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PENELOPE, MI PRIMERA VEZ...
Esta historia sucedió hace muchos años ya, tal vez sea solo una historia más, pero para mí será única, inolvidable, porque es la historia de mi primera vez.
El mundo era demasiado diferente a lo que es hoy en día, no había celulares, ni siquiera había teléfonos y para hablar tenía que ir hasta el que era público de la esquina de casa, que casi nunca funcionaba, o caminar dos cuadras hasta el bar de Don Jacinto, solo en horarios en los que ese bar estaba abierto. Sacar fotos era otra historia, se compraba el famoso rollo Kodak de veinticuatro, o treinta y seis exposiciones, para luego llevarlo a revelar a algún sitio especializado.
Una pc de escritorio era algo demasiado raro, solo podía verse en alguna familia adinerada y lo normal era utilizar máquinas de escribir y grandes archivos para apilar documentación escrita
Todo era tan diferente, la vida era más calma y el mundo parecía girar más despacio, no había tanta información digital con bombardeo permanente y se pasaban las horas con mayor inocencia.
En esos días, mis padres tenían una posición económica de clase media acomodada, vivíamos en una linda casa al frente típica, el dormitorio de ellos daba hacia adelante, había uno contiguo para mi hermana menor, luego el baño y por último el mío que daba el patio trasero de la propiedad, sobre el lateral un amplio lugar con divisorias que oficiaba de cocina, comedor, living y hasta un pequeño espacio disponible que lo usábamos para guardar todo lo que no tenía sitio definido.
En el terreno del fondo se había edificado un pequeño departamento, modesto, con un solo dormitorio que daba a la calle por un pasillo lateral. La idea de mis padres era que ese departamento sirviera algún día para traer a los abuelos, cuando ellos ya no pudieran valerse por sí solos, y hasta que ese día llegase, lo daban en alquiler por algunos pocos pesos, para que lo tuvieran ordenado y mantenido y para que al menos se pagaran los impuestos.
La situación que de daba era un tanto fuera de lo común, la ventana de mi dormitorio distaba unos siete metros de la ventana del dormitorio del departamento contiguo, algo normal pensando en abuelos, pero no tanto para vecinos de turno.
Pasaron varios inquilinos en el tiempo, algunos mejores, otros peores, unos duraron mucho, otros poco y a lo largo de mi niñez y adolescencia me había acostumbrado a esos roces y contactos, más por compartir un patio en común.
Ya eran días de mi primera noviecita, los primeros besos a escondidas y ese natural despertar sexual de un veinteañero.
Y fue en esos días cuando el matrimonio Ordoñez cayó en el departamento trasero.
Ya en esos tiempos, mi padre me llevaba a negociar los contratos con él, lógicamente esperaba que yo me empapara en los temas de adultos con la idea de que en poco tiempo tomara su lugar.
Él se había sentado a un lado de la mesa donde había una pila de papeles desordenados donde se dejaría por escrito el contrato, al otro lado, el señor Ordoñez discutía los pormenores de la situación. El tipo era un regordete, calvo y trabajaba en un frigorífico despostando carne, un oficio que se me hacía un tanto rudo, y me dejaba entrever un tipo peligroso que sabía manejar el cuchillo
Yo estaba parado tras la silla de mi padre, secundándolo, en silencio, de la misma manera, a su vez, Penélope, la esposa de Ordoñez estaba parada tras la silla de su esposo, en silencio.
Fue la primera vez que Penélope se cruzaría en mi vida, una mujer madura, muy bonita, alta y de proporciones muy justas y marcados recovecos en su silueta. Su rostro de piel apenas morena se me hacía muy llamativa, de ojos oscuros e inquietos, con una melena ampulosa y larga en un castaño natural que ella aclaraba un poco en peluquería. Ella parecía desentendida de la situación, como ausente de las palabras, con la mirada perdida en la nada misma, con un cigarro humeante entre sus finos dedos, adornados con anillos, luciendo unas largas, hermosas y esculpidas uñas pintadas en rojo pasión.
Podía observarla en detalle, fotografiarla en mis retinas, porque en ese momento yo también parecía ser para ella parte del decorado.
Con el correr de los días aprendería muchos detalles de la familia Ordoñez, el tipo trabajaba en horarios rotativos y era parco y reservado, casi no hablaba, solo lo necesario cada vez que había que abonar la mensualidad, ella por su lado, era diseñadora de ropas, o tenía un negocio de prendas femeninas, o trabajaba en moda para un tercero, nunca supe bien como era su trabajo, pero Penélope siempre lucía impecablemente vestida con esas uñas relucientes y un cigarro entre sus dedos.
Muchas veces hacía de fisgón desde mi cuarto, me encantaba observarla cuando su esposo no estaba, ella a veces me devolvía las miradas, otras, solo fingía no verme y alguna vez me regalaba una sonrisa.
Ella no tenía muchas visitas, las contaba con una mano, pero siempre imaginaba historias cuando llegaba Zulema, creo que eran socias, o compañeras de trabajo, o algo así, también vestía bien, también lucía bien, ella era morena, con el cabello corto y siempre peinado a la perfección con ralla a un costado. Parloteaban mucho, reían y más de una vez supuse que hablaban de mí, no supe el motivo, pero siempre estaba con esa sensación, y yo imaginaba cosas que nunca sucederían.
Volviendo a Penélope, yo empecé a tener un amor platónico con esa mujer, y fue la culpable de que rompiera con mi noviecita de esos días. Es que ella tenía la edad de mi madre, pero eran diferentes, mi mamá era una mujer que cargaba con cincuenta años, siempre de entrecasa, con chancletas, ruleros, y veinte quilos de sobrepeso, de manos ajadas, Penélope en cambio, tenía también unos cincuenta, pero sus pechos eran llamativos, cintura de avispa, culo respingón y siempre estaba atractiva, con joyas y maquillaje de ocasión, una señora muy bien puesta.
Mi madre colgaba nuestras ropas luego de lavarlas en la planta alta, grandes bombachos secándose al sol, pero mi vecina lo hacía en un tender en el patio compartido, ropa interior diminuta y provocativa y más de una vez ella me descubría excitándome en silencio con lo que veía, ella solo se reía.
Es que hoy en día, todas andan con tangas diminutas, es lo normal, pero en mi época de antaño, ese tipo de lencería era una rareza solo para mujeres muy audaces.
Y esa complicidad se hizo habitual, en charlas, en miradas, en insinuaciones, yo solo imaginaba idealizando a esa mujer, es que me llevaba no menos de treinta años, y para ser honesto, la figura de su marido, el parco Ordoñez, me intimidaba demasiado.
Una tarde, a través de nuestras ventanas, la vería por primera vez en ropa interior, ella no lo notó, fue un descuido, fue evidente que había salido de la ducha, llevaba una gran toalla envolviendo sus cabellos, con solo un conjunto muy bonito de ropa interior en tonos de rosa, pasó hacia un lado, luego hacia el otro, fueron segundos fugaces que me dejaron notar la perfección de su cuerpo, pero fueron suficientes como para que me masturbara con furia.
Poco después la historia se repetiría, solo que esta vez ella si lo notaría, vio que la observaba, y solo jugó a no verme, volví a masturbarme, solo que no me importó ocultarme, jugué el mismo juego, ella estaba recostada en su cama semi desnuda, fingiendo leer un libro, pero e verdad se divertía conmigo.
No tardamos mucho en cruzarnos en alguna charla para que ella me dijera
Mocoso, no te enseñaron tus papis que es de mala educación andar espiando a los vecinos?
Ella llevaba la seducción en los labios
Si, si me enseñaron, pero no me importa, yo nunca estuve con una mujer tan hermosa, bueno nunca estuve con una mujer
Fue lo único que supe decir, y hoy me quiero dar la cabeza contra la pared, es que en verdad soné tan estúpido, tan virgo
Ella se carcajeo sin pudor y me zamarreó de la barbilla como si fuera un niño de diez años
Mis fantasías y sus insinuaciones iban de maravillas, pero no todo era perfecto en ese mundo, Ordoñez parecía no ser un buen tipo y era evidente cuando él estaba en casa, las discusiones eran moneda corriente, siempre escuchaba con angustia desde mi cuarto y hasta mis padres hablaban del tema, era constante, siempre, un día, todos los días. Creo que en general discutían por dinero, por espacios de poder dentro de la pareja, y problemas eternos de matrimonios que no se llevan bien.
Y en ese entorno adiviné algo que era fácil de adivinar, una pareja en tal estado de discusión, seguramente no tendría mucho sexo, y por la forma en que se daban las cosas, Penélope me hacía percibir que jugaba conmigo los juegos que no podía jugar con su hombre.
Esa mañana nos cruzaríamos de casualidad en el mercado, cambiamos palabras, me pidió si podía pasar por el departamento a revisar un electrodoméstico que tenía problemas, en esos días yo estaba estudiando electricidad domiciliaria y era un tanto conocido en el barrio por ganarme unos pesos extras haciendo estas changas.
No perdería tiempo, regresamos, pasé a dejarle las cosas a mamá, tomé mis herramientas y en un abrir y cerrar de ojos estaba en su casa.
Penélope tenía una obsoleta procesadora a un costado, en minutos notaría que no sería demasiado trabajo, ella me dejó en lo mío y fue a ponerse de entrecasa, según dijo.
Me quedé en soledad en el pequeño comedor y no pude evitar curiosear en el entorno en una rápida incursión visual, a un costado, había un álbum de fotos que llamó mi atención.
Mi curiosidad pudo más, ella aun no volvía y tuve la necesidad de ver, para mi sorpresa, eran fotos muy bien producidas, en blanco y negro, en poses muy sensuales que invitaban a imaginar, no estaba sola, eran todas con su amiga Zulema, eran fotografías elegantes y se notaban en ellas la mano de un profesional.
Te gustan?
Preguntó ella a mis espaldas, sorprendiéndome, haciendo que el álbum callera al piso por el sobresalto provocado
Yo... yo...
Balbucee como un tonto, ella volvió a reírse de mí y dijo
No te preocupes, está bien, es de mi trabajo, las ropas, ventas, ya sabes, si quieres, te obsequio algunas que te gusten
Levanté el álbum del piso y volví a repasarlo, diablos, todas me gustaban, si es que era tan bonita, tomé cuatro para no ser abusivo, las aparté y luego acomodé el álbum nuevamente en su lugar
Ella estaba con un vestidito floreado bastante holgado y por cierto bastante feo para mi gusto, a media pierna, le marcaba el busto sugerentemente y noté que solo tenía los breteles del vestido por lo que adiviné que no tenía sostén y el nacimiento de sus pechos en el escote se marcaba peligrosamente, también vi que estaba descalza y las uñas de sus pies estaban pintadas del mismo tono de la de sus manos.
No pude evitar una erección, es que el tono cobrizo de su piel, la dulzura de sus palabras, respiré tratando de liberar la presión y buscado ocultar a sus ojos mi problema, pero es que ella lo estaba provocando adrede, ella jugaba conmigo, entonces fue directo al punto y mirando directamente entre mis piernas tiró
Te excito cierto? te gusta mirarme, lo sé, es evidente, yo también te observo desde mi dormitorio
No tuve respuestas a su pregunta, estaba petrificado, ella se acomodó los cabellos y uno de los breteles de su vestido cayó de lado, por su brazo, muy conveniente, muy casual, pero ella lo había provocado intencionalmente, y si yo no pude disimular mi erección, lo cierto es que ella tampoco pudo evitar que sus pezones se marcaran como dos botones prominentes bajo la floreada tela del vestido, ella reposó entonces sus nalgas en la mesa central del lugar, el vestido naturalmente se subió un poco más y sus bonitos muslos atrajeron mi mirada, ella volvió a decir
De verdad eres virgen? veni...
Me acerqué, ella abrió un poco sus piernas para permitirme llegar al borde de la mesa, me rodeó con sus brazos por mis hombros y me dio un eterno beso en la boca, muy rico, muy profundo, muy sensual, esos besos calientes que te llevan al infierno y en ese momento de mi juventud era todo muy loco.
Seguimos besándonos profundamente y en ese momento yo ya se la hubiera metido, pero ella era la dueña de los tiempos, y era quien manejaba la situación.
Así cayó el segundo bretel y la parte superior del vestido bajó hasta su cintura, sus pechos se me tornaron grandes, más que la media, con unos pezones y unas aureolas oscuras que me desesperaron.
Bajé un poco, empecé a apretárselas con fuerza, a chuparlas como desesperado y a morderle los pezones, pensé que era lo correcto, pero ella me dijo
Despacio goloso! no es así!
Ella me enseñó a ser suave, a tratar a una mujer, que las caricias eran mejor que los apretones y que los besos sabían mejor que los mordiscos, poco a poco se fue aflojando y conforme le lamía los pechos sus piernas se fueron abriendo, su respiración se hizo espesa y sus ojos se entrecerraron, y poco a poco se fue entregando.
Penélope apoyó sus manos en mis hombros y me forzó lentamente hacia abajo, se acomodó mejor recostándose sobre la mesa y se abrió para mí como una flor de primavera.
Ella tampoco tenía tanga, su sexo desnudo me tomó por sorpresa y me dejó saber que todo lo tenía calculado. También llamaría mi atención su sexo completamente depilado, algo que hoy en día es muy normal, pero en esa época no se acostumbraba.
Su concha estaba toda chorreada, era la primera vez que veía una en persona y honestamente me dio un poco de asco, o de impresión, me rio al recordarlo, pero solo cerré mis ojos y me zambullí como si fuera en una piscina de natación.
Probaría por primera vez el sabor más exquisito de la vida, la miel de una mujer, y aunque hoy sé que fui en un desastre, en ese momento pensé que sabía lo que hacía, solo se la comí lo mejor que pude, observé la anatomía femenina en detalle, sus agujeros, sus labios, sus formas y ese pequeño botoncito mágico que la llevaría a tocar el cielo con las manos.
Ella me dejaba hacer a mi manera, pero llevó una de sus manos sobre su pubis y se masajeó con fuerza, y la sentí explotar en medio de gemidos y gritos contenidos.
Tomé la iniciativa, solo saqué mi pija y se la metí toda hasta el fondo, una vez y otra vez, me pareció fabuloso, mi primera vez con una mujer que tenía la edad de mi madre, cuyo esposo no la atendía como merecía, ella gemía, y me sentí transpirar, la observaba distendida sobre la mesa, como se movían sus pechos como olas en cada embate que yo le daba, y todo para mi iba demasiado rápido, como una locomotora sin freno, como una fiera enjaulada que había sido liberada.
Penélope retomó el control del juego, me hizo recular hasta un sillón que estaba en el rincón haciéndome sentar, y ella vino sobre mí, a cabalgarme, tomó mis manos y las puso en sus nalgas, eran hermosas, puso también sus pechos en mi boca y mi sexo en el suyo.
Se movió a su ritmo, a su gusto, y yo solo era parte del juego, se sentía muy rico y solo me entregué.
Me sentí eyacular, y ella lo vio venir, me apretó con fuerzas y llené de jugos su sexo, me sentí la persona más afortunada del mundo.
Penélope salió y sin decir nada se arrodilló a mis pies, buscó ponerse cómoda y la dejé hacer, entonces sentí su boca, sus labios, su lengua en mi verga, que más decir, solo se dedicó a chupármela muy rico y en segundos estaba erguido nuevamente, todo era demasiado y en un punto solo veía los cabellos de esa mujer, su cabeza subiendo y bajando muy profundo y escuchaba los chasquidos naturales de su boca que succionaba como una aspiradora.
Me sentí venir nuevamente después de unos minutos, solo ahí ella levantó su cabeza para que yo observara su rostro, tan hermosa, me miró fijamente a los ojos, pero yo no podía mantenerle la mirada, es que ella estaba con toda su boca abierta, la lengua afuera y mi glande apoyado en ella, respiré profundo, no podía creer que fuera cierto lo que estaba sucediendo.
Eyaculé con tanta fuerza que ella no pudo contener el disparo y el primer chorro escapó de su boca, marcando a su paso una delgada línea que atravesaba su ojo izquierdo llegando sus cabellos, y solo seguí escupiendo como una fuente de parque, más y más hasta que ella envolvió mi glande entre sus labios y siguió chupando, con su entrecejo fruncido bebió todo lo que quedaba hasta la última gota.
Luego tratando de limpiar su ojo izquierdo empezamos a reírnos, como tontos, es que su rostro, mis piernas, el piso, el sillón, todo había sido impregnado por mis jugos calientes. Penélope se sacó el vestido solo para empezar a limpiar todo en derredor.
Mi idea era llevarla al dormitorio, pero ella me detuvo en el camino
Suficiente! - dijo deteniendo la marcha - debemos ser astutos con esto, no hay que levantar sospechas y guardar nuestro secreto, nadie puede saberlo, no seas 'boca suelta', te tragas tu orgullo de macho y ni a tus amigos le dices una palabra!. No me preocupan tus padres, pero mi marido... no se de lo que sería capaz...
La sola mención de Ordoñez me congeló, y fue la mejor medicina para mantener mi boca cerrada a futuro, solo volví a casa y fui por una ducha, necesité volver a masturbarme bajo la tibieza del agua que corría por mi cuerpo.
Fue mi primera vez, y me transformaría en su amante secreto, las locas fantasías de un joven y una mujer que podría haber sido mi madre, ella era única y por su culpa dejé de mirar a las chicas de mi edad. Me causa gracia recordar que jamás pude dársela por el culo, lo intenté una y otra vez, pero para ella era algo prohibido.
Y un día las cosas se terminaron, llegué del colegio como cada día y la noticia en mi casa era que Penélope había abandonado a su esposo, solo una triste carta de despedida para una relación con final anunciado. Me sentí morir por dentro, no me importó su relación con Ordoñez, hasta pude entender que desapareciera del planeta, pero me dolió que se olvidara de mí, que ni siquiera me adelantara algo, o e dejara una carta, nada, nada de nada y en ese momento, en ese momento que sentí mi corazón atorado en la garganta y que tuve que desviar mi mirada para que nadie notara mis ojos llorosos, en ese momento comprendí que me había enamorado.
Ordoñez poco después canceló el contrato y dejó el departamento, el mundo solo siguió girando
Poco después mis padres recibieron una carta a mi nombre, sin remitente y en esos días era la única forma de comunicarse, las letras manuscritas de Penélope me pedían disculpas por lo sucedido, y detalles de su infierno junto a su esposo, me dejaba saber que solo empezaría nuevamente arrancando de cero, en un lugar donde nadie la conocía. Respecto a mí, solo palabras de ternura, me dio que había sido especial en su vida, que jamás me olvidaría y que seguramente sería un buen hombre, y también me dejó saber que se había enamorado de mí, pero que lo nuestro no podría ser, sería un amor destinado al fracaso, y no mucho más que eso, solo se despedía con un profundo beso.
Volví a doblar la carta prolijamente, la guardé en el sobre y la acomodé junto a las cuatro fotografías que ella me había obsequiado y me quedé esperando que ella volviera a mí, porque estaba seguro de que eso sucedería tarde o temprano
Y la vida siguió su curso, llegaron nuevos inquilinos, llegó una chica de mi edad a mi vida, luego otra, y al final la que hoy es mi esposa, llegaron empleos, independencia económica, un hogar propio y lo más importante, el nacimiento de mis hijos.
Hoy cada tanto, en momentos de soledad, vuelvo a leer esa carta, la hoja ya está un tanto amarillenta por el paso de los años, y como un tonto me quedo observando sus fotos, suelo pasar mis dedos sobre su rostro e imagino que toco su piel. Ya tengo la edad que ella tenía en esos días, por lo que Penélope debiera estar al menos en los ochenta si es que aún vive. Cada tanto husmeo en redes sociales tratado de encontrarla, pero nunca pude saber nada de ella
Penélope, mi primera vez...
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PENELOPE, MI PRIMERA VEZ...
Esta historia sucedió hace muchos años ya, tal vez sea solo una historia más, pero para mí será única, inolvidable, porque es la historia de mi primera vez.
El mundo era demasiado diferente a lo que es hoy en día, no había celulares, ni siquiera había teléfonos y para hablar tenía que ir hasta el que era público de la esquina de casa, que casi nunca funcionaba, o caminar dos cuadras hasta el bar de Don Jacinto, solo en horarios en los que ese bar estaba abierto. Sacar fotos era otra historia, se compraba el famoso rollo Kodak de veinticuatro, o treinta y seis exposiciones, para luego llevarlo a revelar a algún sitio especializado.
Una pc de escritorio era algo demasiado raro, solo podía verse en alguna familia adinerada y lo normal era utilizar máquinas de escribir y grandes archivos para apilar documentación escrita
Todo era tan diferente, la vida era más calma y el mundo parecía girar más despacio, no había tanta información digital con bombardeo permanente y se pasaban las horas con mayor inocencia.
En esos días, mis padres tenían una posición económica de clase media acomodada, vivíamos en una linda casa al frente típica, el dormitorio de ellos daba hacia adelante, había uno contiguo para mi hermana menor, luego el baño y por último el mío que daba el patio trasero de la propiedad, sobre el lateral un amplio lugar con divisorias que oficiaba de cocina, comedor, living y hasta un pequeño espacio disponible que lo usábamos para guardar todo lo que no tenía sitio definido.
En el terreno del fondo se había edificado un pequeño departamento, modesto, con un solo dormitorio que daba a la calle por un pasillo lateral. La idea de mis padres era que ese departamento sirviera algún día para traer a los abuelos, cuando ellos ya no pudieran valerse por sí solos, y hasta que ese día llegase, lo daban en alquiler por algunos pocos pesos, para que lo tuvieran ordenado y mantenido y para que al menos se pagaran los impuestos.
La situación que de daba era un tanto fuera de lo común, la ventana de mi dormitorio distaba unos siete metros de la ventana del dormitorio del departamento contiguo, algo normal pensando en abuelos, pero no tanto para vecinos de turno.
Pasaron varios inquilinos en el tiempo, algunos mejores, otros peores, unos duraron mucho, otros poco y a lo largo de mi niñez y adolescencia me había acostumbrado a esos roces y contactos, más por compartir un patio en común.
Ya eran días de mi primera noviecita, los primeros besos a escondidas y ese natural despertar sexual de un veinteañero.
Y fue en esos días cuando el matrimonio Ordoñez cayó en el departamento trasero.
Ya en esos tiempos, mi padre me llevaba a negociar los contratos con él, lógicamente esperaba que yo me empapara en los temas de adultos con la idea de que en poco tiempo tomara su lugar.
Él se había sentado a un lado de la mesa donde había una pila de papeles desordenados donde se dejaría por escrito el contrato, al otro lado, el señor Ordoñez discutía los pormenores de la situación. El tipo era un regordete, calvo y trabajaba en un frigorífico despostando carne, un oficio que se me hacía un tanto rudo, y me dejaba entrever un tipo peligroso que sabía manejar el cuchillo
Yo estaba parado tras la silla de mi padre, secundándolo, en silencio, de la misma manera, a su vez, Penélope, la esposa de Ordoñez estaba parada tras la silla de su esposo, en silencio.
Fue la primera vez que Penélope se cruzaría en mi vida, una mujer madura, muy bonita, alta y de proporciones muy justas y marcados recovecos en su silueta. Su rostro de piel apenas morena se me hacía muy llamativa, de ojos oscuros e inquietos, con una melena ampulosa y larga en un castaño natural que ella aclaraba un poco en peluquería. Ella parecía desentendida de la situación, como ausente de las palabras, con la mirada perdida en la nada misma, con un cigarro humeante entre sus finos dedos, adornados con anillos, luciendo unas largas, hermosas y esculpidas uñas pintadas en rojo pasión.
Podía observarla en detalle, fotografiarla en mis retinas, porque en ese momento yo también parecía ser para ella parte del decorado.
Con el correr de los días aprendería muchos detalles de la familia Ordoñez, el tipo trabajaba en horarios rotativos y era parco y reservado, casi no hablaba, solo lo necesario cada vez que había que abonar la mensualidad, ella por su lado, era diseñadora de ropas, o tenía un negocio de prendas femeninas, o trabajaba en moda para un tercero, nunca supe bien como era su trabajo, pero Penélope siempre lucía impecablemente vestida con esas uñas relucientes y un cigarro entre sus dedos.
Muchas veces hacía de fisgón desde mi cuarto, me encantaba observarla cuando su esposo no estaba, ella a veces me devolvía las miradas, otras, solo fingía no verme y alguna vez me regalaba una sonrisa.
Ella no tenía muchas visitas, las contaba con una mano, pero siempre imaginaba historias cuando llegaba Zulema, creo que eran socias, o compañeras de trabajo, o algo así, también vestía bien, también lucía bien, ella era morena, con el cabello corto y siempre peinado a la perfección con ralla a un costado. Parloteaban mucho, reían y más de una vez supuse que hablaban de mí, no supe el motivo, pero siempre estaba con esa sensación, y yo imaginaba cosas que nunca sucederían.
Volviendo a Penélope, yo empecé a tener un amor platónico con esa mujer, y fue la culpable de que rompiera con mi noviecita de esos días. Es que ella tenía la edad de mi madre, pero eran diferentes, mi mamá era una mujer que cargaba con cincuenta años, siempre de entrecasa, con chancletas, ruleros, y veinte quilos de sobrepeso, de manos ajadas, Penélope en cambio, tenía también unos cincuenta, pero sus pechos eran llamativos, cintura de avispa, culo respingón y siempre estaba atractiva, con joyas y maquillaje de ocasión, una señora muy bien puesta.
Mi madre colgaba nuestras ropas luego de lavarlas en la planta alta, grandes bombachos secándose al sol, pero mi vecina lo hacía en un tender en el patio compartido, ropa interior diminuta y provocativa y más de una vez ella me descubría excitándome en silencio con lo que veía, ella solo se reía.
Es que hoy en día, todas andan con tangas diminutas, es lo normal, pero en mi época de antaño, ese tipo de lencería era una rareza solo para mujeres muy audaces.
Y esa complicidad se hizo habitual, en charlas, en miradas, en insinuaciones, yo solo imaginaba idealizando a esa mujer, es que me llevaba no menos de treinta años, y para ser honesto, la figura de su marido, el parco Ordoñez, me intimidaba demasiado.
Una tarde, a través de nuestras ventanas, la vería por primera vez en ropa interior, ella no lo notó, fue un descuido, fue evidente que había salido de la ducha, llevaba una gran toalla envolviendo sus cabellos, con solo un conjunto muy bonito de ropa interior en tonos de rosa, pasó hacia un lado, luego hacia el otro, fueron segundos fugaces que me dejaron notar la perfección de su cuerpo, pero fueron suficientes como para que me masturbara con furia.
Poco después la historia se repetiría, solo que esta vez ella si lo notaría, vio que la observaba, y solo jugó a no verme, volví a masturbarme, solo que no me importó ocultarme, jugué el mismo juego, ella estaba recostada en su cama semi desnuda, fingiendo leer un libro, pero e verdad se divertía conmigo.
No tardamos mucho en cruzarnos en alguna charla para que ella me dijera
Mocoso, no te enseñaron tus papis que es de mala educación andar espiando a los vecinos?
Ella llevaba la seducción en los labios
Si, si me enseñaron, pero no me importa, yo nunca estuve con una mujer tan hermosa, bueno nunca estuve con una mujer
Fue lo único que supe decir, y hoy me quiero dar la cabeza contra la pared, es que en verdad soné tan estúpido, tan virgo
Ella se carcajeo sin pudor y me zamarreó de la barbilla como si fuera un niño de diez años
Mis fantasías y sus insinuaciones iban de maravillas, pero no todo era perfecto en ese mundo, Ordoñez parecía no ser un buen tipo y era evidente cuando él estaba en casa, las discusiones eran moneda corriente, siempre escuchaba con angustia desde mi cuarto y hasta mis padres hablaban del tema, era constante, siempre, un día, todos los días. Creo que en general discutían por dinero, por espacios de poder dentro de la pareja, y problemas eternos de matrimonios que no se llevan bien.
Y en ese entorno adiviné algo que era fácil de adivinar, una pareja en tal estado de discusión, seguramente no tendría mucho sexo, y por la forma en que se daban las cosas, Penélope me hacía percibir que jugaba conmigo los juegos que no podía jugar con su hombre.
Esa mañana nos cruzaríamos de casualidad en el mercado, cambiamos palabras, me pidió si podía pasar por el departamento a revisar un electrodoméstico que tenía problemas, en esos días yo estaba estudiando electricidad domiciliaria y era un tanto conocido en el barrio por ganarme unos pesos extras haciendo estas changas.
No perdería tiempo, regresamos, pasé a dejarle las cosas a mamá, tomé mis herramientas y en un abrir y cerrar de ojos estaba en su casa.
Penélope tenía una obsoleta procesadora a un costado, en minutos notaría que no sería demasiado trabajo, ella me dejó en lo mío y fue a ponerse de entrecasa, según dijo.
Me quedé en soledad en el pequeño comedor y no pude evitar curiosear en el entorno en una rápida incursión visual, a un costado, había un álbum de fotos que llamó mi atención.
Mi curiosidad pudo más, ella aun no volvía y tuve la necesidad de ver, para mi sorpresa, eran fotos muy bien producidas, en blanco y negro, en poses muy sensuales que invitaban a imaginar, no estaba sola, eran todas con su amiga Zulema, eran fotografías elegantes y se notaban en ellas la mano de un profesional.
Te gustan?
Preguntó ella a mis espaldas, sorprendiéndome, haciendo que el álbum callera al piso por el sobresalto provocado
Yo... yo...
Balbucee como un tonto, ella volvió a reírse de mí y dijo
No te preocupes, está bien, es de mi trabajo, las ropas, ventas, ya sabes, si quieres, te obsequio algunas que te gusten
Levanté el álbum del piso y volví a repasarlo, diablos, todas me gustaban, si es que era tan bonita, tomé cuatro para no ser abusivo, las aparté y luego acomodé el álbum nuevamente en su lugar
Ella estaba con un vestidito floreado bastante holgado y por cierto bastante feo para mi gusto, a media pierna, le marcaba el busto sugerentemente y noté que solo tenía los breteles del vestido por lo que adiviné que no tenía sostén y el nacimiento de sus pechos en el escote se marcaba peligrosamente, también vi que estaba descalza y las uñas de sus pies estaban pintadas del mismo tono de la de sus manos.
No pude evitar una erección, es que el tono cobrizo de su piel, la dulzura de sus palabras, respiré tratando de liberar la presión y buscado ocultar a sus ojos mi problema, pero es que ella lo estaba provocando adrede, ella jugaba conmigo, entonces fue directo al punto y mirando directamente entre mis piernas tiró
Te excito cierto? te gusta mirarme, lo sé, es evidente, yo también te observo desde mi dormitorio
No tuve respuestas a su pregunta, estaba petrificado, ella se acomodó los cabellos y uno de los breteles de su vestido cayó de lado, por su brazo, muy conveniente, muy casual, pero ella lo había provocado intencionalmente, y si yo no pude disimular mi erección, lo cierto es que ella tampoco pudo evitar que sus pezones se marcaran como dos botones prominentes bajo la floreada tela del vestido, ella reposó entonces sus nalgas en la mesa central del lugar, el vestido naturalmente se subió un poco más y sus bonitos muslos atrajeron mi mirada, ella volvió a decir
De verdad eres virgen? veni...
Me acerqué, ella abrió un poco sus piernas para permitirme llegar al borde de la mesa, me rodeó con sus brazos por mis hombros y me dio un eterno beso en la boca, muy rico, muy profundo, muy sensual, esos besos calientes que te llevan al infierno y en ese momento de mi juventud era todo muy loco.
Seguimos besándonos profundamente y en ese momento yo ya se la hubiera metido, pero ella era la dueña de los tiempos, y era quien manejaba la situación.
Así cayó el segundo bretel y la parte superior del vestido bajó hasta su cintura, sus pechos se me tornaron grandes, más que la media, con unos pezones y unas aureolas oscuras que me desesperaron.
Bajé un poco, empecé a apretárselas con fuerza, a chuparlas como desesperado y a morderle los pezones, pensé que era lo correcto, pero ella me dijo
Despacio goloso! no es así!
Ella me enseñó a ser suave, a tratar a una mujer, que las caricias eran mejor que los apretones y que los besos sabían mejor que los mordiscos, poco a poco se fue aflojando y conforme le lamía los pechos sus piernas se fueron abriendo, su respiración se hizo espesa y sus ojos se entrecerraron, y poco a poco se fue entregando.
Penélope apoyó sus manos en mis hombros y me forzó lentamente hacia abajo, se acomodó mejor recostándose sobre la mesa y se abrió para mí como una flor de primavera.
Ella tampoco tenía tanga, su sexo desnudo me tomó por sorpresa y me dejó saber que todo lo tenía calculado. También llamaría mi atención su sexo completamente depilado, algo que hoy en día es muy normal, pero en esa época no se acostumbraba.
Su concha estaba toda chorreada, era la primera vez que veía una en persona y honestamente me dio un poco de asco, o de impresión, me rio al recordarlo, pero solo cerré mis ojos y me zambullí como si fuera en una piscina de natación.
Probaría por primera vez el sabor más exquisito de la vida, la miel de una mujer, y aunque hoy sé que fui en un desastre, en ese momento pensé que sabía lo que hacía, solo se la comí lo mejor que pude, observé la anatomía femenina en detalle, sus agujeros, sus labios, sus formas y ese pequeño botoncito mágico que la llevaría a tocar el cielo con las manos.
Ella me dejaba hacer a mi manera, pero llevó una de sus manos sobre su pubis y se masajeó con fuerza, y la sentí explotar en medio de gemidos y gritos contenidos.
Tomé la iniciativa, solo saqué mi pija y se la metí toda hasta el fondo, una vez y otra vez, me pareció fabuloso, mi primera vez con una mujer que tenía la edad de mi madre, cuyo esposo no la atendía como merecía, ella gemía, y me sentí transpirar, la observaba distendida sobre la mesa, como se movían sus pechos como olas en cada embate que yo le daba, y todo para mi iba demasiado rápido, como una locomotora sin freno, como una fiera enjaulada que había sido liberada.
Penélope retomó el control del juego, me hizo recular hasta un sillón que estaba en el rincón haciéndome sentar, y ella vino sobre mí, a cabalgarme, tomó mis manos y las puso en sus nalgas, eran hermosas, puso también sus pechos en mi boca y mi sexo en el suyo.
Se movió a su ritmo, a su gusto, y yo solo era parte del juego, se sentía muy rico y solo me entregué.
Me sentí eyacular, y ella lo vio venir, me apretó con fuerzas y llené de jugos su sexo, me sentí la persona más afortunada del mundo.
Penélope salió y sin decir nada se arrodilló a mis pies, buscó ponerse cómoda y la dejé hacer, entonces sentí su boca, sus labios, su lengua en mi verga, que más decir, solo se dedicó a chupármela muy rico y en segundos estaba erguido nuevamente, todo era demasiado y en un punto solo veía los cabellos de esa mujer, su cabeza subiendo y bajando muy profundo y escuchaba los chasquidos naturales de su boca que succionaba como una aspiradora.
Me sentí venir nuevamente después de unos minutos, solo ahí ella levantó su cabeza para que yo observara su rostro, tan hermosa, me miró fijamente a los ojos, pero yo no podía mantenerle la mirada, es que ella estaba con toda su boca abierta, la lengua afuera y mi glande apoyado en ella, respiré profundo, no podía creer que fuera cierto lo que estaba sucediendo.
Eyaculé con tanta fuerza que ella no pudo contener el disparo y el primer chorro escapó de su boca, marcando a su paso una delgada línea que atravesaba su ojo izquierdo llegando sus cabellos, y solo seguí escupiendo como una fuente de parque, más y más hasta que ella envolvió mi glande entre sus labios y siguió chupando, con su entrecejo fruncido bebió todo lo que quedaba hasta la última gota.
Luego tratando de limpiar su ojo izquierdo empezamos a reírnos, como tontos, es que su rostro, mis piernas, el piso, el sillón, todo había sido impregnado por mis jugos calientes. Penélope se sacó el vestido solo para empezar a limpiar todo en derredor.
Mi idea era llevarla al dormitorio, pero ella me detuvo en el camino
Suficiente! - dijo deteniendo la marcha - debemos ser astutos con esto, no hay que levantar sospechas y guardar nuestro secreto, nadie puede saberlo, no seas 'boca suelta', te tragas tu orgullo de macho y ni a tus amigos le dices una palabra!. No me preocupan tus padres, pero mi marido... no se de lo que sería capaz...
La sola mención de Ordoñez me congeló, y fue la mejor medicina para mantener mi boca cerrada a futuro, solo volví a casa y fui por una ducha, necesité volver a masturbarme bajo la tibieza del agua que corría por mi cuerpo.
Fue mi primera vez, y me transformaría en su amante secreto, las locas fantasías de un joven y una mujer que podría haber sido mi madre, ella era única y por su culpa dejé de mirar a las chicas de mi edad. Me causa gracia recordar que jamás pude dársela por el culo, lo intenté una y otra vez, pero para ella era algo prohibido.
Y un día las cosas se terminaron, llegué del colegio como cada día y la noticia en mi casa era que Penélope había abandonado a su esposo, solo una triste carta de despedida para una relación con final anunciado. Me sentí morir por dentro, no me importó su relación con Ordoñez, hasta pude entender que desapareciera del planeta, pero me dolió que se olvidara de mí, que ni siquiera me adelantara algo, o e dejara una carta, nada, nada de nada y en ese momento, en ese momento que sentí mi corazón atorado en la garganta y que tuve que desviar mi mirada para que nadie notara mis ojos llorosos, en ese momento comprendí que me había enamorado.
Ordoñez poco después canceló el contrato y dejó el departamento, el mundo solo siguió girando
Poco después mis padres recibieron una carta a mi nombre, sin remitente y en esos días era la única forma de comunicarse, las letras manuscritas de Penélope me pedían disculpas por lo sucedido, y detalles de su infierno junto a su esposo, me dejaba saber que solo empezaría nuevamente arrancando de cero, en un lugar donde nadie la conocía. Respecto a mí, solo palabras de ternura, me dio que había sido especial en su vida, que jamás me olvidaría y que seguramente sería un buen hombre, y también me dejó saber que se había enamorado de mí, pero que lo nuestro no podría ser, sería un amor destinado al fracaso, y no mucho más que eso, solo se despedía con un profundo beso.
Volví a doblar la carta prolijamente, la guardé en el sobre y la acomodé junto a las cuatro fotografías que ella me había obsequiado y me quedé esperando que ella volviera a mí, porque estaba seguro de que eso sucedería tarde o temprano
Y la vida siguió su curso, llegaron nuevos inquilinos, llegó una chica de mi edad a mi vida, luego otra, y al final la que hoy es mi esposa, llegaron empleos, independencia económica, un hogar propio y lo más importante, el nacimiento de mis hijos.
Hoy cada tanto, en momentos de soledad, vuelvo a leer esa carta, la hoja ya está un tanto amarillenta por el paso de los años, y como un tonto me quedo observando sus fotos, suelo pasar mis dedos sobre su rostro e imagino que toco su piel. Ya tengo la edad que ella tenía en esos días, por lo que Penélope debiera estar al menos en los ochenta si es que aún vive. Cada tanto husmeo en redes sociales tratado de encontrarla, pero nunca pude saber nada de ella
Penélope, mi primera vez...
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