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El papá de mi hija...

Volvimos de España, pasamos las fiestas y entonces comencé a sentir los primeros síntomas. Las náuseas, los pezones hinchados, la aversión a la comida. Me hice un test casero y salió positivo. Lo repetí, por las dudas, y de nuevo las dos rayitas. 
Estaba embarazada, pero... ¿de quién?
Me puse a sacar cuentas, me acordaba que la última regla la había tenido antes de viajar, por lo que mientras estuvimos en Madrid estuve ovulando. Había tenido sexo con mi marido y también con sus socios españoles, y con ninguno me había cuidado, por lo que cualquiera me pudo llenar el bombo.
Cuándo le dije a mi marido que tendríamos otro hijo, salimos a celebrarlo. Necesitábamos esa alegría. La relación venía resquebrajándose desde hacía tiempo, y ni siquiera la pseudo luna de miel en Madrid sirvió para mejorarla.
Cuándo ya empezó a notarse la panza, les mandé una foto a los españoles con un mensaje claro y conciso:
"Van a ser papás...".
Estaba convencida de que uno de ellos era el padre. Con mi marido habíamos tenido buenas y malas, pero no tanto como para dejarme preñada. Eso se siente. Es como un sexto sentido que tenemos las mujeres. 
De inmediato los tres se ofrecieron a ayudarme, incluso llegaron a proponerme que me traslade a Madrid y dé a luz allí. Les agradecí el gesto, pero les dije que aquí estaba bien y que los mantendría informados. Así que todos los meses les envíaba una foto para que siguieran, a la distancia, la evolución del embarazo. También les mandaba los resultados de los distintos estudios, y en su momento, el video de la primera ecografía.
Cuándo nació Romina y me la entregaron, supe que el padre era Manuel. Lo sentí en las entrañas, pero sobre todo por ciertos rasgos que se fueron haciendo más evidentes a medida que pasaban los días y las semanas. Cuándo ya no tuve dudas, le mandé una selfie de las dos, con un único mensaje:
"Es tu hija...". 
No sabía cómo podría llegar a recibir la noticia, que una mujer que en realidad no conocía, con la que solo había tenido sexo dos veces, una de ellas en compañía de otros dos hombres, le dijera que la hija que tuvo es suya, es un tema delicado. Tranquilamente me podía mandar a la mierda, después de todo estaba al otro lado del Atlántico, en otro continente, pero su respuesta fue inmediata. Se haría cargo de todo.
Por supuesto le dije que no buscaba eso, que solo quería que supiera que era el padre. Desde entonces tuvimos un contacto casi permanente, hasta que hace unos días me dijo que ya no lo soportaba, que vendría a Buenos Aires para conocer a su hija.
A todo esto, con mi marido tuvimos la tan publicitada conversación, que ya habíamos aplazado un par de veces. Nos juntamos y hablamos sin tapujos... bueno, casi. Obviamente que la paternidad del Ro y Romina estuvo fuera de la discusión. Para él son sus hijos, y para ellos es su padre, aunque sé que en un futuro no muy lejano se me va a armar flor de quilombo. Pero bueno, esperemos que falte mucho para eso.
Así que para cuándo Manuel programó su viaje, yo ya me había reconciliado con mi marido. Más por mis hijos que por mí misma, aunque ya era evidente que la relación había quedado malherida.
Él mismo me dió la noticia de que "uno de los gallegos" venía a supervisar el funcionamiento de la bodega:
-Algo de rutina, me dijeron, lo hacen con todas sus empresas- 
No le pregunté a cuál "gallego" se refería. No hacía falta, yo ya lo sabía.
Llegó con su hija cumpliendo ya los siete meses.
Mi marido lo fue a recibir al aeropuerto y lo trajo directamente a casa para cenar. 
Al vernos nos saludamos con normalidad, en la forma correcta, un apretón de manos y un beso en cada mejilla, pero cuándo mi marido fue a otra habitación para atender una llamada, no nos pudimos contener y nos besamos como si el tiempo y la distancia no hubiesen existido. 
Romina todavía estaba despierta, así que pudo conocerla, compartir tiempo con ella, cargarla, hacerla jugar.
-Miralo al gallego, quién lo hubiera dicho, con la cara de ojete que tiene, hasta se le cae la baba por la nena- me comenta mi marido cuándo me acompaña a la cocina para ayudarme a servir el postre.
-No es gallego, es madrileño, y no creo que tenga cara de ojete, es serio nada más- lo corrijo.
Luego del postre, levanto los platos, algunos cubiertos y me dirijo de nuevo a la cocina. Mi marido se levanta para ayudarme, pero Manuel lo detiene. Se levanta también, le entrega la bebé y le dice:
-Por favor, antes ayudaste tú, déjame por lo menos hacer algo- 
Mi marido no lo contradice, volviéndose a sentar con Romina en los brazos. Manuel agarra un par de platos y viene tras de mí. En la cocina, cuándo dejamos la vajilla sobre la mesada, me acaricia la cola.
-¡Te follaría aquí mismo!- me asegura.
Me doy la vuelta y lo beso.
-Podés "follarme" cuándo quieras...- le digo.
-¿Porqué no te vienes al hotel conmigo? Podemos pasar allí la noche- me propone.
-¿Y que le digo a mi marido? ¿Cuidá a la nena que me voy a follar con tu jefe?- 
-Me encantaría escucharte decírselo- bromea.
Vuelvo a besarlo y le doy una botella de vino para que la descorche en la mesa. 
-Tomá, llevalo y tomalo con M......, no quiero que se empiece a preguntar que hacemos tanto rato acá encerrados- le digo.
-¡Un año excelente...!- escucho que le dice a mi marido cuándo sale, refiriéndose a la cosecha del vino.
Me tomo mi tiempo, para tranquilizarme, y vuelvo a la sala. Romina ya está dormida, así que la llevo al cuarto y la acuesto en su cuna.
-Realmente tienen una hija preciosa, los felicito- nos dice Manuel cuándo vuelvo con ellos.
Y mirándome con cierta complicidad, agrega:
-Que gran orgullo para el padre- y obviamente se está refiriendo a él mismo y no a mi marido.
Cuándo llega el taxi para llevarlo al hotel, pide un momento para despedirse de "la niña". Cuándo sale de la habitación, se lo nota realmente conmovido. Manuel tiene hijos en España, pero ya son adultos, y por lo que pudo contarme alguna vez, no se lleva demasiado bien con ellos, por lo que tampoco ve muy seguido a sus nietos.
-Esta vez pienso hacer las cosas diferentes- había llegado a decirme en una de las tantas charlas que tuvimos por videollamada.
Al otro día, temprano, ni bien mi marido se va a la bodega, la levanto a Romina, y con todos mis bártulos me voy al Sheraton, que es dónde está hospedado Manuel.
Le caigo allí con la nena, el paragüitas y el bolso en dónde llevo chiches, pañales, el cambiador, mudas de ropa, baberos y todo lo necesario para atender a una beba fuera de casa.
Manuel recién se está despertando, pero se le ilumina la cara al vernos.
-No podía esperar más- le digo.
Nos hace pasar y pide el desayuno para dos al servicio de habitación.
Mientras desayunamos me doy cuenta que es la misma suite en la que estuve con Alfonso y Vicente la tarde de la tormenta, cuándo cogí por primera vez con ellos, cuándo todavía no lo conocía a Manuel. Cuándo se lo comento, me dice que la reservó a propósito.
-Para hacer recuerdos nuevos aquí- me dice.
Romina se pone inquieta, ya es su hora de comer, así que la levanto del cochecito, la pongo en mi regazo, me bajo los breteles del vestido y le doy el pecho. Primero uno y luego el otro.
-Me pone cachondísimo verte así, tan mamá- 
-Esperá que termine y sigo con vos- le digo a modo de promesa.
-¡Jajaja...!- se ríe -Me encanta esa dualidad tuya, entre la madre y la puta, me excita más que si fueras solo puta-
Cuándo Romi termina, me la pongo en el pecho y le saco su provechito. Recién entonces la acuesto, ya dormida.
Sin levantarme el vestido, voy hacia Manuel con los pechos chorreando leche materna. Me siento a horcajadas sobre sus piernas, de frente, y se los pongo delante de la cara. Tengo los pezones húmedos, hinchados, amoratados por la succión. 
Agarra uno con cada mano, los aprieta, a modo de ordeñe, y me los chupa, tragándose lo que nuestra hija no tomó y que me sigue saliendo a chorros.
La leche se le derrama por la comisura de los labios, por lo que aprovecho para besarlo y saborear yo también el néctar materno. Le acaricio el bulto por entre mis piernas, sintiéndolo ya duro y crecido. Un auténtico vergón español.
Me muevo encima, haciéndolo jadear de la excitación. 
-Eres la madre que hubiese querido para todos mis hijos- me asegura.
-¿Aunque te ponga los cuernos?- le pregunto.
-Justamente por eso eres perfecta...- me confirma.
Me pongo de rodillas sobre la moqueta, y le desabrocho el pantalón. La pija emerge toda hinchada, con la cabeza enrojecida, mojada ya por los lagrimones que le salen incontenibles, del agujerito de la punta. 
Le paso la lengua, saboreándola, para luego metérmela en la boca y chupársela a todo lo largo, succionando, masticando cada pedazo de tan glorificante manjar.
Me levanto, me saco la tanga y me siento sobre sus piernas, clavándome la pija hasta lo más profundo. No quiero forro, quiero sentirlo así, en carne viva, piel a piel, y si me embaraza de nuevo será porqué el destino así lo quiso.
Me agarro de su cuello, y me muevo tratando de meterme más, pero ya la tengo toda adentro, bien guardada, palpitando de frenesí.
Nos besamos, queriendo recuperar, a puro chupón, esos momentos que la distancia se había empeñado en arrebatarnos.
En sus brazos me siento de nuevo mujer, cómo ya no puedo ni quiero sentirme con mi marido. Cuándo fue la reconciliación, volvimos a hacer el amor después de mucho tiempo, pero aunque lo intenté y puse mi mayor esfuerzo, no sentí nada. Él acabó, por supuesto, pero yo me quedé sin disfrute ni consuelo. Igual nos dimos esa oportunidad, ya que no quería que mis hijos crecieran con sus padres separados.
Pero ahí, con Manuel, la pasión de mi cuerpo explota como si jamás se hubiera ido, como si hubiese estado allí, agazapada, esperando nuestro reencuentro.
Todo vuelve a tener sentido, y aunque no fue intencional, por fin comprendo por qué me embaracé de ese hombre.
Intentamos ir al cuarto, pero no aguantamos la calentura. Me coge en cuatro en el suelo, haciéndome gozar de un polvo más intenso que el otro. Los golpes de su cuerpo contra el mío es la música que mis oídos estaban esperando.
-¡¡¡Sí... Siiiiiii... Siiiiiiiiiiiii...!!!- grito, aullo, me estremezco al sentir esas embestidas que me enloquecen, que me parten al medio, que me desnucan con cada golpe.
El polvo que nos echamos es la consagración absoluta de nuestro amor, de lo que sentimos el uno por el otro. No es un polvo cualquiera, de esos que te echás como si fuera un trámite, sino una explosión multisensorial que, aparte de lo físico, involucra sentimientos y emociones.
Nos levantamos y tomados de las manos vamos a la habitación. Nuestra hija duerme profundamente, como si supiera que tiene que dejar a sus papás disfrutar de aquel reencuentro.
En la cama hacemos un 69 y nos chupamos mutuamente, saboreando lo más íntimo de nuestros cuerpos. Me encanta empalagarme con la pija de Manuel, sentir como me atraviesa y raspa la garganta, cómo me golpea las amígdalas con cada puntazo.
Siento su lengua y sus labios recorrer toda mi grieta, sus dientes mordiéndome aquí y allá con una suavidad exquisita. Soy toda suya y él es todo mío, rehenes ambos de una pasión irresistible cuyo fruto duerme en la habitación de al lado.
Beso al padre de mi hija y me subo encima suyo. Le sostengo la pija y me la acomodo adentro. Exhalo un plácido y profundo suspiro al sentir como se hunde en mí. Manuel me agarra de la cintura mientras me la pone, moviéndose debajo mío. Nos miramos, nos sonreímos. La felicidad no puede ser más plena y absoluta.
Cuándo empiezo a moverme es como si viajara a otra dimensión, a otro mundo, a un universo paralelo en dónde mi cuerpo forma parte del suyo, unidos e indisolubles.
Sus manos suben hacia mis pechos, me los agarra y aprieta, retorciéndome los pezones.
Me pongo en cuclillas y salto como si estuviera en una cama elástica, metiéndome toda esa pija bien hasta los huevos, llenándome con su carne hasta lo más profundo, desquiciada, arrebatadamente.
No quiero parar, quiero seguir para siempre, por toda la eternidad, quedarme ahí abrochada y no pensar en nada más que en esa satisfacción plena y absoluta que me proporciona.
Cuándo la pija se sale, de tanto rebote, se la agarro y me la pongo en el culito. Sin soltársela, me la voy acomodando adentro, pedazo a pedazo, disfrutando esa sensación de apertura, de desgarro que tanto me complace.
Manuel me agarra de la cintura, dominante, posesivo, y empujando desde abajo me la hunde hasta los huevos. Pego tal grito que por un momento temo haber despertado a Romina, pero no se escucha ningún llanto, nada, así que me dejo perforar hasta dónde no llega la luz del Sol.
Bien encaramada sobre su cuerpo, me muevo atrás y adelante, sintiendo como me atraviesa todo el recto, ida y vuelta, haciéndome delirar de placer. La forma en que me culea es una delicia, como un orfebre trabajando su joya más preciada, no me rompe ni desgarra, sino que fluye, concentrando toda su energía viril en esa parte de mi cuerpo.
PLAP PLAP PLAP... el ruido de nuestros cuerpos chocando se mezcla y confunde con el de nuestros besos.
No dejamos de besarnos en ningún momento, de saborear nuestras bocas, nuestras lenguas, de sentir el aliento excitado del otro. 
Me lo vuelvo a meter en la concha y exploto... Echo la cabeza hacia atrás, arqueo la espalda y agarrándome las tetas con las dos manos, exhalo un jadeo que me sale de lo más profundo de las entrañas.
Manuel acabó conmigo. Lo sentí vaciarse, llenando todos mis conductos con esa materia prima con la cuál ya habíamos engendrado una hija. Lo recibí con gusto, despejando mi mente de cualquier cosa que no fuera ese momento, ese instante, con su esencia fluyendo en mí. Cómo dije, no me importaba si me embarazaba de nuevo. Si lo hacía, si me hacía otro hijo me iría con él a España, no podría negarme a esa nueva señal del destino.
Tras el orgasmo me quedo en blanco, sumida en esa dulce ensoñación que te embriaga después de un goce como aquel, tan impresionante, tan elemental.
Manuel se levanta y desnudo sirve dos copas de vino. Bebemos sin dejar de mirarnos, sonriendo, felices.
La pija, que había estado reposando sobre sus muslos, le crece de golpe. Se lanza sobre mí, haciéndome tirar la copa, y agarrándome fuerte por las muñecas, me somete de espalda sobre la cama. Abro las piernas para recibirlo cuándo me penetra, hundiéndome su carne con un empujón fuerte y agresivo.
Ahora sí, me coge a lo bruto, con fuerza, con saña, sacándose de encima toda la frustración acumulada durante todo el tiempo que estuvimos separados. 
Mis pechos están llenos de nuevo, no solo por la excitación, sino también porque ya se acerca la hora de alimentar a Romina. Por eso explotan cuándo me los chupa. 
Sin dejar de cogerme, me chupa una y otra teta, empalagándose con la leche materna que fluye como un torrente.
Me erizo por completo al sentir sus labios sorbiendo mis pezones. Un cosquilleo y de nuevo el orgasmo, un estallido cargado, potente, triunfal. Él me sigue dando mientras yo disfruto de esa nueva efusión de placer.
Se pone mis piernas sobre los hombros y me embiste con todo
De nuevo me acaba adentro, y está vez creo que con más ímpetu y efusividad que antes. Nos quedamos quietos, el uno dentro del otro, mezclando nuestras esencias, sintiéndonos, elevándonos a un estado que está más allá del plano físico.
-¡Te amo...!- le digo tras un beso sentido, emotivo.
Durante el tiempo que estuvo en la ciudad nos encontramos varias veces, ya sea en su hotel o en alguna plaza, en dónde se le caía la baba cuándo lo dejaba que llevara él solo el cochecito de nuestra hija.
Cuándo nos veíamos en su hotel, por supuesto que dejábamos a Romina durmiendo en una habitación, mientras nosotros cogíamos en la otra. Incluso una vez, en que había dejado a Romi con mi suegra, mi marido se presentó de improviso en la Suite para invitarlo a almorzar. Aunque pasaba ya del mediodía, Manuel lo atendió en bata, porque... ¡estaba cogiendo conmigo en la otra habitación!
-Disculpame pero dejamos el almuerzo para otro día, es que conocí a una compatriota tuya anoche y bueno... ya ves, todavía nos estamos conociendo- se excusa Manuel.
Mi marido se disculpa por la interrupción, sin imaginar que esa compatriota que está desnuda a unos pocos metros es su propia esposa. Le dice que siga con lo suyo, que él ya se va.
-Sí, porqué sino... Bueno, tú ya sabes cómo de golosas son las argentinas- replica Manuel.
Cuándo regresa a la habitación, está con una erección que las venas parecen salírsele de la piel.
El resto del tiempo, cuándo no estábamos cogiendo, paseábamos con Romina.
-Ya me había olvidado de lo que es tener un niño en brazos- me decía mientras la acunaba en el banco de alguna plaza porteña.
-No es un niño cualquiera, es tu hija- le recordaba.
Por supuesto que habíamos hablado y yo le insistí en que no le iba a pedir nada, ninguna manutención ni nada de eso, que lo único que quería era que supiera que era su hija. Y cuando ella tuviera la edad suficiente, poder decirle quién era en realidad su padre.
-Esperaré con ansías ese día- acotaba él.
Pese a que fuí insistente, él quería ayudar de alguna manera, sentirse padre en el absoluto sentido de la palabra, por lo que llegamos a un acuerdo y quedamos en que depositaría dinero en una cuenta a la que ella podría acceder cuándo fuese mayor de edad. Además de viajar todos los años para verla y mandarle regalos con alguna excusa que ya inventaríamos en su momento.
La noche que regresó a España, nos pasamos todo el día en su hotel, cogiendo, tratando de retener en nuestros cuerpos la esencia del otro. Sabíamos que volveríamos a vernos, de eso no teníamos duda, pero aún así la separación nos dolía.
Salí de la suite un rato antes de que mi marido pase a buscarlo para llevarlo al aeropuerto. Me sentía tan enamorada que no me importaba si me veía. Hasta deseaba que me viera, para decirle la verdad y terminar de una vez con toda esa farsa. Pero no nos cruzamos.
No fui al aeropuerto a despedir a Manuel, ya que se me iba a desgarrar el corazón al verlo partir. 
Dejé pasar unos días y me hice la prueba de embarazo, pero salió negativa. El destino ésta vez no me envió ninguna señal...


El papá de mi hija...

15 comentarios - El papá de mi hija...

Akuma32
Calentás más con cada relato.
Zucoa9
muy buen relato, como te cogeria asi embarazada
Desert-Foxxxx
Uffff Marita tremendo, nada más lindo que chupar unas tremendas tetas como las tuyas hinchadas de leche. Y tenes razón, flor de quilombo será cuando se enteren todos pero como se dice, padre es quien cría.
hijodelnegro
Muy bueno como siempre. Se extrañan tus andanzas, nejne y cada vez se pone mejor saludosaa
moneyco
simplemente excelente
AriasAriel
Cuando kieras t hago el 3ro yo, no tns idea como m la pones con tus relatos
CharlyNew2
Me encanto Marita... me encanto que sea tan sentido... gracias
Otacuo
Excelente van 10
Marc_2
Bien Marita, sos el colmo del morbo.
Fueron 10.
garcheskikpo
ese tal de "si el peligro no viene a mi yo voy hacia el peligro" jaja

esencia 100% Marita

van puntos
juanpuedes
10 capitulos de la vida de Maritainfiel. Gran nombre de serie
Sute41
Uff Marita, no te das una idea lo que provocas con tus relatos. Quien pudiera ser ese español o alguno de tus amantes ocasionales.