte minutos más tarde ya estaban saliendo del departamento. Silvana estaba tranquila porque llegar al destino requería tan solo de unos pocos pasos. Dalina y Silvio viven en el mismo piso que ella, su puerta está ubicada justo frente a la de Malik.
Los recibió la misma Dalina, con una amplia sonrisa. Una mujer de largo cabello negro y lacio, cejas angulosas y sensuales, labios turgentes, pechos redondos y firmes, de buen tamaño, que hoy asomaban por el escote de su blusa de forma poco sutil. Además tenía puesto un pantalón blanco extremadamente ajustado y botas negras, para estilizar su figura. Cuando se dio la vuelta, para dejarlos entrar, tanto Silvana como Renzo (en especial Renzo) pudieron notar el efecto que causaba ese pantalón en las nalgas de Dalina. Renzo se quedó boquiabierto al ver ese culo monumental, su reacción fue tan obvia y aparatosa que Silvana tuvo que darle un rápido codazo en las costillas.
Silvio se acercó para estrechar la mano de Renzo y luego dio un cordial beso en la mejilla de Silvana. Se trataba de un hombre muy pulcro, alto, de buen porte físico. Tenía el cabello prolijamente recortado y siempre iba perfectamente afeitado. Silvana no podía recordar si alguna vez lo había visto con barba de unos días. Silvio era un hombre educado, inteligente, de buenas maneras… Silvana no pudo evitar sentir un poco de envidia por Dalina. Su vecina tenía un novio que podía presentar con orgullo, no como el mamarracho que ella traía colgado del brazo. Y sí, Renzo era un chico lindo, muchas mujeres le sonreían al verlo pasar. Sin embargo… era demasiado descuidado con su apariencia y con su vida en general.
Lo que más le gustó a Silvana de Renzo, cuando lo conoció, es que le recordó un poco a Kurt Cobain, aunque con pelo castaño. Ese aspecto rebelde le gustó en su momento, le resultaba excitante salir con un chico que parecía ser algo… peligroso. Pero con el tiempo descubrió que Renzo es menos peligroso que un cachorrito lactante y que no tiene el carisma (ni el talento) de Kurt Cobain, solo su forma desfachatada de vestir.
La cena debía ser sencilla, no querían que fuera algo demasiado formal. Dalina tenía el objetivo de formar una buena amistad entre las dos parejas, para que pudieran juntarse cada vez que quisieran. Por eso consideró que lo mejor sería compartir unas buenas pizzas con cervezas bien frías. Insistió en que Silvana y Renzo no trajeran nada, que lo mejor sería que los invitaran a cenar algo similar algún otro día.
A Silvana esta idea de entablar nuevas amistades la tenía muy entusiasmada. Charló varias veces con Dalina en el ascensor, en el pasillo o en la recepción del edificio, hasta que un día decidieron tomar un café juntas y fue la misma Dalina la que propuso estas citas en pareja, para que pudieran conocerse mejor.
Antes de servir las primeras cervezas, Dalina dijo:
—Tenemos algo que anunciarles.
—¿Se van a casar? —Preguntó Renzo.
—No, tarado —le respondió su novia—, ya están casados.
—Es cierto —siguió Dalina—, ya llevamos tres años de casados. Y desde ese día estamos en busca de un objetivo: tener un hijo… o una hija, da igual. Pero los médicos nos dijeron que no nos hagamos ilusiones. No voy a entrar en muchos detalles, para no aburrirlos. Basta con decir que nuestras chances de tener un hijo no eran muy altas… hasta ahora, porque ya tengo cuatro semanas de embarazo.
—Uy, qué lindo!! —Silvana aplaudió—. Los felicito.
—Estamos muy contentos —dijo Silvio, incluso él, a pesar de mostrarse casi siempre serio, tenía una sonrisa de oreja a oreja—. Y ya entenderán por qué Dalina va a tomar cerveza sin alcohol.
—Por supuesto —asintió Silvana—. Tiene que cuidarse.
Sirvieron las cervezas y las pizzas y comenzaron a disfrutar de una velada muy alegre. Hubo anécdotas típicas de pareja, donde cada uno contó su versión de “cómo nos conocimos”, también hablaron del tiempo que llevaban viviendo en el edificio. Dalina trabaja en una inmobiliaria y fue ella misma quien le mostró el departamento a Silvana justo antes de que se mudara.
—A pesar de que el alquiler es algo elevado, si no fuera por Dalina no viviría acá. Ella me convenció de quedarme, y me alegra haberlo hecho. El edificio es muy lindo y por lo general es muy tranquilo… o al menos lo era.
—¿Lo decís por nuestro nuevo vecino? —Preguntó Silvio, sus anteojos ensombrecieron su mirada.
—Sí. ¿Ustedes también escuchan los ruidos?
—Más o menos —Silvio bebió una buena cantidad de su vaso de cerveza—. Me imagino que esa parte te debe molestar más a vos. Nosotros en cambio tenemos que lidiar con la puerta, que está justo frente a la nuestra.
—¿Y eso qué problemas trae? —Preguntó Renzo, al mismo tiempo que se zampaba otra porción de pizza.
—Emm… digamos que se presentan algunas situaciones incómodas —dijo Dalina. Los ojos de Renzo se detuvieron unos segundos en su prominente escote—. Hace poco, al salir de casa, nos encontramos con la puerta del vecino abierta… y había una mujer desnuda caminando lo más campante.
—Y eso no es todo —aseguró Silvio—. A veces tenemos que aguantar que alguna venga a hacerle reclamos y esté un buen rato golpeándole la puerta, hasta que él se digna a abrirle.
Silvana tomó un buen sorbo de cerveza y esquivó la mirada inquisidora de Silvio. Sabía que se refería al episodio de Paulina y cómo su madre estuvo un buen rato golpeando la puerta de Malik. Pobre Norma, se habrá desesperado al llamar a la puerta y no recibir respuesta inmediata. Seguramente temió que algún vecino la sorprendiera en ese lugar, a esa hora… y probablemente ni siquiera tenía una buena excusa en mente por si eso llegaba a ocurrir.
—Quizás lo peor de todo fue lo que pasó hace unos días, cuando em… no me parece apropiado decirlo.
—No seas sonso, Silvio —dijo Dalina—. Renzo y Silvana ya son adultos, creo que se puede hablar de estos temas sin tantos prejuicios.
—Sí, sí se puede —dijo Renzo, con evidente curiosidad—. ¿Qué fue lo que pasó?
—Se los cuento tal y como lo vimos —aseguró Dalina—. Escuchamos ruidos en el pasillo. Parecía una discusión entre dos mujeres —De pronto Silvana se puso tensa—. No entendimos muy bien por qué peleaban, pero cuando espiamos por la mirilla de la puerta vimos que no había mucha ropa de por medio. Incluso una de ellas estaba completamente desnuda… y estaba tocando a la otra mientras la besaba.
— ¿Tocando? ¿Tocando cómo? —Preguntó Renzo, con la garganta seca. Tuvo que llenar otra vez su vaso con cerveza.
—La estaba tocando en plan lésbico —respondió Dalina, con naturalidad—. De eso no hay dudas.
—Pero… em… —la cara de Silvana se puso de todos colores—. ¿Llegaron a ver las caras de estas mujeres?
—A la mujer desnuda la vi siempre de espalda, sé que era rubia. A la que le vi la cara es a la otra…
—Ay… dios…
El cerebro de Silvana comenzó a trabajar en una posible explicación. ¿Cómo haría para darle coherencia a lo que le había hecho aquella mujer en el pasillo?
— ¿Y la conocías? —Preguntó Renzo.
—No, para nada. Era una chica bonita, pero nunca la había visto en el edificio —Silvana respiró, esto la relajó un poco; aunque sospechaba que Dalina estaba mintiendo para protegerla—. Lo más loco de todo es que la rubia se agachó y ahí mismo, en el pasillo, como si fuera su casa, empezó a chupársela a la otra…
—Ah bue… qué locura —dijo Silvana, quien recobró más la compostura. Eso no era lo que había ocurrido cuando ella tuvo un incidente en el pasillo, lo que le llevó a sospechar que Dalina simplemente había visto una escena parecida que involucraba otras dos mujeres.
—Es una vergüenza que debamos tolerar cosas como ésta.
—Sí, por supuesto —aseguró Silvana—. Yo ya presenté una queja con el portero del edificio.
—Ah sí… espero que ese inútil haga algo —dijo Dalina—. Se ve que se toma muy en serio ciertas quejas…
—Ya te dije que con ese asunto tiene razón —dijo Silvio.
—¿Qué asunto? —Quiso saber Renzo.
Dalina se mostró ofuscada.
—Se quejó de la forma en que me visto, dice que es demasiado… reveladora.
—No fue tan así —dijo Silvio—. Osvaldo no se quejó de tu forma de vestir, solo te comunicó que otros inquilinos se quejaron de eso. —Silvana apretó los labios, ella también había recibido la misma clase de quejas y comenzó a preguntarse qué vecinos estarían protestando por eso con tanta insistencia—. Además ya sabés lo que opino, antes te vestías de forma más recatada. No sé por qué ahora andás con tanto escote… o con esos pantalones tan ajustados.
—Ah, yo sabía que estabas de mal humor por algo —dijo Dalina.
—Ya sabés lo que pienso —insistió Silvio. Silvana y Renzo guardaron silencio ante la situación incómoda—. Pero no quiero discutir por esto la primera vez que nuestros vecinos vienen a cenar con nosotros.
Dalina se puso de pie golpeando la mesa con sus palmas, para expresar su descontento.
—Está bien, ya entendí el mensaje —dijo, y se fue meneando sus caderas, Renzo acompañó todo el movimiento con la mirada hasta que recibió otro disimulado codazo por parte de su novia.
Silvana se apresuró a cambiar el tema y le preguntó a Silvio si hacía ejercicio y con qué frecuencia. Él le comentó que a veces iba al gimnasio. A Renzo le aburrió este tema, por eso unos segundos después dijo:
—Em… este… ¿puedo pasar al baño?
Silvio le señaló el camino. La velada ya estaba llegando a su fin porque la situación se había vuelto demasiado tensa para todos. No se quedaron mucho más.
—---------
Unos minutos más tarde, ya en su casa, acostados en la cama y en ropa interior, Silvana le preguntó a Renzo qué tal la había pasado.
—Estuvo bien, hasta que empezaron a discutir. Qué boludo ese Silvio. No sé por qué le molesta tanto que Dalina use escote.
—Ah, bien que te gustó el escote de Dalina.
—Ey, no dije eso.
—No mientas, Renzo. ¿Creés que no me di cuenta de cómo se te iban los ojos mirándole las tetas… y el culo.
—Emm… este… no, o sea… lo que pasa es que… yo intentaba no mirar, pero… era imposible no hacerlo.
Silvana supo que su novio tenía razón en eso. Hasta ella había mirado en varias ocasiones y temió por la vigilancia inquisitiva de Silvio. Por nada del mundo quería que él la sorprendiera mirándole fijamente el orto a su mujer.
Silvana se apiadó de Renzo, pensó que discutir por esto sería una estupidez, y al estar en la cama le vino a la mente el momento que pasó junto a Paulina. A pesar de que no conocía mucho a esa chica, vivieron juntas un momento sumamente erótico e intenso. Paulina incluso le confesó que había practicado fisting con su mejor amiga. Silvana nunca había tenido una conversación tan frontal con alguien sobre el sexo y se preguntó si algún día podría llegar a tener una relación tan abierta y tan directa con alguien… con su novio por ejemplo.
—Cuando fuiste al baño vi que volviste pálido, después volvió Dalina con ropa mucho más discreta. ¿Pasó algo?
—Ah… este… es que… sin querer vi a Dalina cambiándose; pero te juro que no fue mi culpa. No sabía cuál era la puerta del baño…
Si pretendía que Renzo hablara con total franqueza, no podía hacerle escenas de celos solo porque a él le pareció lindo el culo de otra mujer. “¿Qué problema hay si le gusta otro culo? Eso no significa que no me quiera… o que vaya a engañarme con otra”.
Haciendo un gran esfuerzo para que su instinto posesivo no se activara, le dijo a su novio:
—Tranquilo, Renzo. No me voy a enojar porque le hayas visto el culo a otra mujer… en especial si fue un accidente. Y contame… ¿qué viste? ¿qué tal está el culo de Dalina? —Lo dijo con una sonrisa amigable y curiosa.
Renzo se quedó mirándola boquiabierto, lo primero que pensó es que podría tratarse de una trampa.
—Casi no vi nada.
—No me mientas. Sé que viste algo… y sé que lo que viste te gustó. ¿Y sabés qué? No me molesta que te haya gustado. —Renzo la miró con incredulidad—. Lo digo en serio. Dalina es una mujer muy linda, hasta yo reconozco que tiene unas tetas buenísimas y un culo espectacular. Si me decís que lo que viste no te gustó, voy a pensar que sos gay… o que sos un mentiroso. Y sé muy bien que gay no sos. Entiendo perfectamente que te guste el culo de Dalina, y me lo podés contar sin miedo. ¿Viste lo mucho que se le asomaban las tetas por el escote? Yo llegué a verle un pezón, cuando se inclinó hacia adelante para llenar mi vaso con cerveza… y después te sirvió otro vaso a vos, así que debiste ver lo mismo que yo. Yo diría que los pezones de Dalina son muy… pellizcables.
Las pupilas de Renzo se dilataron. En secreto él fantaseó muchas veces con la idea de hablar con su novia sobre aquellas mujeres que le resultaban atractivas. Más de una vez pensó “¿Por qué las mujeres son tan inseguras cuando se habla bien de otra mujer?” “¿Por qué no le puedo contar a mi novia si otra mujer me pareció linda? Eso no significa que la vaya a engañar”. Esto parecía ser un sueño hecho realidad, un sueño demasiado bueno, por eso le generaba desconfianza.
—¿Me estás diciendo que te gustan las mujeres? —Preguntó Renzo, y se arrepintió de inmediato.
Temió por su vida, creyó que Silvana se ofendería tanto que él terminaría durmiendo en el sofá… pero no fue así. Su novia le mostró una sonrisa cómplice y dijo:
—No me gustan las mujeres… en ese sentido. Pero sí entiendo el impacto erótico que puede tener otra mujer, y eso me resulta admirable. Dalina es admirable. Y no me voy a enojar con vos si pensás lo mismo… ¿o acaso vos te vas a poner celoso de Dalina si yo te digo que sus tetas me parecen lindas?
—No, no… claro que no… pero es distinto, a vos no te gustan las mujeres. Y a mí sí.
—Lo sé. Y la clave está en la confianza, Renzo. Yo confío en vos, sé que sos un buen chico y que nunca me vas a engañar. Vos podés confiar en mí, yo nunca te engañaría. Sabiendo eso, podemos hablar de lo que sea —dijo esta frase con un tono muy sensual al mismo tiempo que introducía su mano dentro del bóxer de su novio. Le agarró la verga flácida, la sacó y empezó a masturbarlo lentamente.
—¿De lo que sea? —Preguntó, luego de tragar saliva. Pequeñas gotas de sudor rodaban por su frente.
—Sí, sos mi novio. Sos la persona en la que más confío en el mundo, y quiero creer que vos confías en mí. Así que… ¿con quién más podrías hablar con total sinceridad sobre lo que sea?
—Bueno, en eso tenés razón. Es solo que… si yo te cuento lo que pasó, puedo terminar diciendo algo que te va a molestar.
—¿Qué podría molestarme? —Silvana seguía con el proceso de masturbación y el pene de Renzo ya se había puesto bien duro.
—Mmm… por ejemplo si te digo que la vi en ropa interior… y que eso me gustó.
—Hey… no lo hiciste a propósito, así que tampoco es que la hayas espiado contra su voluntad. Se dio así la situación y bueno… aprovechaste para mirarle un poquito el culo. Me parece bien que lo hayas hecho. Yo hubiera reaccionado igual en tu lugar. —Silvana notó que su corazón se estaba acelerando de una forma muy similar a la noche que Paulina estuvo en su cama—. Mirá, para que entiendas que no me voy a enojar por nada de lo que digas, si me das buenos detalles, te chupo la pija. ¿Trato hecho?
—¿De verdad harías eso?
—Sí, pero solo si los detalles valen la pena… y si me parece que estás siendo sincero.
—Em… bueno, este… vi que estaba en tanga.
—¿De qué color?
—Blanca…
—¿Y era chiquita?
—Sí.
—Dale, Renzo, ponele ganas… yo no te voy a estar preguntando por cada mínimo detalle. Si querés que te la chupe, contame lo que viste.
—Está bien… está bien, no te enojes. Ehh… cuando yo abrí la puerta, creyendo que era el baño, me encontré con Dalina en la cama… estaba en cuatro.
—¿En cuatro? ¿Y qué hacía así?
—Creo que estaba buscando algo cerca del piso, del otro lado de la cama… fue una casualidad que yo la sorprendiera justo en ese momento… imaginate cómo me puse cuando encontré ese tremendo culazo en tanga.
—Uf… debió ser algo digno de ver. Qué envidia, yo me lo perdí.
Renzo sonrió y se mostró más aliviado.
—Para colmo la tanga era tan chiquita que se le estaba metiendo entre los labios de la concha.
—A la mierda… ¿así que le viste toda la argolla también?
—No toda, porque la parte del medio estaba tapada por la tela, pero casi toda…
—¿Y qué tal la tiene?
—Muy linda… es… gordita, aunque no tanto como la tuya.
—Hey… ¿Estás diciendo que soy una conchuda?
—Em… este…
—Ay, Renzo, no te pongas así, lo dije en broma. Sé que la tengo… gordita, como decís vos. Es algo que siempre me atormentó un poco, porque cuando uso pantalones muy ajustados, se me marca mucho.
—Qué raro, no me acuerdo haber visto eso, y eso que te vi con pantalones ajustados.
—No, no… me refiero… ajustados en serio. MUY ajustados.
—¿ Tenés pantalones así? —Preguntó sorprendido.
—Algunos… aunque no los uso.
—¿ Por qué no?
—Porque creí que a vos te podría molestar… pero como dijste que te parece una tontería que Silvio le prohíba a Dalina usarlos, entonces… quizás empiece a usarlos… ¿o te molestaría?
—No, claro que no. Ni un poquito… en especial sabiendo que te van a quedar super bien. Vos tenés mejor culo que Dalina.
—No hace falta que me mientas así, si el culo de Dalina te parece más lindo, entonces decilo y ya. No me ofendo.
—Ok, sí… el culo de Dalina me gusta mucho… pero el tuyo me gusta más. Ella es muy culona, lo tiene re grande. El tuyo es un poco más chico… y está mejor formado. Es… más firme.
—Será porque hago ejercicio casi todos los días.
—Sí, debe ser por eso. Así que… si empezás a usar esos pantalones MUY ajustados, te van a quedar de maravilla —la verga de Renzo estaba palpitando de la emoción.
—Mirá que te tomo la palabra. Si uso uno de esos pantalones, después no quiero reclamos.
—Te prometo que no te voy a hacer ningún reclamo.
—Está bien… ya veremos —a Silvana le pareció divertida la idea de comprobar cuáles eran los límites de tolerancia de Renzo y si realmente no se pondría celoso al saber que otras personas le mirarían el culo en la calle—. ¿Y Dalina se dio cuenta de que vos estabas en la pieza con ella?
—Sí, casi al instante… se dio vuelta y… le vi las tetas. No tenía nada puesto arriba.
—Uy, pobrecita, se habrá sentido re expuesta.
—Em… no me pareció que le haya molestado mucho. Se dio vuelta y me dijo “Ah, hola Renzo ¿te puedo ayudar en algo?” Y se quedó parada delante mío sin siquiera taparse las tetas… ni nada.
—Ah, mirá vos… qué raro. Muy maduro de su parte. ¿Y qué tal las tetas?
—Uf… buenísimas. Ahí sí… y perdoname que te lo diga, ella tiene unas de las mejores tetas que vi en mi vida.
—No me molesta, sé que tiene lindas tetas. Me hubiera gustado ver más que solo un pezón. ¿Por qué te gustaron tanto?
—Porque son grandotas y bien redondas… bien firmes… ¿se le habrán puesto así por el embarazo?
—No lo creo. Es demasiado pronto. Deben ser así naturalmente.
—Uf… no me quiero imaginar lo que van a ser cuando esté embarazada. Van a ser unas tetazas espectaculares.
—¡Ey! —Renzo se puso tenso—. Tenés razón, no lo había pensado. Dios… qué buenas van a estar esas tetas cuando se hinchen. Qué envidia, vos le viste todo… yo no vi nada.
—Si no te gustan las mujeres ¿por qué tenés tantas ganas de verla desnuda?
—Ya te dije, Dalina es re linda. Entiendo el impacto erótico que puede tener… y me gustaría verlo, por curiosidad… y para que podamos chusmear sobre eso.
El corazón de Renzo dio un vuelco.
—¿Eso quiere decir que si yo veo una chica que me parece linda, te lo puedo decir?
—Sí, claro —Silvana también se emocionó con la propuesta—. Decimelo sin miedo, y podemos debatir sobre eso. No para saber si te parece más linda que yo o no, porque yo soy tu novia y punto. Sino… para que seamos sinceros el uno con el otro y aprendamos a respetar nuestros gustos. —Silvana nunca fue una novia de mente especialmente abierta, pero todo este asunto de ser tan sincera con otra persona le estaba agradando demasiado, lo que la llevó a dar un salto de fe—. ¿Sabés qué? Me parece una tontería enojarse porque a tu pareja le resulta atractiva otra persona. A ver… que seguimos siendo seres humanos, obvio que si vemos a alguien que nos gusta nos podemos calentar. Eso no significa que vayamos a ponernos los cuernos solo porque nos calienta otra persona. Lo importante es que sepamos respetar la fidelidad que nos tenemos. Y hablar en pareja de que otra persona nos resulta atractiva, sin miedos ni prejuicios, es lo que yo llamo “confianza plena”.
—Me gusta esa forma de pensar. Te prometo que si veo algo como lo que pasó en la casa de Dalina, te lo cuento.
—Muy bien, eso me gusta. Y yo… em… tengo trabajo que hacer. Usted se ganó un buen pete.
Silvana bajó la cabeza y empezó a chupar. Una vocecita interna le dijo: “Vos no le prometiste lo mismo”. Y se sintió mal por eso, sin embargo no quería contarle lo que había ocurrido con Paulina, era una situación… demasiado particular, difícil de explicar. Lo podía dejar pasar, al fin y al cabo no creía que algo así pudiera ocurrirle otra vez.
Esa noche tuvieron buen sexo, el mejor en meses. Además Malik pareció tomarse la noche para descansar, así que no tuvieron interrupciones y Silvana pudo dormir plácidamente.
—--------
El día no arrancó de la mejor manera para Silvana. Casi se queda dormida, tuvo que salir rápido de la cama y cambiarse. Dejó a Renzo durmiendo, se lo veía tan tranquilo que no quería molestarlo.
Se acordó de la conversación de la noche anterior y decidió que era un buen momento para sacar uno de sus pantalones ajustados. Optó por uno de jean, común y corriente, pero que se ceñía muy bien a sus nalgas. Se puso zapatos con un poquito de plataforma, para estilizar la figura, y una camisa blanca que caía delicadamente sobre sus senos.
Al bajar por el ascensor se encontró, como siempre, con el portero. El tipo estaba parado estratégicamente en el camino entre la puerta del ascensor y la salida, así pudo fijarse muy bien en Silvana cuando ella pasó a su lado. Sabía que él le estaba mirando el culo, e irritada dijo:
—¿No le quiere sacar una foto? Digo… le dura más.
—Le sacaría la foto con mucho gusto —Silvana se puso tensa, no esperaba esa respuesta—, para mostrársela a las personas que emitieron una queja por su forma de vestir. Así me creen que el problema no es que yo no se lo haya comunicado, sino que ustedes no hace caso.
—Mire Osvaldo, no estamos en mil novecientos veinte. Me parece absolutamente ridículo que en pleno siglo veintiuno una mujer deba aguantar quejas de sus vecinos por usar un pantalón ajustado.
—Es que… no se trata solo de “un pantalón ajustado” —Osvaldo se le acercó y, sin pedir permiso, pasó la mano por una de las nalgas de Silvana, como si la estuviera acariciando. Ella estuvo a punto de explotar de ira ante este atrevimiento, cuando el tipo dijo—. El problema es cómo se le marca todo, dejando poco a la imaginación.
—¿A qué se refiere? —Preguntó asustada.
—Precisamente a esta zona de acá —el muy hijo de puta pasó rápidamente sus dedos por encima de la vulva de Silvana—. Se marcá todo, casi como si tuviera el pantalón pintado sobre la piel.
Silvana no creyó que se le marcara tanto. Al menos esa no era la idea, no pretendía salir a la calle con un pantalón que le marcara toda la concha.
—Ah… es que… es un pantalón medio viejo… puede que ya me quede algo chico, hace mucho que no lo uso. Además… —quiso volver a reivindicar su orgullo—. Es mi cuerpo, si yo quiero usar este pantalón, o cualquier otro de los que tengo, nadie me lo puede impedir. Mucho menos usted. Ahora, con su permiso, me retiro. Estoy llegando tarde al trabajo.
Salió del edificio dando pasos firmes y decididos, con la frente en alto y el culo en pompa.
Luego del incómodo episodio con Osvaldo (el cual prefería borrar de su mente para siempre), su humor mejoró mucho. No llegó tan tarde al trabajo como había previsto y se sintió realmente cómoda con su pantalón súper ajustado. Sí, hubo miradas de sus compañeros, incluso de su jefe; pero no le importó. Si a Renzo no le molestaban, entonces a ella tampoco.
Al regresar a casa, Silvana prefirió no salir a correr. Se mantenía en buena forma y de vez en cuando podía darse el privilegio de suspender las actividades físicas… y saturarse con dulces y postres. No era algo que hiciera con mucha frecuencia, por eso solía disfrutar mucho de estos pequeños deslices azucarados.
Supuso que era un buen momento para hacer las paces con su nuevo vecino. Se paró frente a la puerta de Malik cargando una torta de chocolate cubierta de crema y frutillas y tocó el timbre. Fue atendida casi al instante y en cuanto la puerta se abrió se mandó para adelante.
—Permiso, necesito apoyar esto en alguna parte antes de que se me caiga —avanzó hasta una mesa pequeña que parecía ser el sitio perfecto para que un hombre soltero pudiera comer frente a un gran televisor, dejó la torta allí con sumo cuidado—. Aclaro que no la preparé yo, no se me da muy bien esto de la reposte… Ay!! Por dios, Malik!!
Silvana apartó la mirada tanto como pudo y puso sus manos frente a ella, como si con eso pudiera cubrir la evidente desnudez del senegalés.
—Quise avisarte que aún no me había vestido, pero no me diste tiempo —dijo Malik con total tranquilidad—. Pero no te preocupes, a mí no me molesta que la gente me vea desnudo. De hecho… ni siquiera me gusta usar ropa —mostró una gran sonrisa—. Prefiero andar así todo el día.
Silvana evaluó la situación un momento, el tipo ni siquiera le pedía disculpas por aparecer completamente desnudo, sino que además él era quien la disculpaba a ella. ¿Acaso se volvió loco?
Sin embargo, Silvana comprendió que el punto de vista de Malik no estaba tan errado. Al fin y al cabo ella lo puso en vergüenza entrando a su casa sin siquiera pedir permiso, ella expuso su desnudez. El tipo simplemente estaba tranquilo en su casa y ella era la invasora.
—Eh… sí… disculpame —dijo Silvana, intentando no mirar lo evidente… aunque era difícil esquivar algo tan grande. “Madre mía, si es que hasta parece un antebrazo”—. Solo quería… hacer las paces…
—¿Las paces? ¿Por qué? ¿Acaso estábamos en guerra?
—Eh… no, claro que no… es que…
“¿Cómo carajo hizo Paulina para meterse todo eso por la concha?”
—...es solo una forma de decir. Te quería regalar una torta para que tengamos una buena relación de vecinos, nada más. No pienses que vine ah…
—Muchas gracias, muy amable de tu parte.
—No, de nada…
“Parece la trompa de un elefante… hasta se menea cuando él camina”.
—...espero que te guste. Si es así, podés comprar una igual en la panadería nueva que abrieron acá a la vuelta. La atienden dos chicas amorosas, me las recomendó Sonia, la vecina que vive frente a mi departamento. Ya probé el cheesecake que hacen, es riquísimo, pero… el cheesecake es siempre un riesgo, no le gusta a todo el mundo; por eso preferí ir a la vieja y confiable torta de chocolate…
Silvana se volvió verborrágica de golpe. Habló rápido, casi sin respirar, porque sintió que debía explicar lo antes posible por qué estaba ahí. No quería que Malik pensara que había ido con algún tipo de intención sexual.
—Me gusta el chocolate, fue una buena elección. ¿Y qué tal las chicas de la panadería? —Volvió a sonreír—. Paulina me dijo que son muy bonitas.
—Ah, sí… sí que lo son… —Silvana le devolvió la sonrisa—, pero no te hagas ilusiones, porque… bueno, se podría decir que no solo hacen buenas tortas, sino que también lo son. —Malik la miró sin comprender. Ella cayó en la cuenta de que quizás él no estaba acostumbrado a los modismos argentinos—. Me refiero a que son lesbianas. Son pareja.
—Ah… ok… ¿querés una porción?
—No, gracias… ya comí demasiado, además… a mí no me gusta tanto el chocolate —los ojos de Silvana se quedaron fijos en el miembro flácido pero imponente de Malik—. Y decime… em… ¿tenés algún plan para hoy?
—¿Por qué preguntás? —Malik ya estaba saboreando la crema de la torta usando directamente sus dedos.
—Ay… no pienses nada raro. Solo pregunto para saber si esta noche voy a poder dormir tranquila.
—Mmm… bueno, Paulina me dijo que tiene pensado visitarme esta noche.
—Ah… ya veo. ¿Y si le pedís que venga un poco antes?
—¿Por qué? ¿Qué diferencia hay?
—Y… si empiezan antes, van a terminar antes. Así al menos voy poder dormir durante la noche.
—Ah… sí, podría funcionar. Muy bien, después le escribo para que venga más temprano. Muchas gracias por la torta.
Silvana dio media vuelta, encarando hacia la puerta, dándole la espalda a Malik. Luego giró rápidamente la cabeza, pensando que lo sorprendería mirándole el culo, pero no fue así, él estaba muy concentrado en la crema de la torta.
—Por cierto, Malik… te sugiero que tengas cuidado con eso de andar desnudo. En este edificio parece haber una “policía de la descencia” o algo así. Yo recibí quejas por usar este pantalón. Me dijeron que es indecente.
—¿De verdad? —Esta vez Malik sí la miró, analizando detenidamente todo su cuerpo—. Me parece ridículo que te hagan esa clase de reclamos. Es tu cuerpo, vos te vestís como querés.
—Es exactamente lo que dije yo.
—Además… sería una pena que dejaras de usar ese pantalón, con lo bien que te queda.
Este comentario logró robarle una sonrisa a Silvana.
—Muchas gracias… y no te preocupes, no voy a dejar de usar estos pantalones solo porque algunos retrógrados me lo exijan.
—Me parece muy bien… y gracias por la torta.
—De nada, espero que la disfrutes.
Silvana se retiró a su casa, pocos minutos más tarde empezaron los característicos ruidos sexuales y supo que Paulina había aceptado la invitación de Malik. Creyó que podría dormir en paz, pero cuando se acostó, alrededor de las once de la noche, los sonidos volvieron a comenzar. Supuso que Paulina estaba deseosa de un segundo round… o quizás ya iban por el tercero. No lo sabía. A pesar del incómodo golpeteo, esta vez Silvana no fue a protestar. Estaba de buen humor y no tenía ganas de discutir con nadie. Prefirió emplear la táctica de hacerse una buena paja, que la dejara agotada. También se dio cuenta que masturbarse con ruidos sexuales de fondo (en especial los potentes gemidos de Paulina), le ayudaba a alcanzar el clímax con más intensidad.
La paja fue todo un éxito y pocos minutos más tarde se quedó profundamente dormida.
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