A Marixa la volví a ver un par de días después. Estuvo en casa un martes, recién el viernes volví a pasar por la panadería. Por precaución no me había dado su número, ya que el marido la controla bastante. Yo tampoco quise quedar como un baboso y desesperado, por lo que me tomé mi tiempo para aparecer. Que creyera que había sido una más, cuándo en realidad había sido una muy especial.
La saludé, le pedí lo de siempre y le pagué, todo muy ameno, cordial, como con cualquier hijo de vecino, sin vestigios de lo que habíamos vivido tan solo un par de noches atrás. Claro que había otros empleados y clientes, no esperaba ninguna demostración efusiva, pero al menos una sonrisa, una mirada. Sin embargo, nada de nada, frialdad absoluta.
Capaz que está acostumbrada a encamarse con los clientes e ignorarlos cuando vuelven, salí pensando de la panadería, pero antes de cruzar la calle, escucho que me llama.
-¡Señor... Señor...! Se olvidó el vuelto-
Se acerca y me entrega un billete, lo que me sorprende ya que le había pagado el monto exacto. Pero no le digo nada, porque al darme el dinero, me acaricia la mano.
Al llegar a casa me doy cuenta que con el billete viene enrollada una notita.
"Mañana mi marido y mi hijo se van de pesca, si querés podemos salir y conocernos un poco más. Puedo estar en tu casa a las 20 hs."
La nota estaba firmada con su nombre y rubricada con la marca de un beso.
Me puse a saltar en una pata, si quería volver a verme significaba que lo había pasado bien esa noche, y que la frialdad demostrada solo era para disimular frente a los demás.
Esa misma tarde vuelvo a pasar por la panadería y con un gesto le hago saber que sí, que la voy a estar esperando.
El sábado a las ocho en punto de la noche se aparece en casa, vestida y maquillada como para romper todo. No sé mucho de ropa, pero tenía puesto un vestido negro de minifalda bien pegado al cuerpo. Ahora sí, las gomas se le notaban macizas y compactas.
Fuimos al cine y luego a un restaurante. Por supuesto se hacía más que evidente la diferencia de edad. Yo no es que esté arruinado, pero aparento mis 53 años, y ella parece menos que sus 23, lo cuál no parecía importarle.
Mientras cenamos me cuenta que una vez al mes el marido se va de pesca al río Luján con un grupo de amigos, y que ésta vez, por obra y gracia del destino y sin que ella le insinuara nada, decidió llevar al hijo.
-Cuándo no está voy a la casa de mi mamá, pero prefiero pasarlo con vos, ésta noche sí puedo quedarme a dormir...- me dice mordiéndose el labio inferior -Sí querés, claro-
Cómo no iba a querer dormir con esa pendeja. Ya se me estaba poniendo dura debajo de la mesa de solo anticipar todo lo que podía hacerle.
Luego del postre volvemos a casa. Ni bien entramos se me cuelga del cuello y me besa.
-Estuve esperando toda la noche que llegara éste momento- me dice con la voz embriagada, y no solo por las botellas de vino que nos habíamos bajado durante la cena.
Sentir sus labios, su lengua, su aliento, las tetas que se apoyan en mi pecho. ¿A quién le agradezco tanta fortuna?
Sin dejar de besarme me acaricia la bragueta, que ya hace rato está hinchada, apretándome el bulto como si fuera un pomo de carnaval.
-Quiero que ésta noche me hagas todo lo que quieras... ¡Todo...!- me dice, enfatizando ese "Todo" que ya hace que me explote la cabeza, sí, la de la chota.
Abrazados, metiéndonos manos por aquí y por allá, nos vamos a la pieza. Presagiando ese momento había puesto sábanas limpias, perfumado el ambiente, y programado el equipo con una música sensual, romántica, de esas que ponen en los telos.
Nos sacamos la ropa y desnudos nos tiramos en la cama, volviéndonos a besar con esa pasión que parece ser cada vez más intensa. Le meto los dedos en la concha y la siento mojarse, pero mojarse en serio, eh, soltando un chorrito de flujo que me empapa no solo los dedos, sino también las sábanas.
Rápida me busca la pija, que ya a esa altura hasta me duele de tan dura que la tengo.
Me la chupa con ganas, haciendo ese ruido de succión que resulta tan o más excitante que la propia chupada. Se pone de forma tal que pueda seguir metiéndole los dedos, haciéndolos chapotear en ese caldito tan cálido y espeso.
La agarro de la cintura y de un solo movimiento la pongo encima mío, para chupársela mientras ella me chupa a mí.
Hacemos un 69 exquisito, sin apurarnos, tomándonos el tiempo para saborear cada pliegue, cada rincón de nuestros sexos. Tenemos toda la noche y estamos dispuestos a aprovechar cada momento.
A propósito había dejado una tira de forros sobre la mesa, agarra uno y me lo pone. Se sienta encima mío, de cuclillas, la concha abierta, roja y húmeda por dentro. Yo no tengo que hacer nada, solo mirar y disfrutar como ella misma se la va metiendo de a poco, haciendo esos gestos que resultan tan estimulantes.
Cuándo ya está llena de pija, arquea la espalda, echa la cabeza hacia atrás y suelta un jadeo que hace estremecer las paredes.
Verla así, con sus 23 añitos, montada sobre mí, los pechos llenos, rozagantes, la concha atravesada al medio por mi pija, es todo lo que puede pedir un hombre. Y más uno de mi edad.
Apoya las manos en mis piernas y empieza a moverse, soltando un gustoso quejido cada vez que le llego a lo más profundo.
Le acaricio las tetas, le retuerzo los pezones, le doy pellizcaditas en el clítoris, disfrutando esos tesoros íntimos que me entrega sin concesión alguna.
De a poco va aumentando el ritmo, haciendo que las tetas se le sacudan cada vez más fuerte. La forma en que se moja es tremenda, se puede escuchar el chapoteo de la penetración y además como una cremita blanca, espesa y pegajosa, se le derrama de adentro, empapándome los pendejos.
Sigue y sigue, jadeante, los ojos cerrados, la cabeza hacia atrás, totalmente entregada a ese disfrute que parece hacerle tanta falta. Solo se detiene cuándo llega al orgasmo. Ahí se frena y lo goza con todo el cuerpo. Abre los ojos y me mira. La sonrisa de satisfacción que le ilumina la cara no tiene precio.
La agarro fuerte de las nalgas y me empiezo a mover yo, deslizándome por entre lo húmedo de su acabada. De nuevo se le sacuden las gomas, arriba, abajo, hacia los lados. Se reanudan los gemidos, más intensos que antes. Es todo un espectáculo verla gozar así.
La echo de espalda, me le pongo encima, por entre las piernas, y me la cojo más fuerte. Ella está que delira, abriéndose toda para mí, amasándose las tetas mientras se la mando a guardar hasta los pelos.
Se pellizca y se estira los pezones, se muerde los labios, grita, gime, jadea, enloquecida, arrebatada, fuera de sí.
No sé si el marido no la atiende bien o la calientan los hombres mayores, pero está en otro nivel, desbordante de calentura.
El polvo que nos echamos fue como morir y renacer en el mismo instante, si alguien está buscando el Sentido de la Vida, ése es, ahí está, no busquen más.
En el momento previo nos miramos y solo con la mirada entendimos lo que queríamos. Aceleramos, dentro, fuera, dentro, fuera, sus piernas enlazando mi cintura, y acabamos juntos. No primero uno y luego el otro, sino al mismo tiempo, con una sincronización que se da muy pocas veces en la vida.
-¿Sabés una cosa?- me diría luego, abrazados, en la cama -Creo que nunca me sentí tan bien cogida-
Que una piba de 23 te diga eso te hace sentir como uno de los Dioses del Olimpo.
-¡Gracias...!- me dice y me da un beso.
¿Hace falta decir que se me puso dura de nuevo?
Lo que siguió esa noche y en la mañana, se los cuento en el próximo relato.
La saludé, le pedí lo de siempre y le pagué, todo muy ameno, cordial, como con cualquier hijo de vecino, sin vestigios de lo que habíamos vivido tan solo un par de noches atrás. Claro que había otros empleados y clientes, no esperaba ninguna demostración efusiva, pero al menos una sonrisa, una mirada. Sin embargo, nada de nada, frialdad absoluta.
Capaz que está acostumbrada a encamarse con los clientes e ignorarlos cuando vuelven, salí pensando de la panadería, pero antes de cruzar la calle, escucho que me llama.
-¡Señor... Señor...! Se olvidó el vuelto-
Se acerca y me entrega un billete, lo que me sorprende ya que le había pagado el monto exacto. Pero no le digo nada, porque al darme el dinero, me acaricia la mano.
Al llegar a casa me doy cuenta que con el billete viene enrollada una notita.
"Mañana mi marido y mi hijo se van de pesca, si querés podemos salir y conocernos un poco más. Puedo estar en tu casa a las 20 hs."
La nota estaba firmada con su nombre y rubricada con la marca de un beso.
Me puse a saltar en una pata, si quería volver a verme significaba que lo había pasado bien esa noche, y que la frialdad demostrada solo era para disimular frente a los demás.
Esa misma tarde vuelvo a pasar por la panadería y con un gesto le hago saber que sí, que la voy a estar esperando.
El sábado a las ocho en punto de la noche se aparece en casa, vestida y maquillada como para romper todo. No sé mucho de ropa, pero tenía puesto un vestido negro de minifalda bien pegado al cuerpo. Ahora sí, las gomas se le notaban macizas y compactas.
Fuimos al cine y luego a un restaurante. Por supuesto se hacía más que evidente la diferencia de edad. Yo no es que esté arruinado, pero aparento mis 53 años, y ella parece menos que sus 23, lo cuál no parecía importarle.
Mientras cenamos me cuenta que una vez al mes el marido se va de pesca al río Luján con un grupo de amigos, y que ésta vez, por obra y gracia del destino y sin que ella le insinuara nada, decidió llevar al hijo.
-Cuándo no está voy a la casa de mi mamá, pero prefiero pasarlo con vos, ésta noche sí puedo quedarme a dormir...- me dice mordiéndose el labio inferior -Sí querés, claro-
Cómo no iba a querer dormir con esa pendeja. Ya se me estaba poniendo dura debajo de la mesa de solo anticipar todo lo que podía hacerle.
Luego del postre volvemos a casa. Ni bien entramos se me cuelga del cuello y me besa.
-Estuve esperando toda la noche que llegara éste momento- me dice con la voz embriagada, y no solo por las botellas de vino que nos habíamos bajado durante la cena.
Sentir sus labios, su lengua, su aliento, las tetas que se apoyan en mi pecho. ¿A quién le agradezco tanta fortuna?
Sin dejar de besarme me acaricia la bragueta, que ya hace rato está hinchada, apretándome el bulto como si fuera un pomo de carnaval.
-Quiero que ésta noche me hagas todo lo que quieras... ¡Todo...!- me dice, enfatizando ese "Todo" que ya hace que me explote la cabeza, sí, la de la chota.
Abrazados, metiéndonos manos por aquí y por allá, nos vamos a la pieza. Presagiando ese momento había puesto sábanas limpias, perfumado el ambiente, y programado el equipo con una música sensual, romántica, de esas que ponen en los telos.
Nos sacamos la ropa y desnudos nos tiramos en la cama, volviéndonos a besar con esa pasión que parece ser cada vez más intensa. Le meto los dedos en la concha y la siento mojarse, pero mojarse en serio, eh, soltando un chorrito de flujo que me empapa no solo los dedos, sino también las sábanas.
Rápida me busca la pija, que ya a esa altura hasta me duele de tan dura que la tengo.
Me la chupa con ganas, haciendo ese ruido de succión que resulta tan o más excitante que la propia chupada. Se pone de forma tal que pueda seguir metiéndole los dedos, haciéndolos chapotear en ese caldito tan cálido y espeso.
La agarro de la cintura y de un solo movimiento la pongo encima mío, para chupársela mientras ella me chupa a mí.
Hacemos un 69 exquisito, sin apurarnos, tomándonos el tiempo para saborear cada pliegue, cada rincón de nuestros sexos. Tenemos toda la noche y estamos dispuestos a aprovechar cada momento.
A propósito había dejado una tira de forros sobre la mesa, agarra uno y me lo pone. Se sienta encima mío, de cuclillas, la concha abierta, roja y húmeda por dentro. Yo no tengo que hacer nada, solo mirar y disfrutar como ella misma se la va metiendo de a poco, haciendo esos gestos que resultan tan estimulantes.
Cuándo ya está llena de pija, arquea la espalda, echa la cabeza hacia atrás y suelta un jadeo que hace estremecer las paredes.
Verla así, con sus 23 añitos, montada sobre mí, los pechos llenos, rozagantes, la concha atravesada al medio por mi pija, es todo lo que puede pedir un hombre. Y más uno de mi edad.
Apoya las manos en mis piernas y empieza a moverse, soltando un gustoso quejido cada vez que le llego a lo más profundo.
Le acaricio las tetas, le retuerzo los pezones, le doy pellizcaditas en el clítoris, disfrutando esos tesoros íntimos que me entrega sin concesión alguna.
De a poco va aumentando el ritmo, haciendo que las tetas se le sacudan cada vez más fuerte. La forma en que se moja es tremenda, se puede escuchar el chapoteo de la penetración y además como una cremita blanca, espesa y pegajosa, se le derrama de adentro, empapándome los pendejos.
Sigue y sigue, jadeante, los ojos cerrados, la cabeza hacia atrás, totalmente entregada a ese disfrute que parece hacerle tanta falta. Solo se detiene cuándo llega al orgasmo. Ahí se frena y lo goza con todo el cuerpo. Abre los ojos y me mira. La sonrisa de satisfacción que le ilumina la cara no tiene precio.
La agarro fuerte de las nalgas y me empiezo a mover yo, deslizándome por entre lo húmedo de su acabada. De nuevo se le sacuden las gomas, arriba, abajo, hacia los lados. Se reanudan los gemidos, más intensos que antes. Es todo un espectáculo verla gozar así.
La echo de espalda, me le pongo encima, por entre las piernas, y me la cojo más fuerte. Ella está que delira, abriéndose toda para mí, amasándose las tetas mientras se la mando a guardar hasta los pelos.
Se pellizca y se estira los pezones, se muerde los labios, grita, gime, jadea, enloquecida, arrebatada, fuera de sí.
No sé si el marido no la atiende bien o la calientan los hombres mayores, pero está en otro nivel, desbordante de calentura.
El polvo que nos echamos fue como morir y renacer en el mismo instante, si alguien está buscando el Sentido de la Vida, ése es, ahí está, no busquen más.
En el momento previo nos miramos y solo con la mirada entendimos lo que queríamos. Aceleramos, dentro, fuera, dentro, fuera, sus piernas enlazando mi cintura, y acabamos juntos. No primero uno y luego el otro, sino al mismo tiempo, con una sincronización que se da muy pocas veces en la vida.
-¿Sabés una cosa?- me diría luego, abrazados, en la cama -Creo que nunca me sentí tan bien cogida-
Que una piba de 23 te diga eso te hace sentir como uno de los Dioses del Olimpo.
-¡Gracias...!- me dice y me da un beso.
¿Hace falta decir que se me puso dura de nuevo?
Lo que siguió esa noche y en la mañana, se los cuento en el próximo relato.
2 comentarios - Una noche con Marixa