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100 lugares donde tener sexo. Capítulo 29

100 lugares donde tener sexo. Capítulo 29

100 lugares donde tener sexo es una serie de relatos que tiene como fin ampliar las opciones del lector, ayudándolo a encontrar un nuevo universo de oportunidades en donde disfrutar del sexo. Es necesario para ello aclarar que cuando hablamos de sexo no nos referimos solamente a la penetración, sino que también incluimos sexo oral, sexo verbal, toqueteo y todo lo que pueda calentarnos y excitarnos. Espero que lo disfruten y que los ayude a ampliar sus márgenes de placer.

CAPITULO 1

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Capítulo 29:
   El pendejo sabía muy lo que me provocaba y por esa simple razón es que me miraba y no me decía absolutamente nada. A pesar de que era yo la de mayor jerarquía y edad, era él quien tenía el control total de esa situación y el que estaba esperando que yo diera el primer paso. Caminé segura hacia donde él estaba y lo miré mordiéndome el labio inferior. Me aseguré que nadie más estuviera cerca de nosotros y le dije que se hiciera cargo de sus palabras. El pendejo me sonrió y pasó su mano sucia por su pecho, dejando la línea de los dedos marcada desde sus pectorales hasta su cintura, como si quisiera mostrarme el camino. “¡Vení!” me dijo con voz clara y entonces comprobé que era él quien estaba en control total de la situación.
   Mi nombre es Silvina, tengo 35 años y trabajo de administrativo en una empresa metalúrgica. Siempre trabajé en la oficina en el centro, en un edificio donde alquilábamos un piso entero para encargarnos de las cuestiones administrativas. El problema era que estar lejos de la fábrica y el depósito complicaban las cosas en muchas oportunidades, lo que llevó a que a hace unos años nos mudamos a unas nuevas oficinas, construidas al lado del galpón principal, el cual se encontraba a las afueras de la ciudad. Para mí no era problema, pues mi novio y futuro esposo también trabajaba en las afueras y los dos podíamos irnos y volver juntos. Vaya curiosidad que ese cambio terminó dejando al descubierto como mi pareja me engañaba con una compañera de trabajo.
   Lo cierto es que él siempre volvía una hora más tarde del horario de salida común y esto era porque solía llevar a algunos compañeros hasta la casa. No va que el primer día que nos volvemos juntos llegamos a los 20 minutos, lo que me llevó a pensar donde estaban esos 40 minutos extras. Lo cierto era que el hijo de mil puta llevaba a una compañera a lo último y se echaban un polvito casi a diario, haciendo que volviera a casa mucho más tarde de lo común. Tardé dos semanas en atar cabos y cuando todo salió a la luz, cancelé el casamiento, lo eché de la casa y terminamos lo nuestro, dejándome a mí en situación de libertad total.
   El problema fue que no podía avanzar y no podía salir adelante. Lo extrañaba por las noches, lo odiaba por la mañana y a la hora de querer conocer a otro hombre, sentía que no estaba lista. El desgraciado me había arruinado todo y en especial el sexo. Durante los últimos dos años lo nuestro se había convertido en algo muy monótono y repetitivo. Durante la semana no teníamos sexo, pues claro, él se estaba cogiendo a su compañerita y llegado el fin de semana solo lo hacíamos una vez y no siempre. Llegamos a estar un mes y medio sin coger y claro, era yo la que se aguantaba las ganas. Eso me llevó a pensar que era yo la que no era estimulante y excitante. Me costó algunos meses darme cuenta que yo era una mujer muy atractiva y que podía conquistar a cualquier hombre que quisiera.
   Empecé a vestirme de forma más sensual, a arreglarme todos los días, a pintarme los labios y a ser bastante más provocadora de lo que era. Más allá de eso, a mis 35 años y con mucha experiencia encima, no solía disfrutar el sexo de nuevo. Me acosté con tan solo dos hombres en 4 meses y apenas lo disfruté, pues no lograba encontrar en ellos la pasión que estaba buscando en ese momento. Era como si quisiera encontrar a alguien que además de excitarme y estimularme, me cogiera de forma salvaje y brusca, todo lo contrario a lo que era el sexo monótono y repetitivo con mi ex pareja. Pero los hombres de mi edad parecían no estar a la altura e inclusive parecía que solo buscaban conquistarme el corazón, cuando yo quería alguien que me sacara la calentura.
   Fue entonces cuando apareció un pendejo que apenas lo vi, me movió el piso. Leandro, de tan solo 20 años, empezó a trabajar en el depósito moviendo las cajas y acomodando los productos. Se notaba que venía de una clase baja y que lo hacía porque necesitaba el dinero, algo que hizo que el pibe ya de entrada me cayera bien, pues tenía algunas cosas bien en claro. Pero me encantaba físicamente y es que el pendejo era un bombón. Pelo negro, ojitos marrón oscuro, sin nada de barba y con un cuerpo deliciosamente trabajado. Lo vi algunas veces cuando vino a traer unas cosas a las oficinas y noté como él me miraba el culo sin disimulo. Apenas cruzábamos palabras, un “hola” y “chau” muy simple, pero él no podía evitar revisarme de arriba abajo y lamerse los labios cada vez que me observaba. La noche que tuve un sueño húmedo con él, fue la noche que supe que el pendejo me excitaba más de lo que pensaba.
   Como era nuevo, por lo general sus compañeros de mayos experiencia solían enviarlos a hacer algunos recados y lo usaban para tareas más simples. Aproveché eso para llamarlo un día a mi oficina para pedirle que llevara unas cosas al depósito y aproveché para sacarle algo de información. No sabía si estaba soltero o en pareja, lo que sí me di cuenta es que me miró el escote sin disimulo y cuando le pregunté si se le había perdido algo que me miraba tanto, me respondió: “Usted también me mira siempre que vengo” y me sonrió. Su sonrisa divina y el hecho que me tratara de usted, me calentó tanto que me llevó a decirle: “No te hagas el canchero conmigo nene, que si calentás la pava vas a tener que cebar los mates”. Me di cuenta que fui demasiado directa ni bien terminé de decir la frase, pero Leandro avanzó un paso hacia mí y quedando a menos de un metro, me miró fijo y me respondió:
   - Seré un nene, pero estoy seguro que la puedo complacer más de lo que se imagina.
   Acto seguido, agarró las cosas que tenía que llevarse y se fue no sin antes girar la cabeza y tirarme un beso. Automáticamente cerré la puerta de mi oficina y me senté en la mesa con el corazón latiéndome a mil. Metí mi mano adentro de la pollera que tenía puesta ese día de verano y me empecé a tocar pensando en el pendejo. Noté como toda mi concha se mojaba de golpe cuando escuché que alguien tocaba la puerta y tuve que parar. Una de mis compañeras apareció cuando le dije “¡Pasá!” y me comentó que eran los del aire acondicionado que iban a arreglar el aire del depósito. En ese momento el galpón principal estaba hirviendo a plena luz del sol y la mayoría de los empleados estaban haciendo tareas en el otro galpón o afuera. Les indiqué a los técnicos a donde tenían que ir y cuando llegamos al galpón me di cuenta que estaba Leandro solamente, acomodando algunas cajas y en cuero.
   Luego de dejar a los técnicos en la otra punta, volví hacia donde él estaba y me quedé observándolo sin que se diera cuenta que yo estaba allí. Se había sacado la remera del calor que hacía y la transpiración le caía por todo el cuerpo trabado y musculoso. Tenía puesto los guantes de protección, pero estos le molestaban tanto que se los terminó sacando segundos después para secarse la transpiración de la frente. Fue entonces cuando se percató que yo lo estaba observando desde lejos y me miró y me regaló una sonrisa. Caminando despacio, me acerqué hasta donde él estaba y me quedé a unos cinco metros de distancia. Mordiéndome el labio, miré hacia la derecha, después hacia la izquierda y comprobando que no había nadie le dije que iba a tener que hacerse cargo de sus consecuencias.
   - ¡Vení!- Me dijo luego de sonreírme y de pasar su mano sucia por su pecho dejando marcada la línea de sus dedos.
   Sin dudarlo, avancé hasta donde él estaba y me paré en frente suyo mirándolo fijo a los ojos. Traté de mantener el control, pero no hice nada cuando él me agarró de la muñeca y me llevó mi mano hasta su bulto. Yo no la moví y de hecho apreté para comprobar que aparte de buenísimo, el pendejo estaba muy bien dotado. Levanté la otra mano y fui acariciando su pecho, siguiendo las marcas de tierra que él mismo e había dejado para provocarme. “¿Pensás que podés complacerme, pendejo?” le pregunté apretando nuevamente el bulto de sus pantalones y sintiendo como este se iba endureciendo. “¿Acá?” me preguntó él y a mí no se me ocurrió ningún lugar mejor para coger que ese galpón vacío a excepción de los técnicos que estaban en la otra punta.
   No hizo falta decir mas nada, ya que automáticamente el pibe se bajó el pantalón y el bóxer y su pija quedo frente a mis ojos. Estaba a medio parar y si algo le faltaba a Leandro para ser perfecto, era tener la enorme verga que tenía. Automáticamente volví a llevar mi mano sobre su cuerpo y me obligó a pajearlo mientras se acercaba y me comía la boca de un beso. Estaba todo transpirado y pude sentir el olor de su cuerpo y notar como el calor se hacía notar, sin embargo no me importaba y lo seguí pajeando y besando en medio del pasillo del galpón. A nuestra derecha materiales apilados de forma rara y a nuestra izquierda pijas de cajas y cajas con más materiales que se suponía que él tenía que acomodar. Él semi desnudo en frente mío, con el pantalón a la altura de las rodillas. Yo parada frente a él, con los zapatos abiertos y la pollera corta para no tener tanto calor, la cual tapaba mi mano sobre su pija.
   - ¿No va a bajar a saludar al amigo?- Me preguntó de forma vulgar y a pesar de que me pareció muy ordinario, esa vulgaridad me excitó muchísimo.
   - Sos un desubicado, pendejo.- Le dije sonriendo y me arrodillé en frente de él.
   Mirándolo desde abajo con su verga entre mis dedos, me sentí muy puta y por alguna extraña razón eso siguió aumentando mi calentura. Su verga se iba poniendo cada vez más dura a medida que lo masturbaba y cuando me la apoyé en los labios, noté una sonrisita morbosa en su rostro. Abrí la boca y empecé a chupársela con ganas, moviendo mi cabeza hacia adelante y hacia atrás, notando el calor del suelo en mis rodillas. Él automáticamente apoyó su mano sucia sobre mi pelo y lo sujetó con firmeza mientras dejaba que yo se la siguiera chupando. Su pija se fue endureciendo en mis labios, al punto tal que ya no me cabía toda en la boca y tenía que metérmela hasta donde me llegaba.
   “¡Uhhh sí!” gimió él y yo seguí comiéndosela con ganas. Dejé que la puta se apoderara de mí y con la otra mano empecé a tocarle todo el cuerpo transpirado y a acariciarle los huevos, recibiendo más gemidos de placer de su parte. A medida que se la iba chupando más y más rápido, notaba como él me apretaba con fuerza el pelo. Era evidente que al pendejo nunca se la habían chupado de esa manera y quería sorprenderlo. Me la saqué de la boca y sin dejar de sujetarla con firmeza entre mis dedos, empecé a lamerla por todos lados, yendo primero por un costado y después por el otro. También bajé hasta sus bolas, las cuales chupé, lamí y me metí en la boca, siempre mirándolo a él fijo a los ojos. El pendejito estaba atónito, sin poder creer lo que se le estaba dando y mirándome con la boca entreabierta para regalarme unos hermosos gemidos de placer.
   Quise levantarme, pero él no me dejó y agarrándome con firmeza del pelo me empezó a mover la cabeza hacia adelante y hacia atrás para que siguiera chupándole la pija. Su actitud dominante y ordinaria me excitó más. Eso era lo que quería, un pendejo bien maleducado que me obligara a complacerlo y que me hiciera chuparle la pija en medio de la jornada laboral sin que le importe nada. “¡Qué bien que la chupa, Silvina!” me dijo y que me tratara de usted me encantaba. Continué comiéndosela, mientras sentía como la baba se me caía de la boca y como su verga bien dura me entraba hasta el fondo. Seguía pajeándolo, tocándole los huevos, excitándolo a más no poder y dejándolo bien duro.
   Entonces me levantó sujetándome de los brazos. Él pendejo estaba tan caliente que apenas le entendí lo que me dijo, pero dejé que me acomodara detrás de las cajas. Me puso de frente a estas y él se colocó de espaldas. “Agáchese” me ordenó nuevamente tratándome de usted y yo dejé que él lo hiciera. Me levantó la pollera hasta la cintura y me corrió la bombacha hacia un costado. Yo me sujeté con una mano de una de las cajas y giré la cabeza para ver cómo se escupía la mano y como después me la pasaba por la concha, humedeciéndomela toda. “¡Qué mojada que está!” dijo de forma irónica y noté su verga entrando en mi cuerpo. Me llevé la mano que tenía libre a la boca para no gritar y él siguió haciendo fuerza hasta que noté como su cintura chocaba contra mi cola. Me la había metido toda de una.
   - Tranquilo…- Lo tuve que calmar viendo que el pendejo empezaba a cogerme a lo bestia de golpe.
   Agarrándome de la cintura con ambas manos, frenó un poco el ritmo y empezó a meterme la pija hasta el fondo, obligándome a cerrar la boca con fuerza para no gritar de placer. Sus movimientos eran lentos, pero no suaves y se notaba que el pendejo le gusta brusco y fuerte. Apreté con fuerza la mano de la que me sujetaba de la caja para no caerme y con la otra continué tapándome la boca para no gritar. Él empezó a aumentar la velocidad y notaba como su enorme u dura pija me partía al medio y me llenaba toda la conchita. Estaba desacatado y no se aguantó las ganas de cogerme bien fuerte, algo que claramente se moría de ganas de hacer porque tan solo un minuto después de que le dijera que fuera tranquilo, me la metía bien rápido y con todas sus fuerzas.
   Mi bombacha le molestaba y en varias oportunidades tuvo que frenar para correrla de lugar. Luego de que frenara por tercera vez, me puse de frente a él y observé todo su cuerpo sucio y transpirado y sentí un mini orgasmo invadir todo mi cuerpo. El pendejo me miró con cara de morboso y yo me senté sobre una de las cajas, sim importarme de abollarla o que esta estuviera llena de tierra. Me saqué la bombacha, la cual quedó colgando de una de mis piernas y lo pegué a mi cuerpo para que volviera a metérmela hasta el fondo. “¡Ay sí pendejo!” gemí sin poder aguantarme y apoyando mis manos en sus hombros le pedí que volviera a moverse. No hizo falta, Leandro ya estaba encendido por completo y me cogía a toda velocidad.
   Le comí la boca para no gritar y a pesar de eso no pude aguantar un gemido, el cual se escuchó rebotar por todo el galpón. “¡No pares!” le susurré viendo que él se detenía por miedo a que nos hubieran escuchado y me mordí un dedo para no gritar. Entonces él se encendió de nuevo y llevando su cintura hacia atrás y hacia adelante volvió a cogerme a toda velocidad, metiéndome su enorme pija bien adentro de mi conchita, la cual ya estaba toda mojada. Con una de sus manos me sujetaba de la cola para que no me alejara de su cuerpo y con la otra me apretaba las tetas de manera brusca por encima de la remera. Yo me mordía más y más fuerte para no gritar y a pesar de eso algunos gemidos se escapaban de mi boca. No me importaba nada, solo quería que ese pendejo maleducado me siguiera cogiendo de esa manera.
   - ¡Voy a acabar!- Me advirtió él entonces, sin dejar de darme bien duro.
   - ¡Acabá!- Le pedí yo acercándome a su oído y susurrándole de forma bien sensual.
   Abrazándolo con mis dos manos, pegué su cuerpo al mío y sentí el calor que este irradiaba. Leandro siguió cogiéndome bien fuerte, metiéndomela bien a fondo y haciéndome sentir un placer que hacía años no sentía. Notaba toda su transpiración en mi cuerpo y sentía el calor golpearme una y otra vez cada vez que él me la clavaba. “¡Ay sí!” volví a gemir sin taparme la boca y supe que no solo él estaba por acabar. “¡No pares!” le pedí mordiéndole la oreja y noté como el pendejo me pasaba la lengua por el cuello y me besaba con ganas. Todo mi cuerpo temblaba, las cajas temblaban y en el momento en el que él me la metió con un golpe seco, noté que no solo me mojaba por mi orgasmo, sino también por el suyo.
   Nos quedamos unos segundos inmóviles, disfrutando de lo que acabábamos de hacer y entonces lo alejé de mí Cuando su pija salió de mi concha, una cantidad impresionante de semen salió disparada, manchando mi cuerpo, las cajas y él piso. Leandro se levantó el bóxer y el pantalón a las apuradas y se vistió como pudo mientras se secaba la transpiración con la remera. Yo me levanté, me puse la bombacha sobre la concha toda llena de su semen y me acomodé la pollera y la remera como pude. Me peiné algo apresurada y le dije que eso no había quedado ahí y que esa tarde podíamos irnos a mi departamento. “Como usted diga, señora” me dijo él y levanté las cejas esperando que retractara ese “señora” aunque no lo hizo.
   - ¡Y limpiá todo esto!- Le dije señalando toda la leche que había chorrada en las cajas y el piso. Yo me iba a encargar de la que se me caía por las piernas en ese momento.


Lugar n° 29: Galpón

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