Soy el Jefe, pero eso es más o menos cierto, porque, finalmente, no soy yo el que elige el personal.
La selección viene desde las áreas centrales, y aún siendo el que conduce el sector, casi ni opinar te dejan.
Sólo una vez pude rechazar una propuesta, porque de casualidad, encontré una pericia psicológica en la web que no favorecía su candidatura.
Esta vez la elección me pareció correcta, su curriculum era adecuado, y su presencia era más que interesante.
Así que, antes de juzgarme, sepan que no soy yo el que elige el personal.
Yo estoy en mi oficina, hago mi trabajo, y fue ella la que me clavó la mirada.
En ese momento, supuse que eran sólo ideas mías, que cada vez que me miraba con esos ojos color de miel, y mordisqueaba la lapicera, era pura casualidad, o un acto reflejo.
Pero cada vez que levantaba la mirada, allí estaba ella, jugueteando con la birome, o levantando los brazos para anudarse el pelo, siempre con la boca semiabierta, dejando ver esa dentadura blanca enmarcada en esos labios voluptuosos.
Esa es la palabra.
Voluptuosos… “que hace sentir voluptuosidad” y de allí “satisfacción en el placer que proporcionan los sentidos”.
Debo confesar entonces que esos labios carnosos, rojos, me despertaban una calentura que a duras penas intentaba disimular.
Hasta que una mañana me cansé de bajar la vista cada vez que sentía su mirada clavada en mí.
No podía ser que “la nueva” me buscara tan insistentemente. Debían ser ideas mías, o la pura calentura que me despertaba esa boca.
En todo caso, soy el jefe, y los jefes no se meten con el personal. Siempre es para quilombo, y yo soy un tipo muy responsable. Donde se come no se caga, decía mi abuela.
Hasta que una mañana le sostuve la mirada. Quería ver hasta donde llegaría con la provocación esta pendeja provocadora.
Y lejos de amilanarse, me sostuvo la mirada con fiereza, hasta que se levantó de su escritorio, y empezó a caminar hacia mi oficina.
La muy perra, no sólo me estaba desafiando. Estaba buscando volverme loco.
Lo que no se si sospechaba es que me iba a encontrar.
Se puso de pie, desabotonó el primer botón de su camisa, y caminó hacia mí
-Jefecito… ¿le puedo pedir un favor?
-Decime
-Deje de mirarme que no puedo concentrarme en las planillas que me pidió que las termine hoy
-Creí que eras vos la que me mirabas, disculpame
-Si, yo te miraba. Ya suficiente distracción con que estés ahí, como para que además, me sostengas la mirada. Si sigo distrayéndome, me voy a tener que quedar después de hora.
Y la muy perra salió de la oficina, sin esperar respuesta alguna, moviendo el culo enfundado en esas polleras lo suficientemente largas como para ser recatadas, lo suficientemente cortas, como para ser sensuales. Apenas dos dedos por encima de la rodilla.
Me dejó con la boca abierta, y traté de concentrarme en mi trabajo.
Yo siempre me quedaba en la oficina hasta que se fuera el último, y hoy no sería la excepción.
Eran las siete de la tarde, cuando entra Lorena -asi se llama la señorita en cuestión- a la oficina.
-Creo que terminé, mire la hora que se hizo por su culpa
-Lo siento mucho, no fue mi intención
-Lo sé, Jefecito… uno no puede andar por la vida controlando todas las tentaciones
-¿Terminaste con las planillas?
-Si. Me gustaría que las revise, para ver si me puedo ir.
-Andá nomás, yo las reviso y te las dejo corregidas en tu escritorio
-¿Y si no quiero?
-¿Y si no querés qué cosa?
-Irme
No hubo más palabras, porque no pude decir nada más.
No porque sea un hombre de pocas palabras, sino porque no había dejado de hablar, cuando ya estaba encima mío, regalándome esos labios rojo carmesí, e inundando mi boca con su lengua.
Soy un hombre grande, y tengo mil batallas, pero el calor de su saliva me hicieron levitar. Cerré los ojos, dejé de pensar y sentí las manos de la señorita en mi camisa, desabotonándomela.
Murmuré apenas
-va a entrar alguien
-me aseguré de trabar la puerta
Esas fueron las palabras que desanudaron cualquier atadura que todavía podía llegar a contenerme. Todo lo que llevaba contenido, se desparramó, como los papeles del escritorio que fueron a parar al piso, y con el campo libre, la tomé de la cintura, la senté en la mesa, y metí mano debajo de la pollera, sólo para sacarle la ropa interior, y subírsela.
Hundí mi boca entre sus piernas. El olor de su cuerpo me embriagó. Y empecé a hacer lo que mejor sabía. Le chupé la concha muy despacito, a un ritmo desesperante. Dejé que sienta mi aliento sobre su clítoris, y recorrí todo su contorno con la lengua.
Empezó a gemir, y a decir palabras inconexas, y a gozar, cuando mi lengua amenazaba con penetrarla.
Sus manos acariciaban mi cuello, y mi lengua hacía círculos sobre su clítoris. Se retorcía.
-Qué hijo de puta! Yo sabía que eras un chupa concha! Cogeme, puto, cogeme ahora
Pero yo no estaba dispuesto a detenerme. Seguí con mi juego de lengua, labios, y apenas un dedo lo apoyé para que sintiera un poco más.
-Cogeme hijo de mil putas, me vas a hacer acabar
Mis manos se detuvieron en sus pechos. Sentí sus pezones duros, y los apreté suavemente, mientras le hundía mi lengua en su interior.
Endureció su vientre.
Su boca se presentó del modo más sensual como jamás haya visto una boca. Se tensó haciendo una O inmensa, y arqueó su espalda.
-si, si, si, si, si, no parés por favor, sí, si
Se ve que iba bien, porque dejó de putearme, y me alentaba. Pero su voz se había puesto distinta. Ya hablaba desde lo más profundo de su ser. No era ella. La electricidad ya había empezado a recorrer su cuerpo. Estaba toda tensa.
Exhaló un gemido muy intenso, gutural, casi animal, cuando el orgasmo terminó de atravesarle el cuerpo.
Inundó mi boca con sus jugos, y se desplomó en el escritorio.
-Ahora haceme caso. Juntá tus cosas y anda que reviso las planillas y te las dejo en tu escritorio para mañana
Obedeció.
La selección viene desde las áreas centrales, y aún siendo el que conduce el sector, casi ni opinar te dejan.
Sólo una vez pude rechazar una propuesta, porque de casualidad, encontré una pericia psicológica en la web que no favorecía su candidatura.
Esta vez la elección me pareció correcta, su curriculum era adecuado, y su presencia era más que interesante.
Así que, antes de juzgarme, sepan que no soy yo el que elige el personal.
Yo estoy en mi oficina, hago mi trabajo, y fue ella la que me clavó la mirada.
En ese momento, supuse que eran sólo ideas mías, que cada vez que me miraba con esos ojos color de miel, y mordisqueaba la lapicera, era pura casualidad, o un acto reflejo.
Pero cada vez que levantaba la mirada, allí estaba ella, jugueteando con la birome, o levantando los brazos para anudarse el pelo, siempre con la boca semiabierta, dejando ver esa dentadura blanca enmarcada en esos labios voluptuosos.
Esa es la palabra.
Voluptuosos… “que hace sentir voluptuosidad” y de allí “satisfacción en el placer que proporcionan los sentidos”.
Debo confesar entonces que esos labios carnosos, rojos, me despertaban una calentura que a duras penas intentaba disimular.
Hasta que una mañana me cansé de bajar la vista cada vez que sentía su mirada clavada en mí.
No podía ser que “la nueva” me buscara tan insistentemente. Debían ser ideas mías, o la pura calentura que me despertaba esa boca.
En todo caso, soy el jefe, y los jefes no se meten con el personal. Siempre es para quilombo, y yo soy un tipo muy responsable. Donde se come no se caga, decía mi abuela.
Hasta que una mañana le sostuve la mirada. Quería ver hasta donde llegaría con la provocación esta pendeja provocadora.
Y lejos de amilanarse, me sostuvo la mirada con fiereza, hasta que se levantó de su escritorio, y empezó a caminar hacia mi oficina.
La muy perra, no sólo me estaba desafiando. Estaba buscando volverme loco.
Lo que no se si sospechaba es que me iba a encontrar.
Se puso de pie, desabotonó el primer botón de su camisa, y caminó hacia mí
-Jefecito… ¿le puedo pedir un favor?
-Decime
-Deje de mirarme que no puedo concentrarme en las planillas que me pidió que las termine hoy
-Creí que eras vos la que me mirabas, disculpame
-Si, yo te miraba. Ya suficiente distracción con que estés ahí, como para que además, me sostengas la mirada. Si sigo distrayéndome, me voy a tener que quedar después de hora.
Y la muy perra salió de la oficina, sin esperar respuesta alguna, moviendo el culo enfundado en esas polleras lo suficientemente largas como para ser recatadas, lo suficientemente cortas, como para ser sensuales. Apenas dos dedos por encima de la rodilla.
Me dejó con la boca abierta, y traté de concentrarme en mi trabajo.
Yo siempre me quedaba en la oficina hasta que se fuera el último, y hoy no sería la excepción.
Eran las siete de la tarde, cuando entra Lorena -asi se llama la señorita en cuestión- a la oficina.
-Creo que terminé, mire la hora que se hizo por su culpa
-Lo siento mucho, no fue mi intención
-Lo sé, Jefecito… uno no puede andar por la vida controlando todas las tentaciones
-¿Terminaste con las planillas?
-Si. Me gustaría que las revise, para ver si me puedo ir.
-Andá nomás, yo las reviso y te las dejo corregidas en tu escritorio
-¿Y si no quiero?
-¿Y si no querés qué cosa?
-Irme
No hubo más palabras, porque no pude decir nada más.
No porque sea un hombre de pocas palabras, sino porque no había dejado de hablar, cuando ya estaba encima mío, regalándome esos labios rojo carmesí, e inundando mi boca con su lengua.
Soy un hombre grande, y tengo mil batallas, pero el calor de su saliva me hicieron levitar. Cerré los ojos, dejé de pensar y sentí las manos de la señorita en mi camisa, desabotonándomela.
Murmuré apenas
-va a entrar alguien
-me aseguré de trabar la puerta
Esas fueron las palabras que desanudaron cualquier atadura que todavía podía llegar a contenerme. Todo lo que llevaba contenido, se desparramó, como los papeles del escritorio que fueron a parar al piso, y con el campo libre, la tomé de la cintura, la senté en la mesa, y metí mano debajo de la pollera, sólo para sacarle la ropa interior, y subírsela.
Hundí mi boca entre sus piernas. El olor de su cuerpo me embriagó. Y empecé a hacer lo que mejor sabía. Le chupé la concha muy despacito, a un ritmo desesperante. Dejé que sienta mi aliento sobre su clítoris, y recorrí todo su contorno con la lengua.
Empezó a gemir, y a decir palabras inconexas, y a gozar, cuando mi lengua amenazaba con penetrarla.
Sus manos acariciaban mi cuello, y mi lengua hacía círculos sobre su clítoris. Se retorcía.
-Qué hijo de puta! Yo sabía que eras un chupa concha! Cogeme, puto, cogeme ahora
Pero yo no estaba dispuesto a detenerme. Seguí con mi juego de lengua, labios, y apenas un dedo lo apoyé para que sintiera un poco más.
-Cogeme hijo de mil putas, me vas a hacer acabar
Mis manos se detuvieron en sus pechos. Sentí sus pezones duros, y los apreté suavemente, mientras le hundía mi lengua en su interior.
Endureció su vientre.
Su boca se presentó del modo más sensual como jamás haya visto una boca. Se tensó haciendo una O inmensa, y arqueó su espalda.
-si, si, si, si, si, no parés por favor, sí, si
Se ve que iba bien, porque dejó de putearme, y me alentaba. Pero su voz se había puesto distinta. Ya hablaba desde lo más profundo de su ser. No era ella. La electricidad ya había empezado a recorrer su cuerpo. Estaba toda tensa.
Exhaló un gemido muy intenso, gutural, casi animal, cuando el orgasmo terminó de atravesarle el cuerpo.
Inundó mi boca con sus jugos, y se desplomó en el escritorio.
-Ahora haceme caso. Juntá tus cosas y anda que reviso las planillas y te las dejo en tu escritorio para mañana
Obedeció.
2 comentarios - Nueva Empleada
me va a pedir un ascenso!