Qué ansia tengo por verte desnuda!
Un ansia que me lleva a ti,
cuando estás desnuda ante el espejo,
después o antes de la ducha.
Desnuda, ahhh, con tus pechos redondos,
abundantes, blandos y firmes a la vez.
¡Qué ansia, madre!
Desnuda, ahhh, con esos pezones tuyos,
que se ponen duritos al posar en ellos
mis pensamientos,
mi boca, mi aliento.
Esos pechos: mi alimento.
¡Qué ansia tengo por verte!
Por verte desnuda. Tanta es el ansia...
que me lleva ante ti de su mano, por las noches,
tendido yo en mi cama. Ante ti desnuda, bella,
suave, tierna. Ante las formas delicadas de tu bello
cuerpo desnudo.
Tal es el ansia y el deseo que me embargan,
que no quiero que terminen. Tal es el deseo...
de verte desnuda con tu vello púbico,
con tu vello en las axilas quizá (me da igual, mientras seas bella
a mis ojos).
No quiero palabras, reina. Mi deseo por verte
lo dice todo.
Y te veo realmente, vestida por la calle.
Y luego te sueño. Tú desnuda ante tu espejo. Ante mi espejo.
Ante mi alma. Y entonces, como si lo imaginara, te poseo, niña.
Te abrazo, te beso, te tomo.
¡Qué ansia tengo por verte!
Por verte desnuda. Y nunca verte.
Sólo en sueños. Aunque es lo mismo que si te viera...
si te viera realmente, quizás no volviera a soñarte.
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