Era la hora de la siesta, yo estaba estudiando y me sobresalté cuando tocaron el timbre de mi casa. No esperaba a nadie, pero mi asombro fue mayor cuando por el portero eléctrico escuche la voz de mujer que no conocía, pero que se anunció como de parte de mi gran amiga, así que le abrí sin pensarlo demasiado.
Cuando la tuve frente a mí, me entregó un sobre de color verde oscuro, y me dijo que era para mí, que tenía que leerla, y que tenía órdenes de quedarse allí por lo menos hasta que termine de leerla.
Le dije entonces que pasara y se pusiera cómoda, y miré a los ojos a la mujer que tenía enfrente: de cuerpo menudito, más o menos de mi edad. Muy buenas formas. Ninguna exagerada. No tenía miedo en su mirada, ni lucía como cadete. Tampoco era descarada.
Tenía una orden, y tenía la postura de alguien que estaba dispuesta a cumplirla. Vestía un vestido bobo rojo, bien cerrado arriba, ceñido a su cuerpo hasta la cintura, que dejaba la mitad de los muslos al descubierto. En los pies unas sandalias acordonadas.
Todo en ella era el límite exacto entre lo recatado y la desenfadado. Podía servir para un lavado o para un fregado.
Necesitaba develar el misterio, así que después de ofrecerle un refresco, me senté a leer la carta.
No hizo falta abrir el sobre y confirmar que estaba escrita de puño y letra por Lila.
“Como se que te vas a enojar con la noticia, ya empiezo a pedirte perdón y a compensarte. Debí decírtelo personalmente, pero no pude. No me animé. Después ya no hubo más tiempo. En este momento estoy en Ezeiza rumbo a Holanda. Una reunión de trabajo, sí. Pero también voy a pasear un par de semanas. No te voy a mentir con eso. Como se que te vas a enojar, te mando a Romina. Ro es una gran amiga mía. Seguro que en este momento te va a poner las manos en tus hombros y va a intentar hacerte un masaje. Deja que lo haga. Dejate llevar. Es mi regalo para compensarte. Se que lo vas a disfrutar. Nos vemos a la vuelta. Lila”
Efectivamente, mientras estaba leyendo las manos de Romina estaban en mi cuello, y con maestría me recorría, y no sé cómo, ya había logrado desabotonarme la camisa. Cerré los ojos y le hice caso a Lila. Me dejé llevar. Y también lo hice cuando tapó mis ojos con un pañuelo de seda. Ya con el torso desnudo me llevó hasta la cama.
No ofrecí ninguna resistencia cuando sentí que envolvía mi muñeca con una soga, ni cuando sentí que estaba estaba haciendo lo mismo con la otra mano.
Ya inmovilizado, dejé que sus manos sabias me recorrieran todo el cuerpo, y sentí una corriente eléctrica que me atravesaba todo el cuerpo cuando sentí su aliento caliente en mi bajo vientre. Aunque hubiera deseado que se quedara allí hasta el final, sentí que me desnudaba por completo y que me ataba las piernas. Supongo que cada soga estaba siendo asegurada a las patas de la cama. No se detenía, pero tampoco hacía las cosas con prisa. Fueron unos segundos eternos que sentí que me quedaba solo.
No había un solo sonido en la habitación, y yo estaba prisionero de las sogas y sin posibilidad de ver qué ocurría a mi alrededor. A partir de ese momento, todo fue un torbellino. Sentí el cuerpo desnudo encima, y cómo iba ascendiendo. Un beso en los labios, húmedo y caliente, hasta sentir cómo se sentaba en mi boca.
Apenas se dejaba rozar su clítoris en mis labios. Y en seguida, pasó a moverse como poseída por el ritmo, y por los golpes de mi lengua en su centro. Intenté pasar mi lengua por su concha, y sentí sus humedades, me estaba cogiendo la boca con furia y sus gemidos me ponían la sangre a hervir.
Sentí que sus manos tomaban mi cabeza, y cómo hundía su concha en mi boca. Sentí la intensidad del orgasmo que recorría su cuerpo. Y sus sabores.
Quería acariciarla pero no podía. Deseaba acariciar esa piel, pero sólo tenía que conformarme con sentir el roce sobre mi cuerpo. Después de ese preámbulo, descendió lentamente, y sentí en mi pija todo el calor de su cuerpo.
No dejó que la penetrara. Sólo podía acariciar con mi miembro sus labios palpitantes, y empezó a moverse otra vez, con intensidad. Hasta que se dejó caer, y se ensartó mi pene profundamente. Soltó un gemido apoyó sus manos en mi pecho.
Se prodigó un nuevo orgasmo, esta vez mucho más húmedo, rodeado de muchos más sonidos y de movimientos circulares, profundos e intensos.
Al salir de arriba mío, mi desconcierto y mi excitación estaban en los extremos.
Sentí su boca en mi pene, y una de las mejores chupadas de mi vida, hacia arriba y hacia abajo, acariciándome en los lugares exactos me llevaron al clímax.
Bebió de mí, hasta la última gota, y aprovechándose de mi relajación, desató una mano, juntó su ropa y se fue. Ro desapareció.
¿Hace falta decir que el enojo con Lila se había evaporado rápidamente?
Cuando la tuve frente a mí, me entregó un sobre de color verde oscuro, y me dijo que era para mí, que tenía que leerla, y que tenía órdenes de quedarse allí por lo menos hasta que termine de leerla.
Le dije entonces que pasara y se pusiera cómoda, y miré a los ojos a la mujer que tenía enfrente: de cuerpo menudito, más o menos de mi edad. Muy buenas formas. Ninguna exagerada. No tenía miedo en su mirada, ni lucía como cadete. Tampoco era descarada.
Tenía una orden, y tenía la postura de alguien que estaba dispuesta a cumplirla. Vestía un vestido bobo rojo, bien cerrado arriba, ceñido a su cuerpo hasta la cintura, que dejaba la mitad de los muslos al descubierto. En los pies unas sandalias acordonadas.
Todo en ella era el límite exacto entre lo recatado y la desenfadado. Podía servir para un lavado o para un fregado.
Necesitaba develar el misterio, así que después de ofrecerle un refresco, me senté a leer la carta.
No hizo falta abrir el sobre y confirmar que estaba escrita de puño y letra por Lila.
“Como se que te vas a enojar con la noticia, ya empiezo a pedirte perdón y a compensarte. Debí decírtelo personalmente, pero no pude. No me animé. Después ya no hubo más tiempo. En este momento estoy en Ezeiza rumbo a Holanda. Una reunión de trabajo, sí. Pero también voy a pasear un par de semanas. No te voy a mentir con eso. Como se que te vas a enojar, te mando a Romina. Ro es una gran amiga mía. Seguro que en este momento te va a poner las manos en tus hombros y va a intentar hacerte un masaje. Deja que lo haga. Dejate llevar. Es mi regalo para compensarte. Se que lo vas a disfrutar. Nos vemos a la vuelta. Lila”
Efectivamente, mientras estaba leyendo las manos de Romina estaban en mi cuello, y con maestría me recorría, y no sé cómo, ya había logrado desabotonarme la camisa. Cerré los ojos y le hice caso a Lila. Me dejé llevar. Y también lo hice cuando tapó mis ojos con un pañuelo de seda. Ya con el torso desnudo me llevó hasta la cama.
No ofrecí ninguna resistencia cuando sentí que envolvía mi muñeca con una soga, ni cuando sentí que estaba estaba haciendo lo mismo con la otra mano.
Ya inmovilizado, dejé que sus manos sabias me recorrieran todo el cuerpo, y sentí una corriente eléctrica que me atravesaba todo el cuerpo cuando sentí su aliento caliente en mi bajo vientre. Aunque hubiera deseado que se quedara allí hasta el final, sentí que me desnudaba por completo y que me ataba las piernas. Supongo que cada soga estaba siendo asegurada a las patas de la cama. No se detenía, pero tampoco hacía las cosas con prisa. Fueron unos segundos eternos que sentí que me quedaba solo.
No había un solo sonido en la habitación, y yo estaba prisionero de las sogas y sin posibilidad de ver qué ocurría a mi alrededor. A partir de ese momento, todo fue un torbellino. Sentí el cuerpo desnudo encima, y cómo iba ascendiendo. Un beso en los labios, húmedo y caliente, hasta sentir cómo se sentaba en mi boca.
Apenas se dejaba rozar su clítoris en mis labios. Y en seguida, pasó a moverse como poseída por el ritmo, y por los golpes de mi lengua en su centro. Intenté pasar mi lengua por su concha, y sentí sus humedades, me estaba cogiendo la boca con furia y sus gemidos me ponían la sangre a hervir.
Sentí que sus manos tomaban mi cabeza, y cómo hundía su concha en mi boca. Sentí la intensidad del orgasmo que recorría su cuerpo. Y sus sabores.
Quería acariciarla pero no podía. Deseaba acariciar esa piel, pero sólo tenía que conformarme con sentir el roce sobre mi cuerpo. Después de ese preámbulo, descendió lentamente, y sentí en mi pija todo el calor de su cuerpo.
No dejó que la penetrara. Sólo podía acariciar con mi miembro sus labios palpitantes, y empezó a moverse otra vez, con intensidad. Hasta que se dejó caer, y se ensartó mi pene profundamente. Soltó un gemido apoyó sus manos en mi pecho.
Se prodigó un nuevo orgasmo, esta vez mucho más húmedo, rodeado de muchos más sonidos y de movimientos circulares, profundos e intensos.
Al salir de arriba mío, mi desconcierto y mi excitación estaban en los extremos.
Sentí su boca en mi pene, y una de las mejores chupadas de mi vida, hacia arriba y hacia abajo, acariciándome en los lugares exactos me llevaron al clímax.
Bebió de mí, hasta la última gota, y aprovechándose de mi relajación, desató una mano, juntó su ropa y se fue. Ro desapareció.
¿Hace falta decir que el enojo con Lila se había evaporado rápidamente?
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