Esta historia me la contó mi novia. Es sobre algo que le sucedió a ella. Ahora tiene 28 años. Es una sensual mujer bajita, de 1.50 m, morena, pelo oscuro, de muslos gruesos, nalgas redondas y tetas grandes y turgentes. Una delicia que siempre capta miradas a donde quiera que va.
Una noche estábamos acostados en la cama, hablando, cuando me cuenta cómo una vez la manosearon en el metro (subte). Y una manoseada o arrimón en el transporte público no es nada raro, pero lo interesante es que esta vez a ella le gustó, se excitó y se dejó manosear. Y, para variar, tenía solo 16 años cuando le pasó.
Era un día de colegio cualquiera, era cerca de la una de la tarde. Había salido del colegio (cursaba último año), y debía tomar el metro para llegar a su casa. Iba vestida con el uniforme: una chemise (polo) color beige y una falda corta color azul marino. Me confesó que su falda era más corta que la mayoría porque así le gustaba. Debajo de la falda llevaba una lycra corta (como un short muy ajustado) que usaba para que no le vieran de más bajo la falda al abrir las piernas, agacharse o sentarse.
Subió al metro, el cual estaba tan lleno como de costumbre, apenas habia espacio para entrar y mucho menos sentarse. Hacía mucho calor y empezó a sudar. Se quedó parada cerca de la puerta y se sostuvo de un pasamanos vertical (ya que no alcanzaba al pasamanos de arriba). Unas estaciones después, se subió un señor de unos 50 años y se quedó parado cerca de ella, un poco hacia un lado y atrás.
El hombre como pudo se acercó un poco más, ella se incomodó, pero no tenía espacio para apartarse. A los pocos minutos sintió que el señor le "tropezaba" una nalga. Supuso que era por el movimiento del tren, pero siguió pasando una y otra vez. Sentía que el señor tocaba su culo suavemente para que ella no se diera cuenta, pero lo había notado. Sintió miedo, aún estaba joven y nunca había vivido algo así, tampoco había tenido sexo con nadie aún. Por ese miedo fue que no se movió ni dijo nada. Y esto, al parecer, el señor lo interpretó como consentimiento, porque enseguida sintió algo duro en la parte baja de su espalda. Sabía que era su pene erecto. Lo sintió fácilmente porque su camisa polo no era muy gruesa, sabía que el señor estaba tan excitado que ahora le arrimaba el pene.
Se sorprendió mucho cuando se dio cuenta de que no sólo tenía mucho miedo de que un hombre adulto le hiciera eso, sino que sentía que se iba excitando, sintió que su vagina se empezaba a mojar. En esa época, como todos los adolescentes, rebosaba de hormonas, se calentaba y masturbaba con frecuencia, pero nunca había tenido ninguna experiencia sexual con alguien más, y mucho menos un señor mayor en el metro.
Seguía sintiendo más presión aplicada por el pene en su espalda, mientras temblaba de miedo pero imaginaba que el hombre la penetraba, que se lo metía en su vagina y la hacia acabar en un gran orgasmo. Todo eso pasaba por su mente mientras el señor, ahora más confiado, dio el siguiente paso. Con cuidado, bajó su mano hasta el borde de la falda, sabiendo que nadie miraba y notaba nada de lo que ocurría, y la puso directamente sobre su redondo culo. Tenía la lycra debajo, pero el calor de la mano del hombre la hizo estremecerse de excitación. La idea de que este hombre la tocaba y la deseaba con lascivia la descontroló mentalmente y sentía como su vagina se mojaba más y más.
El señor empezó a acariciar sus nalgas sobre la delgada lycra. Al principio suavemente, pero ahora las apretaba con obscenidad, con lujuria. Ella seguía inmóvil, no había querido voltear a verlo ni había emitido ningún sonido, pero por dentro ardía al contacto de la mano y el pene de ese pervertido.
De pronto, sintió la mano del hombre bajando por la unión de ambas nalgas hasta que llegó a la parte baja de su vagina, ya húmeda y caliente. El hombre tuvo que agacharse un poco para llegar, y ella se alzó un poco para permitirle alcanzarla. El excitado hombre notó la humedad al tocar y sin vergüenza presionó con un dedo justo en sus labios vaginales. Ella sólo podía imaginar que ese dedo entraba por completo en su concha, que le inundaba toda su vagina.
De alguna forma, el señor se las había ingeniado para bajar un poco la lycra con la otra mano, no mucho, pero lo suficiente para deslizar su mano dentro. Ahora ella sentía la cálida mano sobre su bombacha, y cuando la movió hacia un lado, la sintió directamente en la piel de su culo. Esto la estremeció, le temblaban las manos y sintió que le quemaba el contacto con los dedos, pero no quería que acabara. Sin perder tiempo, el hombre empujó su mano por el medio de su culo, entre esos dos redondos glúteos, apartó con los dedos la bombacha y tanteó hasta tocar con la llema de su dedo el agujero de su ano desnudo. Instintivamente ella lo apretó con fuerza, nunca había sido tocada así, y sentir ese dedo en su ano era algo completamente extraño, nuevo y delicioso. El dedo índice del señor dio masajes en la zona sudorosa y caliente hasta que sintió que se relajaba y pudo introducir la punta del en el orificio anal de mi novia. El corazón de ella estaba latiendo increíblemente rápido y fuerte, y su respiración ya estaba acelerada. La excitación fue tanta que no se pudo resistir más y levantó un poco el culo, empujándolo hacia el señor, quien, al darse cuenta, introdujo el dedo completo en su delicioso agujero. Instantáneamente sintió dolor pero aún más un increíble placer hasta ahora desconocido. Sintió que le fallaban las piernas y se tambaleó, pero se mantuvo de pie y el dedo aún estaba dentro, quemándose con su calor corporal. El dedo empezó a moverse dentro ella y luego a salir un poco y entrar nuevamente de forma rítmica. La estimulación era tan grande que en unos 30 segundos sintió el orgasmo más poderoso de su vida hasta ese momento. Se estremeció y todo su cuerpo se contrajo para luego relajarse. De nuevo sintió que iba a caerse. El hombre seguramente pudo sentir las fuertes contracciones de la pared anal en su dedo, porque emitió una especie de resoplido de excitación descontrolada y de satisfacción al darse cuenta de que habia causado un orgasmo en el metro a una provocativa adolescente.
Justo en ese instante, mientras ella se recuperaba del intenso orgarmo, el tren se detuvo en una estación y abrió sus puertas. Ahora el miedo la hizo reaccionar, se apartó del señor, por lo que su dedo salió de su culo repentinamente, causándole dolor. Se acomodó la lycra y la falda rápidamente y salió del vagón tan rápido como pudo. Quedó en la estación exaltada y casi jadeando. Cuando el tren empezaba a moverse de nuevo, pudo voltear a tiempo para ver cómo el hombre, a quién no se había atrevido a mirar hasta ahora, llevaba el dedo a su nariz y lo olía con una expresión salvaje de placer y satisfacción.
Esa tarde, mi novia llegó a su casa sintiéndose asustada y avergonzada, pero aún muy excitada, así que apenas entró, se metió en su cuarto, se desnudó por completo y se masturbó hasta el orgasmo recordando esa atrevida manoseada en el metro que le acababan de hacer.
Al terminar de contarme esto, yo no podía controlar lo excitado que estaba, así que me estaba masajeando el pene sobre la ropa interior. Deslicé un dedo bajo la ropa de ella y sentí lo mojada que estaba. Se había excitado recordando la experiencia. En seguida le quité la bombacha, le di la vuelta sin preguntar, separé sus nalgas con las manos y empecé a lamer, desde la vagina hasta el ano. Sentí el mismo olor exquisito que ese hombre había disfrutado en su dedo después de aquel encuentro. Esa noche tuvimos una de las mejores sesiones de sexo que hemos tenido en nuestros años juntos.
De yapa les dejo esta foto que le tomé recientemente. Una delicia total.
Una noche estábamos acostados en la cama, hablando, cuando me cuenta cómo una vez la manosearon en el metro (subte). Y una manoseada o arrimón en el transporte público no es nada raro, pero lo interesante es que esta vez a ella le gustó, se excitó y se dejó manosear. Y, para variar, tenía solo 16 años cuando le pasó.
Era un día de colegio cualquiera, era cerca de la una de la tarde. Había salido del colegio (cursaba último año), y debía tomar el metro para llegar a su casa. Iba vestida con el uniforme: una chemise (polo) color beige y una falda corta color azul marino. Me confesó que su falda era más corta que la mayoría porque así le gustaba. Debajo de la falda llevaba una lycra corta (como un short muy ajustado) que usaba para que no le vieran de más bajo la falda al abrir las piernas, agacharse o sentarse.
Subió al metro, el cual estaba tan lleno como de costumbre, apenas habia espacio para entrar y mucho menos sentarse. Hacía mucho calor y empezó a sudar. Se quedó parada cerca de la puerta y se sostuvo de un pasamanos vertical (ya que no alcanzaba al pasamanos de arriba). Unas estaciones después, se subió un señor de unos 50 años y se quedó parado cerca de ella, un poco hacia un lado y atrás.
El hombre como pudo se acercó un poco más, ella se incomodó, pero no tenía espacio para apartarse. A los pocos minutos sintió que el señor le "tropezaba" una nalga. Supuso que era por el movimiento del tren, pero siguió pasando una y otra vez. Sentía que el señor tocaba su culo suavemente para que ella no se diera cuenta, pero lo había notado. Sintió miedo, aún estaba joven y nunca había vivido algo así, tampoco había tenido sexo con nadie aún. Por ese miedo fue que no se movió ni dijo nada. Y esto, al parecer, el señor lo interpretó como consentimiento, porque enseguida sintió algo duro en la parte baja de su espalda. Sabía que era su pene erecto. Lo sintió fácilmente porque su camisa polo no era muy gruesa, sabía que el señor estaba tan excitado que ahora le arrimaba el pene.
Se sorprendió mucho cuando se dio cuenta de que no sólo tenía mucho miedo de que un hombre adulto le hiciera eso, sino que sentía que se iba excitando, sintió que su vagina se empezaba a mojar. En esa época, como todos los adolescentes, rebosaba de hormonas, se calentaba y masturbaba con frecuencia, pero nunca había tenido ninguna experiencia sexual con alguien más, y mucho menos un señor mayor en el metro.
Seguía sintiendo más presión aplicada por el pene en su espalda, mientras temblaba de miedo pero imaginaba que el hombre la penetraba, que se lo metía en su vagina y la hacia acabar en un gran orgasmo. Todo eso pasaba por su mente mientras el señor, ahora más confiado, dio el siguiente paso. Con cuidado, bajó su mano hasta el borde de la falda, sabiendo que nadie miraba y notaba nada de lo que ocurría, y la puso directamente sobre su redondo culo. Tenía la lycra debajo, pero el calor de la mano del hombre la hizo estremecerse de excitación. La idea de que este hombre la tocaba y la deseaba con lascivia la descontroló mentalmente y sentía como su vagina se mojaba más y más.
El señor empezó a acariciar sus nalgas sobre la delgada lycra. Al principio suavemente, pero ahora las apretaba con obscenidad, con lujuria. Ella seguía inmóvil, no había querido voltear a verlo ni había emitido ningún sonido, pero por dentro ardía al contacto de la mano y el pene de ese pervertido.
De pronto, sintió la mano del hombre bajando por la unión de ambas nalgas hasta que llegó a la parte baja de su vagina, ya húmeda y caliente. El hombre tuvo que agacharse un poco para llegar, y ella se alzó un poco para permitirle alcanzarla. El excitado hombre notó la humedad al tocar y sin vergüenza presionó con un dedo justo en sus labios vaginales. Ella sólo podía imaginar que ese dedo entraba por completo en su concha, que le inundaba toda su vagina.
De alguna forma, el señor se las había ingeniado para bajar un poco la lycra con la otra mano, no mucho, pero lo suficiente para deslizar su mano dentro. Ahora ella sentía la cálida mano sobre su bombacha, y cuando la movió hacia un lado, la sintió directamente en la piel de su culo. Esto la estremeció, le temblaban las manos y sintió que le quemaba el contacto con los dedos, pero no quería que acabara. Sin perder tiempo, el hombre empujó su mano por el medio de su culo, entre esos dos redondos glúteos, apartó con los dedos la bombacha y tanteó hasta tocar con la llema de su dedo el agujero de su ano desnudo. Instintivamente ella lo apretó con fuerza, nunca había sido tocada así, y sentir ese dedo en su ano era algo completamente extraño, nuevo y delicioso. El dedo índice del señor dio masajes en la zona sudorosa y caliente hasta que sintió que se relajaba y pudo introducir la punta del en el orificio anal de mi novia. El corazón de ella estaba latiendo increíblemente rápido y fuerte, y su respiración ya estaba acelerada. La excitación fue tanta que no se pudo resistir más y levantó un poco el culo, empujándolo hacia el señor, quien, al darse cuenta, introdujo el dedo completo en su delicioso agujero. Instantáneamente sintió dolor pero aún más un increíble placer hasta ahora desconocido. Sintió que le fallaban las piernas y se tambaleó, pero se mantuvo de pie y el dedo aún estaba dentro, quemándose con su calor corporal. El dedo empezó a moverse dentro ella y luego a salir un poco y entrar nuevamente de forma rítmica. La estimulación era tan grande que en unos 30 segundos sintió el orgasmo más poderoso de su vida hasta ese momento. Se estremeció y todo su cuerpo se contrajo para luego relajarse. De nuevo sintió que iba a caerse. El hombre seguramente pudo sentir las fuertes contracciones de la pared anal en su dedo, porque emitió una especie de resoplido de excitación descontrolada y de satisfacción al darse cuenta de que habia causado un orgasmo en el metro a una provocativa adolescente.
Justo en ese instante, mientras ella se recuperaba del intenso orgarmo, el tren se detuvo en una estación y abrió sus puertas. Ahora el miedo la hizo reaccionar, se apartó del señor, por lo que su dedo salió de su culo repentinamente, causándole dolor. Se acomodó la lycra y la falda rápidamente y salió del vagón tan rápido como pudo. Quedó en la estación exaltada y casi jadeando. Cuando el tren empezaba a moverse de nuevo, pudo voltear a tiempo para ver cómo el hombre, a quién no se había atrevido a mirar hasta ahora, llevaba el dedo a su nariz y lo olía con una expresión salvaje de placer y satisfacción.
Esa tarde, mi novia llegó a su casa sintiéndose asustada y avergonzada, pero aún muy excitada, así que apenas entró, se metió en su cuarto, se desnudó por completo y se masturbó hasta el orgasmo recordando esa atrevida manoseada en el metro que le acababan de hacer.
Al terminar de contarme esto, yo no podía controlar lo excitado que estaba, así que me estaba masajeando el pene sobre la ropa interior. Deslicé un dedo bajo la ropa de ella y sentí lo mojada que estaba. Se había excitado recordando la experiencia. En seguida le quité la bombacha, le di la vuelta sin preguntar, separé sus nalgas con las manos y empecé a lamer, desde la vagina hasta el ano. Sentí el mismo olor exquisito que ese hombre había disfrutado en su dedo después de aquel encuentro. Esa noche tuvimos una de las mejores sesiones de sexo que hemos tenido en nuestros años juntos.
De yapa les dejo esta foto que le tomé recientemente. Una delicia total.
3 comentarios - Mi novia en el metro