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Capítulo 2
Delivery
Laluz del día aún no se colaba por las rendijas de la ventana y la temperaturaestaba lo suficientemente baja como para que cualquier persona durmiera apierna suelta, pero ese no era el caso de Ana Sofía. Sus ojos yacían observandofijamente el cielo raso de su habitación, abiertos con la lucidez de unapersona despierta desde hacía una hora. El reloj marcaba las seis de la mañanaen punto y solo intentaba rememorar cuando había sido la última vez que sehabía despertado tan temprano un fin de semana. Los sábados solía ser su «díade flojera», como ella misma lo llamaba. Los domingos solía dormir hasta muytarde porque normalmente salía a tomarse unos tragos y bailar con sus amigos lanoche anterior.
Peroeste era un fin de semana atípico.
Sucabeza volvió a rememorar la conversación que habían tenido ayer y, de nuevo,el vacío típico de la adrenalina volvió a invadir su estómago. La ansiedad y laemoción batallaban una con la otra en una guerra que parecía librarse en laboca de su estómago. Había accedido a algo que nunca hubiese imaginado, muchomenos con su hermana…
¡Es mi jodida hermana! ¡¿Acaso perdí lacabeza?!
Tomóla almohada y se tapó el rostro cuando empezó a sentir que los colores se lesubían y giró sobre la cama. Quizás si había perdido la razón y habíaarrastrado a Lu al precipicio con ella, pero ya no había vuelta atrás. Habíadicho las palabras.
Su sumisa y mi ama.
Enun momento de lucidez retiró la almohada del rostro y volvió a mirar el techoen busca de una respuesta a varias interrogantes: ¿Qué significaba esoexactamente? ¿Cómo afectaría su relación de ahora en adelante?
Habíapasado toda la noche leyendo, investigando en donde se estaba metiendo ydescubrió que un D y S podían viviruna vida totalmente normal. Después de todo, lo que ocurría entre cuatroparedes, se quedaba dentro de cuatro paredes. Pero las relaciones BDSM solían ir más allá que una simplenoche de sexo y frecuentemente usaban todo su entorno para las «escenas».
Sexo…
Setapó la boca, temiendo que su hermana pudiera oírla decir esa palabra, inclusoen sus pensamientos ¿Realmente estaba pensando en sexo? ¿Con su hermana? So estaba batallando consigo misma desde muchosflancos diferentes; en primer lugar, ella no era lesbiana. Nunca había sentido esetipo de atracción hacia otra mujer, de hecho, podía decir que la única chicaque se le hacía lo suficientemente atractiva como para decir que le gustabaera…
Lu.
Fruncióel ceño ante ese insolente y peligroso pensamiento. Inmediatamente comenzó arebuscar en sus recuerdos otra mujer que le pareciera «cogible», repasandoactrices, deportistas y cantantes, pero sentía que ninguna era tan atractivacomo su hermana.
Sí, me volví loca de remate.
Intentódormir una vez más, pero cuando se dio cuenta que era inútil, se levantó.Caminó, desperezándose en el trayecto, directo al lavado y aseó rápidamente susdientes y rostro. Se quitó minúscula blusa fucsia que seguía usando desde eldía anterior y la remplazó por una sudadera de manga larga color negro con unagran águila tribal de color dorado en el pecho. En la parte posterior resaltabaen número siete y el nombre de su hermana en la parte inferior. Era del equipode baloncesto femenino de la universidad y Ana Lucía se lo había regalado. Secambió de bragas por unas más cómodas y así se encaminó con dirección a lacocina. Estaba tan acostumbrada a usar solo ropa interior en el departamentoque salir de su cuarto en esas condiciones se le hacía algo normal.
¿Eso cambiaría a partir de ahora? Pensó,pero no le dio más importancia. El lugar estaba en completo silencio y aún sedebatía entre la penumbra y los primeros rayos del Sol. Su objetivo era llegara la cocina y preparar un buen desayuno cuantioso, provocando el menor ruidoposible. Su hermana tenía un partido amistoso a las diez de la mañana y legustaba hacerle algo que le llenara de energía, que la dejara satisfecha, peroque no le provocara esa sensación de pesadez tan desagradable de la que muchasveces se había quejado después de comer.
Optópor una rica y nutritiva ensalada de frutas y un tazón de yogurt con granola.Picó la fruta y la colocó en un par de platos, vertió el yogurt en tazas y dejócaer una lluvia de cereales varios que rápidamente comenzaron a un hundirse.Dejó la comida sobre la barra de desayunos y la acompañó con una botella dejugo de naranja del súper.
Casieran las ocho de la mañana cuando finalizó todo, momento justo en el que unaenmarañada cabellera casi naranja emergía del pasillo. Lu aparecía bostezando,con la boca pastosa y luciendo solo una camiseta inmensa de algún equipo de laNBA que desconocía. Estrujó sus ojos en un intento de despejarlos.
—¿Desayuno? — Murmuró. Aun sentía los agarres del sueño.
—Para campeonas. Ve a lavarte la boca y comemos.
—Sí, mamá.
Nodijo más, dio media vuelta y caminó en dirección al baño. Ana Sofía sonrió anteel sarcasmo característico de su hermana mayor y se preguntó si de ahora enadelante, ella podría seguir dándole órdenes de ese tipo.
2
Lamañana transcurrió como era habitual para las hermanas Menotti. Desayunaron,hablando de cosas superfluas como las tendencias del día de Twitter, comentaron sobre lo que leshabía parecido el capítulo seis de Arcane,una serie que ambas habían comenzado a ver y que les había fascinado. Con elreloj marcando las nueve de la mañana, So se instaló en su cuarto para revisarunas notas de su clase ComunicaciónVisual y Fotografía. Su concentración en los apuntes no le impedía mirar dereojo hacia la habitación de Lu. Ésta ya estaba cerrando su bolso deportivo yse preparaba para marcharse, cuando se detuvo en la puerta de la habitaciónpara girar sobre sus talones, volver a posar la mochila sobre la cama yabrirla. Uniforme, vaso térmico, zapatos y muñequeras volvieron a salir y lamenor de las hermanas tuvo que dejar su lectura para averiguar que sucedía. «Noencuentro mis licras de la suerte», exclamó la mayor cuando la vio entrar.
Minutosdespués, So mostraba la prenda que había alcanzado bajo un montón de ropa queyacía sobre la silla ergonómica presidencial donde Lu estudiaba.
—Gracias — dijo, volvió a guardar las cosas y se marchó.
AnaSofía miró un par de segundos de más la puerta de salida, justo por dondeacababa de salir su hermana, sintiendo como esa «normalidad» que estabaexhibiendo estaba haciendo mella en su psiquis. Esperaba que en cualquiermomento mencionara algo sobre lo de ayer, que le diera alguna… orden, o algoparecido. Empezó a cuestionarse la posibilidad de que lo hubiese olvidado o,peor, que lo había tomado como una broma. Chasqueó la lengua cuando comenzó asentir una leve punzada de dolor en el pecho por culpa de ese últimopensamiento. Ella si lo había dicho enserio.
Volvióa su habitación y le subió volumen a su reproductor, comenzó a tararear alritmo de Taylor Swift y dio por terminada su sesión de estudio. Era imposibleconcentrarse. Decidió tomar su teléfono y comenzar a navegar por Twitter y, cuando se dio cuenta, eranpasadas las diez de la mañana. El partido había comenzado. Buscó rápidamente lacuenta del equipo de baloncesto femenino de la universidad y leyó de inmediatoque las Águilas ganaban treinta y cinco a veintidós. Inmediatamente llegó unnuevo tweet:
«Otrotriple de Ana Menotti, y ya son 5», acompañado del emoji de una llama y una cara sorprendida.
Sedejó caer sobre la cama y colocó el teléfono sobre su pecho, incapaz decontener una sonrisa gigantesca. Lu era el jodido orgullo de su vida. No podíanegarlo, aunque nunca se había esforzado por hacerlo, sin importarle que esoprovocara alguna que otra pregunta fuera de lugar de sus amigos. Era su fannúmero uno, su mayor admiradora y lo seguiría siendo por siempre.
Soretiró algunos mechones de cabello de su frente y lo acomodó tras su oreja,rememorando la discusión con su papá cuando les confesó que estudiaríaperiodismo en la misma universidad que Lu. Amaba su carrera y ese fue suargumento principal, la comunicación social le apasionaba, dar noticias,compartir cualquier tipo de información. Tenía un talento nato para hacerinteresante cualquier tema y por esa razón, la red social del pajarito azul erasu favorita y los más de cuarenta y cinco mil seguidores que la seguían loconfirmaban.
Perohabía otra razón que mantenía solo para ella; quería ser quien escribiera elprimer artículo cuando su hermana llegara a la WNBA. Volvió a reír ante esa tonta meta que tenía metida entre cejay ceja, la cual parecía más la fantasía de una niña. Pera era su meta y si Luno llegaba a jugar en la mejor liga del mundo, no le importaba, igualescribiría algo sobre su orgullo.
Decidiódejar el celular sobre la cama y, con energías renovadas, volvió a tomar suordenador y lo colocó sobre sus piernas para continuar de pulir las notas quenecesitaba para las clases. Se adentró tanto en el trabajo que se sorprendiócuando el teléfono vibró a su lado y se sorprendió aún más cuando se dio cuentaque eran las doce y cuarto del mediodía.
Inmediatamente,como si hubiesen accionado un interruptor en su interior, el hambre la invadió.
«Lu:¿Qué haces? 12:11»
Lanotificación que había llegado era un mensaje de su hermana. Era claro que elpartido ya había terminado y seguramente, el entrenador las había retenido parauna charla post juego, algo queocurría habitualmente.
«Nada,estaba estudiando 12:11»
«¿Ganaron?12:12»
«Lu:Obvio, hice 27 puntos jajaja 12:12»
«Lu:Voy en un rato a la casa ¿Quieres pedir algo? 12:12»
«Bravo,campeona 12:12»
«Porfavor, muero de hambre 12:12»
«Lu:Ok, pero debes recibirlo 12:13»
«Dale12:13»
«Lu:Te aviso cuando vaya en camino el delivery 12:13»
Sono respondió, volvió a dejar el teléfono sobre el colchón y su puso de pie.Caminó hacia el clóset, estirando los brazos entumecidos. Buscó algún short deandar por casa para recibir al delivery, pero antes de vestirse, el celularvibró nuevamente. Tomó un pantaloncillo de licra azul y volvió hasta elaparato. Era otro mensaje de su hermana:
«Lu:Mándame una foto usando sólo una toalla 12:16»
Casise ahoga con su propia saliva.
Elcorazón comenzó a bombear frenéticamente dentro de su pecho. Los ojosdesorbitados leyeron el mensaje una docena de veces, tal vez más, y cada vezsentía que su rostro ardía un poco más. Una sonrisa nerviosa se dibujó en sucara y comenzó a mirar en varias direcciones, temiendo que se tratase de algunabroma y que su hermana había llegado sin que ella se diera cuenta para burlarsede su reacción.
Pero,no solo no había llegado, sino que comenzó a intuir un deje de autoridad en esesimple, pero efectivo mensaje. Rápidamente comenzó a cavilar, tan ansiosa quelas manos habían comenzado a temblar ¿Esto tenía que ver con la conversaciónque habían tenido ayer? ¿Era una orden?
¿Era una orden de ama a sumisa?
Nose atrevió a contestar y estuvo tanto tiempo de pie, ahí, sin moverse, que lapantalla del teléfono se había apagado y en ella podía ver su reflejo; estabaroja, su pecho subía y bajaba y la indecisión estaba escrita en cada uno de susrasgos.
Dejócaer el aparato y miró sus manos temblando. Empezó a escuchar el sonidofrenético de su propio corazón y las alarmas en su cabeza empezaron a sonar. Sinembargo, ignoró todas las señales y, sin pensar en nada más, comenzó adesvestirse; la sudadera pasó rápidamente sobre su cabeza, descubriendo unossenos que botaron levemente cuando lanzó el suéter al armario. Su tamaño eranideales para que una mano los cubriera casi en su totalidad y la tersa pielpálida era bañada por un centenar de manchitas rosadas y café que se esparcíanhasta el nacimiento de la clavícula. Los pezones apuntaban respingones alfrente como botones, tensos y de un rosa pálido más que sugerente.
Lospulgares engancharon el elástico de las bragas y tiraron hacia abajo conrapidez. Alzó una pierna y luego la otra para liberarse de la prenda queaterrizó suave sobre la moqueta. Se miró al espejo de cuerpo completo montadoen la puerta y una oleada de placer la golpeó como una ola del mar. Recorrió sucuerpo entero, desde sus pies y tobillos, pasando por la línea de suspantorrillas y muslos, advirtió su pubis prolijamente depilado y su abdomenplano adornado por la pequeña joya en su ombligo. La sombra de las costillas seasomaba tímidamente por los costados y los indulgentes senos subían y bajabanal ritmo de su pesada respiración. Observó como la clavícula marcaba su pecho yse perdía antes de llegar a los hombros y como el cuello vibró cuando tragó. Seencontró con la mirada brillante como el cristal dentro del reflejo y sesorprendió al descubrirse mordiéndose el labio inferior.
Grabóa fuego esa imagen en la retina. No era la primera vez que se veía desnuda,pero sí era la primera vez que se veía desnuda por órdenes de Lu.
Saliópor el pasillo, tomó una de las toallas del baño y se envolvió en ella. Lagruesa tela giró sobre sus senos y se ancló a un costado, cayendo libre hastacubrir el nacimiento de los muslos. Volvió a la habitación y con teléfono enmano, accionó la cámara de selfies. Cuandose inmortalizó la imagen, descubrió que la tela escasamente alcanzaba a cubrirsu entrepierna, que se asomaba tímidamente por la parte de abajo. La imagen larevolucionó más y, sin pensarlo, envió el archivo al chat de Ana Lucía.
Sequedó ahí, inmóvil. Sentía que si intentaba caminar sus piernas le fallarían.Un hormigueo intenso se concentró en su vientre bajo, enviando pequeñascorrientes hacia su sexo, alterándola aún más. Las alarmas en su mente seguíansonando con vehemencia, pero algo desconocido había aparecido y comenzaba a enterrarlasa una profundidad donde apenas y las notaba, confundiéndola.
Nose entendía ni ella misma.
Sentíaque la vergüenza se la estaba comiendo viva. De hecho, la sola idea de ver a suhermana a la cara después de éste suceso le carcomía por dentro. Pero ese«algo» que no lograba identificar se encargaba de apaciguar todas esasemociones, deformándolas en un estado de pluralidad que también les brindabaplacer.
¡Tiiirinnnn!
Elteléfono casi se le cae de las manos cuando el timbre sonó. Miró nerviosa a lapuerta de su habitación, vacilando en su accionar. Inmediatamente, le llegóotro mensaje:
«Lu:Abre 12:27»
Otrotimbrazo le hizo reaccionar. La orden era clara.
Empezóa caminar a paso lento, pero decidido, dándose cuenta que la abertura de latoalla se abría cada vez que alzaba la pierna derecha, dejándola aún másexpuesta. Tomó la parte superior, donde había enganchado la tela y la sujetócon firmeza, asegurándola para que no se le cayera… y abrió.
—Delivery, veinticuatro rolls variados y dos latas de Spri…
Cuandoel chico alzó la cara, se encontró con lo que, posiblemente, era la mejorimagen de su vida. Una pelirroja hermosa, buenísima, le recibía con una toallaque apenas y le tapaba el coño. Ana Sofía tomó las bolsas que el tipo,congelado, ni siquiera terminó de ofrecer. Dio media vuelta, sintiendo como latela de la toalla apenas y cubría poco más de la mitad de su culo. Se sentíamorbosa, pervertida y eso estaba provocando sensaciones encontradas en suinterior.
—Gracias… — dijo sonriendo y, acto seguido, cerró la puerta.
Lasbolsas cayeron al suelo y su espalda golpeó contra la madera de la puertacuando se dejó caer. Respiró profundamente, sintiendo la adrenalina correrlibremente por su sistema. Un par de minutos después recogió los paquetes y losdejó sobre la mesa, revisó el celular para verificar que no había otro mensaje.No lo había, dejó caer el teléfono sobre su cama y se encaminó hacia al baño.
Ibaa hacerse una paja.
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Notas de la autora:
Actualización, capítulo 2. Muchas gracias a todos los que leyeron hasta el momento, especialmente los que han comentado y agregado a sus favoritos. Espero verlos en esta nueva parte.
Y ustedes ¿También quieren que una pelirroja los reciba solo con una toalla? Porque yo sí xD Recuerden que regalándome un click en el enlace de mi blog me ayudaría muchísimo para seguir escribiendo ♥
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Nos leemos la semana que viene ♥
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