Todo sucedió en un spa de un hotel céntrico al que fui por unos masajes. El spa era todo un tema, porque no podía negar mi curiosidad. En el sauna había toallas que se corrían o se caían y eso la alimentaba más. Así fue como se me hizo costumbre el spa.
Justamente en el sauna se me acercó un hombre más grande que yo. Me sacó conversación, de lo más natural, sin presión ni nada. Se llamaba Alberto, tenía unos 15 años más que yo, pelo gris, piel color bronce y músculos marcados. El tipo me saludó de lo más bien. Cuando salí el tipo se acercó en traje y corbata, y muy serio me dijo: "Nos vemos campeón".
Me lo encontré varias veces en las sucesivas visitas al spa. Hasta que un día a mediados de año, en pleno invierno, me doy cuenta de que me falta una toalla y buscándola veo en uno de los boxes a Alberto, boca arriba sobre el camastro y un pendejo fibroso de boxer blanco chupándole la pija. El veterano tenía una pija blanca y venosa, con una forma perfecta, aunque no muy grande. Obviamente, seguí de largo, hasta encontrar mi toalla.
Al mes me encuentro de nuevo a Alberto, esta vez solo. Yo estaba esperando por masajes y él me encara y me dice:
- Vos sos de los míos, me doy cuenta por como mirás. Sos curioso, aventurero -hace un largo silencio y remata- Yo se que el otro día me viste, me di cuenta. ¿Te gustó? ¿No?
- Me dio curiosidad -le dije yo, y así fue que nos pusimos a conversar un rato.
Alberto era director de una empresa, pero además tenía una vida discreta y oculta una vez por semana. En 20 minutos me contó su vida sexual clandestina, sin mencionar nada de su vida familiar. A Alberto le gustaba experimentar, pero sobre todo con gente más joven: pendejos, mujeres, BBW, trans, osos, todo le llamaba la atención.
Hicimos buena amistad, siempre con discreción, sin lances. Hasta que -finalmente- me invitó a un brunch en su habitación en el hotel. Yo estaba soltero y en plena exploración, así que estaba preparado para todo. Me da una tarjeta y me dice que entre en media hora sin tocar. En esos treinta minutos las dudas me carcomían y hasta pensé en irme del hotel. Pero la curiosidad...
Subí al noveno piso y entré directamente a la habitación. Alberto estaba semivestido, con un jean, descalzo y sin camisa.
- Buenas, buenas. Mirá Diego. Te presento a Dyana, con "y" griega. Vení vamos a divertirnos.
Dyana era una mujerzota de 1,82 y quizá unos centímetros más. Era literalmente una muñeca, de ojos verdes y nariz fina. Estaba con jean, una remerita blanca estampada, las All Star nuevas, maquillada y peinada como una modelo. Inmediatamente advierto que Dyana era una hermosa trans y, mirando su entrepierna, constato que bastante bien dotada.
Alberto no esperó nada, se bajó el jean me agarró de la mano y me acercó. Me dio un beso, quizá el primero que me dio un hombre en toda mi vida. De inmediato la pija se me paró. Estábamos con las pijas pegadas, yo vestido, él desnudo.
Dyana se tiró en la cama, mirando el espectáculo. Se tocaba los pezones y acariciaba la entrepierna. Hasta que se sacó una teta enorme y plástica por encima de su remera y corpiño.
El madurito frenó, me agarró la pija y me preguntó: "Qué te gustaría hacerle"
- Todo -respondí yo, entre nervioso y excitado.
Dyana, entonces, se sacó la remera, abrió su pantalón y sacó su miembro dormido: era una berenjena, gorda, ancha al medio y con el glande un poco más fino. Así, muerta como estaba, medía unos 14 centímetros. Alberto me llevó hasta la cama, ella me abrazó y me besó. De nuevo, sentí su pija cerca de la mía y comenzó a desvestirme. Mientras yo seguía entretenido con las tetas de Dyana, Alberto me metía un dedo: "Qué cerradito que está". Entonces, con un gel y su dedo mayor jugaba con mi cola virgen. De pronto estábamos los tres desnudos, franeleándonos los unos contra los otros. A puro beso, chupada y frotada. El momento fue especial, yo me re aflojé y estaba totalmente dispuesto a todo, tranquilo, sin apuros ni nervios.
Alberto sacó forros de todos los colores y comenzó a ponernos con su boca. A mi me hizo una garganta profunda, con Dyana le costó un poco. El ancho de la verga muerta de ella no entraba en su boca.
Mi pija estaba enorme, crecida y venosa. Entonces, la puse de costado y la agarré por atrás, me llené la pija de saliva, su culo se abrió solito. Estaba húmedo y caliente, suavecito y nada apretado. Alberto de espaldas a ella, jugaba con la pija de burro en la puerta de su culo. Dyana comenzó a hacerme movimientos con su ano que me hicieron ver estrellas, sin llegar a hacerme acabar. Me llevó mis manos a sus tetas y aumentó el ritmo.
Entonces vi esa pija de burro en todo su esplendor: habrá medido unos 20 o 22 centímetros, como poco. Ella comenzó a penetrar suavemente a Alberto, que hizo un gesto de dolor y placer al mismo tiempo. Así nos cojimos los tres. Yo fui el primero en acabar. Le solté toda la leche adentro del culo (con forro) a Dyana que sollozaba de placer en cada chorro.
Alberto me pidió que lo ayude a acabar. Y bueno, así fue que chupe mi primera pija: los sabores eran raros y nuevos pero ricos, jugoso, dulce, salado, nada amargo. La pija no era tan chica, de unos 14 o 15 centímetros. Pero mis movimientos eran torpes.
Dyana le sacó la pija de la cola y me ayudó, enseñándome con sus manos y su boca, hasta hacerlo estallar de placer. Alberto tenía leche por demás. Hasta qué él me dijo:
- ¿Querés probarla?-señalando la verga monstruosa de Dyana.
Sin dudarlo la agarré con mis manos. Era gigante y rosada. La sensación fue única, rara, pero de mucha satisfacción. Se la chupé por encima del forro que le apretaba la verga y parecía que iba a estallar. Alberto se erectó y comenzó a cogérsela poniéndole las piernas en sus hombros. Yo seguía tratando de chupar esa verga. Él, en cambio, la conocía de memoria. Mientras se la cogía haciéndole estallar los huevos, me incitaba a que la pajee más rápido.
Dyana me sacó su pija de mi boca, se sacó el preservativo y comenzó a largar litros de leche encima de su propio ombligo y sus enormes tetas. Se abrazó a Alberto compartiendo su semen, me agarró la mano y me hizo sentir los espasmos de su verga.
Estuvimos horas ahí, comimos un brunch tremendo y nuevamente volvimos a coger.
Con Alberto nos vimos muchas veces más. Algún tiempo después conocí a su esposa y hasta me llevó a su casa. Nunca más vi a Dyana. Ni tampoco pregunté por ella. La busqué durante meses y años por los sitios de escort sin éxito.
Justamente en el sauna se me acercó un hombre más grande que yo. Me sacó conversación, de lo más natural, sin presión ni nada. Se llamaba Alberto, tenía unos 15 años más que yo, pelo gris, piel color bronce y músculos marcados. El tipo me saludó de lo más bien. Cuando salí el tipo se acercó en traje y corbata, y muy serio me dijo: "Nos vemos campeón".
Me lo encontré varias veces en las sucesivas visitas al spa. Hasta que un día a mediados de año, en pleno invierno, me doy cuenta de que me falta una toalla y buscándola veo en uno de los boxes a Alberto, boca arriba sobre el camastro y un pendejo fibroso de boxer blanco chupándole la pija. El veterano tenía una pija blanca y venosa, con una forma perfecta, aunque no muy grande. Obviamente, seguí de largo, hasta encontrar mi toalla.
Al mes me encuentro de nuevo a Alberto, esta vez solo. Yo estaba esperando por masajes y él me encara y me dice:
- Vos sos de los míos, me doy cuenta por como mirás. Sos curioso, aventurero -hace un largo silencio y remata- Yo se que el otro día me viste, me di cuenta. ¿Te gustó? ¿No?
- Me dio curiosidad -le dije yo, y así fue que nos pusimos a conversar un rato.
Alberto era director de una empresa, pero además tenía una vida discreta y oculta una vez por semana. En 20 minutos me contó su vida sexual clandestina, sin mencionar nada de su vida familiar. A Alberto le gustaba experimentar, pero sobre todo con gente más joven: pendejos, mujeres, BBW, trans, osos, todo le llamaba la atención.
Hicimos buena amistad, siempre con discreción, sin lances. Hasta que -finalmente- me invitó a un brunch en su habitación en el hotel. Yo estaba soltero y en plena exploración, así que estaba preparado para todo. Me da una tarjeta y me dice que entre en media hora sin tocar. En esos treinta minutos las dudas me carcomían y hasta pensé en irme del hotel. Pero la curiosidad...
Subí al noveno piso y entré directamente a la habitación. Alberto estaba semivestido, con un jean, descalzo y sin camisa.
- Buenas, buenas. Mirá Diego. Te presento a Dyana, con "y" griega. Vení vamos a divertirnos.
Dyana era una mujerzota de 1,82 y quizá unos centímetros más. Era literalmente una muñeca, de ojos verdes y nariz fina. Estaba con jean, una remerita blanca estampada, las All Star nuevas, maquillada y peinada como una modelo. Inmediatamente advierto que Dyana era una hermosa trans y, mirando su entrepierna, constato que bastante bien dotada.
Alberto no esperó nada, se bajó el jean me agarró de la mano y me acercó. Me dio un beso, quizá el primero que me dio un hombre en toda mi vida. De inmediato la pija se me paró. Estábamos con las pijas pegadas, yo vestido, él desnudo.
Dyana se tiró en la cama, mirando el espectáculo. Se tocaba los pezones y acariciaba la entrepierna. Hasta que se sacó una teta enorme y plástica por encima de su remera y corpiño.
El madurito frenó, me agarró la pija y me preguntó: "Qué te gustaría hacerle"
- Todo -respondí yo, entre nervioso y excitado.
Dyana, entonces, se sacó la remera, abrió su pantalón y sacó su miembro dormido: era una berenjena, gorda, ancha al medio y con el glande un poco más fino. Así, muerta como estaba, medía unos 14 centímetros. Alberto me llevó hasta la cama, ella me abrazó y me besó. De nuevo, sentí su pija cerca de la mía y comenzó a desvestirme. Mientras yo seguía entretenido con las tetas de Dyana, Alberto me metía un dedo: "Qué cerradito que está". Entonces, con un gel y su dedo mayor jugaba con mi cola virgen. De pronto estábamos los tres desnudos, franeleándonos los unos contra los otros. A puro beso, chupada y frotada. El momento fue especial, yo me re aflojé y estaba totalmente dispuesto a todo, tranquilo, sin apuros ni nervios.
Alberto sacó forros de todos los colores y comenzó a ponernos con su boca. A mi me hizo una garganta profunda, con Dyana le costó un poco. El ancho de la verga muerta de ella no entraba en su boca.
Mi pija estaba enorme, crecida y venosa. Entonces, la puse de costado y la agarré por atrás, me llené la pija de saliva, su culo se abrió solito. Estaba húmedo y caliente, suavecito y nada apretado. Alberto de espaldas a ella, jugaba con la pija de burro en la puerta de su culo. Dyana comenzó a hacerme movimientos con su ano que me hicieron ver estrellas, sin llegar a hacerme acabar. Me llevó mis manos a sus tetas y aumentó el ritmo.
Entonces vi esa pija de burro en todo su esplendor: habrá medido unos 20 o 22 centímetros, como poco. Ella comenzó a penetrar suavemente a Alberto, que hizo un gesto de dolor y placer al mismo tiempo. Así nos cojimos los tres. Yo fui el primero en acabar. Le solté toda la leche adentro del culo (con forro) a Dyana que sollozaba de placer en cada chorro.
Alberto me pidió que lo ayude a acabar. Y bueno, así fue que chupe mi primera pija: los sabores eran raros y nuevos pero ricos, jugoso, dulce, salado, nada amargo. La pija no era tan chica, de unos 14 o 15 centímetros. Pero mis movimientos eran torpes.
Dyana le sacó la pija de la cola y me ayudó, enseñándome con sus manos y su boca, hasta hacerlo estallar de placer. Alberto tenía leche por demás. Hasta qué él me dijo:
- ¿Querés probarla?-señalando la verga monstruosa de Dyana.
Sin dudarlo la agarré con mis manos. Era gigante y rosada. La sensación fue única, rara, pero de mucha satisfacción. Se la chupé por encima del forro que le apretaba la verga y parecía que iba a estallar. Alberto se erectó y comenzó a cogérsela poniéndole las piernas en sus hombros. Yo seguía tratando de chupar esa verga. Él, en cambio, la conocía de memoria. Mientras se la cogía haciéndole estallar los huevos, me incitaba a que la pajee más rápido.
Dyana me sacó su pija de mi boca, se sacó el preservativo y comenzó a largar litros de leche encima de su propio ombligo y sus enormes tetas. Se abrazó a Alberto compartiendo su semen, me agarró la mano y me hizo sentir los espasmos de su verga.
Estuvimos horas ahí, comimos un brunch tremendo y nuevamente volvimos a coger.
Con Alberto nos vimos muchas veces más. Algún tiempo después conocí a su esposa y hasta me llevó a su casa. Nunca más vi a Dyana. Ni tampoco pregunté por ella. La busqué durante meses y años por los sitios de escort sin éxito.
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