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Retrasar el placer hasta que estalle

Contar todo lo que pasó anoche, sería largo, y hasta quizás tedioso. Pero vivirlo fue realmente intenso. 

Además, no acostumbro de hacer alarde de mis habilidades ni nada por el estilo. 

Pero tengo la necesidad de contarles qué fue lo que pasó en el último encuentro con una poringuera, que cabe en una sola palabra: sublime.

La conjunción de la belleza, la juventud y la fogosidad -de ella-, con la veteranía, la paciencia y la experiencia mía-.

Pero se sabe que cuando hay piel, hay piel, y las cosas suceden.

También se sabe que cuando una pendeja calentona, se entrega a las manos de un veterano, no hay límites. 


Y no se trata de llevar agua para el molino de los "viejitos". Cuando yo era joven, y me ponía en manos de señoras grandes, también obtenía mi rédito. Mucho de lo que aprendí, se los debo a esas señoras que volcaban en mí toda su experiencia. Pero esa no es la historia de hoy. 

La voy a llamar “Ella”, sin siquiera dar una letra de su nombre, para proteger su identidad, aunque “ella” sabe que si quiere, puede hacer público todo lo que que pasó. Yo se que no lo va a hacer porque es egoísta y lo quiere todo para ella. No lo quiere compartir. No me parece mal en absoluto.

Decía que “Ella” llegó al lugar a la hora indicada, con un vestido largo y no tuvo que decir nada para que yo pudiera saber qué era lo que iba a ocurrir.

Es que ante los primeros escarceos, besos y caricias, noté que debajo de ese vestido de tela suave, no había ropa interior, anunciando, sin emitir sonido alguno, que venía dispuesta a todo.


No voy a contar las caricias iniciales, esas que nos debíamos de las ganas que habíamos juntado. No voy a desarrollar ningún detalle de lamidas ni penetraciones, ni caricias ni roces.

No.

Sólo voy a contar dos cosas.

La primera de ellas, ya la conté. Que fue la sorpresa que recorrió mi cuerpo al notar que ella había atravesado toda la ciudad, con un vestido liviano y sin ropa interior debajo de él; y entender a través de este detalle caliente,  que la noche iba a ser muy intensa.
Ella, entregada a mi caricia… de pie, con las manos apoyadas en la cama, ofreciéndome todo el candor de su culo que pedía a gritos dedos, lengua, boca, pija. 

La segunda cuestión es que, después de esperar que llegara su sosiego, que se desahogara, que soltara ese par de orgasmo que tenía a flor de piel, y dijera la frase “no doy más”, supiera que era el exacto momento en que el juego comenzaba. 

Y aquí si quiero ser detallista.

Ella estaba sin aliento, recibiendo en su cuerpo caricias intensas, que la llevaba una y otra vez a un clímax y a otro. Y cometió el error, o quizás a sabiendas, de decirme claramente que estaba exhausta.

Allí fue cuando la acurruqué entre mis brazos, y nos dimos un beso “de novios”, y nos reímos porque no fue un beso ardiente o sexual. Fue un beso cariñoso, de entrega y agradecimiento. Y nuestros cuerpos seguían rozándose y ella empezó a tocarme.

-Quiero que me des leche

-Todavía no es momento, linda

-Yo no doy más

-Vos siempre podes más.

Y dicho eso, rocé su cuerpo con la punta de mis dedos.

Y me acerqué a su pubis, y su cuerpo se puso alerta una vez más. 

Pude haberle sacado un orgasmo rápido. Si hay algo que me gusta de “ella” es que es acabadora. Y que cuando acaba me dice “sí, sí, sí”… y también me dice que soy un hijo de puta.

Pero esta vez iba a ser distinto.

Sin avisarle demasiado, dejé la caricia sutil y le clavé dos dedos en su vagina.

Ella dio un respingo y movió sus caderas tratando de comerme los dedos y recibir un nuevo orgasmo… pero yo los saqué inmediatamente.

Le dije al oído que tratara de no acabar, y ella, obediente, relajó su cuerpo, pero cuando sintió mis dedos nuevamente dentro suyo, gritó “no puedo, hijo de puta, no puedo…”

Dejé que su cuerpo se tensara y volví a sacarle los dedos, y la besé hundiéndole la lengua en su boca… su respiración fue normalizándose en pocos segundos, y fue ahí que nuevamente le clavé los dedos profundamente. 

Acariciaba con la punta de mis dedos el Punto G, y ella me devolvía la caricia con gemidos, con contorsiones, y con una respuesta de su vagina lúbrica y sensual.

Yo sabía que si continuaba con la caricia, el orgasmo sería inmediato, pero quería retrasarlo.

Retrasarlo hasta que sea inevitable.

Y le decía al oído que aguante, que se relaje

Y cada caricia era más y más intensa. Aunque breves

Y me detenía, y volvía a empezar. Y ella se mordía los labios, y se debatía internamente entre aflojar su cuerpo o dejarse llevar por las caricias.

Sus pechos estaban ardiendo, sus pezones duros, y sus piernas abiertas, expectantes, esperando por mis dedos.

El juego pudo haber durado tres minutos, o tres horas. No lo sé.


Si se que le dije al oído “ahora no pienso parar hasta que acabes”

Y ella se aferró a mi mano. Su concha se abrió completa para recibir mi mano dentro suyo, y le di firme, sin detenerme, recibiendo sus jugos, sus gritos, sus tensiones.

Un orgasmo desbastador la arrasó. 

Casi que pude ver como le atravesaba el cuerpo un rayo de O. enorme, como si la electricidad la envolviera por completa.

Fue el orgasmo más hermoso, intenso y extenso que vi en mi vida.

Fueron largos extertores de placer, más de veinte, más de treinta, una carcajada, y otra oleada de placer, mientras mi mano estaba quieta, pero dentro suyo, recibiendo la caricia de su vagina que seguía contrayéndose, a cada espasmo.

Su cuerpo dejó de tensarse. La pequeña muerte había ocurrido, y el ritmo cardíaco volvía a su normalidad. Una paz intensa recorrió el cuerpo de Ella, y de la habitación.

Todo quedó en silencio, y en penumbras.

Hasta que puso otra vez mirada de gata, y dijo, ya recuperada

-Ahora sí, dame tu leche

Y se engulló mi pija hasta la garganta, dispuesta a tomar directamente de la fuente el néctar de mi cuerpo.

Pero eso, es otra historia.







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