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Cuernos en mis vacaciones

Hoy al disponerme a dejar la oficina, me llamaron del departamento de Recursos Humanos. Desde el momento en que me encaminé hacia ellos, en el tercer piso, me predispuse, es raro que me llamen, ¿qué querrán de mí, una queja, o me piden que despida a alguna de mis chicas? No sé.

“Ya se te cumple otro período como empleada y te corresponden 15 días de vacaciones.” Me informaron, pero ya les contesté que tendría que perderlas, no tenía ningún plan agradable, para tomarlas.

A Gloria, mi amiga del alma y confidente, en nuestra conversación periódica, se lo informé. Ya sabía lo que me iba a proponer, que fuera a visitarla. Pero a Horacio le correspondía, por derecho, mi primer informe. Él se entusiasmó e hizo varias propuestas, a cuál más de indecorosas, pero expresándome su desesperación por tenerme. De su oficina sí le es posible separarse un par de días, no más, pretextando que es necesario visitar otras oficinas, y dos de ellas están a la mano, así que una de sus ideas era la de reunirnos, aunque fuera poco tiempo, en alguna de esos puertos. No me agradó esa posibilidad de estar con él a la carrerita, solo por unos dos días, pero en su ocurrencia propuso:

“Vienes con tiempo, llego yo, disfrutamos lo más que podamos programar quedarnos, por ejemplo uniendo días festivos, o fines de semana.” Hasta ahí todo sonaba romántico, pero se le ocurrió agregar:

“Nos programamos, ya cuando yo tenga que regresar, le dices a Greg que se reúna contigo en alguna ciudad cercana, que llegue al día siguiente de que yo te deje. ¿Te parece buena idea?” fue su locura, pero nada despreciable para mí.

Estoy segura de que esa noche casi no dormí, me la pasé dándole vueltas a lo que yo podría programar. Todo lo que me dijera Gloria o alguna otra amiga, dándome buenos consejos, mi cabecita solo le daba vueltas a esa última propuesta que me hacía Horacio.

Elaboré mis planes A, B, C y alguno más que fuera a surgir. Regresé a Recursos Humanos y les confirmé que sí tomaría mis vacaciones.

“Como ejemplo para tus chicas, tómalas antes de fin de mes, que es cuando oficialmente se te vencen.” ¡Claro que las tomaría en cuanto yo arreglara los asuntos de oficina, además de los planes de Horacio y de Greg! En realidad mi sentir era que me debería sujetar a la disposición de mi marido.

El plan quedó, todavía provisional, el plan ‘-A’ que Horacio había propuesto, pero que disfrazaba una posibilidad para mí desagradable, la intención de llevar a vender nuestro avioncito, y con eso el que ya fuera olvidando mi vida acá. Él proponía que yo volara nuestro avioncito hasta la frontera, de ahí, del lado americano, llevarlo a vender. Me acompañaría un piloto que ya ha trabajado para él, Alfonso.

El vender el avioncito quería decir que ya no había esperanzas de que él regresara, sino que yo tendría que mudarme a Quebec. El avioncito era una de las pocas cosas que lo detenían de irse definitivamente.

Ya llegó la hora de que el plan ‘-A’ encontrara el ‘+A’. Greg, que, a pesar de su edad, es muy caliente, estuvo de acuerdo en reunirse conmigo y propuso un hotel en La Isla Del Padre, al Sur de Texas, que queda cerca de la frontera y accesible. Las fechas coincidían con la de mi fertilidad, como era nuestro acuerdo.

El plan ‘A’ se puso en ejecución. Horacio y yo nos reunimos desde el jueves en la tarde. Pasamos unos días muy lindos. Hablamos de todo e hicimos nuevos planes. Platicamos de todos los sucesos de los últimos días y la pasamos con mucho cariño, no nos hemos olvidado uno del otro. El lunes lo acompañé al aeropuerto y voló, en escalas, hasta Quebec. ¡Quedamos que el adorado avioncito no se vendía!

Yo volé con el avioncito hasta un pequeño aeropuerto vecino al lugar en donde me encontraría con Greg, en Mansville, un aeropuertito con aspecto militar, parte del mismo pueblito, al que me indicaron del control aéreo que me dirigiera. Al aterrizar se soltó un aguacero tremendo, me salvé de pasar apuros cuando fuera volando, el informe meteorológico, al despegar de Brownsville decía que hasta el anochecer empeoraría el tiempo. Amarré bien nuestro avioncito y me llevaron en taxi al hotel en donde ya me esperaba Greg.

Al salir, para darle gusto a Horacio, me puse una faldita pantalón. El pantalón no me apretaba los muslos, así que Horacio pudo disfrutar de mis muslos, de mi cuquita y hasta le guie sus dedos para que me masajeara un poquito mi vaginita, ya que no podíamos tener sexo en ese lugar. Se fue llevándose un buen recuerdo de su mujercita.

Al llegar al hotel, toda empapada, Greg me sorprendió, me recibió bajando del taxi, me besó y abrazó. Una de sus manos se me metió por debajo del olán del shortcito interior, me acarició mi pubis y me metió sus dedotes dentro de mi vagina. Vergüenza debería de haber sentido yo, mi marido me acababa de dedear y ahora el sustituto hacía uso de mí, del mismo lugarcito, pero que rico sentí, lo malo es de que había varias personas que nos miraban, todos ellos recluidos por la tormenta, y aburridos, solo mirando a ese par de calientes.

Nos dirigimos a nuestra habitación, ahí Greg ya tenía preparadas unas Margaritas. Antes me retiró toda la ropa que estaba mojada e inició a darse el banquete que yo le llevaba. Entre lo que yo más añoraba era su cariño, no su miembro, sustituía al amor de mi marido, pero después de la Margarita desperté con la hermosa imagen de ese miembro único, hermoso, sabroso y el más grande que yo haya visto jamás. Ya medio desnudo, mi reacción al vérsela fue involuntaria, lo ví e inmediatamente lo tomé entre mis manos, las dos, una enseguida de la otra, porque solo así alcanzaba a abarcarle algo de su longitud.

Ya lo deseaba adentro de mí, inmediatamente. Él me permitió juguetear con ese delicioso miembro, pero me preguntó por mis días fértiles. “Tocarían a partir de pasado mañana, pero desde hoy le podemos hacer la lucha,” le informé.

“Entonces Horacio no pudo haberte dejado embarazada.” Me dijo.

“¡No! ¿Por qué?, ¿te hubiera gustado cogerte a una embarazada?” Le pregunté.

“No, es que sí me hubiera gustado rematar esa fertilización, ¡imagínate ya fecundado tu óvulo, viene un esperma mío, le da la mano y lo ayuda, Me hubiera gustado y, estoy seguro, también a ti. Pero entonces, ¿Vienes recién cogida por Horacio?”

“Me hubiera encantado que sí se hubieran dado la mano. Imagínate que tu pene lo hubiera logrado ya dentro de mí. Me preguntas si estuvimos haciendo sexo Horacio y yo, hoy, antes. Sí, así que ahora aprovecha y desquítate. ¡A ti te voy a sentir enorme, así que probemos de una vez! Y ¡Olvídate de Horacio, que está feliz de que tú me hagas más feliz!

Greg tiene pasión por mis pechos así que se dedicó a besármelos y mordérmelos. Me succionaba mis pezones con mucha fuerza, me recordaba a Horacio, que también me lo hace. Pensaba que no debía seguir añorando a mi marido, que en este momento ya gozara a éste amante, pero ¡Qué hermoso es sentir la presencia de los dos!

Él me besaba mi vientre. En mi ombligo metió su lengua, me clavó sus uñas en mis caderas y luego me las mordió. ¡No sé qué le pasaba por su mente, pero seguía mordiéndome todo lo que encontraba en mí.

“¡Perdón, perdón, es que estas muy buena y te deseo!” Llegó a mí región púbica, y con sus dos manos me abrió la vagina, me lamió los labios y mi clítoris. “¡Estoy loco por ti! ¡Ya han pasado muchos días sin tenerte!” me decía. Con su lengua trataba de entrar a mi cavidad, la sacaba, se relamía y volvía a dejarla escudriñar dentro de mi vagina. ¡Me tenía en un estado de máxima excitación, yo la gozaba pero sabía que yo iba a resistir por poco tiempo, pero no importaba!

“¿Te gusta mi vagina todavía? O ¿estas buscando restos de mi marido?” Le pregunté.

“¡Qué bonito le fue a Horacio, tienes esta entradita muy buena, apretadita y jugosa! Creo que todavía tiene restos de él, aún me sabe a Horacio.” Me dijo burlonamente, pero me apenó un poco, me sentí sucia, pero el seguía metiéndome la lengua y me dijo que le excitaba pensar de que los líquidos dentro de mí vagina eran restos de Horacio, pero no fue así, eran secreciones mías.

Me volteó boca abajo

” ¿Me das permiso?” Y me abrió las nalgas y me metió su cara entre ellas, lamiéndome mi ano que me lo llenó de saliva que después la sentí escurrirse hasta mi vagina, ¡la sentía ahí! Ya la desesperación me crecía por sentir su pene que me entrara. A ratos me volteaba, yo me le montaba, él me volvía a recostar hasta que me levantó las dos piernas, observó mi vagina, pero le tomé su pene y se lo lamí, dejándolo lo más lubricado posible y listo.

Lo dirigió a mi hoyito e inició clavármelo.

“Querida esto es lo que deseaba desde hace días. ¡No puedo olvidar estas piernas ni tu gatita caliente!” En ese momento, yo sufría de miedo por la inseguridad de que si aún lo iba yo a aceptar dentro de mi organismo. Las veces anteriores yo había estado muy excitada y no razonaba. Despacito continuó. Varias veces se detuvo, me observaba, a veces hasta me acariciaba mis pechos, y continuaba. Su pene seguía su camino, me entraba con poca resistencia, yo aún lo sentía con morbosidad, y seguía. Por la lentitud se me hizo como que era más largo de lo que lo había visto, es enorme, pero aún yo no lo sentía bien adentro, recuerdo que cuando yo sentía que me llegaba hasta mi límite yo le pedía se detuviera, no, ahora aún no era el caso.

“¡Síguele, cariño, necesito más! Yo te aviso.” Y ya buscaba me lo metiera algo más.

“¡OTRO POCO MÁS, MI CIELITO. LO NECESITO MÁS! ¡Hace mucho que no te tengo! ¡Ven, un poquito más!” le decía.

“Vamos bien, aún no te lo he dejado ir todo, poco a poco seguiré y te va a gustar.” Me dijo y siguió bastante más, como antes, paraba, lo dejaba salir un poquito y reiniciaba la inserción.

Repentinamente lo sacó todo e inició metérmelo de nuevo, pero esta vez sin miramientos ni cuidado, me lo metió toditito, lo sentí en el fondo.

“¡Ah, que buenos tiempos! ¡Qué rico! ¡Síguele, cariño! ¡Dame duro, como antes!” Y él seguía hasta caer rendido y yo ya sentí las palpitaciones de su eyaculación. Su pene me quedó acurrucado por algún tiempo dentro de mí, cuando salió, algo de su semen venía acompañándolo. Lo descubrí y se lo limpié con mi lengua.

“¿Te gusta mi semen?” me preguntó.

“Sí, Cielito, claro, me encanta. Claro que prefiero que quede adentro, como tú ya sabes, pero si se sale, mejor me lo como. ¡Lo amo! lo quiero adentro de mí.”

“¿Recuerdas aquel día en que se te salió mi semen solo al día siguiente, cuando desayunábamos?”

“¡Nunca se me va a olvidar! Esa ocasión sí sentí como que me habías embarazado y aún no estaba muy claro lo de la aceptación de Horacio.”

Quedamos recostados, recuperándonos del ejercicio. Estando aún sin limpiarme el semen escurrido, Greg me puso boca arriba, me abrió las piernas y me observó la vagina.

“¿Cariño, crees que aún me va a salir más? Sí es posible, tú me depositas siempre una cantidad muy grande, pero es lo que me gusta. Ya saldrá poco a poco, como aquella vez memorable.”

“Me gusta mucho verte contenta, embarrada de semen, pero lo que deseaba ver era cómo te queda tu pussy después de haber recibido una cosa grande.”

“Me queda bien, sin molestias y no siento diferente si solo hubiera sido el pene de Horacio. Al sacarlo mi vagina se cierra a su estado normal, se cierra a la vez. Cuando te tengo adentro, mi piel se adhiere a la tuya, sales y ella se cierra. Queda lista para otra acción inmediata.” Le expliqué.

“¿Es por eso que siempre estas con ganas? ¿Terminas con uno e inmediatamente te dejas con el otro, como lo hicimos con Horacio?” Sé que es así, aunque no recuerdo de haberlo hecho seguidito uno de otro, lo que sí recuerdo es haberlo hecho con los dos a la vez, los dos dentro de mí.

“¿Recuerdas que nos tuviste a los dos metidos dentro de ti, a la vez?”

“¡Sí! Ese día abusaron de mí, ni pidieron autorización mía, lo recuerdo muy bien.”

“Y, dime sinceramente, ¿ese día, te gustó? ¿Sentiste placer? Me preguntó.

“¡Claro que me gustó! ¡Más porque los tuve a mis dos seres queridos dentro de mí, cerca de mi corazón!” Le respondí.

“Me tuviste dentro de ti, metido en tu ano, ¿no te lastimó? ¡Tuve mucho miedo!”  me dijo

“¡No, pierde cuidado, los sentí muy bonito, los tuve a los dos dentro de mí, y lo volveré a probar de nuevo!”

“¿Sabes que tu ano se quedó muy abierto ya después de que te saqué mi pene?” me preguntó.

“¡Eso es normal, no es como la vagina, que se cierra, el ano se va cerrando poco a poco, tarda unos minutos, pero una lo siente muy bonito, ahí sí que se siente una como cogida, toda patizamba, apaleada. Al enderezarse o tratar de caminar se bambolea una como borrachita. Y el olor de una es del semen.

¡Bien cogida!”

Nos quedamos dormidos, despertamos para la cena de ellos, el dinner.

“¿Por qué me hiciste tantas preguntas antes? ¿Quieres saber más? No sé qué más falta. ¿Es porque vas a querer probar nuevamente por detrás? Dime lo que desees, si lo vas a querer me dices.” Le dije en la cena.

“Vamos a estar juntos varios días, no sé qué se nos pueda ocurrir, pero me alegra me hayas aclarado las dudas que tenía sobre esa ocasión.”

“¿Te has puesto a pensar si tú te dejarías te metieran un pene por el ano?” Le pregunté solo con el afán de provocarlo. Me vino a la mente esa incógnita pensando en que si hubiera sido necesario el rayo ruso, ¿habríamos tenido dificultades con él?

“Leí en un libro, que me ha hecho pensar, en que un maestro escultor y su ayudante trabajaban en una obra y no podían regresar a su pueblo, les quedaba a varios días de distancia, la ida y el regreso les habría costado muchos días de atraso, así que por necesidad terminaron fornicándose uno al otro, sintieron que sus dioses los disculparon y tuvieron más inspiración.”

“¿Eso quiere decir, con claridad, que sí? Le enfaticé preguntándole.

“Solamente si fuera tuyo o el de Horacio.” Contestó tajante.

“¿Te gustaría cogerme por detrás, hoy en la noche?” le pregunté.

Pareció como que yo fuera la que se lo metía, su reacción fue muy emotiva, brincó de gusto y propuso ya nos fuéramos.

“¡Espérate, vamos a terminar de cenar y de los tragos! ¡Te prometo no huir!” Le dije

“¡Es lo más hermoso que me hayas dicho! ¡Siempre te he tenido ganas de cogerte por detrás, por tu gusto, solo si tú me lo estas pidiendo. ¡Nunca lo imaginé!” Él ya estaba hablando en voz muy alta, el restorán estaba lleno y escuchaban. Lo calmé, terminamos y le pedí me dejara llegar a la habitación primero. Con la intención para preparar mi higiene.

“¡Dame 15 minutos y llegas!” le dije

“Solo esperaré si tú no te cambias de vestido, te deseo con ese mismo que ahora traes.”

“¡Hecho!”

Al comedor regresamos para completar nuestra cena, yo bajé completamente patizamba. Mi culito requería lo apretara constantemente, pero lo sentía como flácido, mis piernas se me abrían involuntariamente. Éste condenado sí que me dio, como dicen, bien y bonito. Me siento rara, muy contenta y orgullosa. A lo mejor alguna persona se da cuenta y hasta se hará la pregunta de cómo me dieron pa-dentro. ¡Esta vez sí que me dieron pa-dentro bien y bonito! Pensarán y tendrán razón.

Al día siguiente no podíamos salir a la playa, la lluvia seguía muy fuerte y la pequeña alberca del hotel, además de estar abarrotada, no nos atraía. Yo necesitaba hacer ejercicio para ayudarle a mis músculos del esfínter, recuperaran su estado normal. El gimnasio estaba ocupado.

No quedaba otra más que subir a nuestra habitación y en ella, él tendría que hacerme ejercicios para ayudarme.

Entramos a la habitación, nos recostamos. Greg me abrió de piernas y empezó a juguetearme el ano.

“Yo te lo veo totalmente normal, nada abierto.” Me sobó con sus dedos a su vez que iniciaba introducírmelos. Sentí alivio y le pedí que probara metiéndomelos más.

El tramposo, en vez de meterme solo sus dedos, me fue metiendo su enormidad nuevamente. En ese momento no lo sentía tan grande, me entró mucho más fácil que antes, y esta vez, creo, que hasta lo dejé entrar más adentro. Me bombeaba con fuerza, tanto que me hizo llegar a un primer orgasmo rápidamente. Seguía, y tuve otro orgasmo también muy intenso. Se salió y aproveché para metérmelo por delante. Fue una sensación relajante. Qué bueno que me hizo el cambio, ahora hasta los músculos de mi ano se relajaron.

Pasamos un día precioso. Yo cogida por detrás, medio adolorida, y además, como un rico postre, por delante también, con mucha cremita.

“¿Cómo te gustó más?” me preguntó.

“Por atrás fue una magnífica cogida, inigualable, pero ¡por delante fue amor, inolvidable!”

“Lo mismo me pasa a mí. No olvidaremos estos días, cada momento ha sido diferente.” Dijo Greg.

Yacíamos en la cama, afuera no había mucho que hacer. Estábamos desnudos y él se entretenía en acariciarme mis senos, mis areolas, y me succionaba mis pezones. Me lamia, me besaba y a ratos se le pasaba la mano y me daba ligeros mordiscos. Todo lo estaba yo sintiendo muy agradable. Se lo permitía y hasta me le ofrecía cada vez más.

Le acariciaba su hermoso pene, lo media e imaginaba todo eso que se me metía. Le estaba dando un nuevo placer, le tomaba sus huevos en mi boca, una y otra vez. Su pene se mantenía totalmente de pie. Le abrí sus piernas, “¡Qué lindas nalgas, parecen de un bebé, blanquitas, lisas!” “¿Ya se la habrán metido por ahí, a él?” No se lo pregunté, pero quedó en mi mente. Lo dudo, es muy quisquilloso para eso. De todas maneras mis dedos se mantenían sobándole ese rico huequito y él no protestaba, solamente me apretaba su abrazo, me acariseaba la nuca y me besaba.
En la terraza del hotel en el que nos hospedábamos caía el agua de la luvia en una parte, pero estaban cuatro perezosas pegadas a la pared, en ellas caía menos. Decidimos sentarnos ahí y ver caer la lluvia, el mar no se alcanzaba a distinguir, pero daba la oportunidad para meditar.

En eso estábamos cuando llegó una pareja, él de unos 45 o 50 años y ella una jovencita bastante bonita y muy bien formada, medio alta.

“Ya vienen a estar aquí, si quieres nos vamos.” Le dije a Greg.

“No, quedémonos, vamos a ver que nos proporcionan de diversión.”

Ellos nos pidieron permiso de acompañarnos y se presentaron, lo mismo hicimos nosotros, y con el tiempo Greg, que es experto en eso, inició una plática con él, que resultó que era reportero deportivo de la TV, Alfredo. Iniciaron una plática bastante agitada, los dos conocen muy bien de eso, así que él estaba en su mero mundo, mientras tanto ella hacía plática conmigo, lo de siempre:

“¿Son pareja?” Preguntó

“Sí, sí somos pareja de amantes desde hace muchos años.”

“¡Qué hermoso! Yo, con él llevamos poco, tenemos que estarnos ocultando, él es muy conocido y solo aquí estamos en paz.”

Ya con ese ¡Qué hermoso! Me dí cuenta de que ella no era mexicana.

“¿Eres colombiana?”

“¿Se me nota mucho?” preguntó.

“No, pero ese ‘hermoso’ es de ustedes,” Le dije

“¡Mira, sí soy colombiana, pero tengo un empleo en la tele, y salgo a hacer reportajes y aparezco en la tele, así que debemos ocultarnos. Él, en sus enredos matrimoniales, yo, libre pero ocultándome, esperando no me reconozcan cuando salgo con él. ¿Y tú?”

“Yo, digamos libre. Casada y feliz con los dos, él es mi amante desde hace muchos años y con mi marido nos amamos. Es medio complicada la relación, pero los tres somos felices y no nos ocultamos nada.”

“¿Vienen con frecuencia a este lugar?”

“No, siempre a lugares diferentes e interesantes.” Le dije

Llegó una familia y se acercaron a saludarnos, reconocieron a nuestro nuevo amigo y nos invitaron al bar.

“¡Gracias, pero somos muchos, nosotros tres acabamos de conocer al señor!” Les dijo Greg

“No importa, vengan todos. ¿Son sus amigos?” Le preguntaron a Alfredo, el reportero. Yo me adelanté y le contesté

“Nosotros lo acabamos de conocer, yo vengo con mis cuñados, así que de arrimada.” Con eso creo les quité de la mente esa suspicacia que ya se habían formado.

Fuimos al bar, estuvimos un tiempo y ellos, afortunadamente, tenían otro plan y tuvieron que retirarse.

“¡Vamos a otro hotel, a ver que descubrimos!” Propuso Greg y salimos en un taxi que nos llevó a un restorán muy conocido, de pura música moderna y muchachada.

Creí que Greg iba a estar incómodo, pero le gustó. A veces bailaba con la chica colombiana, que lo movía a su gusto, otras conmigo, cuando Alfredo me daba libertad. Todos estábamos divertidos.

Ella vestía unos calzoncitos pequeñitos, con dos telas colgando, una por delante y la otra por detrás, eso era su falda. El pecho, sin brasier, cubierto por tiras de tela que colgaban de su cuello. Yo vestía una especie de payasito, de una pieza, se metía hasta por debajo de mí entrepierna y el pecho cubierto por una especie de chalequito-brasier, unido al short que estaba abierto a los lados. La cintura de ese short me quedaba en la cadera, solo una tira elástica que me sostenía un trapito triangular al frente y otro por detrás, No me gustaba, pero Greg me lo compró.

Nuestra vestimenta sí lució.

“¡Qué bonito baila la colombiana! ¿Verdad mi amor?” le dije a Greg.

“¡Sí, y tú también! ¡Excitas mucho a Alfredo!” Me dijo, aunque cometió un error, la próxima tanda de baile le dí oportunidad a Alfredo de que me manoseara un poquito, pero éste me metió la mano en la cintura, por la espalda y descaradamente me sobaba mi nalga.

Greg se dio cuenta y le propuse nos fuéramos del lugar.

“¿De veras? ¿Te quieres ir, o prefieres saber en qué va a terminar esto? ¿No te dan ganas de investigarlo? Me dijo Greg.

“Investigarlo, yo me imagino que vamos a terminar los cuatro acostándonos. No sé si tú estuvieras de acuerdo.” Le dije

“No me preguntes a mí, ¿tú estás de acuerdo? ¿Te gustaría? Me preguntó.

“Se me hace que tú le tienes ganas a esa colombiana. Sí, está muy bonita. Si yo fuera tú, me la echaría.” Le dije

“¿De veras?, ¿me la echaría? y ¿con tu permiso, no te molesta? Me preguntó

“¡Ándale, que yo me echaría al compañero, Alfredo, parece bueno!” le dije

“Sí, ya te ví, desde hace rato se están dando buenos llegues los dos, él no te quita la mano de tus nalgas, y tú le estas midiendo constantemente su pene, por encimita.” Nos reímos y nos dimos libertad.

Decidimos unánimemente, irnos de regreso al hotel.

En la habitación nuestra entramos la colombiana y yo, abrazándonos.

“¡Gracias!” dijo

“¿Vas a estar con él? ¡Te va a encantar, te lo aseguro!” le dije y le quité esas telas, sin ellas bajó el calzón y solo el brasier quedaba. Buenos pechos, un poco colgados, pero era por el tamaño, aunque las tetillas se le notaban bien paraditas.

Greg, como siempre, el conquistador, se quedó atrás en espera. Ella le retiró su camiseta y a la hora de que iba a retirarle los calzoncillos me puse a observarla y disfrutar de la expresión que iba a hacer al descubrir la hermosura del pene de Greg.

“¡OH, NO! ¡ESTO ES UNA MARAVILLA!” Se arrodilló y se abalanzó al hermoso pene que es mío y solo se lo presto para presumirle.

El Alfredo había sido más rápido, me desnudó. Después de sus palabras bonitas, me besó e inició acariciando mis pechos. Actuaba como que tuviera mucha prisa, pero yo ya sabía cómo calmarlo. Lo recosté y me apoderé de su pija. Se la acariciaba y a cada rato que yo sentía que se venía, lo frenaba y volvía a empezar. Así lo tuve bastante tiempo. Al final, dejé me la metiera, pero antes lo dejé me acariciara mi vagina, me la chupara, me mordiera mis labios y chupara mi clítoris, que me hiciera todo, todo lo que quiso en mí cosita. Estaba ya desesperado, me montó subiéndome las piernas a sus hombros. Se lo permití y le ayudé un poco. Abría mis piernas lo más que podía y lo dejé entrar. Su venida fue pronto, pero yo no lo dejé se me saliera, lo jalaba, le bombeaba por bastante tiempo hasta que estuvo de nuevo bien paradito y logré se viniera de nuevo. Ya no podía más, y él quedó bien vaciado. Nos quedamos recostados, yo le acariseaba su pecho peludo y él me jugueteaba mis nalgas y me chupaba mis pezones. Seguro que le gustaron y estaba gozándolos.

Greg y la colombiana seguían en la búsqueda de cómo metérsela.

“¡Abre bien tus piernitas!” Le dije y le empecé a lamer su entradita, que sí se le veía bastante estrecha, pero eso no significaba nada. ¡Claro que le iba a entrar! Le tomé su pene a Greg y se lo llené de saliva, para lubricárselo.

“¡Greg, arrímate, déjalo en su entradita! Ahora sí, ya véselo metiendo como a mí, al principio, lentamente. Ni lo va a sentir.”

“¿Estas bien, no te lastima?” le pregunté.

“¡AUCH! No, todavía no. Puede metérmelo más hasta que yo le diga.”

Ya se lo había metido bastante y ella aún no sentía molestia, pero Greg se la sacó, estaba llena de babas de secreción de ella, ya bien lubricada e inició, de nuevo la penetración que llegó hasta muy adentro y sin molestias, o por lo menos ella no se quejaba, la quería muy adentro.

“¡Ay, que rico! No me imaginé esto ¡Métemela un poquito más! ¿Se puede?” Gritaba. Ya el pene había entrado más de la mitad, esta chica ha de tener mucho espacio adentro, pero solo tenía la mitad adentro, pensé, le tiene que caber algo más. ¿Así serán todas las colombianas?

Ella misma, abrazándolo con sus piernas, lo jalaba a que le entrara más. Con el pene adentro, se empujó con una pierna y volteó a Greg para que quedara él boca arriba y ella montándolo para buscar una penetración mayor, ya casi tenía la mayor parte adentro, hasta que sí avisó al sentir molestias.

“¡Hasta ahí! ¡YAAA! ¿Cuánto me entró?” Preguntó y se puso a cabalgar buscando que le entrara más y más, hasta que le vino un orgasmo. Se quedó por un rato con el pene de Greg adentro, muy sofocada y resoplando, pero dijo

“¡Hasta que yo logre que éste se venga!” Y continuó cabalgando, Greg explotó casi al rato, ya ella se dejó caer a un lado, rendida.

“¡Qué buen palo! ¡Quedará en mi historia! ¿Cuánto habrá sido?” Dijo ella.

El Alfredo se le acercó, la acarició y luego la limpió con Kleenex y le besó su vaginita. “¡Pobre de ti, te lastimaron muy fuerte! Pero tú no te opusiste, ni protestaste. El palo de éste sí que esta largo, pero te cupo casi todo.”

“¿Qué iba yo a protestar? ¡Si todo fue hermoso!” Contestó la colombiana. “Yo quería saber cuánto me cabría.”

“¿Y a ti, cómo te trataron?” preguntó

“¡Pues, por falta de ese pene que te gustó, a mí me complacieron muy hermoso, con muchas ganas de repetir! ¡Ella es una mujer que sabe mucho y me llevó por un placer hermoso!” dijo el Alfredo.

Abracé a Alfredo y él también me pasó sus brazos por detrás de mi espalda, hasta mis nalgas.

” ¿Te gustó, mi cielo?” Le pregunté.

“Me has dado algo que no podré olvidar. ¡Estas muy buena y coges rico!” Me contestó.

“¡Me vas a tener que enseñar, yo también quiero lograr que Alfredo se enloquezca conmigo. Él coge rico, pero lo que acabo de ver que le hiciste, es mucho mejor!” dijo la colombiana.

“¡Pero tú acabas de gozar algo único, no creo que lo puedas volver a encontrar en tu vida!” Le dije

“¡No creo, fue único! Esa verga ¡tan rica y tan grande! ¡Está Hermosa!” dijo.

Greg se me acercó y nos abrazamos. Nos medió vestimos y salimos de la habitación.

Bajamos al ‘dinner’, la tormenta seguía, así que ni salir era recomendable. Hicimos sobremesa y Alfredo y la colombiana se nos acercaron a platicar, hicieron un relato pormenorizado, de las acciones de ayer. Creo que hasta hubo personas que se nos acercaron para escuchar, puro adulto.

Fue un placer haberlos oído, a los dos, cómo se expresaron de lo que les dimos.

En la mañana parecía que ya no llovía, solo una bruma ocultaba al sol. Salimos a caminar, se sentía un bochorno muy fuerte y Greg inventó meternos al mar, íbamos vestidos, yo solamente con mi conjunto de playa, de una pieza, y pantaletas. Él, con una camiseta y shorts. El agua estaba muy fría, pero gozábamos estar juntos, jugueteando.

Él se quitó la camiseta y seguimos hacia adelante, el mar, en esa zona, es muy poco profundo. Íbamos lejos y él propuso me despojara de mi vestido. Jugueteando, me lo desvistió, yo quedé solamente con mis pantis, muy pequeñas esta vez. Jugueteábamos y en eso Greg perdió mi vestido.

“¡Es en serio, se me zafó y no aparece!” Me gritaba.

Bueno, tendré que salir así, a ver cómo le hago, tampoco la camiseta de él, aparece. ¿Qué será peor, que él salga en cueros y me preste su shorts, o yo, en calzones, enseñando las chichis? Salimos de la playa corriendo, pasamos por el lobby del hotel y seguimos hasta nuestra habitación. En el camino nos topamos con Alfredo y la colombiana, ya llevaban sus maletas, iban de salida.

“¿Qué les pasó? ¡Córranle hasta su habitación!” Nos animaba la chica colombiana. Yo, enseñando mis pechos, con solo calzones pequeñitos, muy apetitosa, sobre todo para Alfredo, yo solo trataba de cubrirme con una mano, no sé qué cosa.

Noté que se voltearon a ver entre ellos, nos acompañaron hasta nuestra habitación y antes de entrar, Greg los invitó. Acarreaban sus maletas. Greg trajo una toalla para mí, pero Alfredo se ofreció secarme, lo mismo hizo Carolina, la colombiana, con Greg. Lo secó, se hincó frente a él y se metió su pene en la boca. Lo acariciaba.

“¡Mi adoración, te amo, mi bebito! ¡No podré olvidarte, estas rico!”

“¡Ven, que creo ya tienen prisa por irse!” Le dijo Greg a Carolina.

La recostó en la cama y después de chuparle su vagina, inició meterle su deliciosa pija. Lentamente, como siempre. Muy adentro, cómo a ella le gusta y aguanta, así que le metió ese bebito que ella deseaba, muy, pero muy adentro, sin que ella chistara. Ella solo se movía de lado a lado, para hacerle más espacio.

“¡MMmmMMMmm, MAAASS. UN POQUITO MÁS, VEN APRIÉTATE CONTRA MÍ! ¡FFFUUUEEEERRRRTTEEEEEeeeeee!” Y se rindió. Fue hermoso haberla visto.

Se quedó quietecita un rato, con el pene de Greg adentro. Callada. Bajó sus manos y abrazó con ellas el tramo del pene de Greg, que aún no le había podido entrar. Así quedó un rato, luego le sobó por encima y lo dejó salir. Se inclinó y se lo chupó, saboreando sus secreciones y sus huevos.

Mientras tanto Alfredo me complacía. Bien durita, muchas posiciones fueron necesarias y deseadas, y tardó lo más bonito, se vino después de mucho tiempo. Por mi mente cochambrosa pasó el que él a mí me estaba tomando como el postre, ya con Carolina habría tenido su primer banquete. No le hacía, estuvo mejor, estuvo delicioso. También ella estuvo muy emocionada y sintió muy hermoso, probablemente también su postre.

Ellos habían rentado coche, yo tenía que esperar mejorara el tiempo y después volar, primero a la frontera americana, de ahí al lado mexicano y después tomar rumbo hasta México, con una escala, iba a buscar cuál me quedaba en la ruta.

Greg aceptó que yo lo llevara hasta Brownsville y de ahí él volaría a Dallas, creo que con una escala. Pero hasta mañana, nos quedaba tiempo para recuperarnos de la vergüenza de haber pasado desnudos, por el Lobby del hotel.

Nos despedimos de nuestros amigos, “¡Tienes mucha suerte!” Alcanzó a decirme ella y me besó.

“¿ESTUVO SABROSO LA DEL ESTRIBO?” Les dije como despedida.

“¡Eres HERMOSA! Me contestó Carolina.

Después le aclaré a Greg el significado de mi grito referente al del Estribo. Rio mucho y se lo grabó.

El tiempo mejoró ligeramente, llevé a Greg a Brownsville, su avión salia un día después, y el clima aún estaba muy inestable, así que nos quedamos en un hotel por una noche más, él. Conmigo era incierto, dependía del clima, además que ya iba yo a regresar completamente sola y dependía del clima en la ruta de casi de tres y media horas, hasta mi destino en la pequeña pista, no planeaba hacer escalas, la gasolina me alcanzaría bien. Todo mi plan supervisado y coordinado, por el celular, claro, con Horacio.

Nos instalamos en el hotel, salimos a comer, ya era tarde, fuimos a un restorán de puros mariscos, que nos recomendaron. Pedimos cocteles de camarón. Exquisitos, fabulosos, enormes. Regresamos al hotel, al bar. Él pidió dos “Dirty Martinis”.

“Te van a gustar, se sienten suaves, y lo mejor son las olivas que lleva.” Me dijo,

“¿Pero por qué crees que me van a gustar, solo porque contienen olivas?” Le pregunté, pero no me respondió.

Estábamos en el bar, casi vacío. Nos besábamos y él me sobaba mi pierna. Cada vez subía más su mano, yo ya la estaba sintiendo hasta mis pantis. Sentí una sensación cómo que me escarbaba debajo de ellos, algo dentro de mi vagina.

“¿Estas bien? ¿Sientes agradable retener esas olivas dentro de tu vagina?” Me preguntó.

“¡¡¿Qué cosa!!?, ¡¡¿qué me has metido!!? Sorprendida le pregunté.

“Unas olivas, en la cama te las sacaré con mi lengua. ¿quieres?” me dijo.

“Condenado, no me dí cuenta de qué era lo que me introducías.” Le dije

“No te preocupes, en la habitación te las saco con mis besos, por ahora siéntelas bonito.”

“¿Cuántas son? No me dejaste saber.”

“¡No sé, no me fijé, sabremos ahora que las pesque del interior de tu vulva, con mi lengua. ¿Te parece?” De mi vulva, dijo. Como quién dice ya se metieron más adentro de mi vagina.

El bárbaro me mete olivas en mi cosita y no sabe cuántas. ¿Qué tal si se me queda una olvidada dentro de mí? Para mí es un placer que ellos dispongan de mí, de mi cuerpo. Pero por amor, o cortesía, cuando van muy lejos, por lo menos que me informen, si no es que me pidan autorización.

Hace un tiempo, con un señor canadiense, Paul, que después fue el jefe de Horacio, jugamos Gloria y yo con él a pasarnos olivas, pero no nos las metíamos, solamente las dejábamos en los pantis, apretaditas con nuestros labios de las vaginas.

Me doy cuenta de que a los hombres les gusta mucho juguetearnos, se comportan como niños, y encuentran las olivas, o canicas, como juguete, les causa mucho placer.

Terminamos la comida, yo muy nerviosa tratando de identificar las olivas dentro de mí. Me movía para un lado y luego para el otro. Caminamos, yo apretaba mis piernas. Sí sentía algo hasta agradable, pero no las olivas, o a lo mejor eran ellas que al moverme golpeaban, o se rozaban entre sí. Lo que fuera, éste me ha provocado que entre en desesperación. Volverá a tener ventaja, me las tratará de sacar con sus dedos, o, será verdad que con su lengua lo logrará, ¿Y si se me queda una adentro? ¿Su lengua la olvidará?

Entramos a la habitación, aventé los zapatos y ya él se dispuso a quitarme la ropa, los pantis primero. Me recosté en la orilla de la cama, boca arriba y él, como hombre sabio inició su investigación.

“¿Puedes apretar tantito tu vagina, tratando de expulsar las olivas?” Me pidió.

“¡Ah, entonces no sabes cómo extraérmelas!” le dije

“No te preocupes, solitas saldrán.” Después de meterme sus dedos, y no lograr sacarlas, puso sus labios sobre los de mi vagina y me dijo que tratara de expulsarlos, a la vez que él succionaba.

“¡No salieron!” Pero, al enderezarme aparecieron dos olivas, que salieron sin ayuda. Sus intentos succionándome con sus labios, los sentía deliciosos, pero las olivas habían estado todo el tiempo en mis pantis.

Nos alegramos y descansamos del susto, pero a lo mejor faltaban otras. Con cariño, y no sé la razón, él me levantó las piernas hasta mi cabeza, me mantuvo así y él pensaba.

“Recuerdo que mi Martini solo traía dos olivas y no tomé de las tuyas, así que ya no faltan de salir ninguna más.” Dijo, pero mis piernas estaban detenidas hasta mi cabeza, mis rodillas me llegaban a mis orejas y ya me lastimaban. En esa posición me mantuvo, se bajó el short y sacó su precioso pene. Me lo metió, me entró muy suave y muy bien, muy adentro, no sé si más que otras veces, pero yo lo sentí mucho muy rico.

“¿Puedes sacármelo y metérmelo un poquito más fuerte? A lo mejor sale otra oliva, dile a nuestro bebito que cheque si no encuentra otra oliva más ahí adentro de mí.” Le dije.

Estuvimos dándonos una cogida tremenda, muy rica. Él sobre de mí todo el tiempo, ya mis piernas estaban abajo, apretándole ese pene tan rico, que a cada rato amagaba con que se venía, pero yo no lo dejaba, iba a ser nuestra última cogida y no la podría dejar ir sin que fuera a ser inolvidable.

Nos abrazábamos en la cama, yo sentía que él aún seguía algo preocupado.

“¡Querido, cierra los ojos y abre la boca!” En ese momento yo ya había encontrado las otras dos olivas, las que faltaban y él no estaba seguro de haberlas metido. Me las metí en la boca y con un beso se las pasé a la de él.

“¡OH, YA LAS TENIAS ESCONDIDAS! ¡Que linda eres, y tienen mejor sabor! Dijo con mucha alegría, ya en voz alta.

“¡No, acaban de aparecer, así que están frescas y me supieron a ti!” Le dije.

Teníamos el resto de la tarde libre, cenamos ligero y bebimos unas cervezas, el ambiente estaba muy bochornoso, y muy cálido.

“¡Susto el que nos llevamos con lo de la extracción de las olivas!” Dijo Greg. “Desde joven he tenido curiosidad por saber qué les pasa a las mujeres, si se les mete algo ahí y no se lo pueden sacar.”

“¡Tonto, no nos pasa algo, solo si no lo extraemos, prueba de ello son los tampones! Pero hay unas bolitas que se las mete una, creo tienen algo que las hacen vibrar, pero se las puede uno sacar. Sabía yo de ellas, les llaman las “bolitas japonesas”, son unas que están amarradas una con otra y se las mete una, una por una, cuantas te guste, van siendo de diferente tamaño y las deja una ahí adentro todo el tiempo que gustes. Nunca las he probado.” Le dí razón.

“¿Las consigues en México?” preguntó.

“Creo que en cualquier Sex Shop. Si quieres vamos a buscar una y vemos, así ya no tendrás que meterme olivas.” Y nos reímos. Tomamos un taxi y le pedimos nos llevara a alguna Sex Shop.

Ben Wa Balls, es lo que buscábamos, las localizamos inmediatamente. Compramos un jueguito de ellas, muy ingeniosas y atractivas, ya se podía hacer que vibraran con control remoto.

“¿Adónde vamos, para que te las insertes?” me preguntó el desesperado de Greg.

“Espera, vamos al hotel, y en el cuarto me los metes tú mismo.” Pero pasamos frente a una tienda muy grande de ropa femenina.

“¡Ándale, vamos y en un probador te lo metes y me enseñas!” Quería el desesperado.

Entramos en la tienda, escogimos varios vestidos y Greg pidió nos dieran un probador en el que él pudiera estar dentro, dando su opinión. El lugar es muy elegante y sí nos asignaron un cubículo bastante discreto. Pues, ¡a probar las dichosas bolas, se ha dicho!

Sin mucha ceremonia, me inserté las bolas, él me las echo a andar y sentí mucho placer al percibir las vibraciones.

“¡Siente que ricura! ¡Siéntelo bien!” Yo le decía pero solamente se dio cuenta con los dedos. “¿Qué tal sería si lo sintieras en tu lengua, cuando me la metas? ¿O con tu hermosura? ¿Aguantarías las vibraciones?”

Estábamos dentro de un probador, en cualquier momento alguien podría descubrirnos, solamente con ese pendiente logré que se abstuviera de dar otro paso tratando de meterme su pene ahí mismo, en ese pequeño espacio. Salimos de la tienda, yo me llevé ese vestido que me gustó, sin probármelo.

Tomamos un taxi para dirigirnos al hotel. Todo el camino, él me presionaba mi vientre y mi pubis, sobre el vestido, tratando de percibir las vibraciones de las bolas, que yo llevaba activadas. Yo sí las sentía, las sentía hasta mi coxis, mi ano y algo adentro hasta mi columna. Una sensación muy agradable, desconocida, creo que suficiente para provocarme un orgasmo.

El resto de la tarde lo disfrutamos jugando con las bolas, las metíamos, las volvíamos a sacar, con su pene dentro de mí, hasta el punto en que me lastimaba, las sacábamos, me las dejó metidas en el ano hasta quedarnos dormidos y, seguramente, las baterías se agotaron.

Lo acompañé al aeropuerto, pero antes de salir del hotel me pidió:

“¡LA DEL ESTRIBO!” En perfecto español.

Me pidió que me pusiera en cuatro patas, de perrito, y así me dio la cogida de despedida. Maravillosa.

¡Inolvidable! (Sin el uso de las bolas).

Yo saldré hasta mañana, ya miércoles, a ver si mejora el tiempo en ruta.

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