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El top 10 del sexo. Capítulo 8

El top 10 del sexo. Capítulo 8

Esta es la historia de Emilia, una mujer que a sus 30 años decide mirar hacia atrás y hacer un top 10 de sus mejores anécdotas de sexo, rememorando amantes, tríos, lugares exóticos y muchas cosas que la hicieron llegar a los mejores orgasmos de su vida. Esta historia es ficción, eso no quiere decir que algunos hechos no sean reales…

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Capítulo 8: El mejor regalo de cumpleaños – Puesto n° 3
   El viaje a Europa me cambió y me dio una nueva perspectiva del sexo. Hasta entonces solía disfrutar muchísimo de coger y de tener sexo fuerte, pero nunca había experimentado las cachetadas, los insultos y la violencia durante el acto. Desde ese momento empecé a hacerlo, obviamente de forma gradual y dependiendo del amante. A los 27 años salí un tiempo con un chico al que le gustaba bastante el sexo duro y a pesar de que no llegó a pegarme cachetadas en el rostro como Remi lo había hecho, si llegó a insultarme a golpearme con sus manos en la cola y a tirarme del pelo. Edgardo, el director de la empresa donde trabajo y mi amante, nunca llegó a ponerse agresivo conmigo, ya que él me trataba con caballerosidad. Pero mientras cogía con él, salí con un pibe bastante morboso al que le gustaba que lo domine, que le pegue y hasta llegué a atarlo en uno de nuestros últimos encuentros. Lamentablemente él no sabía devolverme ese placer y obviamente no llegó a ocupar un puesto en el top. No fue hasta mis 29 años que encontré a un pibe que compartía el mismo deseo por mí en el sexo duro y fuerte.
   Conocí a Ignacio gracias a una de estas app de citas, algo que solía usar muy frecuentemente para encontrar chicos con los que coger. Siempre era muy cuidadosa a la hora de buscar pareja por allí y de hecho solía tener uno o dos encuentros con ellos antes de tener sexo. A pesar de que tuve muchas experiencias, rara vez llegaba a concretar algo con ellos, ya que muchos de los chicos se rehusaban a tener más de una cita sin conseguir sexo a cambio. “No me interesa salir, quiero coger y ya” me respondió uno y entonces pensé en eliminar la aplicación. Pero seguí usándola un tiempo más, con más filtro y siendo más directa, hasta que me encontré con Ignacio y me cautivó enseguida.
   El chico, de 33 años, estaba fuertísimo. Tenía una foto en cueto que demostraba un cuerpo muy bien cuidado con algo de pelo en el pecho y con un buen bronceado. En otra de las fotos se lo veía con un perro en un parque, lo que me gustó pues siempre fui amante de los animales. A la hora de ver su cara, fui a la tercer foto y sus ojos claros, su sonrisa perfecta y su barba delicamente recortada, me hicieron darle un corazón enseguida. El match fue a los pocos minutos y empezamos a hablar. Le conté un poco de mí y él me contó un poco de su vida para luego proponerme salir a tomar algo esa misma tarde. “Sin compromiso, un café, una cerveza, lo que quieras. Sólo para conocernos y ver que onda” me escribió y fue tan sincero que decidí aceptar su propuesta.
   No hizo falta aclararle que yo no era de esas chicas que tenía sexo en la primera cita, que esa etapa ya la había dejado de lado. Ignacio se comportó excelente conmigo, me siguió la conversación todo el tiempo y siempre me habló de forma muy sincera. Me confesó que hacía unos meses había cortado con su novia de casi seis años y que no estaba buscando una relación seria. Que quería conocer a alguien, pero que quería avanzar tranquilo y no forzar nada, que principalmente buscaba pasarla bien. Yo entonces le confesé que nunca había tenido pareja estable y que también quería que las cosas se dieran de forma natural. Nos sentimos tan cómodos en esa charla de casi dos horas, que cuando nos fuimos acordamos vernos ese fin de semana, para algo un poco más largo. “Vamos a cenar y si querés después a tomar algo” me propuso y yo obviamente acepté.
   Empezamos a coger después de la cuarta cita y el sexo fue increíble desde el principio. Ignacio no solo tenía un físico increíble, sino que su pija lo completaba de forma excelente. Sus casi 20 centímetros me sorprendieron la primera vez que lo vi y lograron sacarme un orgasmo en nuestro primer encuentro, algo que no todos los hombres conseguían. En los siguientes 4 meses lo hicimos varias veces y nos dimos cuenta poco a poco que nos gustaban las mismas cosas. Con la idea de disfrutarlo a pleno y de pasarla bien, hablábamos sobre nuestros gustos y notamos que compartíamos muchísimas cosas, como el sexo duro, las palabras y los insultos y el atrevimiento siempre y cuando fuese en el momento apropiado. Cada encuentro se hacía más excitante que el anterior y debo confesar que estos últimos meses de mi vida cogiendo con él se convirtieron en los más placenteros y podría haber puesto varios momentos en este top. Pero decidí quedarme con uno, que podría estar dividido en tres partes, pero que claramente es mejor si se cuenta todo junto.
   La noche en concreto fue la noche en que cumplí 30 años. Como se trataba de un jueves, decidí dejar los festejos para el fin de semana, pero él, quien no estaba de acuerdo con que no hiciera nada ese mismo día, me propuso invitarme a comer. Yo acepté la cita, algo que no teníamos hacía rato ya que nuestros últimos encuentros habían sido principalmente sexuales. La pasé increíble durante la cena. Hablamos muchísimo, me reí como nunca y disfruté de su compañía de la forma en la que nunca había disfrutado de la compañía de un hombre. Llevábamos ya casi 5 meses saliendo y yo me daba cuenta que Ignacio me gustaba más que nadie, que se había ganado mi exclusividad y sentía por él algo que no había sentido nunca por nadie.
   Cuando terminamos, me llevó a mi casa y obviamente lo invité a subir, ya que deseaba recibir un regalito al menos ese día. Ya en el ascensor nos comimos la boca con ganas y le hice saber que tenía muchas ganas de disfrutar con él. Ignacio me miró con esos ojos deliciosos y con esa sonrisa perfecta y logró que me derritiera antes de poder entrar a mi departamento. Avanzamos y sin dar vueltas fuimos directo a la cama, donde yo me acosté para que él lo hiciera encima de mí. Los besos, las caricias y el toqueteo fueron muy intensos y no tardamos en ir sacándonos la ropa que ya se sentía molesta. Su pija bien dura rozaba mi cuerpo y no veía la hora de que me penetrara con ella y me hiciera acabar de la misma forma que me había hecho acabar tantas veces. Con dulzura se acercó a mi oído y me preguntó si quería que me diera su regalo de cumpleaños, a lo que yo obviamente le dije que sí, deseando sentir su cuerpo bien cerca del mío.
   Ignacio se acomodó entre mis piernas y pasó su lengua varias veces sobre mi concha con una intensidad increíble, haciéndome temblar de arriba a abajo. Si había algo que hacía muy bien era estimularme con su lengua, ya que en cuestión de segundos lograba mojarme toda y excitarme de una manera única. “¡Ay sí!” le dije yo haciéndole saber que disfrutaba muchísimo la forma en la que su boca jugaba sobre mi cuerpo y él no se detenía, no paraba. Noté sus manos acariciar mi piel, desde mis tetas hasta mis piernas y pude sentir como todo mi cuerpo ardía por el lugar en el que la yema de sus dedos tocaba. Yo me movía al ritmo de su lengua, daba círculos con mi cadera sin poder controlarme y sentía una excitación demasiado grande. Ignacio no paraba, no dejaba de chuparme la conchita, metiéndome su lengua y elevándola hasta mi clítoris para acariciarlo suavemente hacia un lado y hacia el otro.
   Sus dedos no tardaron en entrar en el juego, al principio solo acariciando mis labios y abriéndolos para que pudiera lamerme mejor. Pero poco a poco fueron entrando a mi cuerpo mientras él se concentraba en mi clítoris. Primero uno, después dos y por último un tercero que se sintió tan bien que me puso a gemir como loca. “¡Ay sí! ¡Ay Ignacio, por favor! ¡No pares!” le pedía yo y él me lamía y me cogía con su mano de una forma en la que nunca antes lo habían hecho. Notaba un calor envolver todo mi cuerpo, notaba mi cintura doblarse y caer dando golpes en la cama mientras lo agarraba del pelo para que no se alejara. Tenía los ojos cerrados, pero podía ver a la perfección su cara, su rostro tallado por ángeles, su barba perfectamente recortada y su sonrisa blanca y perfecta.
   Noté como uno de sus dedos pasaba a mi cola y apoyándose por fuera la empezaba a masajear mientras que su lengua continuaba presionando encima de mi clítoris. “¡Ay por favor!” gemí yo de nuevo impulsada por el placer que sentía sin darme cuenta que me estaba excitando demasiado. Comencé a mojarme, a mojarme mucho. Empapé la mano de mi amante y el aprovechó ese líquido que salía de mi cuerpo para humedecer mi cola y penetrarme lentamente con uno de sus dedos. “¡Ahhh! ¡Síii!” gemí con suavidad sintiendo como me iba cogiendo lentamente con sus dedos por ambos agujeros y no pude aguantarme las ganas. “¡Dale! ¡Así! ¡Seguí que acabo!” le confesé y él no paró. Siguió cogiéndome con sus dedos, aumentando la velocidad de a poco, mientras que su boca no se separaba de mi concha y me lamía y me lamía a lo bestia. Yo gemía, no… Yo gritaba de placer envuelta en una ola de calor absoluto.
   Acabé. Con dos dedos adentro de la concha, uno en el culo y su lengua sobre mi clítoris acabé de una forma hermosa, casi como nunca antes había acabado. Le mojé toda la mano y la cara a mi amante, quien recibió todo mi orgasmo mientras seguía lamiéndome sin que nada le importara. “¡Ay sí! ¡Ay sí!” gritaba envuelta en una ola de placer mientras que él no se detenía y seguía moviendo sus dedos y su lengua a toda velocidad. Abrí los ojos, levanté la cabeza y me encontré con su mirada penetrante y su cara a mitad de camino y eso solo me llevó a acabar más. Nunca había visto un hombre tan hermoso, tan deliciosamente sexual y tan caliente que me complaciera de esa forma. Atreviéndose como solo él podía atreverse y volviéndose irresistible ante mi cuerpo. Cuando se levantó y me sacó los dedos de adentro del cuerpo, pude ver como toda la cara y la mano le chorreaba. Yo respiraba de forma agitada y gozaba de mi orgasmo sin aguantarme las ganas de comérmelo entero.
   Le propuse ir a bañarnos, pues yo estaba toda transpirada por el calor y él tenía toda la cara y el brazo sucio. Ignacio aceptó y así desnudos nos metimos en la ducha. Ni bien el agua le golpeó en el cuerpo, empecé a tocarlo y decidí besarlo y comérmelo entero. Le besé la boca, pero enseguida comencé a pasar mis labios por todos lados, disfrutando de su piel cálida y empapada por el agua que nos caía encima. Lo arrinconé contra una pared y fui bajando por su cuerpo, besándole el pecho, los brazos, el abdomen, la cintura. Terminé arrodillada delante de él y su pija dura me llamó enseguida. Se la agarré con una mano mientras que con la otra seguía tocándolo y empecé a pajearlo lentamente, mirándolo a los ojos para ver esa mirada que me derretía por completo.
   Saqué mi lengua y le lamí la cabecita de la verga. Este gesto a él le encantaba, tanto que lo llevó a tirar su cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y sin poder aguantarse un gemido. “¿Te gusta?” le pregunté y volví a lamérsela por si le había quedado alguna duda de cómo se sentía. “¡Me encanta!” me respondió y volvió a gemir cuando mi lengua dibujó un círculo hacia la derecha y después uno a la izquierda. Sabía cómo excitarlo y como calentarlo, asique después de chuparle la cabecita me la metía toda en la boca y empecé a petearlo, sin dejar de pajearlo y de gozar de su piel con mi otra mano. Ignacio era tan calentón como yo y no se aguantó colocar una de sus manos sobre mi nuca y de agarrarme el pelo con firmeza, para hacerme saber que me iba a quedar ahí hasta que él quisiera.
   Lo observaba desde abajo, comiéndole toda la pija. Podía ver como él tenía la boca semi abierta, por la cual salían hermosos gemidos de placer que se escuchaban con el ruido del agua cayendo de fondo. Mi mano derecha continuaba pajeándolo con ganas, recorriendo su verga bien dura hacia adelante y hacia atrás. Mi boca se concentraba en su pija, la cual me llenaba por completo y me provocaba algunas ahorcadas cuando me la comía entera. En esos momentos él hacía una suave presión sobre mi cabeza para que yo resistiera, pero me dejaba salir cuando ya no aguantaba más y yo escupía para después seguir chupándosela. Entonces corrí la cabeza hacia atrás para bajar hacia sus huevos pero él actuó antes que yo y agarrándome con fuerza del pelo, tiró mi cabeza hacia atrás y se inclinó hacia adelante para quedar a medio metro de mi rostro.
   - ¡Sos increíble! ¡Putita!- Me dijo y acto seguido me metió una cachetada que me hubiese dado vuelta la cara si él no me estuviera agarrando con fuerza del pelo.
   Ya habíamos hablado de eso, ya lo habíamos hecho y ya sabíamos lo mucho que nos calentaba a los dos, pero en ese momento me excitó tanto, que volví a su pija para chupársela y pajearlo de una manera que sabía que iba a hacerlo acabar. Ignacio se dejó llevar. Mi mano se movía a toda velocidad sobre su verga, yendo y viniendo a lo alrgo de esta mientras que con mi boca le chupaba la puntita, haciéndole sentir mis labios mojados. Mi otra mano ahora se concentraba en sus huevos, los cuales chupaba y acariciaba. Él temblaba, se retorcía de placer y gemía mientras se agarraba de mi cabeza y de la pared del baño con la otra mano. No podía aguantarse mucho más y yo lo sabía. “¡Dame la lechita, mi amor! ¡Dámela toda!” le dije sacándome la verga de la boca por unos segundos y el resultado fue inmediato.
   Ignacio comenzó a acabar de una forma hermosa, llenándome la cara y después la boca de semen. Rápidamente volví a colocar su verga entre mis labios y recibí toda su descarga, mientras lo seguía pajeando para poder sacarle la última gota. “¡Ahh sí! ¡Sí!” gimió él retorciéndose de placer e inclinándose hacia adelante para ver como yo lo miraba a los ojos con la boca llena de su pija y su leche. Acto seguido, le mostré como me había quedado la lengua y los labios y mientras parte del semen se me caía por los costados, me tragué el resto, demostrándole lo buena que podía ser si él me hacía acabar antes de que se la chupara. “¡Sos hermosa!” me dijo con una voz de baboso increíble y después de que me limpiara la cara y la boca me besó con muchísimas ganas.
   Pero no íbamos a quedar solo en eso. Cuando salimos de la ducha, después de seguir con besos y caricias más románticas, volvimos a la cama. Nos acostamos y nos empezamos a acariciar y a tocar, con la idea de ir subiendo la temperatura de a poco. Su pija no tardó en ponerse dura después de unos minutos y yo decidí chupársela un ratito más para lubricarla bien. Cuando la tuvo toda mojada me senté encima de él y comencé a cabalgarlo como a mi me gustaba, acariciando su cuerpo y gimiendo mucho para que todos escucharan el placer que me provocaba su increíble verga. Ignacio me acariciaba el cuerpo, me tocaba las tetas y gemía conmigo, disfrutando de ese hermoso momento que estábamos viviendo.
   Él no tardó en tomar las riendas del asunto, al fin y al cabo era yo la homenajeada. Se colocó encima de mí y poniendo mis piernas sobre sus rodillas me llenó entera con su enorme pija. Sujetándome las piernas con una mano y observándome entre ellas, comenzó a cogerme bien duro, moviendo su cintura hacia adelante y hacia atrás. Me encantaba esa posición, era tan profunda que podía sentir toda su dureza entrar y salir de mi cuerpo con cada golpe que daba. “¡Ahh sí! ¡Ahh sí!” gemía yo como loca gozando y disfrutando de mi macho cogiéndome de esa forma. Le decía que me encantaba y él se ponía como loca y me cogía más y más duro. Con la otra mano me acariciaba el cuerpo y me apretaba las tetas con ganas. No tardé en sentir como un segundo orgasmo se avecinaba.
   - ¡Me vas a hacer acabar mucho!- Le dije entre gemidos.
   Entonces Ignacio soltó mis piernas y estas cayeron sobre la cama, una a cada lado de su cuerpo. El chico pegó su pecho al mío y me comió la boca con un beso hermoso, pasando sus brazos por debajo de mi cuello. Yo lo abracé con fuerza y sentía como su cintura subía y bajaba una y otra vez sin detenerse. Su verga durísima entraba y salía de mi conchita totalmente mojada, la cual se empezó a mojar más y más. El beso se hizo eterno, hermoso y sumamente delicioso, con mucha lengua. Entonces acabé por segunda vez en la noche, me mojé entera y mojé todo su cuerpo, haciéndole saber lo mucho que me estaba complaciendo. Movió su boca hacia un costado para besarme el cuello y yo aproveché para largar todos los gemidos y gritos que se habían acumulado en mi boca, convirtiendo ese orgasmo en uno mucho más placentero.
   De golpe él se transformó. De nuevo esa bestia sexual que lo poseía cada vez que se calentaba a pleno y que tanto me gustaba cogerme. Me puso en cuatro y me clavó su pija bien a fondo, sacándome un grito agudo que inundó toda la habitación. Sujetándome con fuerza de la cintura, me empezó a coger a toda velocidad, azotando su cuerpo una y otra vez contra mi cola, la cual golpeaba con su otra mano. “¡Como me calienta que me acabes así la pija, hija de puta! ¡Me pone al palo!” me confesó, aunque yo ya sabía que eso sucedía. Entonces apoyó su uno de sus dedos en mi cola y empezó a masajearla de la misma forma que lo había hecho mientras me la chupaba. “¡Que ganas que tengo de cogerte el culo!” me dijo y yo giré la cabeza y sin más le dije que lo hiciera. Estaba demasiado excitada, el segundo orgasmo había sido mejor que el primero y estaba segura que Ignacio podía darme un tercero.
   No tardó en cogerme por ambos agujeros, llenándome la concha con su inmensa pija mientras uno de sus dedos entraba y salía de mi culito. Yo sentía un placer inmenso, gozaba como nunca, gimiendo y gritando a lo loco para que él supiera como disfrutaba de ese momento. Ignacio no se detenía, no frenaba y me cogía a un ritmo increíble. Entonces fue frenando, sacó su dedo de mi cola y apoyó su pija, haciendo presión poco a poco. No era la primera vez que teníamos sexo anal, ya lo habíamos hecho antes, pero en esa oportunidad yo me abrí toda para él, haciendo que su pija entrara casi directo de lo mojada que estaba. “¡Que hermosa que sos, Emi!” me dijo él sujetándome de nuevo por la cintura con una de sus manos y empezando a cogerme la colita.
   El placer era demasiado. Ignacio movía hacia adelante y hacia atrás su cintura de forma lenta al principio, abriéndome al medio y poniéndome a gemir como loca. Yo gozaba, disfrutaba de esa cogida como nunca antes había disfrutado de que me cogieran así. Él iba acelerando el ritmo, clavándomela más fuerte. Con su otra mano empezó a manosearme la cola y los chirlos no tardaron en llegar. Cada vez que me pegaba, yo largaba un grito que lo impulsaba a moverse más rápido y eso me sacaba más gemidos, lo que hacía que me pegara más chirlos… Un ciclo sin fin. “¡Eso hija de puta! ¡Gritá!” me decía y yo gemía y gemía envuelta en una ola de placer absoluto. Su pija entraba y salía de mi culito y mis piernas temblaban. El calor se apoderaba de mí mientras gemía y recibía chirlos sin parar de parte de mi amante.
   Y acabé. Acabé una tercera vez y fue hermoso como lo había supuesto. Ignacio me clavó al fondo su pija y yo lancé un grito para después mojarme toda a chorros. Empapada, me siguió cogiendo más y más duro, sin dejar de pegarme, mientras la concha me chorreaba sin cesar. “¡Sí, mi amor! ¡Sí!” decía yo y él no se detenía y me la metía cada vez más fuerte. Un golpe atrás del otro me llenaban el culito de su pija bien grande y dura. De golpe un azote final y se quedó quieto clavándomela bien a fondo y noté como él también acababa, pegando un grito de absoluto placer y cayendo rendido sobre mi espalda, para después morderme y arañarme el culo mientras seguía descargando adentro mío. “¡Sos increíble! ¡Sos increíble!” repitió y noté su pija temblar en mi culito.
   Nos acostamos el uno al lado del otro, totalmente acabados y enchastrados e Ignacio me abrazó por detrás. Me besó el cachete, el cuello, los hombros y se acercó a mi oído para hacerme sentir su respiración agitada que aún no se calmaba. Yo estaba demasiado complacida para hablar o decir algo y solo podía dedicarme a disfrutar del líquido que aún salía de mi concha mientras sentía la leche chorrear de mi culito. Hacía mucho que nadie me hacía acabar de esa manera y mucho menos con la simpleza que él lo hacía. Habíamos llegado a una confianza tan pura que ya sabíamos lo que al otro le excitaba y como el otro podía gozar más. Ignacio me abrazó con un poco más de fuerza y una sonrisa se dibujó en mi rostro y entonces me di cuenta. La honestidad había estado presente desde el principio y pensé que ese no era el momento para mentirle, por lo que abrí la boca y le dije:
   - Creo que estoy enamorada de vos.


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