Hoy contaré la historia de un rayo, que atravesó mi vida, y cómo la llamarada lo incendió todo, y desapareció.
El proceso duró apenas cuatro días. Para algunos eso es mucho tiempo en un lugar como P!. Para mí, fue igual a nada. Una instantánea, como si todo hubiera ocurrido en un segundo.
Hablemos un poco de mí: no soy un hombre fácil, tengo familia, profesión, no busco nada, solo un poco de distracción y juegos de palabras. Físico normal, ya transcurriendo mis cinco décadas. Mucha experiencia (y lo digo sin fanfarronear, porque nadie puede hacer alarde de haber vivido mucho).
Estaba charlando y apareció ella, una mujer madura, que se presentaba como “casada, atractiva, seductora y con ganas de conocer a un hombre”.
Supe, desde ese momento, que era de esas mujeres que no andan cazando uno hoy, otro mañana. Vi que en su bio decía algo más… una frase muy alegórica: “cocodrilo que se duerme… es cartera”. Sin dudas, muchos reptiles rondándole.
Hablemos de ella: piernas largas, delgadas, con muy buen gusto por la lencería. Vientre plano, y pechos rotundos, conforman una figura celestial.
Charlamos de cosas, quedó establecido que nadie tenia prisas. Pero el destino es así: hay que estar en el lugar justo, en el momento indicado. A la mañana siguiente de la primera charla, después que me contó que hasta soñaba con su “cachorrito”, me dijo que el hombre había dejado de escribirle, y que en los relatos, había dejado uno dedicado a otra persona.
La noté frágil, enojada. Le hice una propuesta y dudó. Y se sabe, la duda y la risa son una combinación fatal en estos juegos de seducción.
No hubo respuestas cuando le pregunté ¿por qué no? Teníamos razones y deseos, y yo sería el beneficiario del “cachorro” distraido. Se haría cartera nomás.
Llegué a la esquina donde fui citado. Abrí la puerta del auto, y le di un beso en la comisura de los labios, demorándome mucho más de lo permitido.
Su mirada fue confusa. Estaba entre sonreír y recriminarme, pero se quedó callada. Llegamos al lugar, y cerramos la puerta, dejamos el mundo afuera y recibí mi merecido.
Acercó su boca a la mía, pero no me besó. Puse mis manos sobre la cintura, y ella cruzó sus brazos sobre mi cuello. Nos sosteníamos la mirada, y estábamos prendidos fuego. Ninguno avanzó, salvo las miradas, que estaban chispeando.
Pasé mis dedos acomodando un mechón de su pelo detrás de su oreja, me demoré en su cuello. Fue ella me besó la boca... y pusimos la ropa en el lugar que debía estar hacía ya un rato. Un desparramo de pilchas por toda la habitación, mientras nuestras bocas no se despegaban.
Los dos desnudos, empezamos a jugar el juego que a mí me gusta. Ella me buscaba, y yo la dejaba, pero hasta ahi. Puros roces, y caricias que nos ponía al borde el éxtasis.
Hasta que un gemido de ella ocupó la habitación, y mis dedos comenzaron a rozar su piel. Mi boca la recorrió íntegra, y rocé, hurgué, penetré con ella hasta el centro mismo del placer, siguiendo el ritmo de su respiración, de sus gemidos, mientras mis dedos rozaban sus vértices.
Quiero describirlo con certeza, pero mis besos lograron lo imposible. Todo su cuerpo se tensó, una línea recta unía su mentón y su pelvis, y un rayo la atravesó por completo, casi evitándola, hasta caer exhausta.
Me acosté debajo de ella, y le tomé la mano, mientras escuchaba como su respiración recuperaba el ritmo normal. Estaba feliz, relajada, disfrutando el momento.
Hasta que me miró perversa… y se trepó a horcajadas encima mío, y se dejó llevar por el meneo cadencioso de sus caderas. Cruzando sus brazos detrás de su cuello, mordiéndose los labios, dejándose sostener por mis manos, embistió sobre mí, hasta que un nuevo y devastador orgasmo se apoderó de su cuerpo y cayó, derrumbada, encima mío.
Su boca estaba sobre mi oído, y murmuró “esperé mucho tiempo por algo así, se ve que te estaba esperando a vos”.
Y me envolvió con su boca, dándome tanto placer que perdí el control y la noción del tiempo. Sus labios apretaban como si fuera un guante, y un remolino nacía en mi vientre. Murmuré, pero no me dejó.
El resto, fue todo un desmayo, las energías me abandonaron por completo. Solo tenía fuerzas para volver a besarle la boca.
El proceso duró apenas cuatro días. Para algunos eso es mucho tiempo en un lugar como P!. Para mí, fue igual a nada. Una instantánea, como si todo hubiera ocurrido en un segundo.
Hablemos un poco de mí: no soy un hombre fácil, tengo familia, profesión, no busco nada, solo un poco de distracción y juegos de palabras. Físico normal, ya transcurriendo mis cinco décadas. Mucha experiencia (y lo digo sin fanfarronear, porque nadie puede hacer alarde de haber vivido mucho).
Estaba charlando y apareció ella, una mujer madura, que se presentaba como “casada, atractiva, seductora y con ganas de conocer a un hombre”.
Supe, desde ese momento, que era de esas mujeres que no andan cazando uno hoy, otro mañana. Vi que en su bio decía algo más… una frase muy alegórica: “cocodrilo que se duerme… es cartera”. Sin dudas, muchos reptiles rondándole.
Hablemos de ella: piernas largas, delgadas, con muy buen gusto por la lencería. Vientre plano, y pechos rotundos, conforman una figura celestial.
Charlamos de cosas, quedó establecido que nadie tenia prisas. Pero el destino es así: hay que estar en el lugar justo, en el momento indicado. A la mañana siguiente de la primera charla, después que me contó que hasta soñaba con su “cachorrito”, me dijo que el hombre había dejado de escribirle, y que en los relatos, había dejado uno dedicado a otra persona.
La noté frágil, enojada. Le hice una propuesta y dudó. Y se sabe, la duda y la risa son una combinación fatal en estos juegos de seducción.
No hubo respuestas cuando le pregunté ¿por qué no? Teníamos razones y deseos, y yo sería el beneficiario del “cachorro” distraido. Se haría cartera nomás.
Llegué a la esquina donde fui citado. Abrí la puerta del auto, y le di un beso en la comisura de los labios, demorándome mucho más de lo permitido.
Su mirada fue confusa. Estaba entre sonreír y recriminarme, pero se quedó callada. Llegamos al lugar, y cerramos la puerta, dejamos el mundo afuera y recibí mi merecido.
Acercó su boca a la mía, pero no me besó. Puse mis manos sobre la cintura, y ella cruzó sus brazos sobre mi cuello. Nos sosteníamos la mirada, y estábamos prendidos fuego. Ninguno avanzó, salvo las miradas, que estaban chispeando.
Pasé mis dedos acomodando un mechón de su pelo detrás de su oreja, me demoré en su cuello. Fue ella me besó la boca... y pusimos la ropa en el lugar que debía estar hacía ya un rato. Un desparramo de pilchas por toda la habitación, mientras nuestras bocas no se despegaban.
Los dos desnudos, empezamos a jugar el juego que a mí me gusta. Ella me buscaba, y yo la dejaba, pero hasta ahi. Puros roces, y caricias que nos ponía al borde el éxtasis.
Hasta que un gemido de ella ocupó la habitación, y mis dedos comenzaron a rozar su piel. Mi boca la recorrió íntegra, y rocé, hurgué, penetré con ella hasta el centro mismo del placer, siguiendo el ritmo de su respiración, de sus gemidos, mientras mis dedos rozaban sus vértices.
Quiero describirlo con certeza, pero mis besos lograron lo imposible. Todo su cuerpo se tensó, una línea recta unía su mentón y su pelvis, y un rayo la atravesó por completo, casi evitándola, hasta caer exhausta.
Me acosté debajo de ella, y le tomé la mano, mientras escuchaba como su respiración recuperaba el ritmo normal. Estaba feliz, relajada, disfrutando el momento.
Hasta que me miró perversa… y se trepó a horcajadas encima mío, y se dejó llevar por el meneo cadencioso de sus caderas. Cruzando sus brazos detrás de su cuello, mordiéndose los labios, dejándose sostener por mis manos, embistió sobre mí, hasta que un nuevo y devastador orgasmo se apoderó de su cuerpo y cayó, derrumbada, encima mío.
Su boca estaba sobre mi oído, y murmuró “esperé mucho tiempo por algo así, se ve que te estaba esperando a vos”.
Y me envolvió con su boca, dándome tanto placer que perdí el control y la noción del tiempo. Sus labios apretaban como si fuera un guante, y un remolino nacía en mi vientre. Murmuré, pero no me dejó.
El resto, fue todo un desmayo, las energías me abandonaron por completo. Solo tenía fuerzas para volver a besarle la boca.
1 comentarios - Un encuentro verdadero ... y dulce