Series de Relatos Publicados (Click en el link)
Capítulo 07.
Oriana.
Con dieciocho años, Oriana es la más pequeña de la familia Takahashi. Tiene un hermano dos años mayor que ella, llamado Kaito. Nacieron en Japón pero llevan casi diez años viviendo en Argentina. Ese tiempo le bastó a Oriana para dominar el idioma y hablar como lo haría cualquier argentino, y además se familiarizó con algunas de las costumbres locales. Rápidamente desarrolló un gusto por el mate y suele tomarlo casi todos los días. Aunque nunca consiguió que sus padres o su hermano la acompañaran con esta infusión. Ellos prefieren el té verde.
Oriana siempre fue una alumna muy aplicada, sin embargo sus padres no cuentan con el capital financiero como para enviarla a un gran colegio o una excelente universidad. Por eso Oriana se llenó de alegría cuando consiguió una beca para cursar en uno de los institutos terciarios más prestigiosos del país.
Esto a su vez le produjo una gran ansiedad. ¿Qué haría si fallaba? ¿Qué pasaría si le quitaran la beca? ¿Y si nunca conseguía el dinero para devolver lo que le prestaron en la beca? La única forma que encontró para lidiar con estas preocupaciones fue trabajar duro. Oriana se esfuerza más que la mayoría de los alumnos e incluso usa sus ahorros (dinero que juntó a lo largo de años de ayudar a sus padres con el negocio familiar) para pagarse una profesora particular.
Así conoció a Mariela, una chica joven, vivaz e inteligente. Mariela le comentó que ella también fue alumna de ese mismo instituto y que recibió la misma beca. Logró recibirse y ahora, como una forma de ganar dinero extra, se dedica a preparar alumnos.
Oriana realmente no necesitaba tomar clases particulares y Mariela se lo hizo notar en más de una ocasión. Sin embargo, Oriana nunca dejó de asistir.
―Prefiero estudiar más de lo necesario que quedarme corta y perder la beca ―explicó.
―Está bien, te entiendo perfectamente. A mí me pasaba lo mismo cuando cursaba. Siempre estaba aterrorizada por perder la beca. Te voy a ayudar en todo lo que pueda. Además, no voy a negar que el ingreso extra me viene bien. Hacía rato que no tenía una alumna para preparar. Hay demasiada competencia.
―Siempre creí que el instituto se encargaba de que sus ex alumnos consiguieran un buen trabajo.
―Sí, pero detrás de cada cosita linda que suena milagrosa hay una trampa. Sí me contrataron en una empresa, pero no me pagaban casi nada. “Estás pagando el derecho de piso”, me decían. Prácticamente tenía que trabajar gratis, porque parte de lo que ganaba se iba en la beca. Así que el mejor consejo que te puedo dar es que cuando estés por terminar de cursar en el instituto empezá a buscar un buen trabajo por tu cuenta. Vas a tener más posibilidades así.
―Bueno, muchas gracias por el consejo. ―Esto abatió a Oriana, al parecer la realidad no era tan bella como a ella se la habían pintado―. Pero… ¿y vos? ¿Seguís trabajando en esa empresa?
―Ah, no… no… por suerte conseguí otro trabajo donde me pagan mucho mejor. Aunque unas horitas extra como profesora particular nunca vienen mal ―sonrió amablemente.
A Oriana le agradaba la sonrisa de Mariela, la hacía sentir en compañía de una persona afable en la que podía confiar. Una mentora.
Una tarde, durante una de esas clases particulares, hubo un incidente que provocaría un drástico cambio en la vida de Oriana, y todo fue por una pequeña distracción.
Oriana se encontraba en el escritorio que ella y su profesora particular usaban para estudiar. Luchaba por resolver un intrincado problema matemático mientras Mariela estaba en la cocina, preparando café para las dos.
―Te preparé una lista con todas las fórmulas que vas a tener que memorizar para el examen final ―dijo Mariela, levantando la voz, desde la cocina.
―Ay, mil gracias. Me va a servir mucho. ¿Lo tenés en un papel?
―No, está en un pendrive, dentro del cajón de la izquierda. Imprimí la planilla y después me lo devolvés.
―Muy bien, gracias.
Cuando Oriana regresó a su casa con el mencionado pendrive y lo conectó en su computadora portátil se llevó la sorpresa de su vida. Dentro de una carpeta llamada “Trabajo” (la única que había en el dispositivo) encontró unas fotos de la profesora Mariela posando en ropa interior. No eran fotos obscenas, en absoluto. Eran las típicas fotos que una vería en un catálogo de ropa interior. Además se notaba que habían sido tomadas por un profesional.
Oriana repasó mentalmente el momento en que Mariela mencionó el pendrive, y cayó en la cuenta de que, por estar distraída con el problema matemático, abrió el cajón que no debía: el de la derecha. La casualidad quiso que allí hubiera otro pendrive… porque tenía que ser otro.
Oriana continuó mirando las fotos de Mariela, la profesora era realmente bonita. Nariz respingada, pómulos altos, ojos grandes, cabello castaño que parecía una melena de león, grandes pechos, vientre tan plano como el de una nadadora (Oriana recordó que Mariela había practicado natación en el instituto) y piernas bien tonificadas.
“Este debe ser el otro trabajo del que hablaba”, pensó Oriana, y una vez más se sintió abatida. Ser modelo de ropa interior no tiene nada de malo, pero le molestó que Mariela, después de pasar tres años en ese prestigioso y costoso instituto, tuviera que recurrir a ese trabajo para ganarse la vida.
“¿Y si a mí me pasa lo mismo?”
Descartó esa idea sacudiendo su cabeza. Ni siquiera quería imaginar ese panorama.
Las fotos de Mariela la atrajeron como una bola de estambre atrae a un gato. Oriana se percibe a sí misma como una mujer fuerte, pero sabe que hay algo más fuerte que ella: su curiosidad.
Las “imágenes de catálogo” se terminaron y dieron lugar a otras en blanco y negro. Oriana se ruborizó. Mariela posaba ante la cámara vistiendo conjuntos de lencería mucho más provocativos que los anteriores. Ahora tenía corpiños y tangas de encaje, portaligas y medias que le llegaban hasta la mitad de los muslos. En varias fotos Oriana pudo ver cómo los pezones de Mariela se transparentaban debajo de la tela de los corpiños. La profesora particular miraba a la cámara con un gesto sensual y desafiante. También se encontró con varias fotos que la mostraban con las piernas abiertas y a Oriana le dio la impresión de que, debajo de la tela de la tanga de encaje, se veía más de lo que se debería ver.
Siguió avanzando en el álbum y se quedó boquiabierta al encontrarse con una foto que mostraba a Mariela tirada en la cama, estirando los brazos por encima de su cabeza y arqueando un poco la espalda, para elevar su busto. Lo más impactante era que ya no llevaba corpiño. Sus tetas. Sus grandes y redondas tetas estaban completamente al desnudo, con los pezones firmes apuntando hacia el cielo.
Cuando reaccionó pasó a la siguiente imagen. La posición de Mariela era la misma, solo que ahora la imagen la captaba de cuerpo completo, y Oriana pudo ver que la profesora particular no llevaba tanga. Tenía las piernas juntas, la derecha estirada y la izquierda flexionada, y en la unión de las mismas se podía ver una tenue raya, que no podía simbolizar otra cosa que la vagina de Mariela. Estaba perfectamente depilada, como si se hubiera hecho una depilación definitiva.
Una foto más, porque no pudo evitarlo. Su mandíbula bajó otra vez, por la sorpresa. Una foto, casi en primer plano, de las piernas abiertas de Mariela… y se veía claramente todo lo que había en el medio de ellas. Oriana no lo podía creer, estaba viendo una imagen en blanco y negro, perfectamente nítida, de la concha de su profesora particular. Podía notar cada milímetro de esos labios ligeramente rugosos, el agujero, apenas abierto, y el clítoris que sobresalía con timidez de su capullo.
Oriana se sobresaltó al escuchar un corto timbrazo proveniente de su celular. Era la alerta de mensaje y una vez más había puesto el volúmen demasiado alto, cosa que la irritaba mucho. Abrió el WhatsApp y descubrió que Mariela le había escrito. Podía imaginar el mensaje: “Te llevaste el pendrive equivocado. Por favor no lo abras”.
Sin embargo el mensaje decía otra cosa:
―Hola Ori ―Oriana permitía a pocas personas que la llamaran así, Mariela era una de ellas―. Te olvidaste el pendrive en mi casa.
La chica tardó unos segundos en darse cuenta lo que había ocurrido. Mariela revisó el cajón de la izquierda y se encontró con el pendrive allí dentro; pero, aparentemente, no había revisado el de la derecha. No tenía porqué hacerlo, a menos que sospechara que faltaba algo.
¿Debía contarle a Mariela lo que realmente había ocurrido?
Quizás no hiciera falta. Bastaba con devolver el pendrive a su sitio la próxima vez que tuviera una clase con ellas y se ahorraría un momento incómodo. No tendrían que hablar de lo que Oriana pudo haber visto dentro de ese pendrive.
―Sí, tenés razón ―respondió Oriana―. Estaba muy distraída con los problemas y me olvidé. Lo busco en la próxima clase.
―Perfecto, no hay drama. Si te viene bien, podemos tener esa clase pasado mañana.
―Dale, ahí voy a estar. Saludos.
De momento iba todo bien. Solo tenía que rogar que Mariela no abriera el cajón de la derecha en dos días.
Pero… ¿y qué haría ella mientras tanto?
Por más que su curiosidad sea muy fuerte, seguir mirando las fotos implica traicionar la confianza de Mariela. Al fin y al cabo ella nunca le dio permiso para mirarlas.
Oriana se detuvo. Dejó el pendrive guardado en el escritorio y se olvidó de él… por unas horas.
Esa misma noche, antes de irse a dormir, la curiosidad la venció una vez más. Una vocecita interna no paraba de decirle: “¿Hasta dónde habrá llegado la profe Mariela con sus fotos?”. Porque mostrar la concha de forma tan explícita requería un nivel de confianza que Oriana no conocía.
Volvió a esa foto tan explícita, de Mariela abierta de piernas, y siguió mirando las demás. Eran similares, en cuanto a puesta en escena, mismo conjunto, misma escenografía y mismo tono blanco y negro. Mariela sonreía y parecía muy cómoda mostrando sus tetas y abriendo las piernas para la cámara. Incluso vio unas fotos de la profe particular en cuatro, abriéndose las nalgas, como si dijera: “Miren, este es mi culo ¿qué harían con él?” A Oriana se le puso la cara de todos colores. La actitud de esa modelo no se parecía en nada a la Mariela que ella conocía.
Oriana estaba acostada en la cama, en ropa interior, y con la notebook apoyada sobre su estómago. Casi la tira al piso cuando vio una foto de Mariela chupando un grueso pene, con los ojos cerrados y un gesto muy sensual en la boca.
―¡No puede ser! ―Exclamó, mientras intentaba acomodar la notebook―. Esta no puede ser Mariela.
Pero sí, era ella. No cabía la menor duda. Había visto muchas veces esos delicados pómulos y los turgentes y sensuales labios de su profesa como para no poder reconocerla. Sin embargo… ¿una verga? Jamás se hubiera imaginado que Mariela era de la clase de mujeres que chupan vergas… y mucho menos que se sacan fotos haciéndolo.
―Ay, Mariela… ¿tan desesperada estás por conseguir algo de dinero?
Oriana descubrió que la cosa se ponía aún peor. Pudo ver fotos de Mariela, en distintas posiciones, siendo penetrada por esa verga. De costado, en cuatro, abierta de piernas, montando la verga… prácticamente cualquier posición que se pudiera imaginar. Y en muchas de las fotos Mariela sonreía a las cámaras. Oriana no pudo dejar de pensar que su profesora estaba haciendo un gran sacrificio al exponerse de esa manera y esa sonrisa no era más que una actuación.
Lo siguiente que vio no fue una foto, sino un video, y esto la dejó aún más desorientada. Estaba grabado con una calidad perfecta, como si fuera profesional. Mariela estaba de rodillas, mirando a la cámara con sus grandes y expresivos ojos, su melena de leona le caía sobre las tetas desnudas. De pronto apareció, en prime plano, una gruesa y larga verga bien erecta. Oriana supo qué ocurriría después, pero su cerebro intentó huir de esa situación. No pudo hacerlo porque lo vio con sus propios ojos. Mariela comenzó a lamer la cabeza de esa verga con una sensualidad abrumadora. Tanto era así que Oriana pudo sentir cómo se le endurecían los pezones. Parecía que Mariela la estuviera mirando fijamente a ella, como diciéndole: “¿Querés un poquito de esta pija?”.
Oriana no era virgen, se había encargado de eso unos pocos meses después de ponerse de novia con Fernando. Fer era un chico muy dulce e inteligente, con el que podía hablar de prácticamente cualquier cosa. Ella siempre se decía a mi misma: “Estoy teniendo sexo con mi mejor amigo”.
Sin embargo lo que Mariela estaba haciendo en ese video distaba mucho de lo que Oriana hacía con su novio. Para empezar, Fernando no contaba con semejante… em… aparato reproductor. Y a Oriana nunca le había gustado la idea de rebajarse a chuparle la verga a un hombre. Eso es algo que aprendió de la estricta crianza de su madre. Una mujer no puede comportarse como una puta, mucho menos con su pareja oficial, con el hombre con el que se va a casar.
Oriana no sabía si algún día se casaría con Fernando, aún así quería hacer bien las cosas con él. Divertirse un poquito, sí está bien, pero sin perder la dignidad.
Mariela había tirado su dignidad al tacho al chupar una verga de esa manera… y frente a una cámara. Y eso no es todo. Oriana miró el video hasta el final, hipnotizada por ese movimiento rítmico de cabeza y por cómo la verga se perdía dentro de la boca… hasta que ¡ZAZ! Semen por todas partes. La cara de la profesora Mariela quedó cubierta de leche y a ella pareció gustarle, como si se tratase de un festejo de cumpleaños muy íntimo.
Oriana decidió que ya había visto demasiado. Cerró la notebook, la dejó sobre la mesita de luz y se quedó acostada mirando fijamente el cielo raso. Su cerebro intentaba comprender que esa actriz porno era la misma chica inteligente que le daba clases particulares. No entendía cómo Mariela había llegado a rebajarse tanto.
Intentó conciliar el sueño, pero su cuerpo tenía otros planes. La humedad en su sexo fue creciendo y sus pechos estaban más que sensibles. Un simple roce a los pezones era suficiente para que una ola de placer la invadiera.
Cuando Oriana estuviera frente a Erika y Siara contándole su historia, no les diría la cantidad de veces que se masturbó esa noche, ni cuántas veces volvió a la notebook para visitar las imágenes y los videos que ya había visto… e incluso mirar más.
Esa noche de desenfreno pajeril Oriana descubrió que Mariela había grabado varios videos porno en los que no se limitaba a chupar vergas, sino que también se la cogían. Ella gemía con fuerza mientras alguna verga bien gruesa y venosa le taladraba la concha… y no siempre era la misma verga. A Oriana le pareció que al menos cuatro o cinco tipos distintos habían intimado con Mariela en la realización de esos videos… y había uno en particular que le impactó el doble. Sí, justamente el doble que los demás, porque allí a Mariela se la cogían entre dos. Aún no había podido asimilar que a su profesora se la cogieran distintos tipos mientras filmaba porno, sino que además ahora su aturdido cerebro debía procesar que se la habían cogido entre dos: uno por la concha, y el otro por la boca. En ese video en particular Mariela terminó con la cara y las tetas llenas de semen.
Oriana no le confesaría a Erika y a Siara que tuvo un orgasmo justo en el momento en que vio cómo esas dos vergas eyaculaban contra la cara y las tetas de Mariela. Tampoco les diría la vergüenza que sintió por eso. Para Oriana, que una mujer se sometiera a eso era humillante, denigrante.
Volvió a reunirse con Mariela para la clase particular que tenían programada. Oriana aprovechó para devolver el pendrive al cajón, y estuvo más callada de lo habitual. Incluso le costó horrores hacer contacto visual con su profesora. Se sentía avergonzada por haber invadido la privacidad de Mariela de esa forma. Y peor se sentía por haber copiado todo el contenido del pendrive en su computadora.
Antes de irse, Oriana miró a su profesora y le preguntó:
―Mariela ¿estás contenta con el trabajo que tenés ahora?
―Claro, me encanta enseñar…
―No me refiero a este trabajo, sino al otro…
―Ah, sí… también estoy muy contenta por ese trabajo ―a Oriana la confundió esa respuesta. Una parte de sí misma le decía que Mariela no podía sentirse cómoda trabajando como actriz porno―. Al principio fue un poco duro, porque… em… digamos que es un trabajo atípico, que poco tiene que ver con mis estudios. Pero con el tiempo aprendí a disfrutarlo.
¿Disfrutarlo? ¿Acaso dijo que lo disfruta?
―¿La pasás bien en ese trabajo?
―Sí, me divierto mucho y me pagan bastante bien. Aunque es una lástima que no me llamen tan seguido como a mí me gustaría. A veces lo extraño un poquito.
―¿Y cómo conseguiste ese trabajo?
―Este… em… me lo recomendó alguien del instituto. Me pasaron el contacto de una persona que estaba contratando gente… y me presenté.
―¿Te puedo preguntar en qué consiste ese trabajo?
―Em… prefiero que no. No te ofendas, Ori, hay cosas de la vida personal que es mejor no compartirlas.
―Entiendo. Perdón por la pregunta. Es de mala educación. Mi papá se hubiera enojado mucho conmigo si me escucha preguntarle a alguien por su trabajo. Él siempre dice que si una persona quiere decir a qué se dedica para ganarse la vida, entonces lo dice y ya. Preguntarlo es de mal gusto.
―Bueno, tu papá es un hombre muy sabio.
―Y algo estricto. Es un poco chapado a la antigua y se esfuerza por conservar algunas viejas costumbres japonesas.
―Y bueno, es comprensible. Vos viniste a Argentina siendo muy chica, pero ese hombre vivió casi toda su vida en Japón. Es difícil dejar atrás las raíces.
―Sí, es cierto. Una vez más te pido perdón por haberte preguntado. No quiero meterme en tu vida persona.
―Gracias por comprender.
Durante unos días Oriana se esforzó por no volver a mirar el material porno de Mariela, incluso inició un proceso mental para convencerse de que lo mejor era eliminar todo. Ya había invadido mucho la privacidad de su profesora, no podía hacerlo más… por más que aún quedaran varias fotos y videos por ver… por más que la curiosidad la carcomiera por dentro. No podía seguir.
A pesar de que logró contenerse, el tema estuvo dando vueltas por su mente… y volvió como un baldazo de agua fría durante una pequeña reunión que tuvo con la mujer que le brindó la beca. Estaban hablando de los distintos métodos de pago que Oriana podría usar para devolver el dinero de la beca. Ella quiso ser honesta y dijo que no le sería fácil devolver todo en un corto plazo porque su familia no estaba atravesando una buena situación económica. Su padre vino a Argentina con la esperanza de poder abrir un gran supermercado, pero esos sueños se vieron frustrados por la alta competencia. El negocio familiar es un kiosco que, por temporadas funciona muy bien, y luego cae en pozos financieros de los que cuesta mucho salir.
―Si el dinero es un problema ―le dijo la mujer, con una afable sonrisa―, conozco un trabajo perfecto para una chica como vos. Sos joven y… vigorosa. Estoy segura de que te iría muy bien en este trabajo.
La mujer le entregó una tarjeta con los datos de un estudio fotográfico.
Oriana salió de esa reunión con los nervios alterados. “Una chica como vos”. “Joven y vigorosa”... esos términos la pusieron en alerta. Sospechaba que la palabra vigorosa había sido usada como reemplazo de voluptuosa. Porque sí, Oriana sabe qué dimensiones tiene su cuerpo y cuánto se debe esforzar para ocultar sus voluminosos pechos. Además… era la dirección de un estudio fotográfico. No podía ser casualidad. ¿Acababan de ofrecerle el mismo trabajo que a Mariela?
Quizás solo estuviera exagerando. Estaba condicionada por la sorpresa que se llevó con las fotos de Mariela y ahora veía señales de eso por todos lados. Guardó la tarjeta y decidió no darle más importancia al asunto.
Hasta una mañana en la que se levantó más cachonda de lo habitual, por culpa de un vívido sueño húmedo. Soñó con Mariela. Soñó que juntas grababan una película porno y compartían grandes y venosas pijas. Se maldijo a sí misma por tener que recurrir una vez más a esos videos, pero el cuerpo se lo pedía… a gritos.
Pasó directamente a videos que nunca había visto, porque la cantidad de material que había grabado Mariela era enorme. Oriana se masturbó muy rápido, con rabia. Quería terminar con ese humillante trámite antes de que su madre la llamara para desayunar.
Las sorpresas que le tenía reservada Mariela aún no habían terminado. Encontró un video en el que su profesora particular se besuqueaba con otra chica, una rubia de preciosos ojos azules. Era delgada, de pechos que parecían pequeños al lado de las enormes tetas de Mariela, pero con un culo de campeonato. Lo supo porque la rubia no tardó en ponerse en cuatro para recibir una buena pija en su concha… al mismo tiempo que Mariela recibía otra.
Mientras se hacía la paja, Oriana no podía dejar de pensar que esa rubia le sonaba de algún lado. Estaba segura de haberla visto, pero no recordaba dónde ni cuándo. Era imposible que se la hubiera cruzado en alguna página porno, porque ella nunca se mete a internet para mirar porno. ¿Entonces en dónde? ¿En instagram? Quizás fuera alguna influencer principiante que ella seguía en alguna red social. Pero lo dudaba.
Por estar distraída con esto, no dejó de pajearse cuando la rubia empezó a chuparle la concha a Mariela.
“Ay, profe… ¿por qué caíste tan bajo?”, Pensó Oriana.
Si dejarse acabar en la cara por dos tipos era denigrante, caer en el sexo lésbico era mucho peor. Su madre le había enseñado que las únicas mujeres que hacían eso eran las que pretendían excitar a los hombres con trucos sucios. El sexo fue hecho para que la cama sea compartida por un marido y su esposa. Todo lo demás era humillante, denigrante, obsceno, impuro… un completo despropósito.
Y allí estaba Mariela, una mujer a la que Oriana admiraba, haciendo todo lo que su madre le decía que era impuro.
El impacto fue aún mayor cuando Oriana vio a su admirada profesora hundir la cabeza entre las piernas de la rubia y comenzar a chupar y lamer como si fuera una experta en el sexo lésbico. No hubo ni una pizca de duda. Tampoco pareció molestarle que uno de los tipos se le acercara por detrás y le metiera la verga en la concha. Ni siquiera giró la cabeza para ver de qué tipo se trataba. Simplemente le dio igual. Esta acumulación de emociones y sentimientos contradictorios provocaron un fuerte orgasmo en Oriana. Tan fuerte que sus gemidos llenaron la habitación y su madre golpeó la puerta.
―Hija ¿estás bien? ―Le preguntó en japonés.
―Sí, mamá. Solo me estoy estirando un poco ―respondió ella en el mismo idioma. A su madre le gustaba que ella hablara japonés―. ¿Ya está listo el desayuno?
―Sí, avisale a tu hermano.
Sin decir más, su madre se retiró, dejando a Oriana con una enorme sensación de vergüenza. Se sentía sucia por haber hablado con su madre mientras se metía los dedos en la concha, pero no pudo evitarlo, el orgasmo era demasiado fuerte. Y tampoco pudo evitar mirar cómo Mariela chupaba la concha de esa rubia. Jamás se imaginó que su profesora pudiera tener tendencias lésbicas. Sí, alguna vez la sorprendió mirándole las tetas, pero eso era algo que le pasaba a todo el mundo. Los pechos de Oriana eran demasiado llamativos, aunque ella usara ropa holgada. La gente los miraba solo porque no podía evitar hacerlo. ¿Y si en realidad Mariela se los miraba con otras intenciones?
Necesitaba poner a prueba esa teoría. Por eso, en la siguiente clase que tuvo con ella, se quitó el buzo alegando que tenía calor. Debajo tenía puesta una remera negra sin mangas con un escote que le dejaba la mitad superior de las tetas a la vista. Oriana solo usaba esa remera para dormir en las noches de verano, nunca salía de su cuarto sin ponerse otra cosa encima, se sentía desnuda al usarla… y así se sintió frente a su profesora.
Lo peor es que los ojos de Mariela parecían buscar constantemente sus tetas. Mientras ella le explicaba cómo resolver alguna ecuaciones, Oriana pudo notar que sus ojos no estaban en el papel… sino perdidos dentro de su escote. Esto lo había vivido con hombres, en especial con su novio. Fernando no hacía más que mirarle las tetas si es que ella estaba usando un escote. Pero era la primera vez que vivía esta situación con una mujer.
―Deberías usar más ropa como esa ―le dijo Mariela.
―¿Por qué? ―La pregunta de Oriana saltó de su boca antes de que ella pudiera pensar.
―Porque tenés lindas tetas ―respondió Mariela, con una radiante sonrisa―. Y sos joven… deberías sacar a las gemelas a tomar un poco de aire de vez en cuando.
―No puedo ―dijo, sonrojándose―. Mi mamá me mataría si se entera que uso este tipo de ropa en público. Lo hago acá con vos porque… em…
“¿Porque tengo que poner a prueba si sos lesbiana?” No, obviamente no podía decirle eso.
―Porque te tengo confianza ―se esforzó por sonreír.
―Bueno, me alegra saberlo ―Mariela se quitó su remera y mostró que debajo solo tenía puesto un top color gris muy ajustado, sus pechos destacaban tanto como los de la propia Oriana―. No sabés la cantidad de veces que me quise poner un poco más cómoda, pero tenía miedo que te molestara. Esta casa es muy calurosa todo el año. Las paredes de esta habitación miran al este, les da el sol todo el día.
Oriana no sabía si creer la excusa del calor, al fin y al cabo no hacía ni veinte grados. ¿Será que su profesora estaba buscando una excusa para mostrarle las tetas?
De ser así, funcionó, porque durante el resto de la clase Oriana no pudo prestarle atención a otra cosa que no fueran las tetas de Mariela. Sus ojos se veían atraídos como si se tratase de un imán. Ella no era lesbiana, de eso estaba segura… si miró tanto es porque… porque… ¿curiosidad? ¿sorpresa? o quizás porque su cerebro le recordaba las veces que había visto esas grandes tetas rebotando mientras un tipo se cogía a Mariela.
Eso provocó que su entrepierna se humedeciera. De pronto estuvo tentada a preguntarle: “¿te gustan las mujeres?” “¿Qué tal va tu carrera como actriz porno?” “Me ofrecieron trabajo ¿quieren que yo también sea actriz porno?” “Honestamente ¿creés que me iría bien el porno?”.
Por supuesto que a Oriana no le interesaba si le iría bien en el porno o no, ni siquiera tenía pensado meterse en ese mundo. La pregunta rondó por su mente solo porque estaba confundida. Había demasiada información con la que tenía que lidiar y no sabía cómo hacerlo.
Esa misma tarde, al regresar a su casa, volvió a caer en la tentación. Se encerró en su cuarto, prendió la notebook y buscó algún video de Mariela que aún no hubiera visto. Seleccionó uno que mostraba a la profesora junto a la rubia. No sabría explicar por qué lo hizo… simplemente se dio así.
Se desnudó mientras el video comenzaba y se hizo una tremenda paja, con la misma furia que la vez anterior, como si estuviera castigando su concha por obligarla a cometer actos impuros. Vio cómo la rubia le comía las tetas a Mariela, metiendo dentro de su boca todo lo que podía y succionando como si quisiera sacar leche de ellas. Oriana se preguntó qué se sentiría chupar una teta así de grande… y el mismo tiempo recordó que ella las tenía así. Solo bastaba… no, ¿cómo haría una cosa así con su propias tetas? Pero… ¿por qué no lo había hecho antes? ¿qué se lo impedía? Sus tetas eran lo suficientemente grandes como para que ella misma pudiera chuparlas. Nunca se le había cruzado por la cabeza hacerlo, y ahora que esa idea se había instalado en su cabeza, la tentación era irresistible.
No lo pensó más. Agarró su teta derecha con ambas manos, la acercó a su boca y empezó a chupar su propio pezón. Al principio la sensación fue extraña, para nada erótica, como si estuviera lamiéndose el codo. Sin embargo, luego de unos segundos, la sensibilidad de su pezón comenzó a subir y las lamidas y chupones causaron el efecto deseado. Su novio le había chupado las tetas varias veces, pero Fernando era un tanto torpe, no sabía cómo hacerlo apropiadamente. Oriana replicó lo que la rubia hacía en la pantalla, pasó la lengua en círculos alrededor del pezón y luego dio un fuerte chupón.
Por un momento fugaz imaginó que estaba chupando las tetas de Mariela. Esa imagen cruzó su mente sin que ella le diera permiso y le costó trabajo desplazarla. “Mi maldito cerebro me juega en contra”, pensó. Aún así consiguió una masturbación más que satisfactoria.
Después volvió la culpa, como no podía ser de otra manera.
Oriana pasó otra semana repitiéndose como un mantra “Tengo que borrar los videos de Mariela”, incluso una vez estuvo a punto de hacerlo; pero se arrepintió a último momento. De todas formas consiguió contenerse de reproducirlos. Ni siquiera miró una foto.
Pensó que eventualmente se olvidaría del asunto y que un día simplemente borraría todo ese material sin sentir ningún tipo de remordimiento. Era solo cuestión de tiempo.
Pero todo eso se fue al tacho una tarde en la que estaba comiendo unos sandwiches tostados en la cantina del instituto. Amaba esos sandwiches, en especial los que llamaban “carlitos”, que venían con ketchup. Solo podía comerlos en el instituto porque a su padre no le gustaba la “comida regional”.
Estaba deleitándose con uno de esos carlitos cuando su boca se detuvo a mitad de un mordisco. No podía creer lo que sus ojos veían. Algo tenía que estar mal. Su cerebro debía estar haciéndole alguna otra de sus bromas macabras.
Justo frente a Oriana había una mesa en la que tres chicas charlaban muy animadas. La que estaba sentada justo frente a ella era la misma rubia que había visto en los videos. Sí, la misma que le había chupado la concha y las tetas a Mariela. Exactamente la misma rubia a la que habían visto cómo le metían una gran pija por la concha.
Oriana se puso de pie de un salto que asustó a varias de las personas que estaban a su alrededor. Con la boca llena señaló a la rubia, ésta, que se dio cuenta de que era el centro de atención de esa chica asiática, se puso roja.
―Flaca ―dijo Oriana, mientras intentaba tragar el pedazo de sandwich―. ¿Vos sos alumna de este instituto?
La rubia miró para todos lados, como si no pudiera entender por qué le preguntaba eso frente a todos, en medio de la cantina… y con la boca llena.
―Em… sí, ¿por qué?
―No, por nada.
Oriana juntó sus cosas, guardó los carlitos restantes en el bolsillo de su mochila, sabiendo que se le llenaría de ketchup, y salió de la cantina caminando a paso ligero dejando a la rubia y a todos los presentes con una gran confusión.
La sospecha de Oriana se había vuelto más fuerte que nunca. Era demasiada casualidad que Mariela y la rubia fueran alumnas del instituto… y que a ella también le hubieran ofrecido un trabajo como “modelo”. Alguien en el instituto estaba reclutando chicas para grabar videos porno, y era muy posible que la hubieran reclutado a ella también.
Solo había una forma de averiguarlo: debía aceptar la propuesta de trabajo que le habían hecho.
Capítulo 07.
Oriana.
Con dieciocho años, Oriana es la más pequeña de la familia Takahashi. Tiene un hermano dos años mayor que ella, llamado Kaito. Nacieron en Japón pero llevan casi diez años viviendo en Argentina. Ese tiempo le bastó a Oriana para dominar el idioma y hablar como lo haría cualquier argentino, y además se familiarizó con algunas de las costumbres locales. Rápidamente desarrolló un gusto por el mate y suele tomarlo casi todos los días. Aunque nunca consiguió que sus padres o su hermano la acompañaran con esta infusión. Ellos prefieren el té verde.
Oriana siempre fue una alumna muy aplicada, sin embargo sus padres no cuentan con el capital financiero como para enviarla a un gran colegio o una excelente universidad. Por eso Oriana se llenó de alegría cuando consiguió una beca para cursar en uno de los institutos terciarios más prestigiosos del país.
Esto a su vez le produjo una gran ansiedad. ¿Qué haría si fallaba? ¿Qué pasaría si le quitaran la beca? ¿Y si nunca conseguía el dinero para devolver lo que le prestaron en la beca? La única forma que encontró para lidiar con estas preocupaciones fue trabajar duro. Oriana se esfuerza más que la mayoría de los alumnos e incluso usa sus ahorros (dinero que juntó a lo largo de años de ayudar a sus padres con el negocio familiar) para pagarse una profesora particular.
Así conoció a Mariela, una chica joven, vivaz e inteligente. Mariela le comentó que ella también fue alumna de ese mismo instituto y que recibió la misma beca. Logró recibirse y ahora, como una forma de ganar dinero extra, se dedica a preparar alumnos.
Oriana realmente no necesitaba tomar clases particulares y Mariela se lo hizo notar en más de una ocasión. Sin embargo, Oriana nunca dejó de asistir.
―Prefiero estudiar más de lo necesario que quedarme corta y perder la beca ―explicó.
―Está bien, te entiendo perfectamente. A mí me pasaba lo mismo cuando cursaba. Siempre estaba aterrorizada por perder la beca. Te voy a ayudar en todo lo que pueda. Además, no voy a negar que el ingreso extra me viene bien. Hacía rato que no tenía una alumna para preparar. Hay demasiada competencia.
―Siempre creí que el instituto se encargaba de que sus ex alumnos consiguieran un buen trabajo.
―Sí, pero detrás de cada cosita linda que suena milagrosa hay una trampa. Sí me contrataron en una empresa, pero no me pagaban casi nada. “Estás pagando el derecho de piso”, me decían. Prácticamente tenía que trabajar gratis, porque parte de lo que ganaba se iba en la beca. Así que el mejor consejo que te puedo dar es que cuando estés por terminar de cursar en el instituto empezá a buscar un buen trabajo por tu cuenta. Vas a tener más posibilidades así.
―Bueno, muchas gracias por el consejo. ―Esto abatió a Oriana, al parecer la realidad no era tan bella como a ella se la habían pintado―. Pero… ¿y vos? ¿Seguís trabajando en esa empresa?
―Ah, no… no… por suerte conseguí otro trabajo donde me pagan mucho mejor. Aunque unas horitas extra como profesora particular nunca vienen mal ―sonrió amablemente.
A Oriana le agradaba la sonrisa de Mariela, la hacía sentir en compañía de una persona afable en la que podía confiar. Una mentora.
Una tarde, durante una de esas clases particulares, hubo un incidente que provocaría un drástico cambio en la vida de Oriana, y todo fue por una pequeña distracción.
Oriana se encontraba en el escritorio que ella y su profesora particular usaban para estudiar. Luchaba por resolver un intrincado problema matemático mientras Mariela estaba en la cocina, preparando café para las dos.
―Te preparé una lista con todas las fórmulas que vas a tener que memorizar para el examen final ―dijo Mariela, levantando la voz, desde la cocina.
―Ay, mil gracias. Me va a servir mucho. ¿Lo tenés en un papel?
―No, está en un pendrive, dentro del cajón de la izquierda. Imprimí la planilla y después me lo devolvés.
―Muy bien, gracias.
Cuando Oriana regresó a su casa con el mencionado pendrive y lo conectó en su computadora portátil se llevó la sorpresa de su vida. Dentro de una carpeta llamada “Trabajo” (la única que había en el dispositivo) encontró unas fotos de la profesora Mariela posando en ropa interior. No eran fotos obscenas, en absoluto. Eran las típicas fotos que una vería en un catálogo de ropa interior. Además se notaba que habían sido tomadas por un profesional.
Oriana repasó mentalmente el momento en que Mariela mencionó el pendrive, y cayó en la cuenta de que, por estar distraída con el problema matemático, abrió el cajón que no debía: el de la derecha. La casualidad quiso que allí hubiera otro pendrive… porque tenía que ser otro.
Oriana continuó mirando las fotos de Mariela, la profesora era realmente bonita. Nariz respingada, pómulos altos, ojos grandes, cabello castaño que parecía una melena de león, grandes pechos, vientre tan plano como el de una nadadora (Oriana recordó que Mariela había practicado natación en el instituto) y piernas bien tonificadas.
“Este debe ser el otro trabajo del que hablaba”, pensó Oriana, y una vez más se sintió abatida. Ser modelo de ropa interior no tiene nada de malo, pero le molestó que Mariela, después de pasar tres años en ese prestigioso y costoso instituto, tuviera que recurrir a ese trabajo para ganarse la vida.
“¿Y si a mí me pasa lo mismo?”
Descartó esa idea sacudiendo su cabeza. Ni siquiera quería imaginar ese panorama.
Las fotos de Mariela la atrajeron como una bola de estambre atrae a un gato. Oriana se percibe a sí misma como una mujer fuerte, pero sabe que hay algo más fuerte que ella: su curiosidad.
Las “imágenes de catálogo” se terminaron y dieron lugar a otras en blanco y negro. Oriana se ruborizó. Mariela posaba ante la cámara vistiendo conjuntos de lencería mucho más provocativos que los anteriores. Ahora tenía corpiños y tangas de encaje, portaligas y medias que le llegaban hasta la mitad de los muslos. En varias fotos Oriana pudo ver cómo los pezones de Mariela se transparentaban debajo de la tela de los corpiños. La profesora particular miraba a la cámara con un gesto sensual y desafiante. También se encontró con varias fotos que la mostraban con las piernas abiertas y a Oriana le dio la impresión de que, debajo de la tela de la tanga de encaje, se veía más de lo que se debería ver.
Siguió avanzando en el álbum y se quedó boquiabierta al encontrarse con una foto que mostraba a Mariela tirada en la cama, estirando los brazos por encima de su cabeza y arqueando un poco la espalda, para elevar su busto. Lo más impactante era que ya no llevaba corpiño. Sus tetas. Sus grandes y redondas tetas estaban completamente al desnudo, con los pezones firmes apuntando hacia el cielo.
Cuando reaccionó pasó a la siguiente imagen. La posición de Mariela era la misma, solo que ahora la imagen la captaba de cuerpo completo, y Oriana pudo ver que la profesora particular no llevaba tanga. Tenía las piernas juntas, la derecha estirada y la izquierda flexionada, y en la unión de las mismas se podía ver una tenue raya, que no podía simbolizar otra cosa que la vagina de Mariela. Estaba perfectamente depilada, como si se hubiera hecho una depilación definitiva.
Una foto más, porque no pudo evitarlo. Su mandíbula bajó otra vez, por la sorpresa. Una foto, casi en primer plano, de las piernas abiertas de Mariela… y se veía claramente todo lo que había en el medio de ellas. Oriana no lo podía creer, estaba viendo una imagen en blanco y negro, perfectamente nítida, de la concha de su profesora particular. Podía notar cada milímetro de esos labios ligeramente rugosos, el agujero, apenas abierto, y el clítoris que sobresalía con timidez de su capullo.
Oriana se sobresaltó al escuchar un corto timbrazo proveniente de su celular. Era la alerta de mensaje y una vez más había puesto el volúmen demasiado alto, cosa que la irritaba mucho. Abrió el WhatsApp y descubrió que Mariela le había escrito. Podía imaginar el mensaje: “Te llevaste el pendrive equivocado. Por favor no lo abras”.
Sin embargo el mensaje decía otra cosa:
―Hola Ori ―Oriana permitía a pocas personas que la llamaran así, Mariela era una de ellas―. Te olvidaste el pendrive en mi casa.
La chica tardó unos segundos en darse cuenta lo que había ocurrido. Mariela revisó el cajón de la izquierda y se encontró con el pendrive allí dentro; pero, aparentemente, no había revisado el de la derecha. No tenía porqué hacerlo, a menos que sospechara que faltaba algo.
¿Debía contarle a Mariela lo que realmente había ocurrido?
Quizás no hiciera falta. Bastaba con devolver el pendrive a su sitio la próxima vez que tuviera una clase con ellas y se ahorraría un momento incómodo. No tendrían que hablar de lo que Oriana pudo haber visto dentro de ese pendrive.
―Sí, tenés razón ―respondió Oriana―. Estaba muy distraída con los problemas y me olvidé. Lo busco en la próxima clase.
―Perfecto, no hay drama. Si te viene bien, podemos tener esa clase pasado mañana.
―Dale, ahí voy a estar. Saludos.
De momento iba todo bien. Solo tenía que rogar que Mariela no abriera el cajón de la derecha en dos días.
Pero… ¿y qué haría ella mientras tanto?
Por más que su curiosidad sea muy fuerte, seguir mirando las fotos implica traicionar la confianza de Mariela. Al fin y al cabo ella nunca le dio permiso para mirarlas.
Oriana se detuvo. Dejó el pendrive guardado en el escritorio y se olvidó de él… por unas horas.
Esa misma noche, antes de irse a dormir, la curiosidad la venció una vez más. Una vocecita interna no paraba de decirle: “¿Hasta dónde habrá llegado la profe Mariela con sus fotos?”. Porque mostrar la concha de forma tan explícita requería un nivel de confianza que Oriana no conocía.
Volvió a esa foto tan explícita, de Mariela abierta de piernas, y siguió mirando las demás. Eran similares, en cuanto a puesta en escena, mismo conjunto, misma escenografía y mismo tono blanco y negro. Mariela sonreía y parecía muy cómoda mostrando sus tetas y abriendo las piernas para la cámara. Incluso vio unas fotos de la profe particular en cuatro, abriéndose las nalgas, como si dijera: “Miren, este es mi culo ¿qué harían con él?” A Oriana se le puso la cara de todos colores. La actitud de esa modelo no se parecía en nada a la Mariela que ella conocía.
Oriana estaba acostada en la cama, en ropa interior, y con la notebook apoyada sobre su estómago. Casi la tira al piso cuando vio una foto de Mariela chupando un grueso pene, con los ojos cerrados y un gesto muy sensual en la boca.
―¡No puede ser! ―Exclamó, mientras intentaba acomodar la notebook―. Esta no puede ser Mariela.
Pero sí, era ella. No cabía la menor duda. Había visto muchas veces esos delicados pómulos y los turgentes y sensuales labios de su profesa como para no poder reconocerla. Sin embargo… ¿una verga? Jamás se hubiera imaginado que Mariela era de la clase de mujeres que chupan vergas… y mucho menos que se sacan fotos haciéndolo.
―Ay, Mariela… ¿tan desesperada estás por conseguir algo de dinero?
Oriana descubrió que la cosa se ponía aún peor. Pudo ver fotos de Mariela, en distintas posiciones, siendo penetrada por esa verga. De costado, en cuatro, abierta de piernas, montando la verga… prácticamente cualquier posición que se pudiera imaginar. Y en muchas de las fotos Mariela sonreía a las cámaras. Oriana no pudo dejar de pensar que su profesora estaba haciendo un gran sacrificio al exponerse de esa manera y esa sonrisa no era más que una actuación.
Lo siguiente que vio no fue una foto, sino un video, y esto la dejó aún más desorientada. Estaba grabado con una calidad perfecta, como si fuera profesional. Mariela estaba de rodillas, mirando a la cámara con sus grandes y expresivos ojos, su melena de leona le caía sobre las tetas desnudas. De pronto apareció, en prime plano, una gruesa y larga verga bien erecta. Oriana supo qué ocurriría después, pero su cerebro intentó huir de esa situación. No pudo hacerlo porque lo vio con sus propios ojos. Mariela comenzó a lamer la cabeza de esa verga con una sensualidad abrumadora. Tanto era así que Oriana pudo sentir cómo se le endurecían los pezones. Parecía que Mariela la estuviera mirando fijamente a ella, como diciéndole: “¿Querés un poquito de esta pija?”.
Oriana no era virgen, se había encargado de eso unos pocos meses después de ponerse de novia con Fernando. Fer era un chico muy dulce e inteligente, con el que podía hablar de prácticamente cualquier cosa. Ella siempre se decía a mi misma: “Estoy teniendo sexo con mi mejor amigo”.
Sin embargo lo que Mariela estaba haciendo en ese video distaba mucho de lo que Oriana hacía con su novio. Para empezar, Fernando no contaba con semejante… em… aparato reproductor. Y a Oriana nunca le había gustado la idea de rebajarse a chuparle la verga a un hombre. Eso es algo que aprendió de la estricta crianza de su madre. Una mujer no puede comportarse como una puta, mucho menos con su pareja oficial, con el hombre con el que se va a casar.
Oriana no sabía si algún día se casaría con Fernando, aún así quería hacer bien las cosas con él. Divertirse un poquito, sí está bien, pero sin perder la dignidad.
Mariela había tirado su dignidad al tacho al chupar una verga de esa manera… y frente a una cámara. Y eso no es todo. Oriana miró el video hasta el final, hipnotizada por ese movimiento rítmico de cabeza y por cómo la verga se perdía dentro de la boca… hasta que ¡ZAZ! Semen por todas partes. La cara de la profesora Mariela quedó cubierta de leche y a ella pareció gustarle, como si se tratase de un festejo de cumpleaños muy íntimo.
Oriana decidió que ya había visto demasiado. Cerró la notebook, la dejó sobre la mesita de luz y se quedó acostada mirando fijamente el cielo raso. Su cerebro intentaba comprender que esa actriz porno era la misma chica inteligente que le daba clases particulares. No entendía cómo Mariela había llegado a rebajarse tanto.
Intentó conciliar el sueño, pero su cuerpo tenía otros planes. La humedad en su sexo fue creciendo y sus pechos estaban más que sensibles. Un simple roce a los pezones era suficiente para que una ola de placer la invadiera.
Cuando Oriana estuviera frente a Erika y Siara contándole su historia, no les diría la cantidad de veces que se masturbó esa noche, ni cuántas veces volvió a la notebook para visitar las imágenes y los videos que ya había visto… e incluso mirar más.
Esa noche de desenfreno pajeril Oriana descubrió que Mariela había grabado varios videos porno en los que no se limitaba a chupar vergas, sino que también se la cogían. Ella gemía con fuerza mientras alguna verga bien gruesa y venosa le taladraba la concha… y no siempre era la misma verga. A Oriana le pareció que al menos cuatro o cinco tipos distintos habían intimado con Mariela en la realización de esos videos… y había uno en particular que le impactó el doble. Sí, justamente el doble que los demás, porque allí a Mariela se la cogían entre dos. Aún no había podido asimilar que a su profesora se la cogieran distintos tipos mientras filmaba porno, sino que además ahora su aturdido cerebro debía procesar que se la habían cogido entre dos: uno por la concha, y el otro por la boca. En ese video en particular Mariela terminó con la cara y las tetas llenas de semen.
Oriana no le confesaría a Erika y a Siara que tuvo un orgasmo justo en el momento en que vio cómo esas dos vergas eyaculaban contra la cara y las tetas de Mariela. Tampoco les diría la vergüenza que sintió por eso. Para Oriana, que una mujer se sometiera a eso era humillante, denigrante.
Volvió a reunirse con Mariela para la clase particular que tenían programada. Oriana aprovechó para devolver el pendrive al cajón, y estuvo más callada de lo habitual. Incluso le costó horrores hacer contacto visual con su profesora. Se sentía avergonzada por haber invadido la privacidad de Mariela de esa forma. Y peor se sentía por haber copiado todo el contenido del pendrive en su computadora.
Antes de irse, Oriana miró a su profesora y le preguntó:
―Mariela ¿estás contenta con el trabajo que tenés ahora?
―Claro, me encanta enseñar…
―No me refiero a este trabajo, sino al otro…
―Ah, sí… también estoy muy contenta por ese trabajo ―a Oriana la confundió esa respuesta. Una parte de sí misma le decía que Mariela no podía sentirse cómoda trabajando como actriz porno―. Al principio fue un poco duro, porque… em… digamos que es un trabajo atípico, que poco tiene que ver con mis estudios. Pero con el tiempo aprendí a disfrutarlo.
¿Disfrutarlo? ¿Acaso dijo que lo disfruta?
―¿La pasás bien en ese trabajo?
―Sí, me divierto mucho y me pagan bastante bien. Aunque es una lástima que no me llamen tan seguido como a mí me gustaría. A veces lo extraño un poquito.
―¿Y cómo conseguiste ese trabajo?
―Este… em… me lo recomendó alguien del instituto. Me pasaron el contacto de una persona que estaba contratando gente… y me presenté.
―¿Te puedo preguntar en qué consiste ese trabajo?
―Em… prefiero que no. No te ofendas, Ori, hay cosas de la vida personal que es mejor no compartirlas.
―Entiendo. Perdón por la pregunta. Es de mala educación. Mi papá se hubiera enojado mucho conmigo si me escucha preguntarle a alguien por su trabajo. Él siempre dice que si una persona quiere decir a qué se dedica para ganarse la vida, entonces lo dice y ya. Preguntarlo es de mal gusto.
―Bueno, tu papá es un hombre muy sabio.
―Y algo estricto. Es un poco chapado a la antigua y se esfuerza por conservar algunas viejas costumbres japonesas.
―Y bueno, es comprensible. Vos viniste a Argentina siendo muy chica, pero ese hombre vivió casi toda su vida en Japón. Es difícil dejar atrás las raíces.
―Sí, es cierto. Una vez más te pido perdón por haberte preguntado. No quiero meterme en tu vida persona.
―Gracias por comprender.
Durante unos días Oriana se esforzó por no volver a mirar el material porno de Mariela, incluso inició un proceso mental para convencerse de que lo mejor era eliminar todo. Ya había invadido mucho la privacidad de su profesora, no podía hacerlo más… por más que aún quedaran varias fotos y videos por ver… por más que la curiosidad la carcomiera por dentro. No podía seguir.
A pesar de que logró contenerse, el tema estuvo dando vueltas por su mente… y volvió como un baldazo de agua fría durante una pequeña reunión que tuvo con la mujer que le brindó la beca. Estaban hablando de los distintos métodos de pago que Oriana podría usar para devolver el dinero de la beca. Ella quiso ser honesta y dijo que no le sería fácil devolver todo en un corto plazo porque su familia no estaba atravesando una buena situación económica. Su padre vino a Argentina con la esperanza de poder abrir un gran supermercado, pero esos sueños se vieron frustrados por la alta competencia. El negocio familiar es un kiosco que, por temporadas funciona muy bien, y luego cae en pozos financieros de los que cuesta mucho salir.
―Si el dinero es un problema ―le dijo la mujer, con una afable sonrisa―, conozco un trabajo perfecto para una chica como vos. Sos joven y… vigorosa. Estoy segura de que te iría muy bien en este trabajo.
La mujer le entregó una tarjeta con los datos de un estudio fotográfico.
Oriana salió de esa reunión con los nervios alterados. “Una chica como vos”. “Joven y vigorosa”... esos términos la pusieron en alerta. Sospechaba que la palabra vigorosa había sido usada como reemplazo de voluptuosa. Porque sí, Oriana sabe qué dimensiones tiene su cuerpo y cuánto se debe esforzar para ocultar sus voluminosos pechos. Además… era la dirección de un estudio fotográfico. No podía ser casualidad. ¿Acababan de ofrecerle el mismo trabajo que a Mariela?
Quizás solo estuviera exagerando. Estaba condicionada por la sorpresa que se llevó con las fotos de Mariela y ahora veía señales de eso por todos lados. Guardó la tarjeta y decidió no darle más importancia al asunto.
Hasta una mañana en la que se levantó más cachonda de lo habitual, por culpa de un vívido sueño húmedo. Soñó con Mariela. Soñó que juntas grababan una película porno y compartían grandes y venosas pijas. Se maldijo a sí misma por tener que recurrir una vez más a esos videos, pero el cuerpo se lo pedía… a gritos.
Pasó directamente a videos que nunca había visto, porque la cantidad de material que había grabado Mariela era enorme. Oriana se masturbó muy rápido, con rabia. Quería terminar con ese humillante trámite antes de que su madre la llamara para desayunar.
Las sorpresas que le tenía reservada Mariela aún no habían terminado. Encontró un video en el que su profesora particular se besuqueaba con otra chica, una rubia de preciosos ojos azules. Era delgada, de pechos que parecían pequeños al lado de las enormes tetas de Mariela, pero con un culo de campeonato. Lo supo porque la rubia no tardó en ponerse en cuatro para recibir una buena pija en su concha… al mismo tiempo que Mariela recibía otra.
Mientras se hacía la paja, Oriana no podía dejar de pensar que esa rubia le sonaba de algún lado. Estaba segura de haberla visto, pero no recordaba dónde ni cuándo. Era imposible que se la hubiera cruzado en alguna página porno, porque ella nunca se mete a internet para mirar porno. ¿Entonces en dónde? ¿En instagram? Quizás fuera alguna influencer principiante que ella seguía en alguna red social. Pero lo dudaba.
Por estar distraída con esto, no dejó de pajearse cuando la rubia empezó a chuparle la concha a Mariela.
“Ay, profe… ¿por qué caíste tan bajo?”, Pensó Oriana.
Si dejarse acabar en la cara por dos tipos era denigrante, caer en el sexo lésbico era mucho peor. Su madre le había enseñado que las únicas mujeres que hacían eso eran las que pretendían excitar a los hombres con trucos sucios. El sexo fue hecho para que la cama sea compartida por un marido y su esposa. Todo lo demás era humillante, denigrante, obsceno, impuro… un completo despropósito.
Y allí estaba Mariela, una mujer a la que Oriana admiraba, haciendo todo lo que su madre le decía que era impuro.
El impacto fue aún mayor cuando Oriana vio a su admirada profesora hundir la cabeza entre las piernas de la rubia y comenzar a chupar y lamer como si fuera una experta en el sexo lésbico. No hubo ni una pizca de duda. Tampoco pareció molestarle que uno de los tipos se le acercara por detrás y le metiera la verga en la concha. Ni siquiera giró la cabeza para ver de qué tipo se trataba. Simplemente le dio igual. Esta acumulación de emociones y sentimientos contradictorios provocaron un fuerte orgasmo en Oriana. Tan fuerte que sus gemidos llenaron la habitación y su madre golpeó la puerta.
―Hija ¿estás bien? ―Le preguntó en japonés.
―Sí, mamá. Solo me estoy estirando un poco ―respondió ella en el mismo idioma. A su madre le gustaba que ella hablara japonés―. ¿Ya está listo el desayuno?
―Sí, avisale a tu hermano.
Sin decir más, su madre se retiró, dejando a Oriana con una enorme sensación de vergüenza. Se sentía sucia por haber hablado con su madre mientras se metía los dedos en la concha, pero no pudo evitarlo, el orgasmo era demasiado fuerte. Y tampoco pudo evitar mirar cómo Mariela chupaba la concha de esa rubia. Jamás se imaginó que su profesora pudiera tener tendencias lésbicas. Sí, alguna vez la sorprendió mirándole las tetas, pero eso era algo que le pasaba a todo el mundo. Los pechos de Oriana eran demasiado llamativos, aunque ella usara ropa holgada. La gente los miraba solo porque no podía evitar hacerlo. ¿Y si en realidad Mariela se los miraba con otras intenciones?
Necesitaba poner a prueba esa teoría. Por eso, en la siguiente clase que tuvo con ella, se quitó el buzo alegando que tenía calor. Debajo tenía puesta una remera negra sin mangas con un escote que le dejaba la mitad superior de las tetas a la vista. Oriana solo usaba esa remera para dormir en las noches de verano, nunca salía de su cuarto sin ponerse otra cosa encima, se sentía desnuda al usarla… y así se sintió frente a su profesora.
Lo peor es que los ojos de Mariela parecían buscar constantemente sus tetas. Mientras ella le explicaba cómo resolver alguna ecuaciones, Oriana pudo notar que sus ojos no estaban en el papel… sino perdidos dentro de su escote. Esto lo había vivido con hombres, en especial con su novio. Fernando no hacía más que mirarle las tetas si es que ella estaba usando un escote. Pero era la primera vez que vivía esta situación con una mujer.
―Deberías usar más ropa como esa ―le dijo Mariela.
―¿Por qué? ―La pregunta de Oriana saltó de su boca antes de que ella pudiera pensar.
―Porque tenés lindas tetas ―respondió Mariela, con una radiante sonrisa―. Y sos joven… deberías sacar a las gemelas a tomar un poco de aire de vez en cuando.
―No puedo ―dijo, sonrojándose―. Mi mamá me mataría si se entera que uso este tipo de ropa en público. Lo hago acá con vos porque… em…
“¿Porque tengo que poner a prueba si sos lesbiana?” No, obviamente no podía decirle eso.
―Porque te tengo confianza ―se esforzó por sonreír.
―Bueno, me alegra saberlo ―Mariela se quitó su remera y mostró que debajo solo tenía puesto un top color gris muy ajustado, sus pechos destacaban tanto como los de la propia Oriana―. No sabés la cantidad de veces que me quise poner un poco más cómoda, pero tenía miedo que te molestara. Esta casa es muy calurosa todo el año. Las paredes de esta habitación miran al este, les da el sol todo el día.
Oriana no sabía si creer la excusa del calor, al fin y al cabo no hacía ni veinte grados. ¿Será que su profesora estaba buscando una excusa para mostrarle las tetas?
De ser así, funcionó, porque durante el resto de la clase Oriana no pudo prestarle atención a otra cosa que no fueran las tetas de Mariela. Sus ojos se veían atraídos como si se tratase de un imán. Ella no era lesbiana, de eso estaba segura… si miró tanto es porque… porque… ¿curiosidad? ¿sorpresa? o quizás porque su cerebro le recordaba las veces que había visto esas grandes tetas rebotando mientras un tipo se cogía a Mariela.
Eso provocó que su entrepierna se humedeciera. De pronto estuvo tentada a preguntarle: “¿te gustan las mujeres?” “¿Qué tal va tu carrera como actriz porno?” “Me ofrecieron trabajo ¿quieren que yo también sea actriz porno?” “Honestamente ¿creés que me iría bien el porno?”.
Por supuesto que a Oriana no le interesaba si le iría bien en el porno o no, ni siquiera tenía pensado meterse en ese mundo. La pregunta rondó por su mente solo porque estaba confundida. Había demasiada información con la que tenía que lidiar y no sabía cómo hacerlo.
Esa misma tarde, al regresar a su casa, volvió a caer en la tentación. Se encerró en su cuarto, prendió la notebook y buscó algún video de Mariela que aún no hubiera visto. Seleccionó uno que mostraba a la profesora junto a la rubia. No sabría explicar por qué lo hizo… simplemente se dio así.
Se desnudó mientras el video comenzaba y se hizo una tremenda paja, con la misma furia que la vez anterior, como si estuviera castigando su concha por obligarla a cometer actos impuros. Vio cómo la rubia le comía las tetas a Mariela, metiendo dentro de su boca todo lo que podía y succionando como si quisiera sacar leche de ellas. Oriana se preguntó qué se sentiría chupar una teta así de grande… y el mismo tiempo recordó que ella las tenía así. Solo bastaba… no, ¿cómo haría una cosa así con su propias tetas? Pero… ¿por qué no lo había hecho antes? ¿qué se lo impedía? Sus tetas eran lo suficientemente grandes como para que ella misma pudiera chuparlas. Nunca se le había cruzado por la cabeza hacerlo, y ahora que esa idea se había instalado en su cabeza, la tentación era irresistible.
No lo pensó más. Agarró su teta derecha con ambas manos, la acercó a su boca y empezó a chupar su propio pezón. Al principio la sensación fue extraña, para nada erótica, como si estuviera lamiéndose el codo. Sin embargo, luego de unos segundos, la sensibilidad de su pezón comenzó a subir y las lamidas y chupones causaron el efecto deseado. Su novio le había chupado las tetas varias veces, pero Fernando era un tanto torpe, no sabía cómo hacerlo apropiadamente. Oriana replicó lo que la rubia hacía en la pantalla, pasó la lengua en círculos alrededor del pezón y luego dio un fuerte chupón.
Por un momento fugaz imaginó que estaba chupando las tetas de Mariela. Esa imagen cruzó su mente sin que ella le diera permiso y le costó trabajo desplazarla. “Mi maldito cerebro me juega en contra”, pensó. Aún así consiguió una masturbación más que satisfactoria.
Después volvió la culpa, como no podía ser de otra manera.
Oriana pasó otra semana repitiéndose como un mantra “Tengo que borrar los videos de Mariela”, incluso una vez estuvo a punto de hacerlo; pero se arrepintió a último momento. De todas formas consiguió contenerse de reproducirlos. Ni siquiera miró una foto.
Pensó que eventualmente se olvidaría del asunto y que un día simplemente borraría todo ese material sin sentir ningún tipo de remordimiento. Era solo cuestión de tiempo.
Pero todo eso se fue al tacho una tarde en la que estaba comiendo unos sandwiches tostados en la cantina del instituto. Amaba esos sandwiches, en especial los que llamaban “carlitos”, que venían con ketchup. Solo podía comerlos en el instituto porque a su padre no le gustaba la “comida regional”.
Estaba deleitándose con uno de esos carlitos cuando su boca se detuvo a mitad de un mordisco. No podía creer lo que sus ojos veían. Algo tenía que estar mal. Su cerebro debía estar haciéndole alguna otra de sus bromas macabras.
Justo frente a Oriana había una mesa en la que tres chicas charlaban muy animadas. La que estaba sentada justo frente a ella era la misma rubia que había visto en los videos. Sí, la misma que le había chupado la concha y las tetas a Mariela. Exactamente la misma rubia a la que habían visto cómo le metían una gran pija por la concha.
Oriana se puso de pie de un salto que asustó a varias de las personas que estaban a su alrededor. Con la boca llena señaló a la rubia, ésta, que se dio cuenta de que era el centro de atención de esa chica asiática, se puso roja.
―Flaca ―dijo Oriana, mientras intentaba tragar el pedazo de sandwich―. ¿Vos sos alumna de este instituto?
La rubia miró para todos lados, como si no pudiera entender por qué le preguntaba eso frente a todos, en medio de la cantina… y con la boca llena.
―Em… sí, ¿por qué?
―No, por nada.
Oriana juntó sus cosas, guardó los carlitos restantes en el bolsillo de su mochila, sabiendo que se le llenaría de ketchup, y salió de la cantina caminando a paso ligero dejando a la rubia y a todos los presentes con una gran confusión.
La sospecha de Oriana se había vuelto más fuerte que nunca. Era demasiada casualidad que Mariela y la rubia fueran alumnas del instituto… y que a ella también le hubieran ofrecido un trabajo como “modelo”. Alguien en el instituto estaba reclutando chicas para grabar videos porno, y era muy posible que la hubieran reclutado a ella también.
Solo había una forma de averiguarlo: debía aceptar la propuesta de trabajo que le habían hecho.
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