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La boda

Nunca he sido muy afecto a acudir a fiestas familiares y mucho menos a bodas y funerales; huyo de ellos como alma que lleva el diablo para evitar las charlas y cuchicheos de familiares a los que casi nunca frecuente y que sienten que los lazos de sangre les da el derecho de inmiscuirse en mi vida de maneras no muy agradables en la mayoría de los casos. Ocasionalmente, alguien muy cercano se muere, se casa, se divorcia o decide celebrar lo que se le pegue la gana y es en esos momentos en que no me puedo escapar de la presión social y termino acudiendo a regañadientes.
Debo aclarar que tengo siete tías por el lado materno, 3 por el paterno y un tío que rara vez visita nuestra ciudad desde que se mudó hace alrededor de 20 años. Todas mis tías, son un amor hasta el punto en que se ponen su gorrita de la santa inquisición y empiezan a acribillarme con preguntas relacionadas con matrimonio, hijos y cosas en las que aun no me he puesto a pensar. No me lo dicen abiertamente pero el hecho de que esté ya muy próximo a llegar a los 30 años, les provoca algún tipo de inquietud morbosa que a mi en lo particular me parece bastante irritante, y esa es una de las causas por las que las evito siempre que puedo. La otra es que simplemente soy un antisocial y un hijo de la chingada.
Ese día tan especial se casaba mi hermana menor. Ese simple hecho lo convertía en un compromiso ineludible. Los padres del novio habían insistido en que la boda se llevara a cabo en un hotel de lujo de un destino turístico cercano a nuestro lugar de residencia y habían alquilado habitaciones para los familiares más allegados, entre ellos, yo. En esa ocasión, mi novia Elena me acompañó al evento a pesar de que no ha tenido el suficiente contacto con mi familia para sentirse cómoda. Ella de por sí es un poco distante en cuanto a relaciones familiares, y ya que ambos vivíamos en una ciudad que quedaba a tres horas de la casa de mis padres, no había tenido mucha oportunidad de convivir con ella.
El caso es que estábamos ahí sentados leyendo distraídamente la comunicación en nuestras redes sociales, alejados de la mesa principal y con algo de molestia por la actitud que Elena había tomado hacia la familia, cuando vi a una mujer escultural enfundada en un vestido blanco entallado que hacía resaltar su prominente figura y unas bonitas piernas que se contoneaban a cada paso de una manera casi musical. Mi novia, absorta en su celular, no notó la admiración que me provocó la súbita aparición de esa bella mujer, la mirada la recorrió hasta ver su sonrisa abierta de par en par y sus ojos brillantes y expresivos posados en ¡mí!
- Mario. – Gritó a través de la música mientras agitaba la mano en señal de saludo.
- Hola.- Contesté yo un poco confundido. Sentí que me había cogido infraganti en mi valoración de sus atributos físicos y ni siquiera sabía quien era. A su lado, un señor de aspecto serio le seguía en silencio.
- ¿No me recuerdas, primo? Soy Magda. – Dijo cuando finalmente llegaron a nuestra mesa.
- Ah, ¡Magda! – Dije genuina y gratamente sorprendido. Magda vivía en la casa contigua a la nuestra cuando nuestro tío aún no se cambiaba de ciudad. Ella era 1 año mayor que yo y siempre nos habíamos tenido mucha confianza, nos contábamos nuestras travesuras y la verdad me sentí muy triste cuando se fueron porque de verdad le apreciaba, fuera mi prima o no. El tiempo se encargó de enfriar la relación y sólo sabía de su vida de vez en cuando, si mi madre lo sacaba a colación. Supe por ella que se había casado hacía unos 4 o 5 años.
- Claro, tonto. Soy tu prima “Magalena” – Me dijo mientras me daba un leve manazo cariñoso. Así le decía de pequeña para que se enojara y aún lo recordaba.
- Qué gusto volver a verte. Mira, te presento a mi novia Elena. - Ella sonrió y saludo a mi novia. Quien solo se limitó a dibujar una media sonrisa sin tratar de ocultar su mal humor.
- Este es mi marido, Julio. ¿Les molesta si nos sentamos con ustedes?
- Mucho gusto, Julio. No. Para nada. – Dije parándome para saludar al marido. Un hombre algo corpulento y ligeramente pasado de peso con una incipiente barriga cervecera.
Magda se sentó en la cabecera de la mesa a mi lado derecho y su esposo en la siguiente silla. Era una mesa rectangular de 6 lugares y los demás lugares estaban vacíos ya que nos hallábamos en un extremo del salón alejados del jolgorio. Podía decirse que éramos del club de los amargados. La mesa tenía un mantel largo que caía casi hasta el piso. De reojo, volví a posar mi mirada en las piernas de mi prima mientras se acomodaba y comprobé que mi primera impresión había sido correcta. Tenía una hermosa figura ya en el umbral de la madurez que le da a la mujer ese toque misterioso y excitante. Su vestido le llegaba un poco arriba de las rodillas y en la parte superior, sin mangas, con un escote generoso por el que se asomaban apenas un par de bellezas de buen tamaño. No era ni por asomo la chiquilla flacucha que se despidió de mi con lágrimas en los ojos a principios de julio de hacía 20 años ya.
El mesero se acercó a servirnos de beber. Ella pidió un vaso de vino mientras su esposo pedía un whisky en las rocas que apuró rápidamente.
La velada transcurrió de una manera mas amena para mí. Me agradaba la compañía de Magda y recordar nuestras locuras de niños. Mi novia seguía excluyéndose de la charla y asentía con frases cortas cada vez que la queríamos meter en la conversación. Julio, por su parte, estuvo participando en nuestra conversación hasta que descubrió un afecto bastante cercano con los vasos de whisky en las rocas que seguían fluyendo con demasiada rapidez.
En algún punto empezaron a tocar música mas bailable y aproveché para invitar a Elena, mi novia para bailar y así sacarla de su aburrimiento. Ella, amablemente declinó diciendo que se sentía cansada. Magda a su vez, invitó a su marido, quien le dijo que no tenía ganas de bailar, pero sugirió que bailara conmigo, su voz sonaba ya algo atropellada y no pude dejar de notar una mirada de preocupación en el rostro de mi prima cuando lo escuchó hablar. Magda, levantándose del asiento, me tomó de la mano y me condujo a la pista de baile. La noté un poco trastabillante y tomé nota de que ya llevaba al menos 3 vasos de vino. También tomé nota de que sus piernas lucían espectaculares a un escaso metro de mí, y me pareció que no llevaba medias lo cual le hacía ver mas sexy si cabe.
Estuvimos bailando algunas cumbias por un buen rato, sonriéndonos a falta de conversación ya que la música estaba bastante fuerte. De vez en cuando nos tomábamos la mano para girar en la pista y en un par de ocasiones la tomé de la cintura para facilitar el giro.
De pronto la música cambió de ritmo y empezaron las baladas mientras las luces de la pista se hacían mas tenues. Indeciso, me quedé ahí esperando si deseaba seguir bailando o decidía regresar a la mesa. Sin decir palabra, se acercó hacia mí, lo suficiente para que la abrazara y empezáramos a bailar lentamente. Sentí su mano en mi pecho mientras ágilmente me apoderaba de su cintura sentí su respiración agitada por el esfuerzo del baile y acerqué mi rostro a su cuello. El olor de su perfume era embriagante y tenerla ahí entre mis brazos me pareció un momento sumamente agradable y… erótico. Me moví ligeramente para que no sintiera la erección que empezaba a sentir por la proximidad de su cuerpo. Realmente sentí que la canción había durado tres o cuatro segundos solamente. Alrededor de nosotros quedaban bastantes parejas enfrascadas en sus propios momentos de romanticismo y complicidad, y un poco mas lejos, mis escrúpulos que me decían que no debía estar sintiendo eso con mi prima, y con mayor razón si considerábamos que cada uno de los danzantes tenía una gran posibilidad de ser nuestros parientes. Afortunadamente para mí, la siguiente canción resultó ser una romántica de nuevo y abrazarla, ejercí un poco mas de presión sobre su cintura, a lo que ella no dijo nada y se acomodó para recibir la fuerza de mi abrazo. Dejé escapar un par de suspiros que se dedicaron a vagar por su cuello y en algún momento sentí o creí sentir que su respiración se hacía mas profunda. En algún punto habíamos dejado de conversar y solo nos quedamos en silencio disfrutando del baile y la melodía. De nuevo me di cuenta de mi erección, pero esta vez no me retiré. Seguramente había sentido muchas erecciones similares en su vida y entendería que un hombre no puede ir en contra de su naturaleza, así que me dejé llevar.
Para cuando empezó a sonar la tercera canción romántica, ni siquiera hicimos el intento de separarnos en el interludio entre esta y la anterior. Estaba gozando intensamente esta inesperada sorpresa y, mientras girábamos en la pista, me sorprendí a mi mismo evaluando la posibilidad de arrancar un beso de esos labios entreabiertos, aprovechando que sus ojos estaban cerrados y su cabeza girada ligeramente hacia mí. Estaba inclusive analizando cual era la parte mas oscura de la pista y cual sería el mejor momento para intentarlo.
De pronto, sentí un contacto vigoroso en mi hombro. Me sentí descubierto y sobresaltado, esperando encontrar la mirada furiosa de mi novia o el puño de Julio estrellándose en mi rostro. Con cara de culpabilidad voltee a ver y me encontré con el rostro sonriente de mi tía Andrea, tía de ambos por línea materna.
- Hola Mario, ya vi que llegaste muy bien acompañado a la fiesta, picarón. – Me dijo volteando a ver a la mesa donde se hallaba Elena.
- Hola tía, ¿cómo estás? – Dije tratando de ocultar mi descontento ante su inoportuna intervención a mitad de la pista.
- Creo que ya huele a boda, ¿verdad Magda? – Dijo volteando a ver a mi prima quien solo sonrió.
- No es para tanto, tía. Apenas nos vamos conociendo. No sé si ella vaya a ser la indicada. – Dije. Era extraño que quisiera justificar ante mi tía o Magda la importancia que Elena tenía o no en mi vida.
- Bueno, los dejo. Espero que nos la presentes antes de irte. – Dijo mi tía balanceándose un poco mientras se alejaba.
Quise volver a tomar a Magda de la cintura para continuar el baile cuando terminó la canción. Ella se apartó un poco y me dijo que quería regresar a la mesa. Nos salimos de la pista, no sin antes mentarle mentalmente la madre a mi tía Andrea quien seguía recorriendo las otras mesas buscando a nuevas víctimas a las cuales fastidiar.
Regresamos a la mesa donde Elena seguía entretenida jugando uno de los juegos de su celular, y Julio seguía haciéndole los honores a su nuevo vaso de whisky ya sin las rocas. Su mirada se notaba vidriosa y con ese gesto vacío y la sonrisa pendeja que delata a los borrachos. Había cambiado Noté la incomodidad de Magda y pretendí que no pasaba nada. Nos sentamos en silencio y saqué mi celular para revisar mis nuevas notificaciones, solamente para poder entretenerme en algo. En algún punto le pregunté a mi novia si estaba bien y me contestó con un lacónico si que no supe interpretar. Magda seguía callada, escuchando la perorata de Julio que no logré entender del todo hasta que se quedó callado mirando hacia el horizonte de donde seguro esperaba que salieran mas vasos de whisky con cubos de hielo incluidos.
Me sentía culpable por la súbita seriedad de Magda. Supuse que se habría sentido incomoda por percibir mi excitación o tal vez le incomodó el suspiro que en algún momento debió haber sentido en su cuello. De cualquier manera, me sentí mal y me recriminé por haber actuado de esa manera tan inconsciente. Lo peor de todo es que aún me sentía caliente, excitado, con la imagen de las bonitas piernas de mi prima, y la sensación de su cálido cuerpo apretado junto al mío, pero, sobre todo, el embriagante olor de su perfume inundando mi nariz. Acerqué mi mano a la pierna de Elena discretamente y ella la tomó con firmeza y me la volvió a colocar en la mesa. Supuse que no habría demasiada acción entre nosotros esa noche y solo suspiré en mi interior.
De pronto sentí un leve contacto en mi pierna, casi imperceptible y supuse que Magda se había cambiado de posición y había tocado ligeramente mi pierna. Iba a mover mi pierna mas alejado de ella cuando volví a sentir el contacto leve. Su marido seguía distraído, mas borracho cada vez y la gente a nuestro alrededor se había empezado a retirar. De reojo, miré a Elena que seguía absorta en su teléfono y finalmente posé mi mirada en el rostro de Magda que parecía mirarme de forma enigmática. Dejé mi pierna en la misma posición y sentí ese nuevo roce de lo que parecía ser su pie en mi pantalón. Con discreción, moví mi pie hacia ella y me encontré con el suyo. Ninguno de los dos hizo intento por retirarlo y ninguno demostró alguna emoción en el rostro.
Un poco mas envalentonado, seguí moviendo mi pie en su dirección. La sensibilidad a través de mi zapato era nula así que decidí cambiar mi juego ahora que sabía que ella también estaba participando. Me aproximé al borde de la mesa y metí mis brazos entre mis piernas por debajo del mantel. Para un observador casual parecería que estaba meditando o en posición de descanso, aunque muy poco habitual. Lentamente moví mi mano derecha por debajo del mantel hasta que pude acariciar lo que parecía ser su rodilla. Esperé una eternidad con mis dedos rozándole su piel ligeramente para retirar mi mano en caso de que hubiera equivocado las señales, pero de nueva cuenta, no se quitó. Esta era la señal que necesitaba y, estirándome un poco más, logré acariciar su pierna un poco arriba de la rodilla. Era lo mas que me podía estirar sin levantar sospechas, pero con eso bastaba para que mi pene dejara de quejarse bajo mi pantalón. Empezamos a hablar de cosas triviales, detalles de nuestra niñez a la vez que Elena pretendía que nos escuchaba y Julio, bueno, continuaba siendo Julio. Así duramos un poco mas de 5 minutos hasta que mis manos empezaron a perder sensibilidad. En un punto, Elena se levantó y me comentó que se sentía mareada y que saldría a tomar un poco de aire. Le propuse acompañarle, pero se negó diciendo que no era necesario.
Durante este intercambio, Magda movió su silla hacia adentro de la mesa y su pierna se desplazó por mi mano hasta que esta quedó justo encima de su entrepierna. Un poco sorprendido pero manteniendo mi misma cara sonriente empecé a acariciarle su vagina por encima de su ropa interior. Parecía que estaba usando una tanga y a sus extremos se sentían los vellos de su pubis mojados por la excitación. Como pude moví un poco mas mi mano y mi dedo rozó sus labios hinchados y húmedos. Magda apretó los labios ligeramente para no dejar escapar un gemido pero me sonrió como invitándome a continuar con mi encomienda. Le empecé a acariciar el clítoris con mi dedo en un frenético movimiento que solo ella y yo podíamos notar. Julio balbuceaba algo relacionado a las canciones que cantaban antes contra las de ahora con voz pastosa mientras su esposa disfrutaba de lo lindo a medio metro de él, con el dedo de su primo dándole el placer que seguro no le daría su embriagado esposo esa noche.
De pronto la sentí tensarse y mi dedo sintió sus flujos correr a través de el. Era un fluido abundante y caliente, y esta vez no pudo evitar que un gritito escapara de sus labios.
Julio volteó a verla extrañado pero ella le hizo un gesto de que no tenía importancia, que se había golpeado con la mesa mientras me derramaba los vestigios de su placer en mi mano. Con mirada suplicante, me pidió que parara y yo a regañadientes obedecí, no sin antes llevar mi mano discretamente a mi boca como acariciando mi bigote, para poder oler esa rica esencia de mujer excitada.

Continuará...

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