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Una esclava (2da parte)

Su propio padre fue quien tuvo que ir a buscarla a la mañana siguiente. Se la encontró tirada en la cama, desnuda y con claros indicios de haber sido follada recientemente.
Su coño, por ejemplo, aún rezumaba semen por la intensa corrida que había sufrido.
— No puedes tocarme. No sin su permiso.
Marta no hizo ni el esfuerzo de incorporarse ante la presencia de su padre.
— Te he traído ropa. Dúchate para que podamos salir lo antes posible de aquí.
— Pero sí que tienes permiso para correrte encima de mí. — Soltó como si nada su hija.
Sí, Carlos le había indicado que su padre tenía permiso para correrse encima de ella, pero nada más.
— Hija, por favor…
— Hay que obedecer al amo.
Tímidamente abrió un poco las piernas, invitándole a que se tirará encima de él. Porque Marta no quería que su padre se corriese encima de ella. Deseaba que se la follará como una bestia. Deseaba que la hiciera suya.
No pudiendo aguantar más, su padre se sacó la polla. Estaba duro como una roca.
Por un momento Marta pensó que se iba a lanzar encima de ella, pero este solo comenzó a pajearse con fuerza, derramando todo su semen encima del cuerpo de su hija, incluida su cara.
— Duchate.
— No tengo permiso para hacerlo.
Abrió la bolsa que su padre había traído con él y sacó el vestido que había dentro y se calzó con los tacones. No se puso nada más.
— Espérame en el coche, tengo que ir a pagar la habitación
— No tienes porqué hacer eso.
— Soy suya, papá. — Aseguró su hija mientras salía camino de la recepción.
Allí le estaba esperando el viejo.
Marta comenzó el juego levantándose la falda del vestido en plena calle.
Había descubierto que le gustaba mostrarse de esta manera tan guarra.
— Desnúdate.
— No te pases.
— Seguro que tu amo te ha dejado claro que debes complacerme en todos mis caprichos.
— No, en todos no.
Pero quedarse desnuda en plena calle… no era algo que le desagradara. Menuda diferencia con la chica tímida de hacía apenas un mes.
Miró a un lado y al otro del aparcamiento y comenzó a deslizar los tirantes de su vestido y este no tardó en deslizarse por su hermoso cuerpo.
— ¿Satisfecho?
— Arrodíllate.
No sabía cuánto más quería humillarla el viejo. Pero no le quedaba otra más que obedecer. Se colocó de rodillas justo encima de su vestido.
— Solo date prisa.
Pensaba que el viejo solo iba a hacerse una paja y correrse de nuevo encima de ella, pero se equivocó. En su lugar se puso a mear justo encima de la cabeza y la cara de la chica.
La cabeza de Marta explotó por la acumulación de sensaciones. Vergüenza por la humillación que estaba recibiendo, indignación y furia por cómo estaba siendo tratada y sí, excitación. Una excitación vulgar y sucia que iba dominando su cuerpo y su mente cada vez más.
Cuando el viejo acabó de hacer sus cosas, Marta apenas pudo restregarse la mano por los ojos para quitarse la orina de los mismos, recoger y ponerse su vestido.
Cuando se metió en el coche su padre no le dijo ni una palabra.
Apestaba a orina, pero debía aguantar porque sabía que su hija se iba a negar a limpiarse.
— Llévame a la mansión.
— No, esto se acaba aquí. No voy a consentir esto ni un minuto más. Nos vamos a casa.
Marta sabía que no, que su futuro ya estaba decidido. Lo supo desde el mismo momento en el que su padre no quiso follársela. Pero tampoco iba a hacer nada para precipitar las cosas.
Su padre condujo de vuelta a su casa, pero cuanto más cerca estaba, menos decidido parecía.
— ¿De verdad quieres ir?
— Le pertenezco.
— ¿Nos volveremos a ver?
— No es decisión mía.
Su padre la llevó hasta la misma puerta del jardín de la mansión.
Marta se quitó el vestido que llevaba puesto pues debía recorrer la distancia que separaba la puerta de entrada hasta la casa desnuda, solo con unas zapatillas.
El camino a través del bosque se hizo eterno a pesar de ir por la calzada. Lo peor es que cada paso que daba era un paso menos para perder completamente su libertad.
Y sin embargo, siguió caminando hasta el final.
Su amo y otros dos caballeros la estaban esperando cuando llegó. Marta se arrodilló sumisamente delante de ellos, colocando sus manos entrecruzadas en la espalda.
— ¿Vienes aquí por tu propia voluntad?
— Sí.
— ¿Te ha dicho mi hijo lo que te espera?
— Humillación, vejaciones, dolor, obediencia… Mi cuerpo y mi mente ya no me pertenecen.
— No creo que entiendas lo que estás diciendo, jovencita.
— Que mi amo puede hacer lo que quiera conmigo.
Hubo un momento de silencio espeso entre los presentes.
— Ahora es tu responsabilidad.
— No te preocupes, Padre. La sacaré a pasear, la daré de comer, la limpiaré y la enseñaré donde debe hacer sus necesidades.
Carlos se acercó a su esclava. En la mano cargaba una botella de plástico de litro y medio.
— Supongo que tendrás sed.
Cuando la abrió, un fuerte olor a orina impregnó su nariz. Eran por supuesto los meados de su amo de todo el día.
— Sí, amo.
Alzó la cabeza y abrió la boca.
Marta sabía que su cuerpo ya no pertenecía. Sabía que sus actos y sus decisiones ya no eran suyas.
Que ahora todo eso le pertenecía a su amo.
El primer trago se le hizo eterno.
El sabor inundó sus papilas gustativas, el líquido le quemaba la garganta y tenía que reprimir como podía las ganas de vomitar.
¿Qué le lleva a una esclava a cumplir con los deseos de su amo? ¿A ir más allá de su límites?
El segundo trago fue tan asqueroso y repugnante como el primero, y aún así, lo hizo. Se lo bebió todo sin dejar escapar ni una gota.
— No eran míos — mencionó su amo comprobando lo que aún quedaba. — Son las meadas de los perros. ¿De verdad pensabas que iba a mear dentro de una botella por ti?
Marta no dijo nada.
— Quítate las zapatillas y ven detrás de mí.
Desnuda, descalza y mirando al suelo, comenzó a caminar detrás de su amo. Más o menos sabía que se dirigían de nuevo al lago, donde todo había comenzado.
Allí había una casa en la orilla.
— Túmbate, por aquí, con las piernas abiertas.
Sacó unas cuerdas y una barra fija y ató sus tobillos a sus muñecas para inmovilizarla. Igualmente sacó un abre coños y se colocó. El último preparativo tuvo que ver con una mordaza dental.
— Siempre he querido hacer algo como esto.
Cogió el cubo lleno de cebo vivo para la pesca y comenzó a derramar los gusanos por el coño y la boca abierta de su esclava.
Por la expresión de esta sabía que se estaba muriendo de asco. Ninguna sumisa anteriormente le había dejado hacer nada tan repugnante antes.
Echó un puñado detrás de otro en sus dos agujeros abiertos hasta asegurarse de que estaban inundados por los insectos.
Luego se los echo en la cara, en el pelo y sobre el cuerpo.
Marta podía sentirlos reptando en su interior de su vagina, moviéndose por su cara, arrastrándose por el interior de su boca.
Marta no supo cuanto tiempo estuvo siendo torturada de está manera. ¿Una hora? ¿Dos? Le resultaba imposible acostumbrarse a estar así de puro asco que le daba todas las sensaciones que inundaban su cuerpo.
En un momento dado de la tarde, casi noche ya, su amo le agarró por el cabello y hundió su cabeza en otro cubo.
— Tu cena.
Estaba lleno de bichos, excrementos tanto humanos como de animales, fruta podrida y vísceras. Ya solo el olor era absolutamente repugnante.
Su amo le quitó la mordaza dental.
— No me mires así. Puedo entregarte para copular a vagabundos y animales. Puedo golpearte hasta la muerte o arrancarte todos los dientes. Y desde luego puedo darme el placer de verte comer lo que me dé la puta gana. Eso es lo que significa ser una esclava sin derechos y no cualquier mierda que tengas en la cabeza.
Estuvo unos minutos respirando ese olor sin poder acostumbrarse a él.
— ¿Verme comer esto le gusta?
— Sí.
No era mentira. Carlos estaba excitado desde la noche pasada, desde el mismo momento en el que Marta se había entregado a él tras explicarle como sería su vida después de hacerlo.
Y lo había hecho con el coño chorreando…
Abrió la boca y comenzó a masticar.
Ignoró el olor, el sabor, incluso el sentido común.
Quería complacer a su amo en cualquier cosa que pudiera.
Vomitó.
Le resultó completamente imposible retener eso en el estómago.
Cruel y absolutamente brutal como era, su amo le obligó a comerse incluso sus propios vómitos.
— Recibirás 10 varazos por esto.
La pegó primero en la espalda, luego en la planta de los pies, en el culo… Su amo fue cambiando las zonas donde la pegaba.
Lo hacía con tanta fuerza que allí donde pegaba la vara la zona quedaba marcada con una marca roja.
Humillación, vejación, dolor, obediencia… Esa era su vida a partir de entonces y su amo se lo estaba dejando muy claro.
Cuando acabó de “cenar” había recibido 50 varazos en total. Le dolía todo el cuerpo.
Ya ni se acordaba de que su coño seguía siendo literalmente un nido de gusanos.
Su amo comenzó a quitarle los amarres tanto de las muñecas como de los tobillos.
Le metió la mano dentro del coño aún abierto y sacó todos los gusanos que seguían dentro de ella.
— Cómetelos.
Completamente sumisa a las órdenes de su amo por más demenciales que están pudieran parecer, Marta bajó la cabeza y comenzó a comer directamente del suelo los insectos que antes inundaban su coño.
— Toma un baño y luego dirígete a la perrera.
— ¿Voy a dormir con los perros?
— Por el momento y hasta que encuentre algo mejor donde meterte, sí. Pero no temas, no tengo pensado aparearte con ellos hoy.
— Gracias, amo.
Marta disfrutó tranquilamente del baño. El olor que emanaba de su cuerpo se fue pronto y el dolor se calmó. Había sido un día durísimo y aún quedaba la noche. No tenía ni la menor idea de cómo se iba a sentir durmiendo en una perrera. Nunca había tenido mascota, y ahora iba a dormir con ellos, incluso la iban a montar…
Su coño se estremeció por ese pensamiento.
— Calma, pequeño, calma… sabes que no tienes permiso para tocarme.

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