Hace mucho que no escribo, no sé si seguirán estando, pero mucha agua ha pasado por el puente en este año, casi, en que no estuve presente. Hay dos novedades importantes en mi vida, la primera es que me separé, y la segunda es que fui mamá por segunda vez. Mi hija se llama Romina y nació el siete de Septiembre de éste 2022 en la Suizo - Argentina.
Con el antecedente del Ro, mi primer hijo, seguramente se pregunten si es hija de mi marido o de alguien más. Para responder ese interrogante debo remitirme a Diciembre del año pasado, el 2021, cuándo mi marido llegó eufórico de la oficina, anunciando que nos íbamos de vacaciones.
Me lo quedé mirando como si estuviera loco, ya que todavía estábamos pagando la casa y con el dólar tan volátil habíamos decidido que ese verano nos quedaríamos en Baires.
-No te preocupes, no nos cuesta nada, los gallegos nos invitan a Madrid con pasajes y estadía todo incluído-
Con los gallegos se refería a Alfonso y Vicente, sus socios españoles, que en realidad son sevillanos. La invitación ya había sido hecha antes, pero la pandemia y las restricciones para viajar frustró todo, pero en ese momento, con las fronteras de nuevo abiertas y el Covid en baja, los gallegos decidieron que no había porqué seguir posponiendo el viaje.
Los pasajes eran abiertos, por lo que decidimos viajar antes de las fiestas. Antes debatimos si llevar o no al Ro, pero al final decidimos ir solos, y aprovechar el viaje para tener una segunda luna de miel, ya que últimamente habíamos estado algo distanciados.
El vuelo fue en Iberia, en primera clase, y al llegar al aeropuerto de Barajas nos estaba esperando, con un cartel electrónico, un chófer especialmente designado para acompañarnos durante nuestra estadía.
Obviamente que al ocupar la suite que habían reservado para nosotros, lo primero que hicimos con mi marido fue estrenar la cama echándonos un polvo como hace tiempo no lo hacíamos.
Luego de hacer el amor con el idílico paisaje de La Puerta del Sol por la ventana, nos duchamos y nos vestimos ya que al mediodía teníamos un almuerzo con los gallegos en el restaurante del hotel.
Cuándo bajamos, allí están, esperándonos, (esperándome), Alfonso, Vicente, y un tercero llamado Manuel, que a diferencia de los otros, es natural de Madrid.
A los dos primeros ya los conocen, son los que estuvieron en Argentina, ambos ya pasando los sesenta, con esa calvicie que parece ser patrimonio de los españoles. El tercero, al que no conocía, es algo menor, de unos cincuenta y tantos, y en mucha mejor forma que sus compatriotas.
Los tres están impecablemente vestidos, con esa elegancia que otorga el dinero. Al verme, se les ilumina la mirada. Estoy segura que en ese momento se les cruza por la cabeza las imágenes de aquella tarde en el Sheraton, y por la forma en que me mira el tal Manuel, me parece que ya está al tanto de lo ocurrido en Buenos Aires.
Cómo corresponde lo saludan primero a mi marido, con un apretón de manos, y luego a mí, con dos besos, uno en cada mejilla.
El perfume que tienen puesto esos hombres, me incendia los sentidos. Pura sensualidad.
Me imagino que les pasa a todos, pero cuándo tengo sexo con alguien, y me refiero al buen sexo, ése que te vuela la cabeza, se crea cierta conexión con esa persona que se prolonga a través del tiempo, como un hilo que nos une, que puede estirarse y enredarse, pero no romperse. Me pasa con algunos amantes que he tenido, a los cuales no he visto por mucho tiempo, pero al reencontrarnos cómo que se mantiene viva esa llama que nos unió en su momento.
Eso mismo me pasó con Vicente y Alfonso, fue verlos y volver a sentir, como en un deja vú, el olor a tierra mojada que traía consigo la tormenta aquella tarde en el Sheraton.
Durante el almuerzo hablaron de negocios, claro, habían preparado para mí marido un largo recorrido por distintos viñedos, ya que él es el enólogo encargado del sabor y la calidad de cada producto que sale de la bodega de los españoles.
Cuándo ya me imaginaba recorriendo las afueras de Madrid, catando los diferentes sabores de las uvas autóctonas, Alfonso salió en mi ayuda.
-Y para Mariela, claro, si ella quiere, nuestras esposas han preparado un recorrido similar pero por los principales lugares turísticos de la ciudad-
-Y no te preocupes querida, que las mejores tiendas de ropa están incluídas- agrega cómplice Vicente.
Suspiré de alivio al escucharlos, ya que los viñedos es cosa de mi marido, él se podría pasar horas analizando, degustando los diferentes tipos de uva, en cambio para mí eso sería una tortura.
Esa misma tarde conocí a las esposas de los españoles, quiénes me llevaron de compras por las mejores zonas comerciales de la ciudad. Luego de recorrer La Gran Vía de punta a punta, y de tomar un merecido refrigerio, entramos a una lencería, en dónde me compré un baby doll que no dejaba nada librado a la imaginación.
-Cuándo tu marido te vea con eso puesto, te hace el segundo hijo sin pensarlo- me asegura Dolores, la esposa de Alfonso.
Ofelia y Nuria coinciden, sin imaginar ni por un segundo que esa lencería es un regalo para sus maridos.
Al día siguiente, comienza el recorrido de mi marido por los viñedos madrileños. Sus socios no podrían acompañarlo, ya que tenían reuniones concertadas con anterioridad, aunque no faltaría la oportunidad de hacerlo en algún otro momento, según le dijeron.
Por otro lado yo tenía diagramada una extensa ruta turística para ese día, según lo que me dijeron también.
Al rato de salir mi marido, llaman a la puerta de la Suite. No es el chófer que pasa a buscarme, ni las esposas de los españoles, sino ellos mismos, Alfonso, Vicente y Manuel, con un ramo de flores uno, una caja de bombones otro, y varias bolsas de regalos el tercero.
Los hago pasar y los invito a servirse un trago mientras yo me cambio para el supuesto paseo. Los dejo solos un momento, y voy a la habitación a cambiarme, pero en vez de ropa de calle, lo que me pongo es el baby doll que sus mismas esposas habían aprobado.
Cuándo regreso con ellos, los tres me miran embobados.
-Marielita, lo que puedo decir es que has mejorado con el tiempo- me halaga Vicente, con ese acento español que me resulta tan sensual y excitante.
-Aquí mis colegas me han hablado de tus virtudes, pero por lo que veo creo que se han quedado cortos- se suma Manuel, el nuevo integrante de la pandilla, por lo que el trío que había sido en el Sheraton, ahora sería un cuarteto.
Me acerco, y como si fuera algo pactado de antemano, los tres dejan sus vasos y me rodean, uno por cada flanco, dejándome cercada y sin escapatoria. Escapatoria que por otro lado no busco, ya que eso es lo que estuve esperando desde el mismo momento en que mi marido me anunció el viaje.
Sabía muy bien las intenciones de los gallegos al hacernos esa invitación. La velada en el Sheraton fue la razón por la que accedieron a pagarnos pasajes, gastos y estadía, no como pensaba mi marido, que todo era por su buen desempeño comercial.
Beso a cada uno en una forma que les gusta y sorprende, abriendo bien la boca y metiéndoles la lengua hasta la garganta.
-¡Me encanta como besáis las argentinas...!- exclama Manuel, demostrando conocer la pasión de mis compatriotas.
Mientras los chupones arrecian, sus manos no se quedan quietas, acariciándome unos la cola, otros las tetas.
Vengo de otro país, de otro continente, soy totalmente ajena a sus modos y costumbres, pero me siento tan bien entre esos hombres, como si hubiese estado perdida por un largo tiempo y por fin me encontrase en casa.
Cierro los ojos y me entrego a ellos, a los que ya conozco y al que estoy por conocer, me entrego a sus caricias, a sus besos, a su lujuria, que también es la mía.
El baby doll pronto queda hecho un montoncito en el suelo, estoy desnuda, palpando esas entrepiernas que exhiben unos bultos bien marcados, macizos y contundentes.
De a uno van pelando sus pijas, paradas, mojaditas, la virilidad en su punto más álgido. Ahí mismo me pongo de cuclillas y me enfrento a ellas. Lo primero que hago es aspirar bien profundo, llenarme los pulmones con ese olor que me impacta, que me conmueve. Agarro una con cada mano, y mientras se las pajeo, chupeteo la restante. Así voy pasando por los tres, pajeando y chupando, sin fijarme a quién tengo en la boca o en la mano.
Por encima mío los escucho gemir y suspirar, compartiendo elogios para con mi destreza petera.
El algún momento me levantan y me tumban de espalda en el sofá. No sé cuánto estuve ahí echada chupándoles la pija, pierdo la noción del tiempo cuándo hago algo que me gusta, pero los tres ya están en bolas, luciendo unas erecciones que me auguran muy buenos momentos.
Me abro de piernas y me chupan ahora a mí, no solo la concha, sino también el culo y toda la raya. Mientras uno me mete la lengua bien adentro, otro me chupa las tetas y un tercero me besa en la boca. No se privan de nada, mi cuerpo argento es terreno fértil para la desatada lujuria de esos tres gallegos libidinosos.
Manuel, el nuevo, es el primero en colocarse entre mis piernas. Y aunque Vicente y Alfonso están muy bien provistos, el grosor de su pija hace que la suya parezca mucho más grande, pero solo se trata de una impresión visual, ya que adentro las tres se sienten gigantes.
Como si fuera el pincel de un artista, me recorre con la punta de la pija todo el borde de la concha, dándome aquí y allá unas pinceladas que me resultan incisivas y estimulantes.
Me la pone de a poco, disfrutando la penetración, esbozando con su cara gestos que no dejan lugar a dudas lo bien que la está pasando.
-¡Que viva la Argentina, coño...!- exclama eufórico cuándo me llega al fondo.
Me dan ganas de gritar un... "¡Y que viva España, joder!, pero los gemidos y jadeos que se me amontonan en la garganta me impiden pronunciar palabra alguna.
Con mis piernas en torno a su cintura, me coge con un ritmo lento pero efectivo, rematando cada envión con un... ¡Ahhhhh...! rebosante de excitación.
Vicente y Alfonso se mantienen a un costado, esperando su momento mientras se toman un trago, sosteniendo el vaso con una mano, pajeándose con la otra.
De a uno van desfilando por entre mis piernas, cogiendome rápido uno, más lento el otro, pero haciéndome disfrutar cada cuál a su propio ritmo.
No podría elegir a ninguno por sobre los otros, las veces que estuve con más de un hombre, siempre tenía un preferido, en los gangbangs más de uno, pero con los gallegos no tengo esa predilección. Los tres me resultan encantadores, estimulantes, y por sobre todo, muy cumplidores.
Tras recibirlos a los tres, me levanto y camino hacia el dormitorio, moviéndome sexy, insinuante. Al llegar al pasillo me doy la vuelta y les hago un gesto para que me sigan. Se me vienen al humo, con las pijas paradas, sacudiéndose entre las piernas.
Al verlos, salgo corriendo, como asustada, y me tiro en la cama. La misma cama en la que hice el amor con mi marido esa misma mañana. Su aroma todavía está impregnado entre las sábanas, aunque pronto es barrido por el aroma de ellos, que se lanzan sobre mí, tocándome y besándome a discreción.
Ahora es Vicente quién toma la iniciativa, y echándose sobre mí, me garcha a su modo, violento, irrefrenable. Cuándo sale, Alfonso toma la posta y también me da con ese frenesí que ya les conocía y por el que sentía tanta nostalgia.
Manuel, que es el más pijudo, me pone de costado y me surte a morir, amasándome las tetas mientras se hunde en mí hasta los huevos. Con él tengo mi primer orgasmo, uno largo y continuado, que se amalgama con el que me regala también Alfonso.
¿En qué momento se cambiaron? No lo sé, pero los disfruto a todos por igual.
Cuándo de nuevo está Manuel tras de mí, me da tan fuerte que la poronga se le resbala y se me clava en el culo. En vez de sacarla y retomar su camino inicial, me la empuja hacia dentro. La tiene tan gorda que en un principio mi esfínter se le resiste, así que se la lubrica con su propia saliva y lo vuelve a intentar. Entonces sí, poniendo cada uno de su parte, él empujando, yo relajándome, conseguimos que me entre toda.
Se echa sobre mí, y aprisionándome de cara contra el colchón, las manos presionándome la nuca, me culea sin compasión. Me gustaría decir que me rompió el culo, pero ustedes saben que lo tengo roto (y bien roto) desde hace años.
Alfonso y Vicente también me dan por el culo, dejándomelo hecho un cráter, abierto, desfondado, un vacío que se resiste a cerrarse.
Me pongo en cuatro y de nuevo vuelven a desfilar tras de mí, agarrándome de la cintura y bombeándome a quemarropa, rubricando las embestidas con unas violentas y sonoras nalgadas.
El placer es demasiado, un goce que nunca se acaba y que se renueva con cada embestida.
Vuelvo a chuparlos a los tres, en fila, haciéndoles garganta profunda a cada uno, escupiendo una mezcla de saliva y líquido preseminal cuándo me las saco de la boca.
Me encanta jugar con sus pijas, con los huevos, lamerlos, chuparlos, morderlos, sentir como se inflan y endurecen a causa de la excitación.
Cuándo estoy a caballito encima de Alfonso, Vicente se une a nosotros, avanzándome por la colectora.
Estallo de placer al tenerlos a los dos dentro mío, colmándome de carne como solo unos terribles machos cómo ellos pueden hacerlo.
Cuándo Vicente sale, Manuel lo reemplaza, y mientras se turnan entre los dos para culearme, compitiendo para ver quién me llega más profundo, Alfonso no se contiene y me acaba adentro.
Siento su calor, sus temblores, esa dulce agonía que se contagia a todo mi cuerpo.
Que placer... Que delicia... !!!
Mientras su compañero queda out, Vicente me sienta encima suyo, metiéndome ahora él toda la pija en el culo. Me abro de piernas, y lo recibo a Manuel entre ellas, volviendo a tener dos hombres adentro, uno en cada orificio.
Estoy tan lubricada, tan abierta, que ambos se hunden hasta los pelos en mí, inmensos, poderosos, baluarte cada uno de esa virilidad hispánica que estaba conociendo tan bien.
Pese al esfuerzo, Manuel no puede aguantarse mucho más y también me acaba adentro. Cuándo se retira, jadeante, agitado, Vicente cambia de agujero y al igual que sus secuaces me llena la concha de leche.
Los tres me acabaron adentro, mezclando sus esencias dentro mío.
Nadie lo dice, pero es momento de tomarnos un descanso.
Voy al baño y me derrumbo en el inodoro. Plop, plop, plop, siento que cae al agua algo blanco, grumoso y pesado que me sale de la concha. Estoy meando el semen de los españoles.
Que me hayan acabado adentro, no uno, sino los tres, me traerá inevitables consecuencias, ya que no me estoy cuidando. Sin embargo, lo que antes me hubiera parecido poco menos que una tragedia, ahora me tenía sin cuidado.
Hago pis, me limpio con abundante papel, y regreso con los españoles, que ya están abriendo otra botella, esta vez un Ron nicaragüense. Brindan por mí, y dejando sus vasos, me rodean, más lascivos y excitados que antes, ya que ahora están incentivados por el alcohol.
Los tres están al palo, con unas erecciones por demás prodigiosas, sobre todo después de haber acabado hace apenas unos minutos.
Me pongo en cuclillas, agarrando y chupando todo lo que me ponen enfrente. Luego me hacen una turca, dejándome el canal entre los pechos todo enrojecido.
No sé quién, pero uno me levanta y me hace poner en cuatro. Ahí me cogen en fila, uno detrás del otro, celebrando cada cuál, luego de su turno, con un buen trago de ron.
El placer que me inyectan es inmenso, supremo, espectacular. Tenerlos ahí, desfilando tras de mí, cogiéndome cada cuál con su sello característico, es lo mejor que me pudo pasar en ese viaje.
Vicente es la muestra cabal de la furia española, violento, impetuoso, demoledor. Alfonso es igual de agresivo aunque más contenido, mientras que Manuel es la mezcla de ambos. Los tres combinados representan la hombría en su máxima expresión.
De nuevo me cogen de a dos, agrandando mis orificios hasta el límite de la fisura, y de nuevo me acaban adentro, bombeándome semen a morir.
Sabía que terminaría embarazada, bueno, no en forma conciente, pero lo sentía con cada lechazo que recibía.
Cuándo se fueron, felices, exaltados, un tanto ebrios, me derrumbé sobre la cama. Estaba como si me hubiera pasado un camión con acoplado por encima.
Me quedé ahí tirada algunos minutos, tras lo cuál me levanté y me dí un largo baño de inmersión. Cuándo volví a la habitación, llamé a la recepción del hotel para pedir servicio de limpieza, aunque antes de que vinieran saqué yo misma las sábanas, ya que me daba vergüenza que vieran como habían quedado después de que tres tipos me garcharon encima de las mismas.
Me vestí y salí a dar un paseo, necesitaba estar al aire libre, respirar, escaparme. En una farmacia compré la píldora del día después, pero no la tomé, no me pregunten por qué, ni yo misma lo sé.
Cuándo volví al hotel, mi marido ya estaba de regreso. Me emocionó verlo. Lo abracé, lo besé y le dije:
-¡Te amo...!- sabiendo que una nueva vida ya se estaba gestando dentro mío, y una vez más él no sería el padre...
Con el antecedente del Ro, mi primer hijo, seguramente se pregunten si es hija de mi marido o de alguien más. Para responder ese interrogante debo remitirme a Diciembre del año pasado, el 2021, cuándo mi marido llegó eufórico de la oficina, anunciando que nos íbamos de vacaciones.
Me lo quedé mirando como si estuviera loco, ya que todavía estábamos pagando la casa y con el dólar tan volátil habíamos decidido que ese verano nos quedaríamos en Baires.
-No te preocupes, no nos cuesta nada, los gallegos nos invitan a Madrid con pasajes y estadía todo incluído-
Con los gallegos se refería a Alfonso y Vicente, sus socios españoles, que en realidad son sevillanos. La invitación ya había sido hecha antes, pero la pandemia y las restricciones para viajar frustró todo, pero en ese momento, con las fronteras de nuevo abiertas y el Covid en baja, los gallegos decidieron que no había porqué seguir posponiendo el viaje.
Los pasajes eran abiertos, por lo que decidimos viajar antes de las fiestas. Antes debatimos si llevar o no al Ro, pero al final decidimos ir solos, y aprovechar el viaje para tener una segunda luna de miel, ya que últimamente habíamos estado algo distanciados.
El vuelo fue en Iberia, en primera clase, y al llegar al aeropuerto de Barajas nos estaba esperando, con un cartel electrónico, un chófer especialmente designado para acompañarnos durante nuestra estadía.
Obviamente que al ocupar la suite que habían reservado para nosotros, lo primero que hicimos con mi marido fue estrenar la cama echándonos un polvo como hace tiempo no lo hacíamos.
Luego de hacer el amor con el idílico paisaje de La Puerta del Sol por la ventana, nos duchamos y nos vestimos ya que al mediodía teníamos un almuerzo con los gallegos en el restaurante del hotel.
Cuándo bajamos, allí están, esperándonos, (esperándome), Alfonso, Vicente, y un tercero llamado Manuel, que a diferencia de los otros, es natural de Madrid.
A los dos primeros ya los conocen, son los que estuvieron en Argentina, ambos ya pasando los sesenta, con esa calvicie que parece ser patrimonio de los españoles. El tercero, al que no conocía, es algo menor, de unos cincuenta y tantos, y en mucha mejor forma que sus compatriotas.
Los tres están impecablemente vestidos, con esa elegancia que otorga el dinero. Al verme, se les ilumina la mirada. Estoy segura que en ese momento se les cruza por la cabeza las imágenes de aquella tarde en el Sheraton, y por la forma en que me mira el tal Manuel, me parece que ya está al tanto de lo ocurrido en Buenos Aires.
Cómo corresponde lo saludan primero a mi marido, con un apretón de manos, y luego a mí, con dos besos, uno en cada mejilla.
El perfume que tienen puesto esos hombres, me incendia los sentidos. Pura sensualidad.
Me imagino que les pasa a todos, pero cuándo tengo sexo con alguien, y me refiero al buen sexo, ése que te vuela la cabeza, se crea cierta conexión con esa persona que se prolonga a través del tiempo, como un hilo que nos une, que puede estirarse y enredarse, pero no romperse. Me pasa con algunos amantes que he tenido, a los cuales no he visto por mucho tiempo, pero al reencontrarnos cómo que se mantiene viva esa llama que nos unió en su momento.
Eso mismo me pasó con Vicente y Alfonso, fue verlos y volver a sentir, como en un deja vú, el olor a tierra mojada que traía consigo la tormenta aquella tarde en el Sheraton.
Durante el almuerzo hablaron de negocios, claro, habían preparado para mí marido un largo recorrido por distintos viñedos, ya que él es el enólogo encargado del sabor y la calidad de cada producto que sale de la bodega de los españoles.
Cuándo ya me imaginaba recorriendo las afueras de Madrid, catando los diferentes sabores de las uvas autóctonas, Alfonso salió en mi ayuda.
-Y para Mariela, claro, si ella quiere, nuestras esposas han preparado un recorrido similar pero por los principales lugares turísticos de la ciudad-
-Y no te preocupes querida, que las mejores tiendas de ropa están incluídas- agrega cómplice Vicente.
Suspiré de alivio al escucharlos, ya que los viñedos es cosa de mi marido, él se podría pasar horas analizando, degustando los diferentes tipos de uva, en cambio para mí eso sería una tortura.
Esa misma tarde conocí a las esposas de los españoles, quiénes me llevaron de compras por las mejores zonas comerciales de la ciudad. Luego de recorrer La Gran Vía de punta a punta, y de tomar un merecido refrigerio, entramos a una lencería, en dónde me compré un baby doll que no dejaba nada librado a la imaginación.
-Cuándo tu marido te vea con eso puesto, te hace el segundo hijo sin pensarlo- me asegura Dolores, la esposa de Alfonso.
Ofelia y Nuria coinciden, sin imaginar ni por un segundo que esa lencería es un regalo para sus maridos.
Al día siguiente, comienza el recorrido de mi marido por los viñedos madrileños. Sus socios no podrían acompañarlo, ya que tenían reuniones concertadas con anterioridad, aunque no faltaría la oportunidad de hacerlo en algún otro momento, según le dijeron.
Por otro lado yo tenía diagramada una extensa ruta turística para ese día, según lo que me dijeron también.
Al rato de salir mi marido, llaman a la puerta de la Suite. No es el chófer que pasa a buscarme, ni las esposas de los españoles, sino ellos mismos, Alfonso, Vicente y Manuel, con un ramo de flores uno, una caja de bombones otro, y varias bolsas de regalos el tercero.
Los hago pasar y los invito a servirse un trago mientras yo me cambio para el supuesto paseo. Los dejo solos un momento, y voy a la habitación a cambiarme, pero en vez de ropa de calle, lo que me pongo es el baby doll que sus mismas esposas habían aprobado.
Cuándo regreso con ellos, los tres me miran embobados.
-Marielita, lo que puedo decir es que has mejorado con el tiempo- me halaga Vicente, con ese acento español que me resulta tan sensual y excitante.
-Aquí mis colegas me han hablado de tus virtudes, pero por lo que veo creo que se han quedado cortos- se suma Manuel, el nuevo integrante de la pandilla, por lo que el trío que había sido en el Sheraton, ahora sería un cuarteto.
Me acerco, y como si fuera algo pactado de antemano, los tres dejan sus vasos y me rodean, uno por cada flanco, dejándome cercada y sin escapatoria. Escapatoria que por otro lado no busco, ya que eso es lo que estuve esperando desde el mismo momento en que mi marido me anunció el viaje.
Sabía muy bien las intenciones de los gallegos al hacernos esa invitación. La velada en el Sheraton fue la razón por la que accedieron a pagarnos pasajes, gastos y estadía, no como pensaba mi marido, que todo era por su buen desempeño comercial.
Beso a cada uno en una forma que les gusta y sorprende, abriendo bien la boca y metiéndoles la lengua hasta la garganta.
-¡Me encanta como besáis las argentinas...!- exclama Manuel, demostrando conocer la pasión de mis compatriotas.
Mientras los chupones arrecian, sus manos no se quedan quietas, acariciándome unos la cola, otros las tetas.
Vengo de otro país, de otro continente, soy totalmente ajena a sus modos y costumbres, pero me siento tan bien entre esos hombres, como si hubiese estado perdida por un largo tiempo y por fin me encontrase en casa.
Cierro los ojos y me entrego a ellos, a los que ya conozco y al que estoy por conocer, me entrego a sus caricias, a sus besos, a su lujuria, que también es la mía.
El baby doll pronto queda hecho un montoncito en el suelo, estoy desnuda, palpando esas entrepiernas que exhiben unos bultos bien marcados, macizos y contundentes.
De a uno van pelando sus pijas, paradas, mojaditas, la virilidad en su punto más álgido. Ahí mismo me pongo de cuclillas y me enfrento a ellas. Lo primero que hago es aspirar bien profundo, llenarme los pulmones con ese olor que me impacta, que me conmueve. Agarro una con cada mano, y mientras se las pajeo, chupeteo la restante. Así voy pasando por los tres, pajeando y chupando, sin fijarme a quién tengo en la boca o en la mano.
Por encima mío los escucho gemir y suspirar, compartiendo elogios para con mi destreza petera.
El algún momento me levantan y me tumban de espalda en el sofá. No sé cuánto estuve ahí echada chupándoles la pija, pierdo la noción del tiempo cuándo hago algo que me gusta, pero los tres ya están en bolas, luciendo unas erecciones que me auguran muy buenos momentos.
Me abro de piernas y me chupan ahora a mí, no solo la concha, sino también el culo y toda la raya. Mientras uno me mete la lengua bien adentro, otro me chupa las tetas y un tercero me besa en la boca. No se privan de nada, mi cuerpo argento es terreno fértil para la desatada lujuria de esos tres gallegos libidinosos.
Manuel, el nuevo, es el primero en colocarse entre mis piernas. Y aunque Vicente y Alfonso están muy bien provistos, el grosor de su pija hace que la suya parezca mucho más grande, pero solo se trata de una impresión visual, ya que adentro las tres se sienten gigantes.
Como si fuera el pincel de un artista, me recorre con la punta de la pija todo el borde de la concha, dándome aquí y allá unas pinceladas que me resultan incisivas y estimulantes.
Me la pone de a poco, disfrutando la penetración, esbozando con su cara gestos que no dejan lugar a dudas lo bien que la está pasando.
-¡Que viva la Argentina, coño...!- exclama eufórico cuándo me llega al fondo.
Me dan ganas de gritar un... "¡Y que viva España, joder!, pero los gemidos y jadeos que se me amontonan en la garganta me impiden pronunciar palabra alguna.
Con mis piernas en torno a su cintura, me coge con un ritmo lento pero efectivo, rematando cada envión con un... ¡Ahhhhh...! rebosante de excitación.
Vicente y Alfonso se mantienen a un costado, esperando su momento mientras se toman un trago, sosteniendo el vaso con una mano, pajeándose con la otra.
De a uno van desfilando por entre mis piernas, cogiendome rápido uno, más lento el otro, pero haciéndome disfrutar cada cuál a su propio ritmo.
No podría elegir a ninguno por sobre los otros, las veces que estuve con más de un hombre, siempre tenía un preferido, en los gangbangs más de uno, pero con los gallegos no tengo esa predilección. Los tres me resultan encantadores, estimulantes, y por sobre todo, muy cumplidores.
Tras recibirlos a los tres, me levanto y camino hacia el dormitorio, moviéndome sexy, insinuante. Al llegar al pasillo me doy la vuelta y les hago un gesto para que me sigan. Se me vienen al humo, con las pijas paradas, sacudiéndose entre las piernas.
Al verlos, salgo corriendo, como asustada, y me tiro en la cama. La misma cama en la que hice el amor con mi marido esa misma mañana. Su aroma todavía está impregnado entre las sábanas, aunque pronto es barrido por el aroma de ellos, que se lanzan sobre mí, tocándome y besándome a discreción.
Ahora es Vicente quién toma la iniciativa, y echándose sobre mí, me garcha a su modo, violento, irrefrenable. Cuándo sale, Alfonso toma la posta y también me da con ese frenesí que ya les conocía y por el que sentía tanta nostalgia.
Manuel, que es el más pijudo, me pone de costado y me surte a morir, amasándome las tetas mientras se hunde en mí hasta los huevos. Con él tengo mi primer orgasmo, uno largo y continuado, que se amalgama con el que me regala también Alfonso.
¿En qué momento se cambiaron? No lo sé, pero los disfruto a todos por igual.
Cuándo de nuevo está Manuel tras de mí, me da tan fuerte que la poronga se le resbala y se me clava en el culo. En vez de sacarla y retomar su camino inicial, me la empuja hacia dentro. La tiene tan gorda que en un principio mi esfínter se le resiste, así que se la lubrica con su propia saliva y lo vuelve a intentar. Entonces sí, poniendo cada uno de su parte, él empujando, yo relajándome, conseguimos que me entre toda.
Se echa sobre mí, y aprisionándome de cara contra el colchón, las manos presionándome la nuca, me culea sin compasión. Me gustaría decir que me rompió el culo, pero ustedes saben que lo tengo roto (y bien roto) desde hace años.
Alfonso y Vicente también me dan por el culo, dejándomelo hecho un cráter, abierto, desfondado, un vacío que se resiste a cerrarse.
Me pongo en cuatro y de nuevo vuelven a desfilar tras de mí, agarrándome de la cintura y bombeándome a quemarropa, rubricando las embestidas con unas violentas y sonoras nalgadas.
El placer es demasiado, un goce que nunca se acaba y que se renueva con cada embestida.
Vuelvo a chuparlos a los tres, en fila, haciéndoles garganta profunda a cada uno, escupiendo una mezcla de saliva y líquido preseminal cuándo me las saco de la boca.
Me encanta jugar con sus pijas, con los huevos, lamerlos, chuparlos, morderlos, sentir como se inflan y endurecen a causa de la excitación.
Cuándo estoy a caballito encima de Alfonso, Vicente se une a nosotros, avanzándome por la colectora.
Estallo de placer al tenerlos a los dos dentro mío, colmándome de carne como solo unos terribles machos cómo ellos pueden hacerlo.
Cuándo Vicente sale, Manuel lo reemplaza, y mientras se turnan entre los dos para culearme, compitiendo para ver quién me llega más profundo, Alfonso no se contiene y me acaba adentro.
Siento su calor, sus temblores, esa dulce agonía que se contagia a todo mi cuerpo.
Que placer... Que delicia... !!!
Mientras su compañero queda out, Vicente me sienta encima suyo, metiéndome ahora él toda la pija en el culo. Me abro de piernas, y lo recibo a Manuel entre ellas, volviendo a tener dos hombres adentro, uno en cada orificio.
Estoy tan lubricada, tan abierta, que ambos se hunden hasta los pelos en mí, inmensos, poderosos, baluarte cada uno de esa virilidad hispánica que estaba conociendo tan bien.
Pese al esfuerzo, Manuel no puede aguantarse mucho más y también me acaba adentro. Cuándo se retira, jadeante, agitado, Vicente cambia de agujero y al igual que sus secuaces me llena la concha de leche.
Los tres me acabaron adentro, mezclando sus esencias dentro mío.
Nadie lo dice, pero es momento de tomarnos un descanso.
Voy al baño y me derrumbo en el inodoro. Plop, plop, plop, siento que cae al agua algo blanco, grumoso y pesado que me sale de la concha. Estoy meando el semen de los españoles.
Que me hayan acabado adentro, no uno, sino los tres, me traerá inevitables consecuencias, ya que no me estoy cuidando. Sin embargo, lo que antes me hubiera parecido poco menos que una tragedia, ahora me tenía sin cuidado.
Hago pis, me limpio con abundante papel, y regreso con los españoles, que ya están abriendo otra botella, esta vez un Ron nicaragüense. Brindan por mí, y dejando sus vasos, me rodean, más lascivos y excitados que antes, ya que ahora están incentivados por el alcohol.
Los tres están al palo, con unas erecciones por demás prodigiosas, sobre todo después de haber acabado hace apenas unos minutos.
Me pongo en cuclillas, agarrando y chupando todo lo que me ponen enfrente. Luego me hacen una turca, dejándome el canal entre los pechos todo enrojecido.
No sé quién, pero uno me levanta y me hace poner en cuatro. Ahí me cogen en fila, uno detrás del otro, celebrando cada cuál, luego de su turno, con un buen trago de ron.
El placer que me inyectan es inmenso, supremo, espectacular. Tenerlos ahí, desfilando tras de mí, cogiéndome cada cuál con su sello característico, es lo mejor que me pudo pasar en ese viaje.
Vicente es la muestra cabal de la furia española, violento, impetuoso, demoledor. Alfonso es igual de agresivo aunque más contenido, mientras que Manuel es la mezcla de ambos. Los tres combinados representan la hombría en su máxima expresión.
De nuevo me cogen de a dos, agrandando mis orificios hasta el límite de la fisura, y de nuevo me acaban adentro, bombeándome semen a morir.
Sabía que terminaría embarazada, bueno, no en forma conciente, pero lo sentía con cada lechazo que recibía.
Cuándo se fueron, felices, exaltados, un tanto ebrios, me derrumbé sobre la cama. Estaba como si me hubiera pasado un camión con acoplado por encima.
Me quedé ahí tirada algunos minutos, tras lo cuál me levanté y me dí un largo baño de inmersión. Cuándo volví a la habitación, llamé a la recepción del hotel para pedir servicio de limpieza, aunque antes de que vinieran saqué yo misma las sábanas, ya que me daba vergüenza que vieran como habían quedado después de que tres tipos me garcharon encima de las mismas.
Me vestí y salí a dar un paseo, necesitaba estar al aire libre, respirar, escaparme. En una farmacia compré la píldora del día después, pero no la tomé, no me pregunten por qué, ni yo misma lo sé.
Cuándo volví al hotel, mi marido ya estaba de regreso. Me emocionó verlo. Lo abracé, lo besé y le dije:
-¡Te amo...!- sabiendo que una nueva vida ya se estaba gestando dentro mío, y una vez más él no sería el padre...
55 comentarios - Viajamos dos, volvimos tres...
hermosa pancita
besos MIsko y felicitaciones por tu hija
Esa carita de trola que vi era obvio no se iba a conformar con un solo "hijo" para su marido
Los lectores agradecidos, y espero que las dos noticias que traes sean buenas para vos!!
beso
Gracias x estar....
nuevamente bienvenida a este "mundo".
hermosa foto.
esperando los siguientes relatos.
saludos.
Evidentemente fue mucho más que eso jeje
Felicitaciones y disfruta de este cambio en tu vida. Besos de este admirador incondici
Acá estamos, agradeciendo tu vuelta, sintiendo alivio de que estás bien y que vamos a seguir sabiendo de vos. Sos una artista espectacular 😍
Bienvenida de vuelta!
¡gracias por tanta calentura!