Y, por último, mi verdadero desvirgue. El que me consagró de putito: la primera vez que me hicieron la cola.
Sucedió ya en 6to año, a mis 18 años de edad. Yo ya lo conocía de 3ero. Era mi ayudante de computación favorito. Un canoso bigotudo como de unos 49 años de edad. De mi estatura, pero grandote en anchura. Nos tirábamos palos a menudo.
Le dejaba mensajitos sugestivos en su computadora cuando me iba de clases. Así, dos años, hasta que cumplí 18 (aunque, una vuelta, cuando tenía 17, casi que concretamos un peteco).
Cuando estábamos sólos en el aula durante el recreo, o cuando me llevaba la materia a diciembre o Marzo, él pasaba con sus Jeans ajustados a restregarme su bullterrier, a cada rato. Me acariciaba la nuca. Yo lo miraba a los ojos desde abajo. Buscaba nalguearme también o colarme unos dedos. Quería que me siente encima suyo.
Yo, por mi parte, no se la hacía fácil tampoco. Me sentaba en la fila adelante de la suya, para, cuando haya recreo o me quiera levantar, ponerle el culo en la cara. Qué ricos momentos.
Él siempre se negó a tener algo conmigo, por el mero hecho de nuestro vínculo profesor-estudiante y, además, por mis pocos años. Era el primer casado con el que me metía (y creo que la única vez que lo disfruté). La conocí a ella porque lo vino a buscar en unas ocasiones. El tema es que siempre la vi como forra con mi sugar daddy.
Llegó el día, cumplía 18 años. Tiempo atrás, me había prometido que, cuando llegue mi mayoría de edad, él me haría su nena. Debía saldar su deuda.
Empezó a poner excusas para que no pase. Estaba tenso, lo notaba. No sé si por ser un hombre casado, por ser mi profe o por ser "menor", pero su miedo estaba latente. Pero eso no me detenía a instigarlo a que me lo haga ahí, o donde sea.
Ni bien pudimos estar solitos, le dije que no se preocupe, que estaba todo bien si no pasaba nada. Lo llené de besos por doquier, por toda su carita hermosa. Nos reímos. Nos miramos con tanto sex appeal, que logré convencerlo. Pobrecito. Soy diabólica.
Me preguntaba qué quería de regalo. Le contestaba que su gran paquete, soplarle la vela mientras le sostenía y acariciaba ferozmente con mucha hambre su gordo bulto. ¿Para qué? No desaproveché ni un momento para manipularlo sexualmente. No daba más. Ya la tenía parada. Y sí, casi que le hice una paja con el pantalón puesto.
La llegada de mis compañeros cortó la charla, pero mi cara fue la de "no te vas a salvar de mí, viejito hermoso".
Por suerte, al no ser profesor, sino, ayudante, no tenía que levantarse de la silla. Por lo que se quedó ahí y saludaba de lejos. Se puso una carpeta encima para disimular con los chicos que se sentaban en la PC contigua a la suya. Pasó la clase y se salvó de mis garras. Yo, me hacía el valiente, pero tenía miedito de entregar todavía. Mis dudas.
Cuando, al fin se retiraron mis compas, quedamos solos por un pequeño instante. La profe no miraba. Me le acerqué, le di un beso en la mejilla cerca de la boca, le tanteé la pija y le dije al oído: "mi cola te pide a gritos". Se sonrojó, sonrió y me deseó un feliz cumpleaños.
Durante el recreo, me lo crucé dos veces, por lo que atiné a mostrarle la tirita de la tanga roja que me puse ese día. Guiño el ojo. Le tiro un beso. Quedó helado. No se esperaba que lo hiciera en frente de tantos. Pero sin que nos notaran. Obvio. No lo iba a escrachar así. Pobrecito mi amor.
A la segunda vez que se lo hago, me llama. Me le acerco para que me termine diciendo que ya me dedicó tres pajas. Que creía que esa noche iba a terminar cogiéndose a su mujer. Tanto histeriqueo, no me extrañaría. Ambos estábamos calientes, mal.
Cuando me enteré eso, me puse más putita todavía. Quería más. Creo que si hubiera tenido su número de celular, hubiéramos hecho una llamada hot o, al menos, por mensaje de texto. Era increíble lo que sentíamos. Lo que era mi zanjita, ya estaba totalmente hirviendo por mi papichulo.
Una vez terminado el último recreo, el de 5 minutos, me arrimo al gabinete de computación para pedir su ayuda. Se lo pido prestado a la profe un rato y le digo "VAMOS AL BAÑO, DALE". La intensa sensación de adrenalina nos llevó a ambos a no pensarlo. A hacerlo.
Nos dirigimos al baño aprovechando que todos estaban en clases, para tener nuestro primer encuentro sexual. Como no contábamos con demasiado tiempo, aproveché a pelar mis conocimientos peterísticos.
Entramos, lo pongo contra la puerta, lo chapo con profunda pasión en la boca y el cuello (le manoseo la verga mientras tanto). Él, no perdió el tiempo, no quiso ser el que iba a ser satisfecho solamente, porque terminó por tocarme el orto.
Me lo manoseaba con toda la calentura que podíamos. Fue poco, pero zarpado. Estuvo muy rico. Como si él tuviera en mente, directamente, introducirme el pene de una, sin pete mediante.
Le dije que no con el dedo. Me agaché y levanté la mirada. Le desabroché el pantalón con lujuria. No entendía nada. Cuando nuestra vista se cruzó, se entregó por completo al placer. Pensaba que iba a darme mi regalo ya mismo. Pero quería seguir esperándolo. Deseándolo. Lo aceptamos.
Dejo su pija venosa al aire, esperando por ser apretada por mis cachetes. Es más, una gotita blanca se escabullía por la ranurita del glande. Brillaba. Casi que me reflejaba. Me la mandé hasta el fondo, sin titubear. Hasta que ni siquiera sus bolas queden fuera.
Cada tanto lo pajeaba con la boca, otras, con la mano. También con ambas. Mis chupadas no se quedaban con el subir y bajar, también viajaba mi boca en forma de espiral. La disfruté tanto, que parecía que me estaba comiendo el chupetín más delicioso de la galaxia.
Ya estábamos en la cúspide cuando mi lengua se puso a saborear todo su frenillo. Esta acción, genera que empiece a asomarse el primer borbotón (que, por cierto, no paraba de salir). Era increíble todo lo que saltó. No hacía falta que me dijera con palabras que fue el mejor pete que le hicieron. Ya me quedaba en claro. Toda mi cara era un enchastre. Sobre todo, mi frente. Ni hablemos de mi ojo derecho.
Yo no quería soltarle el pedazo, por lo que seguía prendido. Ya parecía que estaba sufriendo espasmos, pobre. Tampoco me pedía que se la suelte. Al contrario, me apretaba desde la nuca.
Se apresura en ponerse el bóxer y el pantalón. Me da su celu. Se va.
Ese año, cumplí un martes, así que... arreglamos durante toda la semana para vernos el sábado a la noche en un telo. Ya que tenía su número, aproveché de decirle cositas, de adelantarme a lo que quería que pase. Hubieron pajas.
Como no era un celu con cámara, no podía pasarle fotos de mi cola. Además, eran SMS.
Cuando, por fin llega esa noche, me viene a buscar en auto a casa. Nos vamos a un bar a hablar tranquilos. Me enamoró ese detalle. No quería sólo coger. Quería charlar e irnos calentando, tal y como se nos iba desatando la lujuria en clase.
Charlamos sobre la escuela, las materias que me llevaba, su esposa, su hija, lo mal que estaba la relación y muchas cosas más. Una vez moderadamente embebidos, procedimos a dirigirnos al auto para charlar un rato más. Dimos vueltas en la plaza del barrio.
En cierto momento, me quiso convencer de que la virginidad no es moco de pavo y que no debía ser perdida por un X y que blah, blah blah... Obviamente, no logró convencerme. Me sentó encima suyo, me dio un par de besos y nos fuimos al auto volando. Ni se nos notaba las patas.
Llegando al telo, me muestra que tiene alta carpa entre las piernas. Se la agarré, la apreté con pantalón puesto. La zamarreaba. Se la pajeaba. Me contó de todas y cada una de las pajas que se hizo pensando en el pete que le hice. En las veces que me miraba la cola con el pantalón apretado que, solo me ponía, cuando tenía sus clases.
Se bajó la bragueta. Dejó, otra vez, al cabezón expuesto. Ahí estaba, impoluto, todo brillante. Tan soberbio, con la cabeza a la expectativa de mi boca.
Mis labios eran fuego puro, llenos de babas a la vez. Extraña mezcla. Mi lengua se pasó de un lado al otro. Me saboreé todo. Lo veía pajearse delante mío y cada segundo que no hacía nada, eran una tortura para mí.
Me agarró de la nuca para, violentamente, obligarme a chuparle la pija. Me calentaba eso. Sus manos se acercaron a mi colita. Juguetonas, se entrometieron entre mi piel y mi tanga. Sus dedos entraban y salían, mientras que él, a su vez, gozaba con mis talentos bucales.
Sin perder el tiempo, enciende el auto y nos metemos por la parte del garage. Ahí, nos recibe un hombre que nos da la llave de una habitación. La agarro yo, porque... agarrador viejo jeje. Observa la situación atentamente. Bajamos del auto prendidos fuego. Intento meter la llave, pero me era imposible con él detrás apoyándome y apurándome.
Se reían ambos. Ya se conocían. Risas cómplices. Se retira el hombre. Quedamos sólos. Él nunca paró de manosearme la cola, de besarme la espalda, de respirarme como un loco en la nuca. La calentura fue tal, que me hace upa, y, con tan solo una mano y un hombro, logra, al fin abrirla... a la puerta, claro.
Una vez dentro, había un pasillo por el que nos tocó encontrar la pieza. Una vez hallada, la fiesta comienza.
Me arroja a la cama, se saca los pantalones cual stripper, dejando a la vista su ropa interior con una promiscua hinchazón. Se desgarra la camisa y se abalanza ante mí, como si fuera un depredador al acecho de su tierna presa.
Sucede lo mismo con mis prendas. A mi pantalón, lo hace volar. Permitiéndome quedar en remerón, tanga y zapas. Pero sorprendido queda al divisar que, debajo de mi prenda sacada, se escondía un detalle para él: me había puesto unas medias de Lycra, del que le pareció, por suerte, curiosamente sexy.
Su erección se vuelve más prominente. Sus venas, notablemente, empiezan a latirle con fuerza. Su glande se torna más colorado y poderoso. Parecía que iba a estallar sin probarme, pero no... para mi asombro, me toma de las dos nalgas, las abre, me corre la tanga, me obliga a ponerme de rodillas sobre la cama y me hace suyo por detrás.
Sí, finalmente, estaba sucediendo. Mi culito estaba siendo penetrado. Quizás le hubiera bajado un poco la intensidad y el hecho de que tenía seco el hoyito. Pero... sacando eso, se sentía muy rico por ser mi primera vez. Todo a pelo.
Con la furia de una bestia enjaulada que pasó mucha hambre, me daba sin piedad. Era otro ser. Uno famélico de lujuria.
Sus manos, igual de salvajes, me dejaban la piel de las pompas al rojo vivo. Parecía mas un tatuaje que el resultado de una noche de pasión.
Sus gemidos que, debido a la cercanía a mi oído, se escuchaban fuertísimos. No sentía nada más que su cántico perverso. Ya no era respiración, parecía un rugido del mismo animal que describí anteriormente.
Me obligó a ponerme en cuatro patitas para él. Mis cachas, parecían dos pancitos virginales que se abrían solamente para que él introdujera el chorizo gordo que tenía entre las patas.
Con una mano, me sujetaba la cintura. Con la otra, continuaba su ritual de sadismo. Se aseguró de que sus dedos queden bien marcados para la posteridad en el delicado cutis que cubría mis pompis.
Entre la entrada y la salida de su miembro, su bálano dejó escapar un chorro largo de semen, que fue a parar a mi espalda.
El ritmo violento que dábamos juntos, terminó por hacer ceder la cama, quedando con la colita abierta para arriba. Dio una vuelta por el lecho, y aprovechó para demostrarme la maestría que tenía con su lengua. La sumergió para hacerme ver las estrellas. Ese hombre te podía coger con cualquier cosa.
Me hizo acabar como nadie. Me hizo eyacular sobre su verga. Me hizo que se la chupe de nuevo. Que adora el amor que le pongo a cada felación que le hago. Acepto su propuesta. Noté que mi agujerito aumentó, pues... entraban tres dedos. Mientras yo le devoro la verga, él, me hace un anal con sus dedos.
Le pedí que me avise cuando esté por acabar. Me avisa. No paro de tirarle la goma, pero, esta vez, con más énfasis. Hasta que siento que una enorme cascada viscosa empieza a brotar de su falo.
Todo fue a dar a mi lengua. Pero también golpeó con ímpetu mi garganta, obligándome a tragar. Pero nada quedó afuera, ni a mi mentón siquiera.
La saca de mi boca. Abro los ojos y veo que su cabezona quedó limpita. Quedó impecable. Brillosa. Lustrada. Como nueva. Me felicita por la labor con un par de chirlitos.
Su amigo comenzaba a dormirse de a poquito. Era tan tierno ver esa situación, que le di un besito. Al fin fuí la putita de ese hombre. Qué lindo regalito de cumpleaños.
Sucedió ya en 6to año, a mis 18 años de edad. Yo ya lo conocía de 3ero. Era mi ayudante de computación favorito. Un canoso bigotudo como de unos 49 años de edad. De mi estatura, pero grandote en anchura. Nos tirábamos palos a menudo.
Le dejaba mensajitos sugestivos en su computadora cuando me iba de clases. Así, dos años, hasta que cumplí 18 (aunque, una vuelta, cuando tenía 17, casi que concretamos un peteco).
Cuando estábamos sólos en el aula durante el recreo, o cuando me llevaba la materia a diciembre o Marzo, él pasaba con sus Jeans ajustados a restregarme su bullterrier, a cada rato. Me acariciaba la nuca. Yo lo miraba a los ojos desde abajo. Buscaba nalguearme también o colarme unos dedos. Quería que me siente encima suyo.
Yo, por mi parte, no se la hacía fácil tampoco. Me sentaba en la fila adelante de la suya, para, cuando haya recreo o me quiera levantar, ponerle el culo en la cara. Qué ricos momentos.
Él siempre se negó a tener algo conmigo, por el mero hecho de nuestro vínculo profesor-estudiante y, además, por mis pocos años. Era el primer casado con el que me metía (y creo que la única vez que lo disfruté). La conocí a ella porque lo vino a buscar en unas ocasiones. El tema es que siempre la vi como forra con mi sugar daddy.
Llegó el día, cumplía 18 años. Tiempo atrás, me había prometido que, cuando llegue mi mayoría de edad, él me haría su nena. Debía saldar su deuda.
Empezó a poner excusas para que no pase. Estaba tenso, lo notaba. No sé si por ser un hombre casado, por ser mi profe o por ser "menor", pero su miedo estaba latente. Pero eso no me detenía a instigarlo a que me lo haga ahí, o donde sea.
Ni bien pudimos estar solitos, le dije que no se preocupe, que estaba todo bien si no pasaba nada. Lo llené de besos por doquier, por toda su carita hermosa. Nos reímos. Nos miramos con tanto sex appeal, que logré convencerlo. Pobrecito. Soy diabólica.
Me preguntaba qué quería de regalo. Le contestaba que su gran paquete, soplarle la vela mientras le sostenía y acariciaba ferozmente con mucha hambre su gordo bulto. ¿Para qué? No desaproveché ni un momento para manipularlo sexualmente. No daba más. Ya la tenía parada. Y sí, casi que le hice una paja con el pantalón puesto.
La llegada de mis compañeros cortó la charla, pero mi cara fue la de "no te vas a salvar de mí, viejito hermoso".
Por suerte, al no ser profesor, sino, ayudante, no tenía que levantarse de la silla. Por lo que se quedó ahí y saludaba de lejos. Se puso una carpeta encima para disimular con los chicos que se sentaban en la PC contigua a la suya. Pasó la clase y se salvó de mis garras. Yo, me hacía el valiente, pero tenía miedito de entregar todavía. Mis dudas.
Cuando, al fin se retiraron mis compas, quedamos solos por un pequeño instante. La profe no miraba. Me le acerqué, le di un beso en la mejilla cerca de la boca, le tanteé la pija y le dije al oído: "mi cola te pide a gritos". Se sonrojó, sonrió y me deseó un feliz cumpleaños.
Durante el recreo, me lo crucé dos veces, por lo que atiné a mostrarle la tirita de la tanga roja que me puse ese día. Guiño el ojo. Le tiro un beso. Quedó helado. No se esperaba que lo hiciera en frente de tantos. Pero sin que nos notaran. Obvio. No lo iba a escrachar así. Pobrecito mi amor.
A la segunda vez que se lo hago, me llama. Me le acerco para que me termine diciendo que ya me dedicó tres pajas. Que creía que esa noche iba a terminar cogiéndose a su mujer. Tanto histeriqueo, no me extrañaría. Ambos estábamos calientes, mal.
Cuando me enteré eso, me puse más putita todavía. Quería más. Creo que si hubiera tenido su número de celular, hubiéramos hecho una llamada hot o, al menos, por mensaje de texto. Era increíble lo que sentíamos. Lo que era mi zanjita, ya estaba totalmente hirviendo por mi papichulo.
Una vez terminado el último recreo, el de 5 minutos, me arrimo al gabinete de computación para pedir su ayuda. Se lo pido prestado a la profe un rato y le digo "VAMOS AL BAÑO, DALE". La intensa sensación de adrenalina nos llevó a ambos a no pensarlo. A hacerlo.
Nos dirigimos al baño aprovechando que todos estaban en clases, para tener nuestro primer encuentro sexual. Como no contábamos con demasiado tiempo, aproveché a pelar mis conocimientos peterísticos.
Entramos, lo pongo contra la puerta, lo chapo con profunda pasión en la boca y el cuello (le manoseo la verga mientras tanto). Él, no perdió el tiempo, no quiso ser el que iba a ser satisfecho solamente, porque terminó por tocarme el orto.
Me lo manoseaba con toda la calentura que podíamos. Fue poco, pero zarpado. Estuvo muy rico. Como si él tuviera en mente, directamente, introducirme el pene de una, sin pete mediante.
Le dije que no con el dedo. Me agaché y levanté la mirada. Le desabroché el pantalón con lujuria. No entendía nada. Cuando nuestra vista se cruzó, se entregó por completo al placer. Pensaba que iba a darme mi regalo ya mismo. Pero quería seguir esperándolo. Deseándolo. Lo aceptamos.
Dejo su pija venosa al aire, esperando por ser apretada por mis cachetes. Es más, una gotita blanca se escabullía por la ranurita del glande. Brillaba. Casi que me reflejaba. Me la mandé hasta el fondo, sin titubear. Hasta que ni siquiera sus bolas queden fuera.
Cada tanto lo pajeaba con la boca, otras, con la mano. También con ambas. Mis chupadas no se quedaban con el subir y bajar, también viajaba mi boca en forma de espiral. La disfruté tanto, que parecía que me estaba comiendo el chupetín más delicioso de la galaxia.
Ya estábamos en la cúspide cuando mi lengua se puso a saborear todo su frenillo. Esta acción, genera que empiece a asomarse el primer borbotón (que, por cierto, no paraba de salir). Era increíble todo lo que saltó. No hacía falta que me dijera con palabras que fue el mejor pete que le hicieron. Ya me quedaba en claro. Toda mi cara era un enchastre. Sobre todo, mi frente. Ni hablemos de mi ojo derecho.
Yo no quería soltarle el pedazo, por lo que seguía prendido. Ya parecía que estaba sufriendo espasmos, pobre. Tampoco me pedía que se la suelte. Al contrario, me apretaba desde la nuca.
Se apresura en ponerse el bóxer y el pantalón. Me da su celu. Se va.
Ese año, cumplí un martes, así que... arreglamos durante toda la semana para vernos el sábado a la noche en un telo. Ya que tenía su número, aproveché de decirle cositas, de adelantarme a lo que quería que pase. Hubieron pajas.
Como no era un celu con cámara, no podía pasarle fotos de mi cola. Además, eran SMS.
Cuando, por fin llega esa noche, me viene a buscar en auto a casa. Nos vamos a un bar a hablar tranquilos. Me enamoró ese detalle. No quería sólo coger. Quería charlar e irnos calentando, tal y como se nos iba desatando la lujuria en clase.
Charlamos sobre la escuela, las materias que me llevaba, su esposa, su hija, lo mal que estaba la relación y muchas cosas más. Una vez moderadamente embebidos, procedimos a dirigirnos al auto para charlar un rato más. Dimos vueltas en la plaza del barrio.
En cierto momento, me quiso convencer de que la virginidad no es moco de pavo y que no debía ser perdida por un X y que blah, blah blah... Obviamente, no logró convencerme. Me sentó encima suyo, me dio un par de besos y nos fuimos al auto volando. Ni se nos notaba las patas.
Llegando al telo, me muestra que tiene alta carpa entre las piernas. Se la agarré, la apreté con pantalón puesto. La zamarreaba. Se la pajeaba. Me contó de todas y cada una de las pajas que se hizo pensando en el pete que le hice. En las veces que me miraba la cola con el pantalón apretado que, solo me ponía, cuando tenía sus clases.
Se bajó la bragueta. Dejó, otra vez, al cabezón expuesto. Ahí estaba, impoluto, todo brillante. Tan soberbio, con la cabeza a la expectativa de mi boca.
Mis labios eran fuego puro, llenos de babas a la vez. Extraña mezcla. Mi lengua se pasó de un lado al otro. Me saboreé todo. Lo veía pajearse delante mío y cada segundo que no hacía nada, eran una tortura para mí.
Me agarró de la nuca para, violentamente, obligarme a chuparle la pija. Me calentaba eso. Sus manos se acercaron a mi colita. Juguetonas, se entrometieron entre mi piel y mi tanga. Sus dedos entraban y salían, mientras que él, a su vez, gozaba con mis talentos bucales.
Sin perder el tiempo, enciende el auto y nos metemos por la parte del garage. Ahí, nos recibe un hombre que nos da la llave de una habitación. La agarro yo, porque... agarrador viejo jeje. Observa la situación atentamente. Bajamos del auto prendidos fuego. Intento meter la llave, pero me era imposible con él detrás apoyándome y apurándome.
Se reían ambos. Ya se conocían. Risas cómplices. Se retira el hombre. Quedamos sólos. Él nunca paró de manosearme la cola, de besarme la espalda, de respirarme como un loco en la nuca. La calentura fue tal, que me hace upa, y, con tan solo una mano y un hombro, logra, al fin abrirla... a la puerta, claro.
Una vez dentro, había un pasillo por el que nos tocó encontrar la pieza. Una vez hallada, la fiesta comienza.
Me arroja a la cama, se saca los pantalones cual stripper, dejando a la vista su ropa interior con una promiscua hinchazón. Se desgarra la camisa y se abalanza ante mí, como si fuera un depredador al acecho de su tierna presa.
Sucede lo mismo con mis prendas. A mi pantalón, lo hace volar. Permitiéndome quedar en remerón, tanga y zapas. Pero sorprendido queda al divisar que, debajo de mi prenda sacada, se escondía un detalle para él: me había puesto unas medias de Lycra, del que le pareció, por suerte, curiosamente sexy.
Su erección se vuelve más prominente. Sus venas, notablemente, empiezan a latirle con fuerza. Su glande se torna más colorado y poderoso. Parecía que iba a estallar sin probarme, pero no... para mi asombro, me toma de las dos nalgas, las abre, me corre la tanga, me obliga a ponerme de rodillas sobre la cama y me hace suyo por detrás.
Sí, finalmente, estaba sucediendo. Mi culito estaba siendo penetrado. Quizás le hubiera bajado un poco la intensidad y el hecho de que tenía seco el hoyito. Pero... sacando eso, se sentía muy rico por ser mi primera vez. Todo a pelo.
Con la furia de una bestia enjaulada que pasó mucha hambre, me daba sin piedad. Era otro ser. Uno famélico de lujuria.
Sus manos, igual de salvajes, me dejaban la piel de las pompas al rojo vivo. Parecía mas un tatuaje que el resultado de una noche de pasión.
Sus gemidos que, debido a la cercanía a mi oído, se escuchaban fuertísimos. No sentía nada más que su cántico perverso. Ya no era respiración, parecía un rugido del mismo animal que describí anteriormente.
Me obligó a ponerme en cuatro patitas para él. Mis cachas, parecían dos pancitos virginales que se abrían solamente para que él introdujera el chorizo gordo que tenía entre las patas.
Con una mano, me sujetaba la cintura. Con la otra, continuaba su ritual de sadismo. Se aseguró de que sus dedos queden bien marcados para la posteridad en el delicado cutis que cubría mis pompis.
Entre la entrada y la salida de su miembro, su bálano dejó escapar un chorro largo de semen, que fue a parar a mi espalda.
El ritmo violento que dábamos juntos, terminó por hacer ceder la cama, quedando con la colita abierta para arriba. Dio una vuelta por el lecho, y aprovechó para demostrarme la maestría que tenía con su lengua. La sumergió para hacerme ver las estrellas. Ese hombre te podía coger con cualquier cosa.
Me hizo acabar como nadie. Me hizo eyacular sobre su verga. Me hizo que se la chupe de nuevo. Que adora el amor que le pongo a cada felación que le hago. Acepto su propuesta. Noté que mi agujerito aumentó, pues... entraban tres dedos. Mientras yo le devoro la verga, él, me hace un anal con sus dedos.
Le pedí que me avise cuando esté por acabar. Me avisa. No paro de tirarle la goma, pero, esta vez, con más énfasis. Hasta que siento que una enorme cascada viscosa empieza a brotar de su falo.
Todo fue a dar a mi lengua. Pero también golpeó con ímpetu mi garganta, obligándome a tragar. Pero nada quedó afuera, ni a mi mentón siquiera.
La saca de mi boca. Abro los ojos y veo que su cabezona quedó limpita. Quedó impecable. Brillosa. Lustrada. Como nueva. Me felicita por la labor con un par de chirlitos.
Su amigo comenzaba a dormirse de a poquito. Era tan tierno ver esa situación, que le di un besito. Al fin fuí la putita de ese hombre. Qué lindo regalito de cumpleaños.
1 comentarios - Mi primera primera vez (3era parte).