Salgo de la pileta, tras haberla limpiado y tragarme todos sus renacuajos. Acostate, bebé, que me tapás el sol, me dice. Yo, como obedeciéndolo, me desplomo sobre un toallón que había en la reposera contigua a la suya. Empapadísimo, quedo boca abajo.
Después de una buena charlita para convencerme de que no vaya al cole, por encima de la medianera (debido a su perspectiva), mi chongo nuevo advierte que un hombre se asomaba por la ventana izquierda del duplex vecino. Nos miraba atentamente. Parecía absorto por lo que pasaba.
Me pone una mano en la nalga, no sé si de tóxico que es, o porque quería arrancar de nuevo, pero lo hace. Su dedo recorre todo el cutis que cubre mis glúteos, de arriba a abajo hasta llegar a la espalda. Me hace cosquillas con el mismo, pero de las eróticas. Como si quisiera arrancar motores. Y así fue.
Mi mirada fue de "qué estás haciendo, nene? Otra vez?" No podía creer lo semental que era ese hombre. No sé si pasó tanto tiempo como para que haya recargado lo suficiente.
Su pene se empieza a hinchar (lo sé, porque no paré de mirársela mientras dialogábamos, era hermosa hasta dormida). Lo morboseaba que nos miraran. Yo no lo sabía todavía. Le devuelvo el favor de sus mimos, manoseándole el vergón. Le tiro el cuerito para atrás, así queda el glande bien para afuera. Se muerde los labios. Está encantadísimo. Mejor dicho, lo estamos.
Las tocaditas continúan cuando dirige su dedo a mi hoyito. Me pica la cola. Yo lo masturbo. Qué sensación más perniciosamente placentera. Ya estábamos entregados. Con la pija endurecida, se levanta de donde estaba y se dispone a lamerme el ano.
Mientras se hace la paja, se pone a lengüetearme la puertita trasera. Ayudado con sus dedos y su habilidad para mamar culo, me lo deja bien abiertito. El vecino estaba como loco. Yo, ni hablar. El hijo de puta me hizo pedirle pija a gritos.
Como no quería que el mirón se lo pierda, me cambió de lado. Me puso en 4 patitas frente a él. Como yo soy de gozar con los ojos cerrados, no vi nada. Como la tenía tan adentro, mi instinto me llevaba a no abrirlos. Pero no todo el tiempo fue así... y ahí estaba, el mirón dándole a la Manuela como un desquiciado.
Mi primera reacción fue de susto. Pero como no quería desconcentrarme, preferí seguir. Hice caso omiso al testigo de nuestro acto. Al notar que aumentó la velocidad para darme bien duro, el muchacho se fue de control. No sé si habrá acabado o qué, pero estaba embravecido. Igual que mi macho. Se acercó a mi boca a llenarme de besos y chupones.
Cambiamos de pose y de lugar. Ahora, estábamos de costado al fisgón morbosón. Yo, con mis patitas enroscadas en el cogote de mi hombre. Los dos lo mirábamos cada tanto. Era difícil no notar su presencia, su mirada encima nuestra.
Cada tanto, me daba besitos en las piernas, en la rodilla. A mí, me parecía raro eso, pero bueh... si a él le gustaba... estaba todo bien. Agarró una de mis piernas, la puso contra la otra, para que apriete fuerte su chota. Eso me dio muchísimas ganas de acabar. Le dije, le pedí que la sacara y me dejara acabar en su poronga. Y así hizo, una de sus estocadas con el sable de carne, generó que mi pene escupa mi leche sobre su miembro.
Lo acercó a mi boca, para que le limpie todo. Me sentí su mucamita. Cuando se lo conté, me preguntó si quería una paga por esa labor. Quedé re WTF! Pero acepté. Fue la primera vez que me sentí una verdadera puta. Literal.
Bueno, pero hacé bien lo tuyo y hasta propina vas a tener, me dijo. Me puse en modo experta para cabecear, dando lo mejor de mí. Cumplí con mi deber, casi lo dejo seco. Parecían 10 litros de guasca. Todo fue a parar a mi cara en general. No dejó un solo rinconcito sin pintar. Era una mascarilla facial.
A pesar de ya haber hecho mi tarea, no paré hasta que no sienta el cosquilleo final en su verga. No me detuve hasta que mi mandíbula diga basta. No me detuve hasta no ver a mi hincha alentando por mí desde las gradas.
Me dispuse a tomar sol con la mascarilla puesta, totalmente desnudos. Mas tarde, antes que se haga la hora de que venga mi amigo, me fui. Me acercó hasta la parada del colectivo de la línea 80. No quería que me lleve hasta mi casa, porque se iba a desviar demasiado del destino al que se dirigía.
En fin, estábamos todos felices, este sí era un final feliz.
Después de una buena charlita para convencerme de que no vaya al cole, por encima de la medianera (debido a su perspectiva), mi chongo nuevo advierte que un hombre se asomaba por la ventana izquierda del duplex vecino. Nos miraba atentamente. Parecía absorto por lo que pasaba.
Me pone una mano en la nalga, no sé si de tóxico que es, o porque quería arrancar de nuevo, pero lo hace. Su dedo recorre todo el cutis que cubre mis glúteos, de arriba a abajo hasta llegar a la espalda. Me hace cosquillas con el mismo, pero de las eróticas. Como si quisiera arrancar motores. Y así fue.
Mi mirada fue de "qué estás haciendo, nene? Otra vez?" No podía creer lo semental que era ese hombre. No sé si pasó tanto tiempo como para que haya recargado lo suficiente.
Su pene se empieza a hinchar (lo sé, porque no paré de mirársela mientras dialogábamos, era hermosa hasta dormida). Lo morboseaba que nos miraran. Yo no lo sabía todavía. Le devuelvo el favor de sus mimos, manoseándole el vergón. Le tiro el cuerito para atrás, así queda el glande bien para afuera. Se muerde los labios. Está encantadísimo. Mejor dicho, lo estamos.
Las tocaditas continúan cuando dirige su dedo a mi hoyito. Me pica la cola. Yo lo masturbo. Qué sensación más perniciosamente placentera. Ya estábamos entregados. Con la pija endurecida, se levanta de donde estaba y se dispone a lamerme el ano.
Mientras se hace la paja, se pone a lengüetearme la puertita trasera. Ayudado con sus dedos y su habilidad para mamar culo, me lo deja bien abiertito. El vecino estaba como loco. Yo, ni hablar. El hijo de puta me hizo pedirle pija a gritos.
Como no quería que el mirón se lo pierda, me cambió de lado. Me puso en 4 patitas frente a él. Como yo soy de gozar con los ojos cerrados, no vi nada. Como la tenía tan adentro, mi instinto me llevaba a no abrirlos. Pero no todo el tiempo fue así... y ahí estaba, el mirón dándole a la Manuela como un desquiciado.
Mi primera reacción fue de susto. Pero como no quería desconcentrarme, preferí seguir. Hice caso omiso al testigo de nuestro acto. Al notar que aumentó la velocidad para darme bien duro, el muchacho se fue de control. No sé si habrá acabado o qué, pero estaba embravecido. Igual que mi macho. Se acercó a mi boca a llenarme de besos y chupones.
Cambiamos de pose y de lugar. Ahora, estábamos de costado al fisgón morbosón. Yo, con mis patitas enroscadas en el cogote de mi hombre. Los dos lo mirábamos cada tanto. Era difícil no notar su presencia, su mirada encima nuestra.
Cada tanto, me daba besitos en las piernas, en la rodilla. A mí, me parecía raro eso, pero bueh... si a él le gustaba... estaba todo bien. Agarró una de mis piernas, la puso contra la otra, para que apriete fuerte su chota. Eso me dio muchísimas ganas de acabar. Le dije, le pedí que la sacara y me dejara acabar en su poronga. Y así hizo, una de sus estocadas con el sable de carne, generó que mi pene escupa mi leche sobre su miembro.
Lo acercó a mi boca, para que le limpie todo. Me sentí su mucamita. Cuando se lo conté, me preguntó si quería una paga por esa labor. Quedé re WTF! Pero acepté. Fue la primera vez que me sentí una verdadera puta. Literal.
Bueno, pero hacé bien lo tuyo y hasta propina vas a tener, me dijo. Me puse en modo experta para cabecear, dando lo mejor de mí. Cumplí con mi deber, casi lo dejo seco. Parecían 10 litros de guasca. Todo fue a parar a mi cara en general. No dejó un solo rinconcito sin pintar. Era una mascarilla facial.
A pesar de ya haber hecho mi tarea, no paré hasta que no sienta el cosquilleo final en su verga. No me detuve hasta que mi mandíbula diga basta. No me detuve hasta no ver a mi hincha alentando por mí desde las gradas.
Me dispuse a tomar sol con la mascarilla puesta, totalmente desnudos. Mas tarde, antes que se haga la hora de que venga mi amigo, me fui. Me acercó hasta la parada del colectivo de la línea 80. No quería que me lleve hasta mi casa, porque se iba a desviar demasiado del destino al que se dirigía.
En fin, estábamos todos felices, este sí era un final feliz.
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