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Capítulo 7
Zeus
Ni siquierahabían entrado al local cuando la música les llegó a los oídos junto a unaráfaga que olía a alcohol y humo de cigarro.
La entradadel Zeus era una puerta de cristal doble que estaba entre abierta. Después quele permitieron el acceso, un pequeño pasillo con cuatro personas vestidas denegro les recibió. Eran tres hombres y una mujer con expresión seria y de pocosamigos, en sus cinturones sobresalía pequeños radios de transmisión conectadosa un auricular en la oreja derecha. El grupo se dividió por género y formaron filaspara ser requisados. Después de verificar que todo estuviera en orden, lesdieron la bienvenida en un fingido tono cordial y le abrieron una gruesa puertade madera tallada color café oscuro.
Con elprimer paso dentro del pub, la música retumbó en sus pechos y oídos. El localse dividía en varias secciones; a la izquierda había varias mesas cuadradas ypequeñas que formaban filas de cuatro, cada una con sillas que se apreciabancómodas a pesar de su tamaño.
A laderecha había una barra con una fila de taburetes, detrás se apreciaba un granescaparate clavado a la pared, exhibiendo diferente botellas de alcohol. Varioschicos con un uniforme negro con detalles del dios mitológico en blanco tomabancervezas y las introducían en grandes envases repletos de hielo y descorchabanbotellas que les entregaban a chicas vestidas con la misma ropa y un delantallleno de cajas de cigarrillos que se encargaban de llevar los pedidos a lasmesas.
De lasmuchachas se percató de la llegada del grupo e inmediatamente los abordó: ―¡Bienvenidos al Zeus! ¿Tomarán una aquí o irán al fondo?
― ¡Iremosmás al fondo! ― Carlos prácticamente debió gritar para poderse escuchar sobrela música. Echó una mirada el resto en busca de aprobación que consiguió con ungesto afirmativo.
― ¡Ok,síganme!
Ochopersonas conformaban al grupo. Junto a Lu, habían asistido los que habíanconfirmado; Carlos, Lorena, una morena bajita y muy simpática que siempre habíacompartido con ellos y Joe, el amigo de la infancia de Carlos, un muchacho de cabellocastaño y lacio, muy bien parecido que se caracterizaba por ser el casanova desu pequeño grupo de amigos. Los muchachos estaban sorprendidos de que habíaasistido solo ésta vez. Por el lado de So, sus mejores amigas, Jennifer yThalía habían ido junto a Joel, uno de sus mejores amigos que, curiosamente, sellamaba casi igual que Joe. A diferencia del amigo de Lu, Joel era mucho másrecatado, serio y no era tan salido, de anteojos y cabello castaño claro. Ladiversión de ese grupo de amigos siempre estaba garantizada era por Jennifer,la rubia sumamente blanca siempre tenía un chiste u ocurrencia que decir.Thalía, por otro lado, era una belleza de cabello azabache y piel cobriza, ojosrasgados y oscuros.
Mientras seiban adentrado al lugar, la iluminación amarillenta de la entrada iba quedandoatrás, dándole la bienvenida a una oscuridad apenas difuminada por las tenues yparpadeantes luces de diferentes colores que provenían desde la tarima y a laenorme pantalla LED detrás del DJ. La temperatura se elevó varios grados, lahumedad se acrecentó y el hedor a tabaco se hizo mucho más intenso. La música era tan fuerte que se dificultabamucho la comunicación.
Laanfitriona los ubicó en una zona pegada a la pared, alejados solo lo necesariode la pista de baile que ya era ocupada por varias personas que se movían alritmo del Dembow.
― ¡¿Qué vana beber?! — Se dirigió una vez más a Carlos, que parecía haber captado laatención de la chica.
― ¡¿Pedimoscerveza para empezar y después vemos si pedimos otra cosa?!
― ¡Sí! ―Respondió Lu que ya se acomodaba en un asiento libre.
― ¡Dostobos de cerveza, por favor!
― ¡Vale! ―Respondió, terminando de ayudar a los chicos a acomodar las sillas alrededor delas dos mesas que habían unido para que todos cupieran a gusto. Anotó algo enla libreta y se marchó, esquivando personas con gran agilidad.
So se sentóen la primera silla libre que vio y se topó casualmente – o quizás, la habíabuscado inconscientemente –, con la que estaba al lado de su hermana. Se sentósin decir nada, a su la derecho se sentó Jennifer, seguida de Thalía y Joe.Junto a éste se sentó Lorena y Carlos cerraba el círculo al estar al lado de suhermana.
― ¡Nuncahabía visto al Zeus tan lleno y eso que aún es temprano! ― Gritó Thalía.
― ¡Esverdad, menos mal decidimos venir a esta hora, en un par más y aquí no cabrá unalma! ― Respondió Carlos.
La camarerallegó acompañada de un chico que traía dos tobos repletos de hielo y con diezcervezas en cada uno. Los baldes incluían un destapador barato en la asas queJoe y Carlos no duraron en usar para destapar la primera ronda. En un par deminutos, los ocho alzaron su bebida, brindando por una buena velada.
Lasconversaciones tribales empezaron y poco a poco, el grupo fue entrando enambiente, algunos se habían levantado a bailar algunas canciones de ritmolatino que el DJ colocaba a esa hora; merengue, salsa y bachata eran los ritmosmás predominantes. Todos se divertían con las ocurrencias de Jennifer, que nodejaba de bromear con cualquier cosa que se le ocurría. Sin embargo, había unapersona que parecía algo distante en comparación al resto. Lu lo había notadoy, de hecho, ya llevaba alrededor de media hora viéndola casi fijamente. Suhermana, a pesar de estar al corriente de la conversación, se podía percibirmás inmiscuida en sus propios pensamientos que en la divertida noche. Exhalóprofunda y entrecortadamente. Era, al menos, la quinta vez que lo hacía duranteel rato que tenía vigilándola.
La mente deSo se encontraba en lo ocurrido horas antes en el departamento. Sabía que nohabía pasado nada, solo la habían vestido y aunque era una situación extraña,no era algo del otro mundo. Aun así, su mente y cuerpo se sentían como sihubiese tenido una sesión de sexo intenso. Las ampollas de la excitación nohabían mermado ni un segundo y el mero hecho de recordarlo la amplificaba ¿Ycómo no recordarlo? Al mínimo movimiento que hacía podía sentir el fríoplástico de la silla chocando con sus muslos prácticamente desnudos, el cargadoy cálido ambiente golpeaba contra la piel de su pecho y espalda, mezclándosecon el calor que emanaba de su entrepierna. Rememorar los pequeños roces, lascaricias y la delicadez del tacto de los dedos de Lu la llevaban a lassituaciones pasadas, como si de una diapositiva se tratase. Pero no era solo laconnotación sexual de cada uno de los actos, no era imbécil y no había forma denegarlo; aunque no hubiesen tenido sexo realmente, se percibía como algodemasiado cercano a ello… y sentía miedo al no sentirse segura de si era capaz deevitar cruzar esa línea tan tentadora y peligrosa. Era la fusión entre el deseoy el dominio, confianza y sumisión lo que estaba generando estragos en sucabeza y en su cuerpo en general. Revolviendo todo el panorama de lo que ella,creía, tenía dominado en cuanto a su propio deseo, confundiéndola y excitándolaa partes iguales. Incluso, llegó a preguntarse si era el control o la renunciaa él lo que le había atraído más.
O quizás, sencillamente es entregarme a ella… Pensó, haciendo equilibrioentre la euforia y el pánico.
— Seacabaron las cervezas ¿Pedimos otra cosa? — La voz de Carlos le sorprendió.Desde hacía rato notaba como el mejor amigo de su hermana le dedicaba miradasde seducción que ella buscaba esquivar. Carlos era atractivo y sabía de primeramano que era muy buena persona, pero su cabeza, al menos en ese momento, eraacaparada por una sola persona.
— Yo digo ron — respondió Lorena, ignorando que Carlos, prácticamente,le había preguntado solo a So.
— Me parece buena idea — agregó Joel.
— ¿Dónde estará la chica? — Thalía miraba en todas las direcciones. Elresto de chicos empezó a buscarla sin éxito.
— Iré a pedir a la barra, si nos ponemos a esperar nos da resaca aquímismo — dijo So, intentando sonar segura.
Se levantó y reacomodó el vestido, evitando que algo que no debía seasomara de más. No esperó réplica u ofrecimientos de acompañamiento y se pusoen camino hacia la barra ante la mirada de varios pares de ojos que no dejabanpasar la oportunidad de degustar lascivamente las deliciosas curvas de lapelirroja.
— Yo voy aprovechar para ir al baño, entonces — exclamó Lu, quientampoco esperó ofertas de compañías y se encaminó casi en la misma direcciónque su hermana.
2
So sesorprendió del «nuevo» ambiente que ofrecía la zona de la barra. Había muypocas luces encendidas en comparación a cuando habían entrado ¿Cuánto tiempotenían ya dentro del local? Era claro que ya habían dejado de vender comidas ylas únicas bandejas que corrían de vez en cuando, llevaban hieleras o botellasde licor. Se sentó justo donde doblaba la barra, un lugar alejado con solo tresbutacas libres, tomando la primera de estas. Echó un par de miradas a loscamareros, viendo que solo había cuatro chicas atendiendo a varios clientes, nohabía rastro de la muchacha que los había atendido en un principio. Entendióque debía esperar un rato a que la atendieran, pero no se molestó. Quizás esemomento a solas le ayudaría a despejar un poco la mente y no pensar tanto enLu.
Giró labutaca para observar mejor el lugar, la hilera de mesas de la entrada ahora eraocupada por algunas parejas metidas en su mundo y un pequeño grupo de treschicos. So los miró detalladamente, dándose cuenta que uno de ellos la notó yle sostuvo la mirada con una sonrisa coqueta. Ella devolvió el gesto, elmuchacho era apuesto, moreno, con un corte casi al ras y facciones rudas en surostro que contrastaban con el par de brillantes que adornaban los lóbulos desu oreja. La ajustada camisa vinotinto mostraba que era un chico de gimnasio,con más musculatura que el promedio.
El duelo demiradas y sonrisas continuó por unos cuantos minutos. Ana Sofía cruzaba laspiernas cada tanto en un juego de seducción que le parecía divertido. Un dejode excitación continuaba presente, merodeando a cada tanto y eso leenvalentonaba a coquetear deportivamente.Nunca había sido una chica recatada ni mucho menos, todo lo contrario, Soestaba perfectamente consciente delpoder que poseía su atractivo físico y sabía muy bien como jugar sus cartasdentro de ese ambiente. Recordar que ella podía imponer el ritmo de lasituación le haría recordar el placer que sentía y quizás, solo quizás,descubriría que era mejor.
Aunque enel fondo lo dudaba.
— Estábueno, ¿verdad?
Laaterciopelada voz le hizo dar un brinco sobre su asiento. No había notado lapresencia de su hermana, mucho menos que se había acercado tanto como parahablarle directo al oído. El cálido aliento acarició la piel sensible de sucuello y en ese instante decidió que no había sensación más agradable que el placerque Lu le brindaba con gestos tan simples.
So no lamiró, su vista seguía anclada en aquel chico que advirtió la presencia de otramujer muy parecida y ensanchó aún más la sonrisa. Ese gesto no le gustó y leprovocó una sensación extraña e incómoda, demasiado semejante a los celos, perorápidamente intuyó que no se debía a que Lu hubiese ganado la atención que enun principio le pertenecía a ella, sino a que ese extraño se había atrevido acoquetearle. A ella. A su hermana.
Pero notuvo mucho tiempo de meditar sobre ese sentimiento ya que unos juguetones dedosque ya conocía peinaron su cabello hasta posicionarlo sobre su hombro derecho,cayendo en cascada sobre su seno, solo para comenzar a trazar líneasimaginarias que iban desde la nunca hasta la columna con una suavidad pasmosaque le crispaba la piel.
— Es…, esguapo, sí. — Respondió con la voz entrecortada.
— Te estácomiendo con la mirada desde hace rato — volvió a susurrar y So volvió asusurrar con la boca muy pegada a su oreja se preguntó cuánto tiempo teníaobservándola. Eso hizo que inflara el pecho ¿Eran celos lo que percibía?Posiblemente, pero la adrenalina comenzó a bombear rápidamente; el saber que suhermana podría sentirse amenazada por un sujeto cualquiera que la miraralascivamente le daba esa falsa sensación de poder que estaba imaginándose hacerato, y con Lu entrando en la ecuación, la excitación se disparaba.
— Bueno…,puede mirar lo que quiera… — respondió, sintiendo los estragos húmedos en suentrepierna y mente.
— ¿Te gustaque te mire? — La pregunta le tomó desprevenida y, como un acto reflejo, separólas piernas para volverlas a cruzar, a sabiendas que su ropa interior se vería.
La calidezde Lu junto adentrándose en ella cada vez que emitía una palabra era una dulcetortura que la envalentonaba a un nivel que desconocía. Se concebía valiente ya la vez dependiente, lo que provocaba que se cuestionara muchas cosas ¿Legustaba que la mirara aquel sujeto? No… el chico había pasado a un tercer,cuarto o quinto plano y no era más que otro componente de lo que estabasintiendo. Una pieza más que funcionaba gracias el inmenso motor que era suhermana. Y descubrió que, si era dentro de su juego… quizás si le gustaba quela mirasen.
O lo que ella quisiera.
— Un poco…— respondió lánguida, relamiéndose los labios, viéndose incapaz de contener suexcitación.
— Entoncesdémosle algo bueno que ver.
Las manosde Lu se anclaron con firmeza en la cintura de So y la giraron hasta quedarfrente a ella. La menor al fin la vio, sentada y regalándole esa sonrisaegocéntrica y socarrona que estaba volviéndola loca y unos ojos que sepercibían diferentes, algo que solo gracias a la cercanía era capaz depercibir; la nube de excitación que dilataba las pupilas hasta oscurecerlos,demostrándole que estaba tan excitada como ella. Sin mucho esfuerzo la hizolevantar y el rostro de la menor apenas quedó un par de dedos sobre el de la mayor.
Las firmesmanos de Lu empezaron a descender, contorneando la cintura y caderas hastaalcanzar los muslos. Cambió de dirección con suavidad, arrastrando la tela delvestido en el proceso. So sintió que la respiración se le cortaba y volteóhacia la barra para percatarse que más nadie podía darse cuenta de lo quesucedía. La luz era tan tenue que apenas permitía la vislumbrar lo que ocurríaa unos pocos metros de distancia y la única persona con una vista privilegiadade lo que sucedía era aquel mismo sujeto que, ahora sí, le dedicaba toda suatención, como si el resto del local hubiese desaparecido y ellas fueran loúnica que le interesaba. Con los codos apoyados en las rodillas y el dorsoinclinado hacia delante para enfocar mejor.
So volvió la vista hacia su hermana y notó que esta no le habíaquitado los ojos de encima ni un segundo. De pronto, sintió unos largos dedosintroduciéndose entre la tela y su piel, tocándola, sintiéndola. Segundosdespués, empezaron a subir, arrastrando con ellos el vestido.
La brisa se coló entre las piernas, sintiéndola mayormente en su culo.Intentó decir algo, pero su garganta se había cerrado y por más que abrió laboca, las palabras se atoraron. Lu sonrió sádica, acentuando el hoyuelo de sumejilla izquierda.
Antes de darse cuenta, las manos y el vestido estaban a la altura dela cintura y su trasero estaba desnudo, protegido únicamente por una fina telaque se perdía entre las nalgas, a la vista de quien se percatase de ellas.
Lu dejó lacintura después de asegurarse de que la tela no se caería y abarcó la totalidadde ambos glúteos con ambas manos. Manoseó a placer, apretó con codicia yrasguñó con malicia. Incluso las hubiese mordido si hubiese tenido laoportunidad, pero se conformó con sentir la suave y voluptuosa piel en laspalmas. Un gemido de placer fue ahogado por el alto volumen de la música cuandoSo se dejó llevar. Su frente descansó en el hombro de su hermana y sus uñas seclavaron en el cuero de la chaqueta.
Lu llevóuna mano entre los suaves muslos y con pericia le hizo separar las piernas. Concalma y sin dejar de rozar la piel con el dorso de la extremidad, llevó ambasmanos hasta el elástico de la tanga, enganchando sus pulgares. Lamió laclavícula y empezó a bajar la prenda con una lentitud tortuosa. So sintió quecada centímetro equivalía a un latido de su corazón, pero cuando sintió ladelgada tela abandonar la prisión de sus apretadas nalgas, éste comenzó abombear como una locomotora descontrolada. Quiso quejarse, deseó hacerlo, peroun mordisco en la sensible piel entre los senos solo permitió que le arrancarauna húmeda y lánguida queja que murió en la coronilla de la cabeza de la mayor,perdiéndose entre los rizos rojos.
— Levantauna pierna — una orden en forma de susurro llegó cuando la prenda íntima yacíaen sus pantorrillas. So obedeció como una autómata, alzó la pierna derecha y laliberó. — El otro — dijo en el mismo tono y, de nuevo, cumplió sin rechistar.
Ahoraestaba totalmente expuesta, sin nada que protegiera sus zonas más íntimas.Estaba avergonzada, vulnerable, pero sobre todas las cosas, estaba excitada.Emoción que se acrecentó cuando Lu atacó de nuevo su culo, masajeándolo conlascivia. Las gotas ardientes descendían libremente por la cara interna de losmuslos desde su húmedo coño, dejando una húmeda evidencia de lo caliente queestaba.
La mayorbesó la piel magullada por el mordisco antes de propiciarle una suave nalgadaque provocó un gritillo de sorpresa y éxtasis. Lu no la torturó más y reacomodóel vestido con toda la delicadeza que podía permitirse. Se levantó de la butacay miró al hombre en la mesa. Pensó que sería buena idea retratar la expresiónde incredulidad que había en su rostro. Mostrárselo a So para demostrarle loque provocaba en las personas.
Lu dibujóuna sonrisa guasona que derivó en una suave risilla. So apenas la escuchó yvolteó a verla, aun sintiendo los lengüetazos del deseo. Buscó el origen de larisa de su hermana y se encontró con el mismo escenario; el chico las mirabacon los abiertos y una evidente erección que se marcaba en los apretadospantalones.
La menorretiró la mirada de inmediato, sintiendo que la simple visión del rígido penele quemaba. Bajó el rostro y pellizcó la chaqueta de Lu como un mecanismo dedefensa, transmitiéndole un claro mensaje: «Puedohacerlo si estás conmigo». Una sonrisa nerviosa se dibujó en su propiopensamiento.
— ¡Chicas!¿Ordenarán otra cosa? — La joven camarera que los atendió previamente apareciódel interior de la barra y se les acercó. — Acabo de verlas, perdón pero a estahora ya no damos abasto.
Lu guardósu premio rápidamente en el interior de su chaqueta y le respondió: — Un serviciode ron, por favor… y dos bolsas de nachos con queso para picar.
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Notas de la autora:
Nuevo capítulo, So esta vez se vuelve más atrevida y admite que le gusta que la miren siempre y cuando es Lu quien la exhibe 737 Recuerden que pueden seguirme en mis redes sociales que se encuentran en el link de arriba. Muchas gracias!
— ¡Saliendo! — Exclamó, sirviendo los vasos con hielo y colocándolossobre una bandeja, sacó la botella delicor y siguió a las chicas hasta su mesa.
Capítulo 7
Zeus
Ni siquierahabían entrado al local cuando la música les llegó a los oídos junto a unaráfaga que olía a alcohol y humo de cigarro.
La entradadel Zeus era una puerta de cristal doble que estaba entre abierta. Después quele permitieron el acceso, un pequeño pasillo con cuatro personas vestidas denegro les recibió. Eran tres hombres y una mujer con expresión seria y de pocosamigos, en sus cinturones sobresalía pequeños radios de transmisión conectadosa un auricular en la oreja derecha. El grupo se dividió por género y formaron filaspara ser requisados. Después de verificar que todo estuviera en orden, lesdieron la bienvenida en un fingido tono cordial y le abrieron una gruesa puertade madera tallada color café oscuro.
Con elprimer paso dentro del pub, la música retumbó en sus pechos y oídos. El localse dividía en varias secciones; a la izquierda había varias mesas cuadradas ypequeñas que formaban filas de cuatro, cada una con sillas que se apreciabancómodas a pesar de su tamaño.
A laderecha había una barra con una fila de taburetes, detrás se apreciaba un granescaparate clavado a la pared, exhibiendo diferente botellas de alcohol. Varioschicos con un uniforme negro con detalles del dios mitológico en blanco tomabancervezas y las introducían en grandes envases repletos de hielo y descorchabanbotellas que les entregaban a chicas vestidas con la misma ropa y un delantallleno de cajas de cigarrillos que se encargaban de llevar los pedidos a lasmesas.
De lasmuchachas se percató de la llegada del grupo e inmediatamente los abordó: ―¡Bienvenidos al Zeus! ¿Tomarán una aquí o irán al fondo?
― ¡Iremosmás al fondo! ― Carlos prácticamente debió gritar para poderse escuchar sobrela música. Echó una mirada el resto en busca de aprobación que consiguió con ungesto afirmativo.
― ¡Ok,síganme!
Ochopersonas conformaban al grupo. Junto a Lu, habían asistido los que habíanconfirmado; Carlos, Lorena, una morena bajita y muy simpática que siempre habíacompartido con ellos y Joe, el amigo de la infancia de Carlos, un muchacho de cabellocastaño y lacio, muy bien parecido que se caracterizaba por ser el casanova desu pequeño grupo de amigos. Los muchachos estaban sorprendidos de que habíaasistido solo ésta vez. Por el lado de So, sus mejores amigas, Jennifer yThalía habían ido junto a Joel, uno de sus mejores amigos que, curiosamente, sellamaba casi igual que Joe. A diferencia del amigo de Lu, Joel era mucho másrecatado, serio y no era tan salido, de anteojos y cabello castaño claro. Ladiversión de ese grupo de amigos siempre estaba garantizada era por Jennifer,la rubia sumamente blanca siempre tenía un chiste u ocurrencia que decir.Thalía, por otro lado, era una belleza de cabello azabache y piel cobriza, ojosrasgados y oscuros.
Mientras seiban adentrado al lugar, la iluminación amarillenta de la entrada iba quedandoatrás, dándole la bienvenida a una oscuridad apenas difuminada por las tenues yparpadeantes luces de diferentes colores que provenían desde la tarima y a laenorme pantalla LED detrás del DJ. La temperatura se elevó varios grados, lahumedad se acrecentó y el hedor a tabaco se hizo mucho más intenso. La música era tan fuerte que se dificultabamucho la comunicación.
Laanfitriona los ubicó en una zona pegada a la pared, alejados solo lo necesariode la pista de baile que ya era ocupada por varias personas que se movían alritmo del Dembow.
― ¡¿Qué vana beber?! — Se dirigió una vez más a Carlos, que parecía haber captado laatención de la chica.
― ¡¿Pedimoscerveza para empezar y después vemos si pedimos otra cosa?!
― ¡Sí! ―Respondió Lu que ya se acomodaba en un asiento libre.
― ¡Dostobos de cerveza, por favor!
― ¡Vale! ―Respondió, terminando de ayudar a los chicos a acomodar las sillas alrededor delas dos mesas que habían unido para que todos cupieran a gusto. Anotó algo enla libreta y se marchó, esquivando personas con gran agilidad.
So se sentóen la primera silla libre que vio y se topó casualmente – o quizás, la habíabuscado inconscientemente –, con la que estaba al lado de su hermana. Se sentósin decir nada, a su la derecho se sentó Jennifer, seguida de Thalía y Joe.Junto a éste se sentó Lorena y Carlos cerraba el círculo al estar al lado de suhermana.
― ¡Nuncahabía visto al Zeus tan lleno y eso que aún es temprano! ― Gritó Thalía.
― ¡Esverdad, menos mal decidimos venir a esta hora, en un par más y aquí no cabrá unalma! ― Respondió Carlos.
La camarerallegó acompañada de un chico que traía dos tobos repletos de hielo y con diezcervezas en cada uno. Los baldes incluían un destapador barato en la asas queJoe y Carlos no duraron en usar para destapar la primera ronda. En un par deminutos, los ocho alzaron su bebida, brindando por una buena velada.
Lasconversaciones tribales empezaron y poco a poco, el grupo fue entrando enambiente, algunos se habían levantado a bailar algunas canciones de ritmolatino que el DJ colocaba a esa hora; merengue, salsa y bachata eran los ritmosmás predominantes. Todos se divertían con las ocurrencias de Jennifer, que nodejaba de bromear con cualquier cosa que se le ocurría. Sin embargo, había unapersona que parecía algo distante en comparación al resto. Lu lo había notadoy, de hecho, ya llevaba alrededor de media hora viéndola casi fijamente. Suhermana, a pesar de estar al corriente de la conversación, se podía percibirmás inmiscuida en sus propios pensamientos que en la divertida noche. Exhalóprofunda y entrecortadamente. Era, al menos, la quinta vez que lo hacía duranteel rato que tenía vigilándola.
La mente deSo se encontraba en lo ocurrido horas antes en el departamento. Sabía que nohabía pasado nada, solo la habían vestido y aunque era una situación extraña,no era algo del otro mundo. Aun así, su mente y cuerpo se sentían como sihubiese tenido una sesión de sexo intenso. Las ampollas de la excitación nohabían mermado ni un segundo y el mero hecho de recordarlo la amplificaba ¿Ycómo no recordarlo? Al mínimo movimiento que hacía podía sentir el fríoplástico de la silla chocando con sus muslos prácticamente desnudos, el cargadoy cálido ambiente golpeaba contra la piel de su pecho y espalda, mezclándosecon el calor que emanaba de su entrepierna. Rememorar los pequeños roces, lascaricias y la delicadez del tacto de los dedos de Lu la llevaban a lassituaciones pasadas, como si de una diapositiva se tratase. Pero no era solo laconnotación sexual de cada uno de los actos, no era imbécil y no había forma denegarlo; aunque no hubiesen tenido sexo realmente, se percibía como algodemasiado cercano a ello… y sentía miedo al no sentirse segura de si era capaz deevitar cruzar esa línea tan tentadora y peligrosa. Era la fusión entre el deseoy el dominio, confianza y sumisión lo que estaba generando estragos en sucabeza y en su cuerpo en general. Revolviendo todo el panorama de lo que ella,creía, tenía dominado en cuanto a su propio deseo, confundiéndola y excitándolaa partes iguales. Incluso, llegó a preguntarse si era el control o la renunciaa él lo que le había atraído más.
O quizás, sencillamente es entregarme a ella… Pensó, haciendo equilibrioentre la euforia y el pánico.
— Seacabaron las cervezas ¿Pedimos otra cosa? — La voz de Carlos le sorprendió.Desde hacía rato notaba como el mejor amigo de su hermana le dedicaba miradasde seducción que ella buscaba esquivar. Carlos era atractivo y sabía de primeramano que era muy buena persona, pero su cabeza, al menos en ese momento, eraacaparada por una sola persona.
— Yo digo ron — respondió Lorena, ignorando que Carlos, prácticamente,le había preguntado solo a So.
— Me parece buena idea — agregó Joel.
— ¿Dónde estará la chica? — Thalía miraba en todas las direcciones. Elresto de chicos empezó a buscarla sin éxito.
— Iré a pedir a la barra, si nos ponemos a esperar nos da resaca aquímismo — dijo So, intentando sonar segura.
Se levantó y reacomodó el vestido, evitando que algo que no debía seasomara de más. No esperó réplica u ofrecimientos de acompañamiento y se pusoen camino hacia la barra ante la mirada de varios pares de ojos que no dejabanpasar la oportunidad de degustar lascivamente las deliciosas curvas de lapelirroja.
— Yo voy aprovechar para ir al baño, entonces — exclamó Lu, quientampoco esperó ofertas de compañías y se encaminó casi en la misma direcciónque su hermana.
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So sesorprendió del «nuevo» ambiente que ofrecía la zona de la barra. Había muypocas luces encendidas en comparación a cuando habían entrado ¿Cuánto tiempotenían ya dentro del local? Era claro que ya habían dejado de vender comidas ylas únicas bandejas que corrían de vez en cuando, llevaban hieleras o botellasde licor. Se sentó justo donde doblaba la barra, un lugar alejado con solo tresbutacas libres, tomando la primera de estas. Echó un par de miradas a loscamareros, viendo que solo había cuatro chicas atendiendo a varios clientes, nohabía rastro de la muchacha que los había atendido en un principio. Entendióque debía esperar un rato a que la atendieran, pero no se molestó. Quizás esemomento a solas le ayudaría a despejar un poco la mente y no pensar tanto enLu.
Giró labutaca para observar mejor el lugar, la hilera de mesas de la entrada ahora eraocupada por algunas parejas metidas en su mundo y un pequeño grupo de treschicos. So los miró detalladamente, dándose cuenta que uno de ellos la notó yle sostuvo la mirada con una sonrisa coqueta. Ella devolvió el gesto, elmuchacho era apuesto, moreno, con un corte casi al ras y facciones rudas en surostro que contrastaban con el par de brillantes que adornaban los lóbulos desu oreja. La ajustada camisa vinotinto mostraba que era un chico de gimnasio,con más musculatura que el promedio.
El duelo demiradas y sonrisas continuó por unos cuantos minutos. Ana Sofía cruzaba laspiernas cada tanto en un juego de seducción que le parecía divertido. Un dejode excitación continuaba presente, merodeando a cada tanto y eso leenvalentonaba a coquetear deportivamente.Nunca había sido una chica recatada ni mucho menos, todo lo contrario, Soestaba perfectamente consciente delpoder que poseía su atractivo físico y sabía muy bien como jugar sus cartasdentro de ese ambiente. Recordar que ella podía imponer el ritmo de lasituación le haría recordar el placer que sentía y quizás, solo quizás,descubriría que era mejor.
Aunque enel fondo lo dudaba.
— Estábueno, ¿verdad?
Laaterciopelada voz le hizo dar un brinco sobre su asiento. No había notado lapresencia de su hermana, mucho menos que se había acercado tanto como parahablarle directo al oído. El cálido aliento acarició la piel sensible de sucuello y en ese instante decidió que no había sensación más agradable que el placerque Lu le brindaba con gestos tan simples.
So no lamiró, su vista seguía anclada en aquel chico que advirtió la presencia de otramujer muy parecida y ensanchó aún más la sonrisa. Ese gesto no le gustó y leprovocó una sensación extraña e incómoda, demasiado semejante a los celos, perorápidamente intuyó que no se debía a que Lu hubiese ganado la atención que enun principio le pertenecía a ella, sino a que ese extraño se había atrevido acoquetearle. A ella. A su hermana.
Pero notuvo mucho tiempo de meditar sobre ese sentimiento ya que unos juguetones dedosque ya conocía peinaron su cabello hasta posicionarlo sobre su hombro derecho,cayendo en cascada sobre su seno, solo para comenzar a trazar líneasimaginarias que iban desde la nunca hasta la columna con una suavidad pasmosaque le crispaba la piel.
— Es…, esguapo, sí. — Respondió con la voz entrecortada.
— Te estácomiendo con la mirada desde hace rato — volvió a susurrar y So volvió asusurrar con la boca muy pegada a su oreja se preguntó cuánto tiempo teníaobservándola. Eso hizo que inflara el pecho ¿Eran celos lo que percibía?Posiblemente, pero la adrenalina comenzó a bombear rápidamente; el saber que suhermana podría sentirse amenazada por un sujeto cualquiera que la miraralascivamente le daba esa falsa sensación de poder que estaba imaginándose hacerato, y con Lu entrando en la ecuación, la excitación se disparaba.
— Bueno…,puede mirar lo que quiera… — respondió, sintiendo los estragos húmedos en suentrepierna y mente.
— ¿Te gustaque te mire? — La pregunta le tomó desprevenida y, como un acto reflejo, separólas piernas para volverlas a cruzar, a sabiendas que su ropa interior se vería.
La calidezde Lu junto adentrándose en ella cada vez que emitía una palabra era una dulcetortura que la envalentonaba a un nivel que desconocía. Se concebía valiente ya la vez dependiente, lo que provocaba que se cuestionara muchas cosas ¿Legustaba que la mirara aquel sujeto? No… el chico había pasado a un tercer,cuarto o quinto plano y no era más que otro componente de lo que estabasintiendo. Una pieza más que funcionaba gracias el inmenso motor que era suhermana. Y descubrió que, si era dentro de su juego… quizás si le gustaba quela mirasen.
O lo que ella quisiera.
— Un poco…— respondió lánguida, relamiéndose los labios, viéndose incapaz de contener suexcitación.
— Entoncesdémosle algo bueno que ver.
Las manosde Lu se anclaron con firmeza en la cintura de So y la giraron hasta quedarfrente a ella. La menor al fin la vio, sentada y regalándole esa sonrisaegocéntrica y socarrona que estaba volviéndola loca y unos ojos que sepercibían diferentes, algo que solo gracias a la cercanía era capaz depercibir; la nube de excitación que dilataba las pupilas hasta oscurecerlos,demostrándole que estaba tan excitada como ella. Sin mucho esfuerzo la hizolevantar y el rostro de la menor apenas quedó un par de dedos sobre el de la mayor.
Las firmesmanos de Lu empezaron a descender, contorneando la cintura y caderas hastaalcanzar los muslos. Cambió de dirección con suavidad, arrastrando la tela delvestido en el proceso. So sintió que la respiración se le cortaba y volteóhacia la barra para percatarse que más nadie podía darse cuenta de lo quesucedía. La luz era tan tenue que apenas permitía la vislumbrar lo que ocurríaa unos pocos metros de distancia y la única persona con una vista privilegiadade lo que sucedía era aquel mismo sujeto que, ahora sí, le dedicaba toda suatención, como si el resto del local hubiese desaparecido y ellas fueran loúnica que le interesaba. Con los codos apoyados en las rodillas y el dorsoinclinado hacia delante para enfocar mejor.
So volvió la vista hacia su hermana y notó que esta no le habíaquitado los ojos de encima ni un segundo. De pronto, sintió unos largos dedosintroduciéndose entre la tela y su piel, tocándola, sintiéndola. Segundosdespués, empezaron a subir, arrastrando con ellos el vestido.
La brisa se coló entre las piernas, sintiéndola mayormente en su culo.Intentó decir algo, pero su garganta se había cerrado y por más que abrió laboca, las palabras se atoraron. Lu sonrió sádica, acentuando el hoyuelo de sumejilla izquierda.
Antes de darse cuenta, las manos y el vestido estaban a la altura dela cintura y su trasero estaba desnudo, protegido únicamente por una fina telaque se perdía entre las nalgas, a la vista de quien se percatase de ellas.
Lu dejó lacintura después de asegurarse de que la tela no se caería y abarcó la totalidadde ambos glúteos con ambas manos. Manoseó a placer, apretó con codicia yrasguñó con malicia. Incluso las hubiese mordido si hubiese tenido laoportunidad, pero se conformó con sentir la suave y voluptuosa piel en laspalmas. Un gemido de placer fue ahogado por el alto volumen de la música cuandoSo se dejó llevar. Su frente descansó en el hombro de su hermana y sus uñas seclavaron en el cuero de la chaqueta.
Lu llevóuna mano entre los suaves muslos y con pericia le hizo separar las piernas. Concalma y sin dejar de rozar la piel con el dorso de la extremidad, llevó ambasmanos hasta el elástico de la tanga, enganchando sus pulgares. Lamió laclavícula y empezó a bajar la prenda con una lentitud tortuosa. So sintió quecada centímetro equivalía a un latido de su corazón, pero cuando sintió ladelgada tela abandonar la prisión de sus apretadas nalgas, éste comenzó abombear como una locomotora descontrolada. Quiso quejarse, deseó hacerlo, peroun mordisco en la sensible piel entre los senos solo permitió que le arrancarauna húmeda y lánguida queja que murió en la coronilla de la cabeza de la mayor,perdiéndose entre los rizos rojos.
— Levantauna pierna — una orden en forma de susurro llegó cuando la prenda íntima yacíaen sus pantorrillas. So obedeció como una autómata, alzó la pierna derecha y laliberó. — El otro — dijo en el mismo tono y, de nuevo, cumplió sin rechistar.
Ahoraestaba totalmente expuesta, sin nada que protegiera sus zonas más íntimas.Estaba avergonzada, vulnerable, pero sobre todas las cosas, estaba excitada.Emoción que se acrecentó cuando Lu atacó de nuevo su culo, masajeándolo conlascivia. Las gotas ardientes descendían libremente por la cara interna de losmuslos desde su húmedo coño, dejando una húmeda evidencia de lo caliente queestaba.
La mayorbesó la piel magullada por el mordisco antes de propiciarle una suave nalgadaque provocó un gritillo de sorpresa y éxtasis. Lu no la torturó más y reacomodóel vestido con toda la delicadeza que podía permitirse. Se levantó de la butacay miró al hombre en la mesa. Pensó que sería buena idea retratar la expresiónde incredulidad que había en su rostro. Mostrárselo a So para demostrarle loque provocaba en las personas.
Lu dibujóuna sonrisa guasona que derivó en una suave risilla. So apenas la escuchó yvolteó a verla, aun sintiendo los lengüetazos del deseo. Buscó el origen de larisa de su hermana y se encontró con el mismo escenario; el chico las mirabacon los abiertos y una evidente erección que se marcaba en los apretadospantalones.
La menorretiró la mirada de inmediato, sintiendo que la simple visión del rígido penele quemaba. Bajó el rostro y pellizcó la chaqueta de Lu como un mecanismo dedefensa, transmitiéndole un claro mensaje: «Puedohacerlo si estás conmigo». Una sonrisa nerviosa se dibujó en su propiopensamiento.
— ¡Chicas!¿Ordenarán otra cosa? — La joven camarera que los atendió previamente apareciódel interior de la barra y se les acercó. — Acabo de verlas, perdón pero a estahora ya no damos abasto.
Lu guardósu premio rápidamente en el interior de su chaqueta y le respondió: — Un serviciode ron, por favor… y dos bolsas de nachos con queso para picar.
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Notas de la autora:
Nuevo capítulo, So esta vez se vuelve más atrevida y admite que le gusta que la miren siempre y cuando es Lu quien la exhibe 737 Recuerden que pueden seguirme en mis redes sociales que se encuentran en el link de arriba. Muchas gracias!
— ¡Saliendo! — Exclamó, sirviendo los vasos con hielo y colocándolossobre una bandeja, sacó la botella delicor y siguió a las chicas hasta su mesa.
0 comentarios - Átame a ti: Capítulo 7