La tengo ahÃ, sentada en una silla, desnuda, con cara de miedo.
Insiste en mantener las rodillas juntas, a pesar de haberle ordenado que las separe y me deje ver el fondo de su pubis.
Pero no; la turra insiste en hacerme renegar, asà todo es más difÃcil.
No le he amarrado las manos; quiero que las tenga libres para masturbarse con sus propios dedos.
Tampoco la he amordazado; quiero disfrutar de sus aullidos de puta cuando acabe.
Pero la señora se niega a cumplir mis órdenes, que son muy precisas.
Le pregunto si quiere ser castigada por su desobediencia.
Me mira fijamente y sonrÃe de manera casi diabólica.
Me espeta que yo no soy capaz de doblegar su voluntad.
Avanzo amenazante hacia ella, cuando esa perra se levanta de la silla.
Cuando recupero el sentido, yo soy la que está en cuatro sobre el frÃo suelo, amordazada y maniatada, mi tanga en los tobillos y un largo dedo llameante invadiendo dolorosamente mi estrecho esfÃnter.
Y ella sonrÃe, susurrando a mi oÃdo que ella sà sabe doblegar…
Insiste en mantener las rodillas juntas, a pesar de haberle ordenado que las separe y me deje ver el fondo de su pubis.
Pero no; la turra insiste en hacerme renegar, asà todo es más difÃcil.
No le he amarrado las manos; quiero que las tenga libres para masturbarse con sus propios dedos.
Tampoco la he amordazado; quiero disfrutar de sus aullidos de puta cuando acabe.
Pero la señora se niega a cumplir mis órdenes, que son muy precisas.
Le pregunto si quiere ser castigada por su desobediencia.
Me mira fijamente y sonrÃe de manera casi diabólica.
Me espeta que yo no soy capaz de doblegar su voluntad.
Avanzo amenazante hacia ella, cuando esa perra se levanta de la silla.
Cuando recupero el sentido, yo soy la que está en cuatro sobre el frÃo suelo, amordazada y maniatada, mi tanga en los tobillos y un largo dedo llameante invadiendo dolorosamente mi estrecho esfÃnter.
Y ella sonrÃe, susurrando a mi oÃdo que ella sà sabe doblegar…
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