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Strip Póker en Familia [02] - Parte 2.



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Strip Póker en Familia [02] - Parte 2.


Viene del post anterior: Strip Póker en Familia [02] - Parte 1.


Erik me miraba a cada rato; pero no podía culparlo, en realidad él se fijaba a todas las mujeres presentes, y yo misma me quedé mirando su dura verga más de una vez. Es una actitud que no se puede evitar.
Al parecer Mayra pensaba igual que yo, la vi tomando un trago de vino con gaseosa y noté que tenía las piernas bastante separadas. La silla estaba toda pegoteada por sus flujos y varios hilitos se formaban entre su delicada concha y el tapizado. 
Por estar ensimismada en mis pensamientos volví a perder y esta vez fue Pepe el encargado de pensar mi desafío.  
—Hacele una “turca” a tu tío. —Lo miré confundida. 
—¿Qué es una “turca”? —Pregunté.
—¡Sí, claro! Hacete la boluda. —Exclamó Erik, en tono de burla—. Con esas tetas ya habrás hecho un montón de turcas. 
—¿Y qué sabrás vos de lo que yo hago con mis tetas? Pajero.
—Bueno che, no empiecen a pelear otra vez —intervino mi papá—. Pero tengo que coincidir con Erik, Nadia. Me cuesta creer que no hayas hecho una. Especialmente después de haber tenido novio.
—Pero es que no sé lo que es… capaz que lo hice… pero no sé.
—Básicamente tenés que ponerte la verga entre las tetas. —Me respondió una voz femenina, pero no era la de mi madre. Al parecer Mayra sabía perfectamente lo que era una “turca”. Todos se rieron menos yo, no sabía dónde había aprendido tanto de sexo mi dulce hermanita. 
—Bueno, entonces ahora sí que no me van a creer —dije—. La verdad es que nunca hice una… ni siquiera se me ocurrió hacer algo así. 
—Ya entiendo por qué te dejó tu novio, nena. —Si ese comentario hubiera venido de Erik, me hubiera enojado mucho; pero como lo dijo mi tío Alberto, no me molestó. Sabía que él lo decía en broma—. Si yo tuviera una novia con ese par de tetas que vos tenés, y no me hiciera una turca… entonces me plantearía seriamente en seguir la relación.
—Bien, hermano, esa es justamente la clase de mensajes machistas que quiero enseñarle a mis hijos —dijo mi mamá, con mucho sarcasmo.
—Perdón, no lo dije con esa intención… es que yo soy un hombre que piensa que las dos partes de la pareja tienen que dar lo mejor de sí, para complacer al otro. Sean hombres o mujeres.
—Ohh, que tierno —dijo mi hermana, con una dulce sonrisa—. Yo quiero ponerme de novia como alguien como vos, tío.
Este comentario hizo reír a mi tío de forma nerviosa, como si el sólo hecho de imaginar a Mayra saliendo con alguien como él, le agradara morbosamente. No podía culparlo, ella era su sobrina, pero muchos hombres tendrían miles de fantasías al conocer a una chica como Mayra… tan hermosa, sensual e inocente. Bueno, inocente en apariencia, porque yo ya estaba teniendo mis dudas.
—Entonces, ¿qué esperás? —Preguntó mi madre—. Mientras más lo demores, peor para vos. Siempre tenés la chance de negarte, pero quedarías fuera del juego.
No me agradaba nada la idea de tener la verga de mi tío entre las tetas, pero no quería quedarme sin jugar. Al ponerme de pie me me mareé un poco, pero pude disimularlo. No era mi primera borrachera, así que sabía cómo dominarme. Mi tío me esperó sentado con las piernas separadas y una amplia sonrisa en sus gruesos labios. No sabía qué hacer, pero me di cuenta que debía arrodillarme, ese era un paso obvio. Tomé mis grandes tetas y las acerqué a su pene erecto, con un poco de dificultad logré apretarlo entre ellas. La sentí húmeda y pegajosa y el corazón se me aceleró al límite. 
—Ahora movelas. —Me indicó mi mamá, mientras ponía el reloj en marcha. Por el tono de su voz noté que estaba tan borracha como yo. 
Apretándolas fuerte comencé a subirlas y bajarlas, intentaba apartar mi cara ya que al bajar el pene quedaba muy cerca de mi boca. Alberto parecía estar disfrutando bastante de los grandes atributos de su sobrina porque podía ver gotitas de líquido preseminal saliendo de la punta y cayendo sobre mis blancas tetas. En una ocasión bajé más de lo calculado y el húmedo glande tocó mis labios, sentí un sabor amargo que me molestó bastante; pero disimulé mi disgusto continuando con mi tarea. El pene estaba tibio, y a mi cuerpo ésto le afectaba, era algo que nunca había hecho y de inmediato me di cuenta que con el pene de mi ex novio no lo hubiera disfrutado; pero mi tío Alberto estaba mejor equipado, me permitía recorrer bastante bien su verga, que estaba totalmente dura. Si bien nunca había chupado un pene, el haber visto a mi madre haciéndolo, y el tener tan cerca el de mi tío, me estaba provocando. Me bastaba con abrir la boca para tragarme su glande; pero no lo hice, porque no era parte del desafío, y porque quedaría como una puta… 
Cuando terminó el tiempo volví a mi silla sin limpiar las gotitas de fluido que chorreaban por el centro de mis tetas, fue una rara experiencia que me permitió conocer un nuevo uso para ellas. Era obvio que el alcohol estaba haciendo estragos en mí, ya que al sentarme puse los pies sobre los travesaños laterales que unían las patas de la silla, ésto me dejó con las rodillas flexionadas y con mucha separación entre ellas. Mi hermano clavó su mirada en mi entrepierna, pero no le di importancia. Acomodé mi largo cabello castaño y tomé un sorbo de vino para sacarme el mal sabor de la boca. 
Esta vez intenté concentrarme un poco más en las cartas, para no perder, y con un poco de suerte conseguí un hermoso póker de ases; todos aplaudieron ya que era el primero que se veía en el transcurso del juego. Vi que el perdedor era mi papá. Quería vengarme por lo que me hizo hacer. Admito mi cabeza ya estaba un poco obnubilada por el alcohol, por lo que decidí dejar de beber, al menos por unos minutos. Pensé en una escena morbosa, algo que lo afectara, porque yo nunca me olvidaría en mi vida de la vez que tuve la verga de mi tío entre mis tetas, y mucho menos me olvidaría del sabor de su líquido preseminal. 
—Lamésela a Mayra. —Fueron mis palabras, hasta yo dudaba de haberlas dicho, pero fue lo primero que se me ocurrió. De inmediato miré a mi hermanita y noté la preocupación en su rostro—. Perdón —le dije sinceramente—. Si te molesta, cambio el desafío.
—Está bien, no pasa nada, —me respondió con una sonrisa un tanto forzada, debía admitir que la chica era valiente—. Imagino que yo tengo que decidir si él pasó la prueba o no…
—Así es —dijo mi madre, totalmente compenetrada en el juego—. Si lo hace mal, va a recibir otro castigo.
Ella deslizó su silla hacia atrás y Pepe se le acercó con cautela, rascándose su maraña de cabellos negros entrecanos, con la verga apuntando hacia adelante. No sabía muy bien cómo lo harían, pero Mayra me respondió al levantar sus piernas hasta que las rodillas quedaron cerca de sus tetas. La piba era bastante flexible y estaba dispuesta a entregarse por completo. Su almejita rosada se abrió, exponiendo una brillante perla. Cuando mi papá se agachó delante de ella noté que había una buena cantidad de espeso líquido fluyendo lentamente fuera del agujero vaginal. Al parecer las mujeres de mi familia lubricamos más que bien. 
Erik apretó el botón del cronómetro, justo cuando nuestro padre dio la primera lamida, juntando jugo sexual con su lengua. Mayra cerró los ojos, supuse que no quería ver quién se la estaba chupando. Pensé que ésta sería su primera experiencia con el sexo oral, y eso sería intimidante para cualquier mujer. Lo peor de todo es que debía hacerlo con su propio padre. Ya me imaginaba a la chica, dentro de muchos años, contándole a su pareja: “Quien primero me chupó la concha fue mi papá”. Éste juego había llegado demasiado lejos, y creo que todos lo sabíamos; pero al mismo tiempo sentíamos una extraña fascinación, y no podíamos detenernos.
La lengua de Pepe se movía de abajo hacia arriba con gran destreza, de vez en cuando dio algunos suaves chupones al clítoris, haciendo que la jovencita apretara más sus ojos intentando reprimir algún gemido. Era obvio que mi papá tenía experiencia en el asunto, pero sabía que con su hija se estaba limitando. Seguramente a su esposa se la hubiera chupado con más ganas. Empecé a imaginar qué sentiría Mayra, y casi sin querer, mi mano derecha terminó sobre mi concha. Empecé a frotarme el clítoris suavemente, como si quisiera imitar los movimientos de la lengua de mi papá. Si lo que Mayra sentía era tan bueno como lo que sentía yo, entonces debería estar pasándola muy bien. Por más enfermiza que pareciera toda esta situación, al menos su padre le daría algo bueno para recordar.
Los cinco minutos llegaron a su fin, Pepe se puso de pie y caminó con su verga por delante hasta su sitio, aparentando toda la normalidad que podía darle a esta extraña situación. Mayra permaneció inmóvil y se miró la concha, que ahora estaba más empapada que antes, al sumarse la saliva de su papi. A pesar de que yo elegí el desafío, me pareció un verdadero exceso. Una vez más pensé que el juego ya había llegado demasiado lejos, pero no me atrevía a decirlo. Además, al hacerlo, contradeciría mi propio morbo; no podía entender por qué esto me excitaba tanto, sabiendo lo mal que estaba. 
Cuando Mayra por fin se acomodó en su silla, pude notar que se llevaba una mano a la entrepierna y la dejaba apretadita ahí, manteniendo las piernas firmemente juntas. 
—¿Y? ¿Cuál es el veredicto? —Preguntó mi mamá, como si fuera una jueza—. ¿Aprobó o no?
Mayra, sonrió, y sus sonrojadas mejillas se inflaron. Asintió repetidas veces con la cabeza, y mi papá se mostró orgulloso, sacando pecho. La prueba había sido superada, y todos aplaudimos a Pepe. 
Mi mamá se apresuró a repartir las nuevas cartas. La desgracia me sonrió, burlándose de mí, cuando vi que no me tocó nada que valiera la pena, y se me rió en la cara cuando, luego de cambiar las cinco cartas, me encontré con que eran aún peores que antes. Pero para mi sorpresa, hubo alguien en la mesa que recibió cartas peores que las mías. En realidad a mí me salvó una Q, que fue mi carta más alta. La que se quedó con la derrota fue la pobre Mayra, y el ganador fue Erik, con un póker de reyes. Se puso a bailar, para festejar, y su verga se sacudió muy cerca de mi brazo, tuve que apartarme para que no me tocara con eso. Al sentarse, se tomó unos segundos para pensar en el desafío. Luego miró a Mayra y dijo:
—¡Ya sé! Metele los dedos en el culo a Nadia.
—¿Pero qué carajo? —Exclamé, indignada—. ¿Y por qué mejor no te los mete a vos? ¿Por qué tengo que ser yo la que entregue el culo? —Escuché la nerviosa risita de Mayra.
—Es como el desafío que hizo papá recién —se defendió Erik—. Vos sos la que decide si lo hizo bien.
—Pero yo no quiero que todo el mundo me esté mirando el culo… y que además me metan los dedos. 
—Bueno, acá todos le estamos viendo todo a los demás —dijo mi papá—. Nadie se va a escandalizar por verte el culo un rato. 
—Pero es lo mismo —seguí defendiéndome—. Es como si el desafío fuera para mí….
—¿Y qué te hace pensar que Mayra la pasaría bien metiéndote los dedos en el culo? —Preguntó mi mamá—. El desafío es para ella, y es muy difícil hacerlo sin que a la otra persona le duela. Así que si ella lo hace mal, podés darle el desafío por perdido. 
—A mí me encantó la idea, me parece un desafío muy difícil de superar, —agregó mi tío Alberto—. Si ese culo es virgen, Mayra lo tiene complicado.
—¡Claro que mi culo es virgen! —Exclamé—. Nunca se lo entregué a nadie. 
—Con más razón —dijo mi mamá—. Es un desafío todavía más difícil. Mayra, ¿lo vas a hacer?
—No tengo otra opción —dijo la pequeña—. ¿Puedo usar algún lubricante, al menos? 
—Mmm… no sé —Viki analizó la situación—. El desafío lo puso tu hermano, que decida él. 
—No puede —dijo Erik—. Que use saliva.
—¿Por qué sos tan cruel? —Le pregunté, algo enojada—. Es algo difícil, y se la complicás más.
—Es porque perdió con cartas muy malas. Y además vos no perdiste porque te salvó una Q. Desde mi punto de vista, las dos perdieron. 
—Es una interesante forma de verlo —dijo mi papá, con una sonrisa—. En ésta tengo que estar de acuerdo con Erik. El desafío es muy bueno. Así que, Nadia… preparate. 
No podía argumentar más nada. Estaba en una situación sin salida, y no me quedaba más alternativa que someterme a la humillación. Mayra se puso de pie, y yo tuve que hacer lo mismo. No sabía cómo posicionarse para facilitarle la tarea, de una u otra manera, yo quedaría totalmente expuesta. Opté por poner la silla de lado, y arrodillarme sobre ella. El respaldo quedó a mi derecha, como si con él intentase protegerme de mi hermano. Aunque él, fue a tomar la posición en la que estaba Mayra, de donde vería mucho mejor mi gran culo, y toda mi húmeda concha. No podía creer que estuviera agachada, mostrándole esa zona tan íntima a los miembros de mi familia. Ya me los podía imaginar, centrándose en cada mínimo detalle de mi anatomía femenina, viendo lo mojada que tenía la concha. Para colmo verían mi pobre culo dilatarse, al momento en que Mayra empezara con su tarea. 
Giré la cabeza para ver a la pequeña, ella me sonrió con su natural gracia e inocencia, y casi de inmediato sentí uno de sus dedos acariciándome el agujero del culo. Estaba húmedo, al parecer ya había usado saliva. Tengo que reconocer que la primera impresión fue buena, se sintió bien. Ella se preocupó en lubricarme bien, y cuando lo hizo, empezó a introducir uno de sus finos dedos. Agradecía que fuera ella la que tenía que meterlos, y no mi tío Alberto o mi papá, con sus gruesos dedos.
Comencé a sentir un leve ardor en cuanto el dedo fue abriéndose camino hacia el interior de mi culo. Para mi sorpresa, lo logró con relativa facilidad. Mayra supo aprovechar ésto para empezar a mover su dedo de adentro hacia afuera, y volver a meterlo. Solté un leve gemido, casi inaudible. Nunca antes había permitido que alguien me metiera los dedos en el culo, y que lo hiciera mi hermana, frente a mi familia, me producía un fuerte morbo. Era como si todos en mi casa nos hubiéramos vuelto locos de repente, pero sabíamos que este juego sólo incrementaría la confianza que nos teníamos el uno al otro. 
Mayra hizo el intento de meter un segundo dedo, ésta vez encontró un poco más de resistencia en mi culo. La miré a los ojos, y ella siguió devolviéndome su simpática sonrisa. No podía creer que fuera esa dulce chica la que me estaba penetrando por detrás. A medida que el segundo dedo fue entrando, empecé a sentir más dolor, pero no suficiente como para detener la prueba. No quería que mi hermanita perdiera el desafío, por lo que estaba dispuesta a tolerar un poco de sufrimiento. El problema fue que ella interpretó mi falta de quejas como la oportunidad de forzar más la entrada. 
—¡Auch! —Exclamé, cuando sus dedos se enterraron completamente en mi culo—. Despacito, nena —tuve que decirle—, mi cola es virgen. Tratala con un poquito más de cariño. —Ella comenzó a reírse. Ya podía sentir como ella exploraba el interior de mi culo, me ardía un poco, pero debía admitir que era algo agradable—. ¿Qué es tan gracioso? —Pregunté, girando mi cabeza para verla. 
—Me da gracia que digas que tu cola es virgen. 
—¡Apa! —dijo mi mamá—. Esa sí que es una gran revelación.
—¿Y por qué no lo voy a decir? Si es la verdad. —Es muy raro que yo me enoje con Mayra, por lo general tenemos una excelente relación; pero ahora me estaba molestando un poquito su actitud… y para colmo movía sus dedos cada vez más rápido, como si me estuviera cogiendo el culo con ellos. 
—Eso no es verdad, Nadia… y vos lo sabés. Yo también lo sé… porque te ví. 
—¿Qué viste? —Le pregunté, asustada. 
—A veces te olvidás que yo duermo en la misma pieza que vos. Mi cama está al lado de la tuya…
Un escalofrío cruzó mi columna vertebral, Mayra no dejaba de castigarme la cola con sus dedos… y mi concha estaba reaccionando a estos estímulos. Seguramente mi familia, además de ver cómo me abrían el agujero del culo, podrían notar la humedad en mi sexo.
—¿Qué fue lo que viste? —Preguntó mi hermano.
—¡No les digas! —Supliqué.
—¿Gano algo si lo cuento? —Preguntó mi hermanita.
—¡Qué astuta, la nena! —Exclamó mi tío Alberto—. Si cuenta lo que vio, yo le perdonaría el desafío la próxima vez que pierda una mano.
—Es una buena recompensa —dijo mi mamá—. ¿Qué te parece, Mayra? ¿Vas a contarnos?
—Está bien.
—No… ¡Ay! —Me metió los dedos tan adentro y se sintió tan bien que mi grito fue más por placer que por dolor. 
—Hace unos meses yo estaba durmiendo muy tranquila —comenzó diciendo Mayra—. Y de pronto se prendió una luz… era la lámpara de Nadia. Ella se levantó a buscar algo en la mesita donde dejamos los cosméticos y esas cosas… agarró algo y volvió a la cama —Mientras hablaba no dejaba de masturbarme la cola intensamente. Yo me estaba calentando mucho; pero me estaba muriendo de vergüenza, y no sólo por la posición que tenía que adoptar frente a mi familia, sino porque ya no me quedan dudas sobre lo que mi hermana iba a contar—. Se ve que Nadia no se dio cuenta de que me había despertado, y la muy boluda se olvidó de apagar la luz. Se desnudó y se puso en cuatro en la cama, y de a poquito se fue metiendo los dedos… como yo lo estoy haciendo ahora y… esperen, ya vuelvo. Se me ocurrió algo.
Mayra se alejó, corriendo, desnuda. Sus preciosas nalgas se perdieron de mi vista cuando entró al pasillo que comunica el living con los dormitorios. Toda mi familia se quedó en silencio, mirándome… las vergas estaban más duras que nunca, y me pareció ver que mi mamá se acariciaba la entrepierna. Mi  hermana regresó tan rápido como sue fue, y en su mano traía un objeto blanco que yo conocía muy bien.
 —Ésto fue lo que Nadia agarró esa noche —dijo, mostrando un envase de desodorante, de unos quince centímetros de largo—. Ya se imaginarán lo que pasó después de que se metió los dedos… y les puedo demostrar que digo la verdad.
—No, nena… por favor —le supliqué, pero ella me ignoró completamente.
Acercó la tapa del desodorante a mi culo y empezó a hacer fuerza. Con la dilatación producida por sus dedos, más un poco de saliva que usó como lubricante, consiguió que el envase se deslizara hacia adentro. Suspiré de placer al sentirlo.
—¿Ven cómo le entra? Si tuviera el culo virgen, no le entraría tan fácil. Esa noche se lo metió en el culo, y tampoco le costó mucho trabajo hacerlo. Se notaba que no era la primera vez… por acá habrá entrado más de un desodorante… y puede que alguna otra cosa más.
Empezó a masturbarme, pero como ahora lo hacía con un objeto más grande, mi placer era mayor. Intenté ahogar mis gemidos, pero me fue imposible. Ese consolador improvisado se deslizaba a la perfección en mi interior, y el placer anal no me era ajeno. Mi hermana tenía razón, muchas veces me había metido eso por el culo… aunque no tenía idea de que ella me hubiera visto… pero fui igual de imprudente en varias ocasiones, al menos sólo me vio una vez. 
—Lo más curioso es que no la vi una sola vez. Esa solamente fue la primera. Al parecer a Nadia le gusta meterse cosas por el culo, y le gusta hacerlo con la luz prendida —El desodorante se movía rápidamente de adentro hacia afuera, seguramente mi familia ya estaba viendo cómo tenía de roto el culo—. Y cuando se calienta, no disimula nada, empieza a gemir… y yo escucho todo. Hubo una vez que ella se concentró tanto en meterse esto por el culo, que yo me senté en mi cama y me puse a mirar… y ella ni cuenta se dio. Estaba con los ojos cerrados. 
—¡Apa Nadia! —Dijo mi mamá, yo no podía verla, tenía la cabeza hacia el frente y mis ojos se entrecerraban de puro placer anal—. No te imaginaba tan… pajera. —Todos los demás se rieron, incluso mi hermana. 
Me sentía humillada, pero estaba tan caliente que podía tolerarlo. Como buena pajera que soy, empecé a frotarme la concha, mientras disfrutaba de cómo mi hermana me taladraba el culo con el desodorante. Ésto era surrealista. En pocas horas, por culpa de un juego de cartas, había pasado de tener una vida familiar más o menos normal, a estar pajeándome frente a todos los miembros de mi casa; mientras mi hermanita me hacía el culo con un desodorante. Y lo estaba disfrutando mucho. Tanto que mis gemidos ya eran más que evidentes. Mi familia ya no hablaba y Mayra parecía decidida a darme tanto placer como fuera posible, porque ni por un segundo dejaba de penetrarme. 
—A ver… —dijo mi madre, después de unos segundos—. ¿Cuánto tiempo se supone que tendría que durar este castigo? Porque ya llevamos más de cinco minutos…
—Emm… no sé, no estoy ufff…. ¡ay!… no estoy tomando el tiempo —dije, mientras me castigaban el culo—. Si querés poné el cronómetro a partir de ahora… ¡ay! ¡Ay!
—Yo creo que a Nadia le está gustando el castigo —dijo mi tío Alberto, con su voz socarrona—. Pero sabiendo lo justa que es mi hermana con estos jueguitos… yo creo que va a dar por concluida la prueba. 
—Yo… ¡Uff! yo no tengo problema si toman el tiempo a partir de… ¡ay sí!... a partir de ahora… —Mayra parecía poseída, me estaba metiendo y sacando el desodorante tan rápido que me daba toda la sensación de tener un pene cogiéndome duro por el culo… era una sensación maravillosamente morbosa.
—No, no… hay que ser justos —dijo Viky—. Ya van más de cinco minutos, sería injusto castigarte más tiempo que a los demás. Mayra, ya podés parar…
Sabía que mi mamá en realidad estaba jugando conmigo. Ella pudo notar lo mucho que estaba disfrutando del “castigo anal”, y sin dudas sabía que el mayor castigo para mí sería detenerlo. No me quedó más opción, no podía argumentar contra ella sin quedar como una completa pajera. 
Mayra retiró el consolador de mi culo, yo sentí como un efecto ventosa en mi retaguardia, y eso me dio aún más placer. Dejé de masturbarme y me quedé ahí unos segundos. Mi familia quedó en completo silencio. Sabía exactamente lo que estaban mirando. Deberían tener una vista perfecta de mi concha totalmente mojada, y de mi culo bien dilatado, prácticamente con el diámetro del desodorante. Me sentí incluso más humillada que antes, mi propia familia me estaba viendo con el culo roto… pero el morbo que me embriagó en ese momento no es algo que pueda explicar con palabras. 
Pasados unos segundos bajé de la silla, la acomodé donde estaba y vi que Mayra volvía a su lugar. Me senté, algo incómoda por el dolor de culo, y miré a mi mamá, quien lucía preocupada por primera vez en el transcurso de la noche. El ambiente festivo se diluyó con un trueno, como si se tratase de una señal de alarma enviada desde los cielos. Estábamos un poco borrachos, pero creo que hablo por todos al decir que el juego había llegado demasiado lejos. Nadie sonreía. Hasta mi hermano parecía consternado por todo el asunto. 
—Me parece que por hoy es suficiente —dijo mi mamá, casi como si estuviera pidiendo permiso.
El que reaccionó más rápido fue mi tío Alberto:
—Sí, creo que ya nos sacamos las ganas, y el alcohol está haciendo efecto. Me está dando sueño.
—A mí también —dijo mi papá, apurando el resto del contenido de su vaso.
Sabía perfectamente que eso del sueño no era más que una excusa para poner fin al juego sin decir lo que todos debíamos estar pensando: Los desafíos se nos fueron de las manos y llegaron a niveles sexuales que no deberíamos haber tocado en familia. Toda la situación era muy incómoda, por lo que, para hacer algo, me puse a juntar la ropa del suelo. No solo la mía, sino la de todos. Nadie se vestiría, ya nos habíamos visto las partes íntimas, y con lujo de detalle. Creo que esa etapa del pudor ya estaba superada, al menos por el resto de la noche. 
Llevé la ropa al lavadero, con ayuda de mi mamá. Cuando estuvimos solas ella dijo:
—¿Te duele la cola?
—No, está bien —mentí. Me dolía un poquito, pero tampoco como para hacer un escándalo, ya se me pasaría—. El juego estuvo bueno.
—Sí, aunque fue un poquito… zarpado. 
—Y bueno, ya sabés cómo son estas cosas, se empieza con un chiste, después viene otro más subido de tono… y terminás con un desodorante metido en el culo.
Ella soltó una risa, me alivió verla de buen humor. Quería demostrarle que no nos había fallado como madre al permitir que el juego llegara a este nivel.
—Ahora vamos a dormir —continué diciendo—, y mañana ya nadie le va a dar importancia a esto.
—Sí, tampoco fue para tanto, ¿cierto? —Lo dijo como si buscara convencerse a sí misma.
—Nah… estamos en familia, mamá… nos tenemos confianza… y creo que desde hoy nos vamos a tener un poquito más.
—Eso es algo positivo. Bueno, andá a descansar.
Me despedí de ella con un beso en la mejilla. De camino a mi cuarto volví a pasar por el living comedor, donde los tres hombres de la familia se dedicaban a juntar los vasos y las botellas, me dio la impresión de que recorrieron con sus miradas la totalidad de mi cuerpo desnudo. No puedo culparlos, hasta yo me tenté y les miré las vergas una vez más, antes de encarar hacia mi cuarto.
Mayra estaba allí, acostada en la cama, mirando fijamente el techo… completamente desnuda.
—¿Estás bien? —Le pregunté.
—Sí, re bien —me dio la impresión de que sus palabras estaban algo forzadas—. Pero con sueño. Apagá la luz, vamos a dormir. 
—Sí, creo que va a ser lo mejor. 
Le di a la perilla de la luz y cerré la puerta. Después me acosté en la cama. 
—¿Te hice mal? —Preguntó Mayra.
—¿En la cola? No, nada que ver… fuiste muy cuidadosa.
—¿No lo estarás diciendo para dejarme tranquila?
—Te lo digo de verdad, no me dolió… pero sí me sentí un poquito traicionada, por lo que les contaste.
—Perdón… en ese momento no lo pensé. 
—Todo bien, Mayra… ni siquiera yo estaba pensando con claridad. No tendría que haber aceptado ese desafío absurdo… todos vieron cómo me metía ese desodorante en el culo… ¡Qué vergüenza! 
—Bueno, momentos vergonzosos son los que sobran… pero perdón por eso…
—En serio, no pasa nada. Eso sí, que no te sorprenda si algún día les cuento de las pajas que te hacés durante la noche. —El dormitorio oscuro quedó completamente en silencio—. Era un chiste, Mayra… no lo voy a contar.
Ella no respondió. Por un momento supuse que se había enojado conmigo, pero después me di cuenta de que, lo más probable, era que se hubiera quedado dormida. 
El cansancio también me vencio a mí. Estoy segura de que me quedé dormida por un buen raro, o al menos eso me pareció. 
En algún momento de la noche un ruido, como un quejido, me despertó. Provenía de la cama de mi hermana. Una vez cometí la imprudencia de preguntarle si se sentía bien, al escuchar esos mismos sonidos; pero ya me había habituado a mantenerme callada y hacerme la dormida. No me cabía duda, esos ruidos se debían a los jadeos de Mayra, porque se estaba haciendo una paja. Hasta pude escuchar el chasquido húmedo de su concha, al ser frotada por sus dedos.
Sentí empatía por ella, después de todo lo que había pasado, dudaba mucho que algún miembro de mi familia se fuera a dormir sin antes hacerse una paja… bueno, a excepción de mis padres, ellos podían coger. ¡Qué envidia!
Aprovechando que Mayra estaba concentrada en pleno acto de autosatisfacción, yo hice lo mismo. Me toqué con total libertad, sin molestarme demasiado en disimular los claros ruidos que me pondrían en evidencia. Ella no diría nada, y yo tampoco. Tuve uno de los orgasmos más lindos de mi vida, y me sorprendió que tanto placer pudiera venir de una paja. 
Después volví a quedarme dormida, mientras pensaba en cómo haría para procesar esta partida de póker, con desafíos que rayaban el incesto. 


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