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Capítulo 02.
La Otra Amante.
Durmió mal. Podría haberse quedado unos minutos más en la cama, pero ya no tenía sentido. Sacó las sábanas y las metió en el lavarropas, al regresar pondría un juego limpio.
Inició su rutina con un baño, como todos los días. Restregó su cuerpo con la esponja para quitar toda la suciedad, se sentía pegajosa. Odiaba tener que dormir cubierta de sudor… y de sus propios flujos vaginales.
Al salir de la ducha, usó un secador de pelo. Su cabello largo ondulado siempre le gustó, en especial porque bajo una buena fuente de luz algunos de sus mechones parecen más claros, algo que le da volúmen a su melena. Sin embargo, esa mañana no podía darle forma. Tomó un cepillo y se peinó con rabia. Quedó hecha un desastre. Optó por hacerse un sencillo rodete en la nuca y usó un palito con una mariposa en la punta. Eso al menos le daría un toque elegante.
Luego de lavarse los dientes contempló su cara frente al espejo y no quedó convencida. Tenía grandes ojeras, producto de una mala noche. Decidió ponerse algo de sombra y un poco de rímel. Quedó satisfecha con el resultado. El negro del maquillaje la ayudaba a realzar sus ojos grises. Le daba cierto aspecto felino que le gustaba mucho. Para los labios usó una pintura transparente que solo le aportaba un sutil brillo. Ya más tranquila con su apariencia, se vistió.
Camisa blanca y pollera negra hasta las rodillas, como siempre. Agregó a su atuendo unos anteojos de montura rectangular, a veces los usa para descansar la vista… y hoy sí que sus ojos necesitarían un descanso, los párpados le pesaban y aún no había comenzado el día. Se puso los tacos y salió.
Aún era temprano, pero tenía la esperanza de poder evitar a Osvaldo (algo muy difícil de hacer) y de pasar por alguna cafetería cercana en la que podría destinar treinta minutos a un buen desayuno. Lo necesitaba más que nunca. Estaba famélica y su cuerpo no arrancaría hasta recibir una buena dosis de carbohidratos y cafeína.
Abrió la puerta al mismo momento que su vecina de enfrente hacía lo mismo.
—Hola Sonia —saludó con una sonrisa automática—. ¿Qué tal? Buen día.
Sonia era una mujer soltera de unos cincuenta y cinco años que se mostró afable con Silvana desde el día en que comenzaron a ser vecinas.
—Ay, hola Silvana. Buen día. Me agarraste justo que estoy yendo a la panadería.
—Ok, entonces bajamos juntas.
Las dos entraron al ascensor, que por fortuna tardó pocos segundos en llegar hasta ella. Silvana presionó el botón “Planta Baja” y cuando comenzaron a descender, le preguntó a su vecina:
—¿Vas a la panadería?
—Exacto —respondió Sonia, con una sonrisa—. Estoy antojada de unos cañoncitos con dulce de leche.
—Si querés te llevo en el auto.
—No es necesario. Voy a una nueva panadería que está acá a una cuadra, la abrieron hace poco unas chicas que son muy amorosas. Hacen unas tortas riquísimas, deberías probar el cheesecake. Delicioso.
—Ah, mirá… ya era hora de que tengamos una panadería más cerca. La otra queda como a siete cuadras. Voy a ir cuando pueda.
—No te vas a arrepentir. Em… por cierto, Silvana. ¿Sabés algo de la discusión de anoche?
—¿Qué discusión?
—Como a las tres y pico de la madrugada me desperté porque escuché que alguien discutía en el pasillo, me pareció escuchar tu voz.
—Ay, sí, era yo. Te pido mil disculpas —Silvana se puso roja. Suplicó que su vecina no hubiera visto la escena. ¿Cómo le explicaría que una mujer desnuda la estuvo tocando de forma indiscreta?
—No pasa nada. Solo quiero saber si está todo bien. ¿Con quién discutías?
—Con el nuevo vecino y su… pareja.
—¿Malik?
— ¿Ya tuviste el gusto de conocerlo?
—Sí, es un amor —aseguró Sonia—. Un tipo sumamente educado… muy cordial.
—Mmm, yo no tengo la misma impresión sobre él. Fui a quejarme por el ruido.
—¿Puso música fuerte? Porque me preguntó si me molestaba la música y le dije que siempre y cuando la escuchara a horarios normales, no me molestaría.
—Em… no, no fue por la música. Es que… estaba haciendo mucho ruido.
—¿Qué tipo de ruido? No me vas a decir que se peleó con Gladis…
—¿Conociste a Gladis también? —Silvana pareció sorprendida.
—Sí, sí… la saludé cuando entró al depto de Malik. Se me hizo un poco raro que un chico tan joven y apuesto salga con una mujer de esa edad. O sea, Gladis es preciosa, pero… aún así. No entiendo qué le verá un joven a una mujer madura. ¿Será que Gladis tiene mucho dinero? Eso explicaría muchas cosas.
—Puede ser, sí —conocía a Sonia, una vez que esa mujer entraba en el chisme, era casi imposible sacarla de ahí—. Pero no te preocupes, no se trató de ninguna pelea. Más bien diría que fue todo lo contrario.
Sonia se sobresaltó, sonrió y cubrió su boca con una mano.
—¿Acaso estaban…?
—Sí… y de forma muy enérgica. Demasiado. Perdón por despertarte, Sonia. Pero no podía dormir con tanto ruido, la pieza de Malik está justo al lado de la mía.
—Sí, sí… claro. Lo entiendo perfectamente.
—Solo te pido que seas discreta con este tema y que no lo comentes con nadie.
—No, claro… por supuesto.
No confió en su palabra. Sonia parecía ser la clase de persona que sale corriendo a contarle los chismes a sus amigas.
—----------
El resto del día transcurrió con su habitual rutina. Regresó del trabajo, se dio una ducha, salió a correr, soportó las miradas indiscretas de Osvaldo y volvió a ducharse. Alguna vez su novio le había preguntado por qué se bañaba tres o cuatro veces al día. A lo que Silvana respondió: ¿y cuántas veces al día se supone que debería bañarme? Renzo prefirió no insistir con el tema.
Esa noche cenó sola. Todavía estaba enojada con su novio por haberse quedado jugando con la compu en lugar de disfrutar la cena casera que ella había preparado con tanto esmero.
Después la religiosa y obligada cuarta ducha del día, se acostó vistiendo solamente un viejo top deportivo color gris y una pequeña bombacha blanca de algodón.
Era más tarde de lo acostumbrado, porque tuvo que pasar un par de horas respondiendo unos email que le habían quedado pendientes del trabajo. Si hacía eso, al otro día tendría una jornada mucho más amena, y también ahorraría tiempo a las personas que esperaban una respuesta.
Durante el día estuvo pensando en una práctica que solía utilizar unos años atrás para relajarse antes de dormir: leer un poco. Aunque sea unos minutos. La lectura ayuda a centrarse en un tema distinto a las preocupaciones que vienen a molestar cuando se intenta dormir. Por eso al salir de su trabajo pasó por una librería cercana, le llamó la atención un libro titulado The Flight Attendant, escrito por Chris Bohjalian. Al parecer esta novela había sido adaptada en una serie por HBO, con Kaley Cuoco como protagonista. La premisa le llamó la atención: una auxiliar de vuelo se despierta en un hotel junto a un desconocido… que está muerto.
“Quizás debería leerlo para saber qué hacer si un día me despierto y el pelotudo de mi novio se olvidó de respirar”, pensó.
La historia la atrapó desde la primera página. Estaba recordando por qué disfrutaba tanto de la lectura y se preguntó por qué la había dejado de lado si siempre fue una buena compañía.
No había llegado ni a la página treinta cuando de pronto…
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
—¡No, otra vez no! —dijo en voz alta, mientras bajaba el libro.
Al rítmico golpeteo lo acompañaron gemidos femeninos.
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
Miró su celular. No lo podía creer, ya era la una de la madrugada. Tenía que dormirse ya, de lo contrario le costaría mucho levantarse al día siguiente. Silvana salió disparada de la cama, dispuesta a poner fin al incesante ruido.
Como siempre, el pasillo desierto. Al parecer ella es la única que escucha los ruidos provenientes de departamento de Malik… o la única con coraje suficiente como para hacerle frente.
Tocó el timbre una, dos, tres veces… antes del cuarto timbrazo, Malik abrió. Esta vez solo asomó el torso por un lado del marco.
—Ah, hola Silvana. Buenas noches. ¿Qué se te ofrece?
Ese sujeto se comporta de una forma tan amable que Silvana simplemente no es capaz de gritarle o hablarle en tono agresivo.
—Disculpá, Malik… me imagino que estarás pasándola muy bien; pero… no te olvides que la pared de tu pieza y de la mía son la misma…
—Uy, perdón. Es que a veces me dejo llevar y…
— ¿Quién es? —Preguntó una voz femenina desde adentro.
—Hola, Gladis. Soy yo, Silvana.
—¿Quién es Gladis?
La puerta se abrió más y apareció una mujer completamente desnuda, pero definitivamente no era Gladis. Esta parecía más joven, quizás de unos treinta años, tenía el cabello negro y lacio hasta los hombros. En lo que sí se parecían era en contextura física, las dos portaban una buena delantera, cintura estrecha y anchas caderas. Además de que llevaban el pubis completamente depilado. A Silvana le resultaba incómodo ver mujeres desnudas, pero sin pelitos ahí abajo le resultaba aún peor. Ella lo lleva así, con vellos prolijamente recortados. Al menos los pelitos hubieran ayudado a disimular un poco, sin embargo podía ver perfectamente la división de los labios vaginales. Otra detalle que le llamó la atención es que la mujer tenía puesto un choker negro, muy sencillo, pero que destacaba mucho en un cuerpo completamente desnudo.
—Perdón, te confundí con alguien más.
—¿Ah sí? Ahora estoy intrigada —a la mujer parecía no molestarle en absoluto que Silvana la viera desnuda—. ¿Quién es esa tal Gladis? ¿Malik, a vos te suena ese nombre?
—Este…
—Ay, perdón, Malik. No quería meterte en un problema —se disculpó Silvana.
—¿Y esta chica también es amiga tuya? —Preguntó la morocha.
—Es mi vecina.
—Y ya veo que es una vecina de mucha confianza, para venir a tocar el timbre a la una de la mañana en ropa interior.
Silvana se sintió una estúpida. Salió tan rápido y tan enojada de su casa que olvidó ponerse un pantalón.
—Emm… no quiero causar problemas. Mejor me voy.
—No, chiquita, vos no te vas a ninguna parte. Antes me gustaría aclarar algunas cosas con vos. Adelante…
La morocha se hizo a un lado y le indicó que se sentara en un gran sofá en forma de L. Silvana solo quería volver a su depto, para intentar dormir; pero sentía que había puesto a Malik en un aprieto, por abrir la bocota antes de tiempo, y no quería que esto terminara peor para su vecino.
Silvana entró y se sentó en el brazo más corto de la L. Malik prefirió el brazo más largo y usó un gran almohadón para cubrir su desnudez. Lo hizo tan rápido que Silvana no alcanzó a ver más que un fugaz meneo.
La mujer desnuda se sentó a su lado y sonrió.
—Antes que nada, me presento. Mi nombre es Vanina. Encantada de concerte, Silvana.
—Igualmente —respondió ella, muy tensa—. Yo solo venía a pedirles que bajen el volúmen…
—¿Segura? Porque yo tengo otra teoría.
—¿Y cuál sería?
—Creo que vos sos muy amiga de Malik y viniste a divertirte un rato con él… y con esa tal Gladis.
—No, nada que ver. Yo tengo novio…
—¿Y eso qué tiene que ver? No sería el primer caso de infidelidad del mundo.
—No soy esa clase de mujeres. Yo… em… solo cometí un error.
—Tranquila, Silvana. No intento causarte ningún problema —Vanina mostró una amistosa sonrisa—. A mí no me molesta en absoluto que Malik se haya acostado con esa tal Gladis, con vos o con quien sea. Sé muy bien que soy una más de sus amantes.
Silvana miró a Malik, él se limitó a sonreír con simpatía e inocencia, como si dijera: “Yo no tengo nada que ver con este asunto”.
—Entonces… em… si no te molesta ¿puedo retirarme?
—No hace falta que salgas corriendo, linda —Viviana volvió a sonreír—. Si viniste a pasarla bien, podemos hacerlo juntas. Hay mucho Malik para compartir, si es que entendés a lo que me refiero… —le guiñó un ojo.
—Em.. este… yo…
—No seas tan tímida, chiquita. Hace dos minutos a mí me estaban dando tremenda cogida. No te das una idea de lo bien que la estaba pasando… hasta que vos tocaste el timbre. Vení… ¿podés ver lo mojada que estoy?
No tuvo tiempo para reaccionar, Viviana le sujetó la mano izquierda y la guió hasta su entrepierna. Silvana se quedó pasmada. Sus dedos estaban haciendo contacto directo con el sexo de otra mujer… y sí… sí que podía sentir la humedad de esa concha.
—Y algo me dice que vos también estás mojadita —le dijo Viviana, mirándola a los ojos. Silvana sintió cómo los dedos de esta mujer se metían dentro de su bombacha blanca, acariciaban su vello púbico y luego llegaban hasta el clítoris. No lo podía creer. Ella que nunca participó en ningún acto sexual lésbico recibió toqueteos de otras mujeres en el transcurso de dos días. La diferencia entre Gladis y esta mujer era que Vanina no actuaba de forma tan agresiva, sus dedos le estaban dando suaves caricias en el clítoris. Suaves y muy precisas, tanto que la hicieron vibrar desde la punta de los pies hasta los pezones, los cuales se le pusieron duros al instante.
—No te confundas Vani…
No alcanzó a completar la frase. Vanina estrelló sus labios contra los suyos. Silvana abrió la boca de pura sorpresa y esto le sirvió a la amante de Malik para mater la lengua. En ese mismo instante pudo sentir como dos dedos se colaban dentro de su concha, y sin saber por qué, su mano acarició el sexo húmedo sexo de Vanina. Fue instintivo. Visceral. Nació desde un área de su cerebro en la que ella ya no tenía control. Esta caricia involuntaria envalentonó a Vanina, quien dejó caer parte de su cuerpo sobre el de Silvana. Los pechos de ambas mujeres quedaron aplastados entre ellas.
Silvana solo quería explicarle que ella no había ido con la intención de “pasarla bien”. Solo pretendía que bajaran un poco el volúmen para que ella pudiera seguir durmiendo. No pudo decir nada de esto porque su cuerpo cayó hacia atrás, quedando acostada en el sofá, con todo el cuerpo de Vanina sobre ella.
—No seas tímida, mamita, meteme los dedos…
Esta situación que se estaba saliendo de control le trajo recuerdos de una muy similar que vivió cuando tenía unos diecinueve años y aún frecuentaba discotecas. Si alguien le pregunta a Silvana si alguna vez tuvo un acto sexual lésbico, ella jurará que no. Jamás. Ni una sola vez. Sin embargo… aquella noche…
Había bebido más de la cuenta, y todo por culpa de una chica muy simpática que conoció en la misma discoteca. Ni siquiera podía recordar su nombre. Comenzaba con S. ¿Susana? ¿Samantha? ¿Selene? ¿Sabrina? No importa. Lo que nunca olvidaría era ese cabello rojo intenso y esos ojos verdes de gata. La colorada acaparaba las miradas de todos los presentes, pero por algún motivo parecía más interesada en Silvana. Podría haberle explicado a esta preciosa muchacha que a ella no le interesaban las mujeres, pero estaba algo entonada por el alcohol y quería sacarse de encima a un par de idiotas que no dejaban de hacerle insinuaciones. Le pareció divertido seguirle el juego a la pelirroja.
Pero el alcohol le jugó en contra. Antes de que se diera cuenta ya estaba en un rincón oscuro y poco transitado de la discoteca comiéndole la boca a esa hermosa mujer que… por dios, tenía un gran talento para besar. “Ojalá los hombres besaran así de bien”, había pensado Silvana en ese momento. Y no fueron solo besos. La colorada de ojos de gata metió su mano dentro del pantalón de Silvana… o al menos lo intentó. Era un jean muy ajustado. Cuando Silvana notó la lucha de la pelirroja se hartó del maldito pantalón y ella misma lo desprendió. Si alguien le preguntara por qué lo hizo, no sabría qué responder. De hecho, suele evitar recordar este momento, porque tuvo muchas actitudes que no puede explicar. Prefiere decir: “Era muy joven, estaba cachonda y muy borracha. Fin del asunto”. Pero en algún rincón oscuro de su mente sabe que fue ella la que le permitió a la colorada meterle mano. Ya con el pantalón desabrochado fue muy fácil para ella. Sus dedos acariciaron el clítoris tan solo unos segundos y luego se fueron directo hacia adentro. A veces, al masturbarse, Silvana aún puede recordar exactamente lo que sintió cuando esos dedos la profanaron. Cómo su cuerpo ardió por un deseo prohibido.
Disfrutó de los besos y los toqueteos con la mente totalmente en blanco, se dejó llevar por la situación como un náufrago que se deja llevar por la corriente.
“Meteme los dedos”, le había susurrado esa gata pelirroja al oído.
Y ahora estaba con otra desconocida en una situación que no podía controlar y la petición era la misma: una mujer hermosa que le pedía… se suplicaba, que la ultrajara. Que explorara su sexo por dentro. Y al igual que con la colorada, Silvana obedeció.
Dos de sus dedos se metieron dentro de la concha de Vanina. Un escalofrío le cruzó el cuerpo cuando la escuchó gemir. Sabía que ella había provocado esa expresión de placer. Vanina estaba muy dilatada y mojada, Silvana pudo mover los dedos con total libertad. Su concha también estaba siendo explorada; pero ella la tenía más apretada.
—Despacito que soy estrecha —dijo en un susurro.
Y de inmediato pensó: “Pero Silvana, ¿por qué carajo le estás dando a esta mina instrucciones para tocarte? ¿Qué carajo te pasa?”. Lo peor de todo era que esta vez no podía culpar al alcohol. No había bebido ni una sola gota.
—Uy, se ve que ya estás aflojando… ¿querés que lo llame a Malik?
—¡No! —Silvana se puso de pie de un salto, apartando a Vanina—. No te confundas conmigo, flaca. Yo no soy lesbiana ni vine acá a “pasarla bien”. Solo quiero que dejen de hacer ruido, nada más. Quiero dormir en paz. ¿Es mucho pedir?
—Te pido mil disculpas —dijo Malik, bajando la cabeza.
Silvana salió del departamento hecha una furia.
Pero lo que más rabia le dio fue tener que acostarse con la concha tan mojada. A pesar de que ahora no tenía una sinfonía sexual ocurriendo en la habitación de al lado, Silvana tuvo que masturbarse. Lo hizo con más furia de lo habitual, como si quisiera deshacerse de esa incómoda excitación que le había producido esa mujer.
—Otra puta asquerosa —dijo mientras se metía los dedos a toda velocidad.
—---------
Silvana había llegado de correr y se estaba dando su religiosa ducha. Había acordado con Renzo que cenarían en algún restaurante para limar las asperezas de la relación.
Mientras el agua recorría su cuerpo desnudo Silvana se debatía si permitiría o no que Renzo tuviera sexo con ella. “Tendrá que ganárselo”, pensó. Todavía no se había disculpado por su inmaduro comportamiento de la última vez.
El timbre sonó una vez, luego dos… y tres veces. Silvana puso los ojos en blanco. Renzo tenía la maldita costumbre de olvidar traer la llave del departamento, para que ella no tuviera que abrirle. Cerró la ducha, se cubrió con una toalla, cruzó todo el comedor y el living y abrió.
—¿Acaso no te dije que pongas la llave en el mismo llavero que usás siem…?
No alcanzó a completar la oración. El hombre que estaba frente a ella no era Renzo. De hecho, no podía ser más diferente.
—Hola, Silvana. Perdón por venir sin avisar, es que aún no tengo tu número de teléfono.
—Ah… hola, Malik. ¿En qué puedo ayudarte? —Aún se sentía avergonzada por lo que había ocurrido el día anterior con Vanina.
—¿Puedo pasar un minuto? Me gustaría charlar con vos, para hacer las paces… pero si querés, puedo venir en otro momento.
Silvana pensó que lo mejor sería pedirle que volviera unos minutos más tarde, cuando ella ya estuviera vestida. Sin embargo la invadió un sentimiento desafiante. Malik siempre la atendía desnudo, cubriéndose con una toalla o un almohadón, y no parecía avergonzarse en absoluto. ¿Por qué ella debería sentirse avergonzada de su propio cuerpo? Además… se le ocurrió que al estar prácticamente desnuda pondría incómodo a Malik y eso le daría ventaja en la conversación. Aún tenía unos cuantos reclamos que hacerle sobre el ruido y sobre el comportamiento de sus “amiguitas”.
—Está bien, pasá —dijo Silvana, haciéndose a un lado.
—Tenés un departamento muy bonito —dijo Malik, con amabilidad.
—Muchas gracias, procuro tener todo siempre ordenado.
Silvana estaba orgullosa de su juego de living. Era sencillo y de color blanco, con una mesa ratona de vidrio en el centro. Le señaló un sillón a Malik y ella tomó asiento justo frente a él, cuidándose de mantener siempre las piernas bien juntas.
—Siento que arrancamos con el pie izquierdo. Me gustaría que hagamos de cuenta que recién nos conocemos.
—¿Por qué? ¿Qué intenciones tenés? —No quería repetirle a ese hombre que ella ya tenía novio y que no estaba buscando ningún tipo de aventura.
—Solamente una: la de ser un buen vecino.
—¿Solo vecino? —Preguntó ella con frialdad.
—Y quizás, con el tiempo, podamos ser buenos amigos.
—Si con “ser amigos” te referís a lo que hacés con tus… amiguitas, entonces desde ya te digo que estás muy equivocado conmigo.
—La que se equivoca sos vos —Silvana no esperaba esa respuesta. Se quedó en silencio y alerta—. A esas mujeres ni siquiera puedo considerarlas amigas. A Gladis la vi solo una vez y a Vanina, a pesar de que la conozco desde hace tiempo, solo la llamo cuando… em… ya sabés. Eso no es amistad, Silvana. Es solo sexo. Pero tampoco pretendo obligarte a que seas mi amiga. Me basta con ser un buen vecino, y por eso tengo que empezar pidiéndote disculpas.
—¿Por los ruidos o por la forma en que me trataron tus amig… tus amantes?
—Por las dos cosas. Sinceramente a veces me dejo llevar por la situación. No me di cuenta de que estaba haciendo tanto ruido… y en ningún momento le pedí a esas mujeres que se comportaran así con vos.
—¿Fue decisión de ellas?
—Sí, lo juro —levantó la mano derecho, mostrando su palma.
—Mmmm, muy bien —Silvana se sentó aún más erguida, sus pechos parecieron inflarse bajo la toalla. La tenía atada justo encima de los pezones, sabía que estaba dando un espectáculo bastante erótico, pero Malik ni siquiera bajó la mirada. Se centró en sus ojos y nada más—. ¿Querés que empecemos desde el principio otra vez? Te escucho.
—Ok. Mi nombre es Malik Diabayé. Tengo veintitrés años —Silvana se quedó sorprendida, ¿de verdad ese tipo tenía veintitrés años? Por su porte físico parece mayor de treinta—. Soy de Senegal, pero llevo cinco años viviendo en Argentina.
—Por eso tenés ese acento tan peculiar.
—Así es. Aunque lo voy perdiendo con los años, ya me estoy acostumbrando a la forma en la que hablan los argentinos. Me gusta el acento que tienen —volvió a sonreír.
—¿Y a qué te dedicás, Malik?
—Soy jugador de fútbol. Antes jugaba para Nueva Chicago, pero recientemente empecé a jugar en Ferro Carril Oeste, por eso me mudé a este departamento.
—Ah… tiene sentido, sí. La cancha de Ferro está a unas diez o doce cuadras de acá. Es la primera vez que conozco un jugador de fútbol profesional. ¿Sos bueno?
—Sí que lo soy, aunque… si te soy sincero, dentro de un par de años me gustaría estar jugando en Europa. Ahí pagan mucho mejor.
—Es el sueño de cualquier jugador sudamericano. Por eso los mejores nunca se quedan.
—Sí, yo siempre digo que el fútbol sudamericano es tan bueno que solo en Europa pueden pagarlo. Y algo parecido está ocurriendo con África. Pero bueno, no quiero aburrirte con estos detalles. Me gustaría saber más de vos.
—Mmm. Bien. Me llamo Silvana Da Costa, tengo veintiseis años. Trabajo en una oficina. Es algo rutinario, a muchos les aburriría; pero a mí me gusta la rutina.
—Yo no puedo soportar la rutina —aseguró Malik. Para volver a probarlo, Silvana separó un poco sus piernas. Él ni siquiera hizo el intento por mirar—. Aunque, si a vos te hace feliz… ¿quién soy yo para decirte lo contrario?
—Sí, soy feliz. Mi vida es cómoda. Tranquila. Rutinaria. Intento acostarme a un horario decente para poder levantarme temprano al otro día e ir a trabajar.
—Lo entiendo perfectamente. Haré lo posible por no causarte más molestias. Encantado de conocerte, Silvana. Espero que de ahora en adelante podamos llevarnos mejor. Me voy, no quiero robarte más tiempo. Si estabas bañándote, seguramente tenés planes.
—Siempre me baño después de salir a correr. Aunque, justamente hoy sí tengo planes. Voy a salir a cenar con mi novio.
—Muy bien, algún día me gustaría conocerlo.
Malik se marchó, dejándola sola. Se sintió un poco estúpida por haberlo puesto a prueba de esa manera. Él ni siquiera se fijó en su cuerpo, le habló como si estuviera completamente vestida. Definitivamente Malik no es como la mayoría de los hombres que conoció.
—----------
Tal y como habían planeado, esa noche Renzo y Silvana fueron a cenar a un bonito restaurante, no de los costosos; pero sí era de esos lugares en los que se come bien. Renzo no pidió disculpas, ni siquiera habló del tema que tan molesta tenía a Silvana, por lo que ella decidió que más tarde le daría una lección: nada de sexo.
Volvieron al departamento después de haber tomado helado de postre y Silvana, como suele hacer cada vez que su novio se queda a dormir, lo mandó a darse una ducha. Renzo ni siquiera protestó. Sabía que esa era una de las condiciones intachables de su novia.
Silvana lo esperó en la cama, completamente desnuda, con toda la intención de decirle: “Esto no lo vas a tocar hasta que pidas disculpas”. Sí, se lo podría tomar como chantaje; pero también era la única forma en la que Renzo admitiría su error.
Estaba debatiéndose sobre esto cuando el golpeteo contra su pared comenzó. No la sorprendió. Sospechaba que Malik no sería capaz de cumplir su promesa.
“A veces me dejo llevar por la situación”.
Y sí que se estaba dejando llevar.
Los gemidos no tardaron en aparecer. Le resultó imposible determinas si se trataba de Gladis, Viviana o alguna otra amante. Lo único de lo que estaba segura era que esa mujer estaba disfrutando mucho.
No, mucho no.
Muchísimo.
“Dios, cómo le está dando”, pensó Silvana.
Los gemidos se volvieron más intensos.
“La está matando a pijazos”.
Sin siquiera darse cuenta, Silvana comenzó a acariciar su sexo. Solo fue consciente de este acto cuando notó la humedad en sus dedos. Se preguntó en qué momento había comenzado a masturbarse; pero de inmediato su mente viajó para otro lado. Cerró los ojos y comenzó a imaginar lo que estaba pasando en el dormitorio contiguo. No porque pretendiera fantasear con Malik, ese hombre le resultaba simpático, pero no atractivo. Solo quiso imaginar la situación como quien se deja llevar por la morbosa curiosidad del chismoso.
Se dio cuenta de que le gustaría poder espiar lo que estaba pasando.
“Quizás soy más chismosa de lo que creía”.
Sus dedos se metieron en su concha y siguieron el ritmo de los golpeteos en la pared.
—Amor… ¿qué estás…?
Silvana se sobresaltó. Abrió los ojos y se encontró con su novio, completamente desnudo. De pronto le pareció más sexy de lo habitual. Su cabello castaño lacio le caía sobre los ojos color miel, un chico de facciones delicadas y cuerpo menudo. Incluso es un poco más bajo que ella, algo que acompleja un poco a Renzo; pero a Silvana le da igual. Le parece lindo.
—Te estaba esperando a vos —le dijo, sin pensarlo.
Renzo dio un salto de alegría y cayó sobre la cama. No lo pensó dos veces. Rara vez Silvana estaba tan dispuesta a tener sexo con él. Por lo general se hacía suplicar.
—Parece que acá al lado también la están pasando bomba.
—Sí, y no podemos ser menos —dijo ella, con una sonrisa.
Pero sí fueron menos. Mucho menos.
No pasaron ni siete minutos. Silvana lo sabe porque miró el reloj de su mesita de luz justo antes de empezar, y luego al terminar. Menos de siete minutos le tomó a Renzo acabar dentro de ella y después cayó destruído a su lado.
Silvana se quedó mirando el cielo raso con bronca. Lo sentía como una derrota personal. Malik y su amante habían empezado antes que ellos y seguían dándole al asunto como si no sintieran ningún signo de agotamiento. En cambio ella… y su novio…
Le daba rabia solo pensarlo.
—Uhh, sí que le dan duro los de al lado —comentó Renzo.
—Sí, muy duro. Espero que se callen pronto, de lo contrario los voy a denunciar.
—¿Será cierto que la tiene grande?
—¿Eh? ¿De qué hablás?
—De tu nuevo vecino. Hoy me crucé con Osvaldo, el portero. Me comentó que tu nuevo vecino es un senegalés… y ya se corre por el edificio el rumor de que está muy bien dotado.
—No podría importarme menos.
—Vamos, amor… no hace falta que me mientas. ¿No te da curiosidad saber si es pijudo? A todas las mujeres le gustan los hombres con pija grande.
—No, a todas no. Y me parece una falta de respeto que pienses eso.
—¿Me vas a decir que no te gustaría probar con uno de esos negros que salen en películas porno?
—No. Para nada. Soy estrecha, por si te olvidaste. Un hombre así de… dotado no podría proporcionarme placer. Me dolería mucho y la pasaría mal. Por eso no me genera ningún tipo de atracción un hombre que la tenga muy grande.
—Uf… me quedo más tranquilo. Osvaldo me dijo: “Tené cuidado con el senegalés, es un casanova… y tu novia es muy linda… y vive sola”.
—Ese Osvaldo es un pelotudo y se mete donde nadie lo llamó. Mañana voy a hablar seriamente con él. Me va a tener que explicar por qué le insinúa a mi novio que yo puedo serle infiel. Pelotudo de mierda.
—Está bien, amor, no te enojes… no tendría que haberte contado. Soy un boludo. Pero de verdad me quedo más tranquilo al saber que no te gustan los pijudos, en casi de que Malik la tenga grande.
—La tiene grande… y no me gusta.
—¿Cómo sabés? —Preguntó Renzo, sentándose en la cama.
—Hablé con una de sus amantes, cuando le pedí que hicieran silencio. Me comentó ese detalle de Malik.
—¿Y estaba buena?
—¿Quién?
—La amante.
—Qué sé yo…
—Siempre lo mismo con las mujeres. Cuando uno les pregunta sobre otra chica, enseguida se ponen a la defensiva. No son capaces de reconocer cuando otra mujer es linda.
—Hey, yo sí puedo reconocerlo.
—¿Entonces? ¿Estaba buena la amante?
—No era una… al otro día conocí otra. Y sí, las dos eran muy bonitas. Una rubia y una morocha. La segunda me pareció más linda.
—Uy, ¿ya se cogió a dos? Tendré que preguntarle cuál es su secreto… auch! —Recibió un duro codazo en las costillas, cortesía de su novia—. Era un chiste, amor.
—Más te vale. Bueno, ahora vamos a dormir, que mañana tengo que trabajar.
Renzo no tuvo problema con esta petición. En cuestión de minutos se quedó profundamente dormido. Silvana, en cambio, se quedó mirando fijamente el cielo raso durante largo tiempo esperando que en el depto de al lado dejen de coger de una puta vez.
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Capítulo 02.
La Otra Amante.
Durmió mal. Podría haberse quedado unos minutos más en la cama, pero ya no tenía sentido. Sacó las sábanas y las metió en el lavarropas, al regresar pondría un juego limpio.
Inició su rutina con un baño, como todos los días. Restregó su cuerpo con la esponja para quitar toda la suciedad, se sentía pegajosa. Odiaba tener que dormir cubierta de sudor… y de sus propios flujos vaginales.
Al salir de la ducha, usó un secador de pelo. Su cabello largo ondulado siempre le gustó, en especial porque bajo una buena fuente de luz algunos de sus mechones parecen más claros, algo que le da volúmen a su melena. Sin embargo, esa mañana no podía darle forma. Tomó un cepillo y se peinó con rabia. Quedó hecha un desastre. Optó por hacerse un sencillo rodete en la nuca y usó un palito con una mariposa en la punta. Eso al menos le daría un toque elegante.
Luego de lavarse los dientes contempló su cara frente al espejo y no quedó convencida. Tenía grandes ojeras, producto de una mala noche. Decidió ponerse algo de sombra y un poco de rímel. Quedó satisfecha con el resultado. El negro del maquillaje la ayudaba a realzar sus ojos grises. Le daba cierto aspecto felino que le gustaba mucho. Para los labios usó una pintura transparente que solo le aportaba un sutil brillo. Ya más tranquila con su apariencia, se vistió.
Camisa blanca y pollera negra hasta las rodillas, como siempre. Agregó a su atuendo unos anteojos de montura rectangular, a veces los usa para descansar la vista… y hoy sí que sus ojos necesitarían un descanso, los párpados le pesaban y aún no había comenzado el día. Se puso los tacos y salió.
Aún era temprano, pero tenía la esperanza de poder evitar a Osvaldo (algo muy difícil de hacer) y de pasar por alguna cafetería cercana en la que podría destinar treinta minutos a un buen desayuno. Lo necesitaba más que nunca. Estaba famélica y su cuerpo no arrancaría hasta recibir una buena dosis de carbohidratos y cafeína.
Abrió la puerta al mismo momento que su vecina de enfrente hacía lo mismo.
—Hola Sonia —saludó con una sonrisa automática—. ¿Qué tal? Buen día.
Sonia era una mujer soltera de unos cincuenta y cinco años que se mostró afable con Silvana desde el día en que comenzaron a ser vecinas.
—Ay, hola Silvana. Buen día. Me agarraste justo que estoy yendo a la panadería.
—Ok, entonces bajamos juntas.
Las dos entraron al ascensor, que por fortuna tardó pocos segundos en llegar hasta ella. Silvana presionó el botón “Planta Baja” y cuando comenzaron a descender, le preguntó a su vecina:
—¿Vas a la panadería?
—Exacto —respondió Sonia, con una sonrisa—. Estoy antojada de unos cañoncitos con dulce de leche.
—Si querés te llevo en el auto.
—No es necesario. Voy a una nueva panadería que está acá a una cuadra, la abrieron hace poco unas chicas que son muy amorosas. Hacen unas tortas riquísimas, deberías probar el cheesecake. Delicioso.
—Ah, mirá… ya era hora de que tengamos una panadería más cerca. La otra queda como a siete cuadras. Voy a ir cuando pueda.
—No te vas a arrepentir. Em… por cierto, Silvana. ¿Sabés algo de la discusión de anoche?
—¿Qué discusión?
—Como a las tres y pico de la madrugada me desperté porque escuché que alguien discutía en el pasillo, me pareció escuchar tu voz.
—Ay, sí, era yo. Te pido mil disculpas —Silvana se puso roja. Suplicó que su vecina no hubiera visto la escena. ¿Cómo le explicaría que una mujer desnuda la estuvo tocando de forma indiscreta?
—No pasa nada. Solo quiero saber si está todo bien. ¿Con quién discutías?
—Con el nuevo vecino y su… pareja.
—¿Malik?
— ¿Ya tuviste el gusto de conocerlo?
—Sí, es un amor —aseguró Sonia—. Un tipo sumamente educado… muy cordial.
—Mmm, yo no tengo la misma impresión sobre él. Fui a quejarme por el ruido.
—¿Puso música fuerte? Porque me preguntó si me molestaba la música y le dije que siempre y cuando la escuchara a horarios normales, no me molestaría.
—Em… no, no fue por la música. Es que… estaba haciendo mucho ruido.
—¿Qué tipo de ruido? No me vas a decir que se peleó con Gladis…
—¿Conociste a Gladis también? —Silvana pareció sorprendida.
—Sí, sí… la saludé cuando entró al depto de Malik. Se me hizo un poco raro que un chico tan joven y apuesto salga con una mujer de esa edad. O sea, Gladis es preciosa, pero… aún así. No entiendo qué le verá un joven a una mujer madura. ¿Será que Gladis tiene mucho dinero? Eso explicaría muchas cosas.
—Puede ser, sí —conocía a Sonia, una vez que esa mujer entraba en el chisme, era casi imposible sacarla de ahí—. Pero no te preocupes, no se trató de ninguna pelea. Más bien diría que fue todo lo contrario.
Sonia se sobresaltó, sonrió y cubrió su boca con una mano.
—¿Acaso estaban…?
—Sí… y de forma muy enérgica. Demasiado. Perdón por despertarte, Sonia. Pero no podía dormir con tanto ruido, la pieza de Malik está justo al lado de la mía.
—Sí, sí… claro. Lo entiendo perfectamente.
—Solo te pido que seas discreta con este tema y que no lo comentes con nadie.
—No, claro… por supuesto.
No confió en su palabra. Sonia parecía ser la clase de persona que sale corriendo a contarle los chismes a sus amigas.
—----------
El resto del día transcurrió con su habitual rutina. Regresó del trabajo, se dio una ducha, salió a correr, soportó las miradas indiscretas de Osvaldo y volvió a ducharse. Alguna vez su novio le había preguntado por qué se bañaba tres o cuatro veces al día. A lo que Silvana respondió: ¿y cuántas veces al día se supone que debería bañarme? Renzo prefirió no insistir con el tema.
Esa noche cenó sola. Todavía estaba enojada con su novio por haberse quedado jugando con la compu en lugar de disfrutar la cena casera que ella había preparado con tanto esmero.
Después la religiosa y obligada cuarta ducha del día, se acostó vistiendo solamente un viejo top deportivo color gris y una pequeña bombacha blanca de algodón.
Era más tarde de lo acostumbrado, porque tuvo que pasar un par de horas respondiendo unos email que le habían quedado pendientes del trabajo. Si hacía eso, al otro día tendría una jornada mucho más amena, y también ahorraría tiempo a las personas que esperaban una respuesta.
Durante el día estuvo pensando en una práctica que solía utilizar unos años atrás para relajarse antes de dormir: leer un poco. Aunque sea unos minutos. La lectura ayuda a centrarse en un tema distinto a las preocupaciones que vienen a molestar cuando se intenta dormir. Por eso al salir de su trabajo pasó por una librería cercana, le llamó la atención un libro titulado The Flight Attendant, escrito por Chris Bohjalian. Al parecer esta novela había sido adaptada en una serie por HBO, con Kaley Cuoco como protagonista. La premisa le llamó la atención: una auxiliar de vuelo se despierta en un hotel junto a un desconocido… que está muerto.
“Quizás debería leerlo para saber qué hacer si un día me despierto y el pelotudo de mi novio se olvidó de respirar”, pensó.
La historia la atrapó desde la primera página. Estaba recordando por qué disfrutaba tanto de la lectura y se preguntó por qué la había dejado de lado si siempre fue una buena compañía.
No había llegado ni a la página treinta cuando de pronto…
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
—¡No, otra vez no! —dijo en voz alta, mientras bajaba el libro.
Al rítmico golpeteo lo acompañaron gemidos femeninos.
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
Miró su celular. No lo podía creer, ya era la una de la madrugada. Tenía que dormirse ya, de lo contrario le costaría mucho levantarse al día siguiente. Silvana salió disparada de la cama, dispuesta a poner fin al incesante ruido.
Como siempre, el pasillo desierto. Al parecer ella es la única que escucha los ruidos provenientes de departamento de Malik… o la única con coraje suficiente como para hacerle frente.
Tocó el timbre una, dos, tres veces… antes del cuarto timbrazo, Malik abrió. Esta vez solo asomó el torso por un lado del marco.
—Ah, hola Silvana. Buenas noches. ¿Qué se te ofrece?
Ese sujeto se comporta de una forma tan amable que Silvana simplemente no es capaz de gritarle o hablarle en tono agresivo.
—Disculpá, Malik… me imagino que estarás pasándola muy bien; pero… no te olvides que la pared de tu pieza y de la mía son la misma…
—Uy, perdón. Es que a veces me dejo llevar y…
— ¿Quién es? —Preguntó una voz femenina desde adentro.
—Hola, Gladis. Soy yo, Silvana.
—¿Quién es Gladis?
La puerta se abrió más y apareció una mujer completamente desnuda, pero definitivamente no era Gladis. Esta parecía más joven, quizás de unos treinta años, tenía el cabello negro y lacio hasta los hombros. En lo que sí se parecían era en contextura física, las dos portaban una buena delantera, cintura estrecha y anchas caderas. Además de que llevaban el pubis completamente depilado. A Silvana le resultaba incómodo ver mujeres desnudas, pero sin pelitos ahí abajo le resultaba aún peor. Ella lo lleva así, con vellos prolijamente recortados. Al menos los pelitos hubieran ayudado a disimular un poco, sin embargo podía ver perfectamente la división de los labios vaginales. Otra detalle que le llamó la atención es que la mujer tenía puesto un choker negro, muy sencillo, pero que destacaba mucho en un cuerpo completamente desnudo.
—Perdón, te confundí con alguien más.
—¿Ah sí? Ahora estoy intrigada —a la mujer parecía no molestarle en absoluto que Silvana la viera desnuda—. ¿Quién es esa tal Gladis? ¿Malik, a vos te suena ese nombre?
—Este…
—Ay, perdón, Malik. No quería meterte en un problema —se disculpó Silvana.
—¿Y esta chica también es amiga tuya? —Preguntó la morocha.
—Es mi vecina.
—Y ya veo que es una vecina de mucha confianza, para venir a tocar el timbre a la una de la mañana en ropa interior.
Silvana se sintió una estúpida. Salió tan rápido y tan enojada de su casa que olvidó ponerse un pantalón.
—Emm… no quiero causar problemas. Mejor me voy.
—No, chiquita, vos no te vas a ninguna parte. Antes me gustaría aclarar algunas cosas con vos. Adelante…
La morocha se hizo a un lado y le indicó que se sentara en un gran sofá en forma de L. Silvana solo quería volver a su depto, para intentar dormir; pero sentía que había puesto a Malik en un aprieto, por abrir la bocota antes de tiempo, y no quería que esto terminara peor para su vecino.
Silvana entró y se sentó en el brazo más corto de la L. Malik prefirió el brazo más largo y usó un gran almohadón para cubrir su desnudez. Lo hizo tan rápido que Silvana no alcanzó a ver más que un fugaz meneo.
La mujer desnuda se sentó a su lado y sonrió.
—Antes que nada, me presento. Mi nombre es Vanina. Encantada de concerte, Silvana.
—Igualmente —respondió ella, muy tensa—. Yo solo venía a pedirles que bajen el volúmen…
—¿Segura? Porque yo tengo otra teoría.
—¿Y cuál sería?
—Creo que vos sos muy amiga de Malik y viniste a divertirte un rato con él… y con esa tal Gladis.
—No, nada que ver. Yo tengo novio…
—¿Y eso qué tiene que ver? No sería el primer caso de infidelidad del mundo.
—No soy esa clase de mujeres. Yo… em… solo cometí un error.
—Tranquila, Silvana. No intento causarte ningún problema —Vanina mostró una amistosa sonrisa—. A mí no me molesta en absoluto que Malik se haya acostado con esa tal Gladis, con vos o con quien sea. Sé muy bien que soy una más de sus amantes.
Silvana miró a Malik, él se limitó a sonreír con simpatía e inocencia, como si dijera: “Yo no tengo nada que ver con este asunto”.
—Entonces… em… si no te molesta ¿puedo retirarme?
—No hace falta que salgas corriendo, linda —Viviana volvió a sonreír—. Si viniste a pasarla bien, podemos hacerlo juntas. Hay mucho Malik para compartir, si es que entendés a lo que me refiero… —le guiñó un ojo.
—Em.. este… yo…
—No seas tan tímida, chiquita. Hace dos minutos a mí me estaban dando tremenda cogida. No te das una idea de lo bien que la estaba pasando… hasta que vos tocaste el timbre. Vení… ¿podés ver lo mojada que estoy?
No tuvo tiempo para reaccionar, Viviana le sujetó la mano izquierda y la guió hasta su entrepierna. Silvana se quedó pasmada. Sus dedos estaban haciendo contacto directo con el sexo de otra mujer… y sí… sí que podía sentir la humedad de esa concha.
—Y algo me dice que vos también estás mojadita —le dijo Viviana, mirándola a los ojos. Silvana sintió cómo los dedos de esta mujer se metían dentro de su bombacha blanca, acariciaban su vello púbico y luego llegaban hasta el clítoris. No lo podía creer. Ella que nunca participó en ningún acto sexual lésbico recibió toqueteos de otras mujeres en el transcurso de dos días. La diferencia entre Gladis y esta mujer era que Vanina no actuaba de forma tan agresiva, sus dedos le estaban dando suaves caricias en el clítoris. Suaves y muy precisas, tanto que la hicieron vibrar desde la punta de los pies hasta los pezones, los cuales se le pusieron duros al instante.
—No te confundas Vani…
No alcanzó a completar la frase. Vanina estrelló sus labios contra los suyos. Silvana abrió la boca de pura sorpresa y esto le sirvió a la amante de Malik para mater la lengua. En ese mismo instante pudo sentir como dos dedos se colaban dentro de su concha, y sin saber por qué, su mano acarició el sexo húmedo sexo de Vanina. Fue instintivo. Visceral. Nació desde un área de su cerebro en la que ella ya no tenía control. Esta caricia involuntaria envalentonó a Vanina, quien dejó caer parte de su cuerpo sobre el de Silvana. Los pechos de ambas mujeres quedaron aplastados entre ellas.
Silvana solo quería explicarle que ella no había ido con la intención de “pasarla bien”. Solo pretendía que bajaran un poco el volúmen para que ella pudiera seguir durmiendo. No pudo decir nada de esto porque su cuerpo cayó hacia atrás, quedando acostada en el sofá, con todo el cuerpo de Vanina sobre ella.
—No seas tímida, mamita, meteme los dedos…
Esta situación que se estaba saliendo de control le trajo recuerdos de una muy similar que vivió cuando tenía unos diecinueve años y aún frecuentaba discotecas. Si alguien le pregunta a Silvana si alguna vez tuvo un acto sexual lésbico, ella jurará que no. Jamás. Ni una sola vez. Sin embargo… aquella noche…
Había bebido más de la cuenta, y todo por culpa de una chica muy simpática que conoció en la misma discoteca. Ni siquiera podía recordar su nombre. Comenzaba con S. ¿Susana? ¿Samantha? ¿Selene? ¿Sabrina? No importa. Lo que nunca olvidaría era ese cabello rojo intenso y esos ojos verdes de gata. La colorada acaparaba las miradas de todos los presentes, pero por algún motivo parecía más interesada en Silvana. Podría haberle explicado a esta preciosa muchacha que a ella no le interesaban las mujeres, pero estaba algo entonada por el alcohol y quería sacarse de encima a un par de idiotas que no dejaban de hacerle insinuaciones. Le pareció divertido seguirle el juego a la pelirroja.
Pero el alcohol le jugó en contra. Antes de que se diera cuenta ya estaba en un rincón oscuro y poco transitado de la discoteca comiéndole la boca a esa hermosa mujer que… por dios, tenía un gran talento para besar. “Ojalá los hombres besaran así de bien”, había pensado Silvana en ese momento. Y no fueron solo besos. La colorada de ojos de gata metió su mano dentro del pantalón de Silvana… o al menos lo intentó. Era un jean muy ajustado. Cuando Silvana notó la lucha de la pelirroja se hartó del maldito pantalón y ella misma lo desprendió. Si alguien le preguntara por qué lo hizo, no sabría qué responder. De hecho, suele evitar recordar este momento, porque tuvo muchas actitudes que no puede explicar. Prefiere decir: “Era muy joven, estaba cachonda y muy borracha. Fin del asunto”. Pero en algún rincón oscuro de su mente sabe que fue ella la que le permitió a la colorada meterle mano. Ya con el pantalón desabrochado fue muy fácil para ella. Sus dedos acariciaron el clítoris tan solo unos segundos y luego se fueron directo hacia adentro. A veces, al masturbarse, Silvana aún puede recordar exactamente lo que sintió cuando esos dedos la profanaron. Cómo su cuerpo ardió por un deseo prohibido.
Disfrutó de los besos y los toqueteos con la mente totalmente en blanco, se dejó llevar por la situación como un náufrago que se deja llevar por la corriente.
“Meteme los dedos”, le había susurrado esa gata pelirroja al oído.
Y ahora estaba con otra desconocida en una situación que no podía controlar y la petición era la misma: una mujer hermosa que le pedía… se suplicaba, que la ultrajara. Que explorara su sexo por dentro. Y al igual que con la colorada, Silvana obedeció.
Dos de sus dedos se metieron dentro de la concha de Vanina. Un escalofrío le cruzó el cuerpo cuando la escuchó gemir. Sabía que ella había provocado esa expresión de placer. Vanina estaba muy dilatada y mojada, Silvana pudo mover los dedos con total libertad. Su concha también estaba siendo explorada; pero ella la tenía más apretada.
—Despacito que soy estrecha —dijo en un susurro.
Y de inmediato pensó: “Pero Silvana, ¿por qué carajo le estás dando a esta mina instrucciones para tocarte? ¿Qué carajo te pasa?”. Lo peor de todo era que esta vez no podía culpar al alcohol. No había bebido ni una sola gota.
—Uy, se ve que ya estás aflojando… ¿querés que lo llame a Malik?
—¡No! —Silvana se puso de pie de un salto, apartando a Vanina—. No te confundas conmigo, flaca. Yo no soy lesbiana ni vine acá a “pasarla bien”. Solo quiero que dejen de hacer ruido, nada más. Quiero dormir en paz. ¿Es mucho pedir?
—Te pido mil disculpas —dijo Malik, bajando la cabeza.
Silvana salió del departamento hecha una furia.
Pero lo que más rabia le dio fue tener que acostarse con la concha tan mojada. A pesar de que ahora no tenía una sinfonía sexual ocurriendo en la habitación de al lado, Silvana tuvo que masturbarse. Lo hizo con más furia de lo habitual, como si quisiera deshacerse de esa incómoda excitación que le había producido esa mujer.
—Otra puta asquerosa —dijo mientras se metía los dedos a toda velocidad.
—---------
Silvana había llegado de correr y se estaba dando su religiosa ducha. Había acordado con Renzo que cenarían en algún restaurante para limar las asperezas de la relación.
Mientras el agua recorría su cuerpo desnudo Silvana se debatía si permitiría o no que Renzo tuviera sexo con ella. “Tendrá que ganárselo”, pensó. Todavía no se había disculpado por su inmaduro comportamiento de la última vez.
El timbre sonó una vez, luego dos… y tres veces. Silvana puso los ojos en blanco. Renzo tenía la maldita costumbre de olvidar traer la llave del departamento, para que ella no tuviera que abrirle. Cerró la ducha, se cubrió con una toalla, cruzó todo el comedor y el living y abrió.
—¿Acaso no te dije que pongas la llave en el mismo llavero que usás siem…?
No alcanzó a completar la oración. El hombre que estaba frente a ella no era Renzo. De hecho, no podía ser más diferente.
—Hola, Silvana. Perdón por venir sin avisar, es que aún no tengo tu número de teléfono.
—Ah… hola, Malik. ¿En qué puedo ayudarte? —Aún se sentía avergonzada por lo que había ocurrido el día anterior con Vanina.
—¿Puedo pasar un minuto? Me gustaría charlar con vos, para hacer las paces… pero si querés, puedo venir en otro momento.
Silvana pensó que lo mejor sería pedirle que volviera unos minutos más tarde, cuando ella ya estuviera vestida. Sin embargo la invadió un sentimiento desafiante. Malik siempre la atendía desnudo, cubriéndose con una toalla o un almohadón, y no parecía avergonzarse en absoluto. ¿Por qué ella debería sentirse avergonzada de su propio cuerpo? Además… se le ocurrió que al estar prácticamente desnuda pondría incómodo a Malik y eso le daría ventaja en la conversación. Aún tenía unos cuantos reclamos que hacerle sobre el ruido y sobre el comportamiento de sus “amiguitas”.
—Está bien, pasá —dijo Silvana, haciéndose a un lado.
—Tenés un departamento muy bonito —dijo Malik, con amabilidad.
—Muchas gracias, procuro tener todo siempre ordenado.
Silvana estaba orgullosa de su juego de living. Era sencillo y de color blanco, con una mesa ratona de vidrio en el centro. Le señaló un sillón a Malik y ella tomó asiento justo frente a él, cuidándose de mantener siempre las piernas bien juntas.
—Siento que arrancamos con el pie izquierdo. Me gustaría que hagamos de cuenta que recién nos conocemos.
—¿Por qué? ¿Qué intenciones tenés? —No quería repetirle a ese hombre que ella ya tenía novio y que no estaba buscando ningún tipo de aventura.
—Solamente una: la de ser un buen vecino.
—¿Solo vecino? —Preguntó ella con frialdad.
—Y quizás, con el tiempo, podamos ser buenos amigos.
—Si con “ser amigos” te referís a lo que hacés con tus… amiguitas, entonces desde ya te digo que estás muy equivocado conmigo.
—La que se equivoca sos vos —Silvana no esperaba esa respuesta. Se quedó en silencio y alerta—. A esas mujeres ni siquiera puedo considerarlas amigas. A Gladis la vi solo una vez y a Vanina, a pesar de que la conozco desde hace tiempo, solo la llamo cuando… em… ya sabés. Eso no es amistad, Silvana. Es solo sexo. Pero tampoco pretendo obligarte a que seas mi amiga. Me basta con ser un buen vecino, y por eso tengo que empezar pidiéndote disculpas.
—¿Por los ruidos o por la forma en que me trataron tus amig… tus amantes?
—Por las dos cosas. Sinceramente a veces me dejo llevar por la situación. No me di cuenta de que estaba haciendo tanto ruido… y en ningún momento le pedí a esas mujeres que se comportaran así con vos.
—¿Fue decisión de ellas?
—Sí, lo juro —levantó la mano derecho, mostrando su palma.
—Mmmm, muy bien —Silvana se sentó aún más erguida, sus pechos parecieron inflarse bajo la toalla. La tenía atada justo encima de los pezones, sabía que estaba dando un espectáculo bastante erótico, pero Malik ni siquiera bajó la mirada. Se centró en sus ojos y nada más—. ¿Querés que empecemos desde el principio otra vez? Te escucho.
—Ok. Mi nombre es Malik Diabayé. Tengo veintitrés años —Silvana se quedó sorprendida, ¿de verdad ese tipo tenía veintitrés años? Por su porte físico parece mayor de treinta—. Soy de Senegal, pero llevo cinco años viviendo en Argentina.
—Por eso tenés ese acento tan peculiar.
—Así es. Aunque lo voy perdiendo con los años, ya me estoy acostumbrando a la forma en la que hablan los argentinos. Me gusta el acento que tienen —volvió a sonreír.
—¿Y a qué te dedicás, Malik?
—Soy jugador de fútbol. Antes jugaba para Nueva Chicago, pero recientemente empecé a jugar en Ferro Carril Oeste, por eso me mudé a este departamento.
—Ah… tiene sentido, sí. La cancha de Ferro está a unas diez o doce cuadras de acá. Es la primera vez que conozco un jugador de fútbol profesional. ¿Sos bueno?
—Sí que lo soy, aunque… si te soy sincero, dentro de un par de años me gustaría estar jugando en Europa. Ahí pagan mucho mejor.
—Es el sueño de cualquier jugador sudamericano. Por eso los mejores nunca se quedan.
—Sí, yo siempre digo que el fútbol sudamericano es tan bueno que solo en Europa pueden pagarlo. Y algo parecido está ocurriendo con África. Pero bueno, no quiero aburrirte con estos detalles. Me gustaría saber más de vos.
—Mmm. Bien. Me llamo Silvana Da Costa, tengo veintiseis años. Trabajo en una oficina. Es algo rutinario, a muchos les aburriría; pero a mí me gusta la rutina.
—Yo no puedo soportar la rutina —aseguró Malik. Para volver a probarlo, Silvana separó un poco sus piernas. Él ni siquiera hizo el intento por mirar—. Aunque, si a vos te hace feliz… ¿quién soy yo para decirte lo contrario?
—Sí, soy feliz. Mi vida es cómoda. Tranquila. Rutinaria. Intento acostarme a un horario decente para poder levantarme temprano al otro día e ir a trabajar.
—Lo entiendo perfectamente. Haré lo posible por no causarte más molestias. Encantado de conocerte, Silvana. Espero que de ahora en adelante podamos llevarnos mejor. Me voy, no quiero robarte más tiempo. Si estabas bañándote, seguramente tenés planes.
—Siempre me baño después de salir a correr. Aunque, justamente hoy sí tengo planes. Voy a salir a cenar con mi novio.
—Muy bien, algún día me gustaría conocerlo.
Malik se marchó, dejándola sola. Se sintió un poco estúpida por haberlo puesto a prueba de esa manera. Él ni siquiera se fijó en su cuerpo, le habló como si estuviera completamente vestida. Definitivamente Malik no es como la mayoría de los hombres que conoció.
—----------
Tal y como habían planeado, esa noche Renzo y Silvana fueron a cenar a un bonito restaurante, no de los costosos; pero sí era de esos lugares en los que se come bien. Renzo no pidió disculpas, ni siquiera habló del tema que tan molesta tenía a Silvana, por lo que ella decidió que más tarde le daría una lección: nada de sexo.
Volvieron al departamento después de haber tomado helado de postre y Silvana, como suele hacer cada vez que su novio se queda a dormir, lo mandó a darse una ducha. Renzo ni siquiera protestó. Sabía que esa era una de las condiciones intachables de su novia.
Silvana lo esperó en la cama, completamente desnuda, con toda la intención de decirle: “Esto no lo vas a tocar hasta que pidas disculpas”. Sí, se lo podría tomar como chantaje; pero también era la única forma en la que Renzo admitiría su error.
Estaba debatiéndose sobre esto cuando el golpeteo contra su pared comenzó. No la sorprendió. Sospechaba que Malik no sería capaz de cumplir su promesa.
“A veces me dejo llevar por la situación”.
Y sí que se estaba dejando llevar.
Los gemidos no tardaron en aparecer. Le resultó imposible determinas si se trataba de Gladis, Viviana o alguna otra amante. Lo único de lo que estaba segura era que esa mujer estaba disfrutando mucho.
No, mucho no.
Muchísimo.
“Dios, cómo le está dando”, pensó Silvana.
Los gemidos se volvieron más intensos.
“La está matando a pijazos”.
Sin siquiera darse cuenta, Silvana comenzó a acariciar su sexo. Solo fue consciente de este acto cuando notó la humedad en sus dedos. Se preguntó en qué momento había comenzado a masturbarse; pero de inmediato su mente viajó para otro lado. Cerró los ojos y comenzó a imaginar lo que estaba pasando en el dormitorio contiguo. No porque pretendiera fantasear con Malik, ese hombre le resultaba simpático, pero no atractivo. Solo quiso imaginar la situación como quien se deja llevar por la morbosa curiosidad del chismoso.
Se dio cuenta de que le gustaría poder espiar lo que estaba pasando.
“Quizás soy más chismosa de lo que creía”.
Sus dedos se metieron en su concha y siguieron el ritmo de los golpeteos en la pared.
—Amor… ¿qué estás…?
Silvana se sobresaltó. Abrió los ojos y se encontró con su novio, completamente desnudo. De pronto le pareció más sexy de lo habitual. Su cabello castaño lacio le caía sobre los ojos color miel, un chico de facciones delicadas y cuerpo menudo. Incluso es un poco más bajo que ella, algo que acompleja un poco a Renzo; pero a Silvana le da igual. Le parece lindo.
—Te estaba esperando a vos —le dijo, sin pensarlo.
Renzo dio un salto de alegría y cayó sobre la cama. No lo pensó dos veces. Rara vez Silvana estaba tan dispuesta a tener sexo con él. Por lo general se hacía suplicar.
—Parece que acá al lado también la están pasando bomba.
—Sí, y no podemos ser menos —dijo ella, con una sonrisa.
Pero sí fueron menos. Mucho menos.
No pasaron ni siete minutos. Silvana lo sabe porque miró el reloj de su mesita de luz justo antes de empezar, y luego al terminar. Menos de siete minutos le tomó a Renzo acabar dentro de ella y después cayó destruído a su lado.
Silvana se quedó mirando el cielo raso con bronca. Lo sentía como una derrota personal. Malik y su amante habían empezado antes que ellos y seguían dándole al asunto como si no sintieran ningún signo de agotamiento. En cambio ella… y su novio…
Le daba rabia solo pensarlo.
—Uhh, sí que le dan duro los de al lado —comentó Renzo.
—Sí, muy duro. Espero que se callen pronto, de lo contrario los voy a denunciar.
—¿Será cierto que la tiene grande?
—¿Eh? ¿De qué hablás?
—De tu nuevo vecino. Hoy me crucé con Osvaldo, el portero. Me comentó que tu nuevo vecino es un senegalés… y ya se corre por el edificio el rumor de que está muy bien dotado.
—No podría importarme menos.
—Vamos, amor… no hace falta que me mientas. ¿No te da curiosidad saber si es pijudo? A todas las mujeres le gustan los hombres con pija grande.
—No, a todas no. Y me parece una falta de respeto que pienses eso.
—¿Me vas a decir que no te gustaría probar con uno de esos negros que salen en películas porno?
—No. Para nada. Soy estrecha, por si te olvidaste. Un hombre así de… dotado no podría proporcionarme placer. Me dolería mucho y la pasaría mal. Por eso no me genera ningún tipo de atracción un hombre que la tenga muy grande.
—Uf… me quedo más tranquilo. Osvaldo me dijo: “Tené cuidado con el senegalés, es un casanova… y tu novia es muy linda… y vive sola”.
—Ese Osvaldo es un pelotudo y se mete donde nadie lo llamó. Mañana voy a hablar seriamente con él. Me va a tener que explicar por qué le insinúa a mi novio que yo puedo serle infiel. Pelotudo de mierda.
—Está bien, amor, no te enojes… no tendría que haberte contado. Soy un boludo. Pero de verdad me quedo más tranquilo al saber que no te gustan los pijudos, en casi de que Malik la tenga grande.
—La tiene grande… y no me gusta.
—¿Cómo sabés? —Preguntó Renzo, sentándose en la cama.
—Hablé con una de sus amantes, cuando le pedí que hicieran silencio. Me comentó ese detalle de Malik.
—¿Y estaba buena?
—¿Quién?
—La amante.
—Qué sé yo…
—Siempre lo mismo con las mujeres. Cuando uno les pregunta sobre otra chica, enseguida se ponen a la defensiva. No son capaces de reconocer cuando otra mujer es linda.
—Hey, yo sí puedo reconocerlo.
—¿Entonces? ¿Estaba buena la amante?
—No era una… al otro día conocí otra. Y sí, las dos eran muy bonitas. Una rubia y una morocha. La segunda me pareció más linda.
—Uy, ¿ya se cogió a dos? Tendré que preguntarle cuál es su secreto… auch! —Recibió un duro codazo en las costillas, cortesía de su novia—. Era un chiste, amor.
—Más te vale. Bueno, ahora vamos a dormir, que mañana tengo que trabajar.
Renzo no tuvo problema con esta petición. En cuestión de minutos se quedó profundamente dormido. Silvana, en cambio, se quedó mirando fijamente el cielo raso durante largo tiempo esperando que en el depto de al lado dejen de coger de una puta vez.
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1 comentarios - Mi Vecino Superdotado [02].