You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Desvirgando una pareja

Fue una larga charla para convencerla a ella. Y este será un largo relato, porque contaré todos los detalles que recuerde. 
Las “vueltas” que dimos eran absolutamente lógicas y atendibles. A ella había que convencerla de dos cosas.
La primera, casi una mentira, porque ya estaba convencida, al menos en lo teórico. Siempre había querido ser por una noche el centro de una escena muy caliente donde su marido -de tantos años- la convidaba con otro hombre. Esa fantasía andaba rondando hacía ya mucho tiempo por la pareja, tanto que podía decirse que empezó a gestarse aquél día en que compraron el primer dildo. 
A Gerardo le volaba la cabeza verla a Pamela ensartada por otro. Que sea un pene artificial no le impedía imaginarla montada en otro hombre, y poder verla a cierta distancia, apreciando cómo gozaba de su placer. 
La posibilidad de incorporar a una tercera persona a ese matrimonio armonioso, de tanto tiempo, con los líos propios de toda pareja, pero que encontraron en el deseo y las fantasías material suficiente como para mantener el ardor. 
La segunda cuestión sobre la que había que convencerla es sobre quién iba a ser ese tercero. 
Y ahí es donde vengo a entrar yo en esta historia. 
Los encontré en la búsqueda, y supe transmitirle que tenía experiencia en estos juegos. Ya había pasado por ratos buenos, malos y muy buenos, y sabía cuál era el camino. 
Charlamos durante semanas, y poco a poco se fueron aflojando. Les proponía tres juegos, uno encima del otro, encadenados, que solo estaban diseñados para el placer. 
Hasta que llegó el día. Fue un miércoles a las once de la mañana. Los tres habíamos logrado suspender nuestras tareas. Los pasé a buscar por la esquina pactada, y los llevé directamente a un hotel alojamiento muy cerca del lugar donde habíamos quedado. 
El trayecto fue muy divertido. Gerardo se subió del lado del acompañante, y yo miraba por el espejo retrovisor a Pamela, que, sin dudas, estaba espléndida y nerviosa.
Ingresamos con el auto, y apenas entramos le pedí a ella que se ocupara de elegir la música, mientras yo me ocupaba de pedir algo para comer y tomar. 
Se quedaron asombrados por esa movida. Pero yo los veía tensos, así que, mientras sonaba una música muy suave, me puse a jugar con las luces. Tenues. Ni estridentes ni apagadas. Suficiente como para ver todo lo que teníamos que ver. Pero también para vencer las vergüenzas de esta primera vez. 
Voy a confesar algo: yo estaba muy excitado. Ellos son un matrimonio maduro, pero yo los estaba desvirgando. Cargaba sobre mis hombros la responsabilidad de que todo se tratara de una buena experiencia, y sabía hacerlo. El gran detalle era no apresurar las cosas. Sabía de antemano que todo iba a salir bien
Mientras esperábamos el pedido, le di a ella un obsequio, pidiéndola que por favor vaya al baño, y se pruebe a ver cómo le quedaba el regalito.
Pamela mide más o menos un metro sesenta, es delgada, con una figura torneada y unos pechos que son un delirio. Su arma secreta es su melena Tiene unos rulos increíbles. 
Cuando abrió la puerta, Gerardo y yo nos quedamos anodados: el obsequio era un juego completo de lencería: en tonos negros, transparentes, sutiles: medias, body, una tremenda cola less y un sujetador. Me felicité porque le quedaba pintado. Ella estaba feliz, sabiéndose una diosa, y simulando un breve contoneo de desfile.
En eso llegó el vino, el hielo y los sanguchitos que había encargado. Me apuré a servir para brindar por el encuentro y para sostener este primer impulso. 
Nos miramos los tres a los ojos con el golpe de las copas, y noté las chispas en la mirada del matrimonio amigo. Las mejillas de ella ya ardían, y el vino helado y dulce terminó de romper el hielo. Bastó que le hiciera una seña a Gerardo para que tomara a su mujer de la cintura, y que sonara ese tema hermoso, caído como del cielo, de Serge Gainsbourg y Jane Birkin, para que comenzaran a  bailar. Nomás empezaron los susurros del tema y los gemiditos de la canción, él empezó a tocarle la cola, apretándola contra su cuerpo. Ella se prendió en un abrazo, y le acariciaba la espalda. Empezaron a besarse, y sin querer, a hacerle caso a la canción, cuando ella dice “tu vas y vienes, entre mis caderas” pero en francés. Y la ropa empezó a caer al suelo, que era el lugar, donde debía estar en este momento. Él se desnudó por completo. Ella a medio vestir con la lencería. Se se seguían besando, como novios. No me miraban, se ocultaban de mi vista apretándose entre ellos. Se tiraron en la cama, y él empezó a moverse encima de ella. Todo en silencio, envueltos en la música, moviéndose lentamente ante cada “je`taime”. El roce y la penetración empezó a surtir el efecto deseado: empezaron a olvidarse de mi, y un gemido y otro, y él que empezó a moverse con más cadencia, siguiendo los gemidos de Jane Birkin, y los de ella, y ella que no se quedaba atrás, y levantaba las caderas y lo tomaba de las nalgas, buscando ensartárselo profundamente. Su orgasmo era inminente, y él lo sabía por eso le asestó dos, tres estocadas profundas. Ella volcó su cara hacia atrás, dibujando una exacta linea recta entre su mentón y su clítoris, y se dejó atravesar por el primero goce del día. Mientras volvían a la realidad, e iban recuperando el aliento, también recuperaron la timidez, y se taparon rápidamente, recordando mi presencia. 
Me clavaron la vista y yo solo sonreí y levanté mi copa, como brindando por ese primer orgasmo. 
-¿te vas a quedar ahi? Preguntó ella…
-Todo a su tiempo, preciosa… 
Y me acerqué hasta la cama, y le susurré al oido, pero para que él escuchara también -acabaste rico, pero le dejaste la pija morada a tu marido… vas a tener que terminar ese trabajo-.
Ella lo destapó, y sin pensarlo más, empezó a chuparle la pija a él.
Mientras tanto, yo lo miraba a mi amigo, y le acariciaba la espalda a su señora… todo fluía. 
Mis caricias no se detuvieron… y enredé mis dedos en su nuca, guiándola suavemente en su fellatio, mientras mi otra mano, rozaba su espalda… desde la cintura hasta el cuello. 
Todo estaba listo para un nuevo comienzo. 
Mi amigo comenzó a gemir ¡Él estaba por acabar… y yo todavía vestido!
Suavemente, la tomé del pelo para que dejara de chupársela… y le hice señas para que lo haga acabar con las manos. 
Yo no me iba a perder por nada en el mundo ver esa pija morada, tiesa, enorme, verla brotar leche espesa provocada por las manos de esa señora.
Ella sabía como pajear a su marido. Con una mano, le sostenía las bolas, para que él sintiera su mano suave. Y con la otra se la meneaba a un ritmo lento, pero intenso. 
Yo no perdía detalles, mientras jugaba con las nalgas de la señora.
Un rayo atravesó el cuerpo de mi amigo, y un chorro de leche cayó sobre los pechos de Pamela. Ella tenía la mirada de la lujuria. Exclamó un siiiii mientras se esparcía la leche por sus tetas. 
En la confusión, yo ya estaba entre sus piernas, lamiéndola lentamente. Sabía que era el momento indicado. 
Gerardo se derrumbó en la cama, y no perdía detalles. Yo me ocupaba de los contornos, de los círculos alrededor del clítoris, de estimular lenta, cadenciosa y profundamente, el cuerpo de esta mujer que ya estaba lista para recibirme. Mientras él le acariciaba la cara para animarla, yo endurecía mi lengua y la penetraba con la punta, mientras mis labios rozaban su clítoris. Mis dedos apenas si rozaban su piel. Las piernas, su vientre. Dejé bien en claro por mi postura, que lo que quería era tener todo su orgasmo en mi cara. 
Pude ver en la cara de Gerardo la mezcla entre celos y euforia por ver a su mujer retorciéndose de placer por las caricias de mi boca.
Pude ver en los ojos de Pamela la lujuria de saberse el centro de la escena. 
Y yo disfrutaba de toda la energía que en el cuarto se estaba desarrollando, exclusivamente, alrededor de mi boca y de mis dedos.
Sentí cómo su vientre se endurecía. Y apoyé mis manos en sus caderas. Y seguí haciéndole círculos con mi lengua sobre el clítoris, mientras la puerteaba con mis dedos. Ella agarró mi cabeza y con ese movimiento se aferró a mi boca, y me empezó a coger la boca con un contoneo precioso, tribal, hasta que con voz gutural, anunció lo que era su segundo orgasmo. 
Me incorporé y fui a buscar mi premio. Quería un beso de su boca. Y me lo dio con muchísimo ardor. Me separé de ella, y le indiqué a Gerardo que haga lo suyo. Y recibió su premio. 
Lo agarré de los hombros y lo hice acostar boca arriba. No hizo falta nada más para que ella se subiera encima de él, y empezara a cabalgarlo.
Y yo de rodillas… comiéndole los pechos. 
Ella estaba luminosa. Lista para su tercer orgasmo. Él estaba espléndido, listo para acabar por segunda vez. 
No se cuanto transcurrió, si dos minutos o dos horas. Pero en ese momento todo entró en un sopor único y erótico. Ella me hizo acostar a mi a su lado, y nos cabalgaba un tiempo a cada uno.
Gerardo soltó su leche por segunda vez, y ella acabó encima mío. 
Pero no la dejé salirse. Me aferré a sus caderas, la volteé en la cama, y parado, le empecé a dar con ardor. Se había ganado mi leche.
Recuperado el aliento, me levanté a abrir las duchas calientes, y nos reímos mucho cuando, enjabonando el cuerpo de Pamela ella dijo
-me encantaría empezar todo de nuevo.
Demás está decir, que sus deseos, fueron órdenes. 









Desvirgando una pareja

9 comentarios - Desvirgando una pareja

complices_mardel +2
impecable, cada detalle totalmente necesario para meterse a espiar esas escenas
VoyeaurXVII
gracias!
-cuando gusten! jajaja
hijodelnegro +2
Muy bueño amigo da placer leerte jeje. Muy bien relatado
VoyeaurXVII +1
gracias, estimado @hijodelnegro!
MaximoWei +1
me hiciste sentir como si estuviera ahi, fantastico!
VoyeaurXVII +1
que bueno!!!
Ahora solo tenés que convencer a tu chica, y le hacemos la fiesta!
mdqpablo +1
Excelente trio, muy lindo relato
VoyeaurXVII +1
gracias querido!
CalienteClau
Me encanto así me gustaría compartir a mi esposa