Mi primera infidelidad fue con Nicolás.
Y por algo más de un mes, no resistí, simplemente no pude prescindir de él: de su masculinidad, de sus encantos ni de su verga
Él…. desbarató mi moral inculcada y mi falsa respetabilidad.
Había regresado a mi ciudad natal, muy resentida con mi marido Nacho (Ignacio), que me había dejado sola, con 25 años y dos hijitos, por más de un mes. Se fue a Europa, por trabajo, sin consensuarlo conmigo.
Estaba furiosa, dolida y propensa a separarme.
Dos días después de mi llegada, fui a festejar el cumpleaños de mi amiga Inesita, en el jardín de su casa.
Entre los invitados, un cuarentón espléndido, culto, de modales afables y galantes, con un físico hermoso, una mirada profunda y melancólica de hombre que ha vivido: Nicolás.
Hacía palidecer a todos los varones que había conocido en mi corta vida.
Me saludó cordialmente, me atrajo como un imán: no pude apartar los ojos de él: seguí su andar y miré embelesada esa parte anatómica, muy abultada, en el entrepiernas de su cuerpo.
Una ¡Oh!! de asombro se dibujó en mis labios y me encontré fantaseando: “¡¡¡Qué buena pija debe esconder allí!!!”
Una sensación agradable, trémula, recorrió mi cuerpo y mi intimidad.
No se le escapó, mi turbación, a mi amiga Ofelia, también presente en el festejo.
Su mirada burlona me hizo sonrojar intensamente.
El día después, sentadas en la mesa de un bar, invitada por ella a hablar de nosotras, capuchinos de por medio, me sorprendió un:
“¿Qué tal? ¿Podemos sentarnos con ustedes?” susurrado a mi espalda.
La cara de Ofelia era de burla encubierta.
Resultaron ser, Raúl, el amigo con derecho a roce, de Ofelia y….. Nicolás, el cuarentón espléndido.
Se sentó frente a mí y no se anduvo con rodeos:
-Pellizcame,… así me convenzo que no estoy soñando….. que me citaste y aquí estamos -
Balbucee que no había sido yo…. Pero más pudo lo sensual. En menos de una hora estebábamos, auto mediante, en la costanera, yo con la espalda contra un tronco de árbol, mis manos rodeando su cuello, él con sus manos en mis tetas y en seguida, levantada la pollera, en mis nalgas, besándonos; yo embelesada.
Ofelia y Raúl no “existían” para mí. Obvio que estaban en lo mismo en otra parte del arbolado.
Mucho no demoró, Nicolás, en pasar una mano de nalga a concha. Me surgió un vestigio de sensatez y pretendí, en vano, creerme, yo, y transmitirle, a él, que tan regalada no estaba:
-Te falta mucho para…. esa- le susurré
-¡No parece, tenés la bombacha empapada!- replicó. Estaba palpando mi gran excitación.
Un corto trayecto en auto no depositó a los cuatro en una cabaña, de la familia de Raúl, a la orilla del río.
Entramos, él y Ofelia aclararon:
-Camas de dos plazas no hay ….- mientras nos señalaban una puerta y desaparecían detrás de otra.
Allá fuimos. Había dos camitas de una plaza.
Luego de besarnos, sobarnos y manosearnos un buen rato, me dejó en corpiño y bombacha y quedó él sólo con el bóxer.
Fue ahí que quedó en evidencia un impresionante trozo de carne, a duras penas, contenido en su prenda interior.
En mi vida nunca había estado, semidesnudos los dos, con otro hombre que Nacho mi marido.
Me impactó, me asombró el poderoso bulto que veía: fácilmente podría haber duplicado el volumen del de mi marido en plena erección.
El palpitar de mi corazón y el ritmo de mi respiración aumentaron drásticamente. Me levantó del suelo y me besó obscenamente con la lengua en la boca restregando su bulto duro, en mi pubis. Un intenso placer se apoderó de mí. Me acostó en una de las camas y mientras continuaba besándome y lamiéndome me desvistió completamente. Sentí sus cálidas manos por todo mi cuerpo, en mis tetas se entretuvo apretándolas vigorosamente pero sin lastimarme y lamió y mordisqueó los pezones haciéndome gemir. Siguió lamiendo todo, parecía incansable: cada centímetro de mi piel vibraba bajo su lengua y el incipiente vello de mis brazos se erizaba como electrizado.
Se deslizó lenta y hábilmente sobre mi vientre, hasta el monte de Venus. Con sus fuertes manos abrió mis piernas y mi sexo al extremo: sentí su lengua primero lamer con avidez los labios mayores y luego sumergirse y penetrarme, obscenamente, la concha. Sabía cómo hacerlo, y podía hacer conmigo lo que quisiera en ese momento.
Disfruté el pico del placer cuando su lengua alternó vagina con ano, se hundió y saboreó el uno y el otro orificio.
Su boca voraz, también resultó grosera, soez. Arrodillado y mirándome a los ojos, me dijo:
-¡Qué pedazo de hembra que sos,…. que sabrosa cajeta y delicioso ojete tenés!-
Nacho ni nadie me habían hablado así. Pero, paradójicamente, me encantó.
Me senté y le bajé el calzoncillo a las rodillas. Por fin pude constatar que soberbio miembro calzaba. Lo agarré con una mano al lado de la otra, sobresalía un grueso glande rojo.
Suspiré de placer, excitada y mojada por mis humores y su saliva, ardía de deseos de que me la pusiera. Me volví a acostar y de modo vulgar, se lo pedí:
-¡Daleee…. cógeme, por favor…. no doy más!!-
-¿Con o sin forrito?-
-¡Sin!-
Terminó de quitarse el bóxer y se ubicó encima de mí, agarré la verga y posicioné la cabezota de modo apropiado
Disfruté cada centímetro de su verga que entraba y abría obscenamente mi concha.
Fue una penetración lenta facilitada por la lubricación por mis humores.
Una vez toda adentro, me sentí llena como y hasta nunca antes.
Comenzó a cogerme como un dios… con lentitud, vigor y dulzura: me sentía mujer como nunca lo había sido. Fue aumentando la frecuencia y el ímpetu del entra y sale
-Dejame oír cuanto te gusta,…… decímelo… …gritámelo en la cara – murmuró entre embestida y embestida y cambió a un ritmo desmedido de cogida.
No encuentro palabras para describir el huracán de placer del orgasmo que sacudió mi cuerpo y mente.
Le grité mi goce a viva voz.
Aún no satisfecha lo obligué a acostarse boca arriba, me subí a caballo de él, maniobré para empalarme, profundamente con su verga, aún tiesa. Otra vez me sentí completamente llena., Era mi turno de llevar la batuta del juego ardiente.
Nos besamos con pasión y una maraña de lenguas. Empezó a saborear mis pezones.
Comencé cabalgándolo al trote, una de sus manos hurgó mi clítoris, con ese estímulo pasé al galope, sentí venir el orgasmo, me detuve y llevando mi mano izquierda atrás, debajo de mi trasero, y le agarré los testículos.
Se me dio lo que buscaba, que Nico acompañara mi culminación con la suya.
Me sorprendieron sus gemidos y los “chorros” de semen que inyectó en mi chocha instantes después que alcancé, extasiada, un nuevo un magnifico orgasmo
La complementación sexual fue perfecta y cómplice a pesar de que era la primera vez entre nosotros: pasión y delicadeza, mechadas con alguna, placentera, vulgaridad en el habla.
Inesperadamente, después de contados minutos de reposo en la cama deshecha, él recobró pleno vigor, me colocó de espaldas y, de manera vigorosa pero delicada, comenzó a palpar a manosear con avidez mis nalgas. Las separó abriéndome a su mirada y:
-¡Uuhh… qué culo fantástico que tenés!!!!-
Disfruté no sólo de escucharlo sino también, agarrada de manos y uñas a la sábana, después del dolor de la nueva intromisión de su soberbia verga, centímetro a centímetro en mi carne, (parecía no tener fin) de un goce sin par
Fue una soberbia culeada como broche de oro de esa tarde de desenfreno de los sentidos.
Su orgasmo, esta vez, fue un “enema” de semen.
A esta altura del relato a todos le habrá quedado clara mi naturaleza de mujer liviana y puedo expresarme sin tapujos.
En las cinco semanas restantes, antes del regreso de mi marido, Nico me cogió como es natural y por el culo, obscenamente, una o dos veces por cada una.
Si no erro fueron un total de 8, contando la primera vez que acabo de relatar.
Al regreso de mi marido, Nacho, al tenerlo “tete a tete” resultó evidente que aún lo amaba (y lo sigo amando)
Volví con él a nuestra vida en Buenos Aires, pero…. Como dije al inicio, no pude, por un buen tiempo, prescindir del cuarentón espléndido ni de su verga y ni de sus otros encantos.
Varias veces al año Nico viajó a Buenos Aires, por trabajo. En esas ocasiones, en un hotel alojamiento, en barrio de san Telmo, disfruté haciéndole mamadas y tragando, como trola, su verga y el semen de la misma, en la boca, concha y culo.
Así por unos tres años corridos.
Hoy es un recuerdo ambiguo, de placer y culpa.
Apéndice:
Ignacio tiene amigos en nuestra ciudad natal y, como yo tenía la intención de separarme de él, y no tomé muchas precauciones para mantener en secreto mi infidelidad con Nico, no faltó quien puso al tanto, a mi marido, de la trastada.
Hubo una “sacudida” en las paredes, piso y cama de nuestro dormitorio, cuando me enrostró mi comportamiento inmoral en su ausencia.
Pero no hubo fractura.
Es el día de hoy que seguimos juntos amándonos. Y, “cagándonos” recíprocamente.
Y por algo más de un mes, no resistí, simplemente no pude prescindir de él: de su masculinidad, de sus encantos ni de su verga
Él…. desbarató mi moral inculcada y mi falsa respetabilidad.
Había regresado a mi ciudad natal, muy resentida con mi marido Nacho (Ignacio), que me había dejado sola, con 25 años y dos hijitos, por más de un mes. Se fue a Europa, por trabajo, sin consensuarlo conmigo.
Estaba furiosa, dolida y propensa a separarme.
Dos días después de mi llegada, fui a festejar el cumpleaños de mi amiga Inesita, en el jardín de su casa.
Entre los invitados, un cuarentón espléndido, culto, de modales afables y galantes, con un físico hermoso, una mirada profunda y melancólica de hombre que ha vivido: Nicolás.
Hacía palidecer a todos los varones que había conocido en mi corta vida.
Me saludó cordialmente, me atrajo como un imán: no pude apartar los ojos de él: seguí su andar y miré embelesada esa parte anatómica, muy abultada, en el entrepiernas de su cuerpo.
Una ¡Oh!! de asombro se dibujó en mis labios y me encontré fantaseando: “¡¡¡Qué buena pija debe esconder allí!!!”
Una sensación agradable, trémula, recorrió mi cuerpo y mi intimidad.
No se le escapó, mi turbación, a mi amiga Ofelia, también presente en el festejo.
Su mirada burlona me hizo sonrojar intensamente.
El día después, sentadas en la mesa de un bar, invitada por ella a hablar de nosotras, capuchinos de por medio, me sorprendió un:
“¿Qué tal? ¿Podemos sentarnos con ustedes?” susurrado a mi espalda.
La cara de Ofelia era de burla encubierta.
Resultaron ser, Raúl, el amigo con derecho a roce, de Ofelia y….. Nicolás, el cuarentón espléndido.
Se sentó frente a mí y no se anduvo con rodeos:
-Pellizcame,… así me convenzo que no estoy soñando….. que me citaste y aquí estamos -
Balbucee que no había sido yo…. Pero más pudo lo sensual. En menos de una hora estebábamos, auto mediante, en la costanera, yo con la espalda contra un tronco de árbol, mis manos rodeando su cuello, él con sus manos en mis tetas y en seguida, levantada la pollera, en mis nalgas, besándonos; yo embelesada.
Ofelia y Raúl no “existían” para mí. Obvio que estaban en lo mismo en otra parte del arbolado.
Mucho no demoró, Nicolás, en pasar una mano de nalga a concha. Me surgió un vestigio de sensatez y pretendí, en vano, creerme, yo, y transmitirle, a él, que tan regalada no estaba:
-Te falta mucho para…. esa- le susurré
-¡No parece, tenés la bombacha empapada!- replicó. Estaba palpando mi gran excitación.
Un corto trayecto en auto no depositó a los cuatro en una cabaña, de la familia de Raúl, a la orilla del río.
Entramos, él y Ofelia aclararon:
-Camas de dos plazas no hay ….- mientras nos señalaban una puerta y desaparecían detrás de otra.
Allá fuimos. Había dos camitas de una plaza.
Luego de besarnos, sobarnos y manosearnos un buen rato, me dejó en corpiño y bombacha y quedó él sólo con el bóxer.
Fue ahí que quedó en evidencia un impresionante trozo de carne, a duras penas, contenido en su prenda interior.
En mi vida nunca había estado, semidesnudos los dos, con otro hombre que Nacho mi marido.
Me impactó, me asombró el poderoso bulto que veía: fácilmente podría haber duplicado el volumen del de mi marido en plena erección.
El palpitar de mi corazón y el ritmo de mi respiración aumentaron drásticamente. Me levantó del suelo y me besó obscenamente con la lengua en la boca restregando su bulto duro, en mi pubis. Un intenso placer se apoderó de mí. Me acostó en una de las camas y mientras continuaba besándome y lamiéndome me desvistió completamente. Sentí sus cálidas manos por todo mi cuerpo, en mis tetas se entretuvo apretándolas vigorosamente pero sin lastimarme y lamió y mordisqueó los pezones haciéndome gemir. Siguió lamiendo todo, parecía incansable: cada centímetro de mi piel vibraba bajo su lengua y el incipiente vello de mis brazos se erizaba como electrizado.
Se deslizó lenta y hábilmente sobre mi vientre, hasta el monte de Venus. Con sus fuertes manos abrió mis piernas y mi sexo al extremo: sentí su lengua primero lamer con avidez los labios mayores y luego sumergirse y penetrarme, obscenamente, la concha. Sabía cómo hacerlo, y podía hacer conmigo lo que quisiera en ese momento.
Disfruté el pico del placer cuando su lengua alternó vagina con ano, se hundió y saboreó el uno y el otro orificio.
Su boca voraz, también resultó grosera, soez. Arrodillado y mirándome a los ojos, me dijo:
-¡Qué pedazo de hembra que sos,…. que sabrosa cajeta y delicioso ojete tenés!-
Nacho ni nadie me habían hablado así. Pero, paradójicamente, me encantó.
Me senté y le bajé el calzoncillo a las rodillas. Por fin pude constatar que soberbio miembro calzaba. Lo agarré con una mano al lado de la otra, sobresalía un grueso glande rojo.
Suspiré de placer, excitada y mojada por mis humores y su saliva, ardía de deseos de que me la pusiera. Me volví a acostar y de modo vulgar, se lo pedí:
-¡Daleee…. cógeme, por favor…. no doy más!!-
-¿Con o sin forrito?-
-¡Sin!-
Terminó de quitarse el bóxer y se ubicó encima de mí, agarré la verga y posicioné la cabezota de modo apropiado
Disfruté cada centímetro de su verga que entraba y abría obscenamente mi concha.
Fue una penetración lenta facilitada por la lubricación por mis humores.
Una vez toda adentro, me sentí llena como y hasta nunca antes.
Comenzó a cogerme como un dios… con lentitud, vigor y dulzura: me sentía mujer como nunca lo había sido. Fue aumentando la frecuencia y el ímpetu del entra y sale
-Dejame oír cuanto te gusta,…… decímelo… …gritámelo en la cara – murmuró entre embestida y embestida y cambió a un ritmo desmedido de cogida.
No encuentro palabras para describir el huracán de placer del orgasmo que sacudió mi cuerpo y mente.
Le grité mi goce a viva voz.
Aún no satisfecha lo obligué a acostarse boca arriba, me subí a caballo de él, maniobré para empalarme, profundamente con su verga, aún tiesa. Otra vez me sentí completamente llena., Era mi turno de llevar la batuta del juego ardiente.
Nos besamos con pasión y una maraña de lenguas. Empezó a saborear mis pezones.
Comencé cabalgándolo al trote, una de sus manos hurgó mi clítoris, con ese estímulo pasé al galope, sentí venir el orgasmo, me detuve y llevando mi mano izquierda atrás, debajo de mi trasero, y le agarré los testículos.
Se me dio lo que buscaba, que Nico acompañara mi culminación con la suya.
Me sorprendieron sus gemidos y los “chorros” de semen que inyectó en mi chocha instantes después que alcancé, extasiada, un nuevo un magnifico orgasmo
La complementación sexual fue perfecta y cómplice a pesar de que era la primera vez entre nosotros: pasión y delicadeza, mechadas con alguna, placentera, vulgaridad en el habla.
Inesperadamente, después de contados minutos de reposo en la cama deshecha, él recobró pleno vigor, me colocó de espaldas y, de manera vigorosa pero delicada, comenzó a palpar a manosear con avidez mis nalgas. Las separó abriéndome a su mirada y:
-¡Uuhh… qué culo fantástico que tenés!!!!-
Disfruté no sólo de escucharlo sino también, agarrada de manos y uñas a la sábana, después del dolor de la nueva intromisión de su soberbia verga, centímetro a centímetro en mi carne, (parecía no tener fin) de un goce sin par
Fue una soberbia culeada como broche de oro de esa tarde de desenfreno de los sentidos.
Su orgasmo, esta vez, fue un “enema” de semen.
A esta altura del relato a todos le habrá quedado clara mi naturaleza de mujer liviana y puedo expresarme sin tapujos.
En las cinco semanas restantes, antes del regreso de mi marido, Nico me cogió como es natural y por el culo, obscenamente, una o dos veces por cada una.
Si no erro fueron un total de 8, contando la primera vez que acabo de relatar.
Al regreso de mi marido, Nacho, al tenerlo “tete a tete” resultó evidente que aún lo amaba (y lo sigo amando)
Volví con él a nuestra vida en Buenos Aires, pero…. Como dije al inicio, no pude, por un buen tiempo, prescindir del cuarentón espléndido ni de su verga y ni de sus otros encantos.
Varias veces al año Nico viajó a Buenos Aires, por trabajo. En esas ocasiones, en un hotel alojamiento, en barrio de san Telmo, disfruté haciéndole mamadas y tragando, como trola, su verga y el semen de la misma, en la boca, concha y culo.
Así por unos tres años corridos.
Hoy es un recuerdo ambiguo, de placer y culpa.
Apéndice:
Ignacio tiene amigos en nuestra ciudad natal y, como yo tenía la intención de separarme de él, y no tomé muchas precauciones para mantener en secreto mi infidelidad con Nico, no faltó quien puso al tanto, a mi marido, de la trastada.
Hubo una “sacudida” en las paredes, piso y cama de nuestro dormitorio, cuando me enrostró mi comportamiento inmoral en su ausencia.
Pero no hubo fractura.
Es el día de hoy que seguimos juntos amándonos. Y, “cagándonos” recíprocamente.
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