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100 lugares donde tener sexo. Capítulo 33

100 lugares donde tener sexo. Capítulo 33

100 lugares donde tener sexo es una serie de relatos que tiene como fin ampliar las opciones del lector, ayudándolo a encontrar un nuevo universo de oportunidades en donde disfrutar del sexo. Es necesario para ello aclarar que cuando hablamos de sexo no nos referimos solamente a la penetración, sino que también incluimos sexo oral, sexo verbal, toqueteo y todo lo que pueda calentarnos y excitarnos. Espero que lo disfruten y que los ayude a ampliar sus márgenes de placer.

CAPITULO 1

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Capítulo 33:
   Nos miramos los dos fijos y empezamos a caminar por pasillos separados, sintiendo los pasos del otro desde al lado. Llegamos hasta el final y asegurándonos que nadie estuviera cerca de nosotros, nos “escondimos” de forma muy poco evidente y nos comimos la boca con unas ganas tremendas. No nos importaba nada de lo que sucedía alrededor nuestro, ni el estar tan expuestos a ser vistos, solo nos importaba sacarnos las ganas que teníamos en ese momento. Él pegó su cuerpo al mío y pude sentir como adentro de su pantalón algo se estaba poniendo muy duro y de golpe me sentía estimulada y atrapada. No quería dejarlo ir y no quería que él me soltara. El miedo de ser vistos y la posibilidad de que alguien nos encontrada, de golpe se convirtieron en algo sumamente excitante y noté como me mojaba a medida que sus manos recorrían mi espalda y mi cola.
   Me llamo Georgina, tengo 26 años y le tengo muchísimas ganas al pibe del supermercado de la vuelta de casa. Vivo en un barrio bastante alejado del centro, muy tranquilo y en donde generalmente vive mucha gente grande. La casa era de mis abuelos y cuando estos fallecieron, mis padres me dieron la posibilidad de mudarme allí. Es una casa vieja, con algunos defectos, pero muy tranquila y alejada de todos los ruidos en donde solía vivir antes. Obviamente no podía faltar el súper de barrio, bien pequeño y manejado por una de las familias de la zona. Don Fernández (como todo el mundo lo conoce) es un señor de unos 60 años y su familia hace dos generaciones que maneja el negocio. Sin embargo quien más captó mi atención es su hijo, Matías.
   Vi por primera vez al pendejo 6 años menor que yo cuando fui una tarde a comprar algo de urgencia que me faltaba en casa. Entré sin darme cuenta que Don Fernández no estaba en la caja y cuando llegué con lo que había ido a buscar, me quedé anonadada viendo al pibe que me miraba desde el otro lado. Ojos claros, barba delicadamente recortada y un cuerpo divino que me dejó muda por unos segundos hasta que reaccione. “¿Vos quien sos?” le pregunté de forma repentina y tardé bastante en darme cuenta lo directa que había sido. Riéndose, el chico se presentó como Matías Fernández, el hijo del dueño del supermercado. Automáticamente cambié la cara y sonriéndole, le dije que me llamaba Georgina y que vivía a la vuelta de allí. Él me devolvió la sonrisa y me repitió el precio de lo que debía pagar, pues me había quedado congelada mirándole la boca y los dientes blancos. Pagué sin poder evitar ponerme roja y me retiré casi de forma inmediata, sin saludarlo a pesar de que él me dijo un cordial “chau” que quedó en el aire.
   Llegué a mi casa y automáticamente empecé a buscarlo en las redes sociales. Lo encontré en Instagram unos segundos más tarde y me sorprendió ver que teníamos algunos amigos en común. Por suerte lo tenía público, por lo que pude ver algunas de sus fotos y lo mejor se vino cuando llegué a las de verano. En casi todas salía posando en cuero y luciendo su precioso cuerpo cuidado y trabajado. “¡Dios! ¡Cómo te cojo todo!” dije al aire en la cocina de mi casa y me quedé por varios minutos mirando sus fotos, cuidando no interactuar con ninguna de ellas. No sé cuánto tiempo estuve, pero cuando me di cuenta ya se me había hecho tarde y tuve que frenar de golpe, no sin antes darle una última mirada a una foto en la que estaba en el mar, con el cuerpo todo mojado y en donde la malla marcaba un bulto bastante impactante entre sus piernas.
   Me quedé obsesionada con él, al punto que empecé a ver su Instagram todas las noches. Lo hacía muy cuidadosamente y esperaba que todos los días subiera una foto nueva, aunque no lo hacía y sus historias eran muy escasas. También comencé a ir más seguido al supermercado, pero los horarios parecían ser curiosos. Me di cuenta que él solo estaba por la tarde, a la hora de la siesta, seguramente cuando su padre dormía después del almuerzo. Al principio solo iba a comprar algunas cosas de comida, casi sin interactuar o teniendo conversaciones estúpidas sobre el clima. Poco a poco empezamos a hablar más, pero siempre de cosas irrelevantes y que claramente no me servían más que para escuchar su gruesa voz. Por las noches seguía viendo su Instagram, hasta que un día…
   Me estaba quedando dormida y de golpe llegué a una foto bastante vieja, de unos cuantos meses. En esta, él estaba sin remera y con un amigo casi tan lindo como él. La agrandé para poder verlo mejor y con los ojos entrecerrados, terminé tocándola dos veces y el “me gusta” apareció solo. “¡No! ¡No! ¡No!” dije desesperada y quité el corazón, pero el daño ya estaba hecho. Al día siguiente pasé por el supermercado bastante nerviosa a ver que me decía y cuando me acerqué a la página para pagar, él simplemente me preguntó “¿Me estabas stalkeando anoche?”. Me hice la tanta, la que no sabía de qué me hablaba, pero enseguida me confesó que sabía que le había dado like a una foto suya vieja y no me quedó otra que mentirle, diciéndole que me hacía acordar mucho a alguien pero no sabía a quién. Entonces empezamos a hablar y él sacó su teléfono, me buscó en la red y me agregó, diciéndome que podía agregarlo y mirar tranquilo sus fotos.
   - ¿Tenés novio?- Me preguntó de golpe antes de irme y yo me di media vuelta.
   - No. Estoy libre.- Le respondí y me di vuelta y me marché con una sonrisa en el rostro.
   Esa noche empezó todo. Él le dio me gusta a una foto mía de hacía unos meses en la que estaba muy bien vestida y con una remera bastante escotada. Automáticamente yo le di like a una foto suya un poco más nueva, pero en la que estaba vestido listo para salir y con la camisa muy al cuerpo. Él hizo lo mismo con otra foto mía de verano y empecé a hablarle. “Ahora vos me estas stalkeando a mi?” le pregunté de forma directa y él respondió con una risa y diciéndome que estaba viendo un poco mis fotos. Enseguida le di me gusta a la foto de la playa en la que se le marcaba todo en el pantalón y le dije: “Re linda esa foto que le di like recién”. Automáticamente él me preguntó que le gustaba y yo decidí ir directo al grano. “Saliste muy lindo” le contesté y él me agradeció el alago y me dijo que yo también era muy linda. La conversación siguió y el coqueteo se hizo tan evidente que él me preguntó de golpe si saldría con un chico más joven que ella, a lo que yo le respondí que no me importaba la edad, sino como era personalmente.
   Me fui a dormir en medio de la conversación, por lo que al día siguiente amanecí con un mensaje suyo que decía: “Te miro y me dan unas ganas de irte a buscar. Querés que vaya?”. Obviamente no le respondí de entrada, ya que me lo había enviado cerca de las 3 de la mañana. Esperé que pasara un poco el tiempo y a media mañana le pregunté si no le parecía un poco directo su mensaje, a lo que le contestó casi enseguida. “Yo no doy vueltas. Igual no respondiste” me escribió y riendo le dije que me iba a guardar la respuesta, pero que me gustaba que fuese directo. “Ya vas a venir a comprar algo solo para verme y ahí vamos a ver” me respondió de forma desafiante y le pregunté si esa tarde estaba en el supermercado, a lo que me confirmó que iba a estar solo. “Te espero” me puso y yo supe que esa tarde las cosas se iban a llevar al extremo.
   Me vestí con un short bien revelador y que me resaltaba la cola y con una musculosa al cuerpo que dejaba al descubierto mis tetas a pesar que no hacía tanto calor. Salí de mi casa con paso decidido, con la idea de traerme el pendejo a mi casa y cogérmelo en el momento, sin dar vueltas. Entré al súper y su sorpresa fue evidente, ya que no espera que llegara así vestida. “Hola” lo saludé con una sonrisa y él me devolvió el saluda, mirándome el escote de una forma muy poco sutil. “Vine a comprar…” le dije y empecé a caminar por uno de los pasillos asegurándome que él podía verme desde donde estaba. Iba viendo los productos, sin prestarle atención a lo que miraba y moviéndome de forma sensual, levantando la cola para revisar los estantes más altos y agachándome de forma sensual hacia adelante para que viera mis tetas.
   En un momento entra una mujer mayor, una vecina que vivía a una cuadra de allí. Matías apenas notó que le pasó por en frente y siguió mirándome totalmente atontado por la forma en la que yo lo estaba provocando. La señora se metió en uno de los pasillos y entonces yo me paré de frente a él y comencé a acariciarme el cuerpo, seduciéndolo ya sin dar rodeos. La señora pasó por el pasillo donde yo estaba y me quedé quieta de golpe, pero ni bien siguió de largo, volví a acariciarme el cuerpo, levantándome un poco la remera para que él viera mi pancita y tocándome las tetas con los dedos. El pendejo no pudo disimularlo y se tocó la pija por encima del pantalón, acomodándosela seguramente de lo dura que se le debía estar poniendo. La vecina tardó unos minutos, en los que nuestro juego siguió y yo lo provocaba con miradas y tocándome. Cuando pagó y se fue del súper, Matías salió de atrás de la caja y comenzó a caminar por el pasillo hasta pararse en frente mío.
   - ¡Sos tremenda!- Me dijo y apoyó sus manos en mi cintura y acercó más su cuerpo al mío.
   - ¿Querés que vayamos a mi casa?- Le pregunté de forma directa pues quería cogérmelo y ya.
   - No puedo dejar el súper. Mi viejo me mata.- Dijo y miró a la caja por más que no había nadie.
   Entonces yo lo empujé suevamente hacia atrás y caminé hasta la casa. Coloqué el cartel que dice “ahora vuelvo” y fui caminando por el pasillo de al lado desde donde antes nos habíamos encontrado. “Seguime” le ordené de forma suave y continuamos caminando hasta llegar al fondo del pequeño supermercado. Nos encontramos atrás de una góndola y en pequeño cuartito que solo podían vernos si llegaban hasta el final del pasillo. Ahí nos pegamos cuerpo a cuerpo y nos comimos la boca con ganas, liberando el deseo que nos teníamos desde hacía unos días. Él rápidamente empezó a manosearme la cola y pegó su cuerpo contra el mío, haciéndome sentir su pija sobre la cintura. Era evidente que no podíamos coger ahí, pero tampoco iba a quedarme con esa calentura hasta que él se liberara y pudiéramos vernos en privado. Algo tenía que hacer.
   Sin pensarlo, me arrodillé delante de Matías y fui directo al pantalón. El bulto se notaba a leguas y pensé que podía ayudarlo a calmarse un poco y conseguir un adelanto de lo que iba a ser a la noche. “No vamos a coger acá. Pero al menos dejame probarte un poquito” le dije aclarando las cosas desde un principio y le metí la mano adentro del bóxer para agarrarle la pija y liberarla. Era tal cual me la había imaginado. Inmensa, gruesa, gorda y muy venosa. Una pija hermosa que hacía mucho tiempo no veía en persona se posó delante de mí y con mis dedos empecé a acariciarla mientras que con la otra mano sostenía el pantalón y el bóxer del pendejo. Él no dijo nada, se quedó mudo y callado observándome a mí y mirando hasta el costado para asegurarse que nadie pasara por allí, por más que el súper estaba vacío.
   Abrí la boca y me acerqué con la lengua afuera para darle una primera probada. Matías no dijo e hizo nada. Se quedó ahí parado mirándome fijo a la cara. Volví a probar su verga y entonces apoyé los labios sobre la cabecita roja e hinchada y comencé a moverlos hacia adelante y hacia atrás suavemente. Poco a poco fui tragándome más su pija y saboreándola a medida que los segundos pasaban. Notaba como él iba respirando más y más fuerte, pero apenas emitía sonido y su cuerpo seguía inmóvil como una estatua. Su pija se iba poniendo cada vez más dura e iba creciendo adentro de mi boca, llegando a dejarme ahogada por momentos cuando me la metía bien a fondo.
   Yo estaba descontrolada y tan caliente que me animé a bajarle un poco más el pantalón y a chupársela más desaforadamente. Aceleré el ritmo de mis movimientos y dejé que mi cabeza fuera y viniera mientras que mis labios recorrían toda su pija. Se la chupaba por arriba, por un lado, por el otro y por abajo, para después metérmela en la boca y comérmela hasta donde podía y seguía sobrando. Era bien gruesa y las venas se marcaban de una manera muy provocadora. Matías no decía nada, se quedaba ahí parado, osbervando como yo seguía y seguía con el juego. Bajé hasta sus huevos ahora que estaban libres y los chupé y lamí un poquito sin soltarle la verga y pajeándolo a máxima velocidad. No sabía hasta donde iba a llegar todo eso, pero yo me estaba divirtiendo tanto con ese pendejo que no quería parar.
   Entonces él reaccionó e inclinándose hacia adelante, metió su mano entre mi cuerpo y tras decirme “mostrame las tetas” empezó a moverme la remera. La musculosa que me había puesto era tan escotada, que no hizo falta que me la sacara, pues simplemente levanté las lolas (aprovechando que no me había puesto corpiño) y dejé que él me las manoseara mientras le seguía acariciando la pija con los dedos. Se entretuvo un rato, manoseándomelas enteras y poniéndome los pezones bien duritos, para luego darme paso a que rozara su pija sobre ellas y las dejara todas babosas. “¡Me encanta la pija que tenés!” le confesé y volví a metérmela en la boca.
   De golpe todo se puso mucho más caliente. Comencé a moverme desaforadamente hacia adelante y hacia atrás, comiéndome su verga bien dura y disfrutándola de principio a fin. Con la otra mano le acariciaba los huevos y recorría su cuerpo, descubriendo la hermosura que había por debajo de la remera y la firmeza de sus piernas. La boca me empezaba a chorrear saliva, la cual caía sobre mis tetas y me mojaba la remera, pero yo no dejaba de chuparle la pija más y más. “Quiero cogerte” me dijo él de golpe pero yo no me detuve, ya que me parecía un montón seguir hasta ese punto. “Levantate que quiero cogerte” insistió el pendejo y mi mirada se elevó y pude ver la lujuria y el deseo en sus pupilas que me comían viva.
   Entonces escuchamos unos pasos y reaccionamos enseguida. Yo me levanté y me acomodé la remera dándole la espalda al pasillo mientras que Matías se guardaba como podía la verga adentro del pantalón. Tan solo un segundo después de estar listos y de limpiarme la boca con la mano, apareció un vecino y le dijo a Matías que tenía que pagar. Él salió rápidamente para la caja y yo los seguí. El señor pagó y antes de poder decirle algo al pendejo, entró otra señora que se puso a hacer las compras. Sabía que no podíamos volver a lo nuestro, pero la mancha de saliva en mi remera y el bulto atormentado en su pantalón, indicaban que no habíamos terminado. “Cuando termines vení a mi casa” le dije y le pasé la dirección, la cual anotó rápidamente en un papel. Después de eso me fui deseando que terminara rápido, pues tenía más ganas de seguir chupando esa pija bien grande, gruesa y venosa.


Lugar n° 33: Supermercado

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