You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Capítulo de "Los Cuatro Ancianos"

Buenos días. Es mi primer post y quería publicar un capítulo de un libro muy morboso que se puede leer por separado sin problema. Espero que os guste.


  Para Manuel el matrimonio solo era un paso necesario para seguir avanzando en la vida. Un compromiso en el que pasas a convivir con una mujer lo que el cuerpo aguante. Y, aunque Manuel pensaba que era importante de qué mujer se tratara, no dejaba de ser una lotería en el que había pocos números a la venta. Así había sido para él dos veces durante su vida. Su primera mujer, con la que se comprometió antes de irse a la guerra, murió trágicamente en un accidente de coche con su amante después de veinte años de casados. Nunca la culpó de nada. No tuvieron hijos, no se amaron. Ni siquiera se caían demasiado bien. Pero la echó mucho en falta ya que Manuel era un desastre con las labores del hogar.
  Así que Manuel no tardó en buscar una segunda esposa. Una solterona dieciocho años más joven que él, y tan mal cuidada y huraña que ambos parecían de la misma edad. Pero cocinaba muy bien. Con su segunda mujer si tuvo un hijo varón, José. Y fue bastante feliz durante todo el matrimonio. Lamentablemente ella murió de cáncer hacía ya dos años. Y ya era demasiado viejo a sus sesenta y ocho años para buscar otra esposa. No, el matrimonio para Manuel solo había sido un paso necesario para seguir avanzando en su vida. Pero no para su hijo.
  Tras un mes de casados no había mañana que José no se levantara sonriendo. Dormía como un tronco cada día, rendía en la agencia de publicidad como nadie, y no había frase que no la terminara con un comentario gracioso. Como Manuel era ya bastante viejo les había dado la opción, a su hijo y a su mujer Isabel, de vivir en su casa. La pensión de viudedad no era demasiado abultada y la casa demasiado grande para él solo. Además, Isabel hacía desayunos exquisitos y desde la ausencia de su difunta esposa tanto su casa como su estómago se habían convertido en un estercolero.
  Manuel miró de soslayo hacia su nuera, Isabel, que emplataba el desayuno de su marido con la tortilla francesa que le había preparado, creps con miel, y fruta picada. Isabel era realmente hermosa a sus veintidós años. Tenía el pelo castaño claro, tan liso como la seda, y tan largo que llegaba a media espalda. Una cara aniñada que se potenciaba con sus largas pestañas naturales, además de una sonrisa amplia y agradable. Su piel clara y ojos tiernos endulzaban aún más su apariencia. Manuel seguía sin creerse que su hijo, un tipo del montón, hubiera tenido tanta suerte para conseguir una belleza semejante. Y justo en ese instante apareció en la cocina con traje y corbata, recién duchado y peinado para ir al trabajo.
  José solo tenía tres años más que ella, pero había heredado el mentón adusto de su padre, y eso le hacía aparentar que tenía otros tres más. Su pelo corto y oscuro era herencia de su madre.
  -Buenos días cariño -saludó él mientras besaba a su mujer en los labios.
  -Te he preparado tu desayuno favorito, y un poco de tortilla para luego la merienda en el trabajo.
  -Gracias, amor.
  -Ya quisiera yo pode comer tortilla como tú-se quejó Manuel.
  Isabel se giró negando con la cabeza.
  -El médico dijo que tenías el colesterol demasiado alto, dos huevos a la semana máximo -respondió taxativa.
  José se sentó tranquilamente a desayunar mientras reía. Como cada día sus ánimos estaban álgidos y se reía por cualquier cosa.
  -Espero que no le des demasiado la lata a Isabel, papá.
  -Ya me conoces, no me gusta que me impongan nada- dijo mientras se encogía de hombros -. Pero ella cocina, ella manda.
  -Exacto -resumió Isabel conforme.
  -¿Cómo te va a ti en el trabajo? -preguntó Manuel a su hijo, cambiando de tema.
  -Mejor que nunca. El jefe habló conmigo el viernes pasado para agradecerme el rendimiento de las últimas semanas -dijo mientras devoraba un trozo de manzana -. Me dijo que si seguía así me ascendería y me daría mi propio despacho.
  -No te creas todas sus promesas, cariño-añadió Isabel -. Ya conoces a Sánchez.
  El escepticismo de Isabel no era infundado, pues ella conocía a los compañeros de trabajo de su marido tan bien como él mismo. Pues hasta hace muy poco trabaja en la misma empresa. Dejó el empleo tras casarse para dedicarse a un trabajo más satisfactorio para ella. La familia.
  -Sí, pero es lo que te dije. Lo noto diferente, como si estuviera siendo sincero con eso -afirmó José seguro -. Lo noto. Me va a ir genial en el curro.
  -Seguro que el Juanito se pondría como una moto -dedujo ella.
  -Ese capullo envidioso -increpó cambiándole la cara de repente -. No para de señalar mis errores cuando el jefe está delante. Pero es una piraña y Sánchez no es tonto, lo ve venir.
  Manuel vio como de repente le había cambiado la cara a su hijo, y supo que ese Juanito era un verdadero incordio para él. José siempre había sido una persona que huía de los problemas, en lugar de enfrentarse a ellos.
  -Confía en tu trabajo y céntrate en él. Lo demás no depende de ti -le aconsejó Manuel con voz pausada -. Estoy orgulloso hijo.
  -Gracias papá.
  En ese momento Isabel se acercó por detrás con el delantal de cocina puesto y lo abrazó para darle a continuación un beso en la cabeza.
  -Verás como ese idiota tendrá que llamarte señor cuando seas el encargado del departamento. Quién verá su cara de arrastrado entonces.
  José rio a viva voz muy de acuerdo con la predicción. Y giró la cabeza para besar a su mujer en los labios.
  -Me conformo con la cara de imbécil que se le quedó cuando supo que tú y yo salíamos juntos, ¿recuerdas?
  Isabel rio como respuesta mientras no paraba de abrazar a su marido por los hombros.
  -Eso es, hijo. No hay mayor premio -asintió Manuel, pero entonces Isabel, dirigiéndose a su suegro, añadió el recuerdo.
  -Vino a pedirme que saliéramos juntos después de que tu hijo lo hiciera. Después de criticarme durante meses.
  -La llamaba bicho raro entre el grupo de compañeros -confirmó José -. Cuando les dije a ellos que iba a atreverme a hablar con Isabel, se burló de mí diciendo que me iba a estampar y que a las mujeres como ella no le interesaban los tipos como yo. Sino los hombres con dinero y fortuna. Cuando le dije que Isabel había aceptado se le quedó una cara de mono que ni te imaginas.
  -¿Y luego intentó él invitarte a ti?-cuestionó Manuel impresionado -. ¿Y tú que le dijiste?
  -Le fui sincera. Le dije que ya tenía una cita con tu hijo -rememoró ella con gesto orgulloso -. Y entonces él me dijo que José malmetía por detrás y que me había invitado a salir porque había hecho una apuesta.
  -Pero le creíste -le recordó José.
  -Porque no lo conocía todavía, cariño -dijo en tono de disculpa para volver a mirar a Manuel -. Pero lo gracioso es que pensó que así me fijaría en él. Todo lo contrario. Al final cuando aclaré el malentendido con tu hijo supe que clase de tipo era Juan.
  -¿Y tú que le hiciste, hijo?
  -¿Yo? ¿A qué te refieres?
  -Bueno, malmetió detrás de ti. Yo con menos que eso le habría partido la cara -manifestó Manuel en un tono agresivo.
  -Y perder luego mi trabajo, no gracias. Lo que importa es que al final he sido yo el que le he ganado -se jactó.
  El padre aceptó esa conclusión mientras asentía sin estar demasiado convencido.
  -Se me hace tarde, amor -indicó José mientras tocaba la mano de su mujer sobre su hombro -. Me tengo que ir ya.
  Isabel dejó de abrazarle y le permitió levantarse de su silla. Una vez de pie volvió a besarle y abrazarle de frente una última vez.
  -Que tengas un buen día, amor. Yo estaré aquí cuando vuelvas.
  José se marchó a toda prisa sin perder la sonrisa y le lanzó un último beso a su mujer antes de irse, para mirar a su padre antes de cruzar la puerta.
  -No la molestes demasiado, papá. Que no es tu chacha.
  -Sí, ya lo sé. Descuida.
  La puerta se cerró e Isabel ya se dispuso a lavarla losa. El trabajo de ama de casa era bastante ameno mientras no tu viera hijos, y había muchas horas muertas, pero ella lo compaginaba bastante bien con la lectura y la televisión. Desde la ventana ella podía ver como su marido se subía en el coche. Y antes de que arrancara el motor ya sintió como Manuel le bajó de sopetón el pantalón junto con las bragas incluidas. Su suegro tenía las manos frías cuando estiró sus nalgas dejando al descubierto su ano. Entonces comenzó a lamérselo ávidamente. Isabel vio como José había reparado en ella mientras estaba en el coche, por lo que intentó aparentar normalidad y enjabonó uno de los platos mientras su suegro le metía la lengua por el ano y manoseaba su culo. José se despidió con la mano y ella de devolvió una sonrisa.
  -Tu hijo no se ha ido todavía -le reprochó ella a su suegro, casi sin moverse y sin quitar la sonrisa.
  -Por eso he empezado por lamerte el culo-contestó Manuel sin que apenas se le entendiera.
  Isabel apretó los dientes y esperó a que su marido se hubiera ido del todo para darse la vuelta bruscamente. De manera que con las nalgas abofeteó a su suegro y se viró ciento ochenta grados.
  -Ya te he dicho que aquí no.
  Manuel vio frente a sí todo el coño de su nuera. Se había afeitado el pubis para la boda, pero ya le había crecido bastante. Los labios menores de su vulva eran abiertos y grandes, tanto que sobresalían sobre los labios superiores, formando una apariencia como de alas de mariposa. Manuel se abalanzó como un león lo haría por su comida y comenzó a lamer el coño con apetito. Isabel intentó contener a su suegro con las manos, pero cuando intentaba empujar su cabeza se le iban las fuerzas al sentir la lengua dentro de su vagina. Pronto sintió como su entrepierna chorreaba, y no solo por la saliva de su suegro, sino por sus propios fluidos. Isabel intentó retirar la cabeza de su suegro dos ocasiones más sin apenas fuerzas, para la tercera ni siquiera miraba ya hacia abajo. Retiró definitivamente las manos y levantó la cadera para que la lengua de su suegro entrara más hasta el fondo. Miró hacia el techo y entrecerró los ojos por el placer. Comenzó a sentir un cosquilleo que nacía en su entrepierna pero que se expandía por todo su cuerpo. Manuel metió su mano derecha por dentro de la camisa y delantal de su nuera, y agarró con la mano llena su seno derecho. Isabel tenía los pezones erectos.
  Cada vez más la bella mujer comenzó a moverlas caderas de arriba hacia abajo con más intensidad. Tanto que estorbó a Manuel, que veía realmente complicado seguir con la felación con la misma precisión. Entonces quitó su lengua y se apartó. Con el pie presionó los pantalones de Isabel que estaban a la altura de sus tobillos y la levantó por medio metro desembarazándose de ellos. Sin pantalones Isabel podría abrirse más por lo que la hizo girar ciento ochenta grados nuevamente agarrándola por las caderas hasta que el culo volvió a quedar frente a él. Presionó sobre la espalda de ella, que no paraba de subir y bajar por la excitación, para que se reclinara mientras el trasero le quedaba más en pompa. Tenía el culo un poco estrecho y a Manuel le gustaban más de amplias caderas, pero era respingón y suave. El chocho de Isabel quedó al descubierto, y estaba abierto con claridad y expedía un líquido cristalino que brillaba con la luz de la bombilla de la cocina.
  Manuel se bajó los pantalones y mostró su pene completamente erecto y con un poco de líquido trasparente en la punta. El viejo de sesenta y ocho años tenía un miembro de diecinueve centímetros muy grueso, que estaba muy excitado y parecía asentir cada dos segundos ante tal afirmación. Entonces lo metió a pelo dentro del coño de su nuera. La primera metida entró solo un cuarto, pero Manuel notó como su pene se mojó por completo y apenas mostró resistencia para adentrarse. La retiró un poco y volvió a meterla por segunda vez para llegar a penetrarla con la mitad de todo su pene, e Isabel lanzó un pequeño gemido contenido. Para la tercera vez entró por completo e Isabel gimió sin poder evitarlo. El anciano empezó a meterla mientras se ayudaba agarrando las caderas de su nuera e Isabel se mordió el labio para no seguir gimiendo. Tanto mordió que se hizo daño y se le escapó un nuevo gemido. Cuando los descuidos superaron la media docena dejó de contenerse.
  Manuel la metía cada vez más rápido y fuerte, él sabía que estaba llegando a su límite, pero no quería que el placer parara. Mientras más intentaba dilatar en el tiempo esa sensación más crecía la amenaza de terminar. Conocedor del inevitable desenlace quiso que por lo menos acabara por todo lo alto. Agarró con insistencia las nalgas de su nuera y la empujó contra sí cada vez con más fiereza. Manuel sintió como las piernas de Isabel comenzaron a flaquear como la llama de una vela a punto de extinguirse. Ya no paraba de gemir y el suegro no pudo aguantar más tiempo y se corrió dentro de su nuera en un gemido apoteósico.
  Isabel sintió como el pene de su suegro descargaba dentro de ella. Sintió el miembro revolverse mientras el cuerpo de Manuel se mantenía estático. Y la sensación pronto se confirmó al sentir las primeras gotas de semen recorrer su ingle. Entonces abrió los ojos y le pareció ver una cabeza que se ocultaba en la casa de la vecina, sin pararse a confirmar nada rápidamente corrió las cortinas.
  -¡Oh dios! -exclamó ella tras sentir un hondo arrepentimiento en todo su ser.
  Retiró a su suegro, y sin siquiera mirarlo se marchó.
  -Isabel… ¿estás bien…? -preguntó Manuel mientras veía a su nuera marcharse sin emitir sonido alguno. Su culo desnudo estaba enrojecido y la ingle le brillaba por los líquidos que resbalaban por su superficie.
  Manuel bajó la mirada, cabizbajo, y vio todas las gotas de semen que seguían el camino que había tomado Isabel. Cogió una servilleta y se dispuso a limpiarlo.
 
  Habían pasado ya dos horas e Isabel no se había dejado ver. Se había duchado durante largo rato, pero luego no había bajado. El anciano dedicaba sus pensamientos a los momentos de pasión en la cocina y sintió como su entrepierna volvía a regurgitar. Cada vez más el calentón siguió creciendo hasta que se hizo insoportable, y subió en busca de Isabel.
  Tras subir las escaleras hacia los dormitorios tuvo que pasar por el baño. El olor a jabón era todavía muy intenso. Se había embadurnado bien, lo que indicaba a Manuel lo impura que se sentía, y eso era muy mala señal. Siguió avanzando y pronto supuso que estaba en su dormitorio, el que había sido el de él mismo durante sus dos matrimonios. Manuel les había dado el dormitorio principal y él había pasado a dormir al que fuera el dormitorio de su hijo. Es interesante darse cuenta como con la vejez los padres pasan a ser los hijos.
  Sin pensárselo demasiado Manuel abrió la puerta del dormitorio sin llamar. Isabel estaba sentada en la cama de espaldas a él, a medio vestir, y llorando en silencio.
  -¿Isabel?
  -¡Vete! -le gritó ella.
  -¿Cómo me voy a ir si estás en ese estado?
  -¡Maldito viejo! ¡Te has vuelto a correr dentro! -escupió con asco sin siquiera mirarle -. Estoy harta de esto. Estoy harta de esconderme… de mentir. Me siento sucia.
  -No has matado a nadie, Isabel. Esto ocurre más a menudo de lo que crees. Créeme, esto no te convierte en mala persona.
  -Lo sería si no hubieses puesto tus babosas manos encima mía. Estaba muy contenta tras casarme con José y lo has estropeado todo.
  -Siento mucho…
  -Tú que vas a sentir -la interrumpió ella -.Ni siquiera sientes remordimientos por acostarte con la mujer de tu hijo. ¿Sabes cómo destrozarías a José si se enterase…?
  Isabel tuvo que parar al romperse su voz por las lágrimas. Manuel no sabía qué hacer, pero intuía que había algo más. Isabel siempre se le había resistido, pero ya lo habían hecho varias veces desde la primera vez hacía un mes, y nunca se había mostrado tan hostil.
  -¿Cuéntame que te pasa de verdad?
  -¿¡Qué me pasa?! -increpó ella para girarse y mirar a los ojos a su suegro -. Que me parece que la vecina nos ha visto. Eso es lo que me pasa.
  -¿Seguro?
  -¡No! Lo mejor será que vaya y le pregunte si me ha visto follar con mi suegro. Así salimos de dudas.
  -Si quieres yo…
  -Lo que quiero es que esto termine -le interrumpió ella -. Ha sido la última vez. Si lo vuelves a intentar se lo contaré todo a José.
  Manuel se quedó estático unos instantes. Lo último que quería era que su hijo se enterase de todo.
  -Si tu no quieres no haremos nada, Isabel.
  -Pues eso es lo que quiero. Ahora sal de mi puta habitación para que pueda llorar tranquila.
  Manuel asintió y cerró sin añadir nada más.

2 comentarios - Capítulo de "Los Cuatro Ancianos"

Eziobrosini201
maravilloso, espero que la proxima parte llege lo mas pronto posible