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Audra es una actriz a la que la fama la ha hecho colapsar; harta de ese estilo de vida público, decide tomarse unas vacaciones en el pequeño pueblo costero en el que creció. Su hermano hará de guía turístico y le recordará el ambiente libertino y morboso en el que creció.
Capítulo 1
¡Bienvenidos a Buenaventura!
— Hemos llegado, señorita.
Esas palabras me sacaron de mis pensamientos. Alcé la vista y me topé con el gran edificio color blanco que resaltaba sobradamente del resto de la arquitectura antigua de la región. No era un hotel de cinco estrellas, pero se notaban los lujos del que carecía todo el lugar.
— Gracias — susurré y me bajé del vehículo. Apenas puse un pie en la acera escuché como el seguro del maletero se desbloqueaba.
Sonreí irónicamente, me estaba indicando que yo misma debía tomar mi equipaje.
Hacía mucho tiempo que no tenía que hacer nada por mí misma. De hecho, hacía mucho tiempo que no tomaba un taxi común y corriente o me hospedaba en hoteles que no fueran cinco estrellas, y de los más famosos del mundo. Desde que hace cinco años mi vida estaba llena de lujos, brillos, un mundo donde solamente debía hablar y todo se me servía en bandeja de plata. Desde que hice mi primera película, dejé de ser una desconocida para convertirme en una de las actrices más conocidas del mundo entero. A donde iba, habían fans esperándome, dispuestos a hacer lo que sea por tomarse una foto conmigo o porque le firmara cualquier cosa y eso, en un principio, fue excelente.
Me gustaba ese estilo de vida. Que la gente matara por tenerme en sus programas, que las revistas se murieran por entrevistarme, me llenaba el ego, me hacían sentir viva. Aún más cuando me relacioné con mi actual pareja, Michael Jefferson, mi coprotagonista en la última película que hice. Éramos la pareja del momento.
Sin embargo, desde hace un año comencé a sentirme agobiada. La forma como transcurría mi día a día comenzó a superarme y lo que antes me emocionaba, ahora me sacaba de quicio. No poder ir ni siquiera a tomarme un café por mi cuenta a una cafetería era posible sin que un séquito de imbéciles me persiguiera. Eran como zombies cuyo único propósito era acosarme.
Por eso decidí tomarme este viaje. Hablé con mi chico y, aunque no estuvo de acuerdo, accedió. De hecho, él se encargó de pagar todo; viaje, hotel, seguridad. Todo. Pero lo que él no sabía es que el lugar a donde iría era algo… especial. Era una región donde la farándula no tiene cabida y prácticamente estaba aislado del mundo. Donde lo único que importaba era lo que ocurría en su pequeño pueblito, con su gente y más nada. Así era el lugar donde nací, Buenaventura.
Una pequeña región costera con unos pocos miles de habitantes, que vive básicamente del turismo en épocas de temporada, mientras que el resto del año lo hacen de la pesca y sus cosechas. El cacao de este lugar es uno de los más populares del mundo, con el que hacen el chocolate suizo y holandés. Así de buena es la calidad de su cosecha.
Respiré profundamente el aire salado y cálido, evocando recuerdos de la infancia, y caminé hasta el living. No pasaron ni cinco minutos cuando unos fuertes brazos me tomaron por la espalda y me alzaron como una muñeca de trapo, dándome un par de vueltas antes de dejarme otra vez en el piso. Cuando volteé, me encontré con la hermosa sonrisa de Anthony, mi hermano.
Prácticamente tuve que echar mi cabeza atrás para verlo directamente, y es que, a decir verdad, éramos sumamente diferentes. Yo salí a mi madre, una inmigrante italiana de un metro sesenta y cuatro centímetros de altura. Blanca como la nieve, de cabello castaño y nariz aguileña, pero con labios sumamente gruesos y provocativos.
¿Yo? Yo soy más pequeña aún, apenas mido un metro cincuenta y seis centímetros, soy un minion… pero eso lo compenso con otros atractivos físicos. No es por ser egocéntrica, pero mi piel es tostada y mi cabello es castaño oscurísimo y ondulado, largo hasta la altura de los omóplatos. Mis senos son llenos y turgentes, firmes por la cantidad de horas que invierto en el gimnasio, lo cual también se refleja en mi abdomen plano y en el tonificado y voluptuoso culo que heredé de mi abuela paterna, ya que mi madre carece de este atributo. Gran parte de mi fama a nivel global se lo debo a él; mi trasero me ha abierto muchas puertas en el medio.
Mi hermano, por otro lado, es idéntico a mi padre. Todos los nativos de la isla, salvo muy contadas excepciones como yo, son de piel muy oscura, cabello rulo, ojos oscuros y facciones gruesas. Las mujeres, por lo general, son voluptuosas, con enormes tetas y traseros exagerados. Los hombres, por su parte, son… gigantes. En todo sentido de la palabra.
Mi padre mide un metro noventa y tres centímetros, con un físico fibroso. Mi hermano, ahora que tiene diecinueve años, es más alto, incluso puedo asegurar que está rozando los dos metros de altura. Está usando una franelilla sin mangas que dejan a la vista un marcado dorso perfectamente definido, con pectorales firmes como el mármol, al igual que los músculos de sus brazos. Lo mismo se apreciaba en sus gruesas y tonificadas piernas cubiertas por un short playero con unas flores hawaianas. Lo detallé de arriba abajo, su enorme sonrisa y su cabello rasta amarrado en una cola de caballo le dan un aspecto surfista que siempre ha resultado sumamente atractivo.
—Vaya, vaya, vaya. La famosa Audra Reyes en persona — dijo sarcástico, pero yo no me reí. Me mantuve seria, haciéndole saber que no me hace gracia su estúpida broma. Una de las condiciones del contrato es que nadie podía saber quién era y decir mi nombre en voz alta era una falta. — ¿Qué tal el viaje? — Pregunta, ignorándome.
— Normal — mascullo. Volteé a todas direcciones, paranoica, pero para mi sorpresa, ninguna de las personas alrededor parecía haberse percatado de mi presencia.
— Hermanita — Anthony me rodeó por los hombros con su brazo. — Te lo dije por teléfono y te lo digo ahora en persona; aquí estás a salvo, nadie sabe quién eres y puedes hacer lo que quieras, cuando quieras. Podrías lanzarte desnuda desde el tobogán del diablo y a nadie le importaría… bueno, sí, si le importaría porque estás ridículamente buena. — Exclamó deteniéndose y viéndome de pies a cabeza, girándome sobre mi propio eje. — ¡Mírate cómo estás!
— Bobo — no pude evitar sonrojarme ante el piropo. Caminamos un poco, sintiéndome obligada a mirar disimuladamente el sospechoso bulto en su entrepierna que se movía con cada paso que daba. — ¿No usas ropa interior o qué, Anthony? — Le recriminé divertida.
— Esto — como respuesta, se agarró el paquete y pude notar el exagerado diámetro y largo que tenía, aun en ese estado —, no cabe en ningún bóxer —soltó una gran carcajada que me contagió de inmediato. Tiene razón, es enorme. — Vamos a dejar tú maleta y después vamos a donde nuestros padres. Están ansiosos por verte.
2
Pisar esta casa me da mucha nostalgia. Apenas entré, el delicioso olor de la comida de mi madre llega a mis fosas nasales y sentí una agradable sensación de familiaridad.
— ¡Familia, llegó la estrella!
Gritó Anthony y de inmediato, mi padre salió de la habitación. Viste un short similar al de Anthony y no lleva nada puesto en el dorso, exhibiendo un excelente físico a pesar de sus cuarenta y dos años. Sus enormes brazos me envuelven en un exagerado abrazo y, al igual que mi hermano, me levanta al punto que mis pies se despegan del piso con facilidad. La fuerza de estos hombres es ridícula. Cuando me soltó, me sorprendí al darme cuenta que ahora se afeita al ras, no hay una sola sombra de cabello en su cabeza, dándole un aspecto mucho más duro que antes.
— ¿Qué tal el viaje, mocosa? — Me dice cariñosamente.
— Cansada, apenas he dormido. Siento que la cabeza me va a explotar.
— ¿Tan estresante es venir a vernos?
— De donde vengo, sí, el viaje es agotador — le digo tomándome la nuca y moviendo levemente el cuello.
— De eso puedo encargarme yo.
Mi mamá salió de la cocina ataviada con un sencillo vestido blanco que se le ajustaba en el pecho, marcándose en los pezones. Tenía unas cuantas manchas de salsa y harina, lo que me indicaba que estaba haciendo mi platillo favorito; pizza.
Ella tenía cuarenta y nueve años, era mayor que papá, pero tampoco los aparentaba mucho. Sí, en su rostro había ciertas arrugas que denotaban que ya no era una jovencita, pero sus senos firmes y llenos, su abdomen plano y sus caderas anchas mostraban un excelente estado físico. Fue por la mezcla con su genética que yo no tuve la piel oscura de mi padre, pero tampoco salí tan blanca como ella. Supongo que fue una mezcla de ambas.
— Mamá — saludé melancólica, fundiéndome con ella en un abrazo inmenso. — Te extrañé mucho.
— Y yo a ti, hija.
— ¿Cómo es eso que me puedes ayudar con el estrés? — Le pregunté, alejándome al fin.
— Tú mamá ahora trabaja de masajista en el hotel, ¿no sabías?
— Ehm… no, no la verdad.
— Entonces después que comas, te sacaré todo ese estrés acumulado que tienes.
Me sorprendió que mamá se dedicara a hacer masajes cuando era la dueña del hotel donde me hospedaría. Ella siempre fue una mujer proactiva, así que supongo que estar sin hacer prácticamente nada la estaba volviendo loca.
La hora del almuerzo llegó y comimos los cuatro. Deliciosas pizzas llegaron a la mesa y las devoré con glotoneria. Nos pusimos al tanto de nuestras vidas, Anthony seguía soltero, viviendo la vida loca, como quien dice. Mamá bromeó con que llevaba a una mujer diferente cada fin de semana al hotel y, realmente, no lo ponía en duda. El maldito era ridículamente atractivo y transmitía una esencia de masculinidad que, incluso a mí, me daban ganas de saltarle encima. La relación de mis padres sigue igual de bien como el día que me fui; papá tiene dos botes pesqueros, los cuales son navegados por sus empleados y mamá, bueno, además de masajista, es la CEO del único hotel del pueblo.
Pasamos la tarde entre risas, anécdotas graciosas de la infancia y actuales, hasta que el momento de seguir laborando llegó para mi hermano y mi viejo. Mi hermano se despidió dándome una sonora nalgada con su mano que prácticamente abarcó todo mi culo. Tuve que sobarme mientras mi papá se despedía dándome un pico en los labios, como siempre lo había hecho.
Estaba a punto de ayudar a mamá con los platos, pero me detuvo.
— Ah, ah. Yo me encargo. Usted vaya al baño, toma una ducha rápida, ponte la bata que dejé y después te vas a la habitación, en un momento estoy allá.
La obedecí sin chistar. Entré en la ducha y me deshice de la ropa que traía, dejé que el agua helada se llevara todo rastro de suciedad, sudor y calor que había acumulado con el pasar del día. Había olvidado el ridículo calor que hacía en ese lugar. La temperatura promedio rondaba los treinta grados y la humedad oscilaba entre ochenta por ciento.
Tomé la pequeña bata que parecía ser de un material como la seda, era sumamente suave al tacto. Me la puse sin molestarme en cerrarla, descubriendo que ni siquiera llega a cubrirme el pubis por completo, de taparme el culo ni hablemos. De igual forma, no le di importancia y me fui hasta la habitación de mis padres. Apenas observé la cama, sentí que me seducía para que me acostara en ella y así lo hice. Era tan ridículamente cómoda y placentera que perdí la noción del tiempo. No sé si pasaron solo unos minutos u horas, pero lo único que me sacó de la ensoñación fue el sonido de la cerradura.
Mamá entró a la habitación vistiendo una bata similar a la mía, solo que ella si la había amarrado a la cintura. Aun así, sus turgentes tetas se apreciaban casi en su totalidad. En sus manos traía un enorme bote de lo que parecía ser aceite de coco y unas cuantas velas.
Sin decirme absolutamente nada, dejó uno de los candelabros sobre una mesa al lado de la puerta, otra sobre su peinadora, dos en el suelo, a una distancia segura para que la llama no tocara la tela de la cama y otra sobre la mesa de noche. En un abrir y cerrar de ojos, comenzaron a desprender un aroma frutal que prácticamente me mareó mientras la observaba hacer cada acción como si se tratase de un ritual sumamente sensual.
Cuando terminó con la última, gateó sobre la cama y llevó sus dedos hasta mis hombros. Acarició la tensa piel de la nuca y los músculos entumecidos antes de barrer la bata hasta que cayó sobre la cama por efecto de la gravedad. Dejó la suave prenda a un lado y con un leve movimiento hizo que me acostara bocabajo, colocando una cómoda almohada para que apoyara la cabeza.
Estaba totalmente desnuda, pero el aroma que impregnaba la habitación no me dejaba preocuparme por eso. Sentí como un abundante chorro de aceite pringoso cayó sobre mi espalda y unas delicadas manos esparcían el líquido por toda la superficie. Los dedos comenzaron a realizar suaves movimientos sobre mi columna, justo encima de las caderas. Sentí como los pulgares acariciaban sugerentemente mis hoyos de Venus, solo para ascender por las costillas hasta los omóplatos.
Unos minutos más tarde, otro chorro de aceite cayó sobre mis muslos y, de nuevo, la deliciosa sensación del maravilloso masaje me anestesió. Los dedos apretaban la carne de mis piernas, desde el nacimiento de las nalgas hasta la pantorrilla, abarcando cada vez más voluptuosidad en cada ascenso. En un punto, las manos ya manoseaban descaradamente mi culo, apretando los glúteos, abriéndolos y cerrándolos. Las manos se introdujeron entre mis piernas, obligándolas a separar solo lo necesario, rozando peligrosamente los pliegues de mi vulva.
— Realmente estás hecha un nudo — dijo mi madre por primera vez, reptando hasta colocarse a un costado, usando una mano para acariciar mi nuca y la otra rozar mi muslo interno y la nalga derecha.
— Me imagino — dije casi en un suspiro.
— Ven — susurró, metiendo una mano por debajo de mi vientre y obligándome a levantarme. Tenía los ojos somnolientos, producto del delicioso tacto, pero pude percibir cuando una bata idéntica a la mía cayó a un costado. Era la suya. — Si no me la quito se manchará de aceite — dijo, tirando suavemente de mí y obligándome a caer sobre su pecho.
La sensación de sus pezones rozando contra mi piel lubricada me provocó extrañas sensaciones que inmediatamente asocié con la excitación.
Tomó el bote de aceite y echó una generosa cantidad sobre la mano derecha y comenzó masajear mi abdomen, alrededor de las costillas y sobre los abdominales. Entre mis senos y sobre la clavícula. Sobre el trapecio y los hombros. Después de haber aceitado toda la zona, volvió a untarse líquido y ahora si posó ambas manos sobre mis tetas. Las apretó primero, después comenzó a masajearla con movimientos circulares. Como un acto reflejo llevé ambas manos por detrás de su nuca, buscando un punto de apoyo y dándole más acceso. Escuché una leve risilla en mi oreja izquierda que me contagió. Se movía alrededor de la voluptuosidad, a veces con suavidad, otras aplicando más presión. Poco a poco, los dedos en punta se concentraron alrededor del pezón, estimulando la piel erizada de la areola antes de tocar el rígido botón.
Gemí levemente, sintiendo la tensa piel de los pezones siendo molestada por unos dedos expertos. Los movió como un jostick de un mando de videojuegos, después los presionó y por último los pellizcó, provocándome otro jadeo.
— Creo que lo que te falta es un buen polvo, Audra — dijo mamá entre risas.
— Es probable, no tengo sexo desde hace… no sé, la verdad.
— ¿Y tú novio?
— En Madrid, creo. O en Londres, ya ni recuerdo.
— ¿No coges con él?
— Poco, la verdad. E igualmente me parece medio soso…
Las manos dejaron de torturar mis pezones y comenzaron un descenso peligroso hasta mi vientre bajo. Sentí un nudo formándose en la boca del estómago y mi madre se percató de ello, usando la yema de los dedos para acariciar la zona suavemente, provocando que se disipara a los segundos. Continuó su descenso hacia el sur y esta vez se concentró en mi monte de Venus perfectamente depilado. Esa zona tan sensible y cercana a mi clítoris comenzó a provocar una obvia reacción; la humedad empezó a aparecer poco a poco en mi entrepierna.
— ¿Alguna vez te conté como conocí a tú padre?
— ¿Hmm? — Me incorporé levemente, aumentando el agarre en su cuello. — Sólo sé que llegaste a este lugar desde Italia…
— Sí, tu abuelo quiso hacer un hotel aquí desde la primera vez que vino. Decía que era un paraíso y tenía razón. — explicó abandonando esa zona tan peligrosa y enfocándose ahora en las caderas y el costado de los muslos. — Mientras papá hablaba con los dueños de la posada, su hija me atendió todo el día y me convenció para ir a la fiesta de un amigo que estaba cumpliendo dieciocho años. Levanta las rodillas.
Obedecí como una autómata, inmiscuida totalmente en la historia. Mamá usó sus manos para hacer que mis rodillas pegaran de mi pecho y que mis pies quedaran en el aire. Empezó a acariciar de nuevo el nacimiento de mis nalgas desde esa posición, pasando una vez más peligrosamente por los gajos de mi coño.
— Me puse un lindo vestido de verano y asistí. Estuve alrededor de dos horas en la fiesta, conociendo a los amigos de la muchacha, sin conocer al cumpleañero, hasta que al fin me lo presentaron…
— Y era papá.
— Ajá. Aguanta las piernas — ordenó de nuevo, llevó las manos hasta mis tobillos y los alzó, abriéndome de piernas en su totalidad. Mi cabeza prácticamente descansaba entre sus tetas y solo me bastaba voltear un poco para tener su pezón oscuro a la altura de la boca. ― Cuando me presentaron a tu papá, a la media hora ya me estaba comiendo esa pija. Recuerdo que estaban algunos amigos hablando y bromeando, pero no me importó ― contó entre risas. Sus manos recorrieron toda la pierna por su parte posterior, haciéndome un par de cosquillas juguetonas detrás de las rodillas.
― ¿A la media hora?
― Sí, al rato estaba entregándole el culo, básicamente fui su regalo de cumpleaños ― los dedos recorrieron la piel alrededor de mi coño y, embadurnándolos de aceite, mezclándose con mi propia humedad. Poco a poco, fueron acercándose a los labios mayores que ya estaban hinchados. ― Pero no pude evitarlo, fue bailar un rato con él y sentir su enorme pija golpeándome el culo hasta la espalda para decidirme.
― Entonces fue amor a primera cogida… ¡uhm…! ― Intenté bromear, pero los dedos de mamá se hicieron camino entre los pliegues de mi sexo hasta encontrar el clítoris. El índice y medio de la mano izquierda retiraron la piel que lo recubría y el índice de la derecha empezó a estimularlo con un ritmo constante. Inmediatamente comencé a gemir de forma constante.
― Exactamente… amor a primera cogida. Y cogimos mucho, mucho más. La semana que estuvo mi papá haciendo negocios, la pasé cogiendo con él… tienes la cuca grande.
― Noohmmm… normal.
― No, eres cucona como yo ― aseveró, metiendo dos dedos que no encontraron ningún tipo de resistencia.
Alcé las caderas como una respuesta animal, facilitando la penetración. Tenía las piernas abiertas a la altura de mi cabeza, totalmente expuesta mientras mamá, ahora sí, estaba cogiéndome. Era ridículo el placer que estaba sintiendo, quizás producto de la frustración acumulada que tenía desde hacía meses. No mentía cuando decía que me hacía falta coger, al punto que unas cuantas caricias provocaron que me entregara sin ningún problema.
― Mamá… ― jadeé a punto del orgasmo.
― Cuando me fui a Italia de nuevo, llegué embarazada. Solo una semana cogiendo con tu papá bastaron para que me preñara ― continuó contando mientras aumentaba el rimo de la penetración. ― Mi papá se quería morir, pero fue la excusa perfecta para acelerar las negociaciones. Todo salió perfecto…
― ¡Mamáhmmm! ― gimoteé de nuevo, pero esta vez no pudo contener nada.
Me dejé llevar, me entregué al placer y sentí como cada músculo de mi cuerpo se contrajo con fuerza. Mis músculos se endureciendo y un espasmo se apoderó de mi pelvis que no dejaba de temblar sin control. Mi mente se perdió totalmente, colocándose en blanco. Un abundante chorro de fluidos manó de mi coño como una fuente, mientras mamá seguía usando toda la palma de la mano para estrujarlo con movimientos circulares, alargando la deliciosa tortura.
Minutos más tarde me desplomé totalmente, sintiendo como las fuerzas se esfumaban de mi cuerpo y como entraba en un estado de relajación inmediato. Los párpados se volvieron tan pesados que no pude controlarlos y, así como estaba, desnuda y llena de aceite y fluidos, me quedé dormida.
Necesitaba un maldito orgasmo y mi madre fue la única que se dio cuenta, incluso antes que yo.
3
El movimiento de la cama poco a poco fue despertándome. No sabía ni siquiera en donde estaba, abrí los ojos, pero no podía orientarme. Lo único que pudo distinguir con relativa claridad fueron unos sonoros gemidos a mi espalda, por lo que giré para ver que sucedía.
Inmediatamente recordé que estaba en el pueblo de mi infancia, en la casa donde crecí y me había quedado dormida en la habitación de mis padres… porque ellos estaban cogiendo a mi lado.
Mamá estaba en cuatro patas, con el culo en pompa y la espalda tan arqueada que parecía que se iba a dislocar. Tenía una mano sosteniéndose del cabecero de la cama y la otra apretando una almohada con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. Su cara estaba descolocada, como si no pudiera soportar todas las sensaciones que la estaban estimulando.
Detrás de ella, papá la sostenía con firmeza de las caderas y le enterraba con violencia la enorme pija. Abrí los ojos al darme cuenta del tamaño y me pregunté cómo carajos mi mamá era capaz de aguantar semejante trozo de carne firme y venoso. Aun así me quedé hipnotizada con el movimiento pélvico de papá, en esa posición podía apreciar la extensión del pene cuando salía y como se enterraba hasta que las nalgas estallaban con una fuerte embestida.
Y así, con los gemidos – cuasi alaridos – de mamá y el sonido de las embestidas que le daba papá como música de fondo, volví a quedarme dormida.
___________________________
¡Nueva serie!
En enfoque algo diferente, pero igual de morboso. Esta serie se publicará paralelamente con Átame a ti y será publicada, tanto en mi blog como en las otras plataformas donde publico normalmente.
También quiero decirles que he abierto un Ko-Fi! p
Audra es una actriz a la que la fama la ha hecho colapsar; harta de ese estilo de vida público, decide tomarse unas vacaciones en el pequeño pueblo costero en el que creció. Su hermano hará de guía turístico y le recordará el ambiente libertino y morboso en el que creció.
Capítulo 1
¡Bienvenidos a Buenaventura!
— Hemos llegado, señorita.
Esas palabras me sacaron de mis pensamientos. Alcé la vista y me topé con el gran edificio color blanco que resaltaba sobradamente del resto de la arquitectura antigua de la región. No era un hotel de cinco estrellas, pero se notaban los lujos del que carecía todo el lugar.
— Gracias — susurré y me bajé del vehículo. Apenas puse un pie en la acera escuché como el seguro del maletero se desbloqueaba.
Sonreí irónicamente, me estaba indicando que yo misma debía tomar mi equipaje.
Hacía mucho tiempo que no tenía que hacer nada por mí misma. De hecho, hacía mucho tiempo que no tomaba un taxi común y corriente o me hospedaba en hoteles que no fueran cinco estrellas, y de los más famosos del mundo. Desde que hace cinco años mi vida estaba llena de lujos, brillos, un mundo donde solamente debía hablar y todo se me servía en bandeja de plata. Desde que hice mi primera película, dejé de ser una desconocida para convertirme en una de las actrices más conocidas del mundo entero. A donde iba, habían fans esperándome, dispuestos a hacer lo que sea por tomarse una foto conmigo o porque le firmara cualquier cosa y eso, en un principio, fue excelente.
Me gustaba ese estilo de vida. Que la gente matara por tenerme en sus programas, que las revistas se murieran por entrevistarme, me llenaba el ego, me hacían sentir viva. Aún más cuando me relacioné con mi actual pareja, Michael Jefferson, mi coprotagonista en la última película que hice. Éramos la pareja del momento.
Sin embargo, desde hace un año comencé a sentirme agobiada. La forma como transcurría mi día a día comenzó a superarme y lo que antes me emocionaba, ahora me sacaba de quicio. No poder ir ni siquiera a tomarme un café por mi cuenta a una cafetería era posible sin que un séquito de imbéciles me persiguiera. Eran como zombies cuyo único propósito era acosarme.
Por eso decidí tomarme este viaje. Hablé con mi chico y, aunque no estuvo de acuerdo, accedió. De hecho, él se encargó de pagar todo; viaje, hotel, seguridad. Todo. Pero lo que él no sabía es que el lugar a donde iría era algo… especial. Era una región donde la farándula no tiene cabida y prácticamente estaba aislado del mundo. Donde lo único que importaba era lo que ocurría en su pequeño pueblito, con su gente y más nada. Así era el lugar donde nací, Buenaventura.
Una pequeña región costera con unos pocos miles de habitantes, que vive básicamente del turismo en épocas de temporada, mientras que el resto del año lo hacen de la pesca y sus cosechas. El cacao de este lugar es uno de los más populares del mundo, con el que hacen el chocolate suizo y holandés. Así de buena es la calidad de su cosecha.
Respiré profundamente el aire salado y cálido, evocando recuerdos de la infancia, y caminé hasta el living. No pasaron ni cinco minutos cuando unos fuertes brazos me tomaron por la espalda y me alzaron como una muñeca de trapo, dándome un par de vueltas antes de dejarme otra vez en el piso. Cuando volteé, me encontré con la hermosa sonrisa de Anthony, mi hermano.
Prácticamente tuve que echar mi cabeza atrás para verlo directamente, y es que, a decir verdad, éramos sumamente diferentes. Yo salí a mi madre, una inmigrante italiana de un metro sesenta y cuatro centímetros de altura. Blanca como la nieve, de cabello castaño y nariz aguileña, pero con labios sumamente gruesos y provocativos.
¿Yo? Yo soy más pequeña aún, apenas mido un metro cincuenta y seis centímetros, soy un minion… pero eso lo compenso con otros atractivos físicos. No es por ser egocéntrica, pero mi piel es tostada y mi cabello es castaño oscurísimo y ondulado, largo hasta la altura de los omóplatos. Mis senos son llenos y turgentes, firmes por la cantidad de horas que invierto en el gimnasio, lo cual también se refleja en mi abdomen plano y en el tonificado y voluptuoso culo que heredé de mi abuela paterna, ya que mi madre carece de este atributo. Gran parte de mi fama a nivel global se lo debo a él; mi trasero me ha abierto muchas puertas en el medio.
Mi hermano, por otro lado, es idéntico a mi padre. Todos los nativos de la isla, salvo muy contadas excepciones como yo, son de piel muy oscura, cabello rulo, ojos oscuros y facciones gruesas. Las mujeres, por lo general, son voluptuosas, con enormes tetas y traseros exagerados. Los hombres, por su parte, son… gigantes. En todo sentido de la palabra.
Mi padre mide un metro noventa y tres centímetros, con un físico fibroso. Mi hermano, ahora que tiene diecinueve años, es más alto, incluso puedo asegurar que está rozando los dos metros de altura. Está usando una franelilla sin mangas que dejan a la vista un marcado dorso perfectamente definido, con pectorales firmes como el mármol, al igual que los músculos de sus brazos. Lo mismo se apreciaba en sus gruesas y tonificadas piernas cubiertas por un short playero con unas flores hawaianas. Lo detallé de arriba abajo, su enorme sonrisa y su cabello rasta amarrado en una cola de caballo le dan un aspecto surfista que siempre ha resultado sumamente atractivo.
—Vaya, vaya, vaya. La famosa Audra Reyes en persona — dijo sarcástico, pero yo no me reí. Me mantuve seria, haciéndole saber que no me hace gracia su estúpida broma. Una de las condiciones del contrato es que nadie podía saber quién era y decir mi nombre en voz alta era una falta. — ¿Qué tal el viaje? — Pregunta, ignorándome.
— Normal — mascullo. Volteé a todas direcciones, paranoica, pero para mi sorpresa, ninguna de las personas alrededor parecía haberse percatado de mi presencia.
— Hermanita — Anthony me rodeó por los hombros con su brazo. — Te lo dije por teléfono y te lo digo ahora en persona; aquí estás a salvo, nadie sabe quién eres y puedes hacer lo que quieras, cuando quieras. Podrías lanzarte desnuda desde el tobogán del diablo y a nadie le importaría… bueno, sí, si le importaría porque estás ridículamente buena. — Exclamó deteniéndose y viéndome de pies a cabeza, girándome sobre mi propio eje. — ¡Mírate cómo estás!
— Bobo — no pude evitar sonrojarme ante el piropo. Caminamos un poco, sintiéndome obligada a mirar disimuladamente el sospechoso bulto en su entrepierna que se movía con cada paso que daba. — ¿No usas ropa interior o qué, Anthony? — Le recriminé divertida.
— Esto — como respuesta, se agarró el paquete y pude notar el exagerado diámetro y largo que tenía, aun en ese estado —, no cabe en ningún bóxer —soltó una gran carcajada que me contagió de inmediato. Tiene razón, es enorme. — Vamos a dejar tú maleta y después vamos a donde nuestros padres. Están ansiosos por verte.
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Pisar esta casa me da mucha nostalgia. Apenas entré, el delicioso olor de la comida de mi madre llega a mis fosas nasales y sentí una agradable sensación de familiaridad.
— ¡Familia, llegó la estrella!
Gritó Anthony y de inmediato, mi padre salió de la habitación. Viste un short similar al de Anthony y no lleva nada puesto en el dorso, exhibiendo un excelente físico a pesar de sus cuarenta y dos años. Sus enormes brazos me envuelven en un exagerado abrazo y, al igual que mi hermano, me levanta al punto que mis pies se despegan del piso con facilidad. La fuerza de estos hombres es ridícula. Cuando me soltó, me sorprendí al darme cuenta que ahora se afeita al ras, no hay una sola sombra de cabello en su cabeza, dándole un aspecto mucho más duro que antes.
— ¿Qué tal el viaje, mocosa? — Me dice cariñosamente.
— Cansada, apenas he dormido. Siento que la cabeza me va a explotar.
— ¿Tan estresante es venir a vernos?
— De donde vengo, sí, el viaje es agotador — le digo tomándome la nuca y moviendo levemente el cuello.
— De eso puedo encargarme yo.
Mi mamá salió de la cocina ataviada con un sencillo vestido blanco que se le ajustaba en el pecho, marcándose en los pezones. Tenía unas cuantas manchas de salsa y harina, lo que me indicaba que estaba haciendo mi platillo favorito; pizza.
Ella tenía cuarenta y nueve años, era mayor que papá, pero tampoco los aparentaba mucho. Sí, en su rostro había ciertas arrugas que denotaban que ya no era una jovencita, pero sus senos firmes y llenos, su abdomen plano y sus caderas anchas mostraban un excelente estado físico. Fue por la mezcla con su genética que yo no tuve la piel oscura de mi padre, pero tampoco salí tan blanca como ella. Supongo que fue una mezcla de ambas.
— Mamá — saludé melancólica, fundiéndome con ella en un abrazo inmenso. — Te extrañé mucho.
— Y yo a ti, hija.
— ¿Cómo es eso que me puedes ayudar con el estrés? — Le pregunté, alejándome al fin.
— Tú mamá ahora trabaja de masajista en el hotel, ¿no sabías?
— Ehm… no, no la verdad.
— Entonces después que comas, te sacaré todo ese estrés acumulado que tienes.
Me sorprendió que mamá se dedicara a hacer masajes cuando era la dueña del hotel donde me hospedaría. Ella siempre fue una mujer proactiva, así que supongo que estar sin hacer prácticamente nada la estaba volviendo loca.
La hora del almuerzo llegó y comimos los cuatro. Deliciosas pizzas llegaron a la mesa y las devoré con glotoneria. Nos pusimos al tanto de nuestras vidas, Anthony seguía soltero, viviendo la vida loca, como quien dice. Mamá bromeó con que llevaba a una mujer diferente cada fin de semana al hotel y, realmente, no lo ponía en duda. El maldito era ridículamente atractivo y transmitía una esencia de masculinidad que, incluso a mí, me daban ganas de saltarle encima. La relación de mis padres sigue igual de bien como el día que me fui; papá tiene dos botes pesqueros, los cuales son navegados por sus empleados y mamá, bueno, además de masajista, es la CEO del único hotel del pueblo.
Pasamos la tarde entre risas, anécdotas graciosas de la infancia y actuales, hasta que el momento de seguir laborando llegó para mi hermano y mi viejo. Mi hermano se despidió dándome una sonora nalgada con su mano que prácticamente abarcó todo mi culo. Tuve que sobarme mientras mi papá se despedía dándome un pico en los labios, como siempre lo había hecho.
Estaba a punto de ayudar a mamá con los platos, pero me detuvo.
— Ah, ah. Yo me encargo. Usted vaya al baño, toma una ducha rápida, ponte la bata que dejé y después te vas a la habitación, en un momento estoy allá.
La obedecí sin chistar. Entré en la ducha y me deshice de la ropa que traía, dejé que el agua helada se llevara todo rastro de suciedad, sudor y calor que había acumulado con el pasar del día. Había olvidado el ridículo calor que hacía en ese lugar. La temperatura promedio rondaba los treinta grados y la humedad oscilaba entre ochenta por ciento.
Tomé la pequeña bata que parecía ser de un material como la seda, era sumamente suave al tacto. Me la puse sin molestarme en cerrarla, descubriendo que ni siquiera llega a cubrirme el pubis por completo, de taparme el culo ni hablemos. De igual forma, no le di importancia y me fui hasta la habitación de mis padres. Apenas observé la cama, sentí que me seducía para que me acostara en ella y así lo hice. Era tan ridículamente cómoda y placentera que perdí la noción del tiempo. No sé si pasaron solo unos minutos u horas, pero lo único que me sacó de la ensoñación fue el sonido de la cerradura.
Mamá entró a la habitación vistiendo una bata similar a la mía, solo que ella si la había amarrado a la cintura. Aun así, sus turgentes tetas se apreciaban casi en su totalidad. En sus manos traía un enorme bote de lo que parecía ser aceite de coco y unas cuantas velas.
Sin decirme absolutamente nada, dejó uno de los candelabros sobre una mesa al lado de la puerta, otra sobre su peinadora, dos en el suelo, a una distancia segura para que la llama no tocara la tela de la cama y otra sobre la mesa de noche. En un abrir y cerrar de ojos, comenzaron a desprender un aroma frutal que prácticamente me mareó mientras la observaba hacer cada acción como si se tratase de un ritual sumamente sensual.
Cuando terminó con la última, gateó sobre la cama y llevó sus dedos hasta mis hombros. Acarició la tensa piel de la nuca y los músculos entumecidos antes de barrer la bata hasta que cayó sobre la cama por efecto de la gravedad. Dejó la suave prenda a un lado y con un leve movimiento hizo que me acostara bocabajo, colocando una cómoda almohada para que apoyara la cabeza.
Estaba totalmente desnuda, pero el aroma que impregnaba la habitación no me dejaba preocuparme por eso. Sentí como un abundante chorro de aceite pringoso cayó sobre mi espalda y unas delicadas manos esparcían el líquido por toda la superficie. Los dedos comenzaron a realizar suaves movimientos sobre mi columna, justo encima de las caderas. Sentí como los pulgares acariciaban sugerentemente mis hoyos de Venus, solo para ascender por las costillas hasta los omóplatos.
Unos minutos más tarde, otro chorro de aceite cayó sobre mis muslos y, de nuevo, la deliciosa sensación del maravilloso masaje me anestesió. Los dedos apretaban la carne de mis piernas, desde el nacimiento de las nalgas hasta la pantorrilla, abarcando cada vez más voluptuosidad en cada ascenso. En un punto, las manos ya manoseaban descaradamente mi culo, apretando los glúteos, abriéndolos y cerrándolos. Las manos se introdujeron entre mis piernas, obligándolas a separar solo lo necesario, rozando peligrosamente los pliegues de mi vulva.
— Realmente estás hecha un nudo — dijo mi madre por primera vez, reptando hasta colocarse a un costado, usando una mano para acariciar mi nuca y la otra rozar mi muslo interno y la nalga derecha.
— Me imagino — dije casi en un suspiro.
— Ven — susurró, metiendo una mano por debajo de mi vientre y obligándome a levantarme. Tenía los ojos somnolientos, producto del delicioso tacto, pero pude percibir cuando una bata idéntica a la mía cayó a un costado. Era la suya. — Si no me la quito se manchará de aceite — dijo, tirando suavemente de mí y obligándome a caer sobre su pecho.
La sensación de sus pezones rozando contra mi piel lubricada me provocó extrañas sensaciones que inmediatamente asocié con la excitación.
Tomó el bote de aceite y echó una generosa cantidad sobre la mano derecha y comenzó masajear mi abdomen, alrededor de las costillas y sobre los abdominales. Entre mis senos y sobre la clavícula. Sobre el trapecio y los hombros. Después de haber aceitado toda la zona, volvió a untarse líquido y ahora si posó ambas manos sobre mis tetas. Las apretó primero, después comenzó a masajearla con movimientos circulares. Como un acto reflejo llevé ambas manos por detrás de su nuca, buscando un punto de apoyo y dándole más acceso. Escuché una leve risilla en mi oreja izquierda que me contagió. Se movía alrededor de la voluptuosidad, a veces con suavidad, otras aplicando más presión. Poco a poco, los dedos en punta se concentraron alrededor del pezón, estimulando la piel erizada de la areola antes de tocar el rígido botón.
Gemí levemente, sintiendo la tensa piel de los pezones siendo molestada por unos dedos expertos. Los movió como un jostick de un mando de videojuegos, después los presionó y por último los pellizcó, provocándome otro jadeo.
— Creo que lo que te falta es un buen polvo, Audra — dijo mamá entre risas.
— Es probable, no tengo sexo desde hace… no sé, la verdad.
— ¿Y tú novio?
— En Madrid, creo. O en Londres, ya ni recuerdo.
— ¿No coges con él?
— Poco, la verdad. E igualmente me parece medio soso…
Las manos dejaron de torturar mis pezones y comenzaron un descenso peligroso hasta mi vientre bajo. Sentí un nudo formándose en la boca del estómago y mi madre se percató de ello, usando la yema de los dedos para acariciar la zona suavemente, provocando que se disipara a los segundos. Continuó su descenso hacia el sur y esta vez se concentró en mi monte de Venus perfectamente depilado. Esa zona tan sensible y cercana a mi clítoris comenzó a provocar una obvia reacción; la humedad empezó a aparecer poco a poco en mi entrepierna.
— ¿Alguna vez te conté como conocí a tú padre?
— ¿Hmm? — Me incorporé levemente, aumentando el agarre en su cuello. — Sólo sé que llegaste a este lugar desde Italia…
— Sí, tu abuelo quiso hacer un hotel aquí desde la primera vez que vino. Decía que era un paraíso y tenía razón. — explicó abandonando esa zona tan peligrosa y enfocándose ahora en las caderas y el costado de los muslos. — Mientras papá hablaba con los dueños de la posada, su hija me atendió todo el día y me convenció para ir a la fiesta de un amigo que estaba cumpliendo dieciocho años. Levanta las rodillas.
Obedecí como una autómata, inmiscuida totalmente en la historia. Mamá usó sus manos para hacer que mis rodillas pegaran de mi pecho y que mis pies quedaran en el aire. Empezó a acariciar de nuevo el nacimiento de mis nalgas desde esa posición, pasando una vez más peligrosamente por los gajos de mi coño.
— Me puse un lindo vestido de verano y asistí. Estuve alrededor de dos horas en la fiesta, conociendo a los amigos de la muchacha, sin conocer al cumpleañero, hasta que al fin me lo presentaron…
— Y era papá.
— Ajá. Aguanta las piernas — ordenó de nuevo, llevó las manos hasta mis tobillos y los alzó, abriéndome de piernas en su totalidad. Mi cabeza prácticamente descansaba entre sus tetas y solo me bastaba voltear un poco para tener su pezón oscuro a la altura de la boca. ― Cuando me presentaron a tu papá, a la media hora ya me estaba comiendo esa pija. Recuerdo que estaban algunos amigos hablando y bromeando, pero no me importó ― contó entre risas. Sus manos recorrieron toda la pierna por su parte posterior, haciéndome un par de cosquillas juguetonas detrás de las rodillas.
― ¿A la media hora?
― Sí, al rato estaba entregándole el culo, básicamente fui su regalo de cumpleaños ― los dedos recorrieron la piel alrededor de mi coño y, embadurnándolos de aceite, mezclándose con mi propia humedad. Poco a poco, fueron acercándose a los labios mayores que ya estaban hinchados. ― Pero no pude evitarlo, fue bailar un rato con él y sentir su enorme pija golpeándome el culo hasta la espalda para decidirme.
― Entonces fue amor a primera cogida… ¡uhm…! ― Intenté bromear, pero los dedos de mamá se hicieron camino entre los pliegues de mi sexo hasta encontrar el clítoris. El índice y medio de la mano izquierda retiraron la piel que lo recubría y el índice de la derecha empezó a estimularlo con un ritmo constante. Inmediatamente comencé a gemir de forma constante.
― Exactamente… amor a primera cogida. Y cogimos mucho, mucho más. La semana que estuvo mi papá haciendo negocios, la pasé cogiendo con él… tienes la cuca grande.
― Noohmmm… normal.
― No, eres cucona como yo ― aseveró, metiendo dos dedos que no encontraron ningún tipo de resistencia.
Alcé las caderas como una respuesta animal, facilitando la penetración. Tenía las piernas abiertas a la altura de mi cabeza, totalmente expuesta mientras mamá, ahora sí, estaba cogiéndome. Era ridículo el placer que estaba sintiendo, quizás producto de la frustración acumulada que tenía desde hacía meses. No mentía cuando decía que me hacía falta coger, al punto que unas cuantas caricias provocaron que me entregara sin ningún problema.
― Mamá… ― jadeé a punto del orgasmo.
― Cuando me fui a Italia de nuevo, llegué embarazada. Solo una semana cogiendo con tu papá bastaron para que me preñara ― continuó contando mientras aumentaba el rimo de la penetración. ― Mi papá se quería morir, pero fue la excusa perfecta para acelerar las negociaciones. Todo salió perfecto…
― ¡Mamáhmmm! ― gimoteé de nuevo, pero esta vez no pudo contener nada.
Me dejé llevar, me entregué al placer y sentí como cada músculo de mi cuerpo se contrajo con fuerza. Mis músculos se endureciendo y un espasmo se apoderó de mi pelvis que no dejaba de temblar sin control. Mi mente se perdió totalmente, colocándose en blanco. Un abundante chorro de fluidos manó de mi coño como una fuente, mientras mamá seguía usando toda la palma de la mano para estrujarlo con movimientos circulares, alargando la deliciosa tortura.
Minutos más tarde me desplomé totalmente, sintiendo como las fuerzas se esfumaban de mi cuerpo y como entraba en un estado de relajación inmediato. Los párpados se volvieron tan pesados que no pude controlarlos y, así como estaba, desnuda y llena de aceite y fluidos, me quedé dormida.
Necesitaba un maldito orgasmo y mi madre fue la única que se dio cuenta, incluso antes que yo.
3
El movimiento de la cama poco a poco fue despertándome. No sabía ni siquiera en donde estaba, abrí los ojos, pero no podía orientarme. Lo único que pudo distinguir con relativa claridad fueron unos sonoros gemidos a mi espalda, por lo que giré para ver que sucedía.
Inmediatamente recordé que estaba en el pueblo de mi infancia, en la casa donde crecí y me había quedado dormida en la habitación de mis padres… porque ellos estaban cogiendo a mi lado.
Mamá estaba en cuatro patas, con el culo en pompa y la espalda tan arqueada que parecía que se iba a dislocar. Tenía una mano sosteniéndose del cabecero de la cama y la otra apretando una almohada con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. Su cara estaba descolocada, como si no pudiera soportar todas las sensaciones que la estaban estimulando.
Detrás de ella, papá la sostenía con firmeza de las caderas y le enterraba con violencia la enorme pija. Abrí los ojos al darme cuenta del tamaño y me pregunté cómo carajos mi mamá era capaz de aguantar semejante trozo de carne firme y venoso. Aun así me quedé hipnotizada con el movimiento pélvico de papá, en esa posición podía apreciar la extensión del pene cuando salía y como se enterraba hasta que las nalgas estallaban con una fuerte embestida.
Y así, con los gemidos – cuasi alaridos – de mamá y el sonido de las embestidas que le daba papá como música de fondo, volví a quedarme dormida.
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¡Nueva serie!
En enfoque algo diferente, pero igual de morboso. Esta serie se publicará paralelamente con Átame a ti y será publicada, tanto en mi blog como en las otras plataformas donde publico normalmente.
También quiero decirles que he abierto un Ko-Fi! p
or si desean apoyarme, un café solo cuesta 2$ xD lo encuentran en el link de arriba.
Nos vemos la próxima semana!
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