Por el reciente estreno de Los Anillos del Poder y por otras cosas por las que estoy pasando (roleo fantástico) se me dio por releer uno de mis relatos más viejos: “La Recompensa del Guerrero” y la verdad, me pareció muy burdo, acelerado, con un final espantoso, por lo que prácticamente lo reescribí y dado que ahora lo considero mucho mejor, lo vuelvo a compartir para todo aquel que sea aficionado a la temática fantástica, de la que no hay tanto en el sitio.
Es autoconclusivo, no necesitan leer nada antes. Sinceramente disfrute mucho releyendo algo mío tan viejo a la vez que lo mejoraba, fue una puesta en valor de una escultura a la que le sobraba material y le faltaba un pulido más fino.
Si les gusta este género podría ponerme escribir algo así, digamos que es el momento (tengo una lectora ávida de esta temática y nos compartimos escritos así) y no se preocupen por mis otras historias, ahora que voy tener tiempo libre las voy a avanzar.
Las lluvias recientes habían dejado el camino casi como un lodazal y el caballo tenía problemas empujando la carreta y sorteando los charcos más profundos, por dichos retrasos llegó a su destino, la aldea de Nerfil, varias horas tarde.
- A pesar de todo, allí esta…como siempre. – Susurró entre dientes un anciano encapuchado deteniendo al caballo que tiraba la carreta. – Quien posee el don de la paciencia no hay espera que… que, bueno, se me olvidó ¿Qué lo desespere?
Allí estaba su cliente más fiel, Dahggial, aguardando su llegada, taciturno como de costumbre. Vistiendo una camisa de lino acordonada que se mecía al viento, muñequeras gruesas de cuero y botas de piel.
- ¿Otros seis gramos Dahggial? – Le preguntó el mago caminante que le suministraba la preciada sustancia, pyronita. Un polvo amarillo brillante que incluso en esa mañana gris, centelleaba como diamantes.
Ya sabes que sí. – Pasándole sin perder tiempo las piezas de plata. Por más que no le gustaba tratar con magos, tenía adversarios fuertes que vencer y no podía darse el gusto de ser selectivo con sus comerciantes. Acheron el Caminante era el único que se tomaba la molestia de incluir a Nerfil en su ruta y Dahggial lo aprovechaba.
Todos en la aldea de Nerfil, incluso mago de los caminos se preguntaba porque el antiguo guerrero compraba seis gramos de ese polvo letal, (diez veces más potente que la pólvora, además de resistente al asilamiento y la humedad) con asiduidad religiosa.
- Como siempre, con cada paga buscas tan solo seis gramos. ¿Acaso te lo aspiras? – Bromeó sin sacarle la más mínima sonrisa. - ¿Qué uso le puede dar un campesino como tú?
- Ni se me había pasado por la cabeza ese uso... vaya que tienen ingenio ustedes los magos. – Le siguió la corriente.
- No tanto, si fuera ingenioso le hubiera aumentado el precio. – Expresó completando la transacción tras pesar con una pequeña báscula los 6 gramos, aunque no le molestaba darle algunos de más. – Eludes mi pregunta, campesino.
- Solo la acumulo para mis propósitos, y es tanta como puedo comprar con mi trabajo miserable. Gracias. - Se despidió tras tomar la bolsita con el polvo a la que colgaba en su cuello. Acto seguido, se marchó en su fiel caballo hacia su residencia en las afueras de Nerfil.
Los murmullos de las lugareñas solteronas y los hombres que pastoreaban sus animales cada vez eran más osados: “Ahí va el guerrero solitario…” “No es el mismo desde que los bandidos mataron a su familia.” “Mira su cara, esta enloquecido de soledad.” “Me pregunto si tendrá a alguien para calentar su catre.” Aunque podía evitar enterarse de las ensoñaciones de esas harpías, el hombre tenía que aprovechar el viaje para pertrecharse para la semana.
Como de costumbre, ignoró a todo el mundo y al llegar guardó la sustancia brillante junto con las demás en las urnas, junto a las cenizas de su familia. Ese día había llenado a rebosar la última de las cuatro urnas funerarias, la de Melisande, su esposa. Cada semana había comprado esa ínfima cantidad desde hace catorce años, desde que sobrevivió al día en el que hubiera preferido morir con sus hijos y su mujer, no dejo de trabajar hasta poder comprar ese combustible mágico raro en la cantidad justa.
- Ahora solo resta esperar a que los malnacidos regresen como siempre.
Los asesinos que habían confinado a ese buen hombre a la soledad, eran una de las facciones más letales, los Rosablanca. Cuyo nombre pomposo ya no engañaba a nadie, aquellos que eran capturados por ellos eran obligados a ingerir una misteriosa semilla blanca cuya procedencia solo su líder conoce. Esta hace que rosas espinosas crezcan en sus estómagos hasta hacerlos reventar en una muerte ni muy rápida, ni muy lenta, aunque extremadamente dolosa, de ahí el nombre, de ahí el terror que inspiraban, de ahí el temor de esas gentes simples y sus cobardías.
Tenían en jaque a varias aldeas de pastores y campesinos como esa. Exigían tributos exorbitantes o comida amenazando con quemar todo hasta los cimientos, capturar a las mujeres para esclavizarla sexualmente y a los niños para obligarlos a ingerir las semillas blancas sino cooperaban en los trabajos pesados.
Todo eso se iba a terminar, y más pronto de lo que Dahggial pensó, una paloma de su fiel amigo montañés a varios kilómetros de distancia, (uno de los pocos que tenía) le informó que estaban cruzando la montaña con destino a Nerfil. Venían por los tributos como el guerrero calculó.
- Les voy a hacer pagar a estos malnacidos. – Expresó haciendo crujir sus puños, calculando que tenía poco más de una hora hasta el arribo de los malvivientes.
Ensillando su caballo y partiendo hacia Nerfil llevando las urnas comenzó su misión En puntos estratégicos del centro de la aldea se movió con su corcel como una saeta colocando las vasijas conectadas por cuerdas de mechas y esperó a la llegada de los jinetes de la perdición.
- ¿Qué haces ahí solo con tu espada y armadura Dahggial? - Le preguntó un orfebre que vivía en la entrada, junto a la endeble muralla de madera acompañado de sus hijos varones.
El guerrero devenido en campesino dejo una pila de piedras frente a él, en cuclillas.
- Librarlos del infierno que es esta vida, eso hago. – Remató sacudiéndose las manos.
- ¿Quieres que nos maten a todos? – Preguntó consternada la pescadera.
- Señora, ya están muertos, solo que no lo saben. – Dijo observando como venía con las manos cargadas de las pocas riquezas que podía entregar, salmones en sal, algunas perlas, pieles curtidas, rollos de tela y piezas de cobre.
Con su armadura de malla, que alguna vez usó en el campo de batalla y su espada mandoble afilada aguardaba el momento. Algo avejentado, con cuarenta inviernos y algún que otro más que se le pasó por alto, el vientre no tan chato como antes y los brazos como de gorila por el trabajo pesado, no era rival para una lucha de uno contra uno, sin embargo, detrás la montaña llegó un regimiento de los Rosablancas levantando una polvareda.
La gente reunida para tributar cuchicheaba con preocupación por la presencia del guerrero.
- ¿Los vas a enfrentar? Ya preparamos parte de los tributos, quizás lo acepten… - Expresó preocupado el orfebre, que parecía encarnar el descontento y el desacuerdo de la muchedumbre.
- No llegamos a la tonelada de alimento, menos a las quinientas piezas de plata, Onslaum. Es hora de que alguien haga algo, no podemos seguir empobreciéndonos por culpa de esos bandidos y sus amenazas.
- ¡Si cometes actos heroicos te matarán como a un cerdo y luego quemarán todo y… ¡Auch!
Dahggial lo calló de un puñetazo y ordenó que se marcharan y lo dejaran solo. Los hijos de Onsalum detuvieron cualquier contrataque del viejo y todos los espectadores obedecieron al ver el rostro del orfebre medio hundido por el violento sacudón.
- Yo me encargaré de estos bastardos.
Los jinetes acorazados llegaron y se apiñaron frente al guerrero extrañados de ver a alguien interfiriendo en sus atracos. A pesar de ser bandidos, lucían con orgullo armaduras y armas de todo tipo frutos de sus hurtos más exitosos.
Cuando el líder se adelantó, le dedicó una mirada despectiva desde arriba de su majestuoso corcel, luego, se retiró el estilizado casco enseñando un cabello pulcramente enlazado en una larga trenza, cuando habló con voz delicada de sílfide, lo hizo en un tono despectivo e insolente, propio de quienes estaban acostumbrados a llevarse todo por delante y observar con desdén desde su caballo.
- ¿Tu nos detendrás de saquear esta pocilga, campesino pulgoso? – Peguntó echando la trenza hacia atrás. - Jojojo, gracioso, parece que además de llenarnos los bolsillos con su basura tendremos que ocuparnos en darles una lección.
Dos jinetes lo escudaron mientras asentían. Un enorme calvo de prominente barriga y un látigo espinoso atado a su cintura y un sujeto acorazado con dos espadas enfundadas en su espalda. Eran los famosos Señor de Esclavos y Mano Derecha del líder.
Se hizo un silencio en el que el guerrero casi pudo oler el miedo en los habitantes de Nerfil, sin embargo, Dahggial estaba tan sorprendido como complacido de que el despiadado líder estuviera encabezando la violenta comitiva.
- No metas a los demás en esto, estoy aquí por voluntad propia, incluso ellos intentaron detenerme. Váyanse y no regresen o sufrirán las consecuencias. - El solo recibió risotadas de más de nueve jinetes, todos en el momento y lugar equivocados, dado que, sin perder tiempo en diálogos ni contemplaciones, Dahggial alzo su claymore y la dejó caer con estrépito en una pila de piedras piritas, justo por donde pasaba el rastro de pyronita.
- ¡Miren al campesino correr! ¡Huye como una damisela en apuros!
- ¿¡Te arrepientes de tu osadía campesino!? ¿¡Acaso necesitas cambiar de pantalones con urgencia!?
- ¡Preparen sus armas! ¡Te haremos reventar de adentro para afuera por tu impertinencia! – Habló el líder a lo último, sin saber que serían sus últimas palabras.
En realidad, tenía una puerta de hierro a pocos metros en el suelo, al levantarla y sostenerla con unos maderos la dejó de pie para escudarse de la gigantesca explosión que les había preparado. Quedó sordo por varios minutos mientras trozos de caballos y cascos partidos caían del cielo como proyectiles. También torsos y miembros desgarrados en una milésima de segundo lo golpearon hasta que la lluvia de cuerpos se detuvo. Todos gritaban, aunque el sonido se perdía y no llegaba a su cabeza, cuando salió de su escondrijo, vio el espectáculo más hermoso: sus enemigos eran una masa de carne picada oscura con armaduras humeantes y miembros amputados temblorosos.
Los aldeanos no gritaban de terror, estaba vitoreándolo, cuando el sonido regreso al mundo, fue rodeado por docenas de personas agradecidas que lo cubrieron con sus manos y palmearon su espalda. Casi todos los jinetes estaban muertos y los pocos que sobrevivieron, murieron atacados por los hombres de la aldea que les clavaban horquillas afiladas. Era una victoria histórica.
- ¡Miré lo que encontré! – Exclamó el hijo mayor del orfebre al encontrar el cuerpo del altanero líder, vuelto picadillo por quedar en el epicentro dela explosión.
“¿Te lo tenías guardo he?” “Pensarán que hay un mago y no se acercarán nunca más.” “¡Te lo debemos todo!” “Hay un carromato con prisioneros ahí atrás…” Fue ese último comentario el que le paró la oreja. Librándose de la turba de gente, avanzó por el camino, rodeó el agujero de la explosión (que había tumbado toda la empalizada) y, en efecto, vio a dos caballos desmayados atados a un inmenso carromato de madera con jaulas volcadas cerradas.
- Que alguien atienda a estos caballos, con cuidado, la explosión los dejó atontados. – Revisando junto a otros vecinos, descubrió que la mayoría de las jaulas estaban vacías.
- Aquí estaríamos ahora de no ser por ti, de habernos dicho tu plan habríamos comprado nuestra parte de pyronita. – Dijo el peletero.
- A ti no te habrían encerado, te habrían matado. Ellos mantienen cautivas a las mujeres y niñas. – Le contradijo. – Y la pyronita es una sustancia inusual, si la hubiéramos comprado en grandes cantidades habríamos ocasionado sospechas, con 6 gramos se mantiene vivo el fuego de un hogar por una semana, por lo que no provocaría sospecha alguna.
No obstante, la principal razón por la que obró solo era simplemente que esa había sido su ansiada venganza.
- Ahora mi familia descansa en paz. – Susurró pensando en que sus cenizas mezcladas con el material explosivo habían dado muerte a aquellos mercenarios, su familia había sido partícipe de la venganza, al menos eso elegía creer.
Mientras reflexionaba, grande fue la sorpresa que se llevó por lo que vio a través de una claraboya de hierro en una jaula de madera totalmente tapiada, la única que no dejaba ver su contenido.
- Ayúdenme a llevar esta caja a mi casa, la tomo como recompensa del día. - Exigió tratando de parecer desinteresado.
Aunque algunos se observaron extrañados, ningún vecino se mostró contrariado o quiso saber el contenido de aquella enorme caja, intuyeron que debían ser monedas o joyas. Todos pensaron que era justo y que se lo merecía, dado que gracias a él podían usar los tributos para ellos. Aunque habían quedado sordos, por fin eran libres.
Sin hacer preguntas entraron a su casa con el curioso botín (apenas pasaba por la puerta) y lo dejaron solo para descansar.
La cabaña de Dehggial era bastante más grande que las de los otros aldeanos. De un ambiente, con una mesa circular, alacenas, estantes y una cocina a un lado y su catre en el extremo opuesto. Era de los pocos que tenían un hogar de ladrillo y cristales en las ventanas y algún que otro lujo de la época como pinturas y tapetes, aunque la higiene de los mismos dejaba mucho que desear. Como un monolito sagrado, la jaula entraba en el centro entre el camastro la mesa de manera justa, quizás era la única casa en la que podía quedar cómoda bajo techo.
Una vez que se aseó y se preparó mentalmente el guerrero se dispuso a liberar a… la cautiva.
- Bien, acabemos con esto. Sé muy bien que es imposible que seas ella. - Con su espada, cortó los goznes y las cuatro caras de la caja cayeron revelando a una mujer idéntica a su fallecida esposa. Por suerte, Dahggial era un hombre con nervios de acero como para dejarse engañar por magias y tretas de esa calaña.
En guardia, el guerrero se preparó para defenderse.
- ¿¡Qué eres!? ¿Un demonio? ¿Una bruja? - Apuntándola con su espada. El ser no respondía, y aunque no parecía asustado, observaba el filo sobre su cuello con mucho respeto.
- Ni bruja, ni demonio… soy otra cosa. – Contestó por fin, demostrando genuino terror ante la cercanía del filo de hierro.
- Sigo sin oír una respuesta… ¿Por qué te tenían capturada? – Estar calmado y decidido era lo mejor para no dejarse leer la mente, en efecto, la criatura pasó a explicarle.
- Soy un tipo de hada, una lymnade, puedo tomar la forma que quiera, incluso la de aquellos que guardas con mayor recelo en lo profundo de tu corazón.
A pesar de que escuchaba la voz de su esposa y veía su viva imagen, mantuvo su espada en alto con fuerza, esperando cualquier tipo de traición proveniente de la criatura, que seguía contando su terrible historia.
- Esos humanos me descubrieron en el lago Linfallim y me apresaron con redes y garrotes para mantenerme cautiva y violarme docenas de veces abusándose de mis poderes… ser alguien que puede transformarse en tus ensoñaciones más lujuriosas tiene sus desventajas, aunque también tiene ventajas. - Era cierto que podía cambiar de forma, ya que pasó a ser la viva imagen de su joven hija: Lyeef. – No me hagas daño, padre ¿Acaso quieres verme morir otra vez?
No obstante, que adoptara el manto de su hija, masacrada hace ya mucho tiempo frente a sus ojos, avivó la llama del odio que la venganza no pudo extinguir del todo.
- ¡Deja de transformarte, si me muestras tu verdadera forma bajaré la espada, de lo contrario, tus artimañas terminan aquí! – Expresó rozándola con el filo. - ¡Una triquiñuela más y te corto la cabeza, bestia!
- Las hadas no revelamos nuestra verdadera forma… - Se negó, algo sorprendida por su cambio de actitud.
- ¡Hazlo! ¡Mate a caballos y hombres hoy como si fueran lacras, no me obligues a hacerlo, criatura!
- Veo en tu interior… - La mano de su hija desnuda se posó en el pecho del hombre. - Tu familia muerta, la veo clara como en pinturas, por eso puedo volverme como ellos, créeme, no busco maldad. Como tú, no tengo deseos de derramar más sangre.
Dahggial desconfiaba. No existía persona por la que pondría las manos en el fuego y menos que menos una ninfa de las aguas, conocidas por usar sus poderes de forma rastrera para alimentarse de los ilusos obnubilados por sus encantos.
- Baja el arma, estás ofendido porque usé la imagen de tus seres queridos… pido perdón por el sacrilegio, aún nosotras con nuestra longevidad cometemos errores.
Tenía razón, en el fondo, no quería que corriera más sangre. Solo quería descansar, regocijarse de su victoria personal en soledad, por ello, guardó la espada preparándose para lo peor. - Si esos desgraciados te tuvieron en una caja entonces debes tener hambre, estar herida, y con sueño.
Acto seguido, la arropo con mantas de piel (estaba totalmente desnuda y era incómodo ver a su hija así) preparó cortes de verdura con caldo en el fuego y puso frutas frescas en un bol antes de servir abundante agua en una jarra. Todo eso, como una montaña, lo ubicó en la mesa y espero a que ella lo acompáñese cuando se sintiera cómoda.
- ¿No dijiste que no me harías daño? Bien, yo tampoco, ven y come, entonces. – Propuso calmado.
La ninfa, o hada, lo que fuese, se sentó adoptando la figura de una mujer de ensueño, pelirroja, pecosa, alta y blanca como la nieve que le devolvía una mirada penetrante con pupilas celestes. No era una transformación pomposa, el truco era imperceptible, en un segundo tenía una forma y al siguiente, otra.
- Eres habilidosa, vi a una mujer así en una de las batallas que libre. Era una viuda, lloraba sobre el cuerpo de un soldado caído, lamentablemente para ambos yo estaba del lado ganador.
- ¿Te arrepientes de asesinar?
- A veces. Algunas guerras tienen causas más nobles, otras, solo nos tratan a los hombres como peones. Hoy me siento muy bien, las muertes de hoy me harán dormir tranquilo como un bebé, por si te lo preguntas.
De a poco, notó que la fémina se acercaba más a él. Perdía el miedo y soltaba su lengua. Era el poder que tenía el agua fresca de manantial y las frutas de estación, que dejaban la lengua picando de dulzor.
Le relató entre bocados las torturas de los bandidos de Rosablanca, los insultos que le proferían, el estoicismo con el que soporto los maltratos con la esperanza de tener una oportunidad. Ella a pesar de que se consideraba un ser benévolo, que usaba sus poderes solo para alimentarse, no lamentaba la cruenta muerte de esos hombres. También se preguntaron sobre sus procedencias, y a medida que se conocían más y más, la forma de ella iba cambiando sin que el dijera nada al respecto. Poco a poco, dejó de adoptar la apariencia de viejas visiones del hombre y cayendo en un embrujo involuntario, ya no encontró nada más en que convertir su faz.
Pasaron horas, comieron, rieron, y hasta se sonrieron cuando se percataron de que la tarde estaba avanzada hasta consumirse en la oscuridad de la noche.
- Por fin te veo, como quien no quiere la cosa, en tu forma original.
Era una lymnade de alas trasparentes delicadas que se desplegaron como abanicos de aire en su espalda, la piel era blanca como el mármol, su rosto afilado y su cabello áureo y ondulado. Sus ojos eran totalmente negros, como si tuviera una porción de cielo estrellado en sus cuencas. Eran amuletos hipnóticos, casi peligrosos, como si esa mirada lo observara no solo a él, sino su historia, pasado, presente y futuro. Tenía orejas pequeñas y puntiagudas repletas de aretes y colgantes.
- A pesar de todo, me has mostrado tu esencia humana, y he comprendido con ojos que ustedes no tienen, que no solo no corro más peligro a tu lado, sino que también estoy ante un alma caritativa.
El hombre negó con la cabeza. No se consideraba un alma caritativa, dependía de qué lado se daba el veredicto, como todo guerrero vivo, se había encontrado siempre del lado correcto de la espada.
- Solo fui un pobre desgraciado que quería vivir con su familia y trabajar. No me importa tu juicio, criaturilla, ya considero que lo perdí todo y hoy, creo que le puse un correcto punto final a este viaje. – Sentenció dejando la frasca vacía sobre la mesa. Él ya no tomaba agua, sino ardiente aguamiel que le estaba aflojando el hocico barbado. – Todo lo que pase de ahora en más lo considero, irrisorio. Mi destino esta sellado.
Acercándose a la hermosa encarnación del bosque, tomó su rostro con delicadeza admirando la fascinante arquitectura en su diseño, en especial, el vació insoldable de sus ojos negros, en los que veía su propia mirada reflejada y en el reflejo de la suya, el rebote de los ojos de ella.
- Quédate o márchate, solo te pido que les digas a tu gente que no todos somos salvajes. – Dijo soltando su rostro con suavidad. – No todos los hombres somos como tus captores, que te quede claro. Todavía quedamos nobles y simples.
Estaba a punto de apagar la lámpara de aceite e irse a dormir dejando a la criatura a su suerte, cuando esta lo tomo de la mano, más radiante que nunca. Con esos ojos hipnóticos clavados a los suyos.
- No podría irme sin dejar una recompensa – Expresó acercándose hasta quedar frente a él, que le sacaba más de media cabeza. - ¿Qué no lees los cuentos y leyendas sobre hadas? Siempre damos grandes riquezas a quienes nos ayudan desinteresadamente.
- Mi única riqueza me la arrebataron. – Intento razonar. - Ahora mi riqueza es mi victoria, no necesito nada más.
- Que poca imaginación, humano.
La criaturilla, como una imagen celestial, se acercó de manera sugestiva, dejando caer las mantas que le había dado para que se cubriera, revelando un cuerpo tan prístino, tan virginal que lo dejó con la boca abierta. También, muy erótico para ser de los llamados, seres de luz.
- Se supone que las hadas sean, inocentes, castas, puras…
- También se supone, humano, que mis señales son claras ¿Debo transformarme para que me dejes obsequiarte la única recompensa que puedo darte tras tamaña victoria obtenida? – El hada era preciosa tal como estaba, el hombre entendía todo a pesar de que ella pensaba que no, solo que no podía creer que, tras cumplir su venganza, una criatura benigna tan bella se le estaba insinuando de forma tan directa.
- Esto está yendo al revés, pensé que serías tú el que me forzaría a esta situación, no yo. – Insistió pasándole un dedo por la camisa abotonada (se la había cambiado cuando lo dejaron a solas con la jaula) notando que sus manos eran palmeadas y sus dedos estaban rematados en garras. – Pensé que dominarías mi cuerpo con tu fuerza de hombre, que sucumbirías como todos ante mi belleza vulnerable… no eres como los demás, “Héroe de Nerfil”, y eso me gusta.
Dahggial dibujo una media sonrisa y pegó su cuerpo a ella antes de tomarla del rostro y besarla, en parte para que deje de hablar, en parte porque no encontraba las palabras para expresar sus sentimientos, y por supuesto, porque era lo más perfecto que había visto desde su esposa…
A pesar de que tenía sentimientos encontrados sobre besar a una mujer, o a “alguien” tras tantos años del asesinato de su amada, no dejó de hurgar dentro de la boca de la ninfa, esperando que el alma de su amada, entendiera que había sido un hombre solitario y casto por demasiado tiempo. Ahora que había vengado la memoria de su familia, sentía que se debía un poco del placer que se negó por tantos años de estoicismo.
A los pocos minutos de estar compenetrado con el beso, sintió en su boca un ardor que le hizo abrir los ojos de súbito, cuando quiso despegarse de ella su cuerpo estaba paralizado de una extraña sensación de placer, sus extremidades no le respondían, su mente se sintió atrapada en un cascaron ingrávido en caída libre. El hada se dio cuenta y despegó su dulce boca.
- ¿Qué demonios fue eso? ¿Intentas drogarme o algo así? – Preguntó extrañado. De haber sido una trampa mortal, habría sido eficiente. Sentía en su cuerpo nuevas formas de placer que, a su edad, ni siquiera sabía que existían.
- Fue algo propio de mi fisiología, algo propio de mis besos, no lo puedo controlar, lo siento, es el veneno que utilizo para que mis presas no ofrezcan resistencia, no creo que te haya desagradado de todas formas, con el tiempo hasta podrías acostumbrarte.
Era verdad, era como una nueva sensación imposible de describir, como si de joven, sin explicación previa, lo hubieran masturbado contra su voluntad, fue como una explosión de placer que no sabía que podía sentir ¿Era de verdad placentera esa sensación tan desconocida? ¿O tan solo se trataba del shock de la sorpresa? Al segundo intento, mejor preparado y con mayor ímpetu, volvió a unir su boca a la suya y esta vez resistió el efecto narcótico del hada mucho mejor. Pudo tomarla de los cabellos y la cadera desnuda mientras sus lenguas se atacaban entre sí.
De hecho, era como un nuevo tipo de orgasmo, su cuerpo se dormía de placer al igual que en una parálisis del sueño, mientras que ese ardor cálido y estimulante, viajaba de sus labios a todo su cuerpo como olas, otorgándole pequeñas descargas nerviosas.
- No sé qué tienen tus besos, solo sé que me voy a divertir desentrañando todos tus secretos.
Con su fuerza, la tomó de las nalgas, pulposas y rebosantes de redondez y la acostó en su mesa, no sin antes arrojar todos los cacharros al suelo de un manotazo para hacerla suya con sus labios gruesos y masculinos. Ella era la femineidad personificada, una piel prístina, exquisita en cada beso, como si su piel se hiciera caramelo en sus labios, unos pechos generosos y redondos que se bamboleaban como frutos maduros con cada espasmo de placer suyo, coronados por dos pezones rosados y esponjosos que no conocían imperfección alguna.
A ellos se dirigió con soltura, para deleitarse con tal suavidad que obsequiaban hasta que producto de la excitación, se endurecieron abrazados por sus labios mientras succionaba, y allí se llevó una segunda, enorme sorpresa.
Levanto la cabeza, la miró, se relamió y la vio sonreír con deleite. Ella le imploró continuar.
- Vamos, no me dejes así, tan llena, bebe mi néctar.
No tenía sentido, era un hada, un tipo de ella, una cambia-formas, una lymnade. Se suponía que eran seres ancestrales que vivían desde el origen del tiempo, o que bien, nacían de huevos, sin mamas como los mamíferos. Sin embargó de esos pezones salía esa sustancia tan dulce, tan caliente y espesa como la mejor leche de madre.
- Solo dime una cosa ¿Es un juego mental y en realidad estoy revolcándome con la boca largando espuma ahora mismo?
Ella río con firmeza.
- ¡Claro que no, humano tonto! – Dijo tomándose sus senos y exprimiéndolos hasta hacerles brotar su blanco jugo. - Tú no sabes la verdad, solo diré que hace varias generaciones que nuestra casta no es tan pura como solía ser, así que tenemos en la sangre atributos de otras razas… - Sentándose en la mesa, poniendo sus tetas a la altura de la cabeza del guerrero. - En mi caso, heredé el don de producir el conocido néctar maternal que ustedes necesitan para crecer sanos y fuertes.
El hombre, sin si quiera analizar la situación se inclinó mientras la observaba a los ojos… ella era una invitación a todos los pecados concebidos, incluso aquellos que escapaban a su comprensión. Dahggial cerró los ojos y comenzó a succionar esas tetas de mil formas hasta sentirse envigorizado por esa leche. Sin importarle el espectáculo que daba, ni la impresión que le causaba esa dulce leche, continuó su labor de la manera más rítmica posible…
Tsch tsch tsch tsch tsch…
Aunque quizás era un demonio, quizás una súcubo, ya no le importaba, ni el pasado le pesaba, hasta los explosivos sucesos de la mañana los percibía difusos y lejanos como un espejismo. Toda su realidad se reducía a aquel ente de fantasía que personificaba la lujuria obsequiándole sensaciones que no podía explicar con palabras. Esa leche le dio una fuerza y un vigor que no podía describir, de haberla probado antes, podía haberse enfrentado a los Rosablancas mano a mano.
- Siento que puedo fornicar con un harem de emperador, es algo increíble… - Y continuó alimentándose del segundo pezón, dejando al anterior blanco de leche y brillante.
- Lo sé, tus pantalones están sintiendo el vigor y ya ni aguantan. - Las manos del hada le bajaron la prenda baja para encontrar sus genitales, a los que acarició por todos lados, desde todas direcciones.
Sus dedos cálidos y suaves le masturbaron mientras recibía el elixir de su leche y sentía que ya estaba generando de la suya. Sabía bien como generar placer con sus manos, le acariciaba los testículos con gusto mientras terminaba su ambrosia feérica. Los dedos de la ninfa eran hábiles, sus uñas, aunque afiladas, propiciaban caricias delicadas y certeras.
- Si me hubieran dicho que hoy cumpliría mi venganza y además probaría leche de hada, habría pensado que…
- Hablas demasiado, humano. - Y el hada lo besó como una posesa, dejando en claro que quería más acción que charla. ¿Quién lo hubiera dicho? El hada delicada era la lujuriosa y el hombre guerrero, sucio y traspirado, quería conversar.
Demostrando que podía ser salvaje, le saco todo lo de arriba de a jirones para llenarle los pectorales marcados y velludos de besos muy sonoros, la lymnade se incorporó desplegando sus alas trasparentes e intercambio lugares con él, arrojándolo contra la mesa con una facilidad que era atemorizante… daba mucho para pensar, sin dudas de haber querido matarlo lo hubiera hecho ni bien la liberó, también si podía manipular a un hombre de su tamaño con tanta facilidad era dudoso que haya estado en una simple jaula de madera por tanto tiempo, siendo sometida por simples bandidos.
Sin dudas ella no quería que perdiera el tiempo con reflexiones sin sentido, cuando comenzó a usar sus labios narcóticos para realizarle una felación, el hombre conoció una nueva forma de éxtasis.
- Por todos los dioses, ni siquiera me pediste que me la limpiara con agua primero, te la tragaste sucia como está… - Susurró quitándole los cabellos dorados del rosto, para deleitarse con la visión de un ente de luz succionando de su rabo con total devoción.
Ella no dijo nada, se limitó a seguir engullendo de forma continua mientras se deleitaba con otras ramificaciones de su cuerpo, como sus grandes testículos y la intersección sudorosa entre sus genitales y las piernas. Sus labios se sentían tan bien deslizándose como una segunda piel sobre su falo, era tan ardiente y húmeda que parecía hecha para conectarse a él. Su pene parecía no poder resistir tal contacto, las venas le latían y el cabezal estaba rojo como los labios de una prostituta.
- Lo haces muy bien, pequeña… - Sintiendo como su lanza traspasaba un poco más lo límites de su garganta… ella sabía jugar duro. La lymnade se incorporó y le guiñó un ojo en un gesto que la volvió muy humana por un instante.
Sobre esa mesa las posiciones variaron, más siempre mantuvieron sus manos ocupadas, las de ella se aferraban a las nalgas del hombre para impulsarse contra el tronco, mientras que la de él le acariciaban el cuerpo como a una amante de toda la vida, tocaban su cabello, sus pequeñas orejas puntiagudas, y por supuesto, sus zonas más erógenas.
- Por los dioses, tienes una ranura que es una obra de arte... tan virgen, tan suave y cerrada que no creo que ni siquiera la hayas usado para orinar.
- Orino, fornico, hago todo lo que ustedes hacen y más. – Dijo por fin, tras minutos incontinuos de succión.
La ninfa se deslizo sobre la mesa de áspera madera como sirviéndose en bandeja, allí acostada boca arriba desplegó sus piernas sin dejar de succionar concentrada, a ojos cerrados, fue ahí cuando el hombre pudo observar esa vulva sobrenatural, tan suave, rosada y delicada. Todas sus partes eran un canto al erotismo y la virginidad, parecía mentira que había sido usada por quién sabe cuánto tiempo por la más sucia calaña humana.
Lo que no tenía el mismo nivel de delicadeza era el lenguaje de Dahggial, que estaba comenzado a olvidar todo decoro por culpa de la concentración que mantener su eyaculación requería.
- Las vulvas de las putas que frecuenté eran bagres descamados en comparación, esto es el manjar más… ¡Auch!
- Menos palabras, humano. Quedas advertido. - Exigió tras clavarle una uña en un glúteo desde abajo, y para incentivarlo a callarse, se metió ambos testículos en la boca para sobarle todo el sudor como si fuera un dulce aperitivo. Parecía no tener ningún tipo de reparo por digerir efluvios masculinos.
- Una última cosa… dijiste que te habían violado los bandidos incansablemente, esta vagina no luce como si hubiera sido la funda de algún sable alguna vez. – Expresó estirándose para pasarle dos dedos por entre los suaves labios.
La ninfa entrecerró los ojos como preguntándose si de verdad quería saber la verdad.
- Solo usaron mi cabeza. Vaciaron su esperma en mí rostro y boca durante semanas, montones de hombres hicieron fila para relajarse antes de dormir, a veces más de una vez cada uno… ¿Eso querías saber? ¿Qué me mantuve viva con semen y fluidos masculinos por tanto tiempo?
- Pobre criaturilla, deja tranquila esa boca por un segundo, yo te traeré de vuelta al mundo del placer. - Y antes de que replicara o peor, le picara con las uñas, agregó: - De paso me callaré por un buen rato.
El guerrero se compadeció por el suplicio por el que la ninfa pasó, la cargó en brazos, la acostó sobre su camastro abierta de piernas y se sumergió como debió haber hecho hace tiempo, ensalivando a besos su cavidad entera primero, a lo bestia, como un sabueso muerto de sed, y cuando la empezó a escuchar gemir, fue por el clítoris a volverlo loco a besos y chupones prolongados.
- Aaaah, aaah, uuuuh, mmmm… - Se meneó la criaturilla, cerrando sus ojos totalmente ida. Peligrosamente, aferró la cabeza del guerrero y la oprimió sin poder controlar su fuerza.
El sabor era inigualable, no era de humana, era muy superior, como si fuera una muestra artificial mejorada de flujo, de sudor, hasta de orina, todo el paquete de experiencias afrodisíacas mejorado. La pobrecilla hasta se meaba de placer ante tanto despliegue bucal mientras le apresaba la cabeza con fuerza para retener sus labios vaginales pegados a los suyos.
- Aaaaah, aaaaah… por la Reina Kaasa, por Cassandra y toda la Isla de Ávalon… esto es demasiado… esos brutos jamás se preocuparon por darme placer. – Dijo con un hilillo de saliva cayendo de su boca como si fuera comatosa.
- Por eso eran escorias. – Susurró admirando su obra, la vagina bajo el parecía querer hablar de las contracciones que sufría. – Por eso están donde pertenecen, alimentando a los cerdos con sus restos putrefactos…
El hombre emergió tras hacerle un masaje vaginal muy prolongado con su lengua. Tras deleitarse con cada orificio que sus suaves labios mayores guarecían, succionando e ingiriendo cada gota de fluido que esa cavidad mítica tenía preparada para él, sintió a la lengua cansada de tanto hurgar, de tanto presionar y masajear esa vulva; después de todo, hacía tiempo que no le daba placer así a una señorita... o fémina de cualquier tipo.
- Es hora de que la meta ¿Por dónde? – Preguntó haciéndole sombra con su cuerpo musculado por años de trabajos forzados. Entre las piernas tenía su herramienta lista y alzada para usarse el tiempo que fuese necesario…
- ¿Dónde crees? - Y la criaturilla se abrió de piernitas enseñando los labios ensalivados dispuestos a penetrarse. - Es mi recompensa, mi virginidad.
- Hay cosas que no me cierran, me cuesta creer que te hayan podido someter para que usen tus labios y hayan podido usar tu vagina.
La lymnade le dedicó una mirada lujuriosa al generoso rabo delantero del guerrero, apoyado contra su vientre, llegaba con su glande más allá de su ombligo, no veía la hora de tenerlo presionándole hasta el diafragma, no obstante, tenía algo que aclararle o su parloteo no cesaría.
- Tontuelo, no puedo ser dominada por ningún hombre, pude asesinar a unos cuantos de los suyos con facilidad… no quedaron muy diferente a como los dejo tu explosivo. - Explicó pasándole las uñas de las manos por la quijada, dibujando pequeños surcos con ellas. - Digamos que… esa jaula, aunque era fuerte, era parte del juego para mí, yo no estaba encerrada por ellos, estaba jugando con ellos y sus miserables vidas, eran ellos prisioneros de mis deseos, debían ofrendarme incontables veces al día o los iba a aplastar como los gusanos patéticos que eran ¿Está claro ahora? ¿Entiendes que me privaste de mis juguetes y ahora necesito uno nuevo?
- Hablas demasiado.
En un ardiente beso que silenció su gemido de dolor, el hada de las aguas fue paralizada al sentir el falo despegar lo que estaba pegado, abrir lo que estaba cerrado, dilatar hasta el límite de lo sostenible su preciado huequito taponado. Llevó de una embestida fálica todo el himen al fondo de la vagina y una vez que tanteó el hueco en toda su gloria, siguió bombeándole placer hasta ponerle los ojos negros, en blanco, sucumbiendo así para siempre al simple hechizo de un buen polvo a la antigua.
Aunque Dahggial se había cobrado la primera sangre, no estaba ileso. Su espalda ya presentaba diez surcos sangrantes producto del incontenible dolor que la ninfa había sentido al perder su himen y pasar de tener un orificio con sus paredes pegadas, a un agujero del grueso de una muñeca sin escalas previas.
- ¡Por los doce ríos de Ávalon, esto me está volviendo loca! – Para controlarse, clavo las uñas en la mesa haciéndola crujir. La desgraciada a pesar de su fineza, tenía fuerza sobrehumana ya que el roble se partió.
A medida que el dolor inicial fue sucumbiendo al placer, la bombeó con los pies de ella en los hombros, luego las piernas a los costados y de varias maneras más sobre ese crujiente catre con almohadones de plumas, colchón de heno y gruesas mantas de piel de vacuna, de cordero y de nutria. En su otrora solitario nido le golpeteó el vientre desde adentro mientras se liberaban cada vez más… ella estaba sucumbiendo al placer total, profiriendo suaves gemiditos de primeriza. Una vez que el entrar y salir de pene sacó toda la sangre y los residuos, quedó el cálido flujo que hizo el coito más llevadero para ambos.
Las primeras veces solían ser cortas y dolorosas porque ni ellas ni ellos se daban el tiempo necesario para volverlas memorables… las mujeres los hacía terminar rápido por el dolor, o bien ellos eran precoces privando a la mujer de llegar al disfrute… En cambio, el sexo interespecies en la cabaña de Dahggial ya pasaba los cuarenta minutos ininterrumpidos. Él taponó por completo esa vagina y su glande no emergió para tomar aire ni una vez, ni siquiera cuando la cargó sobre sus manos, sosteniéndola bien del trasero, blando como almohadas, para darle los retoques finales.
No sabía si había alguna magia allí adentro o el coñito solo estaba apretado como meterla en un dedo de guante. Las venas del tronco le latían con violencia inusitada, cada vez le costaba más retener el caudal lácteo que se vaticinaba, que como un ariete quería vulnerar la última puerta y correrse como maremoto en lo más recóndito de la criatura fantástica.
- Me duele, aha aha aha termina, termina… - Exigió clavándole las uñasen sus trapecios. - Aha aha aha ahaaa… me duele mucho… te felicito, hombrecillo… no es fácil hacerme llegar a este punto tan embarazoso para mi especie.
- Ese tono no es de dolor, lo estás gozando como toda una puta de cantina. – le retrucó mirándola a los ojos mientras la balanceaba con sus brazos penetrándola con facilidad. – Tu cuerpo es una pluma, podría sostenerte por mucho más tiempo.
- Quiero tu semilla… completa la inseminación para que podamos pasar a otros divertimentos… te prometo que valdrá la pena.
Dehggial la besó nuevamente y aceptó sus pedidos ignorando que tenía cortes en toda la espalda y sobre los hombros. Sintiéndole el peso sobre sus manos fuertes, viéndole las alas vibrar de locura estando ella abrazada a él, le llenó el vientre con su semiente en un orgasmo casi desesperado en el que la estrelló contra una pared, ocasionando que los cristales de la ventana lindante retumben.
- Oh, oh, oh, oooooh... ummmmmh. – Exclamó contra su oído aferrada a él como si temiera caer a un abismo.
El hombre sintió algo chorreándose por su pierna sin saber si era leche ardiente o los flujos de la lymnade. Ya sea una sustancia, la otra o una combinación de ambas, ya llegaba a su talón y más pronto que tarde alcanzo el suelo de madera formando un charco.
El hada se liberó y en el segundo siguiente adopto una pose en cuclillas entre él y la pared para sorber el riachuelo seminal que le recorría toda la pierna, los residuos que le chorrearon por los huevos y tomar con la lengua las últimas gotas de semen que le brotaban del falo, mientras él, con las piernas temblorosas, se mantuvo de pie disfrutando de la lengua de la lymnade limpiándole el cuerpo al entero.
Dehggial notó algo que había pasado por alto en las paredes de la jaula desarmada en el centro de su cabaña: cada sección tenía un inconfundible agujero a la altura de la entrepierna de un hombre que en los tugurios de mala muerte eran llamados “puertas al paraíso” o “agujeros de gloria.”
Mientras él descubría esos detalles ella se la siguió chupando flácida, hasta que hizo algo inenarrable que ni siquiera sabía que dos labios podían hacer…
- Levanta una pierna, tengo un obsequio muy especial para darle a mi salvador. – Pidió mientras estaba ubicada prácticamente debajo de él, respirando contra sus testículos.
Aunque agotado, sin saber lo que iba a acontecer, obedeció y vaya sorpresa se dio cuando sintió los labios y la lengua de la criaturilla hurgando en su zona más íntima e impúdica, el centro de su orificio de atrás.
- ¡Espera! No tienes que hacerlo, no te rebajas a… esto. – Expresó con dificultad ya que los efectos de sus besos paralizantes volvían a surtir efecto. El guerrero quedó inmóvil como una estatua incapacitado para cambiar de posición, aunque con los estímulos dadores de placer incrementados en proporciones obscenas, a decir verdad, eso era tan o más placentero que la felación que le había obsequiado, ni siquiera sabía que esa parte de su cuerpo podía manejar tales niveles de disfrute.
- Tranquilo, tontuelo, deja de resistirte, no me obligues a usar más veneno. – Le amenazó mientras le separaba los glúteos para lamer su agujero con mayor comodidad, sin evitar ni por asomo el centro de su nudo. – No me estoy rebajando a nada, hay pocas cosas más hermosas para mí que obsequiarle placer a un buen hombre de todas las maneras posibles.
- No… lo niego… se siente… bien… es solo que… me preocupas. – A pesar de que su preocupación era genuina, ya no quería cambiar de posición.
- Uno de los bandidos me soltaba y me enseñaba alguna que otra cosa interesante como esta. – Informó entre lamida y lamida. – Sí no me daño entonces no hay manera de que me dañes.
La lymnade notó que el hombre había comenzado a masturbarse torpemente y ella apartó su mano para apoderarse de su rabo y proseguir la labor manual. Quería acaparar cada estímulo posible sin descuidar de su fetiche obsceno; su lengua no dejaba de pujar ni sus labios de besar el asterisco de forma constante, casi rítmica, obsequiándole la sensación de su respiración agitada contra él. Parecía mentira que un ente capaz de destrozarlo con sus manos en su lugar optaba por obsequiarle del placer más prohibido…
Con la mano libre ella estiró el pequeño agujero y teniéndolo dilatado, pudo interceder en el de manera oral con mayor prestancia, llegando tan profundo que los ojos del hombre se abrieron como platos. Cada lamida y cada ósculo obsequiado allí parecía ser más placentero que el anterior y por la manera en la que ella se prestaba para ello, lo disfrutaba tanto o más que él.
El hombre no tardó en volver a eyacular a pesar de que quería que el acto durase por siempre, quizás a nivel inconsciente se preocupaba tanto por la salud de ella que aceleró el orgasmo para que no siguiera sometiéndose a un acto tan morboso como poco higiénico.
- Deja ya tus tontas preocupaciones, hombre, podría hacerlo a diario hasta que termines pidiéndomelo. – Remató obsequiándole un sonoro beso negro antes de volver a incorporarse envolviéndolo con sus garras. Fue en ese momento que se percató de que no había medido del todo su fuerza y había usado sus garras de más.
No paso mucho hasta que ella lo acomodó en la cama y se colocó junto a él hecha un ovillo, envolviéndose y envolviéndolo con sus peculiares alas. La magia del encuentro apartó a la lujuria nuevamente, la pareja se observó a los ojos, se acarició y se conforto mutuamente hasta que se dispusieron a dormir.
El guerrero se mantuvo unos minutos despierto hasta que, por fin menciono: - Has hecho a este hombre feliz… de muchas maneras, no solo de la forma física, feliz a un punto que no pensé que podía volver a ser.
- Ya te lo dije, supe que no me harías daño y tenías mucho placer que dar… puedo ver más que las siluetas de aquellas que pasaron por tu vida, mucho más que recuerdos y sombras difusas que alguna vez despertaron algo en ti. Yo quería recibir un poco de esa pasión que tenías guardada.
- ¿Qué harás ahora que eres libre? Sabes que no voy a apresarte, ni someterte, ni que pudiera hacerlo de querer, me dejaste la espalda como un campo en temporada de siembra. – Mencionó acomodándose algo dolorido, sintiendo como la temperatura bajo las mantas y las flexibles alas de la lymnade aumentaba.
Antes de responder, ella suspiró, resignada a que el humano que le tocó en suerte, así como tenía lujuria contenida tenía montones de palabras.
- Me voy a quedar aquí a tu lado, tontuelo, al menos por un tiempo. Puedo adoptar la forma que quieras, los hoscos lugareños no notaran nada… solo espero que mi cuerpo en mi estado original pueda resistirlo. – Dijo apretujándole un pectoral con su mano palmeada.
- ¿En serio te hice daño? ¿Estarás bien después de lo de hoy?
- Por supuesto, no me hiciste daño, ya era hora de que perdiera esa… piel de sobra. Me siento un poco temblorosa, es todo. Siento el aire donde nunca lo había sentido, además de otras cosas hermosas.
- Una última cosa.
- ¿Si?
- ¿Cómo te llamas? Me pareció de mala educación preguntar mientras lo hacíamos, intuía que debía ser algo secreto como tu apariencia real.
- Ven aquí, grandulón, acércate.
Se besaron como dos amantes primerizos, lengua con lengua, envueltos en un abrazo que los enrosco a las sábanas y de improviso, acercó sus labios al oído para susurrarle su nombre al oído antes de que por fin se dispusieran a dormir: “Glyfaha”
Golpes inoportunos contra la puerta los arrancaron de su sueño por la mañana. El guerrero vio que recién amanecía, entre refunfuños, se tapó esperanzado por que se fueran si eran ignorados, se abrazó a Glyfaha para volver a dormir hasta que escuchó más golpes, así como cuchicheos detrás de ella.
Los visitantes volvieron a golpear la puerta, y otra vez. A Dahggial no le quedó más remedio que atenderlos al grito de: “¡Ya voy!” se vistió, la cubrió para que no la vean (con sumo respeto) y se desperezó.
- No recordaba cuando fue la última vez que dormí en una cama, podría salir y matarlos a todos, provocar una lluvia de sangre y vísceras. – Refunfuñó fastidiada bajo las pieles curtidas.
- Es buena idea, aunque mejor voy a ver quiénes son primero.
Al abrir la puerta vio cuatro parejas de padres con hijas frente a ellos con coronas de tulipán en las cabezas, una era rubia de pelo lacio y muy largo, una morocha bajita, pecosa de rostro de ensueño, una pelirroja de cabellos enrulados y por supuesto, una castaña. El aire fresco de la mañana golpeo su rosto mezclado con varias lociones y aceites diferentes, las jovencitas estaban bañadas y arregladas como si fueran a ser desposadas ¿Qué carajos era eso?
- ¿Van al sacrifico de vírgenes de las 11? ¿Qué quieren? – Preguntó mientras terminaba de abrocharse la camisa, ocultando los arañazos que le quedaron de la noche.
- Saludos, guerrero. – Empezó uno de los padres, con cautela.
- Venimos humildemente a ofrecerte más que nuestros respetos y agradecimiento, Dahggial, te conocimos por tu hazaña de ayer, la que nos salvó de tantas penurias futuras… - Explicó un tipo con pinta de campesino. - ¡Los cantos ya se elevan y hablan de la caída de los Rosablanca! Su líder, su mano de derecha, su señor de esclavos, todos volaron por los aires gracias a tus fuegos de artificio, la escuadra real marcha a los bosques de Xivilan para dar el golpe a…
- Vayan al grano… estuve celebrando en soledad y necesito volverá la cama, quizás no se hayan dado cuenta de lo temprano que es. – Exigió con fastidio reprimido.
- Elije a una de nuestras hijas para desposar, tu fama, tu hazaña, tu epopeya significa tanto para nosotros que te ofrecemos lo que más preciamos. – Dijo uno delos hombres tomado a su hija pelirroja de los hombros y colocándola frente a él como si fuera un escudo. – Mi joven Lyranta acaba de recibir su bautismo de sangre la semana pasada… esta lista para un hombre de su talla, señor.
- ¡No tienes por qué estar solo nunca más! - Agregó otro padre. – Podrías continuar la celebración en la mejor compañía, vuelve a la cama acompañado de mi Laurenia. – También el que tenía a la hija morocha se escudó tras ella. – Es complaciente y servil, además ya sabe los secretos de la anatomía masculina.
En efecto, ella era la única que parecía interesada en entrar en compañía del guerrero. Las demás tenían el desconcierto y el terror plasmado en sus rostros, no se las veía para nada entusiasmadas con la idea de ser entregadas a un extraño como si fueran cabras. La rubia y la castaña ni siquiera parecían entender lo que ocurría.
Dehggial observó más a fondo a todos los allí presentes, eran viejos tacaños, repugnantes y desesperados, interesados y anticuados, más deseosos de quitarse de encima a una boca que alimentar de sus familias que de forjar lazos duraderos y sanos con su prole.
- No voy a dar un discurso de moralidad… es demasiado temprano, estoy muy cabreado para eso y no lo entenderían, solo voy a decir que no me apetece desposar a nadie, ni dejar herederos, ni nada de lo que tienen pensado, así que, si me disculpan, tengo asuntos que atender. Esfúmense.
- ¡Espera, Dehggil somos flexibles y podemos mejorar la…
El hombre cerró la puerta con fuerza y la atrancó por si no captaron su indirecta.
Al observar hacia el interior de su casa, vio que Glyfaha estaba despierta, sentada en el camastro, desnuda, radiante, como si todo lo que hubiera ocurrido en la noche hubiera sido un sueño febril. Al desperezarse y desplegar sus alas, su cuerpo se despojó de las mantas de piel y dejo ver su cuerpo de ensueño una vez más.
- Es una costumbre común en las aldeas del norte, después de una guerra sangrienta a los grandes generales y a los héroes valerosos al regresar a sus hogares les ofrecen sus hijas vírgenes a cambio de pertenecer así a un linaje honorable, además, después de perder hombres en la batalla se busca fortalecer las filas para la siguiente. – Explicó restándole importancia, viendo por la claraboya que los visitantes estaban a varios metros de distancia rumbo a Nerfil.
- Las noches son frías, les hubieras dicho que podías aceptar un par para darte abrigo y que te cocinen, hombre tonto. – Dijo acercándose a él como una visión divina y besándolo nuevamente.
Dehggial además de devolverle el beso, la tomó entre sus brazos y la envolvió con fuerza, sintiendo sus alas, su cuerpo, toda su presencia pegada a su ser.
Epílogo
La explosión de los Rosablanca se cantó de taberna en taberna, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad. A día siguiente de su nacimiento, El Brazo de Hierro del Emperador, sus hombres más poderosos, lo reclutaron para que librara su última batalla que fue conocida como el Extermino del Bosque Xivilan, donde trescientos hombres acorazados cazaron como animales a los debilitados bandidos hasta el último desertor, el hechicero real descubrió los secretos de la semilla blanca y Dehggial fue condecorado en múltiples cortes hasta que pudo regresar a su hogar en las afueras de Nerfil, lugar escogido para ser su retiro definitivo.
Sus habitantes lo empezaron a ver cada vez con menos frecuencia, aunque eso no detuvo la prosperidad y crecimiento de pueblo. El gurrero se paseaba cada tanto con una desconocida y atractiva extranjera en sus visitas al centro, junto a ella, cada lugareño le tributaba en honor a su gesta y le obsequiaban cuanto podían por entera gratitud. Los pocos ojos que los veían aseguraban que la belleza de su mujer era sobrenatural, así como como el rejuvenecimiento y vigor que el guerrero de Nerfil ostentaba, con cada visita parecía haberse rejuvenecido un lustro.
No tardaron en verlo acompañado de uno, dos y hasta cuatro niños pequeños, dos varones y dos niñas. Se movían siempre en familia, Dehggial comenzaba a usar capucha como su señora, mientras que a los misteriosos niños se les atribuyeron habilidades y poderes que hicieron teorizar a los nerfileños que la mujer se trataba de una poderosa hechicera que había trasmitido sus artes malsanas a ellos.
Pasaron más de diez años desde la última visita del guerrero y su familia al irreconocible pueblo. De la casa de Dehggial no quedaban más que escombros, una mesa destruida, un catre desvencijado y una mata de polvo propio del abandono de una década, malas hierbas tapizando las paredes en pie. Nadie supo cuál fue el destino final del guerrero, algunas canciones poco serias hablaban de una contienda a muerte con la hechicera que tenía como mujer, en la que su destino encontró un épico final. Otras, aún más osadas, cantaron de una corrupción suya ante las artes prohibidas, lo único cierto, era que el héroe de Nerfil se había marchado sin decir adiós.
El hijo mayor del orfebre, uno de los que había visto la explosión de los Rosablancas con sus propios ojos, dice haber visto en una cacería en los Lagos Sempiternos, donde ningún lugareño se acercaba jamás, la silueta inconfundible del héroe nadando como un tritón en el lecho acuoso y verdoso del lago, acompañado de una hermosísima ninfa con orejas puntiagudas perforadas y alas que a su vez le servían como aletas. Lo vio emerger como un monstruo cubierto de algas y musgo con la ninfa abrazada a él desde atrás, dibujando surcos en su piel con sus garras y pasándole la lengua por un hombro musculoso. Acto seguido, antes de que el muchacho se marchara despavorido, juró y perjuró que casi una docena de cabezas de ninfas y tritones emergieron del lago como caparazones de tortuga saliendo a flote y todos ellos nadaron y se congregaron alrededor de Dehggial como si fuera una suerte de Señor del Lago.
Fin
Si les gustó no se olviden de puntuar, comenten, opinen, todo ayuda y me alienta a seguir escribiendo ;)
Es autoconclusivo, no necesitan leer nada antes. Sinceramente disfrute mucho releyendo algo mío tan viejo a la vez que lo mejoraba, fue una puesta en valor de una escultura a la que le sobraba material y le faltaba un pulido más fino.
Si les gusta este género podría ponerme escribir algo así, digamos que es el momento (tengo una lectora ávida de esta temática y nos compartimos escritos así) y no se preocupen por mis otras historias, ahora que voy tener tiempo libre las voy a avanzar.
Las lluvias recientes habían dejado el camino casi como un lodazal y el caballo tenía problemas empujando la carreta y sorteando los charcos más profundos, por dichos retrasos llegó a su destino, la aldea de Nerfil, varias horas tarde.
- A pesar de todo, allí esta…como siempre. – Susurró entre dientes un anciano encapuchado deteniendo al caballo que tiraba la carreta. – Quien posee el don de la paciencia no hay espera que… que, bueno, se me olvidó ¿Qué lo desespere?
Allí estaba su cliente más fiel, Dahggial, aguardando su llegada, taciturno como de costumbre. Vistiendo una camisa de lino acordonada que se mecía al viento, muñequeras gruesas de cuero y botas de piel.
- ¿Otros seis gramos Dahggial? – Le preguntó el mago caminante que le suministraba la preciada sustancia, pyronita. Un polvo amarillo brillante que incluso en esa mañana gris, centelleaba como diamantes.
Ya sabes que sí. – Pasándole sin perder tiempo las piezas de plata. Por más que no le gustaba tratar con magos, tenía adversarios fuertes que vencer y no podía darse el gusto de ser selectivo con sus comerciantes. Acheron el Caminante era el único que se tomaba la molestia de incluir a Nerfil en su ruta y Dahggial lo aprovechaba.
Todos en la aldea de Nerfil, incluso mago de los caminos se preguntaba porque el antiguo guerrero compraba seis gramos de ese polvo letal, (diez veces más potente que la pólvora, además de resistente al asilamiento y la humedad) con asiduidad religiosa.
- Como siempre, con cada paga buscas tan solo seis gramos. ¿Acaso te lo aspiras? – Bromeó sin sacarle la más mínima sonrisa. - ¿Qué uso le puede dar un campesino como tú?
- Ni se me había pasado por la cabeza ese uso... vaya que tienen ingenio ustedes los magos. – Le siguió la corriente.
- No tanto, si fuera ingenioso le hubiera aumentado el precio. – Expresó completando la transacción tras pesar con una pequeña báscula los 6 gramos, aunque no le molestaba darle algunos de más. – Eludes mi pregunta, campesino.
- Solo la acumulo para mis propósitos, y es tanta como puedo comprar con mi trabajo miserable. Gracias. - Se despidió tras tomar la bolsita con el polvo a la que colgaba en su cuello. Acto seguido, se marchó en su fiel caballo hacia su residencia en las afueras de Nerfil.
Los murmullos de las lugareñas solteronas y los hombres que pastoreaban sus animales cada vez eran más osados: “Ahí va el guerrero solitario…” “No es el mismo desde que los bandidos mataron a su familia.” “Mira su cara, esta enloquecido de soledad.” “Me pregunto si tendrá a alguien para calentar su catre.” Aunque podía evitar enterarse de las ensoñaciones de esas harpías, el hombre tenía que aprovechar el viaje para pertrecharse para la semana.
Como de costumbre, ignoró a todo el mundo y al llegar guardó la sustancia brillante junto con las demás en las urnas, junto a las cenizas de su familia. Ese día había llenado a rebosar la última de las cuatro urnas funerarias, la de Melisande, su esposa. Cada semana había comprado esa ínfima cantidad desde hace catorce años, desde que sobrevivió al día en el que hubiera preferido morir con sus hijos y su mujer, no dejo de trabajar hasta poder comprar ese combustible mágico raro en la cantidad justa.
- Ahora solo resta esperar a que los malnacidos regresen como siempre.
Los asesinos que habían confinado a ese buen hombre a la soledad, eran una de las facciones más letales, los Rosablanca. Cuyo nombre pomposo ya no engañaba a nadie, aquellos que eran capturados por ellos eran obligados a ingerir una misteriosa semilla blanca cuya procedencia solo su líder conoce. Esta hace que rosas espinosas crezcan en sus estómagos hasta hacerlos reventar en una muerte ni muy rápida, ni muy lenta, aunque extremadamente dolosa, de ahí el nombre, de ahí el terror que inspiraban, de ahí el temor de esas gentes simples y sus cobardías.
Tenían en jaque a varias aldeas de pastores y campesinos como esa. Exigían tributos exorbitantes o comida amenazando con quemar todo hasta los cimientos, capturar a las mujeres para esclavizarla sexualmente y a los niños para obligarlos a ingerir las semillas blancas sino cooperaban en los trabajos pesados.
Todo eso se iba a terminar, y más pronto de lo que Dahggial pensó, una paloma de su fiel amigo montañés a varios kilómetros de distancia, (uno de los pocos que tenía) le informó que estaban cruzando la montaña con destino a Nerfil. Venían por los tributos como el guerrero calculó.
- Les voy a hacer pagar a estos malnacidos. – Expresó haciendo crujir sus puños, calculando que tenía poco más de una hora hasta el arribo de los malvivientes.
Ensillando su caballo y partiendo hacia Nerfil llevando las urnas comenzó su misión En puntos estratégicos del centro de la aldea se movió con su corcel como una saeta colocando las vasijas conectadas por cuerdas de mechas y esperó a la llegada de los jinetes de la perdición.
- ¿Qué haces ahí solo con tu espada y armadura Dahggial? - Le preguntó un orfebre que vivía en la entrada, junto a la endeble muralla de madera acompañado de sus hijos varones.
El guerrero devenido en campesino dejo una pila de piedras frente a él, en cuclillas.
- Librarlos del infierno que es esta vida, eso hago. – Remató sacudiéndose las manos.
- ¿Quieres que nos maten a todos? – Preguntó consternada la pescadera.
- Señora, ya están muertos, solo que no lo saben. – Dijo observando como venía con las manos cargadas de las pocas riquezas que podía entregar, salmones en sal, algunas perlas, pieles curtidas, rollos de tela y piezas de cobre.
Con su armadura de malla, que alguna vez usó en el campo de batalla y su espada mandoble afilada aguardaba el momento. Algo avejentado, con cuarenta inviernos y algún que otro más que se le pasó por alto, el vientre no tan chato como antes y los brazos como de gorila por el trabajo pesado, no era rival para una lucha de uno contra uno, sin embargo, detrás la montaña llegó un regimiento de los Rosablancas levantando una polvareda.
La gente reunida para tributar cuchicheaba con preocupación por la presencia del guerrero.
- ¿Los vas a enfrentar? Ya preparamos parte de los tributos, quizás lo acepten… - Expresó preocupado el orfebre, que parecía encarnar el descontento y el desacuerdo de la muchedumbre.
- No llegamos a la tonelada de alimento, menos a las quinientas piezas de plata, Onslaum. Es hora de que alguien haga algo, no podemos seguir empobreciéndonos por culpa de esos bandidos y sus amenazas.
- ¡Si cometes actos heroicos te matarán como a un cerdo y luego quemarán todo y… ¡Auch!
Dahggial lo calló de un puñetazo y ordenó que se marcharan y lo dejaran solo. Los hijos de Onsalum detuvieron cualquier contrataque del viejo y todos los espectadores obedecieron al ver el rostro del orfebre medio hundido por el violento sacudón.
- Yo me encargaré de estos bastardos.
Los jinetes acorazados llegaron y se apiñaron frente al guerrero extrañados de ver a alguien interfiriendo en sus atracos. A pesar de ser bandidos, lucían con orgullo armaduras y armas de todo tipo frutos de sus hurtos más exitosos.
Cuando el líder se adelantó, le dedicó una mirada despectiva desde arriba de su majestuoso corcel, luego, se retiró el estilizado casco enseñando un cabello pulcramente enlazado en una larga trenza, cuando habló con voz delicada de sílfide, lo hizo en un tono despectivo e insolente, propio de quienes estaban acostumbrados a llevarse todo por delante y observar con desdén desde su caballo.
- ¿Tu nos detendrás de saquear esta pocilga, campesino pulgoso? – Peguntó echando la trenza hacia atrás. - Jojojo, gracioso, parece que además de llenarnos los bolsillos con su basura tendremos que ocuparnos en darles una lección.
Dos jinetes lo escudaron mientras asentían. Un enorme calvo de prominente barriga y un látigo espinoso atado a su cintura y un sujeto acorazado con dos espadas enfundadas en su espalda. Eran los famosos Señor de Esclavos y Mano Derecha del líder.
Se hizo un silencio en el que el guerrero casi pudo oler el miedo en los habitantes de Nerfil, sin embargo, Dahggial estaba tan sorprendido como complacido de que el despiadado líder estuviera encabezando la violenta comitiva.
- No metas a los demás en esto, estoy aquí por voluntad propia, incluso ellos intentaron detenerme. Váyanse y no regresen o sufrirán las consecuencias. - El solo recibió risotadas de más de nueve jinetes, todos en el momento y lugar equivocados, dado que, sin perder tiempo en diálogos ni contemplaciones, Dahggial alzo su claymore y la dejó caer con estrépito en una pila de piedras piritas, justo por donde pasaba el rastro de pyronita.
- ¡Miren al campesino correr! ¡Huye como una damisela en apuros!
- ¿¡Te arrepientes de tu osadía campesino!? ¿¡Acaso necesitas cambiar de pantalones con urgencia!?
- ¡Preparen sus armas! ¡Te haremos reventar de adentro para afuera por tu impertinencia! – Habló el líder a lo último, sin saber que serían sus últimas palabras.
En realidad, tenía una puerta de hierro a pocos metros en el suelo, al levantarla y sostenerla con unos maderos la dejó de pie para escudarse de la gigantesca explosión que les había preparado. Quedó sordo por varios minutos mientras trozos de caballos y cascos partidos caían del cielo como proyectiles. También torsos y miembros desgarrados en una milésima de segundo lo golpearon hasta que la lluvia de cuerpos se detuvo. Todos gritaban, aunque el sonido se perdía y no llegaba a su cabeza, cuando salió de su escondrijo, vio el espectáculo más hermoso: sus enemigos eran una masa de carne picada oscura con armaduras humeantes y miembros amputados temblorosos.
Los aldeanos no gritaban de terror, estaba vitoreándolo, cuando el sonido regreso al mundo, fue rodeado por docenas de personas agradecidas que lo cubrieron con sus manos y palmearon su espalda. Casi todos los jinetes estaban muertos y los pocos que sobrevivieron, murieron atacados por los hombres de la aldea que les clavaban horquillas afiladas. Era una victoria histórica.
- ¡Miré lo que encontré! – Exclamó el hijo mayor del orfebre al encontrar el cuerpo del altanero líder, vuelto picadillo por quedar en el epicentro dela explosión.
“¿Te lo tenías guardo he?” “Pensarán que hay un mago y no se acercarán nunca más.” “¡Te lo debemos todo!” “Hay un carromato con prisioneros ahí atrás…” Fue ese último comentario el que le paró la oreja. Librándose de la turba de gente, avanzó por el camino, rodeó el agujero de la explosión (que había tumbado toda la empalizada) y, en efecto, vio a dos caballos desmayados atados a un inmenso carromato de madera con jaulas volcadas cerradas.
- Que alguien atienda a estos caballos, con cuidado, la explosión los dejó atontados. – Revisando junto a otros vecinos, descubrió que la mayoría de las jaulas estaban vacías.
- Aquí estaríamos ahora de no ser por ti, de habernos dicho tu plan habríamos comprado nuestra parte de pyronita. – Dijo el peletero.
- A ti no te habrían encerado, te habrían matado. Ellos mantienen cautivas a las mujeres y niñas. – Le contradijo. – Y la pyronita es una sustancia inusual, si la hubiéramos comprado en grandes cantidades habríamos ocasionado sospechas, con 6 gramos se mantiene vivo el fuego de un hogar por una semana, por lo que no provocaría sospecha alguna.
No obstante, la principal razón por la que obró solo era simplemente que esa había sido su ansiada venganza.
- Ahora mi familia descansa en paz. – Susurró pensando en que sus cenizas mezcladas con el material explosivo habían dado muerte a aquellos mercenarios, su familia había sido partícipe de la venganza, al menos eso elegía creer.
Mientras reflexionaba, grande fue la sorpresa que se llevó por lo que vio a través de una claraboya de hierro en una jaula de madera totalmente tapiada, la única que no dejaba ver su contenido.
- Ayúdenme a llevar esta caja a mi casa, la tomo como recompensa del día. - Exigió tratando de parecer desinteresado.
Aunque algunos se observaron extrañados, ningún vecino se mostró contrariado o quiso saber el contenido de aquella enorme caja, intuyeron que debían ser monedas o joyas. Todos pensaron que era justo y que se lo merecía, dado que gracias a él podían usar los tributos para ellos. Aunque habían quedado sordos, por fin eran libres.
Sin hacer preguntas entraron a su casa con el curioso botín (apenas pasaba por la puerta) y lo dejaron solo para descansar.
La cabaña de Dehggial era bastante más grande que las de los otros aldeanos. De un ambiente, con una mesa circular, alacenas, estantes y una cocina a un lado y su catre en el extremo opuesto. Era de los pocos que tenían un hogar de ladrillo y cristales en las ventanas y algún que otro lujo de la época como pinturas y tapetes, aunque la higiene de los mismos dejaba mucho que desear. Como un monolito sagrado, la jaula entraba en el centro entre el camastro la mesa de manera justa, quizás era la única casa en la que podía quedar cómoda bajo techo.
Una vez que se aseó y se preparó mentalmente el guerrero se dispuso a liberar a… la cautiva.
- Bien, acabemos con esto. Sé muy bien que es imposible que seas ella. - Con su espada, cortó los goznes y las cuatro caras de la caja cayeron revelando a una mujer idéntica a su fallecida esposa. Por suerte, Dahggial era un hombre con nervios de acero como para dejarse engañar por magias y tretas de esa calaña.
En guardia, el guerrero se preparó para defenderse.
- ¿¡Qué eres!? ¿Un demonio? ¿Una bruja? - Apuntándola con su espada. El ser no respondía, y aunque no parecía asustado, observaba el filo sobre su cuello con mucho respeto.
- Ni bruja, ni demonio… soy otra cosa. – Contestó por fin, demostrando genuino terror ante la cercanía del filo de hierro.
- Sigo sin oír una respuesta… ¿Por qué te tenían capturada? – Estar calmado y decidido era lo mejor para no dejarse leer la mente, en efecto, la criatura pasó a explicarle.
- Soy un tipo de hada, una lymnade, puedo tomar la forma que quiera, incluso la de aquellos que guardas con mayor recelo en lo profundo de tu corazón.
A pesar de que escuchaba la voz de su esposa y veía su viva imagen, mantuvo su espada en alto con fuerza, esperando cualquier tipo de traición proveniente de la criatura, que seguía contando su terrible historia.
- Esos humanos me descubrieron en el lago Linfallim y me apresaron con redes y garrotes para mantenerme cautiva y violarme docenas de veces abusándose de mis poderes… ser alguien que puede transformarse en tus ensoñaciones más lujuriosas tiene sus desventajas, aunque también tiene ventajas. - Era cierto que podía cambiar de forma, ya que pasó a ser la viva imagen de su joven hija: Lyeef. – No me hagas daño, padre ¿Acaso quieres verme morir otra vez?
No obstante, que adoptara el manto de su hija, masacrada hace ya mucho tiempo frente a sus ojos, avivó la llama del odio que la venganza no pudo extinguir del todo.
- ¡Deja de transformarte, si me muestras tu verdadera forma bajaré la espada, de lo contrario, tus artimañas terminan aquí! – Expresó rozándola con el filo. - ¡Una triquiñuela más y te corto la cabeza, bestia!
- Las hadas no revelamos nuestra verdadera forma… - Se negó, algo sorprendida por su cambio de actitud.
- ¡Hazlo! ¡Mate a caballos y hombres hoy como si fueran lacras, no me obligues a hacerlo, criatura!
- Veo en tu interior… - La mano de su hija desnuda se posó en el pecho del hombre. - Tu familia muerta, la veo clara como en pinturas, por eso puedo volverme como ellos, créeme, no busco maldad. Como tú, no tengo deseos de derramar más sangre.
Dahggial desconfiaba. No existía persona por la que pondría las manos en el fuego y menos que menos una ninfa de las aguas, conocidas por usar sus poderes de forma rastrera para alimentarse de los ilusos obnubilados por sus encantos.
- Baja el arma, estás ofendido porque usé la imagen de tus seres queridos… pido perdón por el sacrilegio, aún nosotras con nuestra longevidad cometemos errores.
Tenía razón, en el fondo, no quería que corriera más sangre. Solo quería descansar, regocijarse de su victoria personal en soledad, por ello, guardó la espada preparándose para lo peor. - Si esos desgraciados te tuvieron en una caja entonces debes tener hambre, estar herida, y con sueño.
Acto seguido, la arropo con mantas de piel (estaba totalmente desnuda y era incómodo ver a su hija así) preparó cortes de verdura con caldo en el fuego y puso frutas frescas en un bol antes de servir abundante agua en una jarra. Todo eso, como una montaña, lo ubicó en la mesa y espero a que ella lo acompáñese cuando se sintiera cómoda.
- ¿No dijiste que no me harías daño? Bien, yo tampoco, ven y come, entonces. – Propuso calmado.
La ninfa, o hada, lo que fuese, se sentó adoptando la figura de una mujer de ensueño, pelirroja, pecosa, alta y blanca como la nieve que le devolvía una mirada penetrante con pupilas celestes. No era una transformación pomposa, el truco era imperceptible, en un segundo tenía una forma y al siguiente, otra.
- Eres habilidosa, vi a una mujer así en una de las batallas que libre. Era una viuda, lloraba sobre el cuerpo de un soldado caído, lamentablemente para ambos yo estaba del lado ganador.
- ¿Te arrepientes de asesinar?
- A veces. Algunas guerras tienen causas más nobles, otras, solo nos tratan a los hombres como peones. Hoy me siento muy bien, las muertes de hoy me harán dormir tranquilo como un bebé, por si te lo preguntas.
De a poco, notó que la fémina se acercaba más a él. Perdía el miedo y soltaba su lengua. Era el poder que tenía el agua fresca de manantial y las frutas de estación, que dejaban la lengua picando de dulzor.
Le relató entre bocados las torturas de los bandidos de Rosablanca, los insultos que le proferían, el estoicismo con el que soporto los maltratos con la esperanza de tener una oportunidad. Ella a pesar de que se consideraba un ser benévolo, que usaba sus poderes solo para alimentarse, no lamentaba la cruenta muerte de esos hombres. También se preguntaron sobre sus procedencias, y a medida que se conocían más y más, la forma de ella iba cambiando sin que el dijera nada al respecto. Poco a poco, dejó de adoptar la apariencia de viejas visiones del hombre y cayendo en un embrujo involuntario, ya no encontró nada más en que convertir su faz.
Pasaron horas, comieron, rieron, y hasta se sonrieron cuando se percataron de que la tarde estaba avanzada hasta consumirse en la oscuridad de la noche.
- Por fin te veo, como quien no quiere la cosa, en tu forma original.
Era una lymnade de alas trasparentes delicadas que se desplegaron como abanicos de aire en su espalda, la piel era blanca como el mármol, su rosto afilado y su cabello áureo y ondulado. Sus ojos eran totalmente negros, como si tuviera una porción de cielo estrellado en sus cuencas. Eran amuletos hipnóticos, casi peligrosos, como si esa mirada lo observara no solo a él, sino su historia, pasado, presente y futuro. Tenía orejas pequeñas y puntiagudas repletas de aretes y colgantes.
- A pesar de todo, me has mostrado tu esencia humana, y he comprendido con ojos que ustedes no tienen, que no solo no corro más peligro a tu lado, sino que también estoy ante un alma caritativa.
El hombre negó con la cabeza. No se consideraba un alma caritativa, dependía de qué lado se daba el veredicto, como todo guerrero vivo, se había encontrado siempre del lado correcto de la espada.
- Solo fui un pobre desgraciado que quería vivir con su familia y trabajar. No me importa tu juicio, criaturilla, ya considero que lo perdí todo y hoy, creo que le puse un correcto punto final a este viaje. – Sentenció dejando la frasca vacía sobre la mesa. Él ya no tomaba agua, sino ardiente aguamiel que le estaba aflojando el hocico barbado. – Todo lo que pase de ahora en más lo considero, irrisorio. Mi destino esta sellado.
Acercándose a la hermosa encarnación del bosque, tomó su rostro con delicadeza admirando la fascinante arquitectura en su diseño, en especial, el vació insoldable de sus ojos negros, en los que veía su propia mirada reflejada y en el reflejo de la suya, el rebote de los ojos de ella.
- Quédate o márchate, solo te pido que les digas a tu gente que no todos somos salvajes. – Dijo soltando su rostro con suavidad. – No todos los hombres somos como tus captores, que te quede claro. Todavía quedamos nobles y simples.
Estaba a punto de apagar la lámpara de aceite e irse a dormir dejando a la criatura a su suerte, cuando esta lo tomo de la mano, más radiante que nunca. Con esos ojos hipnóticos clavados a los suyos.
- No podría irme sin dejar una recompensa – Expresó acercándose hasta quedar frente a él, que le sacaba más de media cabeza. - ¿Qué no lees los cuentos y leyendas sobre hadas? Siempre damos grandes riquezas a quienes nos ayudan desinteresadamente.
- Mi única riqueza me la arrebataron. – Intento razonar. - Ahora mi riqueza es mi victoria, no necesito nada más.
- Que poca imaginación, humano.
La criaturilla, como una imagen celestial, se acercó de manera sugestiva, dejando caer las mantas que le había dado para que se cubriera, revelando un cuerpo tan prístino, tan virginal que lo dejó con la boca abierta. También, muy erótico para ser de los llamados, seres de luz.
- Se supone que las hadas sean, inocentes, castas, puras…
- También se supone, humano, que mis señales son claras ¿Debo transformarme para que me dejes obsequiarte la única recompensa que puedo darte tras tamaña victoria obtenida? – El hada era preciosa tal como estaba, el hombre entendía todo a pesar de que ella pensaba que no, solo que no podía creer que, tras cumplir su venganza, una criatura benigna tan bella se le estaba insinuando de forma tan directa.
- Esto está yendo al revés, pensé que serías tú el que me forzaría a esta situación, no yo. – Insistió pasándole un dedo por la camisa abotonada (se la había cambiado cuando lo dejaron a solas con la jaula) notando que sus manos eran palmeadas y sus dedos estaban rematados en garras. – Pensé que dominarías mi cuerpo con tu fuerza de hombre, que sucumbirías como todos ante mi belleza vulnerable… no eres como los demás, “Héroe de Nerfil”, y eso me gusta.
Dahggial dibujo una media sonrisa y pegó su cuerpo a ella antes de tomarla del rostro y besarla, en parte para que deje de hablar, en parte porque no encontraba las palabras para expresar sus sentimientos, y por supuesto, porque era lo más perfecto que había visto desde su esposa…
A pesar de que tenía sentimientos encontrados sobre besar a una mujer, o a “alguien” tras tantos años del asesinato de su amada, no dejó de hurgar dentro de la boca de la ninfa, esperando que el alma de su amada, entendiera que había sido un hombre solitario y casto por demasiado tiempo. Ahora que había vengado la memoria de su familia, sentía que se debía un poco del placer que se negó por tantos años de estoicismo.
A los pocos minutos de estar compenetrado con el beso, sintió en su boca un ardor que le hizo abrir los ojos de súbito, cuando quiso despegarse de ella su cuerpo estaba paralizado de una extraña sensación de placer, sus extremidades no le respondían, su mente se sintió atrapada en un cascaron ingrávido en caída libre. El hada se dio cuenta y despegó su dulce boca.
- ¿Qué demonios fue eso? ¿Intentas drogarme o algo así? – Preguntó extrañado. De haber sido una trampa mortal, habría sido eficiente. Sentía en su cuerpo nuevas formas de placer que, a su edad, ni siquiera sabía que existían.
- Fue algo propio de mi fisiología, algo propio de mis besos, no lo puedo controlar, lo siento, es el veneno que utilizo para que mis presas no ofrezcan resistencia, no creo que te haya desagradado de todas formas, con el tiempo hasta podrías acostumbrarte.
Era verdad, era como una nueva sensación imposible de describir, como si de joven, sin explicación previa, lo hubieran masturbado contra su voluntad, fue como una explosión de placer que no sabía que podía sentir ¿Era de verdad placentera esa sensación tan desconocida? ¿O tan solo se trataba del shock de la sorpresa? Al segundo intento, mejor preparado y con mayor ímpetu, volvió a unir su boca a la suya y esta vez resistió el efecto narcótico del hada mucho mejor. Pudo tomarla de los cabellos y la cadera desnuda mientras sus lenguas se atacaban entre sí.
De hecho, era como un nuevo tipo de orgasmo, su cuerpo se dormía de placer al igual que en una parálisis del sueño, mientras que ese ardor cálido y estimulante, viajaba de sus labios a todo su cuerpo como olas, otorgándole pequeñas descargas nerviosas.
- No sé qué tienen tus besos, solo sé que me voy a divertir desentrañando todos tus secretos.
Con su fuerza, la tomó de las nalgas, pulposas y rebosantes de redondez y la acostó en su mesa, no sin antes arrojar todos los cacharros al suelo de un manotazo para hacerla suya con sus labios gruesos y masculinos. Ella era la femineidad personificada, una piel prístina, exquisita en cada beso, como si su piel se hiciera caramelo en sus labios, unos pechos generosos y redondos que se bamboleaban como frutos maduros con cada espasmo de placer suyo, coronados por dos pezones rosados y esponjosos que no conocían imperfección alguna.
A ellos se dirigió con soltura, para deleitarse con tal suavidad que obsequiaban hasta que producto de la excitación, se endurecieron abrazados por sus labios mientras succionaba, y allí se llevó una segunda, enorme sorpresa.
Levanto la cabeza, la miró, se relamió y la vio sonreír con deleite. Ella le imploró continuar.
- Vamos, no me dejes así, tan llena, bebe mi néctar.
No tenía sentido, era un hada, un tipo de ella, una cambia-formas, una lymnade. Se suponía que eran seres ancestrales que vivían desde el origen del tiempo, o que bien, nacían de huevos, sin mamas como los mamíferos. Sin embargó de esos pezones salía esa sustancia tan dulce, tan caliente y espesa como la mejor leche de madre.
- Solo dime una cosa ¿Es un juego mental y en realidad estoy revolcándome con la boca largando espuma ahora mismo?
Ella río con firmeza.
- ¡Claro que no, humano tonto! – Dijo tomándose sus senos y exprimiéndolos hasta hacerles brotar su blanco jugo. - Tú no sabes la verdad, solo diré que hace varias generaciones que nuestra casta no es tan pura como solía ser, así que tenemos en la sangre atributos de otras razas… - Sentándose en la mesa, poniendo sus tetas a la altura de la cabeza del guerrero. - En mi caso, heredé el don de producir el conocido néctar maternal que ustedes necesitan para crecer sanos y fuertes.
El hombre, sin si quiera analizar la situación se inclinó mientras la observaba a los ojos… ella era una invitación a todos los pecados concebidos, incluso aquellos que escapaban a su comprensión. Dahggial cerró los ojos y comenzó a succionar esas tetas de mil formas hasta sentirse envigorizado por esa leche. Sin importarle el espectáculo que daba, ni la impresión que le causaba esa dulce leche, continuó su labor de la manera más rítmica posible…
Tsch tsch tsch tsch tsch…
Aunque quizás era un demonio, quizás una súcubo, ya no le importaba, ni el pasado le pesaba, hasta los explosivos sucesos de la mañana los percibía difusos y lejanos como un espejismo. Toda su realidad se reducía a aquel ente de fantasía que personificaba la lujuria obsequiándole sensaciones que no podía explicar con palabras. Esa leche le dio una fuerza y un vigor que no podía describir, de haberla probado antes, podía haberse enfrentado a los Rosablancas mano a mano.
- Siento que puedo fornicar con un harem de emperador, es algo increíble… - Y continuó alimentándose del segundo pezón, dejando al anterior blanco de leche y brillante.
- Lo sé, tus pantalones están sintiendo el vigor y ya ni aguantan. - Las manos del hada le bajaron la prenda baja para encontrar sus genitales, a los que acarició por todos lados, desde todas direcciones.
Sus dedos cálidos y suaves le masturbaron mientras recibía el elixir de su leche y sentía que ya estaba generando de la suya. Sabía bien como generar placer con sus manos, le acariciaba los testículos con gusto mientras terminaba su ambrosia feérica. Los dedos de la ninfa eran hábiles, sus uñas, aunque afiladas, propiciaban caricias delicadas y certeras.
- Si me hubieran dicho que hoy cumpliría mi venganza y además probaría leche de hada, habría pensado que…
- Hablas demasiado, humano. - Y el hada lo besó como una posesa, dejando en claro que quería más acción que charla. ¿Quién lo hubiera dicho? El hada delicada era la lujuriosa y el hombre guerrero, sucio y traspirado, quería conversar.
Demostrando que podía ser salvaje, le saco todo lo de arriba de a jirones para llenarle los pectorales marcados y velludos de besos muy sonoros, la lymnade se incorporó desplegando sus alas trasparentes e intercambio lugares con él, arrojándolo contra la mesa con una facilidad que era atemorizante… daba mucho para pensar, sin dudas de haber querido matarlo lo hubiera hecho ni bien la liberó, también si podía manipular a un hombre de su tamaño con tanta facilidad era dudoso que haya estado en una simple jaula de madera por tanto tiempo, siendo sometida por simples bandidos.
Sin dudas ella no quería que perdiera el tiempo con reflexiones sin sentido, cuando comenzó a usar sus labios narcóticos para realizarle una felación, el hombre conoció una nueva forma de éxtasis.
- Por todos los dioses, ni siquiera me pediste que me la limpiara con agua primero, te la tragaste sucia como está… - Susurró quitándole los cabellos dorados del rosto, para deleitarse con la visión de un ente de luz succionando de su rabo con total devoción.
Ella no dijo nada, se limitó a seguir engullendo de forma continua mientras se deleitaba con otras ramificaciones de su cuerpo, como sus grandes testículos y la intersección sudorosa entre sus genitales y las piernas. Sus labios se sentían tan bien deslizándose como una segunda piel sobre su falo, era tan ardiente y húmeda que parecía hecha para conectarse a él. Su pene parecía no poder resistir tal contacto, las venas le latían y el cabezal estaba rojo como los labios de una prostituta.
- Lo haces muy bien, pequeña… - Sintiendo como su lanza traspasaba un poco más lo límites de su garganta… ella sabía jugar duro. La lymnade se incorporó y le guiñó un ojo en un gesto que la volvió muy humana por un instante.
Sobre esa mesa las posiciones variaron, más siempre mantuvieron sus manos ocupadas, las de ella se aferraban a las nalgas del hombre para impulsarse contra el tronco, mientras que la de él le acariciaban el cuerpo como a una amante de toda la vida, tocaban su cabello, sus pequeñas orejas puntiagudas, y por supuesto, sus zonas más erógenas.
- Por los dioses, tienes una ranura que es una obra de arte... tan virgen, tan suave y cerrada que no creo que ni siquiera la hayas usado para orinar.
- Orino, fornico, hago todo lo que ustedes hacen y más. – Dijo por fin, tras minutos incontinuos de succión.
La ninfa se deslizo sobre la mesa de áspera madera como sirviéndose en bandeja, allí acostada boca arriba desplegó sus piernas sin dejar de succionar concentrada, a ojos cerrados, fue ahí cuando el hombre pudo observar esa vulva sobrenatural, tan suave, rosada y delicada. Todas sus partes eran un canto al erotismo y la virginidad, parecía mentira que había sido usada por quién sabe cuánto tiempo por la más sucia calaña humana.
Lo que no tenía el mismo nivel de delicadeza era el lenguaje de Dahggial, que estaba comenzado a olvidar todo decoro por culpa de la concentración que mantener su eyaculación requería.
- Las vulvas de las putas que frecuenté eran bagres descamados en comparación, esto es el manjar más… ¡Auch!
- Menos palabras, humano. Quedas advertido. - Exigió tras clavarle una uña en un glúteo desde abajo, y para incentivarlo a callarse, se metió ambos testículos en la boca para sobarle todo el sudor como si fuera un dulce aperitivo. Parecía no tener ningún tipo de reparo por digerir efluvios masculinos.
- Una última cosa… dijiste que te habían violado los bandidos incansablemente, esta vagina no luce como si hubiera sido la funda de algún sable alguna vez. – Expresó estirándose para pasarle dos dedos por entre los suaves labios.
La ninfa entrecerró los ojos como preguntándose si de verdad quería saber la verdad.
- Solo usaron mi cabeza. Vaciaron su esperma en mí rostro y boca durante semanas, montones de hombres hicieron fila para relajarse antes de dormir, a veces más de una vez cada uno… ¿Eso querías saber? ¿Qué me mantuve viva con semen y fluidos masculinos por tanto tiempo?
- Pobre criaturilla, deja tranquila esa boca por un segundo, yo te traeré de vuelta al mundo del placer. - Y antes de que replicara o peor, le picara con las uñas, agregó: - De paso me callaré por un buen rato.
El guerrero se compadeció por el suplicio por el que la ninfa pasó, la cargó en brazos, la acostó sobre su camastro abierta de piernas y se sumergió como debió haber hecho hace tiempo, ensalivando a besos su cavidad entera primero, a lo bestia, como un sabueso muerto de sed, y cuando la empezó a escuchar gemir, fue por el clítoris a volverlo loco a besos y chupones prolongados.
- Aaaah, aaah, uuuuh, mmmm… - Se meneó la criaturilla, cerrando sus ojos totalmente ida. Peligrosamente, aferró la cabeza del guerrero y la oprimió sin poder controlar su fuerza.
El sabor era inigualable, no era de humana, era muy superior, como si fuera una muestra artificial mejorada de flujo, de sudor, hasta de orina, todo el paquete de experiencias afrodisíacas mejorado. La pobrecilla hasta se meaba de placer ante tanto despliegue bucal mientras le apresaba la cabeza con fuerza para retener sus labios vaginales pegados a los suyos.
- Aaaaah, aaaaah… por la Reina Kaasa, por Cassandra y toda la Isla de Ávalon… esto es demasiado… esos brutos jamás se preocuparon por darme placer. – Dijo con un hilillo de saliva cayendo de su boca como si fuera comatosa.
- Por eso eran escorias. – Susurró admirando su obra, la vagina bajo el parecía querer hablar de las contracciones que sufría. – Por eso están donde pertenecen, alimentando a los cerdos con sus restos putrefactos…
El hombre emergió tras hacerle un masaje vaginal muy prolongado con su lengua. Tras deleitarse con cada orificio que sus suaves labios mayores guarecían, succionando e ingiriendo cada gota de fluido que esa cavidad mítica tenía preparada para él, sintió a la lengua cansada de tanto hurgar, de tanto presionar y masajear esa vulva; después de todo, hacía tiempo que no le daba placer así a una señorita... o fémina de cualquier tipo.
- Es hora de que la meta ¿Por dónde? – Preguntó haciéndole sombra con su cuerpo musculado por años de trabajos forzados. Entre las piernas tenía su herramienta lista y alzada para usarse el tiempo que fuese necesario…
- ¿Dónde crees? - Y la criaturilla se abrió de piernitas enseñando los labios ensalivados dispuestos a penetrarse. - Es mi recompensa, mi virginidad.
- Hay cosas que no me cierran, me cuesta creer que te hayan podido someter para que usen tus labios y hayan podido usar tu vagina.
La lymnade le dedicó una mirada lujuriosa al generoso rabo delantero del guerrero, apoyado contra su vientre, llegaba con su glande más allá de su ombligo, no veía la hora de tenerlo presionándole hasta el diafragma, no obstante, tenía algo que aclararle o su parloteo no cesaría.
- Tontuelo, no puedo ser dominada por ningún hombre, pude asesinar a unos cuantos de los suyos con facilidad… no quedaron muy diferente a como los dejo tu explosivo. - Explicó pasándole las uñas de las manos por la quijada, dibujando pequeños surcos con ellas. - Digamos que… esa jaula, aunque era fuerte, era parte del juego para mí, yo no estaba encerrada por ellos, estaba jugando con ellos y sus miserables vidas, eran ellos prisioneros de mis deseos, debían ofrendarme incontables veces al día o los iba a aplastar como los gusanos patéticos que eran ¿Está claro ahora? ¿Entiendes que me privaste de mis juguetes y ahora necesito uno nuevo?
- Hablas demasiado.
En un ardiente beso que silenció su gemido de dolor, el hada de las aguas fue paralizada al sentir el falo despegar lo que estaba pegado, abrir lo que estaba cerrado, dilatar hasta el límite de lo sostenible su preciado huequito taponado. Llevó de una embestida fálica todo el himen al fondo de la vagina y una vez que tanteó el hueco en toda su gloria, siguió bombeándole placer hasta ponerle los ojos negros, en blanco, sucumbiendo así para siempre al simple hechizo de un buen polvo a la antigua.
Aunque Dahggial se había cobrado la primera sangre, no estaba ileso. Su espalda ya presentaba diez surcos sangrantes producto del incontenible dolor que la ninfa había sentido al perder su himen y pasar de tener un orificio con sus paredes pegadas, a un agujero del grueso de una muñeca sin escalas previas.
- ¡Por los doce ríos de Ávalon, esto me está volviendo loca! – Para controlarse, clavo las uñas en la mesa haciéndola crujir. La desgraciada a pesar de su fineza, tenía fuerza sobrehumana ya que el roble se partió.
A medida que el dolor inicial fue sucumbiendo al placer, la bombeó con los pies de ella en los hombros, luego las piernas a los costados y de varias maneras más sobre ese crujiente catre con almohadones de plumas, colchón de heno y gruesas mantas de piel de vacuna, de cordero y de nutria. En su otrora solitario nido le golpeteó el vientre desde adentro mientras se liberaban cada vez más… ella estaba sucumbiendo al placer total, profiriendo suaves gemiditos de primeriza. Una vez que el entrar y salir de pene sacó toda la sangre y los residuos, quedó el cálido flujo que hizo el coito más llevadero para ambos.
Las primeras veces solían ser cortas y dolorosas porque ni ellas ni ellos se daban el tiempo necesario para volverlas memorables… las mujeres los hacía terminar rápido por el dolor, o bien ellos eran precoces privando a la mujer de llegar al disfrute… En cambio, el sexo interespecies en la cabaña de Dahggial ya pasaba los cuarenta minutos ininterrumpidos. Él taponó por completo esa vagina y su glande no emergió para tomar aire ni una vez, ni siquiera cuando la cargó sobre sus manos, sosteniéndola bien del trasero, blando como almohadas, para darle los retoques finales.
No sabía si había alguna magia allí adentro o el coñito solo estaba apretado como meterla en un dedo de guante. Las venas del tronco le latían con violencia inusitada, cada vez le costaba más retener el caudal lácteo que se vaticinaba, que como un ariete quería vulnerar la última puerta y correrse como maremoto en lo más recóndito de la criatura fantástica.
- Me duele, aha aha aha termina, termina… - Exigió clavándole las uñasen sus trapecios. - Aha aha aha ahaaa… me duele mucho… te felicito, hombrecillo… no es fácil hacerme llegar a este punto tan embarazoso para mi especie.
- Ese tono no es de dolor, lo estás gozando como toda una puta de cantina. – le retrucó mirándola a los ojos mientras la balanceaba con sus brazos penetrándola con facilidad. – Tu cuerpo es una pluma, podría sostenerte por mucho más tiempo.
- Quiero tu semilla… completa la inseminación para que podamos pasar a otros divertimentos… te prometo que valdrá la pena.
Dehggial la besó nuevamente y aceptó sus pedidos ignorando que tenía cortes en toda la espalda y sobre los hombros. Sintiéndole el peso sobre sus manos fuertes, viéndole las alas vibrar de locura estando ella abrazada a él, le llenó el vientre con su semiente en un orgasmo casi desesperado en el que la estrelló contra una pared, ocasionando que los cristales de la ventana lindante retumben.
- Oh, oh, oh, oooooh... ummmmmh. – Exclamó contra su oído aferrada a él como si temiera caer a un abismo.
El hombre sintió algo chorreándose por su pierna sin saber si era leche ardiente o los flujos de la lymnade. Ya sea una sustancia, la otra o una combinación de ambas, ya llegaba a su talón y más pronto que tarde alcanzo el suelo de madera formando un charco.
El hada se liberó y en el segundo siguiente adopto una pose en cuclillas entre él y la pared para sorber el riachuelo seminal que le recorría toda la pierna, los residuos que le chorrearon por los huevos y tomar con la lengua las últimas gotas de semen que le brotaban del falo, mientras él, con las piernas temblorosas, se mantuvo de pie disfrutando de la lengua de la lymnade limpiándole el cuerpo al entero.
Dehggial notó algo que había pasado por alto en las paredes de la jaula desarmada en el centro de su cabaña: cada sección tenía un inconfundible agujero a la altura de la entrepierna de un hombre que en los tugurios de mala muerte eran llamados “puertas al paraíso” o “agujeros de gloria.”
Mientras él descubría esos detalles ella se la siguió chupando flácida, hasta que hizo algo inenarrable que ni siquiera sabía que dos labios podían hacer…
- Levanta una pierna, tengo un obsequio muy especial para darle a mi salvador. – Pidió mientras estaba ubicada prácticamente debajo de él, respirando contra sus testículos.
Aunque agotado, sin saber lo que iba a acontecer, obedeció y vaya sorpresa se dio cuando sintió los labios y la lengua de la criaturilla hurgando en su zona más íntima e impúdica, el centro de su orificio de atrás.
- ¡Espera! No tienes que hacerlo, no te rebajas a… esto. – Expresó con dificultad ya que los efectos de sus besos paralizantes volvían a surtir efecto. El guerrero quedó inmóvil como una estatua incapacitado para cambiar de posición, aunque con los estímulos dadores de placer incrementados en proporciones obscenas, a decir verdad, eso era tan o más placentero que la felación que le había obsequiado, ni siquiera sabía que esa parte de su cuerpo podía manejar tales niveles de disfrute.
- Tranquilo, tontuelo, deja de resistirte, no me obligues a usar más veneno. – Le amenazó mientras le separaba los glúteos para lamer su agujero con mayor comodidad, sin evitar ni por asomo el centro de su nudo. – No me estoy rebajando a nada, hay pocas cosas más hermosas para mí que obsequiarle placer a un buen hombre de todas las maneras posibles.
- No… lo niego… se siente… bien… es solo que… me preocupas. – A pesar de que su preocupación era genuina, ya no quería cambiar de posición.
- Uno de los bandidos me soltaba y me enseñaba alguna que otra cosa interesante como esta. – Informó entre lamida y lamida. – Sí no me daño entonces no hay manera de que me dañes.
La lymnade notó que el hombre había comenzado a masturbarse torpemente y ella apartó su mano para apoderarse de su rabo y proseguir la labor manual. Quería acaparar cada estímulo posible sin descuidar de su fetiche obsceno; su lengua no dejaba de pujar ni sus labios de besar el asterisco de forma constante, casi rítmica, obsequiándole la sensación de su respiración agitada contra él. Parecía mentira que un ente capaz de destrozarlo con sus manos en su lugar optaba por obsequiarle del placer más prohibido…
Con la mano libre ella estiró el pequeño agujero y teniéndolo dilatado, pudo interceder en el de manera oral con mayor prestancia, llegando tan profundo que los ojos del hombre se abrieron como platos. Cada lamida y cada ósculo obsequiado allí parecía ser más placentero que el anterior y por la manera en la que ella se prestaba para ello, lo disfrutaba tanto o más que él.
El hombre no tardó en volver a eyacular a pesar de que quería que el acto durase por siempre, quizás a nivel inconsciente se preocupaba tanto por la salud de ella que aceleró el orgasmo para que no siguiera sometiéndose a un acto tan morboso como poco higiénico.
- Deja ya tus tontas preocupaciones, hombre, podría hacerlo a diario hasta que termines pidiéndomelo. – Remató obsequiándole un sonoro beso negro antes de volver a incorporarse envolviéndolo con sus garras. Fue en ese momento que se percató de que no había medido del todo su fuerza y había usado sus garras de más.
No paso mucho hasta que ella lo acomodó en la cama y se colocó junto a él hecha un ovillo, envolviéndose y envolviéndolo con sus peculiares alas. La magia del encuentro apartó a la lujuria nuevamente, la pareja se observó a los ojos, se acarició y se conforto mutuamente hasta que se dispusieron a dormir.
El guerrero se mantuvo unos minutos despierto hasta que, por fin menciono: - Has hecho a este hombre feliz… de muchas maneras, no solo de la forma física, feliz a un punto que no pensé que podía volver a ser.
- Ya te lo dije, supe que no me harías daño y tenías mucho placer que dar… puedo ver más que las siluetas de aquellas que pasaron por tu vida, mucho más que recuerdos y sombras difusas que alguna vez despertaron algo en ti. Yo quería recibir un poco de esa pasión que tenías guardada.
- ¿Qué harás ahora que eres libre? Sabes que no voy a apresarte, ni someterte, ni que pudiera hacerlo de querer, me dejaste la espalda como un campo en temporada de siembra. – Mencionó acomodándose algo dolorido, sintiendo como la temperatura bajo las mantas y las flexibles alas de la lymnade aumentaba.
Antes de responder, ella suspiró, resignada a que el humano que le tocó en suerte, así como tenía lujuria contenida tenía montones de palabras.
- Me voy a quedar aquí a tu lado, tontuelo, al menos por un tiempo. Puedo adoptar la forma que quieras, los hoscos lugareños no notaran nada… solo espero que mi cuerpo en mi estado original pueda resistirlo. – Dijo apretujándole un pectoral con su mano palmeada.
- ¿En serio te hice daño? ¿Estarás bien después de lo de hoy?
- Por supuesto, no me hiciste daño, ya era hora de que perdiera esa… piel de sobra. Me siento un poco temblorosa, es todo. Siento el aire donde nunca lo había sentido, además de otras cosas hermosas.
- Una última cosa.
- ¿Si?
- ¿Cómo te llamas? Me pareció de mala educación preguntar mientras lo hacíamos, intuía que debía ser algo secreto como tu apariencia real.
- Ven aquí, grandulón, acércate.
Se besaron como dos amantes primerizos, lengua con lengua, envueltos en un abrazo que los enrosco a las sábanas y de improviso, acercó sus labios al oído para susurrarle su nombre al oído antes de que por fin se dispusieran a dormir: “Glyfaha”
Golpes inoportunos contra la puerta los arrancaron de su sueño por la mañana. El guerrero vio que recién amanecía, entre refunfuños, se tapó esperanzado por que se fueran si eran ignorados, se abrazó a Glyfaha para volver a dormir hasta que escuchó más golpes, así como cuchicheos detrás de ella.
Los visitantes volvieron a golpear la puerta, y otra vez. A Dahggial no le quedó más remedio que atenderlos al grito de: “¡Ya voy!” se vistió, la cubrió para que no la vean (con sumo respeto) y se desperezó.
- No recordaba cuando fue la última vez que dormí en una cama, podría salir y matarlos a todos, provocar una lluvia de sangre y vísceras. – Refunfuñó fastidiada bajo las pieles curtidas.
- Es buena idea, aunque mejor voy a ver quiénes son primero.
Al abrir la puerta vio cuatro parejas de padres con hijas frente a ellos con coronas de tulipán en las cabezas, una era rubia de pelo lacio y muy largo, una morocha bajita, pecosa de rostro de ensueño, una pelirroja de cabellos enrulados y por supuesto, una castaña. El aire fresco de la mañana golpeo su rosto mezclado con varias lociones y aceites diferentes, las jovencitas estaban bañadas y arregladas como si fueran a ser desposadas ¿Qué carajos era eso?
- ¿Van al sacrifico de vírgenes de las 11? ¿Qué quieren? – Preguntó mientras terminaba de abrocharse la camisa, ocultando los arañazos que le quedaron de la noche.
- Saludos, guerrero. – Empezó uno de los padres, con cautela.
- Venimos humildemente a ofrecerte más que nuestros respetos y agradecimiento, Dahggial, te conocimos por tu hazaña de ayer, la que nos salvó de tantas penurias futuras… - Explicó un tipo con pinta de campesino. - ¡Los cantos ya se elevan y hablan de la caída de los Rosablanca! Su líder, su mano de derecha, su señor de esclavos, todos volaron por los aires gracias a tus fuegos de artificio, la escuadra real marcha a los bosques de Xivilan para dar el golpe a…
- Vayan al grano… estuve celebrando en soledad y necesito volverá la cama, quizás no se hayan dado cuenta de lo temprano que es. – Exigió con fastidio reprimido.
- Elije a una de nuestras hijas para desposar, tu fama, tu hazaña, tu epopeya significa tanto para nosotros que te ofrecemos lo que más preciamos. – Dijo uno delos hombres tomado a su hija pelirroja de los hombros y colocándola frente a él como si fuera un escudo. – Mi joven Lyranta acaba de recibir su bautismo de sangre la semana pasada… esta lista para un hombre de su talla, señor.
- ¡No tienes por qué estar solo nunca más! - Agregó otro padre. – Podrías continuar la celebración en la mejor compañía, vuelve a la cama acompañado de mi Laurenia. – También el que tenía a la hija morocha se escudó tras ella. – Es complaciente y servil, además ya sabe los secretos de la anatomía masculina.
En efecto, ella era la única que parecía interesada en entrar en compañía del guerrero. Las demás tenían el desconcierto y el terror plasmado en sus rostros, no se las veía para nada entusiasmadas con la idea de ser entregadas a un extraño como si fueran cabras. La rubia y la castaña ni siquiera parecían entender lo que ocurría.
Dehggial observó más a fondo a todos los allí presentes, eran viejos tacaños, repugnantes y desesperados, interesados y anticuados, más deseosos de quitarse de encima a una boca que alimentar de sus familias que de forjar lazos duraderos y sanos con su prole.
- No voy a dar un discurso de moralidad… es demasiado temprano, estoy muy cabreado para eso y no lo entenderían, solo voy a decir que no me apetece desposar a nadie, ni dejar herederos, ni nada de lo que tienen pensado, así que, si me disculpan, tengo asuntos que atender. Esfúmense.
- ¡Espera, Dehggil somos flexibles y podemos mejorar la…
El hombre cerró la puerta con fuerza y la atrancó por si no captaron su indirecta.
Al observar hacia el interior de su casa, vio que Glyfaha estaba despierta, sentada en el camastro, desnuda, radiante, como si todo lo que hubiera ocurrido en la noche hubiera sido un sueño febril. Al desperezarse y desplegar sus alas, su cuerpo se despojó de las mantas de piel y dejo ver su cuerpo de ensueño una vez más.
- Es una costumbre común en las aldeas del norte, después de una guerra sangrienta a los grandes generales y a los héroes valerosos al regresar a sus hogares les ofrecen sus hijas vírgenes a cambio de pertenecer así a un linaje honorable, además, después de perder hombres en la batalla se busca fortalecer las filas para la siguiente. – Explicó restándole importancia, viendo por la claraboya que los visitantes estaban a varios metros de distancia rumbo a Nerfil.
- Las noches son frías, les hubieras dicho que podías aceptar un par para darte abrigo y que te cocinen, hombre tonto. – Dijo acercándose a él como una visión divina y besándolo nuevamente.
Dehggial además de devolverle el beso, la tomó entre sus brazos y la envolvió con fuerza, sintiendo sus alas, su cuerpo, toda su presencia pegada a su ser.
Epílogo
La explosión de los Rosablanca se cantó de taberna en taberna, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad. A día siguiente de su nacimiento, El Brazo de Hierro del Emperador, sus hombres más poderosos, lo reclutaron para que librara su última batalla que fue conocida como el Extermino del Bosque Xivilan, donde trescientos hombres acorazados cazaron como animales a los debilitados bandidos hasta el último desertor, el hechicero real descubrió los secretos de la semilla blanca y Dehggial fue condecorado en múltiples cortes hasta que pudo regresar a su hogar en las afueras de Nerfil, lugar escogido para ser su retiro definitivo.
Sus habitantes lo empezaron a ver cada vez con menos frecuencia, aunque eso no detuvo la prosperidad y crecimiento de pueblo. El gurrero se paseaba cada tanto con una desconocida y atractiva extranjera en sus visitas al centro, junto a ella, cada lugareño le tributaba en honor a su gesta y le obsequiaban cuanto podían por entera gratitud. Los pocos ojos que los veían aseguraban que la belleza de su mujer era sobrenatural, así como como el rejuvenecimiento y vigor que el guerrero de Nerfil ostentaba, con cada visita parecía haberse rejuvenecido un lustro.
No tardaron en verlo acompañado de uno, dos y hasta cuatro niños pequeños, dos varones y dos niñas. Se movían siempre en familia, Dehggial comenzaba a usar capucha como su señora, mientras que a los misteriosos niños se les atribuyeron habilidades y poderes que hicieron teorizar a los nerfileños que la mujer se trataba de una poderosa hechicera que había trasmitido sus artes malsanas a ellos.
Pasaron más de diez años desde la última visita del guerrero y su familia al irreconocible pueblo. De la casa de Dehggial no quedaban más que escombros, una mesa destruida, un catre desvencijado y una mata de polvo propio del abandono de una década, malas hierbas tapizando las paredes en pie. Nadie supo cuál fue el destino final del guerrero, algunas canciones poco serias hablaban de una contienda a muerte con la hechicera que tenía como mujer, en la que su destino encontró un épico final. Otras, aún más osadas, cantaron de una corrupción suya ante las artes prohibidas, lo único cierto, era que el héroe de Nerfil se había marchado sin decir adiós.
El hijo mayor del orfebre, uno de los que había visto la explosión de los Rosablancas con sus propios ojos, dice haber visto en una cacería en los Lagos Sempiternos, donde ningún lugareño se acercaba jamás, la silueta inconfundible del héroe nadando como un tritón en el lecho acuoso y verdoso del lago, acompañado de una hermosísima ninfa con orejas puntiagudas perforadas y alas que a su vez le servían como aletas. Lo vio emerger como un monstruo cubierto de algas y musgo con la ninfa abrazada a él desde atrás, dibujando surcos en su piel con sus garras y pasándole la lengua por un hombro musculoso. Acto seguido, antes de que el muchacho se marchara despavorido, juró y perjuró que casi una docena de cabezas de ninfas y tritones emergieron del lago como caparazones de tortuga saliendo a flote y todos ellos nadaron y se congregaron alrededor de Dehggial como si fuera una suerte de Señor del Lago.
Fin
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4 comentarios - La Leyenda de la Ninfa y el Guerrero