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Cogetela bien

Mi esposa trabajaba como directora de una entidad sin ánimo de lucro, dedicada a la atención de niños con problemas de aprendizaje. En su rol, ella tenía contacto con prestigiosos médicos, proveedores de equipo y material médico y personas relacionadas con la atención en salud. Y con el estatus de directora, con poder decisión y ejecución en muchas áreas, era constantemente asediada por los hombres involucrados en su actividad.
El cargo le exigía andar siempre bien arreglada y entrar en contacto permanente con hombres y mujeres relacionados con su trabajo, pero ciertamente era el centro de atención de muchos hombres, que se interesaban en ella no solo por su puesto como directora de una prestigiosa institución sino también por su condición de mujer.
Para ella era claro, que, no podía fijarse en los hombres más allá de la relación de trabajo, debido a que demasiada confianza en las relaciones interpersonales podría obrar en su contra, tanto a nivel personal como profesional, pero ciertamente algunos de aquellos hombres que la asediaban capturaban su atención e interés más allá de lo netamente laboral. Expresado en otras palabras, se diría que le atraían, le gustaban y por su cabeza, algunas veces, se desataban escenas y situaciones que caían tan solo en el ámbito de las fantasías.
Algunos de sus compañeros de trabajo, por supuesto, se aprovecharon de algunas situaciones para insinuarle algún tipo de relación, más allá de lo profesional y le expresaron su deseo de compartir alguna aventura sexual con ella. Sin embargo, aunque ella hacía oídos sordos a tales insinuaciones, aquel ambiente no dejaba de hacerle ruido en su trabajo y considerar, muchas veces, por qué no, sobre todo cuando era evidente que, por ejemplo, en la celebración del día de las secretarias, o el día de la mujer, o cualquier otra celebración, muchas de sus colegas se permitían ciertas libertades con sus compañeros masculinos. Y ella, involucrada en ese tipo de jolgorios y con relaciones de mucha confianza con sus amigas, llegaba a preguntarse ¿por qué no?
Yo, cuando iba recogerla, siempre la encontraba rodeada de caballeros. No llegué a pensar que aquellos acercamientos tenían propósitos diferentes a lo estrictamente laboral, pero dado que ella resultaba atractiva para cualquier hombre, consideraba normal que la asediaran en procura de ganarse sus favores en lo relacionado con el trabajo, pero nunca en lo íntimo, en lo muy personal, en lo sexual.
El ambiente era algo pesado, sin embargo, como ella manifestaba, porque en las conversaciones con sus amigas salían a relucir las virtudes y defectos de las relaciones con estos caballeros. A ella le gustaría no enterarse de esas cosas. Muchas sabían que aquel tipo de relaciones no pasarían de un intercambio netamente físico en lo sexual, pero el vínculo generaba aproximaciones progresivas en las que se establecían lazos de amistad, compañerismo, convivencia y mucha confianza. La amistad muy próxima se percibía como compromisos de otro tipo. Y, de ese modo, muchas relaciones resultaban conflictivas.
No obstante, en ese ambiente, un hombre de ébano captó su interés. Era un docente universitario, muy educado, que le prestaba ayuda en el diseño, elaboración y ejecución de programas educativos para personas discapacitadas. Con ese pretexto, continuamente se veía con ella, pero sus conversaciones no pasaban de las situaciones relacionadas con su trabajo. En alguna ocasión, sin embargo, se presentó en la ciudad la realización de un evento deportivo, una carrera de maratón, y ella, mi esposa, decidió participar en representación de la institución donde trabajaba.
Con ese propósito, tanto ella como otros colegas, hombres y mujeres la secundaron en la idea de participar en el evento. Uno de ellos, Carlos, claro está, el docente asesor. Él se ofreció a acondicionar físicamente al grupo y entrenarles para la famosa competencia, de manera que se reunieron todos los fines de semana durante cuatro meses, situación que permitió establecer un vínculo mucho más estrecho entre ella y él. E imagino yo que también sirvió para que este hombre detallara a mí mujer más allá de su vestimenta formal en el trabajo.
Lo cierto es que una cosa llevó a la otra. La relación profesional se convirtió en un vínculo más cercano en lo personal y, de un momento a otro, aquel hombre resultó recogiendo a mi esposa en la casa antes de acudir al trabajo. Y también, muchas veces, llevarla después de sus actividades. Y, como yo, en razón de mis actividades debía viajar con cierta frecuencia, Carlos se aprovechaba para cortejarla y aproximarse a ella en esos momentos. Sin embargo, al principio, ella pareció no percibir las intenciones de aquel y veía aquello como una dedicación especial y muy considerada de su colega hacia ella.
El, prácticamente se ganó su confianza, y de nada hubiera servido hacerle ver a mi esposa las intenciones que aquel hombre albergaba, aunque no le puedo juzgar, ya que, a ella, además de serle útil en el desarrollo de sus proyectos, también le gustaba como hombre. Y pienso que más de una vez pensó en permitirse alguna libertad con él, máxime cuando no estaba vigilada de ninguna manera durante mis ausencias. Sin embargo, las cosas sucedieron de otra manera.
Al vivir en una ciudad pequeña, la relación que estaban manejando podía verse expuesta al escarnio público, motivo por el cual Carlos, de forma inteligente, se propuso llegar a ella en otro lugar, y para ello aprovechó que había actividades importantes, relacionadas con su trabajo, que se llevaban a cabo en otra ciudad cercana, ubicada a hora y media viajando en automóvil. Era el pretexto perfecto para poder forzar el estar a solas con ella y tratar de conseguir algo.
Los viajes se sucedieron, pero al parecer no se dieron las cosas tal y como él esperaba. Por tal motivo, las justificaciones para ir de visita a la otra ciudad se volvieron más frecuentes, pero, por algún motivo, su estrategia no parecía dar resultado. Mi esposa, inocente o no, simplemente tenía claros sus objetivos laborales y no tenía en mente otro tipo de situación. Y siendo una mujer casada, con hijos pequeños, en su cabeza no cabía que Carlos estuviera interesado en ella como mujer, para tener una aventura sexual y quizá alardear ante sus amigos de haberse follado a la directora del Instituto REI.
Carlos, finalmente, decidió mostrar sus cartas y, en una de sus visitas fuera de la ciudad, y después de una velada aparentemente íntima, le confesó su sentir y su deseo de estar con ella. Esto confundió a mi esposa, como más tarde me lo confesaría, porque, por una parte, le resultó excitante y atractiva la propuesta, pero, por otro, se sintió defraudada en sus expectativas. Pensó que, si aceptaba lo uno, estar con él, simplemente el vínculo que más le importaba, el laboral, se afectaría y desaparecería, y sintió frustración por haber sido tan inocente.
Aquella vez no pasó nada, pero esa declaración abierta atormentó a mi esposa hasta el punto de poder sacarse a Carlos de la cabeza y dejar de dormir pensando en ello. A tal punto llegó el asunto que decidió contármelo todo y pedir mi consejo. Al escucharle toda la historia, solo me quedó una pregunta por hacer. ¿Y qué importancia tiene que Carlos desaparezca de tu vida? Pregunté. No sé, no sé, no sé, respondía ella. Trato de encontrar la respuesta sin hallarla, pero no me puedo dejar de pensar en el asunto y no me puedo sacar el temita de la cabeza. Entonces, vino la segunda pregunta. ¿El tipo te gusta? Y, mirándome fijamente, me contestó, me encanta.
Y vino una tercera pregunta. ¿Y cuál hubiera sido la respuesta a su propuesta si no hubiera existido el pretexto del vínculo laboral? Sí. Que sí. O sea, ¿te atrae tanto que no encuentras reparo en acostarte con él? Pues, sí, contesto. Y vino la cuarta pregunta. ¿Qué te detiene, entonces? Pues que no sé si esté haciendo lo correcto. Además, siento que estuvo jugando un poco conmigo y de alguna manera me embaucó. Bueno, dije, pero quiero entender una cosa, ¿el tipo te gusta? Sí. ¿Quieres tener sexo con él? Sí. ¿Qué te detiene para aceptar la propuesta y hacerlo? Que siento que te fallo a ti y no me perdonaría echar al traste nuestra relación por un capricho.
¿Y cambaría algo si yo estuviera de acuerdo con esa aventura? Sí, respondió. Me sentiría libre de culpa y sería mi responsabilidad aceptar o no su propuesta. Bueno, dije, adelante. Haz lo que creas que tienes que hacer, que, sea cual sea tu decisión, vas a contar con mi comprensión. Gracias, dijo aproximándose a mí para abrazarme y besarme por un largo rato. Y después de aquello, tal vez sintiéndose más liberada, sus pensamientos se volcaron a idear en cómo dirigirse nuevamente a Carlos y llevar a cabo su propuesta. Pero, pasaron los días, y nada pasó. Las cosas se enfriaron.
Un día, sin embargo, ella me comentó que, simplemente, se sentía incapaz de llegar a tanto con él. ¿Le pregunté si acaso en sus salidas a solas no habían existido aproximaciones entre ellos dos? Me confesó que sí, que se habían abrazado, que se habían besado, que incluso ella le había practicado el sexo oral y que se había excitado mucho al hacerlo, pero que, al momento de querer ir más allá, simplemente se bloqueaba. Se le iba la calentura y perdía la excitación. ¿Y, qué hace falta? Pregunté. Me haces falta tú, me dijo. Me sentiría más segura si sé que estás ahí, presente, por lo menos cerca. Y, ¿entonces? ¿Qué propones? No lo sé. Salgamos los tres a ver qué pasa y sírveme de cómplice.
La idea se cristalizó un tiempo después. Yo nunca supe si él sabía lo que mi esposa pensaba, pero ella seguía sin sacarse a su hombre de la cabeza. Efectivamente, Carlos, con su intención clara en mente, se las arregló para que nos encontráramos en otra ciudad, en un lugar hotel exclusivo, elegante y concurrido, donde nosotros tan solo íbamos a ser uno de tantos asistentes. Sin embargo, cuando salió a nuestro encuentro, el día de nuestra llegada, note que no se le veía muy entusiasmado, y el trato fue algo frío y protocolario, no solo conmigo sino con ella. Me pareció percibirlo. Pero, para mis adentros pensé, es cosa de ellos.
Aquel viernes en la noche, entonces, poco antes de encontrarnos con él, le propuse a mi esposa que fuera sola a la cita y que hablara francamente con él. Ella tendría que ver hasta dónde podía llegar en esa aventura, pero entendía que para Carlos resultaba difícil conquistar, coquetear y llegar a tener sexo con una mujer casada, en frente de su marido. De ese modo la aventura perdía sentido y creía que no había la confianza suficiente para comportarse como a él le gustaría y, por lo tanto, no parecía agradarle que yo anduviera por ahí, en las cercanías, como vigilándolos. Además, no sabía yo si él conocía lo que ella estaba pensando. Y no me parecía correcto sorprenderlo y de pronto el que se bloqueaba ahora era él. Ella estuvo de acuerdo.
Carlos la llamó para decirle que la esperaba en el lobby del hotel a eso de las 8 pm. Y ella le confirmó que estaría allí muy puntual. Seguramente él preguntó por mí, porque ella mencionó que yo había aprovechado la visita a la ciudad para atender algunas visitas con amigos y que no tenía certeza sobre mi hora de llegada. Nos vemos en un rato, entonces, dijo y colgó. La idea era que no hubiera rastros de mí en aquel hotel, cuando Carlos llegara, alejando cualquier prevención de su parte. Habíamos acordado que, de darse las cosas, ella tenía toda la libertad de subir a nuestra habitación y disfrutar de su macho.
Ella se arregló muy coqueta y atractiva, vistiendo lencería y accesorios que la hacían lucir bastante provocativa a los ojos de cualquier hombre, ciertamente. El había sugerido asistir a una actividad que se celebraría en la discoteca del hotel y, pensaba yo, si las cosas fluían, podían ir a cualquiera de las habitaciones para consumar el encuentro, bien fuera en su habitación o en la nuestra, o en algún otro lugar si así lo decidían. Así que, un poco antes de la hora señalada, ella se despidió de mí y salió al encuentro de Carlos. Hasta luego, se despidió. Te voy contando…
Poco antes de las 12 pm recibí su llamada. Hola, ¿cómo has estado? Bien, contesté. ¿Cómo ha ido la cosa? Bien, dijo. Hemos decidido subir y tener el encuentro en nuestra habitación. Okey, dije. Entonces, ¿me voy? No, él no tiene inconveniente con que tú estés ahí, pero quisiera hablar contigo antes de cualquier cosa para que no haya malos entendidos, me ha dicho. Perfecto, contesté. ¿Cuál es la idea, entonces? Él dice que le gustaría que nos reuniéramos en el lobby antes de subir. Okey, dije, ya bajo.
Salí del ascensor y caminé hacia el lobby para salir a su encuentro. Estaban sentados en una de las salas dispuestas allí. Hola, Carlos, le saludé. Hola, ¿cómo has estado? Bien, dije, ¿y ustedes? ¿Cómo la están pasando? Perfecto, respondió él, mirando a mi mujer, quien tímidamente sonreía mientras le tenía tomado de la mano y se mantenía muy juntito a él. Yo, la verdad, comenté, ando un poco expectante con esta situación. Finalmente, ¿Qué han pensado?
Carlos musitó algo al oído de mi mujer, quien, luego de eso, y con el pretexto de ir al baño, nos dejó solos. Ya vuelvo nos dijo y se alejó. Bueno, continuó Carlos, es un poco difícil para mí hablar de esto con usted, pero ya que estamos aquí, viéndonos las caras, me parece que es bueno aclarar las cosas de una vez. Y qué tienes que aclarar, acoso, dije riéndome un poco. Antes que todo, dijo, quiero decirle que no es mi intención interferir para nada en la estabilidad de su matrimonio. ¿Y cuál es tu intención, entonces? Pregunté. Voy a serle franco, contestó. Desde hace mucho estoy encantado con ella y quisiera que me diera la oportunidad de hacerle el amor. Respetuosamente le digo, eso es todo.
Le agradezco su franqueza, pero, ella ¿qué dice al respecto? Pues ella me dice que quiere hacerlo, pero que no se siente segura si usted no está acompañándola, porque, de no hacerlo, se siente muy indecisa y se bloquea. Y usted ¿qué piensa? Que es bastante honesta y muy leal con usted, así que acepto las reglas o pierdo la oportunidad. ¿Y así de ganas le tiene? Pregunté. Sí, contestó, y creo que ella también, pero no quiere sentirse culpable si lo hace sin su consentimiento. Y eso lo respeto. Entonces así están las cosas.
¿Qué sigue, entonces? Pregunté. ¿Qué ha pensado? Yo pensaba ir a algún sitio especial, un motel, quizá, pero también podemos ir a cualquiera de las habitaciones, si ustedes quieren. Tal vez, anoté, tendría que preguntarle a ella primero, a ver qué quiere. ¿No le parece? Usted tendrá que darle a ella su opinión sobre lo que desea y, entre ambos, decidir. Sea como sea, dije, yo estoy abierto a cualquier alternativa. Al fin y al cabo, son ustedes los protagonistas. Yo tan solo seré un invitado invisible. Lo único que le pido, si va a follarse a mi mujer, es que la respetes, la seduzcas, le muestres pasión, aprecies el interés y admiración que tiene por usted, y cógetela lo mejor que puedas.
Fuimos los dos, entonces, al encuentro de mi esposa, que esperaba sentada en el lobby. Le indiqué a Carlos que se adelantara para hablar con ella, mientras yo les esperaba en la recepción. Ellos se juntaron, hablaron unos instantes y se dirigieron hacia donde yo estaba. Hemos decidido ir a otro lugar, me dijo él cuando me contactaron. Perfecto, comenté. Si les parece, voy por mi vehículo y mientras, averigua para dónde vamos. Correcto, dijo él, ya averiguo. Los recojo en la entrada del hotel en unos minutos. ¡Bien! Dijo mi esposa. Estaremos pendientes.
Cuando llegué frente a la entrada del hotel, ellos ya estaban esperándome allí. El, muy caballeroso, se apresuró a abrir la puerta delantera del vehículo para que ella lo abordara, como en efecto lo hizo. Y él se acomodó en las sillas traseras. Bueno, ¿para dónde vamos? Pregunté. Me recomendaron ir hotel faena de puerto madero. Y una vez lo hice, comenté, está realmente cerca, así que no nos vamos a demorar para llegar allá. Así que emprendimos el camino.
No tardamos mucho en llegar. Ingresamos y nos acomodamos en una elegante habitación, dotada con pole dance, una diminuta pista de baile rodeada de espejos, con juego de luces, una amplia cama, con un gran espejo instalado en el techo sobre ella, televisor, equipo de sonido y una silla erótica. La verdad, un lugar muy adecuado para una aventura de este tipo.
No más entrar, mientras ellos se familiarizaban con el lugar y parecían conversar, yo me puse a ambientar lo mejor posible la habitación. Bajé la intensidad de las luces, coloqué música suave, puse a funcionar el juego de luces en la pista de baile y busqué en el cable un canal porno, que de inmediato se pudo observar en el televisor. Así que, de manera muy rápida, el escenario estaba listo. Ya era hora de que los protagonistas entraran en acción.
Carlos invitó a mi mujer a la pista de baile y ahí, con el pretexto de bailar, entrelazaron sus cuerpos y empezaron a dar pasos al ritmo de la música, que, muy suave, les invitaba a estrechar sus cuerpos y fundirse en un abrazo. Y, poco a poco, la situación se fue calentando. Unidos sus cuerpos, muy próximos el uno al otro, pronto terminaron besándose apasionadamente. El, delicadamente, empezó a explorar con sus manos el cuerpo de mi mujer, que para nada se resistía a sus exploraciones. Ella mantenía sus brazos alrededor del cuello de su hombre, de manera que las manos de Carlos tenían plena libertad para manosear a voluntad a mi esposa. Y ella lo permitía.
En aquel intercambio, Carlos, muy despacito, empezó a acariciar las nalgas de mi mujer, metiendo las manos por debajo de su falda. Mientras ella, excitada, seguía besándolo y se aferraba con fuerza e intensidad a su cuello. De a poco, mientras movían sus cuerpos entrelazados en un remedo de baile, y se acariciaban, él la empezó a desvestir. Primero desabrochó su falda, que de inmediato cayó a sus pies. Luego le quitó la blusa, el sujetador y por último su tanguita dejándola totalmente desnuda frente a él, que no perdía oportunidad para llegar con sus manos por todo su cuerpo.
Enseguida, y dado que mi esposa no tomaba iniciativa alguna, él también empezó a despojarse de su ropa, empezando por su camisa, su camiseta, su calzado, sus medias, su pantalón y, por último, sus boxers. Al hacerlo quedó igual de desnudo a mi esposa, que tan solo estaba vestida con su calzado de tacón alto y le permitía estar casi que a la misma altura que su contraparte. El color de sus pieles contrastaba. Ella, de piel blanca, y él, de piel negra, bastante oscura. Su miembro, ya erecto, y curvado hacia arriba, se percibía muy grande en proporción al tamaño del cuerpo de ella, que empezó a masajear el tronco del pene del macho.
El, entonces, bailando, la fue desplazando, de a poco, hacia la cama. Al llegar allí, ella, detuvo su avance al tropezar con el borde de la cama. Carlos la seguía empujando, de modo que ella se sentó. El, entonces, apoyando las manos en sus hombros, la empujó para que recostara su espalda en la cama y le pidió que abriera sus piernas. Ella, así lo hizo. Y él, a continuación, se inclinó para alcanzar con su boca el sexo de mi mujer. Chupó y chupó el clítoris, e insertó sus dedos en su vagina, procurando estimularla al máximo, mientras ella, pasiva, se limitaba a experimentar las sensaciones que aquellas caricias le producían.
Carlos, después de atender durante varios minutos el sexo de mi esposa, se incorporó, quedando de pie en frente de mi mujer, todavía recostada sobre la cama. Sin embargo, ella, entendiendo que aquello era un juego de dos, levantó su torso para quedar nuevamente sentada, quedando su rostro enfrentado con la dura y negra verga de su hombre, y, sin dudarlo, procedió a metérselo en la boca, masajeándole continuamente el tronco de su pene con las manos, de manera muy vigorosa. El, siguiendo el juego, puso ambas manos sobre la cabeza de mi mujer, guiándola para que fuera más profundo y veloz en su mamada. Ella parecía disfrutar el degustar ese inmenso pene, absolutamente disponible para ella.
A continuación, Carlos, aparentemente satisfecho con el trabajo que mi mujer hacía sobre su pene, le propuso que se recostara en la cama, cosa que ella hizo muy obediente. En esa posición, entonces, él no esperó más y, aproximándose, la fue penetrando muy delicadamente. Ella, no más sentir la dureza de aquel gran miembro entrando en su cuerpo, empezó a emitir tímidos gemidos. El tamaño, la textura y la dureza de ese voluminoso pene empezaba a generarle intensas emociones. Casi de inmediato, ella llevó los brazos por encima de su cabeza, entregándose a las sensaciones que experimentaba.
Su rostro se tornó rojo y sus piernas parecían temblar ante las embestidas de Carlos, que, concentrado en su rutina, metía y sacaba su pene del cuerpo de mi mujer con entera libertad, mientras continuaba acariciándola con sus manos hasta donde la posición que mantenían se lo permitía. Ella resistía con agrado las embestidas del macho y con mucho placer se sometía a lo que él le proponía. Luego, repentinamente, se levantó, pidiéndole a mi mujer que se colocara de espaldas a él, en posición de perrito. Ella acató sus instrucciones y, colocada en esa posición, ella penetró desde atrás.
Y así la tuvo, viendo como ella contorsionaba su cuerpo y gemía de placer al ritmo de sus embestidas. La hembra, su directora, estaba loca de emoción con las maniobras que estaba poniendo en práctica para, insistentemente, seguir taladrándola sin parar. Ella movía su cuerpo, adelante y atrás, ampliando la intensidad de las emociones que el movimiento del cuerpo de su macho, y ensartada como estaba, le producía.
De un momento a otro mi esposa no solo gimió, sino que prácticamente gritó de placer. Carlos aceleró sus embestidas y, siguiéndola a ella, de repente sacó su pene para expulsar su semen, esparciéndolo en gran cantidad sobre la espalda de mi congestionada y atribulada esposa, que, aun presa de las sensaciones experimentadas, seguía agitándose de manera incontrolable. La cosa, sin embargo, pronto volvió a la calma. Y ella permaneció tendida, rendida, sobre la cama, recuperándose de la faena.
Carlos, mirando hacia donde yo estaba, comentó: Fantasía cumplida. Fue mucho mejor de lo que esperaba. Su sexo, mojadito como estaba, me producía una sensación muy agradable y, para colmo, su vagina se contraía y apretaba mi pene con mucha fuerza. Yo sentía cómo ella quería retener mi pene dentro de ella. ¡Qué sensación tan agradable! Ella lo disfruta. Se nota. Y hace el amor con mucha pasión. ¡Muy chévere!
Y mientras ella aparentemente se recuperaba, Carlos siguió conversando conmigo. Permanecía al lado de mi esposa y, con sus manos, seguía acariciando todo su cuerpo. No sé si nuestra relación siga como antes, continuó diciendo, porque después de esto, me resulta difícil no contemplar la posibilidad de que esto se vuelva a repetir. A mi me gustaría. ¿Qué piensa usted? Preguntó. Realmente no lo sé. La vi a ella tan contenta y satisfecha, que no encontraría razón para negar que esto pudiera volverse a dar. Depende de ustedes. Y si usted la hacer feliz, mientras la coja bien, ¿por qué no?
Ella, que seguro estaba escuchando nuestra conversación, pareció despertar, y, agradecida, volvió a tomar el pene de Carlos en su boca y empezó a chuparlo con dedicación. Entonces, Carlos, volvió a tomar nuevos bríos y a entusiasmarse. Su pene creció dentro de la boca de mi mujer, que también pareció excitarse y estar dispuesta para volver a entrar en acción su hombre. El así lo entendió y, sin mediar palabra, volvió a montarla para penetrarla nuevamente.
Le pidió a ella que se colocara de costado y él, desde atrás, la siguió penetrando. En esa posición, ella quedó enfrentada a mí y nuestras miradas se cruzaron. La estaba pasando de lo lindo, disfrutando el pene de Carlos, que ingresaba y salía de su vagina con mucho vigor. El seguía acariciándola y veía yo muy claro como sus manos continuaban masajeando los senos de mi mujer. Ella me miraba encantada. Se notaba la lujuria que aquel contacto varonil le producía. El momento se prolongó y vi como Carlos, al rato, sacó el pene de la vagina de mi esposa para eyacular nuevamente.
Terminada la faena, tanto ella como él parecieron quedar satisfechos. La aventura había llegado a su final. Tal vez mi esposa volvería a verse con Carlos, no una sino varias veces más. Pero había quedado claro que él la había cogido bien. Y eso era lo importante.

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